San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 31 de agosto de 2023

Santa Rosa de Lima

 



         Vida de santidad[1].

         Rosa de Lima, la primera santa americana canonizada, nació de ascendencia española en la capital del Perú en 1586. Sus humildes padres son Gaspar de Flores y María de Oliva. Sucedió que el padre de Rosa fracasó en la explotación de una mina, y la familia se vio en circunstancias económicas difíciles, debido a lo cual Rosa trabajaba el día entero en el huerto, cosía una parte de la noche y en esa forma ayudaba al sostenimiento de la familia. La santa deseaba desde pequeña consagrarse en cuerpo y alma a Dios y por esto tuvo que oponerse durante diez años a sus padres, que deseaban que contrajera matrimonio. Santa Rosa hizo voto de virginidad para confirmar su resolución de vivir consagrada al Señor. Después de esos años, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo, imitando así a Santa Catalina de Siena. A partir de entonces, se recluyó prácticamente en una cabaña que había construido en el huerto. Llevaba sobre la cabeza una cinta de plata, cuyo interior era lleno de puntas, sirviendo así como una corona de espinas. Su amor de Dios era tan ardiente que, cuando hablaba de Él, cambiaba el tono de su voz y su rostro se encendía como un reflejo de la gracia divina en la que se sumergía su alma, en éxtasis místicos. Ese fenómeno se manifestaba, sobre todo, cuando la santa se hallaba en presencia del Santísimo Sacramento o cuando en la comunión unía su corazón a la Fuente del Amor, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Santa Rosa pasó los tres últimos años de su vida en la casa de Don Gonzalo de Massa, un empleado del gobierno, cuya esposa le tenía particular cariño. Durante la penosa y larga enfermedad que precedió a su muerte, la oración de la joven era: “Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor” y esto porque el sufrimiento se convierte en instrumento de salvación solo si se lo une a los sufrimientos de Cristo en la cruz; sufrir sin Cristo, sufrir sin la cruz, sufrir sin el Amor de Dios, no conduce a nada. Dios la llamó a Sí el 24 de agosto de 1617, a los treinta y un años de edad. El capítulo, el senado y otros dignatarios de la ciudad se turnaron para transportar su cuerpo al sepulcro. El Papa Clemente X la canonizó en 1671.

         Mensaje de santidad.

Podemos destacar su mensaje de santidad en uno de sus escritos, que dice así: “El salvador levantó la voz y dijo, con incomparable majestad: “¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación. Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acrecentamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la medida de los carismas. Que nadie se engañe: esta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!”. Santa Rosa describe a Nuestro Señor Jesucristo quien, majestuosamente, nos revela el valor del sufrimiento o de la tribulación, cuando se sufre en estado de gracia y abrazados a la cruz de Cristo y el valor de la gracia y de la cruz es que son el único camino que conduce al cielo. Continúa luego Santa Rosa, describiendo lo que sucede en su alma luego de escuchar a Nuestro Señor: “Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen: “Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma”. Santa Rosa quiere comunicar a todo el mundo, a todos los hombres, el valor del sufrimiento unido a Cristo y el valor de la gracia que hace que el alma participe de la vida divina, de la vida de la Santísima Trinidad. Finaliza este texto Santa Rosa, enalteciendo a la gracia santificante. Dice así: “Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad se había de ir por el mundo, dando voces: “¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia, qué hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en sí, cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte, si conocieran las balanzas donde se pesan para repartirlos entre los hombres”.

Al recordarla en su día, le pidamos a Santa Rosa de Lima que interceda por nosotros, para que apreciemos el valor incalculable de la gracia santificante, que se nos comunica por los sacramentos -los más frecuentes, el Sacramento de la Penitencia y la Sagrada Eucaristía- para que así vivamos ya, desde esta vida terrena, en Presencia de Dios, como un anticipo del cielo.

lunes, 21 de agosto de 2023

San Pío X

 



          Vida de santidad[1].

