Vida de santidad[1].
San Isidro Labrador nació en Madrid, capital de España y junto
con su mujer, también santa, llamada Santa María de la Cabeza o Toribia, llevó
una dura vida de trabajo, esencialmente agrícola, pero a pesar de este duro
trabajo de labrador, nunca descuidó, ni él ni su esposa, su relación con Dios:
todos los días los dos rezaban antes de comenzar y luego, al finalizar por la noche
el pesado día de trabajo, rezaban también dando gracias por el día vivido en
presencia de Dios. San Isidro se convirtió así en modelo ejemplar de un ejemplar
trabajador honrado, a la vez que la de un piadoso agricultor cristiano. Falleció
en el año 1130 d. C. y fue canonizado el 12 de marzo de 1622 por el Papa
Gregorio XV.
Mensaje
de santidad.
Uno
de los principales mensajes de santidad que nos deja San Isidro Labrador es que
se puede cumplir a la perfección el mandato divino de Dios, plasmado en el
Génesis, que dice que el hombre “ganará el pan con el sudor de su frente” y
esto porque San Isidro se levantaba al alba para salir a arar con sus bueyes y
al mismo tiempo que trabajaba para ganar el pan con el sudor de la frente, como
lo manda Dios -a esto se le opone el pecado de pereza, que consiste en no
trabajar, dejándose llevar por el pecado de la pereza-, no descuidaba ni un
solo día su relación de amor con su Dios. San Isidro Labrador fue un ejemplo de
santidad, ya que cumplió a la perfección el lema “Ora et labora” benedictino,
es decir, “Ora y trabaja”. San Isidro se santificó al cumplir el mandato divino
de que el hombre debe ganar el pan con el sudor de su frente, al mismo tiempo
que nunca descuidó, ni el rezo del Rosario, ni la asistencia a la Santa Misa,
cuando le era posible, ya que en ese entonces las distancias eran muy largas y
no se podía comulgar todos los días. Pero San Isidro Labrador, desde su lugar
de trabajo, cuando llegaba la hora de la Santa Misa, el santo se arrodillaba en
el momento de la consagración, es decir, cuando el pan y el vino se convierten
en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Para San Isidro, la
oración era el descanso del duro trabajo y el trabajo, a su vez, se convertía
en oración, al ofrecer él su trabajo a Nuestro Jesucristo. Su vida era sencilla,
pero colmada con la paz y la alegría que solo Nuestro Señor Jesucristo puede
conceder. Otra característica de la vida
de San Isidro es la pobreza, porque si bien trabajó honradamente toda su vida, junto
a su esposa, también santa, nunca tuvieron grandes posesiones de bienes
terrenos; por el contrario, la pobreza era la característica de sus vidas, pero
no cualquier pobreza, sino la pobreza de la cruz, la pobreza de Jesús en la
Cruz.
San
Isidro no tenía campo propio, sino que cultivaba el campo de Juan de Vargas y
era a él a quien, cada noche, le preguntaba adónde debía ir a trabajar,
preguntándole: “Señor amo, ¿adónde hay que ir mañana?”; entonces, Juan de
Vargas le señalaba el plan para el día siguiente: sembrar, podar las vides,
limpiar los sembrados, vendimiar, recoger la cosecha. Y al día siguiente, al
alba, Isidro uncía los bueyes y marchaba hacia las colinas onduladas de
Carabanchel, hacia las llanuras de Getafe, por las orillas del Manzanares o las
umbrías del Jarama. Cuando pasaba cerca de la Almudena o frente a la ermita de
Atocha, se detenía a rezar un Padrenuestro o un Avemaría y luego continuaba su
camino al trabajo. Una vez sucedió un episodio que explica la razón por la que
a San Isidro se lo representa con bueyes y también con un ángel. Unos
compañeros suyos, que le tenían envidia por lo bien que trabajaba y por el aprecio
que don Juan Vargas le tenía, le fueron a decir, falsamente, que San Isidro
abandonaba su trabajo para ir a Misa. Y es verdad que, cuando había Misa, San
Isidro Labrador iba a Misa, por lo que Juan Vargas decidió ir a ver qué pasaba con
sus propios ojos y lo que vio lo sorprendió: San Isidro no estaba en su lugar
de trabajo, porque había ido a la Santa Misa, pero Juan Vargas vio que los
bueyes que debía conducir San Isidro eran conducidos por un ángel, el ángel
custodio de San Isidro, de manera tal que cuando San Isidro regresaba de la
Santa Misa, su trabajo estaba ya hecho, por su Ángel de la Guarda. Así el cielo
demostraba cómo Dios no descuida a sus hijos que le demuestran un amor de
predilección.
Su
mujer, Toribia, era también una santa y le llaman Santa María de la Cabeza porque
los agricultores sacan en procesión la reliquia de su cabeza. También obró un
milagro con su propio hijo, el cual, siendo pequeño, cayó en un pozo y se
ahogó, falleciendo en el momento, pero San Isidro oró a Dios pidiéndole que, si
era su voluntad, le devolviera la vida a su hijo, lo cual ocurrió.
Amor
al trabajo, amor a su esposa y a su hijo, amor a Dios en la Eucaristía, amor a
la oración, son los mensajes de santidad que nos deja San Isidro Labrador.
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