San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 18 de octubre de 2023

San Isidro Labrador

 



         Vida de santidad[1].

         San Isidro Labrador nació en Madrid, capital de España y junto con su mujer, también santa, llamada Santa María de la Cabeza o Toribia, llevó una dura vida de trabajo, esencialmente agrícola, pero a pesar de este duro trabajo de labrador, nunca descuidó, ni él ni su esposa, su relación con Dios: todos los días los dos rezaban antes de comenzar y luego, al finalizar por la noche el pesado día de trabajo, rezaban también dando gracias por el día vivido en presencia de Dios. San Isidro se convirtió así en modelo ejemplar de un ejemplar trabajador honrado, a la vez que la de un piadoso agricultor cristiano. Falleció en el año 1130 d. C. y fue canonizado el 12 de marzo de 1622 por el Papa Gregorio XV.

Mensaje de santidad.

Uno de los principales mensajes de santidad que nos deja San Isidro Labrador es que se puede cumplir a la perfección el mandato divino de Dios, plasmado en el Génesis, que dice que el hombre “ganará el pan con el sudor de su frente” y esto porque San Isidro se levantaba al alba para salir a arar con sus bueyes y al mismo tiempo que trabajaba para ganar el pan con el sudor de la frente, como lo manda Dios -a esto se le opone el pecado de pereza, que consiste en no trabajar, dejándose llevar por el pecado de la pereza-, no descuidaba ni un solo día su relación de amor con su Dios. San Isidro Labrador fue un ejemplo de santidad, ya que cumplió a la perfección el lema “Ora et labora” benedictino, es decir, “Ora y trabaja”. San Isidro se santificó al cumplir el mandato divino de que el hombre debe ganar el pan con el sudor de su frente, al mismo tiempo que nunca descuidó, ni el rezo del Rosario, ni la asistencia a la Santa Misa, cuando le era posible, ya que en ese entonces las distancias eran muy largas y no se podía comulgar todos los días. Pero San Isidro Labrador, desde su lugar de trabajo, cuando llegaba la hora de la Santa Misa, el santo se arrodillaba en el momento de la consagración, es decir, cuando el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Para San Isidro, la oración era el descanso del duro trabajo y el trabajo, a su vez, se convertía en oración, al ofrecer él su trabajo a Nuestro Jesucristo. Su vida era sencilla, pero colmada con la paz y la alegría que solo Nuestro Señor Jesucristo puede conceder.  Otra característica de la vida de San Isidro es la pobreza, porque si bien trabajó honradamente toda su vida, junto a su esposa, también santa, nunca tuvieron grandes posesiones de bienes terrenos; por el contrario, la pobreza era la característica de sus vidas, pero no cualquier pobreza, sino la pobreza de la cruz, la pobreza de Jesús en la Cruz.

San Isidro no tenía campo propio, sino que cultivaba el campo de Juan de Vargas y era a él a quien, cada noche, le preguntaba adónde debía ir a trabajar, preguntándole: “Señor amo, ¿adónde hay que ir mañana?”; entonces, Juan de Vargas le señalaba el plan para el día siguiente: sembrar, podar las vides, limpiar los sembrados, vendimiar, recoger la cosecha. Y al día siguiente, al alba, Isidro uncía los bueyes y marchaba hacia las colinas onduladas de Carabanchel, hacia las llanuras de Getafe, por las orillas del Manzanares o las umbrías del Jarama. Cuando pasaba cerca de la Almudena o frente a la ermita de Atocha, se detenía a rezar un Padrenuestro o un Avemaría y luego continuaba su camino al trabajo. Una vez sucedió un episodio que explica la razón por la que a San Isidro se lo representa con bueyes y también con un ángel. Unos compañeros suyos, que le tenían envidia por lo bien que trabajaba y por el aprecio que don Juan Vargas le tenía, le fueron a decir, falsamente, que San Isidro abandonaba su trabajo para ir a Misa. Y es verdad que, cuando había Misa, San Isidro Labrador iba a Misa, por lo que Juan Vargas decidió ir a ver qué pasaba con sus propios ojos y lo que vio lo sorprendió: San Isidro no estaba en su lugar de trabajo, porque había ido a la Santa Misa, pero Juan Vargas vio que los bueyes que debía conducir San Isidro eran conducidos por un ángel, el ángel custodio de San Isidro, de manera tal que cuando San Isidro regresaba de la Santa Misa, su trabajo estaba ya hecho, por su Ángel de la Guarda. Así el cielo demostraba cómo Dios no descuida a sus hijos que le demuestran un amor de predilección.

Su mujer, Toribia, era también una santa y le llaman Santa María de la Cabeza porque los agricultores sacan en procesión la reliquia de su cabeza. También obró un milagro con su propio hijo, el cual, siendo pequeño, cayó en un pozo y se ahogó, falleciendo en el momento, pero San Isidro oró a Dios pidiéndole que, si era su voluntad, le devolviera la vida a su hijo, lo cual ocurrió.