Nacido en una familia pobre, humilde y numerosa, Giuseppe Melchiorre Sarto vino al mundo el 2 de junio de 1835 en Riese, Italia.

          Mensaje de santidad.

          Es conocido como “el Papa de la Eucaristía” debido a su gran devoción eucarística. Siendo el Vicario de Cristo, creía firmemente en la Presencia real, substancial de la Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo, encarnado en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth y que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Precisamente, para que todos los católicos tuvieran acceso al verdadero tesoro de la Iglesia, que es la Eucaristía, fue él quien decidió que, a partir de ese momento, fuera posible la Comunión diaria -con las debidas disposiciones- y que los niños hicieran la Primera Comunión a partir del uso de razón, es decir, a los siete años de edad.

          En su primera encíclica, da un certero diagnóstico de la sociedad moderna y reflexiona acerca del motivo de la oscuridad espiritual que la caracteriza y es su alejamiento de Dios. El Papa dice así: “Nuestro mundo sufre un mal: la lejanía de Dios. Los hombres se han alejado de Dios, han prescindido de Él en el ordenamiento político y social. Todo lo demás son claras consecuencias de esa postura”[2]. Ahora bien, nosotros podríamos parafrasear al Papa San Pío X y decir que no solo los hombres en general se han alejado de Dios, sino que los católicos en particular, se han alejado de Cristo Dios Presente en Persona en la Eucaristía y que ése es el origen, el fundamento y la raíz de los males de la sociedad actual.

          Luego San Pío X afirma que su misión, como Vicario de Cristo, es acercar a los hombres a Cristo, ya que sólo en Él encuentran los hombres el principio válido tanto para la convivencia social entre los hombres, como sociedad, como así también es Cristo “el único principio de vida y reconciliación para el mismo ser humano”.

          Llamaba a la santidad a toda la Iglesia, pero especialmente a los sacerdotes, ya que, si los sacerdotes no participan de la vida trinitaria por la gracia, difícilmente podrán hacer que los laicos lleven una vida de santidad: el Papa se preguntaba cómo podrían ellos -los sacerdotes ministeriales- los especialmente elegidos para esa misión, instaurarlo todo en Cristo si no era el suyo un corazón como el corazón sacerdotal del Señor Jesús, ardiente en el amor y en la caridad para con los hermanos. Sólo con una vida santa podrían sus sacerdotes ser portadores de la Buena Nueva del Señor Jesús para todo su Pueblo santo. Pero el Papa San Pío X llamaba también a los laicos, a los seglares, a llevar una vida de santidad, tal como lo exige su condición de hijos adoptivos de Dios.

          Como sacerdote, como obispo y luego como Papa, hizo todo lo posible por impulsar la enseñanza del Catecismo y por mantener la pureza de la doctrina; de hecho, se considera que el Catecismo de san Pío X es una perfecta síntesis de la doctrina católica que realizó el Papa Sarto cuando reelaboró un texto que él había escrito siendo obispo de Mantua. Bien sabía el Santo Padre que apartar la ignorancia religiosa era el inicio del camino para recuperar la fe que en muchos se iba debilitando y perdiendo incluso. Por esta misma razón, decidió actuar con firmeza contra el modernismo, condenando sus errores por medio de los decretos “Lamentabili” (julio de 1907) y la encíclica “Pascendi”, una encíclica que enumera y condena las doctrinas de los modernistas (8 de setiembre de 1907); aquí es donde el Papa afirma que “el modernismo es la cloaca de todas las herejías”. herejías que se originan en un racionalismo relativista que niega el carácter sobrenatural de la Palabra de Dios, del Magisterio y de la Sagrada Eucaristía, entre otras cosas, reduciendo lo sobrenatural al limitado campo de la razón humana.

          Por último, el Papa se destacó por su gran amor filial a la Virgen, la Madre de Dios: rezaba continuamente el Rosario y le gustaba llevarlo siempre entre sus manos. Visitaba todos los días la gruta de Lourdes, en los jardines Vaticanos y rezaba todos los días el Angelus. Como preparación inmediata para el 50 aniversario de la proclamación de la Inmaculada Concepción publicó su encíclica “Ad diem illum”.

