San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 14 de febrero de 2023

San Valentín, Patrono de los novios en Cristo

 



         Vida de santidad.

         San Valentín nació en Interamna Terni, unos 100 kilómetros al norte de Roma, cerca del año 175. Fue ordenado por San Felicio de Foligno y consagrado obispo de Interamna por el Papa Víctor I en el año 190 d. C. Reconocido por su fervor evangelizador, por sus milagros y curaciones, ejerció como sacerdote en Roma durante el siglo III bajo el gobierno del Emperador Claudio II, para luego ser torturado y decapitado el 14 de febrero del año 270[1].

         Mensaje de santidad.

         En la época de San Valentín, el emperador había decretado la prohibición de los matrimonios, puesto que consideraba -erróneamente- que “Los solteros sin familia son mejores soldados, ya que no tienen ataduras”. San Valentín consideraba, acertadamente, que este decreto era injusto, puesto que privaba a los jóvenes de recibir el Santo Sacramento del Matrimonio. Puesto que San Valentín instruía en el sentido del verdadero noviazgo en Cristo a los jóvenes novios y luego les impartía el Sacramento del Matrimonio, fue detenido por los soldados del emperador y luego condenado a muerte. Debido a que murió dando testimonio de Cristo como Esposo de la Iglesia Esposa, lo cual es el fundamento del matrimonio sacramental católico, llevando al altar a los novios luego de ser catequizados, para que se unieran bajo el Sacramento del Matrimonio, San Valentín es Patrono de los novios que se aman con el Amor Puro e Inmaculado del Sagrado Corazón de Jesús; es el Patrono de los novios que se aman con un amor casto, puro, un amor que es partícipe del Amor casto y puro del Sagrado Corazón de Jesús y también de la Pureza del Inmaculado Corazón de María.

         Por esto mismo, San Valentín no es “patrono de los enamorados”, de forma genérica y abstracta y mucho menos cuando en nuestros días la palabra y el concepto de “amor” han sido degradados a la pasión, ahora no ya entre varón y mujer sino en cualquier tipo de unión. La memoria de San Valentín no tiene nada que ver con el proceso de secularización, descristianización y materialización que el mundo moderno ha hecho de su memoria en nuestros días, al reducir el día de San Valentín a una fecha secular en la que quienes están en relaciones pre-matrimoniales intercambian tarjetas, regalos y cosas por el estilo. San Valentín es Patrono solo, pura y exclusivamente, de quienes se aman en Cristo, de quienes llevan un verdadero noviazgo católico -sin relaciones prematrimoniales, sin convivencia concubinaria, sin relaciones múltiples como la aberración del “poliamor”- y que, en Cristo, desean formar una familia luego de recibir el sacramento del matrimonio.

Los novios que se aman con el amor puro de Cristo, no mancillan sus cuerpos con relaciones carnales, las cuales están reservadas, según el orden natural, para el matrimonio sacramental. La prueba de que los novios se aman verdaderamente en Cristo, es que precisamente no harán lo que está reservado para el matrimonio, esto es, las relaciones pre-matrimoniales, vividas en nuestros días como si eso fuera “normal” o como si no tuvieran consecuencias en el plano espiritual -la consecuencia es el pecado mortal-. Las relaciones propias del matrimonio, fuera del matrimonio, constituyen un pecado mortal y es por eso que si los novios se aman verdaderamente, no inducirán a su ser amado a cometer el más grave error que puede cometer un alma en esta vida y es el pecado mortal, en este caso, la fornicación. San Valentín es Patrono solamente de quienes se profesan el verdadero y único amor del noviazgo cristiano, el amor puro y casto, un amor que participa de la pureza del Amor de los Sagrados Corazones de Jesús y María.

 

domingo, 12 de febrero de 2023

San José Sánchez del Río, mártir cristero mexicano

 



         Vida de santidad[1].

