San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 13 de diciembre de 2023

Santa Lucía, virgen y Mártir

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en Siracusa, Sicilia (Italia), de padres nobles y ricos y fue educada en la fe cristiana y fue ejecutada en el año 304 d. C.  Su nombre figura en el canon de la misa romana, lo que probablemente se debe al Papa Gregorio Magno[2]. Se le representa llevando en la mano derecha la palma de la victoria, símbolo del martirio y en la izquierda los ojos que le fueron arrancados en su martirio por Cristo. Perdió a su padre durante la infancia y se consagró a Dios siendo muy joven. Sin embargo, mantuvo en secreto su voto de virginidad, de suerte que su madre, que se llamaba Eutiquia, quería que se casara con un joven pagano. Sin embargo, debido a que ella ya se había consagrado a Dios, le dijo a su madre que no se casaría. Su madre aceptó la decisión de la santa, pero el pretendiente de Lucía, indignado, la denunció ante las autoridades romanas, puesto que en ese entonces estaba en pleno apogeo una de las primeras persecuciones a la Iglesia y si alguien era denunciado como cristiano, era detenido de inmediato. El pro-cónsul Pascasio, siguiendo las órdenes del emperador Diocleciano, quien había decretado la persecución, ordenó la detención de Santa Lucía, conduciéndola luego ante el juez, para intentar hacerla apostatar de la fe en Cristo. El juez la amenazó todo lo que pudo para convencerla a que apostatara de la fe cristiana.  Ella le respondió: “Es inútil que insista. Jamás podrá apartarme del amor a mi Señor Jesucristo”. El juez le preguntó: “Y si la sometemos a torturas, ¿será capaz de resistir?”. La santa respondió: “Sí, porque los que creemos en Cristo y tratamos de llevar una vida pura tenemos al Espíritu Santo que vive en nosotros y nos da fuerza, inteligencia y valor”. El juez entonces la amenazó con llevarla a una casa de meretrices para someterla a la fuerza a la ignominia.  Ella le respondió: “El cuerpo queda contaminado solamente si el alma consiente”. Esta respuesta de la santa, admirada por Santo Tomás de Aquino, se corresponde con un profundo principio de moral: No hay pecado si no se consiente al mal.

El juez entonces la sentenció a muerte, pero no pudieron llevar a cabo la sentencia pues Dios impidió que los guardias pudiesen mover a la joven del sitio en que se hallaba. Entonces, los guardias trataron de quemarla en la hoguera, pero también fracasaron. En algún momento de la tortura, le extirparon ambos globos oculares, por lo cual se la representa con la palma de martirio en una mano y con los ojos suyos en una bandeja, en otra. Finalmente, la decapitaron. Pero aún con la garganta cortada, la joven siguió evangelizando a los demás cristianos, instándolos a que antepusieran los deberes con Dios a los de las criaturas.

Mensaje de santidad.

Santa Lucía es un modelo y ejemplo de cómo los jóvenes pueden amar a Dios por encima de las creaturas y con tal intensidad, que ya desde la infancia desean consagrar su virginidad a Dios, para entregarse a Él en cuerpo y alma. Con su consagración, Santa Lucía nos dice que la hermosura de Dios Trino es tan inmensa, que todo lo que conocemos fuera de Dios es igual a nada.

También es modelo y ejemplo de cómo los cristianos en general deben dar testimonio de Cristo, sin temor a los hombres, confiando en las palabras de Jesús: “No temáis a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Por último, Santa Lucía es también un modelo de cómo conservar el cuerpo como templo del Espíritu Santo, aun a costa de la vida propia, ya que es el Espíritu Santo quien les concede a los mártires la luz de la sabiduría divina para confesar con el martirio a Jesús como al Hombre-Dios, como así también les concede la fortaleza para soportar todo tipo de torturas, las cuales serían imposibles de soportar, si no estuvieran asistidos por el Espíritu Santo. Esto es además un aliciente para nosotros, que frecuentemente, por pequeñas contrariedades, nos vemos desanimados, sin detenernos a pensar en cómo el Espíritu Santo concede una fortaleza divina tan grande a los mártires, que los hace capaces de soportar torturas sobrehumanas. Es muy probable que no suframos el martirio cruento, como los mártires, pero sí podemos, tomando ejemplo de ellos, pedir asistencia al Espíritu Santo para que nos conceda sabiduría y fortalezas divinas, para así poder sobrellevar las adversidades de cada día. Le pidamos entonces a Santa Lucía que interceda para que no pidamos que nos sea retirada la cruz, sino para que la abracemos con el amor, la sabiduría y la fortaleza que solo el Espíritu Santo puede conceder; le pidamos también que, al igual que ella, que seguía viendo a pesar de no tener ya los ojos, seamos capaces, con el auxilio de la gracia divina, de cerrar los ojos a los placeres terrenos, para abrir los ojos del alma a la feliz eternidad que espera, en el Reino de los cielos, a quienes son fieles al Cordero de Dios, Cristo Jesús.

 



[1] Cfr. https://www.corazones.org/santos/lucia.htm ; Cfr. Butler, Vida de los Santos; Sálesman, Eliécer; Vidas de Santos.

[2] Además de las actas en versiones griegas y latinas de Santa Lucía, lo que es prueba de su existencia, está fuera de duda que, desde antiguo, se tributaba culto a la santa de Siracusa. En el siglo VI, se le veneraba ya también en Roma entre las vírgenes y mártires más ilustres. En la Edad Media se invocaba a la santa contra las enfermedades de los ojos, probablemente porque su nombre está relacionado con la luz y además porque en el martirio, a pesar de que le fueron extirpados ambos ojos, la santa continuaba viendo. La historicidad de Santa Lucía terminó de comprobarse cuando se descubrió, en el año 1894, una inscripción sepulcral con su nombre en las catacumbas de Siracusa.

viernes, 17 de noviembre de 2023

Santos Mártires Rioplatenses Roque González y compañeros



         En la otra vida, en el Reino de los cielos, dentro de los Santos que adoran a Dios Trinidad, existen jerarquías, categorías, las cuales determinan una mayor o menor aproximación a Dios, enseña Santo Tomás de Aquino. Esta jerarquía no la determina Dios, en el sentido de que no es Dios quien “decide” en qué puesto va un alma y en qué puesto va la otra, sino que es el amor que el santo tuvo a Dios en esta vida terrena, el que determina su puesto por la eternidad en relación a Dios. Entonces, según este razonamiento, cuanto más se ame a Dios en esta vida, más cerca se estará de Dios en la eternidad; cuanto más amor tiene el santo a Dios en la tierra, tanto más cerca estará de Dios en el Reino de los cielos.

