San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 26 de noviembre de 2021

San Francisco Javier

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en el castillo de Javier (Navarra) el año 1506. Cuando estudiaba en París, se unió al grupo de san Ignacio. Fue ordenado sacerdote en Roma el año 1537, y se dedicó a obras de caridad. El año 1541 marchó al Oriente. Evangelizó incansablemente la India y el Japón durante diez años, y convirtió muchos a la fe. Murió el año 1552 en la isla de Sanchón Sancián, a las puertas de China

         Mensaje de santidad.

         Un pensamiento de San Francisco Javier, originado en la apatía de los malos cristianos, nos deja entrever parte de su mensaje de santidad[2]. Sucedió que estando San Francisco Javier cerca de su lugar de misión, debía trasladarse a una isla, en donde había una gran población a la cual evangelizar, pero no encontraba ningún barco con el cual trasladarse; entonces dijo: “Si no encuentro una barca iré nadando”. No lo desanimaban los obstáculos físicos, pero sí le causaba cierto desaliento el comprobar la indiferencia y la apatía de los cristianos ante la necesidad de evangelizar y por eso dijo: “Si en esas islas hubiera minas de oro, los cristianos se precipitarían allá. Pero no hay sino almas para salvar”. Con esta frase, nos dice mucho acerca de su santidad: por un lado, deseaba con todo su ser anunciar a la mayor cantidad de prójimos posibles, que tenían un alma para salvar, que tenían un Dios que había dado su vida en la cruz para salvarlos; que para salvarse debían adorar a ese Dios, llamado Jesucristo y que ese  Dios estaba en la cruz y además estaba en persona, glorioso, en la Eucaristía; deseaba contar a todos la gran noticia de que había un Dios para adorar y que ese Dios estaba en Persona, oculto, en la Sagrada Eucaristía. Pero también se daba cuenta que los mismos cristianos, que debían arder de amor al Cristo Eucarístico, mostraban más interés por los bienes materiales, que por dar a conocer al Dios de la Eucaristía. Al recordar al santo en su día, le pidamos que interceda para que nuestros corazones se enciendan en el amor a Jesús Eucaristía y que llevados por ese amor, proclamemos al mundo que debe adorar al Dios del sagrario, Jesús de Nazareth.

jueves, 25 de noviembre de 2021

San Andrés, Apóstol

 



         Vida de santidad[1].

         San Andrés era natural de Betsaida, hermano de Pedro y pescador como él. Fue el primero de los discípulos de Juan el Bautista a quien llamó el Señor Jesús junto al Jordán y que le siguió, trayendo consigo a su hermano. La tradición dice que, después de Pentecostés, predicó el Evangelio en la región de Acaya, en Grecia, y que fue crucificado en Patrás.

         Mensaje de santidad.

         Parte de su mensaje de santidad está en sus palabras dirigidas a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías”. Es decir, Andrés encuentra a Jesús, llevado por el Bautista y una vez que lo encuentra, va a comunicar la noticia del hallazgo del Mesías a su hermano Simón; San Andrés no se queda egoístamente con la noticia de que lo encontrado para él solo, quiere compartir la alegría de haber encontrado al Redentor, al Hombre-Dios, con todos, empezando con su prójimo. Por eso dice el Evangelio: “Y lo llevó a Jesús”. Esta actitud de Andrés, de seguir a Jesús luego de que el Bautista lo señalara como al “Cordero de Dios” y luego de estar con Jesús, para después comunicar a los demás que ha encontrado al Mesías, es el ejemplo de lo que todo cristiano debe hacer: encontrar a Jesús, estar con Él, recibir el Amor de su Sagrado Corazón y luego llevar a nuestros hermanos al encuentro con Jesús, para que ellos también lo conozcan, lo amen y lo adoren. En nuestro caso, quien nos dice que Jesús es el Cordero de Dios y está en el sagrario es la Iglesia, porque luego de la transubstanciación, el sacerdote eleva la Eucaristía y dice: “Éste es el Cordero de Dios”; luego de saber que la Eucaristía es Jesús, el Cordero de Dios, el cristiano debe acudir a adorar a Jesús en el sagrario, en donde recibirá el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Por último, el cristiano, inflamado en el Amor de Jesús Eucaristía, hará apostolado para que su prójimo inicie el camino de la conversión eucarística, el camino que lo conduce a conocer, amar y adorar al Cordero de Dios, Jesús Eucaristía. Ése es el legado de santidad que nos deja San Andrés Apóstol.