          El Papa Pío X nos deja entonces como legado un gran amor a la Eucaristía, un gran amor a la Santa Virgen, al rezo del Rosario y una advertencia, tanto a sacerdotes como a laicos, para no caer en los errores del modernismo, para profesar la fe católica en toda su pureza, sin rasgo de error alguno.

lunes, 7 de agosto de 2023

Santa Clara de Asís

 



          Vida de santidad[1].

Memoria de santa Clara, virgen, que, como primer ejemplo de las Damas Pobres de la Orden de los Hermanos Menores, siguió a san Francisco, llevando una áspera vida en Asís, en la Umbría, pero, en cambio, rica en obras de caridad y de piedad. Enamorada de verdad por la pobreza, no consintió ser apartada de la misma ni siquiera en la extrema indigencia y enfermedad ( 1253).

Nació en Asís el año 1193.  Fue conciudadana, contemporánea y discípula de San Francisco y quiso seguir el camino de austeridad señalado por él a pesar de la durísima oposición familiar. Llamada en el siglo con el nombre de Clara Favarone, la joven de dieciocho años, pertenecía a la familia del opulento conde de Sasso Rosso. En la noche del domingo de ramos, Clara había abandonado su casa, el palacio de sus padres, y estaba allí, en la iglesia de Santa María de los Ángeles. La aguardaban san Francisco y varios sacerdotes, con cirios encendidos, entonando el Veni Creátor Spíritus. Dentro del templo, Clara cambia su ropa de terciopelo y brocado por el hábito que recibe de las manos de Francisco, que corta sus hermosas trenzas rubias y cubre la cabeza de la joven con un velo negro. A la mañana siguiente, familiares y amigos invaden el templo. Ruegan y amenazan. Piensan que la joven debería regresar a la casa paterna. Grita y se lamenta el padre. La madre llora y exclama: "Está embrujada". Era el 18 de marzo de 1212.

Cuando Francisco de Asís abandonó la casa de su padre, el rico comerciante Bernardone, Clara era una niña de once años. Siguió paso a paso esa vida de renunciamiento y amor al prójimo. Y con esa admiración fue creciendo el deseo de imitarlo. Clara despertó la vocación de su hermana Inés y, con otras dieciséis jóvenes parientas, se dispuso a fundar una comunidad.

La hija de Favarone, caballero feudal de Asís, daba el ejemplo en todo. Cuidaba a los enfermos en los hospitales; dentro del convento realizaba los más humildes quehaceres. Pedía limosnas, pues esa era una de las normas de la institución. Las monjas debían vivir dependientes de la providencia divina: la limosna y el trabajo.

En el año 1253, en la iglesia de San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte. Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia plenaria. El Papa contestó, sollozando: "Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina". Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo un murmullo brota de los labios de la santa.

- Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado.
Una de las monjas le preguntó:
- ¿Con quién hablas?
Ella contestó recitando el salmo.
- Preciosa es en presencia del Señor la muerte de sus santos.

Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253. Fue canonizada dos años más tarde, el 15 de agosto de 1255, por el papa Alejandro IV, quien en la bula correspondiente declaró que ella "fue alto candelabro de santidad", a cuya luz "acudieron y acuden muchas vírgenes para encender sus lámparas".

Santa Clara fundó la Orden de Damas Pobres de San Damián (hoy llamada Orden de las hermanas pobres de Santa Clara), llamadas normalmente Clarisas, rama femenina de los franciscanos, a la que gobernó con fidelidad exquisita al espíritu franciscano hasta su muerte y desde hace siete siglos reposa en la iglesia de las clarisas de Asís.


San Lorenzo, diácono y mártir

 




Vida de santidad[1].

