San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 27 de abril de 2023

San Luis María Grignon de Montfort

 



         Vida de santidad[1].

          Nació en Montfort, Francia, en 1673. Era el mayor de una familia de ocho hijos. Desde muy joven fue un gran devoto de la Santísima Virgen. A los doce años ya pasaba largos ratos arrodillado ante la estatua de la Madre de Dios. Antes de ir al colegio por la mañana y al salir de clase por la tarde, iba a arrodillarse ante la imagen de Nuestra Señora y allí se quedaba como extasiado. El papá de Luis María era sumamente colérico, un hombre muy violento y cuando su padre estallaba en arrebatos de mal humor, el santo se refugiaba en sitios solitarios y allí rezaba a la Virgen amable, a la Madre del Señor; este recurso a la Virgen lo hará durante toda su vida. En sus 43 años de vida, cuando sea incomprendido, perseguido, insultado con el mayor desprecio, encontrará siempre la paz orando a la Reina Celestial, confiando en su auxilio poderoso y desahogando en su corazón de Madre, las penas que invaden su corazón de hijo. Con grandes sacrificios logró estudiar en el seminario de San Suplicio en París, sobresaliendo como un seminarista totalmente mariano; entre otras delicadezas para con la Madre del cielo, se encargaba de mantener el altar de la Virgen siempre adornado de flores. Siendo ya sacerdote, San Luis María Grignon de Montfort será un gran misionero y peregrino. Celebró su primera Misa en un altar de la Virgen y durante muchos años la Catedral de Nuestra Señora de París fue su templo preferido y su refugio.

A pie y de limosna se fue hasta Roma, pidiendo a Dios la eficacia de la palabra, y la obtuvo de tal manera que al oír sus sermones se convertían hasta los más endurecidos pecadores. El Papa Clemente XI lo recibió muy amablemente y le concedió el título de “Misionero Apostólico”, con permiso de predicar por todas partes. Montfort dedicó todas sus grandes cualidades de predicador y de conductor de multitudes a predicar misiones para convertir pecadores. 

San Luis de Montfort fundó dos Comunidades religiosas: los Padres Montfortianos (a cuya comunidad le puso por nombre “Compañía de María”) y las Hermanas de la Sabiduría. Murió San Luis el 28 de abril de 1716, a la edad de 43 años, agotado de tanto trabajar y predicar.

         Mensaje de santidad.

Un mensaje de santidad que nos deja San Luis María es el hecho de permanecer siempre fieles a la Verdad de la Iglesia Católica y de hacer frente a los herejes, es decir, a los que quieren cambiar los dogmas en los que se basa la Santa Fe Católica. Concretamente, en tiempos de San Luis María, estaba extendida una herejía llamada “jansenismo”; según decían los herejes jansenistas, no había que recibir casi nunca los sacramentos porque no somos dignos de recibirlos, con lo cual lograban enfriar la fe y la devoción. Sin embargo, si bien es verdad que somos indignos de recibir cualquier don venido de Dios y sobre todo los Sacramentos, lo que nos hace dignos no es nuestra naturaleza, sino la naturaleza divina, de la cual participamos por medio de la gracia santificante, la cual se nos concede, precisamente, por los Sacramentos. En consecuencia, como forma de combatir esta herejía, San Luis Montfort se esforzaba por propagar la confesión sacramental frecuente, para así recibir dignamente la Sagrada Comunión; además, predicaba una gran devoción a Nuestra Señora, la Madre de Dios.

Otro mensaje de santidad que nos deja el santo es el recurrir a la Madre de Dios: antes de ir a regiones peligrosas o a sitios donde mucho se pecaba, rezaba con fervor a la Santísima Virgen, puesto que estaba convencido, como decía, de que “donde la Madre de Dios llega, no hay diablo que se resista”. Las personas que habían sido víctimas de la perdición se quedaban admiradas de la manera tan franca como les hablaba este hombre de Dios. Y la Virgen María se encargaba de conseguir la eficacia para sus predicaciones. En cada pueblo o vereda donde predicaba procuraba dejar una cruz, construida en sitio que fuera visible para los caminantes y dejaba en todos un gran amor por los sacramentos y por el rezo del Santo Rosario. Así el santo nos recuerda que al cielo solo vamos por la Cruz y por la gracia santificante, gracia que nos es concedida por los Sacramentos.