viernes, 19 de noviembre de 2021

San Expedito vence al Demonio con la fuerza de la Santa Cruz

 



         San Expedito, que era un soldado romano pagano, recibió en un momento de su vida una gracia muy especial, la gracia de conocer al Salvador y Redentor de los hombres, el Hombre-Dios Jesucristo. Sin embargo, en el mismo momento en que recibió esta gracia y antes de que San Expedito respondiera libremente al don concedido por Dios, se le apareció el Demonio, bajo la forma de un cuervo negro, para tentarlo y así convencerlo de que no se convirtiera a Jesucristo y continuara en las tinieblas del paganismo, del ocultismo, del pecado y de la ignorancia. Satanás se le aparece a San Expedito para tentarlo con una tentación exactamente opuesta a la gracia que había recibido: si San Expedito había recibido la gracia de conocer a Jesús para abandonar inmediatamente la vida de pagano y de oscuridad en la que vivía, el Demonio lo tentaba con lo opuesto, es decir, dejar de lado a Jesús y continuar en el paganismo, postergando la conversión para “mañana” y es por eso que comienza a revolotear alrededor del santo diciendo “mañana, mañana”. Como toda tentación, es engañosa y se presenta con apariencia de bien: lo que el Demonio quería era que San Expedito dijera: “Bueno, sí voy a seguir a Cristo, pero no hoy, sino mañana; voy a postergar mi conversión para mañana, mientras tanto, voy a seguir siendo pagano, voy a seguir consultando a los brujos, voy a seguir dejándome dominar por las pasiones. Total, mañana me convierto y listo”. Pero esto es engañoso, porque no estamos seguros si hemos de vivir no ya mañana, sino ni siquiera en unos minutos, por lo tanto, si San Expedito cedía a la tentación del Demonio, corría el grave de riesgo de no convertirse nunca. San Expedito se encontraba ante una encrucijada, en la que debía elegir, o la gracia de aceptar a Cristo, o dejarse seducir por la tentación que le ofrecía el Demonio.

         Pero San Expedito no se dejó seducir por el Demonio y levantando la Santa Cruz de Jesús en lo alto, dijo: “¡Hoy! ¡Hoy me convierto a Jesucristo! ¡Hoy dejo la vida de pagano, la vida de hijo de las tinieblas, para convertirme en cristiano y en hijo de Dios por la gracia! ¡Hoy dejo de cumplir los mandamientos del Demonio, para empezar a cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios! ¡Hoy y no mañana comienzo a ser adorar del Hombre-Dios Jesucristo!”. Y diciendo esto y levantando en alto la Santa Cruz de Jesús, aplastó la cabeza del Demonio que seguía bajo la forma de un cuervo e inadvertidamente se había acercado lo suficiente hasta San Expedito, como para ser alcanzado por sus pies. Lo que nos enseña San Expedito es que si nosotros enfrentamos al Demonio por nosotros mismos, seremos vencidos indefectiblemente, pero si lo enfrentamos armados con la Santa Cruz de Jesús, entonces es el Demonio el que sale derrotado completamente, porque Jesús, que es Dios, lo vence con su Sangre Preciosísima.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Santa Isabel de Hungría

 



         Vida de santidad[1].

