Vida de santidad[1].
Nació en Siracusa, Sicilia (Italia), de padres nobles y
ricos y fue educada en la fe cristiana y fue ejecutada en el año 304 d. C. Su
nombre figura en el canon de la misa romana, lo que probablemente se debe al
Papa Gregorio Magno[2]. Se
le representa llevando en la mano derecha la palma de la victoria, símbolo del
martirio y en la izquierda los ojos que le fueron arrancados en su martirio por
Cristo. Perdió a su padre durante la infancia y se consagró a Dios
siendo muy joven. Sin embargo, mantuvo en secreto su voto de virginidad,
de suerte que su madre, que se llamaba Eutiquia, quería que se casara con un
joven pagano. Sin embargo, debido a que ella ya se había consagrado a Dios, le
dijo a su madre que no se casaría. Su madre aceptó la decisión de la santa, pero
el pretendiente de Lucía, indignado, la denunció ante las autoridades romanas,
puesto que en ese entonces estaba en pleno apogeo una de las primeras persecuciones
a la Iglesia y si alguien era denunciado como cristiano, era detenido de
inmediato. El pro-cónsul Pascasio, siguiendo las órdenes del emperador
Diocleciano, quien había decretado la persecución, ordenó la detención de Santa
Lucía, conduciéndola luego ante el juez, para intentar hacerla apostatar de la
fe en Cristo. El juez la amenazó todo lo que pudo para convencerla a que
apostatara de la fe cristiana. Ella le respondió: “Es inútil que
insista. Jamás podrá apartarme del amor a mi Señor Jesucristo”. El juez le
preguntó: “Y si la sometemos a torturas, ¿será capaz de resistir?”. La santa
respondió: “Sí,
porque los que creemos en Cristo y tratamos de llevar una vida pura tenemos al
Espíritu Santo que vive en nosotros y nos da fuerza, inteligencia y valor”. El
juez entonces la amenazó con llevarla a una casa de meretrices para someterla a la fuerza a la ignominia. Ella
le respondió: “El cuerpo queda contaminado solamente si el alma consiente”. Esta
respuesta de la santa, admirada por Santo Tomás de Aquino, se corresponde con un profundo principio de
moral: No hay pecado si no se consiente al mal.
El
juez entonces la sentenció a muerte, pero no pudieron llevar a cabo la
sentencia pues Dios impidió que los guardias pudiesen mover a la joven del
sitio en que se hallaba. Entonces, los guardias trataron de quemarla en la
hoguera, pero también fracasaron. En algún momento de la tortura, le
extirparon ambos globos oculares, por lo cual se la representa con la palma de
martirio en una mano y con los ojos suyos en una bandeja, en otra. Finalmente,
la decapitaron. Pero aún con la garganta cortada, la joven siguió evangelizando
a los demás cristianos, instándolos a que antepusieran los deberes con Dios a
los de las criaturas.
Mensaje
de santidad.
Santa
Lucía es un modelo y ejemplo de cómo los jóvenes pueden amar a Dios por encima
de las creaturas y con tal intensidad, que ya desde la infancia desean
consagrar su virginidad a Dios, para entregarse a Él en cuerpo y alma. Con su
consagración, Santa Lucía nos dice que la hermosura de Dios Trino es tan
inmensa, que todo lo que conocemos fuera de Dios es igual a nada.
También
es modelo y ejemplo de cómo los cristianos en general deben dar testimonio de
Cristo, sin temor a los hombres, confiando en las palabras de Jesús: “No temáis
a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Por último,
Santa Lucía es también un modelo de cómo conservar el cuerpo como templo del
Espíritu Santo, aun a costa de la vida propia, ya que es el Espíritu Santo
quien les concede a los mártires la luz de la sabiduría divina para confesar
con el martirio a Jesús como al Hombre-Dios, como así también les concede la
fortaleza para soportar todo tipo de torturas, las cuales serían imposibles de
soportar, si no estuvieran asistidos por el Espíritu Santo. Esto es además un
aliciente para nosotros, que frecuentemente, por pequeñas contrariedades, nos
vemos desanimados, sin detenernos a pensar en cómo el Espíritu Santo concede
una fortaleza divina tan grande a los mártires, que los hace capaces de
soportar torturas sobrehumanas. Es muy probable que no suframos el martirio
cruento, como los mártires, pero sí podemos, tomando ejemplo de ellos, pedir
asistencia al Espíritu Santo para que nos conceda sabiduría y fortalezas
divinas, para así poder sobrellevar las adversidades de cada día. Le pidamos
entonces a Santa Lucía que interceda para que no pidamos que nos sea retirada
la cruz, sino para que la abracemos con el amor, la sabiduría y la fortaleza
que solo el Espíritu Santo puede conceder; le pidamos también que, al igual que
ella, que seguía viendo a pesar de no tener ya los ojos, seamos capaces, con el
auxilio de la gracia divina, de cerrar los ojos a los placeres terrenos, para
abrir los ojos del alma a la feliz eternidad que espera, en el Reino de los
cielos, a quienes son fieles al Cordero de Dios, Cristo Jesús.
[1] Cfr. https://www.corazones.org/santos/lucia.htm
; Cfr. Butler, Vida de los Santos; Sálesman, Eliécer; Vidas
de Santos.
[2] Además de las
actas en versiones griegas y latinas de Santa Lucía, lo que es prueba de su
existencia, está fuera de duda que, desde antiguo, se tributaba culto a la
santa de Siracusa. En el siglo VI, se le veneraba ya también en Roma entre
las vírgenes y mártires más ilustres. En la Edad Media se invocaba a la
santa contra las enfermedades de los ojos, probablemente porque su nombre está
relacionado con la luz y además porque en el martirio, a pesar de que le fueron
extirpados ambos ojos, la santa continuaba viendo. La historicidad de
Santa Lucía terminó de comprobarse cuando se descubrió, en el año 1894, una
inscripción sepulcral con su nombre en las catacumbas de Siracusa.
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