Amor al trabajo, amor a su esposa y a su hijo, amor a Dios en la Eucaristía, amor a la oración, son los mensajes de santidad que nos deja San Isidro Labrador.

 

lunes, 16 de octubre de 2023

San Lucas Evangelista

 



         Vida de santidad[1].

         San Lucas es el autor del tercer Evangelio y también de los Hechos de los Apóstoles, en el que se narran los orígenes de la vida de la Iglesia hasta la primera prisión de Pablo en Roma. Se cree que posiblemente escribió entre los años 70 y 80 d. C., período que coincide con los dos años en los que San Pablo estuvo preso en Cesarea (Hch 20, 21). Se destaca como evangelista y como historiador y su conversión se piensa que se produjo alrededor del año 40. Conoció a Pablo en Antioquía y si bien ninguno de los dos conoció a Jesús durante su vida en la tierra, guiado por el Espíritu Santo, Lucas escribió cuidadosamente todo lo que escuchó de los testigos oculares -Lucas nos advierte que hizo muchas investigaciones y que buscó informaciones respecto de la vida de Jesús investigando a quienes fueron testigos de los hechos de Jesús- y a partir de allí, narra la infancia de Jesús y además es el que trata con más frecuencia sobre la Virgen María y esto porque tal vez fue la Virgen misma le instruyó en Éfeso.

Lucas se caracteriza porque en su Evangelio escribe para el mundo gentil, es decir, para quienes no pertenecen al Pueblo Elegido, por lo cual se destaca el aspecto universal de la Redención de Jesucristo, significando que esta no se limita solo a una raza determinada, sino a toda la humanidad, comenzando la predicación de la salvación a todas las naciones, comenzando por Jerusalén (cfr. Lc 24, 46-47). San Lucas es consciente de los peligrosos desvíos que para la verdadera fe supone la legalidad y la casuística judía, así como las herejías y la frivolidad pagana que surgen entre quienes se dejan guiar por sus razonamientos humanos. Además de la Redención universal, su Evangelio muestra una atención especial hacia los pobres, los pecadores arrepentidos y hacia la oración. Un escrito del siglo II, el Prólogo antimarcionista del Evangelio de Lucas, sintetiza el perfil biográfico del modo siguiente: “Lucas, un sirio de Antioquía, de profesión médico, discípulo de los apóstoles, más tarde siguió a San Pablo hasta su confesión (martirio). Sirvió incondicionalmente al Señor, no se casó ni tuvo hijos. Murió a la edad de 84 años en Beocia, lleno de Espíritu Santo”[2]. Recientes estudios concuerdan con esta versión.

         Mensaje de santidad.

         La profesión médica nos hace suponer que poseía una cultura superior a la media en su tiempo, habiendo dedicado mucho tiempo al estudio y esta formación cultural se nota también por el estilo de sus libros: su Evangelio está escrito en un griego sencillo, limpio y bello, rico en términos que los otros tres evangelistas no tienen, lo cual es signo precisamente de un estado cultural diverso al de los otros evangelistas. Sin embargo, al igual que sucede con los otros evangelistas, en San Lucas existe una luz intelectual que no proviene de la propia razón humana, sino del Espíritu Santo y esto no puede ser de otra manera porque San Lucas no describe a un profeta más entre tantos ni a un hombre santo, ni siquiera el más santo entre los santos: describe a Dios Tres veces Santo, encarnado en la Persona Segunda de la Trinidad, la cual une a Sí a la humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Es verdad que, según los análisis estilísticos e historiográficos San Lucas es el que mejor retrata, de entre los evangelistas, la humana fisonomía del Redentor, como por ejemplo su mansedumbre, sus atenciones para con los pobres y los marginados, las mujeres y los pecadores arrepentidos, pero esta descripción de la humanidad de Jesús de Nazareth no oculta la divinidad que le es propia al Hombre-Dios, divinidad que se trasluce en el Evangelio de Lucas. Se puede decir también que San Lucas es el biógrafo de la Virgen y de la infancia de Jesús, él es el que es nombrado como “el evangelista de la Navidad”, describiendo con suma sencillez, pero a la vez insondable profundidad, el misterio del Nacimiento virginal del Niño Dios. Un elemento a tener en cuenta es que, si bien San Lucas puede considerarse como un hombre conciliador, dueño de sí mismo, que suaviza o calla expresiones que hubieran podido herir a algún lector, en ningún momento este rasgo conciliador de su personalidad, atenta contra la verdad histórica de los hechos relativos al Hombre-Dios Jesucristo y a su Madre, la Virgen, por él retratados.