San Lorenzo (mártir), uno de los diáconos de la iglesia romana, fue una de las víctimas de la persecución de Valeriano en el año 258, al igual que lo fueron el Papa Sixto II y muchos otros clérigos romanos. A comienzos del mes de agosto del año 258, el emperador emitió un edicto ordenando matar inmediatamente a todos los obispos, curas y diáconos (“episcopi et presbyteriet diacones incontinenti animadvertantur” -- Cipriano, Epist. lxxx, 1). Esta orden imperial se ejecutó inmediatamente en Roma. El 6 de agosto, el Papa Sixto II fue capturado en una catacumba y ejecutado de inmediato (“Xistum in cimiterio animadversum sciatis VIII id. Augusti et cum eo diacones quattuor”. Cipriano, ep. lxxx, 1). Otros dos diáconos, Felicísimo y Agapito, fueron ejecutados el mismo día.

Mensaje de santidad.

Dos contemporáneos de este Papa, San Ambrosio de Milán y el poeta Prudencio, dieron detalles concretos sobre la muerte de San Lorenzo. Ambrosio relata (De officiis min. Xxviii) cuando se le preguntó a San Lorenzo por los tesoros de la Iglesia, este, hizo comparecer a los pobres entre los que, en lugar de darles limosna, había repartido el tesoro, o aunque también se puede interpretar que el pobre es el tesoro de la Iglesia, en cuanto que en él se hace misteriosamente presente Nuestro Señor Jesucristo, dándonos la oportunidad de auxiliarlo, obrando obras de misericordia corporales y espirituales, las cuales nos abren las puertas del Reino de los cielos. Ambrosio también relata que cuando se llevaban al Papa Sixto II para ejecutarlo, éste reconfortó a San Lorenzo que deseaba compartir su martirio, diciéndole que le seguiría en tres días. El santo Obispo de Milán también explica que San Lorenzo fue quemado hasta la muerte en una parrilla de hierro (De offic., xli). San Lorenzo, al negarse rotundamente a renegar de su fe en Cristo, fue por esta misma fe en Cristo que, tres días más tarde, sufrió el tormento del fuego, pues fue colocado sobre una parrilla, debajo de la cual sus verdugos encendieron una gran fogata, pero por la acción del Espíritu Santo, el instrumento de su tortura se convirtió en el distintivo de su triunfo, ya que, aun padeciendo horribles quemaduras, no experimentó dolor en ningún momento, ni tampoco el menor signo de desesperación o de abandono. Luego fue enterrado su cuerpo en el cementerio de Campo Verano, que desde entonces fue llamado con su nombre (258). Podemos decir, con toda razón, que San Lorenzo, al permanecer fiel a Jesucristo, confesándolo como Dios y Redentor, recibió el don de soportar sin dolor alguno el fuego material, terreno, que abrasó su cuerpo y lo carbonizó; pero en recompensa a su fidelidad a Cristo, San Lorenzo fue asistido por el Espíritu Santo, el Divino Amor, quien envolvió su alma en el Fuego Santo del Amor de la Trinidad, Fuego que no solo no provoca dolor, sino alegría, paz, gozo y dulzura del alma, al hacerla partícipe de la visión y de la vida de la Santísima Trinidad. Al recordar al santo diácono en su día, le pidamos la gracia de su intercesión, para también nosotros seamos envueltos en el mismo Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, que arde por la eternidad en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

 

Santa Teresa Benedicta de la Cruz

 



        Santa Edith Stein

         Vida de santidad[1].