         Esto quiere decir que un gran teólogo, renombrado por sus estudios, o un prestigioso cardenal, que recibe grandes honores por su posición jerárquica, no necesariamente tendrán un lugar superior por sus conocimientos y títulos en sí mismos que una anciana o un anciano, campesinos, de fe sencilla, rústicos, pero con gran amor a Dios.

         Ahora bien, lo contrario también es cierto: un teólogo renombrado o un cardenal encumbrado en las altas jerarquías de la iglesia, pueden ser humildes y no dejarse arrastrar por los vanos halagos de los hombres y amar con humildad y amor profundo y sincero y con amor todavía mayor que el de los campesinos rústicos, lo cual determinará un lugar más cercano a Dios, en la otra vida, que dichos campesinos. En fin, lo que suceda, solo Dios lo sabe; lo que debemos hacer, por nuestra parte, es esforzarnos en amar a Dios en las cosas pequeñas y grandes de la vida, no una vez, sino todas las veces y todos los días, procurando aumentar nuestro amor sincero hacia Él cada vez más.

         En el caso de los mártires -en especial, el de los mártires rioplatenses, cuya memoria celebramos hoy-, se da casi siempre el máximo grado de amor a Dios que pueda darse en esta vida, según las palabras, ya que es la máxima semejanza humana a la muerte sacrificial y martirial del Hombre-Dios Jesucristo en la cruz, según sus palabras: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos” y por eso es de suponer que en los cielos sean quienes estén más cerca del Cordero de Dios, que el resto de los santos.

         A los Santos Mártires Rioplatenses nos encomendamos y les pedimos que intercedan para nosotros la gracia, no de tener la misma muerte martirial que la que tuvieron ellos, ya que eso sería una temeridad, porque la muerte martirial es una gracia que Dios concede a quienes Él elige; sino que les pedimos para que intercedan para que Nuestro Señor nos conceda la gracia de alejarnos de las ocasiones de caer en el pecado; de ser perseverantes en el estado de gracia; de ser perseverantes en la profesión de la Santa Fe Católica -que se encuentra al detalle en el Credo de los Apóstoles- y que seamos perseverantes en la práctica de las obras de misericordia, ya que esto nos asegura la entrada en el Reino de los cielos, además de acrecentar cada vez más el amor a Dios en nuestros corazones en esta vida, lo cual nos hará estar cada vez más cerca de Dios en la vida eterna.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

San Cayetano

 


         

         Vida de santidad[1].

Nació el 1 de octubre de 1480 en Vicenza, Italia. San Cayetano quedó huérfano siendo un niño muy pequeño pues su padre, militar, murió defendiendo la ciudad contra un ejército enemigo. Quedó entonces al cuidado de su madre, a quien todos consideraban una santa, la cual se esforzó por todos los medios para educarlo en la fe católica. Al llegar a la juventud, ingresó en la Universidad de Padua, en donde obtuvo dos doctorados, destacándose no solo por su gran inteligencia, sino también por su bondad y por su fraternidad. Luego fue a Roma, en donde comenzó a trabajar como secretario privado del Papa Julio II y además como notario de la Santa Sede. Fue en esos años en los que sintió el llamado a la vocación sacerdotal, ingresando al seminario y siendo ordenado sacerdote a los 33 años. Ya como sacerdote, se destacaba por la gran piedad y devoción hacia la Santa Misa, dedicando tiempo para su celebración y posteriormente para la acción de gracias. En Roma se inscribió en una asociación llamada “Del Amor Divino”, cuyos socios se esmeraban por llevar una vida lo más fervorosa posible y por dedicarse a ayudar a los pobres y a los enfermos.

En su última enfermedad el médico aconsejó que lo acostaran sobre un colchón de lana y el santo exclamó: “Mi Salvador murió sobre una dura cruz de madera. Por favor permítame a mí que soy un pobre pecador, morir sobre unas tablas”. Y así murió el 7 de agosto del año 1547, en Nápoles, a la edad de 67 años, desgastado de tanto trabajar por conseguir la santificación de las almas. En seguida empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y el Sumo Pontífice lo declaró santo en 1671.

Mensaje de santidad.

         San Cayetano es conocido, al menos en Argentina, por ser el patrono del pan y del trabajo. Si bien esto es algo bueno, reducir su figura solamente a esto, es dejar de lado una parte muy importante de su legado de santidad y ese legado de santidad tiene que ver, principalmente, con la profundización de la fe católica recibida en la Primera Comunión y en el Catecismo y con la práctica efectiva y piadosa de la fe católica.

         Así, por ejemplo, viendo que el estado de relajación de los católicos era sumamente grande y escandaloso -no se vivía según la fe católica, no se practicaba la Ley de Dios, no se recibían los Sacramentos-, se propuso fundar una comunidad de sacerdotes que se dedicaran a llevar una vida lo más santa posible y se dedicaran a su vez a enfervorizar a los fieles; a esta congregación de sacerdotes los llamó “Padres Teatinos” (nombre que les viene por Teati, la ciudad de la cual era obispo el superior de la comunidad, Monseñor Caraffa, que después llegó a ser el Papa Pablo IV). San Cayetano le escribía a un amigo: “Me siento sano del cuerpo pero enfermo del alma, al ver cómo Cristo espera la conversión de todos, y son tan pocos los que se mueven a convertirse”. Y este era el más grande anhelo de su vida: que las gentes empezaran a llevar una vida más de acuerdo con el santo Evangelio, con la Ley de Dios, con los Consejos Evangélicos, que recibieran los Santos Sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía.

En ese tiempo estalló la revolución de Lutero que fundó a los evangélicos y se declaró en guerra contra la Iglesia de Roma. Muchos querían seguir su ejemplo, atacando y criticando a los jefes de la santa Iglesia Católica, pero San Cayetano les decía: “Lo primero que hay que hacer para reformar a la Iglesia es reformarse uno a sí mismo”. San Cayetano era de familia muy rica y se desprendió de todos sus bienes y los repartió entre los pobres. En una carta escribió la razón que tuvo para ello: “Veo a mi Cristo pobre, ¿y yo me atreveré a seguir viviendo como rico? Veo a mi Cristo humillado y despreciado, ¿y seguiré deseando que me rindan honores? Oh, que ganas siento de llorar al ver que las gentes no sienten deseos de imitar al Redentor Crucificado”. San Cayetano deseaba imitar en todo a Jesús: en la pobreza de la Cruz, en el Camino de la Cruz, en el oprobio de la Cruz.