         Sin embargo, el principal mensaje de santidad lo encontramos en su escrito mariano llamado “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María”, un método que consiste en rezar a la Virgen durante treinta días seguidos, para luego consagrarse al Inmaculado Corazón de María en una festividad mariana. Esta consagración a la Virgen no es, como pretenden los luteranos, un menosprecio de Jesucristo, puesto que el Inmaculado Corazón de María es la antesala y la Puerta que conduce directamente al Sagrado Corazón de Jesús. Por esta razón, quien se consagra a la Virgen a través del método de San Luis María, se consagra también al Sagrado Corazón de Jesús.

         Al recordar a San Luis María Grignon de Monfort en su día, hagamos el propósito de consagrarnos a los Sagrados Corazones de Jesús y María siguiendo el método enseñado por el santo en el “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen María”.

martes, 25 de abril de 2023

San Isidoro de Sevilla


 


         Vida de santidad[1].

         Obispo y doctor de la Iglesia, que, discípulo de su hermano Leandro y sucesor suyo en la sede de Sevilla, en la Hispania Bética, escribió con erudición, convocó y presidió varios concilios, y trabajó con celo y sabiduría por la fe católica y por la observancia de la disciplina eclesiástica († 636). San Isidoro de Sevilla (560-636) es el último de los Padres Latinos, y resume en sí todo el patrimonio de adquisiciones doctrinales y culturales que la época de los padres de la Iglesia transmitió a los siglos futuros.

         Mensaje de santidad.

Su mensaje de santidad lo podemos obtener de uno de sus numerosos escritos, como, por ejemplo, del “Tratado de San Isidoro, obispo, sobre los oficios eclesiásticos”[2].

Decía así: “Es preciso que el obispo sobresalga en el conocimiento de las Sagradas Escrituras, porque, si solamente puede presentar una vida santa, para sí exclusivamente aprovecha; pero, si es eminente en ciencia y pedagogía, podrá enseñar a los demás y refutar a los contestatarios, quienes, si no se les va a la mano y se les desenmascara, fácilmente seducen a los incautos”. San Isidoro nos enseña la importancia de conocer las Escrituras, para no solo el provecho propio, sino además también para enseñar a los que no saben y para refutar con ciencia y caridad, a los que falsifican a la Palabra de Dios para provecho propio. Pero aquí debemos recordar que para nosotros los católicos, la Palabra de Dios no es solo la Sagrada Escritura, que sería la Palabra de Dios “escrita”, sino que también para nosotros es Palabra de Dios la Sagrada Eucaristía, puesto que es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. La Eucaristía sería la Palabra de Dios “encarnada” y sabremos tanto más de este augusto misterio, cuanto más recibamos la Sagrada Comunión en gracia, con fe, piedad y amor.

Decía también San Isidoro: “El lenguaje del obispo debe ser limpio, sencillo, abierto, lleno de gravedad y corrección, dulce y suave. Su principal deber es estudiar la santa Biblia, repasar los cánones, seguir el ejemplo de los santos, moderarse en el sueño, comer poco y orar mucho, mantener la paz con los hermanos, a nadie tener en menos, no condenar a ninguno si no estuviere convicto, no excomulgar sino a los incorregibles”. Nos dice que el obispo -y por extensión, todo cristiano- debe poseer o mejor ejercitarse en múltiples virtudes, como la sobriedad y la dedicación diligente y el estudio de la Sagrada Escritura. También el santo nos advierte que, para aquellos que se obstinan en el error, el obispo debe excomulgarlos y aunque nosotros no seamos obispos, debemos saber que la excomunión existe y que es el peor daño que puede recibir un alma en esta vida, aunque se trata de un castigo auto-infligido, porque el que comete pecado de excomunión lo hace libre y voluntariamente. Debemos estar precavidos contra este pecado mortal de la excomunión, para no caer nosotros en estado de desgracia.