Por último, al revelarnos los secretos íntimos de la Anunciación, de la Visitación, de la Navidad, San Lucas nos da a entender que conoció personalmente a la Virgen, un privilegio concedido a muy pocos y por lo que algún exégeta avanza la hipótesis de que fue la Virgen María misma, en persona, quien le transcribió el himno del “Magnificat”, que Ella, la Madre de Dios, elevó al Señor inspirada por el Espíritu Santo, al encontrarse con su prima Isabel. Al recordarlo en su día, le pidamos a San Lucas que interceda por nosotros para que nunca caigamos en el error de interpretar su Evangelio con la pobre y débil luz de nuestra razón, sino que recurramos siempre al Espíritu Santo, para que sea el Santo Espíritu de Dios quien nos revele todo lo que escribió San Lucas Evangelista.

San Ignacio de Antioquía

 



         Vida de santidad[1].

         San Ignacio de Antioquía fue obispo y mártir, discípulo del apóstol San Juan y segundo sucesor de San Pedro en la sede de Antioquía; en el período de gobierno del emperador Trajano fue condenado al suplicio de las fieras y trasladado a Roma, donde consumó su martirio glorioso dando testimonio de Cristo. Durante el viaje hacia Roma, en donde sabía que sería arrojado vivo a las fieras salvajes, lejos de pedir que intercedieran por él ante las autoridades, les pedía que no lo hicieran, puesto que quería entregar su vida terrena por Cristo para así ganar el Reino de los cielos. En sus cartas a las diversas Iglesias, exhortaba a los cristianos a servir a Dios unidos con el propio obispo, y a ser fieles a las enseñanzas recibidas, a mantenerse firmes frente a los que pretendían socavarlas, así como a vivir la caridad y unidad entre todos. Fue arrojado a las fieras en el circo romano en el año107 d. C.

         Mensaje de santidad.

         Su mensaje de santidad, además del dar la vida martirialmente por Cristo, podemos tomarla de algunos de sus escritos hacia las diversas iglesias, que fueron dejados, como ya dijimos, a las diversas iglesias.

         En uno de sus escritos dice así: “Soy trigo de Cristo y quiero ser molido por los dientes de las fieras para convertirme en pan sabroso a mi Señor Jesucristo”. San Ignacio, sin tener en consideración su dignidad de obispo, dignidad que, al menos desde el punto de vista humano, podría ser un dato a favor en cuanto a su posibilidad de evitar su muerte, San Ignacio se considera como “trigo de Cristo” que debe ser convertido en “pan sabroso para su Jesucristo” y que esta conversión de “trigo” en “pan”, solo puede ser llevado a cabo por medio de los afilados dientes de leones, tigres y panteras, los animales salvajes que los romanos solían arrojar al circo romano para que destrozaran a los cristianos.

         Continúa así San Ignacio: “Animad a las bestias para que sean mi sepulcro, para que no dejen nada de mi cuerpo, para que cuando esté muerto, no sea gravoso a nadie […]”. Es decir, San Ignacio quiere positivamente que las bestias salvajes consuman su cuerpo, sin dejar rastros de él, de manera que ni siquiera tengan sus discípulos el trabajo que tener que sepultar el cuerpo. Quiere que su cuerpo sea consumido totalmente por las bestias salvajes.

Luego dice: “Si no quieren atacarme, yo las obligaré. Os pido perdón. Sé lo que me conviene. Ahora comienzo a ser discípulo. Que ninguna cosa visible o invisible me impida llegar a Jesucristo […]”. Si las bestias salvajes no hacen nada por destrozarlo con sus dientes, él mismo se encargará de incitarlos para que lo ataquen, ya que solo así, el dar su vida por Cristo, “comenzará a ser su discípulo”, puesto que ser discípulo de Cristo implica subir a la cruz y morir en cruz con Él y esto solo sucederá si los animales salvajes comienzan a destrozar su cuerpo.

Continúa: “Poneos de mi lado y del lado de Dios. No llevéis en vuestros labios el nombre de Jesucristo y deseos mundanos en el corazón. Aun cuando yo mismo, ya entre vosotros os implorara vuestra ayuda, no me escuchéis, sino creed lo que os digo por carta. Os escribo lleno de vida, pero con anhelos de morir. Les pide a sus discípulos que sean coherentes, en el sentido de que no lleven en los labios el nombre de Jesucristo, llamándose “cristianos”, mientras que obran según los deseos mundanos, lo cual sería impedir su muerte, si sus discípulos, llevados por el apego a la vida terrena, intercedieran ante las autoridades para que liberaran y dejaran vivo a San Ignacio. También les dice que, si incluso él mismo, al estar siendo atacado por las fieras, les pidiera que lo liberen, no le hicieran caso, puesto que escribe la carta con plena conciencia.

