San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 28 de junio de 2025

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

 



(Ciclo C – 2025)

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús se inicia, según algunos, en el día del Viernes Santo, cuando del Sagrado Corazón de Jesús, traspasado por la lanza, brotó Sangre y Agua, que luego se derraman sobre las almas a través de los sacramentos[1]. Pero también podríamos decir que la devoción al Corazón de Jesús comienza en el momento mismo de la Encarnación, porque es ahí en donde el Corazón de Dios Uno y Trino se une al Corazón humano de Jesús de Nazareth, aunque en ese momento estaba todavía en estado incluso pre-embrional, ya que en el momento de la Encarnación del Verbo, Jesús era solo una célula humana, sin los órganos embrionarios desarrollados, como sucede con todo embrión humano.

Entonces, después de la Encarnación y de la Pasión, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús continuó, sobre todo entre los Padres de la Iglesia, como San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, San Agustín: estos Santos Padres demostraban su amor por el Sagrado Corazón haciendo mención en sus textos a la Sagrada Llaga del costado de Jesús y a la Sangre y Agua que brotaron de su corazón. Más tarde, y en continuidad con la devoción y el amor de los Padres de la Iglesia al Sagrado Corazón de Jesús, una gran cantidad de santos honraban con amor y devoción al Corazón de Jesús y a las Santas Llagas de Cristo, como por ejemplo, San Buenaventura, San Bernardo de Claraval, Santa Clara, Santa Gertrudis, Beato Enrique Suso, San Francisco de Sales, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Ávila y San Pedro Canisio. Esta devoción estaba, sin embargo, limitada a la devoción personal, privada; la difusión y la propagación pública del culto al Corazón de Jesús se origina con las apariciones y revelaciones místicas del Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque. La propagación pública y universal a la devoción al Corazón de Jesús se acentúa luego con una de las más importantes apariciones de la Virgen, las apariciones de Fátima, en año 1917: en esas apariciones, tanto el Ángel de Portugal, como la Santísima Virgen María en persona, les enseñaron a los Beatos Pastorcitos a rezar y responder a los designios de los Corazones de Jesús y María. Algo que debemos tener en cuenta es que en la historia al Sagrado Corazón no solo es importante la consideración hacia atrás, en el tiempo, es decir, las consideraciones sobre su origen, sino ante todo cómo es la devoción hacia el futuro, hacia adelante, cada día de la vida de la Iglesia y de los bautizados, porque la devoción, el amor y la adoración al Sagrado Corazón de Jesús continuará por toda la eternidad, con la Iglesia, Esposa Mística del Cordero, adorándolo por los siglos sin fin.

  De entre todas las apariciones y devociones, son las apariciones a Santa Margarita María Alacoque de la Orden de la Visitación de Santa María, las que más contribuyeron a que esta devoción sea universal en la Iglesia Católica. Es el mismo Jesús en Persona quien le reveló que quienes oraran con devoción al Sagrado Corazón, recibirían gracias y favores divinos. Entre otras cosas, Jesús le pide que lo consuele en el dolor que le causan las almas ingratas. En la Primera revelación, el 27 de diciembre de 1673, Jesús le pide la Comunión de los primeros viernes; en la Segunda revelación, en 1674, le pide que se honre su Corazón de carne y promete a los que le honren gracias muy especiales; en la Tercera revelación, en 1674, Jesús le confiesa: “Tengo sed, una sed ardiente de ser amado de los hombres en el Sacramento del Amor…” y este “Sacramento del Amor” no es otro que la Sagrada Eucaristía, en donde el Corazón del Hombre-Dios Jesucristo está vivo, resucitado, glorioso, lleno del Amor de Dios. Posteriormente, en el año 1675 le pide que se establezca la Fiesta a su Corazón, honrándolo con la Comunión y consagración a Él.

Además de estas revelaciones, el Sagrado Corazón de Jesús promete Doce inmensas gracias para quienes lo honren y lo adoren. Estas Doce promesas son: “1. A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias para su estado. 2. Daré la paz a las familias. 3. Las consolaré en todas sus aflicciones 4. Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la hora de la muerte. 5. Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas. 6. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia. 7. Las almas tibias se harán fervorosas. 8. Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección. 9. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta y sea honrada. 10. Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos. 11. Las personas que propaguen esta devoción, tendrán escrito su nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él. 12. A todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el Amor omnipotente de mi corazón les concederá la gracia de la perseverancia final”.