         Edith Stein, la última de once hermanos de una familia judía, nació en Breslau el 12 de octubre de1891, durante la fiesta del Yom Kippur, día de la expiación. Caracterizada por una inteligencia sobresaliente, en 1913 fue a Gottinga para asistir a las clases universitarias de Edmund Husserl, de quien llegó a ser discípula y asistente, consiguiendo con él el doctorado. Hay que decir que la fenomenología de Husserl no sirve como sustrato filosófico para la fe católica, precedida por la filosofía y la metafísica aristotélica-platónica y actualizada por Santo Tomás de Aquino. Es conveniente tener esto en cuenta, para llegar a la conversión de Edith Stein, conversión que no fue facilitada por la filosofía fenomenológica que ella estudiaba. Husserl define la conciencia como un conjunto de actos que se conocen con el nombre de vivencias. Esta conciencia tiene la peculiaridad de eliminar toda referencia a una existencia real de las cosas, es decir la conciencia no percibe objetos reales sino que aprehende objetos, que se denominan fenómenos[2]. La ambición de Husserl era triple: 1ª, encontrar fenómenos puros de conciencia, a salvo de los malvados conceptos; 2ª, liberar esos fenómenos de conciencia de las interferencias del entendimiento, y experimentar su inobjetividad y 3ª, comprender esos fenómenos de conciencia a partir del encuentro, la liberación, la experimentación previamente realizada. Para ello, en conclusión, era preciso poner entre paréntesis los saberes heredados, y situarse ante el hecho de la conciencia sin conocimientos previos, esto es, sin tradición[3]. En consecuencia, de la triple ambición fenomenológica, que el personalismo introdujo en la pastoral de la Iglesia, nos quedan tres frentes de crisis que confrontar: el subjetivismo experiencialista, que ha deformado el sentido de la fe; los prejuicios contra la doctrina, la razón práctica, la metafísica y el derecho; y una concepción nominalista de la autoridad, que entiende que es la potestad del que manda un poder omnipotente que está por encima de la verdad. En el año 1921, se encontraba en la finca de un matrimonio convertido al Catolicismo; en la biblioteca, encontró la autobiografía de Santa Teresa de Ávila. La leyó durante toda la noche y refiriéndose a esta lectura de Santa Teresa, escribe: “Cuando cerré el libro, me dije: ‘Ésta es la verdad’”. Además, considerando en retrospectiva su vida, escribía más tarde: “Mi anhelo por la verdad era ya una oración”. En Gottinga Edith Stein se encontró también con el filósofo Max Scheler y este encuentro la condujo todavía más a la conversión al Catolicismo. Edith Stein se bautizó en enero de 1922, relatando así este momento crucial en su conversión al Catolicismo: “Había dejado de practicar mi religión hebrea y me sentía nuevamente hebrea solamente tras mi retorno a Dios”. Con la invasión nazi, en la noche de fin de año de 1938 cruza la frontera de los Países Bajos y la llevan al monasterio de Carmelitas de Echt, en Holanda. Allí redacta su testamento el 9 de junio de 1939. “Ya desde ahora acepto con gozo, en completa sumisión y según su santísima voluntad, la muerte que Dios me haya destinado. Ruego al Señor que acepte mi vida y muerte... de manera que el Señor sea reconocido por los suyos y que su Reino venga con toda su magnificencia para la salvación de Alemania y la paz del mundo”. 

Por insistencia del Archiabad Raphael Walzer, del convento de Beuron, hace largos viajes para dar conferencias. Dice la santa: “Durante el período inmediatamente precedente y también bastante después de mi conversión... creía que llevar una vida religiosa significaba renunciar a todas las cosas terrenas y vivir solamente con el pensamiento puesto en Dios. Gradualmente, sin embargo, me he dado cuenta de que este mundo exige de nosotros, además de esto, otras muchas cosas..., creo, incluso, que cuanto más se siente uno atraído por Dios, más debe “salir de sí mismo”, en el sentido de dirigirse al mundo para llevar allí una razón divina para vivir”. Su programa de trabajo es enorme. Traduce las cartas y los diarios del período precatólico de Newmann y la obra Quaestiones disputatae de veritate de Tomás de Aquino, en una versión muy libre por amor al diálogo con la filosofia moderna. El Padre Erich Przywara, S.J., la incitó a escribir también obras filosóficas propias. Aprendió que es posible “practicar la ciencia al servicio de Dios... sólo por tal motivo he podido decidirme a comenzar una serie de obras científicas”. Con gran sorpresa encontró una creyente y dice así: “Este ha sido mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que transmite a sus portadores... Fue el momento en que se desmoronó mi irreligiosidad y brilló Cristo”. Más tarde escribirá: “Lo que no estaba en mis planes estaba en los planes de Dios. Arraiga en mí la convicción profunda de que -visto desde el lado de Dios- no existe la casualidad; toda mi vida, hasta los más mínimos detalles, está ya trazada en los planes de la Providencia divina y, ante los ojos absolutamente clarividentes de Dios, presenta una coherencia perfectamente ensamblada.