En otras palabras, San Ignacio de Antioquia, iluminado por la gracia santificante, sabía con toda la claridad que la verdadera vida era la vida eterna, la vida que comienza luego de la muerte en la vida terrena, puesto que, muriendo por Cristo, dando su vida por Cristo, sería considerado digno de ingresar al Reino de los cielos, para contemplar cara a cara al Cordero de Dios, Cristo Jesús. Al recordarlo en su día, le pidamos que interceda por nosotros para que, cuando nos sintamos demasiado apegados a esta vida terrena, nos ayude para que Cristo nos recuerde que Él nos espera en la vida eterna, en el Reino de los cielos y que esta vida es solo la prueba para ganarnos la Vida Eterna, la Vida Eterna en la que el Divino Amor del Cordero de Dios colmará nuestras almas para siempre.

jueves, 12 de octubre de 2023

Beato Carlo Acutis

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en Londres, el 3 de mayo de 1991 y falleció en Monza, Italia, el 12 de octubre de 2006. Era un estudiante italiano y un aficionado programador de informática, conocido por documentar milagros eucarísticos y apariciones marianas aprobadas en todo el mundo, y catalogar toda esa información en un sitio web que creó antes de su muerte por leucemia. Fue beatificado por la Iglesia católica en AsísItalia, el 10 de octubre de 2020 por un milagro atribuido a su intercesión[2]. Desde temprana edad, tuvo una devoción por la Eucaristía y por la Virgen María, a quien luego definió como “la única mujer de mi vida”. ​ Se interesó por la historia de las apariciones de Nuestra Señora de Lourdes y de Nuestra Señora de Fátima, también estudió la vida de los santos, entre ellos Luis Gonzaga y Tarsicio, pero en particular se interesó por Francisco de AsísAntonio de PaduaDomingo SavioMaría Magdalena de Pazzi y los tres pastores de la Virgen de FátimaFrancisco MartoJacinta Marto y Lucía dos Santos. Su madre afirma que ella tuvo que tomar clases de teología para poder responder a las cuestiones que Carlo le planteaba[3].

A los siete años Carlo manifestó su deseo de recibir la comunión a la que llamó “mi autopista hacia el Cielo”. ​ Para no ceder a lo que creían que era un capricho, sus padres consultaron a monseñor Pasquale Macchi, ex secretario del papa Pablo VI. Tras constatar la madurez del niño, el prelado lo autorizó a realizar su primera comunión. La ceremonia tuvo lugar en el Monasterio Ambrosiano de Perego el 16 de junio de 1998. Desde entonces y hasta su muerte, Carlo asistió todos los días a misa. En una ocasión dijo: “Si nos acercamos a la Eucaristía todos los días, vamos directos al Paraíso”. Rezó el rosario todos los días, se confesaba una vez por semana y participaba en el catecismo para los niños de su parroquia. También dedicaba su tiempo libre a visitar a los ancianos y ahorraba dinero para dárselo a los más necesitados, ayudaba a las personas sin hogar, fue voluntario en los comedores populares y ayudó como catequista y ​ a menudo decía: “La tristeza es mirarte a ti mismo. La felicidad es mirar a Dios”.

         Mensaje de santidad.

         El Beato Carlo Acutis es un gran ejemplo para los jóvenes. Solía decir a sus amigos que para ellos también había “un propósito especial de Dios desde la Eternidad”. Y que ellos también pueden hacer mucho más de lo que él hizo, “pueden ser Santos, lo importante es quererlo”, les decía”. Sorprendentemente, esto mismo es lo que afirma Santo Tomás de Aquino y es lo que le respondió a su hermana cuando le preguntó qué había que hacer para ser santos; el santo le dijo: “Querer ser santos”, por supuesto que con la ayuda indispensable de la gracia.

Dentro del mensaje de santidad que nos deja el Beato Carlo Acutis, es su gran amor por la Eucaristía, a la cual llamaba “mi autopista al Cielo”. Debido a que Carlo era un gran apasionado por la informática, decidió utilizar a este instrumento para evangelizar a través de Internet y es así que se dedicó a estudiar los milagros eucarísticos ocurridos a lo largo del mundo en los dos mil años de historia de la Iglesia -este trabajo de investigación de los milagros eucarísticos comenzó cuando tenía solo once años- y los recopiló en un sitio de la red al que le puso el nombre de “miracolieucaristici.org”, que traducido significa “milagroseucarísticos.org”. De esta manera, Carlo Acutis nos enseña cómo un instrumento como la red, en la que hay cosas buenas y malas y que puede ser usada tanto para el bien como para el mal, él usó internet pura y exclusivamente para el bien, para hacer apostolado y para evangelizar a través de Internet. Su madre afirma que la asombraba ver cómo un niño tan pequeño, “en vez de jugar videojuegos o con amigos, pasaba horas y horas delante de la computadora, investigando todo lo relacionado con los milagros de la Eucaristía. Además, les pidió a sus padres el poder viajar por toda Italia y también por parte de Europa, pero no para diversión, sino para continuar investigando el material acerca de los milagros eucarísticos. Carlo Acutis llamaba a lo que podríamos decir: “conversión eucarística”. Decía así: “La tristeza es dirigir la mirada hacia uno mismo, la felicidad es dirigir la mirada hacia Dios. La conversión no es otra cosa que desviar la mirada desde abajo hacia lo alto. Basta un simple movimiento de ojos”. Puesto que para nosotros los católicos Dios está en la Eucaristía, lo que debemos hacer, según Carlo, es elevar la vista y contemplar la Sagrada Eucaristía.