Amaba inmensamente a Nuestro Señor, especialmente en su Presencia real, verdadera y substancial en la Sagrada Eucaristía y por eso pasaba largas horas haciendo Adoración. Y así como él amaba a Jesús en la Eucaristía, así Jesús le demostraba su amor hacia él, de forma concreta: un día en su casa de religioso no había nada para comer porque todos habían repartido sus bienes entre los pobres. San Cayetano se fue al altar y dando unos golpecitos en la puerta del Sagrario donde estaban las Santas Hostias, le dijo con toda confianza: “Jesús amado, te recuerdo que no tenemos hoy nada para comer”. Al poco rato llegaron unas mulas trayendo muy buena cantidad de provisiones, y los arrieros no quisieron decir de dónde las enviaban.

La gente lo llamaba: “El padrecito que es muy sabio, pero a la vez muy santo”. Los ratos libres los dedicaba, donde quiera que estuviera, a atender a los enfermos en los hospitales, especialmente a los más abandonados y desamparados. Como vemos, San Cayetano tiene un legado de santidad inmensamente más rico que simplemente ser el patrono del pan y del trabajo; como devotos suyos, debemos conocer su vida, para tratar de imitarlo en alguna de sus virtudes y así buscar de ganar el cielo, con la ayuda de la gracia. 

 

        

jueves, 2 de noviembre de 2023

Conmemoración de Todos los Fieles difuntos

 



La Conmemoración de Todos los Fieles difuntos es una celebración que realiza la Iglesia Católica el 2 de noviembre complementando al Día de Todos los Santos (celebrado el 1 de noviembre) y su objetivo es orar por aquellos fieles que han finalizado su vida terrenal y, especialmente, por aquellos que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio[1]. Es decir, esta celebración colocaría la memoria litúrgica de los difuntos -que esperan contemplar el rostro del Padre- al día siguiente de la dedicada a los santos, que ya gozan de la vida divina[2]. Fue instituida en el año 809 por el obispo de Tréveris, Amalario Fortunato de Metz. Según el Magisterio de la Iglesia, “La Conmemoración de los Difuntos es una solemnidad que tiene un valor profundamente humano y teológico, desde el momento en que abarca todo el misterio del ser y de la vida humana, desde sus orígenes hasta su fin sobre la tierra e incluso más allá de esta vida temporal, porque los destinatarios principales de las oraciones de este día son las almas de los Fieles difuntos que se encuentran en el Purgatorio, purificándose con el fuego del Purgatorio, en la feliz espera de su ingreso en el Reino de los cielos. Nuestra fe en Cristo nos asegura que Dios es nuestro Padre bueno que nos ha creado, pero además también tenemos la esperanza de que un día nos llamará a su presencia para “examinarnos sobre el mandamiento de la caridad” (cfr. CIC n. 1020-1022)[3]. Ese llamado ante su Presencia es lo que sucede inmediatamente después de la muerte terrena y es lo que se llama “Juicio Particular”, en el cual seremos “juzgados en el amor” a Dios, al prójimo y a nosotros mismos.

Precisamente, para la Iglesia Católica, la muerte es solo una “puerta” que se abre hacia la vida eterna, aunque de modo inmediato no es la visión beatífica en el Reino de los cielos, sino que consiste en la comparecencia de nuestras almas ante Dios, quien en ese momento no actuará con su Misericordia Divina, sino con su Justicia Divina. Para la fe católica la muerte -vencida por Cristo en la cruz por su Pasión y Resurrección- es, como dijimos, solo una “puerta” que nos conduce al encuentro personal con Dios, Quien nos preguntará, como Justo Juez, por nuestras obras de misericordia corporales y espirituales, las que hicimos y las que, por pereza espiritual o acedia, dejamos de hacer -no visitar a un enfermo, no rezar, no obrar el bien, etc.-; en este Juicio Particular se nos preguntará si nuestras obras estuvieron motivadas por la fe en Cristo Jesús, la esperanza de ganar la vida eterna obrando la misericordia y la caridad, es decir, el amor sobrenatural a Dios y al prójimo; se nos preguntará también si nuestras obras estuvieron motivadas por la vanagloria de querer ser aplaudidos, considerados y respetados por los hombres, con lo cual toda obra buena pierde su valor, porque significa que actuamos por el egoísmo y por la idolatría de nuestro propio “yo”.

La Sagrada Escritura nos revela que es verdad que Nuestro Señor Jesucristo regresará en su Segunda Venida al final de los tiempos (cfr. Mt 25, 35-45); pero también en otros pasajes la Palabra de Dios nos asegura, como dijimos, que sucederá un encuentro personal de cada uno de nosotros con Dios después de la muerte de cada uno, donde “seremos juzgados en el amor”; es decir, en este encuentro personal luego de la muerte, que se llama “Juicio Particular”, Dios buscará en nuestros corazones y en nuestras manos las obras de misericordia para, según eso, decidir, nuestro destino eterno, el Cielo o el Infierno. Debemos prestar mucha atención a la Palabra de Dios, porque en ella se nos asegura la existencia de este doble destino y la posibilidad cierta de ir a uno o a otro, según hayan sido nuestras obras de misericordia. Esto es lo que reflejan la parábola del pobre Lázaro (cfr. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cfr. Lc 23, 43); en estos casos, el alma gana el Cielo[4] por las virtudes de la fortaleza en la tribulación, como así también en la humildad, al reconocerse necesitado de la Divina Misericordia, como el Buen Ladrón.