         Nacido en Sahuayo, diócesis de Zamora (Michoacán, México), el 28 de marzo de 1913, hijo de Macario Sánchez y de María del Río, que tuvieron cuatro hijos: Macario, Miguel, José (el mártir) y María Luisa. Fue bautizado en la parroquia de Santiago Apóstol de Sahuayo, lugar donde sería encarcelado y donde comenzaría su martirio catorce años más tarde e hizo su Comunión a los nueve años. Sus padres fueron Macario Sánchez y María del Río. José Luis fue asesinado dando vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe, durante la llamada “Guerra Cristera” el 10 de febrero de 1928, durante la persecución religiosa de México por pertenecer a “los cristeros”, un numeroso grupo de valientes católicos mexicanos que se levantaron en contra de la opresión y persecución sangrienta del régimen de Plutarco Elías Calles. Joselito rezaba el Rosario diariamente y recibía los Sacramentos, aunque estaban prohibidos.

Cuando comenzó el movimiento católico de los “cristeros” sus dos hermanos mayores, miembros de la Acción Católica de la Juventud Mexicana, entraron en el movimiento de Defensa de la Libertad Religiosa. En Guadalajara, donde la familia se había visto obligada a trasladarse, el joven muchacho José visita la tumba del joven abogado Anacleto González Flores, cruelmente martirizado el 1 de abril de 1927 y que sería proclamado beato en 2005 junto con otros ocho jóvenes seglares, entre los cuales estaba el mismo José, y otros tres sacerdotes[2].

El joven José pidió entonces a Dios poder morir como Anacleto en defensa de la fe católica. Y efectivamente alcanzará tal gracia del Cielo, casi un año más tarde, el 10 de febrero de 1928 en plena persecución, cuando, tras haberse unido por motivos de conciencia a los “cristeros” y sirviendo como portaestandarte de los mismos con la imagen de la Virgen de Guadalupe y los colores nacionales de México, y sin tomar parte directamente en los conflictos armados, cayó prisionero de las tropas gubernamentales, cuando libremente cedió su caballo a uno de los “jefes cristeros” para que pudiese escapar, plenamente consciente que ello significaba su captura y una posterior muerte atroz. Los restos mortales de José Luis descansan en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en su pueblo natal.

Mártir con catorce años. Así se resume la vida de José Luis Sánchez del Río, quien fue beatificado junto a otros doce mártires por disposición del Papa Benedicto XVI.

El padrino de José Sánchez del Río era el diputado Rafael Picazo Sánchez, natural y vecino de Sahuayo, diputado por el distrito de Jiquilpan y gozaba de gran poder político y autoridad en toda la comarca, ya que secundaba incondicionalmente las órdenes del general presidente Plutarco Elías Calles. Casi todos los testigos del Proceso de martirio no dejan de referirse a él, casi siempre con juicios bastante duros, que se pueden resumir así: el diputado Rafael Picazo pertenecía a una familia muy católica, pero él por sus relaciones con el Gobierno y por convenir así a sus intereses personales, se convirtió en perseguidor implacable de la Iglesia católica; en este juicio vienen a coincidir todos. Uno de ellos así lo resume: “[En Sahuayo la persecución] se inicia el 26 de julio de 1926; el diputado Rafael Picazo traía la consigna de Calles de acabar con el cristianismo y con los templos”. Y otro: “Picazo hacía cosas muy malas y no quería a los cristeros y mataba a todo el que agarraba; por eso mató a José, por cristero”. Este personaje, Picazo, jugará por todo ello un papel relevante en la detención y en el asesinato cruel del muchacho José Sánchez del Río, del que para mayor dolor dramático era su padrino de primera comunión y familiar y antiguo amigo de su familia[3].

Un año antes de su martirio -es decir, con solo trece años-, José Luis se había unido a las fuerzas “cristeras” del general Prudencio Mendoza, enclavadas en el pueblo de Cotija, Michoacán.