Ahora bien, para poder recibir estas promesas del Sagrado Corazón, hay que tener disposiciones espirituales, como por ejemplo: recibir sin interrupción la Sagrada Comunión durante nueve primeros viernes consecutivos;  tener la intención de honrar al Sagrado Corazón de Jesús y de alcanzar la perseverancia final; ofrecer cada Sagrada Comunión como un acto de expiación por las ofensas cometidas contra el Santísimo Sacramento. Además de todo esto, podemos honrar todos los días al Sagrado Corazón, de dos maneras distintas: una, es usando el “Detente”[2] -se le conoce también como el “Pequeño Escapulario del Sagrado Corazón”, aunque no es, en el sentido lingüístico un escapulario- que es un emblema o símbolo que usualmente se lleva sobre el pecho, con la imagen del Sagrado Corazón: el significado es que es propio de quien ama llevar consigo un signo de su amado y en este caso, el Detente es un signo visible de nuestro amor al Sagrado Corazón de Jesús y de la infinita confianza en su protección contra las acechanzas del maligno. Le decimos “detente”, en nombre de Jesús, al demonio y a toda maldad. El origen del Detente se encuentra en las apariciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque, en una carta dirigida por ella a la Madre Saumaise el 2 de marzo de 1686 en la que le dice: “Él (Jesús) desea que usted mande a hacer unas placas de cobre con la imagen de su Sagrado Corazón para que todos aquellos que quisieran ofrecerle un homenaje las pongan en sus casas, y unas pequeñas para llevarlas puestas.”

         La otra forma de honrar y adorar al Sagrado Corazón es el llevarlo, no solo en una imagen, sino en el corazón, literalmente, y eso podemos hacerlo si lo recibimos en Persona, en la Sagrada Eucaristía, por supuesto que siempre en estado de gracia santificante. El cristiano debe considerar que Jesús entrega su Corazón, ardiente en el Fuego del Divino Amor, en cada Eucaristía y por esto mismo, el católico debe vivir cada Misa como si fuera la última vez que asiste a Misa; debe hacer cada adoración como si fuera la última vez que hace adoración eucaristía; debe comulgar con el todo el ardor del amor, con toda la fe y la piedad de la que es posible, cada vez, como si fuera la última vez que comulga, porque es el modo de corresponder la entrega que hace Jesús en cada Santa Misa, en cada Adoración Eucarística, en cada Comunión sacramental, de su Sagrado Corazón Eucarístico.

Es verdad que la Comunión de los primeros viernes de mes es el modo en el que Jesús nos pide que honremos a su Sagrado Corazón, pero también tenemos otro modo y es el momento de la comunión eucarística; la Comunión Eucarística es un momento privilegiado para adorar y para orar al Sagrado Corazón, y si bien la oración es individual y personal, una oración al momento de comulgar, en la intimidad del diálogo de amor entre el alma y Jesús, podría ser esta: “Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que por amor has venido hasta mí, te suplico, por los dolores de tu Pasión, que me des la Cruz que está en la base de tu Sagrado Corazón; que me des la corona de espinas que rodean tu Sacratísimo Corazón, que me hagas beber del cáliz de tus amarguras contenido en tu Sacratísimo Corazón, que me hagas sentir las mismas penas que inundan, como mares impetuosos, tu Sacratísimo Corazón; que me des también el Amor que envuelve tu Sacratísimo Corazón en forma de llamas de fuego; haz que esas llamas, junto con las espinas que rodean tu Corazón y junto con la Sangre contenida en tu Corazón, envuelvan, perforen, e inunden, con la Fuerza impetuosa del Amor Divino, “más fuerte que la muerte”, nuestros pobres corazones, duros, fríos, sin amor, y los corazones de nuestros seres queridos, y los corazones de todos los pecadores, para que encendidos por las llamas del Espíritu Santo, perforada la dureza pétrea de los corazones pecadores con las espinas que rodean tu Corazón, e inundados con la Sangre contenida en tu Corazón, Sangre que a su vez contiene al Amor Divino, nos convirtamos todos, del pecado a tu Amor, y así ablandados los corazones por la contrición perfecta y convertidos de corazones de piedra en corazones de carne, llenos del Espíritu Santo, seamos movidos a hacer penitencia y a descargar nuestros delitos en el sacramento de la penitencia, para así recibir nuevas y nuevas oleadas de gracia y Amor que provienen de Ti. ¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, nada soy más pecado, porque solo soy un abismo de miseria y de indignidad, pero en mi nada y en mi condición de pecador, y desde el fondo de miseria de mi alma, tengo algo para ofrecerte, y ese algo es la Eucaristía, que es tu mismo Corazón traspasado; acéptalo, y por la Cruz que está en su base, que representa los dolores acerbos de tu Pasión; por la corona de espinas que rodean tu Corazón, espinas que son la materialización de nuestros malos pensamientos y deseos; por el Fuego que envuelve tu Corazón, Fuego que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo; por la llaga que abrió la lanza del soldado, permitiendo que por la herida de tu Corazón fluyera tu Sangre y, con tu Sangre, el Amor de Dios,  y por la Eucaristía, que contiene todo esto que te ofrezco, te suplico, te suplico, oh Sagrado Corazón, la conversión de los pobres pecadores!”.