         Hija de Andrés, rey de Hungría, nació el año 1207; siendo muy joven, fue dada en matrimonio a Luis, landgrave de Turingia, del que tuvo tres hijos. Vivía entregada a la meditación de las cosas celestiales y, después de la muerte de su esposo, abrazó la pobreza y erigió un hospital en el que ella misma servía a los enfermos. Murió en Marburgo el año 1231.

         Mensaje de santidad[2].

         El director espiritual de Santa Isabel de Hungría, el padre Conrado de Marburgo, nos deja una semblanza de la vida de la santa en una carta dirigida al Sumo Pontífice, en el año 1232, en la que afirma que Santa Isabel “reconoció y amó a Cristo en la persona de los pobres”. Desde un inicio, esta carta nos señala que el centro y el corazón del Evangelio no son los pobres, sino Cristo, el Hombre-Dios, porque Santa Isabel se santificó obrando la misericordia corporal y espiritual con los pobres, pero no por los pobres en sí mismos, que en cuanto tales no dejan de ser seres humanos, sino porque vio, espiritualmente hablando, a Nuestro Señor Jesucristo en ellos, misteriosa pero realmente presente en ellos. Esto es muy importante considerar, porque existe una tendencia que interpreta erróneamente el sentido de la Revelación de Jesucristo al desplazar el eje y el centro del Evangelio, de Jesucristo, a los pobres, convirtiendo a los pobres materiales en salvadores del mundo y a la pobreza material en una especie de estado de redención, lo cual es un error sumamente peligroso, porque ni los pobres son buenos por ser pobres, ni la pobreza es signo de salvación: el Único Redentor y Salvador de la humanidad es el Hombre-Dios Jesucristo, quien nos concede su gracia, la gracia santificante, a través de la cual nos redime, quitándonos el pecado –la verdadera pobreza espiritual- y concediéndonos la participación en la vida de la Santísima Trinidad –que es la verdadera riqueza espiritual-.

         Una vez aclarado este punto acerca de los pobres y la pobreza, los cuales tienen que ser considerados bajo una perspectiva cristiana, para no caer en el reduccionismo materialista propio del marxismo y del comunismo, consideremos el legado de santidad de Santa Isabel de Hungría, según las palabras de su director espiritual.

         Dice así el padre Conrado de Marburgo, en la carta que le escribe al Papa en el año 1232: “Pronto Isabel comenzó a destacar por sus virtudes, y, así como durante toda su vida había sido consuelo de los pobres, comenzó luego a ser plenamente remedio de los hambrientos. Mandó construir un hospital cerca de uno de sus castillos y acogió en él gran cantidad de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían en demanda de limosna les otorgaba ampliamente el beneficio su caridad, y no sólo allí, sino también en todos los lugares sujetos a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo todas las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se vio obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas las joyas y vestidos lujosos”. Aquí, su director espiritual testimonia cómo la santa vivió a la perfección el mandato de Jesús de obrar la misericordia –“Lo que habéis hecho con uno de estos pequeños, Conmigo lo habéis hecho”-, no solo construyendo hospitales, con lo cual cuidaba de los enfermos, sino también dando de comer a los hambrientos, cumpliendo así otra obra de misericordia y para ello, no dudó en vender todas sus joyas e incluso hasta sus vestidos más lujosos. Continúa luego Conrado de Marburgo: “Tenía la costumbre de visitar personalmente a todos sus enfermos, dos veces al día, por la mañana y por la tarde, curando también personalmente a los más repugnantes, a los cuales daba de comer, les hacía la cama, los cargaba sobre sí y ejercía con ellos muchos otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía con malos ojos todas estas cosas. Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes que le permitiese ir a mendigar de puerta en puerta”. Santa Isabel no se contentaba con mandar a construir albergues y hospitales, sino que ella misma en persona acudía a curar a los enfermos y sanar sus heridas y lo hacía no por filantropía, sino por amor a Cristo, a quien veía misteriosa pero realmente presente en los más necesitados.

