San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 22 de marzo de 2019

Santo Toribio de Mogrovejo



Vida de santidad[1].

Nació en Mayorga (Valladolid), el 16 de noviembre de 1538. No se formó en seminarios, ni en colegios exclusivamente eclesiásticos; dedicándose a estudiar Derecho Canónico, licenciándose en Santiago de Compostela y luego recibiendo el doctorado en la universidad de Salamanca. En Diciembre de 1573 fue nombrado por Felipe II para el cargo de presidente de la Inquisición en Granada, y allí continuó hasta 1579; pero ya en agosto de 1578 fue presentado a la sede de Lima y nombrado para ese arzobispado por Gregorio XIII el 16 de marzo de 1579, siendo sólo clérigo de tonsura. Recibió la consagración episcopal en Sevilla, en agosto de 1579, desempeñándose, como arzobispo de Lima, como uno de los más grandes evangelizadores de lo que fuera el imperio incaico. Para que nos demos una idea de la magnitud de su tarea evangelizadora, Santo Toribio recibió, de parte del Concilio plenario americano del 1900 el título de “la lumbrera mayor de todo el episcopado americano”.  Llegó al Perú en el 1581, distinguiéndose por su celo pastoral con españoles e indios. Celebró tres concilios provinciales limenses: el III (1583), el IV (1591) y el V (1601). Intentó cumplir al pie de la letra con las disposiciones del Concilio de Trento. Aprendió el quechua, la lengua nativa, para poder entenderse con los indios. Se mostró como un perfecto organizador de la diócesis. Reunió trece sínodos diocesanos. Visitó tres veces todo su territorio, que era tan grande como un reino de Europa, confirmando a sus fieles y consolidando la vida cristiana en todas partes y realizando una monumental obra de evangelización. Prestó atención especial a la formación de los ya bautizados que vivían como paganos. Llevado de su celo pastoral, publicó el Catecismo en quechua y en castellano; fundó colegios en los que compartían enseñanzas los hijos de los caciques y los de los españoles; levantó hospitales y escuelas de música para facilitar el aprendizaje de la doctrina cristiana por medio del canto. Murió en Saña, mientras hacía uno de sus viajes apostólicos, en 1606. Fue beatificado en 1679 y canonizado en 1726.

         Mensaje de santidad.

         Destaca de su vida de santidad el cumplimiento de sus deberes de estado a la perfección, primero como jurista laico y luego como arzobispo, pero sobre todo, se destaca su celo por la evangelización de lo que fuera el imperio incaico. Fue su amor a Jesucristo el que lo llevó a no detenerse en una primera evangelización, sino a profundizar la misma, para evitar que los que ya fueron evangelizados, es decir, los que se habían convertido en cristianos, continuaran viviendo como paganos. Para esa tarea evangelizadora, visitó tres veces su extensa diócesis, además de aprender el idioma quechua y de confeccionar un catecismo traducido al quechua y al español.
         El santo arzobispo Toribio es para nosotros un triple ejemplo de santidad: por su vida de santidad en el cumplimiento de sus deberes de estado, por su celo apostólico para evangelizar a quienes todavía no había llegado el Evangelio de Jesucristo y por sus esfuerzos para evitar que los cristianos vivieran como paganos. En nuestros días se vive una situación aun peor que la época en la que vivió Santo Toribio: se vive una vida mundana, sin Dios, como si Dios no existiese; existen vastas zonas del mundo y naciones enteras que están sin evangelizar; muchos de los ya evangelizados, llamados cristianos, viven como paganos y esto no solo como individuos personales, sino como naciones enteras, porque naciones enteras que antaño eran cristianas, hoy ya no lo son más, porque han caído presas del materialismo, el agnosticismo, el relativismo, el ateísmo y el ocultismo. Ahora bien, siguiendo el ejemplo de Santo Toribio, que tenía gran devoción a la Eucaristía, también para nosotros la Eucaristía es el remedio para todos los males de nuestros días: con la Eucaristía, vivimos con la vida del Dios Viviente, que nos da de su santidad desde la Eucaristía y así evitamos una vida de mundanidad, viviendo en santidad; con la Eucaristía, no solo reforzamos nuestra fe en el Dios de la cruz y el sagrario, sino que lo tenemos con nosotros y por eso no podemos dudar que de Dios Es, porque nos da de su Ser divino; con la Eucaristía, vencemos fácilmente al paganismo y al ocultismo y vivimos un verdadero cristianismo, porque Cristo Eucaristía infunde su propia vida divina en nuestras almas.