 



[1] https://www.uco.edu.co/seguimosconectados/SiteAssets/MODULO-II.pdf

[2] https://www.youtube.com/watch?v=5PwS6lUsXXk; cfr. Vida y Obras, vol. II, p.306, nota. INDULGENCIA El Papa Pío IX le concedió en el año 1872, una indulgencia de 100 días una vez al día a todos los fieles que usaran alrededor de sus cuellos este emblema piadoso y rezaran un Padre Nuestro, Ave María y Gloria. (Preces et pia opera, n. 219).


viernes, 23 de mayo de 2025

San Eugenio Mazenoud

 



         Vida de santidad.

         Carlos José Eugenio de Mazenoud nació en Marsella, Francia, el 1 de agosto de 1782 y falleció en el año 1861. Fue beatificado el 19 de octubre de 1975 por el Papa Pablo VI y fue canonizado el 3 de diciembre de 1995 por S.S. Juan Pablo II. Su padre ocupaba un importante cargo político por lo que la familia gozaba de una posición acomodada. El pequeño Eugenio poseía un temperamento autoritario e irascible; pero también una gran nobleza de corazón: en una ocasión, movido por la compasión, cambió sus ropas con las de un niño carbonero. En 1794, la familia tuvo que abandonar el país por razones políticas estableciéndose en Venecia; allí quedó a cargo de un sacerdote, el P. Bartolo Zaneli y gracias a esta amistad, Eugenio pudo discernir su vocación sacerdotal, la cual concretó el 12 de octubre de 1808 al ingresar al seminario de san Sulpicio, ordenándose luego sacerdote e iniciando su ministerio sacerdotal en octubre de 1812.

Desde un comienzo, se dedicó a los pobres, pero no principalmente a los pobres materiales, sino a los pobres de espíritu, aquellos que no conocen, que no aman, que no adoran al Hombre-Dios Jesucristo. Estos son los verdaderos pobres del Evangelio, y por esta razón San Eugenio dedicó su vida no a tomar medidas económicas o políticas para reducir la pobreza material, sino que se dedicó a predicar el Evangelio para combatir la peor pobreza, la pobreza de conocer, no amar y no adorar al Hombre-Dios Jesucristo en la Eucaristía. A causa de la revolución de los ateos, que desde el poder se dedicaron a combatir a la Iglesia y a Dios, para sacarlo no solo de la vida pública, sino de la mente y del corazón del hombre, se había producido un gran empobrecimiento espiritual de la población. Como parte de su estrategia para difundir el Evangelio, fundó una asociación de sacerdotes seculares, llamada “Congregación de los Oblatos de María Inmaculada”, los cuales se dedicaban a catequizar a la población, sacándola del ateísmo, del materialismo, de la ignorancia acerca de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y de la ignorancia del valor de los Santos Sacramentos de la Iglesia Católica.