         Dice luego así su director espiritual: “En el mismo día del Viernes santo, mientras estaban denudados los altares, puestas las manos sobre el altar de una capilla de su ciudad, en la que había establecido frailes menores, estando presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad, a todas las pompas del mundo y a todas las cosas que el Salvador, en el Evangelio, aconsejó abandonar. Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación del mundo y por la gloria mundana de aquel territorio en el que, en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo, aun en contra de mi voluntad: allí, en la ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y despreciados”. La santa renuncia voluntariamente a todos los bienes materiales, pero también a todos los honores humanos que podría recibir por sus actividades en favor de los más necesitados, porque en su corazón resonaban las palabras de las Escrituras: “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”. Continúa Conrado: “Afirmo ante Dios que raramente he visto una mujer que a una actividad tan intensa juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas vieron más de una vez cómo, al volver de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía de un modo admirable y de sus ojos salían como unos rayos de sol”. La actividad apostólica y evangelizadora de la santa tenía como fundamento una intensa vida espiritual, basada en la oración, en la contemplación y en la meditación de las verdades eternas del Evangelio y eso le concedía una sobrenatural hermosura. Luego, el Padre Conrado revela cuánto desapego tenía la santa a los bienes de esta vida y cómo deseaba desprenderse de todos ellos, para así ganar el verdadero bien, la vida eterna en el Reino de los cielos,: “Antes de su muerte, la oí en confesión, y, al preguntarle cómo había de disponer de sus bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho tiempo que pertenecía a los pobres todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de la pobre túnica que vestía y con la que quería ser sepultada. Recibió luego el cuerpo del Señor y después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas que había oído en la predicación: finalmente, habiendo encomendado a Dios con gran devoción a todos los que la asistían, expiró como quien se duerme plácidamente”. Al meditar en su vida, le pidamos a Santa Isabel de Hungría que interceda por nosotros para que seamos capaces no solo de desprendernos de los bienes materiales, sino de desear la vida eterna en el Reino de los cielos, para alegrarnos para siempre en la contemplación de la Trinidad y del Cordero, junto a la Virgen, a los ángeles y a los santos de Dios Trino.

        

 



[2] De una carta escrita al Papa por Conrado de Marburgo, director espiritual de santa Isabel; cfr. https://www.corazones.org/biblia_y_liturgia/oficio_lectura/fechas/noviembre_17.htm

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Santos Mártires Rioplatenses


 


         Los santos Roque González, Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo, sacerdotes jesuitas, alcanzaron el Cielo por haber sido asesinados por el Nombre de Cristo. Ellos habían llegado al actual Paraguay y comenzaron a predicar el Evangelio a los paganos, a los que no conocían a Cristo. Predicar el Evangelio quiere decir, en concreto, que les enseñaron a los habitantes de estas tierras que Cristo era el Verdadero y Único Dios, que está en la Eucaristía y en el Cielo, que murió en la cruz para salvarnos del Infierno y para conducirnos al Reino de Dios y que para eso debían abandonar sus ídolos paganos, porque sus ídolos paganos eran demonios y que debían comenzar a adorar al Hombre-Dios Jesucristo; la Evangelización significa que les dijeron que debían abandonar sus vidas paganas, caracterizadas por el dominio tiránico de las pasiones, lo que explica que el pagano viva según las pasiones descontroladas y no según la razón; es lo que explica que se abandonen a la ira, a la venganza, a la codicia, a la violencia, a la lujuria, a la idolatría de los fetiches paganos, al alcoholismo, a la poligamia y, en definitiva, a todo lo que contraría a la Ley de Dios.

         Por un tiempo, los santos mártires tuvieron éxito en su prédica y así lograron convertir a Jesucristo a muchos paganos que así dejaron de adorar a sus ídolos.