Para San Isidoro, el obispo debe sobresalir en virtudes, sobre todo la humildad y la caridad: “Sobresalga tanto en la humildad como en la autoridad; que, ni por apocamiento queden por corregir los desmanes, ni por exceso de autoridad atemorice a los súbditos. Esfuércese en abundar en la caridad, sin la cual toda virtud es nada. Ocúpese con particular diligencia del cuidado de los pobres, alimente a los hambrientos, vista al desnudo, acoja al peregrino, redima al cautivo, sea amparo de viudas y huérfanos”. El obispo no debe exagerar en el rigor cuando deba corregir en justicia, pero tampoco, por respetos humanos o por cobardía, debe dejar pasar por alto lo que sea un grave atentado contra la fe y la moral.

Por último, debe obrar la misericordia, tanto espiritual como corporal: “Debe dar tales pruebas de hospitalidad que a todo el mundo abra sus puertas con caridad y benignidad. Si todo fiel cristiano debe procurar que Cristo le diga: Fui forastero y me hospedasteis, cuánto más el obispo, cuya residencia es la casa de todos. Un seglar cumple con el deber de hospitalidad abriendo su casa a algún que otro peregrino. El obispo, si no tiene su puerta abierta a todo el que llegue, es un hombre sin corazón”. Es decir, el obispo y todo cristiano, deben esforzarse por ver a Cristo en los más necesitados y auxiliar a ese cristo, abriendo de par en par las puertas de la Iglesia, para poder dar al prójimo necesitado el alimento material, pero sobre todo, el alimento espiritual, el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía.

 

lunes, 24 de abril de 2023

San Marcos Evangelista

 



         Vida de santidad[1].

         La Iglesia celebra la Fiesta de San Marcos, Apóstol y Evangelista, el 25 de abril. Fue uno de los cuatro escritores de los Evangelios, quienes nos brindan un relato claro de la vida y enseñanza de Jesucristo. Conocemos a San Marcos, por lo tanto, principalmente a través de su autoría del segundo Evangelio, el Evangelio según San Marcos. De otra parte, de las Escrituras, también se sabe que acompañó a Pablo y Bernabé en sus viajes. Y por la Tradición, se sabe que fue el secretario de San Pedro y el fundador de la Iglesia en Alejandría, Egipto.

         Mensaje de santidad.

La proclamación del Evangelio (o kerygma apostólico) se presenta clásicamente en el discurso de Pentecostés de San Pedro (especialmente Hech 2, 36-38). Siendo San Marcos el "secretario" de San Pedro, no sorprende, por tanto, que San Marcos comience su propio relato con el llamado al arrepentimiento de Juan el Bautista (Mc 1, 4) mediante esta proclamación: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios ha llegado. Arrepentíos y creed en el evangelio”. (Mc 1, 4, 14-15). El “arrepentirse y creer en el Evangelio”, sería, entonces, el corazón del propio mensaje del Señor y sería también lo que los apóstoles debían predicar cuando fueran enviados (Mc 6,12). Este arrepentimiento y conversión del corazón consistiría en la fidelidad a Dios, la cual no debía caracterizarse simplemente por una fidelidad externa a la ley, aunque la justicia lo requiera, sino principalmente por un cambio interior del corazón y la mente a los caminos de Dios. Este Camino es una Persona, cuyo ejemplo y enseñanza expresan un amor divino que realiza perfectamente la justicia (cfr. Mc 7, 18-23; Mc 12, 28-34); esa Persona es la Segunda de la Trinidad, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth. La conversión, que es un don concedido por la gracia, consiste entonces en San Marcos en despegar el corazón de las cosas bajas de la tierra, para dirigir el alma y el corazón a Nuestro Señor Jesucristo, que luego de resucitado está a la diestra del Padre en los cielos y aquí en la tierra, está en la Sagrada Eucaristía. El Evangelio de Marcos es uno de los principales justificativos que tiene la Iglesia Católica para evangelizar a las naciones paganas -un ejemplo maravilloso de esta evangelización es la Conquista y Evangelización de América por parte de España-, porque la Evangelización no es proclamar una cultura, sino el mensaje de una Persona, la Persona Segunda de la Trinidad, Jesús de Nazareth y esta proclamación del Evangelio, del mensaje de Jesucristo, no es una opción para la Iglesia Católica, sino un mandato divino, un mandato del mismo Señor Jesucristo: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado. Arrepentíos y creed en el Evangelio".