martes, 19 de marzo de 2019

San José, modelo de santidad para todo cristiano



         Para todo cristiano, San José es modelo de santidad.
Es modelo de hijo, porque fue elegido por Dios Padre para ser Padre virginal y adoptivo de su Hijo Dios en la tierra y San José se comportó como hijo predilecto de Dios Padre, obedeciendo y cumpliendo a la perfección el rol que su Padre Dios le había encomendado.
Es modelo de padre, porque su tarea en la tierra fue la de ejercer como sustituto terreno de Dios Padre, para educar a Dios Hijo encarnado, quien al venir a esta tierra, vino en el seno de una familia, como niño pequeño y por lo tanto, necesitado de padre y de madre. Aunque el padre natural, desde toda la eternidad, de Jesús, era Dios Padre, San José hizo las veces de padre adoptivo de su Hijo Jesús, adoptando a Jesús como si fuera su verdadero hijo.
Es modelo de esposo, porque si bien el matrimonio con María era un matrimonio meramente legal, lo cual quiere decir que nunca jamás tuvieron trato esponsal como lo hacen los esposos de la tierra, siendo el trato entre ambos como el de los hermanos entre sí, San José se comportó como un esposo legal, en el sentido de que fue siempre fiel y dedicó todos sus esfuerzos y toda su vida y todo su amor, tanto a su Esposa legal, María Santísima como a su Hijo adoptivo, Cristo Jesús. Para San José, Padre y Esposo Virgen, no hubo en la tierra ninguna otra mujer que no fuera su esposa legal, María Santísima, a quien sirvió de cuerpo y alma toda su vida, tratándola como si fuera su hermana y jamás le dio un trato tal como lo hacen los esposos de la tierra.
Es modelo de adorador eucarístico, porque él debía tratar todos los días con su Hijo, que además de ser un niño, era Dios en Persona. Cuando San José contemplaba a su Hijo en su humanidad, como niño, lo contemplaba además como Dios y lo adoraba en su humanidad santísima y en su divinidad, admirándose de tan grandioso misterio, sin poder salir de su asombro de saber que ese Niño al que Él contemplaba y amaba, era al mismo tiempo el Dios que lo había creado, el Dios que habría de redimir a los hombres y el Dios que habría de santificar a la humanidad, enviando al Espíritu Santo junto al Padre. De la misma manera, el adorador eucarístico, imitando a San José, no debe salir de su asombro, al contemplar la Eucaristía, porque si a los ojos del cuerpo parece un pan, así como a los  ojos de San José Jesús aparecí como un Niño, a los ojos del alma del adorador la Eucaristía se revela en el esplendor de la divinidad de Cristo Jesús, el Hijo de Dios Padre, así como a los ojos del alma de San José el Niño Dios se le manifestaba como el Hijo del Eterno Padre. Y así como San José adoraba en la humanidad a la divinidad del Verbo, así el adorador eucarístico adora, en las especies sacramentales, a Dios Hijo encarnado.
Por todo esto, San José es modelo insuperable de santidad para todo cristiano, independientemente de su estado de vida.

viernes, 1 de marzo de 2019

Las espinas y el dolor del Sagrado Corazón de Jesús



         Cuando se contempla a Jesús en sus apariciones como el Sagrado Corazón, hay algo que se destaca a primera vista y es lo siguiente: Jesús se aparece resucitado, glorioso: de hecho, de sus llagas no brota sangre, sino luz, que es el símbolo de la gloria divina. Su Cuerpo no es el Cuerpo martirizado, cubierto de sangre y de heridas abiertas en la Cruz: es el Cuerpo glorioso, luminoso, lleno de la luz, de la vida y de la gloria de Dios. Su Corazón no es el Corazón sufriente de la Cruz –al menos no lo parece- porque está envuelto en las llamas del Divino Amor, el Espíritu Santo; tiene una Cruz en su base y de su Costado traspasado brota Sangre y Agua. Es el Corazón de Jesús glorificado y por lo tanto, sin sufrimiento. Sin embargo, hay algo que llama la atención y es la corona de espinas que rodea al Sagrado Corazón. Ya no rodea su Cabeza, como en el Calvario, sino su Corazón. Y puesto que el Corazón es un Corazón vivo, late, es decir, se expande y se contrae en cada latido y por supuesto, sufre las consecuencias de las espinas, que se introducen en él en cada expansión y se retiran de él, desgarrándolo, en cada contracción. Entonces aquí parece haber algo que no parece estar bien: Jesús está con su Cuerpo glorioso y el Cuerpo glorioso no sufre; sin embargo, al mismo tiempo, su Corazón está rodeado por una corona de espinas y las espinas le provocan dolor en cada latido.
         ¿Cuál es el significado de esta contradicción? Ante todo, no es una contradicción, porque se trata de una realidad y de un misterio sobrenatural: si bien Jesús está glorificado y en cuanto glorificado no sufre, sin embargo sí sufre moralmente, no corporalmente, por los pecados de los hombres y su sufrimiento no es corporal, sino moral, como cuando una madre ve que su hijo se acerca peligrosamente y por propia voluntad a un abismo y quiere precipitarse en él. Jesús sufre y sufrirá así hasta el fin de los tiempos, a consecuencia de nuestros pecados. Aun cuando está resucitado y glorioso, entonces, Jesús sufre por nuestros pecados, porque son nuestros pecados los que se materializan en la corona de espinas que rodean al Sagrado Corazón y lo hacen sufrir a cada latido. Ahora bien, existe un modo por el cual el Sagrado Corazón no sufre y es cuando luchamos para no caer: de esa manera, consolamos al Corazón de Jesús en vez de hacerlo sufrir. Es decir, nosotros podemos, libremente, o hacerlo sufrir más, o consolarlo: cualquiera de las dos acciones, las recibirá el Sagrado Corazón.
De nuestra parte, para no hacerlo sufrir, podemos hacer el propósito de no pecar, o al menos de poner todo de nuestra parte para no solo no pecar, sino para aumentar cada vez más la gracia en nuestras almas. De esta manera, no solo no seremos causa del dolor de Jesús, sino que lo consolaremos en sus dolores, que durarán hasta el fin del mundo.