Es sumamente importante que, como católicos, tengamos presente que, luego de la muerte, la puerta que nos introduce en la vida eterna para ser llevados ante la Presencia de Dios, Quien nos juzgará según nuestras propias obras, destinándonos al Cielo -el Purgatorio es solo una antesala del Cielo- o si seremos destinados al Infierno, si la muerte se produjo en estado de impenitencia y con pecado mortal en el alma. De estas verdades de la fe católica se deduce que es un grave error considerar que el hombre, por el solo hecho de morir, va “a la Casa del Padre”, o sino también, según otra expresión errónea, al morir “cumplió su Pascua”, dando a entender en ambos casos que el hombre, por el solo hecho de morir, está ya en el Cielo, todo lo cual no pertenece a la fe católica. En la fe católica las postrimerías consisten en: Muerte, Juicio Particular, Purgatorio, Cielo o Infierno. Toda concepción que se aleje de estas postrimerías, se encuentra fuera del depósito de la Fe Católica y no puede ser creído ni aceptado por el fiel católico bajo ningún punto de vista.

 La conmemoración de hoy nos recuerda esta futura realidad y como creemos en un Dios que es Infinita Justicia pero también Infinita Misericordia, confiados en la Divina Misericordia, es que la Iglesia intercede por nuestros hermanos difuntos, rezando por ellos, haciendo sufragios y limosnas, pero sobre todo ofreciendo el mismo Sacrificio de Cristo en la Eucaristía, la Santa Misa, de modo que todos los que aún después de su muerte necesitasen ser purificados de las fragilidades humanas, puedan ser definitivamente admitidos a la visión de Dios.

La muerte física es un hecho natural ineludible e inexorable y nuestra propia experiencia directa nos muestra que el ciclo natural de la vida incluye necesariamente la muerte. Ahora bien, en la concepción cristiana, este evento natural de la muerte nos habla de otro tipo de vida sobrenatural, en donde la muerte, vencida por Cristo, ya no tiene poder sobre el hombre y así el hombre ingresa en el Cielo, aunque también nos habla de otra muerte, llamada “segunda muerte”, en donde el hombre rechaza voluntariamente el don del perdón de Cristo y elige morir en estado de pecado mortal, convirtiéndose así en merecedores de ser arrojados al Abismo de las tinieblas vivientes, en donde no existe la redención. La voluntad de Dios, del Señor de la vida, es que todos sus hijos se salven, es decir, participen en abundancia de su propia vida divina (cfr. Jn 10,10); vida divina que el género humano perdió como consecuencia del pecado (cfr. Rm 5,12). Pero Dios no quiere, de ningún modo, que permanezcamos en esa muerte espiritual, y por eso Jesús, nuestro Salvador, tomando sobre sí mismo el pecado y la muerte, les ha hecho morir en su misterio pascual (cfr. Rm 8, 2) para incorporarlos también luego en su resurrección.

Entonces, gracias al Amor del Padre y a la victoria de Jesús (cfr. Jn 3,16) sobre el demonio, el pecado y la muerte, la muerte física se convierte en una puerta que nos conduce al encuentro con Dios (cfr. Ef 2, 4-7), para recibir el Juicio Particular. Si queremos salir triunfantes de este Juicio Particular, en el que el Demonio será el Acusador, Dios el Justo Juez y la Santísima Virgen nuestra Abogada celestial, obremos la misericordia para con nuestros prójimos -solo el que da misericordia recibe misericordia- y sobre todo pidamos en la oración la gracia de morir antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado. Solo así, por la infinita Misericordia Divina y no por nuestros méritos, nos reencontraremos con nuestros seres queridos al final de la vida terrena y, superando el Juicio Particular con María Virgen como nuestra Abogada, nos reencontraremos con nuestros seres queridos difuntos, en el Reino de los cielos, para ya nunca más separarnos.



[1] Cfr. Wikipedia, Día de los Fieles Difuntos; https://es.wikipedia.org › wiki › Día_de_los_Fieles_Difu.

[4] (cfr. 2 Co 5, 8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23.

miércoles, 1 de noviembre de 2023

Solemnidad de Todos los Santos

 



         La Santa Iglesia Católica, la Esposa Mística del Cordero de Dios, celebra en un solo día a todos los habitantes del Cielo, más específicamente, a todos los habitantes humanos del Cielo, a todos los humanos que, por haber lavado sus almas en la Sangre del Cordero, por haberlo amado hasta el fin de sus días terrenos, por haber seguido al Cordero por el Via Crucis, por el Camino Real de la Cruz, hasta el fin de sus días, fueron considerados dignos de ingresar en el Reino de Dios y de permanecer, en postración de amor y adoración ante el Cordero y la Trinidad, por toda la eternidad.

         Estos habitantes humanos que así ganaron el ingreso en el Reino de Dios y que por toda la eternidad viven en la contemplación de la gloria de la Santísima Trinidad, siendo iluminados por la Luz Eterna de la Jerusalén celestial, el Cordero de Dios, siendo acompañados en esta eterna adoración, dicha y júbilo, por la Madre de Dios y por los Ángeles de Dios que se mantuvieron fieles a la Trinidad al mando de San Miguel Arcángel, son llamados “santos” por la Iglesia Católica, porque participan de la vida, de la luz, de la gloria y de la Santidad Increada del Ser divino trinitario, por toda la eternidad, por los siglos sin fin.

         Por este motivo, los Santos son los seres más alegres, dichosos y afortunados que existen desde la Creación del mundo y lo serán así por la eternidad sin fin.

         Algo que debemos tener en cuenta es que todo bautizado en la Iglesia Católica está llamado a participar de la alegría de los Santos, por este motivo, en este día, la Iglesia no solo los recuerda, los conmemora, sino que los presenta como modelos de santidad, como modelos de vida virtuosa y santa, como modelos de seguimiento a Jesús por el Camino de la Cruz, el Único Camino que conduce al Cielo. Si bien cada santo tuvo su vida particular y personal en el tiempo en el que vivió en su vida terrena, hay sin embargo algo que los unifica, algo que todos tuvieron en común en esta vida terrena y que fue lo que los condujo al Cielo: todos los Santos se santificaron -y por eso están en el Cielo- por haber amado al Hombre-Dios Jesucristo por encima de todas las cosas y de todos los seres, sean hombres o ángeles, al punto de dar la vida por Jesucristo; todos los Santos se caracterizaron por amar a Jesucristo en su Presencia Real, Verdadera y Substancial, en la Sagrada Eucaristía, de manera que es inconcebible un Santo sin amor incondicional a la Sagrada Eucaristía; todos los Santos amaron, como a una verdadera Madre celestial, a la Virgen y Madre de Dios, María Santísima, de manera que es también inconcebible un Santo que no haya tenido por Madre a la Virgen y no la haya amado más que a su propia vida; todos los Santos tuvieron clara conciencia del valor inestimable de la gracia santificante, que se comunica por los Sacramentos y que hace partícipe al alma de la Vida de la Santísima Trinidad, de manera que es inconcebible un Santo que no haya dado su vida por la gracia; todos los Santos eran conscientes de la gravedad siniestra del pecado y sobre todo del pecado mortal, que aniquila la vida de la gracia en el alma y la separa de la Trinidad, sea temporalmente, si el alma puede confesar el pecado mortal, sea por toda la eternidad, si el alma no confiesa sus pecados mortales y por eso es inconcebible un Santo que no haya considerado al pecado como la verdadera peste mortal, la peste que quitando la vida de la gracia en el alma, la hace merecedora de un lugar en el Infierno.