         Como todo joven, Carlo tenía luchas interiores. Por ejemplo, según su madre, le gustaban mucho los postres, como los helados y un dulce típico italiano llamado “Nutella”: como consecuencia de comer tanto, aumentó mucho su peso corporal y a partir de entonces, se dio cuenta de que debía ser más moderado y tener más templanza en el comer, para no caer en el pecado de la gula por un lado y para mantener una buena salud corporal, por otro lado. A pesar de que había una señora encargada de la limpieza del hogar, Carlo se esforzaba por mantener su cuarto ordenado y limpio. En la revista “Huellas” se narra una conversión al catolicismo, por parte de uno de los empleados del hogar, llamado Rajesh y que antes de conocer a Carlo era hindú y por medio de Carlo se convirtió, pidió bautizarse y luego recibir la Sagrada Eucaristía. Rajesh dice así: “Carlo me decía que sería más feliz si me acercaba a Jesús. Pedí el Bautismo cristiano porque él me contagió y cautivó con su profunda fe, su caridad y su pureza. Siempre le consideré como alguien fuera de lo normal, porque un chico tan joven, tan guapo y tan rico normalmente prefiere llevar una vida distinta”.

         Carlo también practicaba obras de misericordia corporales, como por ejemplo, lo que sucedió con un mendigo al que él veía todos los días al ir a Misa: con sus ahorros personales, le compró una hermosa bolsa de dormir, de manera que el mendigo ya no tenía que dormir más a la intemperie.

         Sobre el tema de la castidad, la madre cuenta como Carlo “tenía muchas chicas que estaban enamoradas de él: era un joven guapo, rico y con éxito. No le hubiese sido difícil tener muchas novias si hubiese querido”. Pero era consciente de la “gran dignidad de cada ser humano y de que cada persona refleja la luz de Dios”. Estaba verdaderamente convencido de que “el cuerpo es templo del Espíritu Santo”. En esa línea tenía claro, reflexiona Antonia, “que la sexualidad era algo muy especial y que tenía que ser para el propósito que Dios la había creado”. Así que solía hablar con sus compañeros de clase y los animaba a la castidad. Le dolía mucho ver cómo los jóvenes usaban la pornografía para su propio placer, lo que era una falta de caridad y de alguna manera, “era traicionar el proyecto que Dios tenía para ellos”. Su madre explica que Carlo se confesaba con frecuencia, ya que “igual que para viajar en globo hay que descargar peso, también el alma para elevarse al Cielo necesita quitarse de encima esos pequeños pesos que son los pecados veniales”[4].

         La inesperada enfermedad, un cáncer muy agresivo, comenzó a manifestarse por aquellos días, terminando con la vida de Carlo en muy poco tiempo. En el verano de 2006 Carlo le pregunta a su madre: “¿Crees que debo ser sacerdote?” Ella le responde: “Lo irás viendo tú solo, Dios te lo irá revelando”. Fue en esa época en que comenzó a sentirse mal; primero pensaban que era un estado gripal, pero los análisis demostraron que era una leucemia muy agresiva, de tipo M3. Al entrar en el hospital, le dijo a su madre: “De aquí ya no salgo”. Diría a sus padres: “Ofrezco al Señor los sufrimientos que tendré que padecer por el Papa y por la Iglesia, para no tener que estar en el Purgatorio y poder ir directo al cielo”. Pidió la Unción de los Enfermos y murió el 12 de octubre. En el funeral no solo acudieron la familia, los amigos, los compañeros de curso, como suele suceder, sino que acudieron numerosas personas que la familia no había visto en la vida y es que Carlo, a escondidas, había ayudado a un innumerable número de almas, como inmigrantes y personas sin techo en la calle, con quienes compartía su comida. En el funeral había muchísimas personas sin recursos, quienes dieron testimonio de cómo Carlo los había ayudado.