         Sin embargo, si a los santos los envía y acompaña Nuestro Señor Jesucristo y también la Madre de Dios, María Santísima, a los paganos y hombres malos los dominan Satanás y los ángeles caídos y es así que, guiados por estos ángeles caídos y enceguecidos por su perversidad y su odio a Dios y sus elegidos, muchos de los que no se habían querido convertir, rechazaron la Cruz y la salvación de Jesucristo porque deseaban continuar con sus vidas de paganos y con sus ídolos; fue así que estos paganos, resistiéndose a la iluminación de la Luz Eterna Jesucristo y prefiriendo las tinieblas del Príncipe de las tinieblas, Satanás, dieron muerte cruenta a los santos mártires rioplatenses.

         Aprendamos de los santos mártires, que dieron sus vidas para cumplir las palabras de Jesús: “Id y predicado el Evangelio a todas las naciones y bautizadlos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” y según nuestro estado de vida, procuremos llevar una vida santa en el seguimiento de Cristo y sus Mandamientos, que es la mejor forma de evangelizar en un mundo mucho peor que el que encontraron los santos mártires rioplatenses, porque es un mundo dominado en su casi totalidad por el Príncipe de las tinieblas, Satanás.

jueves, 4 de noviembre de 2021

San Carlos Borromeo

 



         Mensaje de santidad[1].

         San Carlos Borromeo fue obispo de Milán y luego nombrado cardenal por el papa Pío IV, se caracterizó por ser un verdadero pastor fiel, preocupado por las necesidades de la Iglesia de su tiempo, que son las necesidades de la Iglesia de todos los tiempos, la conversión de los pecadores y la salvación de las almas y para la formación del clero erigió numerosos seminarios, a fin de dar pastores según el Corazón de Cristo para las almas; además, visitó muchas veces toda su diócesis con el fin de mantener siempre vivas las tradiciones, las virtudes y la fe católica.

         Vida de santidad.

San Carlos Borromeo se caracterizó, como obispo, por visitar a toda su diócesis, a todas sus parroquias, para estar en contacto con sus sacerdotes y con los fieles laicos. Su diócesis comprendía una vasta porción de territorio, pero eso no fue un inconveniente para que el santo obispo la visitara y recorriera en toda su extensión, lo cual daba fe de celo por preservar intacta la verdadera fe católica, para que no sufriera contaminación con ideas extrañas, además de su gran amor por las almas, por su conversión y su salvación. En su escudo episcopal llevaba un lema de una sola palabra: “Humilitas”, humildad; no se trataba de un simple detalle heráldico, sino una elección precisa: atento al Evangelio, el santo obispo era consciente que la humildad era la virtud, junto a la caridad, que más distinguía la Hombre-Dios Jesucristo, al punto de ser la virtud expresamente pedida por Él en el Evangelio: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón” y como deseaba imitar a Cristo, deseaba imitarlo en aquello que más lo caracterizaba, la humildad, que nace de la caridad, del amor sobrenatural a Dios y al prójimo. Así, él, que era de cuna noble y que por herencia familiar poseía una gran riqueza, no dudaba en privarse de todos los lujos para emprender largos y fatigosos viajes, con tal de estar en contacto con los fieles laicos y así asistirlos en sus tribulaciones y confortarlos con los auxilios de la Santa Religión. Fue llamado “padre de los pobres”, y lo fue en el pleno sentido de la palabra, porque se preocupaba tanto de los pobres materiales, como de los pobres espirituales, aquellos que lo tienen todo materialmente hablando, pero que son pobres espirituales porque necesitan de la riqueza inagotable de la Palabra de Dios. Utilizó todos sus bienes en la construcción de hospitales y hospicios, para ocuparse de los pobres materiales y también para construir casas de formación para el clero, para así ocuparse de los pobres espirituales, que no tenían la riqueza de la gracia que conceden los Santos Sacramentos, sobre todo la Sagrada Eucaristía. Además, en una época caracterizada por el surgimiento de doctrinas extrañas que contradecían y negaban las verdades fundamentales de la Santa Fe Católica, San Carlos Borromeo se comprometió en llevar adelante las reformas sugeridas por el gran Concilio de Trento, Concilio que no solo fue un dique de contención para las grandes herejías modernistas que pretendían destruir la esencia de la Fe Católica, sino del que además fue uno de los principales interventores y redactores. Este Concilio serviría, hasta el día de hoy, para no solo frenar las numerosas herejías de todos los tiempos, sino para reavivar la verdadera Fe Católica en el pueblo fiel. El santo obispo se preocupaba por la formación humana, académica y espiritual del clero y de los religiosos, porque sabía que si los sacerdotes eran santos, el pueblo también sería santo, devoto, fiel y amante de Jesús Eucaristía y de la Virgen, Madre de Dios, y por eso llevó adelante numerosas reformas dirigidas en este sentido, aunque esto le acarreó numerosos enemigos, incluso dentro del clero, llegando a ser blanco de un atentado contra su vida mientras rezaba en la capilla, saliendo ileso del mismo y perdonando cristianamente a quienes lo habían agredido. En el año 1756 se desencadenó una gran epidemia en su diócesis, pero esto no detuvo su ánimo misional, por lo que a pesar de la pandemia, siguió visitando su diócesis como lo hacía desde que había asumido el cargo de obispo. Murió el 3 de noviembre de 1584 y fue canonizado en 1610 por el Papa Pablo V.