         Todos estamos llamados a la santidad, todos estamos llamados a ser Santos, por eso los Santos son nuestros modelos de santidad, nuestros modelos de cómo amar la gracia y detestar el pecado, para así ingresar al Reino de los Cielos y adorar, junto con la Virgen y los Ángeles, al Cordero de Dios por toda la eternidad.

miércoles, 18 de octubre de 2023

San Isidro Labrador

 



         Vida de santidad[1].

         San Isidro Labrador nació en Madrid, capital de España y junto con su mujer, también santa, llamada Santa María de la Cabeza o Toribia, llevó una dura vida de trabajo, esencialmente agrícola, pero a pesar de este duro trabajo de labrador, nunca descuidó, ni él ni su esposa, su relación con Dios: todos los días los dos rezaban antes de comenzar y luego, al finalizar por la noche el pesado día de trabajo, rezaban también dando gracias por el día vivido en presencia de Dios. San Isidro se convirtió así en modelo ejemplar de un ejemplar trabajador honrado, a la vez que la de un piadoso agricultor cristiano. Falleció en el año 1130 d. C. y fue canonizado el 12 de marzo de 1622 por el Papa Gregorio XV.

Mensaje de santidad.

Uno de los principales mensajes de santidad que nos deja San Isidro Labrador es que se puede cumplir a la perfección el mandato divino de Dios, plasmado en el Génesis, que dice que el hombre “ganará el pan con el sudor de su frente” y esto porque San Isidro se levantaba al alba para salir a arar con sus bueyes y al mismo tiempo que trabajaba para ganar el pan con el sudor de la frente, como lo manda Dios -a esto se le opone el pecado de pereza, que consiste en no trabajar, dejándose llevar por el pecado de la pereza-, no descuidaba ni un solo día su relación de amor con su Dios. San Isidro Labrador fue un ejemplo de santidad, ya que cumplió a la perfección el lema “Ora et labora” benedictino, es decir, “Ora y trabaja”. San Isidro se santificó al cumplir el mandato divino de que el hombre debe ganar el pan con el sudor de su frente, al mismo tiempo que nunca descuidó, ni el rezo del Rosario, ni la asistencia a la Santa Misa, cuando le era posible, ya que en ese entonces las distancias eran muy largas y no se podía comulgar todos los días. Pero San Isidro Labrador, desde su lugar de trabajo, cuando llegaba la hora de la Santa Misa, el santo se arrodillaba en el momento de la consagración, es decir, cuando el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Para San Isidro, la oración era el descanso del duro trabajo y el trabajo, a su vez, se convertía en oración, al ofrecer él su trabajo a Nuestro Jesucristo. Su vida era sencilla, pero colmada con la paz y la alegría que solo Nuestro Señor Jesucristo puede conceder.  Otra característica de la vida de San Isidro es la pobreza, porque si bien trabajó honradamente toda su vida, junto a su esposa, también santa, nunca tuvieron grandes posesiones de bienes terrenos; por el contrario, la pobreza era la característica de sus vidas, pero no cualquier pobreza, sino la pobreza de la cruz, la pobreza de Jesús en la Cruz.

San Isidro no tenía campo propio, sino que cultivaba el campo de Juan de Vargas y era a él a quien, cada noche, le preguntaba adónde debía ir a trabajar, preguntándole: “Señor amo, ¿adónde hay que ir mañana?”; entonces, Juan de Vargas le señalaba el plan para el día siguiente: sembrar, podar las vides, limpiar los sembrados, vendimiar, recoger la cosecha. Y al día siguiente, al alba, Isidro uncía los bueyes y marchaba hacia las colinas onduladas de Carabanchel, hacia las llanuras de Getafe, por las orillas del Manzanares o las umbrías del Jarama. Cuando pasaba cerca de la Almudena o frente a la ermita de Atocha, se detenía a rezar un Padrenuestro o un Avemaría y luego continuaba su camino al trabajo. Una vez sucedió un episodio que explica la razón por la que a San Isidro se lo representa con bueyes y también con un ángel. Unos compañeros suyos, que le tenían envidia por lo bien que trabajaba y por el aprecio que don Juan Vargas le tenía, le fueron a decir, falsamente, que San Isidro abandonaba su trabajo para ir a Misa. Y es verdad que, cuando había Misa, San Isidro Labrador iba a Misa, por lo que Juan Vargas decidió ir a ver qué pasaba con sus propios ojos y lo que vio lo sorprendió: San Isidro no estaba en su lugar de trabajo, porque había ido a la Santa Misa, pero Juan Vargas vio que los bueyes que debía conducir San Isidro eran conducidos por un ángel, el ángel custodio de San Isidro, de manera tal que cuando San Isidro regresaba de la Santa Misa, su trabajo estaba ya hecho, por su Ángel de la Guarda. Así el cielo demostraba cómo Dios no descuida a sus hijos que le demuestran un amor de predilección.

Su mujer, Toribia, era también una santa y le llaman Santa María de la Cabeza porque los agricultores sacan en procesión la reliquia de su cabeza. También obró un milagro con su propio hijo, el cual, siendo pequeño, cayó en un pozo y se ahogó, falleciendo en el momento, pero San Isidro oró a Dios pidiéndole que, si era su voluntad, le devolviera la vida a su hijo, lo cual ocurrió.

Amor al trabajo, amor a su esposa y a su hijo, amor a Dios en la Eucaristía, amor a la oración, son los mensajes de santidad que nos deja San Isidro Labrador.