 

        

miércoles, 19 de abril de 2023

San Expedito elige a Cristo y vence al Demonio con la cruz

 



         San Expedito era un soldado romano pagano, es decir, adoraba a muchos dioses falsos los cuales, en realidad, son demonios, según las Escrituras: “Los dioses de los paganos son demonios”. En un momento determinado de su vida, Dios le concedió la gracia de conocer a Jesucristo, dándole la oportunidad de reconocer a Jesucristo como a su Dios y Salvador.

         En el mismo momento en el que San Expedito recibía la gracia de conocer a Cristo, se le aparece el Demonio en forma de cuervo negro, el cual comienza a girar alrededor del santo repitiendo con insistencia: “Cras, cras”, que significa: “Mañana, mañana”. Es decir, el Demonio, con mucha sutileza, no le decía que rechazara directamente a Cristo, sino que lo hiciera, pero que pospusiera su conversión para “mañana”; mientras tanto, él podía seguir con su vida de pagano, esclavizado por las pasiones y además adorando a los falsos dioses. Mientras el Demonio repetía esto, dejó de volar alrededor de San Expedito, acercándose a corta distancia del santo.

         Ante la tentación del Demonio, de posponer la conversión para “mañana”, San Expedito, aferrando la Santa Cruz con decisión y firmeza, exclamó fuertemente: “Hodie”, que significa: “Hoy”. Es decir, San Expedito tomó la decisión de no posponer la conversión, sino de aceptar, urgentemente, la gracia que le hacía reconocer a Cristo como Dios y como Salvador.

         Con la luz del Espíritu Santo, San Expedito pudo darse cuenta de la trampa del Demonio: si él decidía hacer caso al Demonio y posponía su conversión, dejándola para el día siguiente, continuaba siendo pagano, adorando a falsos dioses, pero además arriesgaba su vida eterna, poniéndose en peligro de condenación, porque ningún ser humano tiene asegurada la vida terrena y solo Dios Nuestro Señor conoce el día de nuestra muerte. San Expedito se dio cuenta de que lo más importante en esta vida es la unión con Cristo por la fe, la gracia y el amor y que si no estamos unidos a Cristo, corremos el riesgo de la eterna condenación. Por esta razón, no dudó ni un instante en elegir a Cristo, elevando la Santa Cruz y aplastando la cabeza del Demonio, con la fuerza recibida precisamente de la Santa Cruz.

         Al recordarlo en su día, le pidamos a San Expedito que interceda por nosotros, para que no posterguemos nuestra conversión a Cristo, decidiéndonos desde ahora, no caer en la tentación de vivir como hijos de las tinieblas y comenzar en cambio a vivir como hijos de Dios, como herederos del Reino de los cielos, cumpliendo los Mandamientos de Dios y recibiendo los Sacramentos, sobre todo la Confesión sacramental y la Sagrada Eucaristía.

jueves, 13 de abril de 2023

Beato Mártir Padre José Eugenio Serra Meliá

 


El Beato Mártir Padre Serra.


Vida de santidad.

Don José Eugenio Serra Meliá nació en Llaurí el 20 de Marzo de 1898, el día siguiente de la fiesta de San José, de quien tomó el nombre. Su padre Avelino Serra, era agricultor y su madre, Salomé Meliá, ama de casa. En 1911 ingresó en el Colegio de Vocaciones Eclesiásticas de San José, en Valencia, para cursar Latín y Humanidades, continuando la Filosofía y la Teología en el Seminario Conciliar de Valencia. Fue ordenado presbítero en 1923. Regentó las parroquias de Millares (1923-1924), Sempere (1924-1926) y Benimodo (1926-1934). Su último nombramiento fue como párroco de Carpesa: allí estuvo desde el 1 de diciembre de 1934 hasta el verano de 1936.