Para combatir esta pobreza espiritual, San Eugenio funda la Congregación de los Oblatos de María Inmaculada, cuyo lema y carisma es combatir la pobreza espiritual, según se lee en el escudo de los oblatos: “Me ha enviado a evangelizar a los pobres, los pobres son evangelizados”; este lema y carisma están basados en las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “Bienaventurados los pobres de espíritu”. Tras haber experimentado el Amor de Cristo Salvador en la Cruz, se sintió llamado a una vocación singular y así lo transmitió a sus primeros compañeros, “llamados a ser los cooperadores de Cristo Salvador”.

San Eugenio es luego nombrado Obispo de Marsella, tomando posesión de su diócesis el 24 de diciembre de 1837, lo cual le permitió evangelizar a dicha ciudad con el espíritu de su congregación. Además de predicar y de explicar el Credo, la Santa Misa y el Evangelio, San Eugenio se dedicó a luchar incansablemente por la libertad de enseñanza hasta lograr, con la promulgación de la ley Falloux, el derecho a la clase de religión. Este derecho había sido injustamente abolido por la revolución francesa, anticristiana, atea y materialista. Como obispo, creó veintidós nuevas parroquias, edificó numerosas iglesias —entre ellas la misma catedral— y además se establecieron treinta y un congregaciones religiosas en su diócesis. Monseñor Masenoud falleció el 21 de mayo de 1861, a la edad de 79 años.

         Mensaje de santidad.

Como hemos visto, San Eugenio se dedicó a combatir la pobreza, pero no la pobreza material, sino la espiritual, porque como dijimos, el pobre de espíritu es aquel que no conoce ni ama ni adora al Hombre-Dios Jesucristo en la Eucaristía. Es un grave error creer que en el Evangelio Jesús se refiere a la pobreza material: Jesús hace referencia a la pobreza espiritual, aquella que tiene dos vertientes: el pobre espiritual que carece de toda riqueza espiritual, el mencionado en el Apocalipsis –“Crees que eres rico, pero eres pobre”-, porque no conoce, ni ama ni adora a Nuestro Señor Jesucristo; mientras que la otra vertiente u otra clase de pobreza espiritual, es aquella en la que el alma es consciente de que no posee la verdadera riqueza, que es la gracia santificante y la Eucaristía y se dedica de lleno a conseguirlas. Entonces, si pobreza es carencia de bienes, el ateo o el que cree en una falsa religión -cualquiera que no sea la católica- es pobre y el más pobre de todos, porque carece de la verdadera riqueza que es la fe y la gracia santificante de Nuestro Señor Jesucristo. Pero el pobre es también el que está necesitado y en ese sentido, el pobre de espíritu es aquel que está necesitado de Dios; es aquel que sabe que Dios es la verdadera riqueza, que su gracia santificante y la Eucaristía valen más que montañas de oro y plata -es la parábola del tesoro escondido, ya que el tesoro escondido es la gracia y la Eucaristía- y por eso se dedica con todas sus fuerzas a adquirir, preservar y acrecentar la gracia, para recibir la Eucaristía con un corazón en gracia. A estas dos clases de pobreza espiritual, es a las que San Eugenio Mazenoud se dedicó a combatir; ése es el trabajo de la Iglesia Católica, sacar de la pobreza espiritual a las almas, dándoles el conocimiento o catequesis de Nuestro Señor Jesucristo y dándoles el Pan de Vida eterna, alimentando sus almas con la gracia de los sacramentos y con la substancia divina del Hombre-Dios Jesús de Nazareth, Presente en persona en la Eucaristía. La visión contraria y opuesta al Evangelio es la del socialismo y la del comunismo, ideologías materialistas y ateas que consideran que la única pobreza del hombre y la más importante, es la pobreza material; por eso estas ideologías se oponen al Evangelio y a la misión evangelizadora de la Iglesia, porque creen que solo existen pobres materiales. Pero esto es un gran error, porque el hombre es cuerpo y alma unidos indisolublemente; por eso es que se puede ser pobre materialmente, pero rico espiritualmente, si es que se tiene fe y se vive en gracia, porque esa es la verdadera riqueza espiritual; pero también se puede ser rico materialmente, pero pobre espiritualmente, cuando no se conoce ni ama ni adora al Hombre-Dios Jesucristo en la Eucaristía. Es por esto que la Iglesia condena al socialismo y al comunismo y a todas las ideologías y partidos políticos que promuevan al socialismo y al comunismo.