 

lunes, 16 de octubre de 2023

San Lucas Evangelista

 



         Vida de santidad[1].

         San Lucas es el autor del tercer Evangelio y también de los Hechos de los Apóstoles, en el que se narran los orígenes de la vida de la Iglesia hasta la primera prisión de Pablo en Roma. Se cree que posiblemente escribió entre los años 70 y 80 d. C., período que coincide con los dos años en los que San Pablo estuvo preso en Cesarea (Hch 20, 21). Se destaca como evangelista y como historiador y su conversión se piensa que se produjo alrededor del año 40. Conoció a Pablo en Antioquía y si bien ninguno de los dos conoció a Jesús durante su vida en la tierra, guiado por el Espíritu Santo, Lucas escribió cuidadosamente todo lo que escuchó de los testigos oculares -Lucas nos advierte que hizo muchas investigaciones y que buscó informaciones respecto de la vida de Jesús investigando a quienes fueron testigos de los hechos de Jesús- y a partir de allí, narra la infancia de Jesús y además es el que trata con más frecuencia sobre la Virgen María y esto porque tal vez fue la Virgen misma le instruyó en Éfeso.

Lucas se caracteriza porque en su Evangelio escribe para el mundo gentil, es decir, para quienes no pertenecen al Pueblo Elegido, por lo cual se destaca el aspecto universal de la Redención de Jesucristo, significando que esta no se limita solo a una raza determinada, sino a toda la humanidad, comenzando la predicación de la salvación a todas las naciones, comenzando por Jerusalén (cfr. Lc 24, 46-47). San Lucas es consciente de los peligrosos desvíos que para la verdadera fe supone la legalidad y la casuística judía, así como las herejías y la frivolidad pagana que surgen entre quienes se dejan guiar por sus razonamientos humanos. Además de la Redención universal, su Evangelio muestra una atención especial hacia los pobres, los pecadores arrepentidos y hacia la oración. Un escrito del siglo II, el Prólogo antimarcionista del Evangelio de Lucas, sintetiza el perfil biográfico del modo siguiente: “Lucas, un sirio de Antioquía, de profesión médico, discípulo de los apóstoles, más tarde siguió a San Pablo hasta su confesión (martirio). Sirvió incondicionalmente al Señor, no se casó ni tuvo hijos. Murió a la edad de 84 años en Beocia, lleno de Espíritu Santo”[2]. Recientes estudios concuerdan con esta versión.

         Mensaje de santidad.

         La profesión médica nos hace suponer que poseía una cultura superior a la media en su tiempo, habiendo dedicado mucho tiempo al estudio y esta formación cultural se nota también por el estilo de sus libros: su Evangelio está escrito en un griego sencillo, limpio y bello, rico en términos que los otros tres evangelistas no tienen, lo cual es signo precisamente de un estado cultural diverso al de los otros evangelistas. Sin embargo, al igual que sucede con los otros evangelistas, en San Lucas existe una luz intelectual que no proviene de la propia razón humana, sino del Espíritu Santo y esto no puede ser de otra manera porque San Lucas no describe a un profeta más entre tantos ni a un hombre santo, ni siquiera el más santo entre los santos: describe a Dios Tres veces Santo, encarnado en la Persona Segunda de la Trinidad, la cual une a Sí a la humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Es verdad que, según los análisis estilísticos e historiográficos San Lucas es el que mejor retrata, de entre los evangelistas, la humana fisonomía del Redentor, como por ejemplo su mansedumbre, sus atenciones para con los pobres y los marginados, las mujeres y los pecadores arrepentidos, pero esta descripción de la humanidad de Jesús de Nazareth no oculta la divinidad que le es propia al Hombre-Dios, divinidad que se trasluce en el Evangelio de Lucas. Se puede decir también que San Lucas es el biógrafo de la Virgen y de la infancia de Jesús, él es el que es nombrado como “el evangelista de la Navidad”, describiendo con suma sencillez, pero a la vez insondable profundidad, el misterio del Nacimiento virginal del Niño Dios. Un elemento a tener en cuenta es que, si bien San Lucas puede considerarse como un hombre conciliador, dueño de sí mismo, que suaviza o calla expresiones que hubieran podido herir a algún lector, en ningún momento este rasgo conciliador de su personalidad, atenta contra la verdad histórica de los hechos relativos al Hombre-Dios Jesucristo y a su Madre, la Virgen, por él retratados.

Por último, al revelarnos los secretos íntimos de la Anunciación, de la Visitación, de la Navidad, San Lucas nos da a entender que conoció personalmente a la Virgen, un privilegio concedido a muy pocos y por lo que algún exégeta avanza la hipótesis de que fue la Virgen María misma, en persona, quien le transcribió el himno del “Magnificat”, que Ella, la Madre de Dios, elevó al Señor inspirada por el Espíritu Santo, al encontrarse con su prima Isabel. Al recordarlo en su día, le pidamos a San Lucas que interceda por nosotros para que nunca caigamos en el error de interpretar su Evangelio con la pobre y débil luz de nuestra razón, sino que recurramos siempre al Espíritu Santo, para que sea el Santo Espíritu de Dios quien nos revele todo lo que escribió San Lucas Evangelista.

San Ignacio de Antioquía

 



         Vida de santidad[1].

         San Ignacio de Antioquía fue obispo y mártir, discípulo del apóstol San Juan y segundo sucesor de San Pedro en la sede de Antioquía; en el período de gobierno del emperador Trajano fue condenado al suplicio de las fieras y trasladado a Roma, donde consumó su martirio glorioso dando testimonio de Cristo. Durante el viaje hacia Roma, en donde sabía que sería arrojado vivo a las fieras salvajes, lejos de pedir que intercedieran por él ante las autoridades, les pedía que no lo hicieran, puesto que quería entregar su vida terrena por Cristo para así ganar el Reino de los cielos. En sus cartas a las diversas Iglesias, exhortaba a los cristianos a servir a Dios unidos con el propio obispo, y a ser fieles a las enseñanzas recibidas, a mantenerse firmes frente a los que pretendían socavarlas, así como a vivir la caridad y unidad entre todos. Fue arrojado a las fieras en el circo romano en el año107 d. C.

         Mensaje de santidad.

         Su mensaje de santidad, además del dar la vida martirialmente por Cristo, podemos tomarla de algunos de sus escritos hacia las diversas iglesias, que fueron dejados, como ya dijimos, a las diversas iglesias.