El martirio fue presenciado por dos niños, uno de siete años y el otro de nueve años, que después se convertirían en fundadores de congregaciones religiosas. Uno de ellos revela el papel decisivo que tendría para su vocación el testimonio de José Luis, de quien era amigo. Dice así: “Fue capturado por las fuerzas del gobierno, que quisieron dar a la población civil que apoyaba a los cristeros un castigo ejemplar. Le pidieron que renegara de su fe en Cristo, so pena de muerte. José no aceptó la apostasía. Su madre estaba traspasada por la pena y la angustia, pero animaba a su hijo. Entonces le cortaron la piel de las plantas de los pies y le obligaron a caminar por el pueblo, rumbo al cementerio. Él lloraba y gemía de dolor, pero no cedía. De vez en cuando se detenían y decían: “Si gritas ‘Muera Cristo Rey’, te perdonamos la vida. Di ‘Muera Cristo Rey’. Pero él respondía: “¡Viva Cristo Rey!”. Ya en el cementerio, antes de disparar sobre él, le pidieron por última vez si quería renegar de su fe. No lo hizo y lo mataron ahí mismo. Murió gritando como muchos otros mártires mexicanos “¡Viva Cristo Rey!”. Estas son imágenes imborrables de mi memoria y de la memoria del pueblo mexicano, aunque no se hable muchas veces de ellas en la historia oficial”.

El otro testigo de los hechos fue el niño de nueve años Enrique Amezcua Medina, fundador de la Confraternidad Sacerdotal de los Operarios del Reino de Cristo, con casas de formación tanto en México como en España y presencia en varios países del mundo. En la biografía de la Confraternidad que él mismo fundara, el padre Amezcua narra su encuentro -que siempre consideró providencial- con José Luis. Según comenta en ese testimonial, haberse cruzado con el niño mártir de Sahuayo -a quien le pidió seguirlo en su camino, pero que, viéndolo tan pequeño le dijo: “Tú harás cosas que yo no podré llegar a hacer”-, determinó su entrada al sacerdocio.

         Mensaje de santidad.

Amor por los Sacramentos y el Santo Rosario, al cual rezaba diariamente y esto a pesar de estar prohibidos por el gobierno laicista.

Pide la gracia y la obtiene, de dar su vida por Cristo, demostrando así que la vida terrena alcanza su pleno y total sentido en la entrega absoluta y sin condiciones al Hombre-Dios Jesucristo.

Magnanimidad heroica al dar su caballo para que se salve un general cristero, sabiendo que esto le costaría el ser apresado y probablemente la muerte, como sucedió.

Fe y amor en Cristo Rey y amor a la Virgen de Guadalupe, del cual era su portaestandarte.

Al igual que Cristo, fue traicionado, en este caso, por su propio padrino y tío, pues era de la misma familia de Joselito.

Valentía sobrehumana, proporcionada por el Espíritu Santo, al soportar con entereza el agudísimo dolor del despellejamiento de las plantas de los pies, a lo que se suma el agravante del dolor, cuando lo hicieron caminar sobre sal.

Valentía sobrehumana al no dejarse amedrentar por los esbirros del gobierno ni dejarse seducir por las falsas promesas de salvación de su padrino: San José Sánchez del Río prefirió morir por Cristo antes que aceptar honores terrenos y así obtuvo una gloria infinitamente mayor a cualquier gloria humana, la corona del martirio y se mostró más valiente que cualquier otro guerrero humano, con mayores fuerzas físicas que él.

Por último, la muerte martirial de San José Sánchez del Río, a tan corta edad, es un ejemplo de valor infinito de amor a Nuestro Señora Jesucristo para todas las generaciones, pero sobre todo para nuestra generación, en el que el rechazo de Cristo, de su Iglesia y de sus Sacramentos -paradójicamente, aun en el seno de la misma Iglesia- crece exponencialmente, al mismo tiempo que lo hace el espíritu anti-cristiano en todo nivel de la especie humana.

Que nuestras últimas palabras en esta vida terrena sean las pronunciadas por el niño mártir San José Sánchez del Río: “¡Viva Cristo Rey!”.