         Amor a la Eucaristía, que es Cristo Dios oculto en apariencia de pan; amor a la Virgen, que es la Madre de Dios; amor a la Iglesia, haciendo apostolado a través de internet para que se conocieran los milagros eucarísticos; amor al prójimo por amor a Dios; la mirada del alma puesta en el Rey de reyes y Señor de señores, que es Cristo Jesús en la Eucaristía; deseo de la vida eterna para estar para siempre unido al Sagrado Corazón de Jesús, esos son los mensajes de santidad que nos deja Carlo Acutis, especialmente a niños y jóvenes de nuestro tiempo.

sábado, 7 de octubre de 2023

San Bruno

 


Cuando morimos, nuestra alma va inmediatamente ante la Presencia de Dios, para recibir el juicio particular, en donde se decide el destino eterno: cielo o infierno, según las obras realizadas en esta vida (Compendio de la Iglesia Católica, 208). Ésta es la única verdad acerca del más allá, y no las cosas que se dicen en la actualidad, tanto en los ambientes de la Nueva Era como en ambientes antiguamente cristianos y hoy convertidos en neo-paganos. No hay, como es frecuente escuchar, un pasaje "automático" de esta vida a la otra; tampoco es verdad que toda alma que muere, inmediatamente va al cielo; tampoco es verdad que el alma se disuelve en la nada; tampoco es verdad que empieza a "migrar" por distintos cuerpos hasta que se purifica de su "karma"; tampoco es verdad que no existe Dios, y que por lo tanto no hay retribución por las obras, tanto por las buenas como por las malas obras.
Dios existe, y espera al final de la vida, para dar a cada uno según sus obras, según la Revelación: "Dios premia a los buenos y castiga a los malos" (cfr. Mc 9, 41), de manera tal que se puede decir que quien se salva, se salva libremente por sus buenas obras, movido por la gracia, y quien se condena, se condena libremente, porque libremente rechazó la gracia santificante y eligió hacer las obras del demonio, las obras de la oscuridad.
Como prueba de la existencia del juicio particular, en donde Dios se manifiesta al alma como Dios infinitamente Justo, que da a cada uno lo que cada uno eligió -el bien o el mal- con sus obras, está el hecho histórico en el que San Bruno, fundador de la Cartuja, recibió la gracia fundacional.
El ejemplo no debe llevarnos a un vano temor, sino al aumento del Amor de Dios y, en consecuencia, a un aumento de obras buenas, realizadas por su Amor.
Recordemos y tengamos siempre presente este episodio, para pedir la gracia de la perseverancia final en la fe y en las buenas obras.

Historia real acerca de un ilustre profesor de la Universidad de la Sorbona, condenado en el infierno. El doctor Raymond Diocrés. En la vida de San Bruno, fundador de los Cartujos, se encuentra un hecho estudiado muy a fondo por los doctísimos Bolandistas, y que presenta a la crítica más formal todos los caracteres históricos de la autenticidad; un hecho acaecido en París en pleno día, en presencia de muchos millares de testigos, cuyos detalles han sido recogidos por sus contemporáneos, y que ha dado origen a una gran Orden religiosa. Acababa de fallecer un célebre doctor de la Universidad de París llamado Raymond Diocrés, dejando universal admiración entre todos sus alumnos. Era el año 1082. Uno de los más sabios doctores de aquel tiempo, conocido en toda Europa por su ciencia, su talento y sus virtudes, llamado Bruno, hallábase entonces en París con cuatro compañeros, y se hizo un deber asistir a las exequias del ilustre difunto. Se había depositado el cuerpo en la catedral de Nuestra Señora. El cuerpo estaba expuesto en el centro de la nave central y una inmensa multitud de fieles, alumnos y profesores rodeaba respetuosamente la cama, en la que, según costumbre de aquella época, estaba expuesto el difunto cubierto con un simple velo. En el momento en que se leía una de las lecciones del Oficio de difuntos, que empieza así:

"Respóndeme. ¡Cuán grandes y numerosas son tus iniquidades!" (Cuarta lectura de Maitines del Oficio de difuntos: Job, 13, 22-28). Entonces sale de debajo del fúnebre velo mortuorio una voz sepulcral, y todos los concurrentes oyen estas palabras: "Por justo juicio de Dios he sido acusado".

Acuden precipitadamente, levantan el paño mortuorio: el pobre difunto estaba allí inmóvil, helado, completamente muerto. Continuóse luego la ceremonia por un momento interrumpida, hallándose aterrorizados y llenos de temor todos los concurrentes. Se vuelve a empezar el Oficio, se llega a la referida lección: "Respóndeme", y esta vez a la vista de todo el mundo levántase el muerto, y con robusta y acentuada voz dice: "Por justo juicio de Dios he sido juzgado".