Finalmente, podemos decir que el mensaje de santidad de San Eugenio Mazenoud consiste en poner por obra el Sermón de la Montaña de Nuestro Señor Jesucristo, en el cual llama “pobres” a los pobres de espíritu, no a los pobres materiales. Por esto es que conviene tener en cuenta quiénes son los verdaderos pobres, para entender a fondo la obra y el mensaje de santidad de San Eugenio Mazenoud.

En el Sermón de la Montaña o Sermón de las Bienaventuranzas, Jesús dice así: “Felices los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados a causa del Hijo del hombre (…) ¡Ay de los ricos, de los satisfechos, de los que ríen, de los que son elogiados por el mundo…!” (Lc 6, 20-26). En este Sermón, Jesús llama “felices” a los pobres, mientras que a los ricos les dedica un lamento, un “ay”; esto nos hace ver que Jesús, que es Dios, ve las cosas de un modo distinto a como las ve el mundo. Para el mundo, son felices los ricos, materialmente hablando, mientras que son “infelices” o faltos de felicidad, los pobres materialmente hablando. Para Jesús, la felicidad no consiste en tener muchas riquezas materiales, sino en ser “pobre de espíritu”, es decir, tener necesidad de la gracia de los sacramentos y sobre todo tener necesidad de la Eucaristía. Cuando se ven las cosas como las ve Jesús, se comprende porqué la riqueza material, con un corazón egoísta, es causa de lamento para Jesús y esto es porque la riqueza material hace olvidar a la vida eterna; por otro lado, la pobreza espiritual y no tanto la material, es la que hace verdaderamente feliz al alma, y esto porque el pobre espiritual tiene necesidad de la gracia y de Jesús Eucaristía. Además, el pobre espiritual vive, además de la verdadera pobreza espiritual, la verdadera pobreza material, que es la Pobreza de la Cruz: en la Cruz, Jesús nos da ejemplo de verdadera pobreza, tanto espiritual como material: nos da ejemplo de pobreza espiritual, porque por amor a su Padre es que lleva a cabo el Santo Sacrificio del Calvario, al tiempo que demuestra estar necesitando a Dios cuando lo llama antes de morir: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”; nos da ejemplo de verdadera pobreza material, porque en la cruz Jesús tiene solo los bienes materiales necesarios para llegar al Cielo y esos bienes no son suyos, sino que han sido prestados por Dios: en la Cruz, Jesús Pobre solo posee el leño de la Cruz, el cartel o letrero que dice: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”, los tres clavos de hierro que atraviesan sus manos y pies, la corona de espinas, que indica que Él es el Rey de los hombres y de los ángeles y por último, el velo que cubre su Humanidad Santísima, prestado por su Madre, la Virgen.

Dice Jesús en el Evangelio: “Felices los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son odiados a causa del Hijo del hombre (…) ¡Ay de los ricos, de los satisfechos, de los que ríen, de los que son elogiados por el mundo…!”. Estas Bienaventuranzas y “ayes” podrían resumirse así: “¡Bienaventurados, felices, los que cargan la Cruz todos los días, y siguen al Cordero camino del Calvario; Bienaventurados, felices, los que se alimentan en gracia del Pan de Vida Eterna, la Sagrada Eucaristía; desgraciados, desdichados, infelices, los que rechazan la Cruz y se abandonan a los placeres del mundo!”.

         Que San Eugenio Mazenoud interceda por nosotros ante la Trinidad, para que deseemos vivir la verdadera pobreza de espíritu, la de sentirnos carentes de la gracia y de la Eucaristía, para que seamos enriquecidos por la Santa Iglesia Católica con la verdadera riqueza, la riqueza de los sacramentos que nos dan la gracia y sobre todo la Sagrada Eucaristía, que nos concede el Tesoro Escondido del Padre, la Gracia Increada en Sí Misma, el Hombre-Dios Jesucristo.