         En uno de sus escritos dice así: “Soy trigo de Cristo y quiero ser molido por los dientes de las fieras para convertirme en pan sabroso a mi Señor Jesucristo”. San Ignacio, sin tener en consideración su dignidad de obispo, dignidad que, al menos desde el punto de vista humano, podría ser un dato a favor en cuanto a su posibilidad de evitar su muerte, San Ignacio se considera como “trigo de Cristo” que debe ser convertido en “pan sabroso para su Jesucristo” y que esta conversión de “trigo” en “pan”, solo puede ser llevado a cabo por medio de los afilados dientes de leones, tigres y panteras, los animales salvajes que los romanos solían arrojar al circo romano para que destrozaran a los cristianos.

         Continúa así San Ignacio: “Animad a las bestias para que sean mi sepulcro, para que no dejen nada de mi cuerpo, para que cuando esté muerto, no sea gravoso a nadie […]”. Es decir, San Ignacio quiere positivamente que las bestias salvajes consuman su cuerpo, sin dejar rastros de él, de manera que ni siquiera tengan sus discípulos el trabajo que tener que sepultar el cuerpo. Quiere que su cuerpo sea consumido totalmente por las bestias salvajes.

Luego dice: “Si no quieren atacarme, yo las obligaré. Os pido perdón. Sé lo que me conviene. Ahora comienzo a ser discípulo. Que ninguna cosa visible o invisible me impida llegar a Jesucristo […]”. Si las bestias salvajes no hacen nada por destrozarlo con sus dientes, él mismo se encargará de incitarlos para que lo ataquen, ya que solo así, el dar su vida por Cristo, “comenzará a ser su discípulo”, puesto que ser discípulo de Cristo implica subir a la cruz y morir en cruz con Él y esto solo sucederá si los animales salvajes comienzan a destrozar su cuerpo.

Continúa: “Poneos de mi lado y del lado de Dios. No llevéis en vuestros labios el nombre de Jesucristo y deseos mundanos en el corazón. Aun cuando yo mismo, ya entre vosotros os implorara vuestra ayuda, no me escuchéis, sino creed lo que os digo por carta. Os escribo lleno de vida, pero con anhelos de morir. Les pide a sus discípulos que sean coherentes, en el sentido de que no lleven en los labios el nombre de Jesucristo, llamándose “cristianos”, mientras que obran según los deseos mundanos, lo cual sería impedir su muerte, si sus discípulos, llevados por el apego a la vida terrena, intercedieran ante las autoridades para que liberaran y dejaran vivo a San Ignacio. También les dice que, si incluso él mismo, al estar siendo atacado por las fieras, les pidiera que lo liberen, no le hicieran caso, puesto que escribe la carta con plena conciencia.

En otras palabras, San Ignacio de Antioquia, iluminado por la gracia santificante, sabía con toda la claridad que la verdadera vida era la vida eterna, la vida que comienza luego de la muerte en la vida terrena, puesto que, muriendo por Cristo, dando su vida por Cristo, sería considerado digno de ingresar al Reino de los cielos, para contemplar cara a cara al Cordero de Dios, Cristo Jesús. Al recordarlo en su día, le pidamos que interceda por nosotros para que, cuando nos sintamos demasiado apegados a esta vida terrena, nos ayude para que Cristo nos recuerde que Él nos espera en la vida eterna, en el Reino de los cielos y que esta vida es solo la prueba para ganarnos la Vida Eterna, la Vida Eterna en la que el Divino Amor del Cordero de Dios colmará nuestras almas para siempre.

jueves, 12 de octubre de 2023

Beato Carlo Acutis

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en Londres, el 3 de mayo de 1991 y falleció en Monza, Italia, el 12 de octubre de 2006. Era un estudiante italiano y un aficionado programador de informática, conocido por documentar milagros eucarísticos y apariciones marianas aprobadas en todo el mundo, y catalogar toda esa información en un sitio web que creó antes de su muerte por leucemia. Fue beatificado por la Iglesia católica en AsísItalia, el 10 de octubre de 2020 por un milagro atribuido a su intercesión[2]. Desde temprana edad, tuvo una devoción por la Eucaristía y por la Virgen María, a quien luego definió como “la única mujer de mi vida”. ​ Se interesó por la historia de las apariciones de Nuestra Señora de Lourdes y de Nuestra Señora de Fátima, también estudió la vida de los santos, entre ellos Luis Gonzaga y Tarsicio, pero en particular se interesó por Francisco de AsísAntonio de PaduaDomingo SavioMaría Magdalena de Pazzi y los tres pastores de la Virgen de FátimaFrancisco MartoJacinta Marto y Lucía dos Santos. Su madre afirma que ella tuvo que tomar clases de teología para poder responder a las cuestiones que Carlo le planteaba[3].

A los siete años Carlo manifestó su deseo de recibir la comunión a la que llamó “mi autopista hacia el Cielo”. ​ Para no ceder a lo que creían que era un capricho, sus padres consultaron a monseñor Pasquale Macchi, ex secretario del papa Pablo VI. Tras constatar la madurez del niño, el prelado lo autorizó a realizar su primera comunión. La ceremonia tuvo lugar en el Monasterio Ambrosiano de Perego el 16 de junio de 1998. Desde entonces y hasta su muerte, Carlo asistió todos los días a misa. En una ocasión dijo: “Si nos acercamos a la Eucaristía todos los días, vamos directos al Paraíso”. Rezó el rosario todos los días, se confesaba una vez por semana y participaba en el catecismo para los niños de su parroquia. También dedicaba su tiempo libre a visitar a los ancianos y ahorraba dinero para dárselo a los más necesitados, ayudaba a las personas sin hogar, fue voluntario en los comedores populares y ayudó como catequista y ​ a menudo decía: “La tristeza es mirarte a ti mismo. La felicidad es mirar a Dios”.

         Mensaje de santidad.

         El Beato Carlo Acutis es un gran ejemplo para los jóvenes. Solía decir a sus amigos que para ellos también había “un propósito especial de Dios desde la Eternidad”. Y que ellos también pueden hacer mucho más de lo que él hizo, “pueden ser Santos, lo importante es quererlo”, les decía”. Sorprendentemente, esto mismo es lo que afirma Santo Tomás de Aquino y es lo que le respondió a su hermana cuando le preguntó qué había que hacer para ser santos; el santo le dijo: “Querer ser santos”, por supuesto que con la ayuda indispensable de la gracia.