 

En Echt, Edith Stein escribe su ensayo sobre Juan de la Cruz, el místico doctor de la Iglesia, con ocasión del cuatrocientos aniversario de su nacimiento, 1542-1942. En 1941 escribía a una religiosa con quien tenía amistad: “Una scientia crucis (la ciencia de la cruz) solamente puede ser entendida si se lleva todo el peso de la cruz. De ello estaba convencida ya desde el primer instante y de todo corazón he pronunciado: Ave, Crux, Spes unica (Te saludo, Cruz, única esperanza nuestra)”. Su estudio sobre San Juan de la Cruz lleva como subtítulo: “La ciencia de la Cruz”. El 2 de agosto de 1942 llega la Gestapo. En cinco minutos debe presentarse, junto con su hermana Rosa, que se había bautizado en la Iglesia Católica y prestaba servicio en las Carmelitas de Echt. Las últimas palabras de Edith Stein que se oyen en Echt están dirigidas a Rosa: “Ven, vayamos, por nuestro pueblo”. El 9 de agosto Sor Teresa Benedicta de la Cruz, junto con su hermana Rosa y muchos otros de su pueblo, murió en las cámaras de gas de Auschwitz.

Con su beatificación en Colonia el 1 de mayo de 1987, la Iglesia rindió honores, por decirlo con palabras del Sumo Pontífice Juan Pablo II, a "una hija de Israel, que durante la persecución de los nazis ha permanecido, como católica, unida con fe y amor al Señor Crucificado, Jesucristo, y, como judía, a su pueblo ".

Mensaje de santidad.

Un mensaje central que nos deja Santa Edith Stein es su amor apasionado por la Verdad: a pesar de obtener un doctorado en fenomenología, puesto que este sistema filosófico es un obstáculo para precisamente encontrar la verdad ontológica y substancial del ser, Edith Stein investiga por sí misma y finalmente encuentra la Verdad, que es Cristo: encuentra la Verdad en el plano espiritual, puesto que de judía -e incluso atea en un momento- que era, se convierte al Catolicismo, en donde la Verdad resplandece con todo su esplendor, sin mancha de error alguno; encuentra la Verdad también en el plano filosófico y metafísico, al dejar de lado la fenomenología existencialista y abrazando la metafísica, la filosofía y la teología católica, basada en Aristóteles, Platón y Santo Tomás de Aquino. Un último ejemplo de santidad es que, por amor a la Verdad, que es Cristo -Cristo es la Verdad Increada, es la Sabiduría del Padre-, no duda un instante en dar su vida, uniéndola a Cristo en la cruz, para la salvación de los hombres. Amor a la Verdad Increada, Encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía para la salvación del Pueblo Elegido, los hebreos y del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, es el legado de santidad que nos deja Santa Edith Stein.

 

Santo Domingo de Guzmán

 



          Vida de santidad[1].