En Carpesa fundó la rama de hombres y jóvenes de Acción Católica, se dedicó con gran empeño a la catequesis de niños, visitaba frecuentemente a los enfermos. También destacó por su gran dedicación a la música, como modo de dignificar la liturgia. Tocaba el armonio, compuso diversas piezas musicales y fundó un coro parroquial. Muchas de las canciones que Don José enseñó todavía siguen cantándose en las celebraciones eucarísticas de su Parroquia. Fue Don José quien inició el rito de la “Descoberta” con motivo de la fiesta de la Virgen de los Desamparados. Él enseñó las poesías que en ese día proclamaron los niños de Carpesa, como aquella que en mayo de 1935 fue recitada ante la imagen de la Virgen de los Desamparados y que concluía diciendo:

“Viva la Virgen María,
 Madre de los pecadores.
Viva Carpesa que te envía
 De tu fiesta y las flores”.

Aún se conservan el Sagrario y las estampas del Vía Crucis que adquirió para el Templo Parroquial. Alguien le indicó que ese nuevo Vía Crucis quizá fuera pronto destruido, a lo que respondió relatando la historia de un Obispo que se vistió sus ornamentos solemnes para esperar a la muerte.


El Padre Serra, antes de su ingreso al seminario.


Así recuerda su figura el sacerdote hijo de Carpesa Don Jesús Martí Ballester: “Su apostolado más intenso lo enfocó en dignificar el culto por medio del canto, para lo que formó un grupo de jóvenes cantoras que, con sus frecuentes ensayos, muy costosos y meritorios porque ninguna sabía solfeo, lograron grandes y admirables progresos, llegando a interpretar piezas a varias voces, incluso las Misas de Haller a dos voces, la del maestro Lorenzo Perossi y el “Exultate justi in Domino” salmo a varias voces de Ludovico Grossi. También Trisagios, Villancicos y un extenso repertorio. Me encargó comprar los dulces para el refrigerio con que agasajó al Coro Parroquial el día final de las Cuarenta Horas, después de haber celebrado con gran solemnidad y éxito los Trisagios de los tres días y la procesión por la calle. Era pues generoso con quienes colaboraban con él. Era muy querido. Su conversación era muy amena, por su gran sentido del humor. Dignificó en gran manera las celebraciones e incluso encargaba a otros sacerdotes que le sustituyeran en el altar para poder él dirigir el coro y acompañarlo al armonio. Lo recuerdo en la sacristía iniciándonos a los seminaristas en la predicación, hallazgo de los textos bíblicos y comentarios, por ejemplo, sobre la antífona: “El justo florecerá como la palmera”, enseñándonos a hacer nuestras propias interpretaciones y reflexiones”.


La estola sacerdotal del Beato Padre Serra.


Iniciada la Guerra Civil, fue acogido durante una temporada en casa de Antonio Estellés y Vicenta Martí, en Carpesa, tiempo que aprovechó para salvar diversos objetos de culto. Las imágenes, los ornamentos y el archivo parroquial fueron casi totalmente destruidos. Los altares fueron derribados, mientras que el Templo Parroquial fue convertido en almacén y garaje. Con todo, pudieron salvarse algunas imágenes, como la de San Pedro o la Virgen del Rosario. También se pusieron a salvo otros objetos de culto, la Cruz Parroquial, el Lignum Crucis, la Custodia Eucarística, el Sagrario, las estampas del Vía Crucis o las coronas de la Virgen de los Desamparados y de la Virgen de Agosto.

En este punto es importante recordar cómo Don José consiguió proteger la reliquia de los Santos de la Piedra que se venera en nuestra comunidad parroquial. Don Vicente Gil Martí, sacerdote hijo de Carpesa, en una carta que se conserva en el Archivo Parroquial, recuerda cómo Don José Serra se sirvió de un hijo de Carpesa y cofrade de los Santos, Germán Cuñat Badía (Germán el ric) que vivía en Valencia junto a su esposa, propietaria del Teatro Ruzafa. En Valencia fueron puestas a salvo, y allí pasaron el enfrentamiento bélico. Y una vez finalizada la contienda, regresaron a la Parroquia. De esta forma, el Padre Serra se convirtió en el mártir que salvó la reliquia de los mártires.


El Cáliz de ordenación sacerdotal del Beato Padre Serra.



En estas difíciles circunstancias, Don José Serra fue protegido por toda la población. Incluso en Carpesa se guardaron algunos de sus objetos personales. En la “Alquería de Chusa” se escondieron los cuatro tomos del breviario de Don José, un copón pequeño y el cáliz de su primera misa, que fueron devueltos después a su familia.