[1] https://www.es.catholic.net/op/articulos/36372/jose-sanchez-del-rio-beato.html ; Fecha de beatificación: 20 de noviembre de 2005, por el Papa Benedicto XVI, como parte de un grupo formado por él y otros 8 mártires mexicanos. Fecha de canonización: 16 de octubre de 2016, por S.S. Francisco.       

jueves, 2 de febrero de 2023

San Blas, obispo y mártir

 



         Vida de santidad[1].

         San Blas fue obispo de Sebaste, Armenia, conocido por sus contemporáneos por haber obrado numerosas curaciones milagrosas, aun en vida terrena. Ejercía la profesión de médico y luego decidió retirarse para vivir en la oración y la penitencia, como eremita y esto lo hizo incluso después de haber sido nombrado obispo, convirtiendo la cueva en la que vivía, ubicada en el bosque del monte Argeus, en su sede episcopal.

         Mensaje de santidad.

En la actualidad, San Blas es patrono de los otorrinolaringólogos y de quienes padecen alguna afección a la garganta y esto se debe a que, según la tradición, San Blas volvió a la vida a un niño que acababa de morir al habérsele atravesado una espina de pescado en la garganta. Es de este milagro de donde se deriva la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta, 3 de febrero.

Forma parte de su vida de santidad el afecto y aprecio que tenía por los animales, considerándolos como parte de la Creación de Dios. Por este afecto a los animales, también los curaba y también según la tradición, los animales enfermos o heridos se acercaban a su cueva en Argeus para que los cure. Estos, en retribución, no le hacían daño ni lo molestaban cuando oraba.

Debido a que los animales enfermos se reunían en la entrada de la cueva donde vivía San Blas, fue esto lo que llamó la atención de un grupo de cazadores: estos habían ido al monte a cazar animales para utilizarlos en los juegos de la arena en el circo y al ver a numerosos animales feroces esperando mansamente a la entrada de una cueva, decidieron entrar en la cueva para ver de qué se trataba y así fue como encontraron a San Blas. Lo llevaron preso, porque en esos días se había desencadenado una persecución contra los cristianos debido a una orden del gobernador de Capadocia, llamado Agrícola. Una vez que estuvo en presencia del gobernador, que era pagano y anticristiano, le exigieron bajo amenaza de muerte que renegara de la fe en Jesucristo, pero San Blas se opuso firmemente. Por su negativa a renunciar a la fe en Jesucristo, San Blas fue sentenciado a muerte y conducido a prisión, en donde debía esperar para su ejecución, pero incluso estando en prisión, seguía haciendo milagros y curando a los enfermos y bautizando a los que querían hacerse cristianos. De acuerdo a las Actas de San Blas, fue condenado a morir por ahogamiento pero, cuando fue arrojado a las aguas, el Santo empezó a caminar sobre estas, repitiendo el milagro que hizo Jesucristo. Entonces fue conducido al cadalso, fue torturado y, finalmente, decapitado. Murió, como mártir, el año 316 D. C, en tiempos del Emperador Licinio. Así como la muerte martirial de San Blas fue en su tiempo un testimonio de fe en Jesucristo como Dios y Salvador, así lo es en nuestros días, caracterizados por la apostasía generalizada, es decir, por el abandono voluntario de la fe católica, llegando incluso algunos al extremo de formar agrupaciones para exigir que se borren sus nombres de los libros de bautismos de las parroquias; no se dan cuenta que así están borrando voluntariamente sus nombres del Libro de la Vida y por lo tanto, al fin de la vida terrena, sufrirán la muerte eterna en el Infierno. Pidamos a San Blas que interceda para que perseveremos en la fe católica y en las obras de misericordia todos los días de nuestra vida terrena, hasta el último día, para que así seamos conducidos al Reino de los cielos en la eternidad y le pidamos también al santo que bendiga nuestras gargantas, pero no solo para que no nos enfermemos de la garganta o para que nos curemos si estamos enfermos, sino para que de nuestras gargantas solo salgan palabras de compasión para con nuestros prójimos y de adoración para con nuestro Dios, Jesús Eucaristía.