          Nació en Caleruega (España), alrededor del año 1170. Estudió teología en Palencia y fue nombrado canónigo de la Iglesia de Osma. Con su predicación y con su vida ejemplar, combatió con éxito la herejía albigense, una doctrina errónea según la cual “afirmaban la coexistencia de dos principios opuestos entre sí, uno bueno, y el otro malo: el primero es el creador del mundo espiritual, el segundo del material; también se les llamó cátaros (katharos, puro)”[2]. Ambos movimientos heréticos forman parte de un sistema filosófico-espiritual llamado “gnosticismo”, caracterizado por el error y la confusión doctrinal, contrarios a la Verdad de Cristo. Luego, Santo Domingo, con los compañeros que se le adhirieron en esta empresa, fundó la Orden de Predicadores. Combatió con la verdad del Evangelio a las sectas albigenses y cátaras, y en ese combate espiritual, se le apareció la Santísima Virgen María, quien le enseñó a rezar el Santo Rosario, el arma espiritual con la cual derrotó definitivamente a los herejes. Murió en Bolonia el día 6 de agosto del año 1221.

          Mensaje de santidad.

          Podemos decir que el principal mensaje o legado de santidad que nos deja Santo Domingo de Guzmán, además de la Orden religiosa, obviamente, es la oración más poderosa que posee la Iglesia Católica, después de la Santa Misa y la Adoración Eucarística y es el Santo Rosario, aunque, a decir verdad, el Rosario en sí mismo, tal como está estructurado, es un don del Cielo, concedido a la Iglesia a través de la Santísima Virgen María.

          Por medio del Rosario, cuyo significado espiritual es el de un ramo de rosas espirituales dedicados a la Virgen, ya que cada Ave María es una rosa espiritual que nosotros los hijos de la Virgen le damos a nuestra Madre del Cielo, el alma recibe, de parte de la Virgen, la gracia de no solo contemplar los misterios de la vida de Jesús y también de la Virgen, sino al mismo tiempo, recibe la gracia de participar de estos misterios, lo cual es todavía más significativo y fructífero para el alma, que el solo contemplar. La razón es que, por medio de la participación a los misterios que se recitan en el Rosario, el alma se va configurando, de a poco, a los Sagrados Corazones de Jesús y María, de manera que, cuanto más se recite el Santo Rosario, tanto más el alma se configurará a los Corazones de Jesús y María, es decir, cuanto más rece el Rosario, tanto más el alma terminará por no solo imitar a las virtudes de los Sagrados Corazones, sino que finalizará por convertirse en una imagen viviente de dichos Corazones. Además de esta configuración con los Sagrados Corazones, quien reza el Rosario con piedad, devoción y amor, colaborará con la tarea de la Santa Iglesia que combate al error, como por ejemplo los albigenses y cátaros, o cualquier tipo de error, erradicando la falsedad y el oscurantismo del gnosticismo y haciendo resplandecer la verdad de Nuestro Señor Jesucristo y su Evangelio.

martes, 1 de agosto de 2023

San Juan María Vianney

 



         Vida de santidad[1].

         San Juan María Vianney fue un presbítero que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable al servicio de la parroquia de san Juan Bautista que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de Belley, en Francia. El Santo Cura de Ars llamaba a la conversión por medio de una incansable prédica desde el púlpito, en las Misas, prédicas que iban precedidas por la oración y por la penitencia que el mismo santo realizaba diariamente. Es decir, el Cura de Ars predicaba y llamaba a la conversión no solo de palabra, sino también con el ejemplo, puesto que él mismo hacía grandes penitencias. En su biografía se narra que el Cura de Ars pasaba horas ininterrumpidas en el confesionario, alimentándose solamente con papas apenas cocidas y sin condimentar, que colgaban en la puerta del confesionario. Podríamos decir que el Cura de Ars suplía, con sus penitencias, las penitencias que los que se iban a confesar no hacían o lo hacían de manera imperfecta. Todos los días catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la Eucaristía, difundió sus consejos a lo largo y a lo ancho de toda Europa y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas, hasta el día mismo de su fallecimiento en el año1859. La fecha de canonización del Santo Cura de Ars es el 31 de mayo de 1925 y fue canonizado por el Papa Pío XI.

         Mensaje de santidad[2].