Dentro del mensaje de santidad que nos deja el Beato Carlo Acutis, es su gran amor por la Eucaristía, a la cual llamaba “mi autopista al Cielo”. Debido a que Carlo era un gran apasionado por la informática, decidió utilizar a este instrumento para evangelizar a través de Internet y es así que se dedicó a estudiar los milagros eucarísticos ocurridos a lo largo del mundo en los dos mil años de historia de la Iglesia -este trabajo de investigación de los milagros eucarísticos comenzó cuando tenía solo once años- y los recopiló en un sitio de la red al que le puso el nombre de “miracolieucaristici.org”, que traducido significa “milagroseucarísticos.org”. De esta manera, Carlo Acutis nos enseña cómo un instrumento como la red, en la que hay cosas buenas y malas y que puede ser usada tanto para el bien como para el mal, él usó internet pura y exclusivamente para el bien, para hacer apostolado y para evangelizar a través de Internet. Su madre afirma que la asombraba ver cómo un niño tan pequeño, “en vez de jugar videojuegos o con amigos, pasaba horas y horas delante de la computadora, investigando todo lo relacionado con los milagros de la Eucaristía. Además, les pidió a sus padres el poder viajar por toda Italia y también por parte de Europa, pero no para diversión, sino para continuar investigando el material acerca de los milagros eucarísticos. Carlo Acutis llamaba a lo que podríamos decir: “conversión eucarística”. Decía así: “La tristeza es dirigir la mirada hacia uno mismo, la felicidad es dirigir la mirada hacia Dios. La conversión no es otra cosa que desviar la mirada desde abajo hacia lo alto. Basta un simple movimiento de ojos”. Puesto que para nosotros los católicos Dios está en la Eucaristía, lo que debemos hacer, según Carlo, es elevar la vista y contemplar la Sagrada Eucaristía.

         Como todo joven, Carlo tenía luchas interiores. Por ejemplo, según su madre, le gustaban mucho los postres, como los helados y un dulce típico italiano llamado “Nutella”: como consecuencia de comer tanto, aumentó mucho su peso corporal y a partir de entonces, se dio cuenta de que debía ser más moderado y tener más templanza en el comer, para no caer en el pecado de la gula por un lado y para mantener una buena salud corporal, por otro lado. A pesar de que había una señora encargada de la limpieza del hogar, Carlo se esforzaba por mantener su cuarto ordenado y limpio. En la revista “Huellas” se narra una conversión al catolicismo, por parte de uno de los empleados del hogar, llamado Rajesh y que antes de conocer a Carlo era hindú y por medio de Carlo se convirtió, pidió bautizarse y luego recibir la Sagrada Eucaristía. Rajesh dice así: “Carlo me decía que sería más feliz si me acercaba a Jesús. Pedí el Bautismo cristiano porque él me contagió y cautivó con su profunda fe, su caridad y su pureza. Siempre le consideré como alguien fuera de lo normal, porque un chico tan joven, tan guapo y tan rico normalmente prefiere llevar una vida distinta”.

         Carlo también practicaba obras de misericordia corporales, como por ejemplo, lo que sucedió con un mendigo al que él veía todos los días al ir a Misa: con sus ahorros personales, le compró una hermosa bolsa de dormir, de manera que el mendigo ya no tenía que dormir más a la intemperie.

         Sobre el tema de la castidad, la madre cuenta como Carlo “tenía muchas chicas que estaban enamoradas de él: era un joven guapo, rico y con éxito. No le hubiese sido difícil tener muchas novias si hubiese querido”. Pero era consciente de la “gran dignidad de cada ser humano y de que cada persona refleja la luz de Dios”. Estaba verdaderamente convencido de que “el cuerpo es templo del Espíritu Santo”. En esa línea tenía claro, reflexiona Antonia, “que la sexualidad era algo muy especial y que tenía que ser para el propósito que Dios la había creado”. Así que solía hablar con sus compañeros de clase y los animaba a la castidad. Le dolía mucho ver cómo los jóvenes usaban la pornografía para su propio placer, lo que era una falta de caridad y de alguna manera, “era traicionar el proyecto que Dios tenía para ellos”. Su madre explica que Carlo se confesaba con frecuencia, ya que “igual que para viajar en globo hay que descargar peso, también el alma para elevarse al Cielo necesita quitarse de encima esos pequeños pesos que son los pecados veniales”[4].

         La inesperada enfermedad, un cáncer muy agresivo, comenzó a manifestarse por aquellos días, terminando con la vida de Carlo en muy poco tiempo. En el verano de 2006 Carlo le pregunta a su madre: “¿Crees que debo ser sacerdote?” Ella le responde: “Lo irás viendo tú solo, Dios te lo irá revelando”. Fue en esa época en que comenzó a sentirse mal; primero pensaban que era un estado gripal, pero los análisis demostraron que era una leucemia muy agresiva, de tipo M3. Al entrar en el hospital, le dijo a su madre: “De aquí ya no salgo”. Diría a sus padres: “Ofrezco al Señor los sufrimientos que tendré que padecer por el Papa y por la Iglesia, para no tener que estar en el Purgatorio y poder ir directo al cielo”. Pidió la Unción de los Enfermos y murió el 12 de octubre. En el funeral no solo acudieron la familia, los amigos, los compañeros de curso, como suele suceder, sino que acudieron numerosas personas que la familia no había visto en la vida y es que Carlo, a escondidas, había ayudado a un innumerable número de almas, como inmigrantes y personas sin techo en la calle, con quienes compartía su comida. En el funeral había muchísimas personas sin recursos, quienes dieron testimonio de cómo Carlo los había ayudado.

         Amor a la Eucaristía, que es Cristo Dios oculto en apariencia de pan; amor a la Virgen, que es la Madre de Dios; amor a la Iglesia, haciendo apostolado a través de internet para que se conocieran los milagros eucarísticos; amor al prójimo por amor a Dios; la mirada del alma puesta en el Rey de reyes y Señor de señores, que es Cristo Jesús en la Eucaristía; deseo de la vida eterna para estar para siempre unido al Sagrado Corazón de Jesús, esos son los mensajes de santidad que nos deja Carlo Acutis, especialmente a niños y jóvenes de nuestro tiempo.