Don José regresó a Llaurí, su pueblo natal y allí fue obligado a trabajar en un campo de secano lleno de plantas espinosas, teniendo que arrancarlas con sus propias manos. Muchas noches era despertado por los milicianos, que le recordaban que su fin estaba cerca. Días antes de su muerte, enseñó a su hermana la fotografía de unos milicianos disparando contra sus víctimas, y le indicó: “¿Ves hermana? Así moriré yo”. A los suyos les dijo: “Me persiguen. La furia antirreligiosa podrá quitarme la vida, pero jamás la fe. El martirio llevará mi alma a Dios”.  Ante la persecución a sacerdotes, respondió: “Así me salvaré: siendo mártir”.

Era consciente de cuál podía ser su final. De hecho, en una carta que remite desde Llaurí a Roque Cortina Bellver sin firma ni dato identificatorio alguno (debía cuidar la seguridad del receptor de la misiva) se hace evidente el peligro que corre. Así, jugando de una forma sutil con las palabras, Don José escribió: “Si la censura lo permite, voy a escribir una noticia alarmante; y es que, por estos parajes, apenas ya si quedan ratas. No porque no haya grano que roer, sino porque abundan muchos gatillos”.

El 10 de Septiembre de 1936 fue llevado esposado a El Saler (Valencia) y, perdonando a sus enemigos, fue asesinado mientras exclamaba: “¡Viva Cristo Rey!”. Tenía 38 años de edad.  Murió junto con otros tres sacerdotes de Llaurí: el beato José Toledo Pellicer, Tomás Peris Rubio y su primo Baldomero Rubio Meliá.

La comunidad parroquial de Carpesa sigue conservando en la memoria las cualidades que le caracterizaban: buen humor, gran piedad dulzura de carácter, bondadoso, amable, humilde, sincero, trabajador incansable, siempre contento. Fue un hombre enamorado de su vocación sacerdotal, que vivió entregado totalmente a sus feligreses.

El 3 de junio de 2004, el Sr. Arzobispo de Valencia inició su proceso de canonización. Ya había escrito Tertuliano a inicios del siglo III, cuando las persecuciones del Imperio de Roma, que la sangre de los mártires es semilla de cristianos: “Sanguis martyrum, semen christianorum”.

Si la Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires la misma sangre de los mártires sigue siendo una llamada a la coherencia y a la fidelidad para la Iglesia del tercer milenio.  El martirio de los Santos Abdón y Senén, el martirio del Siervo de Dios Don José Eugenio Serra, son llamadas a vivir el Evangelio con toda su grandeza. Y para ello contamos con la ayuda inigualable de nuestros mártires.

 

ORACIÓN

Oh Dios, gloria y corona de los mártires,
Que escogiste para el sacerdocio ministerial
a tu Siervo JOSÉ EUGENIO SERRA MELIÁ 
y le concediste asemejarse a tu Hijo
en una muerte como la suya, 
te pedimos alcanzar por su intercesión
las gracias que ahora te suplicamos
y verle glorificado para  bien de tu Iglesia.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
María, Reina de los Mártires, acoge nuestra oración.

         Mensaje de santidad.

         Dentro de las grandes virtudes naturales y sobrenaturales del Padre Serra podemos destacar, por un lado, el amor a Jesucristo, Rey de los mártires, puesto que el Beato Padre Serra, que ya había entregado su vida a Cristo, a través del sacerdocio, ahora lo hacía nuevamente, esta vez por el martirio. En la historia de la Iglesia, hay ejemplos de quienes recibieron la gracia del martirio, pero la rechazaron: el Padre Serra es un gran ejemplo de cómo aceptar esa gracia, que implica un don grandísimo, porque a cambio de dar la vida terrena por Cristo, Nuestro Señor nos purifica completamente con su Sangre y así el alma ingresa triunfante en el Reino de Dios.