martes, 2 de noviembre de 2021

El ejemplo que nos brinda San Expedito

 



         Un ejemplo de santidad que nos da San Expedito es en su enfrentamiento y lucha contra el mal, mal que no es una entidad difusa y abstracta, sino una persona angélica, que en cuanto persona tiene inteligencia y voluntad, el Demonio, el Ángel caído.  El ejemplo de San Expedito consiste en lo siguiente: el momento de su vida en el que recibe la gracia de la conversión, es el momento en el que también debe enfrentarse al mal que, como decíamos, no es un concepto abstracto sino que, según la fe católica, es una persona, un ser angélico, el Príncipe de las tinieblas, Satanás. Es decir, es un ser real, un ángel de la oscuridad, que habita en el Infierno y también en el corazón de los que obran el mal y se consagran a él –así como hay cristianos que se consagran a los Sagrados Corazones de Jesús y María, así hay blasfemos que se “consagran” al Demonio-. En el caso de San Expedito, el  Demonio se le presenta como un cuervo negro y trata de tentarlo con un pecado opuesto a la gracia que el santo había recibido: a la gracia de la conversión inmediata, el Demonio lo tienta con el pecado de la pereza espiritual o acedia, por medio del cual habría de posponer la conversión para otro día, para “mañana”.   San Expedito enfrenta al mal y lo vence, pero no con sus propias fuerzas, sino con la fuerza divina que emana de la Santa Cruz de Jesús, a la cual el santo poseía entre sus manos: ante la tentación, el santo eleva la Santa Cruz de Jesús y aceptando de corazón a Jesús como Rey, proclama en voz alta que elige a Jesús y su gracia hoy y no “mañana”, como le proponía el Demonio. Es este entonces el ejemplo de santidad que nos deja San Expedito.

         Hoy el mal –el mal personificado, el Demonio- nos acecha bajo diversas formas: a través de ideologías anticristianas –como la ideología de género o la ideología LGBT-; a través del materialismo y también a través de religiones falsas y de sectas ocultistas y satanistas. Muchas veces el cristiano se deja tentar por el Demonio y ante el surgimiento de una prueba o de una tribulación, acude a pedir ayuda a quien no debe, a los servidores, esclavos y adoradores de Satanás, esto es, los brujos, los curanderos, los chamanes, con lo cual, además de ofender gravemente a Dios, agravan el problema ya existente. Sigamos el ejemplo de santidad que nos brinda San Expedito y, con la ayuda de la Virgen, alcemos en alto la Santa Cruz de Jesús y proclamemos a Jesús como al Rey de nuestros corazones y así podremos estar en paz y superar, con la gracia de Dios, cualquier prueba y tribulación.