Vida de
santidad[1].
San
Ignacio de Antioquía fue obispo y mártir, discípulo del apóstol San Juan y
segundo sucesor de San Pedro en la sede de Antioquía; en el período de gobierno
del emperador Trajano fue condenado al suplicio de las fieras y trasladado a
Roma, donde consumó su martirio glorioso dando testimonio de Cristo. Durante el
viaje hacia Roma, en donde sabía que sería arrojado vivo a las fieras salvajes,
lejos de pedir que intercedieran por él ante las autoridades, les pedía que no
lo hicieran, puesto que quería entregar su vida terrena por Cristo para así
ganar el Reino de los cielos. En sus cartas a las diversas Iglesias, exhortaba
a los cristianos a servir a Dios unidos con el propio obispo, y a ser fieles a
las enseñanzas recibidas, a mantenerse firmes frente a los que pretendían
socavarlas, así como a vivir la caridad y unidad entre todos. Fue arrojado
a las fieras en el circo romano en el año107 d. C.
Mensaje de santidad.
Su mensaje de santidad,
además del dar la vida martirialmente por Cristo, podemos tomarla de algunos de
sus escritos hacia las diversas iglesias, que fueron dejados, como ya dijimos,
a las diversas iglesias.
En uno de sus escritos dice
así: “Soy
trigo de Cristo y quiero ser molido por los dientes de las fieras para
convertirme en pan sabroso a mi Señor Jesucristo”. San Ignacio, sin tener en consideración
su dignidad de obispo, dignidad que, al menos desde el punto de vista humano,
podría ser un dato a favor en cuanto a su posibilidad de evitar su muerte, San
Ignacio se considera como “trigo de Cristo” que debe ser convertido en “pan
sabroso para su Jesucristo” y que esta conversión de “trigo” en “pan”, solo
puede ser llevado a cabo por medio de los afilados dientes de leones, tigres y
panteras, los animales salvajes que los romanos solían arrojar al circo romano
para que destrozaran a los cristianos.
Continúa así San Ignacio: “Animad a las bestias para que
sean mi sepulcro, para que no dejen nada de mi cuerpo, para que cuando esté
muerto, no sea gravoso a nadie […]”. Es decir, San Ignacio quiere positivamente
que las bestias salvajes consuman su cuerpo, sin dejar rastros de él, de manera
que ni siquiera tengan sus discípulos el trabajo que tener que sepultar el
cuerpo. Quiere que su cuerpo sea consumido totalmente por las bestias salvajes.
Luego
dice: “Si no quieren atacarme, yo las obligaré. Os pido perdón. Sé lo que me
conviene. Ahora comienzo a ser discípulo. Que ninguna cosa visible o invisible
me impida llegar a Jesucristo […]”. Si las bestias salvajes no hacen nada por
destrozarlo con sus dientes, él mismo se encargará de incitarlos para que lo ataquen,
ya que solo así, el dar su vida por Cristo, “comenzará a ser su discípulo”,
puesto que ser discípulo de Cristo implica subir a la cruz y morir en cruz con Él
y esto solo sucederá si los animales salvajes comienzan a destrozar su cuerpo.
Continúa:
“Poneos de mi lado y del lado de Dios. No llevéis en vuestros labios el nombre
de Jesucristo y deseos mundanos en el corazón. Aun cuando yo mismo, ya entre
vosotros os implorara vuestra ayuda, no me escuchéis, sino creed lo que os digo
por carta. Os escribo lleno de vida, pero con anhelos de morir. Les pide a sus
discípulos que sean coherentes, en el sentido de que no lleven en los labios el
nombre de Jesucristo, llamándose “cristianos”, mientras que obran según los
deseos mundanos, lo cual sería impedir su muerte, si sus discípulos, llevados
por el apego a la vida terrena, intercedieran ante las autoridades para que
liberaran y dejaran vivo a San Ignacio. También les dice que, si incluso él
mismo, al estar siendo atacado por las fieras, les pidiera que lo liberen, no le
hicieran caso, puesto que escribe la carta con plena conciencia.
En
otras palabras, San Ignacio de Antioquia, iluminado por la gracia santificante,
sabía con toda la claridad que la verdadera vida era la vida eterna, la vida
que comienza luego de la muerte en la vida terrena, puesto que, muriendo por
Cristo, dando su vida por Cristo, sería considerado digno de ingresar al Reino
de los cielos, para contemplar cara a cara al Cordero de Dios, Cristo Jesús. Al
recordarlo en su día, le pidamos que interceda por nosotros para que, cuando
nos sintamos demasiado apegados a esta vida terrena, nos ayude para que Cristo
nos recuerde que Él nos espera en la vida eterna, en el Reino de los cielos y
que esta vida es solo la prueba para ganarnos la Vida Eterna, la Vida Eterna en
la que el Divino Amor del Cordero de Dios colmará nuestras almas para siempre.
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