Vida de santidad[1].
Nació
el 1 de octubre de 1480 en Vicenza, Italia. San Cayetano quedó huérfano siendo
un niño muy pequeño pues su padre, militar, murió defendiendo la ciudad contra
un ejército enemigo. Quedó entonces al cuidado de su madre, a quien todos
consideraban una santa, la cual se esforzó por todos los medios para educarlo
en la fe católica. Al llegar a la juventud, ingresó en la Universidad de Padua,
en donde obtuvo dos doctorados, destacándose no solo por su gran inteligencia,
sino también por su bondad y por su fraternidad. Luego fue a Roma, en donde
comenzó a trabajar como secretario privado del Papa Julio II y además como notario
de la Santa Sede. Fue en esos años en los que sintió el llamado a la vocación sacerdotal,
ingresando al seminario y siendo ordenado sacerdote a los 33 años. Ya como
sacerdote, se destacaba por la gran piedad y devoción hacia la Santa Misa,
dedicando tiempo para su celebración y posteriormente para la acción de
gracias. En Roma se inscribió en una asociación llamada “Del Amor Divino”,
cuyos socios se esmeraban por llevar una vida lo más fervorosa posible y por
dedicarse a ayudar a los pobres y a los enfermos.
En
su última enfermedad el médico aconsejó que lo acostaran sobre un colchón de
lana y el santo exclamó: “Mi Salvador murió sobre una dura cruz de madera. Por
favor permítame a mí que soy un pobre pecador, morir sobre unas tablas”. Y así
murió el 7 de agosto del año 1547, en Nápoles, a la edad de 67 años, desgastado
de tanto trabajar por conseguir la santificación de las almas. En seguida
empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y el Sumo Pontífice lo
declaró santo en 1671.
Mensaje
de santidad.
San Cayetano es conocido, al menos en Argentina, por ser el
patrono del pan y del trabajo. Si bien esto es algo bueno, reducir su figura solamente
a esto, es dejar de lado una parte muy importante de su legado de santidad y
ese legado de santidad tiene que ver, principalmente, con la profundización de la
fe católica recibida en la Primera Comunión y en el Catecismo y con la práctica
efectiva y piadosa de la fe católica.
Así, por ejemplo, viendo que el estado de relajación de los
católicos era sumamente grande y escandaloso -no se vivía según la fe católica,
no se practicaba la Ley de Dios, no se recibían los Sacramentos-, se propuso
fundar una comunidad de sacerdotes que se dedicaran a llevar una vida lo más
santa posible y se dedicaran a su vez a enfervorizar a los fieles; a esta congregación
de sacerdotes los llamó “Padres Teatinos” (nombre que les viene por Teati, la
ciudad de la cual era obispo el superior de la comunidad, Monseñor Caraffa, que
después llegó a ser el Papa Pablo IV). San Cayetano le escribía a un amigo: “Me
siento sano del cuerpo pero enfermo del alma, al ver cómo Cristo espera la
conversión de todos, y son tan pocos los que se mueven a convertirse”. Y este
era el más grande anhelo de su vida: que las gentes empezaran a llevar una vida
más de acuerdo con el santo Evangelio, con la Ley de Dios, con los Consejos
Evangélicos, que recibieran los Santos Sacramentos, sobre todo la Confesión y
la Eucaristía.
En
ese tiempo estalló la revolución de Lutero que fundó a los evangélicos y se
declaró en guerra contra la Iglesia de Roma. Muchos querían seguir su ejemplo,
atacando y criticando a los jefes de la santa Iglesia Católica, pero San
Cayetano les decía: “Lo primero que hay que hacer para reformar a la Iglesia es
reformarse uno a sí mismo”. San Cayetano era de familia muy rica y se
desprendió de todos sus bienes y los repartió entre los pobres. En una carta
escribió la razón que tuvo para ello: “Veo a mi Cristo pobre, ¿y yo me atreveré
a seguir viviendo como rico? Veo a mi Cristo humillado y despreciado, ¿y
seguiré deseando que me rindan honores? Oh, que ganas siento de llorar al ver
que las gentes no sienten deseos de imitar al Redentor Crucificado”. San
Cayetano deseaba imitar en todo a Jesús: en la pobreza de la Cruz, en el Camino
de la Cruz, en el oprobio de la Cruz.
Amaba
inmensamente a Nuestro Señor, especialmente en su Presencia real, verdadera y
substancial en la Sagrada Eucaristía y por eso pasaba largas horas haciendo Adoración.
Y así como él amaba a Jesús en la Eucaristía, así Jesús le demostraba su amor
hacia él, de forma concreta: un día en su casa de religioso no había nada para
comer porque todos habían repartido sus bienes entre los pobres. San Cayetano
se fue al altar y dando unos golpecitos en la puerta del Sagrario donde estaban
las Santas Hostias, le dijo con toda confianza: “Jesús amado, te recuerdo que
no tenemos hoy nada para comer”. Al poco rato llegaron unas mulas trayendo muy
buena cantidad de provisiones, y los arrieros no quisieron decir de dónde las
enviaban.
La
gente lo llamaba: “El padrecito que es muy sabio, pero a la vez muy santo”. Los
ratos libres los dedicaba, donde quiera que estuviera, a atender a los enfermos
en los hospitales, especialmente a los más abandonados y desamparados. Como vemos,
San Cayetano tiene un legado de santidad inmensamente más rico que simplemente
ser el patrono del pan y del trabajo; como devotos suyos, debemos conocer su
vida, para tratar de imitarlo en alguna de sus virtudes y así buscar de ganar
el cielo, con la ayuda de la gracia.
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