         Por otro lado, el mensaje de santidad del Padre Serra podemos encontrarlo en algunas de sus frases, las cuales nos dejan maravillosas enseñanzas. Por ejemplo, cuando días antes de morir le muestra a su hermana una foto de milicianos comunistas disparando contra fieles laicos: el Padre, lejos de atemorizarse, le dice a su hermana, con serena alegría: “¿Ves hermana? Así moriré yo”. Podríamos decir que el Padre Serra nos enseña una gran entereza ante la muerte, pero todavía mucho más importante que entereza ante la muerte, lo que nos enseña el Padre Serra es que el martirio es una gracia que el Señor Jesucristo concede a quienes ama con predilección, porque con esa muerte, la muerte por Cristo, el alma ingresa en la vida eterna del Reino de los cielos directamente, sin pasar un segundo por el Purgatorio. La gracia martirial es un don tan grande que, si nos diéramos cuenta de lo que vale, besaríamos las manos de nuestros verdugos -en el caso de recibir esa gracia- porque son el instrumento divino que la Providencia nos envía para entrar en el Cielo bañados en la Sangre del Rey de los mártires, Jesucristo.

Otra de sus frases es la siguiente: “Me persiguen. La furia antirreligiosa podrá quitarme la vida, pero jamás la fe. El martirio llevará mi alma a Dios”. Al ser perseguido, el Padre Serra se configura plenamente con Cristo, quien fue perseguido por el Ángel caído (cfr. Ap 12, 6ss) desde el momento mismo de la Encarnación, en persona y también a través de hombres malvados como Herodes y como los escribas y fariseos, quienes finalmente lo condujeron al patíbulo de la Cruz: al igual que Cristo, el Padre Serra fue perseguido por hombres malvados al servicio de Satanás, los integrantes del Partido Comunista, y finalmente fue ejecutado. Y del mismo modo a como el Rey de los mártires, Cristo, pasó de este mundo al seno del Padre a través del martirio de la Cruz, así el Padre Serra, imitando a Cristo y unido a Él por la gracia y la fe, pasó de este mundo hacia la vida eterna, por medio de la muerte martirial.

Otra frase suya es muy significativa, esta vez acerca de la certeza de la salvación eterna por medio del martirio: “Así me salvaré: siendo mártir”. El Padre Serra sabía que si moría mártir, dando testimonio de fe en el Hombre-Dios Jesucristo, salvaría su alma y es así, porque es doctrina de fe de la Iglesia Católica que el mártir, es decir, el bautizado que da su vida por Jesucristo, es llevado inmediatamente luego de su muerte al Cielo; en otras palabras, no solo no está en mínimo riesgo de condenación, sino que no pasa por el Purgatorio ni un segundo, porque la participación en la muerte martirial de Cristo en la Cruz le borra toda culpa y pena que pudiera tener al momento del martirio y así ingresa directamente al Reino de Dios. El Padre Serra era consciente de esta gracia y por eso la acepta con toda alegría en su corazón.

La última y más significativa frase es la que pronuncia el día de su ajusticiamiento, el 10 de Septiembre de 1936: es llevado esposado a El Saler (Valencia) y perdonando a sus enemigos, es asesinado mientras exclamaba: “¡Viva Cristo Rey!”. De esta manera, el Padre Serra se configura a la perfección con Jesucristo, puesto que, por un lado, muere imitando a Cristo, perdonando a sus verdugos -antes de morir, Jesús perdona a quienes le quitan la vida: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”- y por otro lado, al mismo tiempo, muere aclamando a Cristo, el Hombre-Dios, como Rey –“¡Viva Cristo Rey!”- y esto se corresponde con la realidad de Nuestro Señor Jesucristo, Quien es “Rey de reyes y Señor de señores” (cfr. Ap 19, 16). Y ahora, por la eternidad, lo aclama junto a los ángeles y santos del Cielo.

Al recordar al Padre Serra, le pidamos que interceda para que perseveremos en la Santa Fe Católica y en las obras de misericordia todos los días que nos queden en esta vida terrena; además, le pidamos que interceda para que, en estos tiempos en los que el Dragón -el comunismo-, la Bestia semejante a una Pantera -la masonería intra y extraeclesial- y el cordero que habla como dragón[1] -el Falso Profeta- parecen coordinar sus esfuerzos para “la última persecución a la Iglesia Católica” (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, num. 675). Padre Serra, intercede por nosotros, para que, por la Misericordia Divina, lleguemos un día al Reino de los cielos, para adorar al Cordero de Dios por toda la eternidad.



[1] Cfr. Ap 13, 11.