Y vuelve a caer. El terror del auditorio llega a su colmo: dos médicos certifican de nuevo la muerte; el cadáver estaba frío, rígido; no se tuvo valor para continuar, y se aplazó el Oficio para el día siguiente. Las autoridades eclesiásticas no sabían qué resolver. Unos decían: "Es un condenado; es indigno de las oraciones de la Iglesia". Decían otros: "No, todo esto es sin duda espantoso; pero al fin, ¿no seremos todos acusados primero y después juzgados por justo juicio de Dios?" El Obispo fue de este parecer, y al siguiente día, a la misma hora, volvió a empezar la fúnebre ceremonia, hallándose presentes, como en la víspera, Bruno y sus compañeros. Toda la Universidad, todo París había acudido a la iglesia de Nuestra Señora. Vuelve, pues, a empezar el Oficio. A la misma lección: "Respóndeme", el cuerpo del doctor Raymond se levanta de su asiento, y con un acento indescriptible que hiela de espanto a todos los concurrentes, exclama:

"Por justo juicio de Dios he sido condenado para siempre", y volvió a caer inmóvil. Esta vez no quedaba duda alguna: el terrible prodigio, justificado hasta la evidencia, no admitía réplica. Por orden del Obispo y del Cabildo, previa sesión, se despojó al cadáver de las insignias de sus dignidades, y fue llevado al muladar del Montfaucon. (Muladar: sitio donde se vacía el estiércol o basura). Al salir de la Iglesia, Bruno, que contaría entonces cerca de cuarenta y cinco años de edad, se decidió irrevocablemente a dejar el mundo, y se fue con sus compañeros a buscar en las soledades de la Gran Cartuja, cerca de Grenoble, un retiro donde pudiese asegurar su salvación, y prepararse así despacio para los justos juicios de Dios.Verdaderamente, he aquí un condenado que "volvía del infierno" no para salir de él, sino para dar un irrecusable testimonio.

Santa Faustina Kowalska

 



         Vida de santidad[1].

     Llamada “el Apóstol de la Divina Misericordia”, Sor Faustina nació en el año 1905 en la aldea de Glogowiec, cerca de Lodz, como la tercera de diez hermanos en la familia de Kowalski. Desde pequeña se destacó por el amor a la oración, laboriosidad, obediencia y sensibilidad ante la pobreza humana. Su educación escolar duró apenas tres años. Al cumplir 16 años abandonó la casa familiar para trabajar de empleada doméstica en casas de familias acomodadas. A los 20 años entró en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, donde ­ como Sor María Faustina ­ vivió 13 años cumpliendo los deberes de cocinera, jardinera y portera. Su vida, aparentemente ordinaria, monótona y gris, se caracterizó por la extraordinaria profundidad de su unión con Dios. Desde niña había deseado ser una gran santa y, en consecuencia, caminó hacia este fin colaborando con Jesús en la obra de salvar a las almas perdidas, hasta ofrecerse como sacrificio por los pecadores. Los años de su vida conventual estuvieron marcados, pues, por el estigma del sufrimiento y las extraordinarias gracias místicas. Sor María Faustina manifestó su misión en el Diario que escribió por mandato del Señor Jesús y de los confesores. Registró en él con fidelidad todo lo que Jesús le pidió y describió todos los encuentros de su alma con Él. “Secretaria de mi más profundo misterio” -dijo el Señor Jesús a sor María Faustina- “tu misión es la de escribir todo lo que te hago conocer sobre mi misericordia para el provecho de aquellos que, leyendo estos escritos, encontrarán en sus almas consuelo y adquirirán valor para acercarse a Mí”[2]. Fue beatificada por San Juan Pablo II el 18 de abril de 1993 y fue canonizada el 30 de abril de 2000 también por San Juan Pablo II.

Mensaje de santidad.

Podemos decir que el mensaje de santidad de Santa Faustina comprende varias tareas: una tarea es la de proclamar al mundo la verdad revelada en la Sagrada Escritura sobre el Amor Misericordioso de Dios a cada persona, manifestada en el Sacramento de la Penitencia, ya que allí Dios perdona cualquier pecado, por grande que sea, con tal de que éste sea confesado con verdadero arrepentimiento.

Fue llevada al Infierno, para que diera testimonio de su existencia y para avisar al mundo que no está vacío, sino ocupado por demonios y por almas de condenadas, de seres humanos que en la vida terrena no creyeron en la existencia del Infierno y al mismo tiempo despreciaron a la Divina Misericordia, que los alentaba a convertirse de sus malas vidas y a encaminarse por la vía de la gracia, el Camino de la Cruz.