         Uno de los principales mensajes de santidad del Santo Cura de Ars está relacionado con los ataques del demonio que continuamente sufría el santo -son conocidas las tentaciones y persecuciones que sufría el santo por parte del Demonio, además de que lo golpeaba, le quemaba su cama o los objetos de su dormitorio parroquial; otra táctica que empleaba el Demonio era no dejarlo dormir para que no pudiera descansar bien, con el fin de desalentarlo de su actividad parroquial- y estos ataques del demonio no se debían a que el Cura de Ars hiciera grandes prodigios, milagros, curaciones milagrosas -las que, por otra parte, sí sucedían-, sino a que el Cura de Ars pasaba horas y horas, todos los días, confesando a los penitentes, obteniendo la conversión eucarística de los fieles, quienes salían del confesionario dispuestos a vivir la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia. Si se tiene en cuenta que la confesión sacramental es más poderosa y ejerce mayor bien al alma que un exorcismo, entonces nos podemos dar cuenta de por qué el demonio mostraba un particular odio al Santo Cura de Ars: porque por el Sacramento de la Penitencia o Confesión, el Cura de Ars le arrebataba las almas que el demonio tenía entre sus garras, para entregárselas al Sagrado Corazón de Jesús, por medio del Inmaculado Corazón de María. Los acosos tomaban diferentes formas: a veces, el maligno lo asediaba como una bandada de murciélagos que infestaban la habitación, otras como ratas que recorrían su cuerpo; en otras ocasiones, lo arrastraba desde la cama hacia el suelo; también lo molestaba con todo tipo de ruidos molestos.

         Como dijimos, la principal razón por la que el demonio atacaba al santo Cura de Ars era que, como santo confesor, salvaba cientos de almas para Cristo. San Juan María Vianney ejerció este sacramento de modo eminente -pues ocupaba la mayor parte de su actividad pastoral- y ejemplar – por el extraordinario don que Dios le concedió para la confesión. Al canonizarlo, la Iglesia reconoció que el Espíritu Santo obró grandes cosas a través de este humilde párroco de pueblo. Se dice que varios testigos veían luces sobrenaturales alrededor de su persona, que levitaba y que realizó varios milagros, además de recibir un don especial para expulsar demonios de los posesos.

         El Santo Cura de Ars poseía un don especial, llamado “discernimiento de espíritus”; por este don, el Cura de Ars podía conocer los secretos de los corazones y por esto no había pecado que no conociera de quienes acudían a la confesión. Este don del Espíritu Santo hacía que los pecadores más tenaces se reconciliaran con Cristo luego de confesarse con el Cura de Ars. Parte de este don, por ejemplo, consistía en que Dios le permitía conocer quiénes eran los que más necesitaban el sacramento y él los llamaba a confesarse sin hacer fila. Hacia el final de su vida, por lo menos los últimos diez años, los peregrinos que buscaban la reconciliación a través del Cura de Ars debían esperar ¡hasta sesenta horas!, tal era la cantidad de almas que acudían a la confesión. Esto molestaba mucho al demonio, quien le dijo a través de un poseso: “Tú me haces sufrir. Si hubiera tres como tú en la tierra, mi reino sería destruido. Tú me has quitado más de 80.000 almas”. Por esta labor de confesor incansable y las gracias que Dios dispensaba a través de este gran santo, San Juan María Vianney era asediado constantemente por el maligno. El santo reconocía cómo los ataques estaban vinculados a su trabajo pastoral y menciona qué hacía para combatirlos: “Me vuelvo a Dios, hago la señal de la cruz y digo algunas palabras de desprecio al demonio. Por lo demás, he advertido que el estruendo es mucho mayor y los asaltos se multiplican, cuando al día siguiente ha de venir algún gran pecador”. Con cierto humor el santo Cura de Ars decía: “El Garras es muy torpe, él mismo me anuncia la llegada de grandes pecadores”. Entre otras muchas enseñanzas, el Santo Cura de Ars nos revela cuán importante es el Sacramento de la Confesión, por medio del cual el alma se ve libre de sus pecados y colmada con la gracia santificante, que lo hace partícipe de la vida de la Santísima Trinidad.