Otra tarea es alcanzar la misericordia de Dios para el mundo entero, según un modo específico deseado por el mismo Jesús en Persona, como la imagen de la Divina Misericordia con la inscripción: “Jesús, en ti confío”; además de la imagen, propagar la fiesta de la Divina Misericordia para toda la Iglesia Universal, el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; el rezo de la coronilla a la Divina Misericordia y la oración a la hora de la Misericordia (a las tres de la tarde), como forma de implorar la Divina Misericordia para el mundo entero y en especial para los más pecadores, para los más necesitados de la Misericordia de Dios. A estas formas de la devoción y a la propagación del culto a la Divina Misericordia el Señor Jesús vinculó grandes promesas bajo la condición de confiar en Dios y practicar el amor activo hacia el prójimo.

Una de las tareas más importante de Santa Faustina es la de “preparar al mundo para la Segunda Venida” de Nuestro Señor Jesucristo, tal como Él mismo se lo dice: “Prepararás al mundo para mi Segunda Venida”. También es su deber anunciar que la humanidad, que se aleja cada vez más de Dios, no encontrará la paz, hasta que no se vuelva con confianza a la Divina Misericordia. De nada valdrán los acuerdos realizados entre los hombres, para detener las guerras que precederán a su Segunda Venida, si estos esfuerzos no están centrados en la Divina Misericordia y es esto lo que Jesús le dice: “La humanidad no encontrará la paz hasta que no se vuelva con confianza a mi Divina Misericordia”.

Por último, al recordarla en su día, si no podemos alcanzar su grado de heroicidad en las virtudes, como lo hizo Santa Faustina, al menos nos empeñemos en vivir como ella vivió además de anunciar con nuestras vidas, que ningún hombre encontrará la paz si no la recibe de parte de Jesús Misericordioso y que la Segunda Venida de Cristo está cerca.

 

martes, 3 de octubre de 2023

San Francisco de Asís

 



         Vida de santidad[1].

         Nació como hijo de una familia muy adinerada, con lo cual era ya desde pequeño el heredero de una gran fortuna. Sin embargo, llegada a la mayoría de edad, decidió libre y voluntariamente renunciar a su fortuna material, para seguir a Cristo pobre por el Camino de la Cruz, el Via Crucis.

En 1224 se retiró al Monte Alvernia y se construyó ahí una pequeña celda. Es aquí donde sucedió el milagro de los estigmas en el cual quedaron impresas las señales de la pasión de Cristo en el cuerpo de Francisco. El suceso sobrenatural sucedió así: un día se apareció un ángel a Francisco y le dijo: “Vengo a confortarte y avisarte para que te prepares con humildad y paciencia a recibir lo que Dios quiere hacer de ti”. “Estoy preparado para lo que Él quiera”, fue su respuesta[2]. La madrugada del 14 de septiembre, fiesta de la Santa Cruz, antes del amanecer, estaba orando delante de la celda, de cara a Oriente, y pedía al Señor “experimentar el dolor que sentiste a la hora de tu Pasión y, en la medida de los posible, aquel amor sin medida que ardía en tu pecho, cuando te ofreciste para sufrir tanto por nosotros, pecadores”; y también, “que la fuerza dulce y ardiente de tu amor arranque de mi mente todas las cosas, para yo muera por amor a ti, puesto que tú te has dignado morir por amor a mí”. Apenas dicho esto, vio bajar del cielo un serafín con seis alas. Tenía la figura de hombre crucificado; en ese momento, se le formaron en las manos y pies los signos de los clavos, tal como los había sufrido Nuestro Señor en la crucifixión; también en el costado se abrió una llaga sangrante, idéntica a la herida que sufrió Nuestro Señor en el Calvario.

Cuando fray León acudió aquella mañana a prepararle la comida, Francisco no pudo ocultarle lo sucedido. Desde aquel instante, él será su enfermero, encargado de lavarle cada día las heridas y cambiarle las vendas, para amortiguarle el dolor y las hemorragias; excepto el viernes, ya que el Santo no quería que nadie mitigara sus sufrimientos ese día.

         Mensaje de santidad.

         San Francisco de Asís nos deja un mensaje de humildad, pobreza, mansedumbre y seguimiento y configuración con Cristo crucificado. En cuanto a la humildad, San Francisco decidió renunciar a los honores mundanos que le ofrecían los hombres, para vivir una vida oculta a la mundanidad y abierta sólo a los ojos de Dios Padre.

         Nos deja también un mensaje de pobreza, pero no de cualquier pobreza, sino de pobreza evangélica, que es distinta, porque no se trata de solamente renunciar a los bienes terrenos, como efectivamente lo hace San Francisco, sino de participar de la pobreza de la Santa Cruz, allí en donde Cristo Jesús no posee bien material alguno, puesto que los clavos de hierro, la corona de espinas, el madero de la Cruz, todo le ha sido prestado por el Padre para que cumpla su misión de redención de los hombres. Es esta pobreza a la que San Francisco nos conduce con su ejemplo y es la única pobreza que nos conduce al Cielo, porque es la pobreza de la Cruz.