 


viernes, 6 de diciembre de 2024

Ofrezcamos el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús en reparación por nuestras faltas diarias de amor a la Trinidad Santísima

 



En la biografía de esa gran santa que es Sor Josefa Menéndez, se lee la siguiente anécdota, en la que la santa, por indicación del mismo Sagrado Corazón de Jesús, tenía la costumbre de ofrecer el Sagrado Corazón de Jesús al Padre, para expiar sus faltas de amor. Así escribe la santa, describiendo cómo le había indicado Jesús que hiciera las oraciones de ofrecimiento al Padre, es decir, le dice el Señor a Sor Josefa Menéndez:

-“Toma éste, Mi Corazón, y ofrécelo al Padre. Con el podrás pagar todas tus deudas” .

También podía decir esta oración “Para reparar por nuestros pecados” y también por los de otra persona o personas agregando al final de cada reparación “y por los de...”.

Otra oración era la siguiente: “Padre Eterno, yo Te ofrezco el Sagrado Corazón de Jesús, con todo Su Amor, todos sus sufrimientos, y todos sus méritos:

Primero: -Para expiar todos los pecados que he cometido este día y durante toda mi vida; Gloria al Padre, y al Hijo...;

Segundo: -Para purificar el bien que he hecho mal este día y durante toda mi vida; Gloria al Padre, y al Hijo...;

Tercero: -Para suplir por el bien que yo debía de haber hecho y que he omitido este día, y durante toda mi vida: Gloria al Padre, y al Hijo...;

Esta práctica piadosa la observó Sor Josefa Menéndez toda su vida, pero también una hermana suya en religión. Esta hermana suya, también una religiosa clarisa, recién muerta, se le apareció a su abadesa o Madre Superiora, mientras que la abadesa rezaba por el alma de la fallecida. En ese momento, la difunta habló, diciendo: “Yo fui admitida directamente al Cielo porque, mediante esta oración que yo rezaba todas las noches, se pagaron todas mis deudas”.

Algo que hay que aclarar, sin embargo, es que con esta oración no se intenta reemplazar la Confesión sacramental, puesto que el pecado mortal solo es perdonado por el Señor a través del Sacramento de la Confesión.

En nuestro caso, nosotros también podemos ofrecer a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, es decir, a la Santísima Trinidad, un obsequio real, similar al que ofrecía Sor Josefa Menéndez, cada vez que asistimos a la Santa Misa: cuando asistimos a la Santa Misa, le podemos ofrecer a la Santísima Trinidad, por las mismas intenciones de Sor Josefa Menéndez, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, la Sagrada Eucaristía, y así le podemos decir a la Trinidad: “Toma, Beatísima Trinidad, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, para pagar mis deudas, para reparar mis pecados; te ofrezco el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, con todo su Amor, con todos sus sufrimientos y todos sus méritos, para expiar todos los pecados que he cometido en este día y durante toda mi vida; para purificar el bien que he hecho mal este día durante toda mi vida; para suplir por el bien que yo debía haber hecho y que he omitido este día y durante toda mi vida y para darte el amor que debería haberte dado en este día y durante toda mi vida; te ofrezco también, oh beatísima y sacratísima Trinidad Sacrosanta, el Sacratísimo Corazón Eucarístico de Jesús, en expiación por todo el mal cometido y por todo el bien omitido  o hecho imperfectamente por mis seres más queridos, por su eterna salvación”.


martes, 15 de octubre de 2024

Santa Teresa de Ávila y el recuerdo del amor de Cristo

 



         En el peregrinar de nuestra vida terrena hacia la Jerusalén del cielo, sucede con mucha frecuencia que se presentan pruebas, dificultades, tribulaciones, situaciones de dolor, enfermedades, fallecimientos de seres queridos, las cuales nos hacen olvidar lo que dice la Sagrada Escritura: “Lucha es la vida del hombre en la tierra” (Job 7, 1) y si no tenemos un fuerte auxilio espiritual, con toda seguridad, vamos a perecer en estas tribulaciones. Precisamente, para no perecer en estas tribulaciones que se presentan tan a menudo en esta vida terrena, en este peregrinar hacia el Reino de Dios, Santa Teresa de Ávila viene en nuestro auxilio, para recordarnos qué debemos hacer en dichos casos o, mejor aún, a Quién debemos recurrir y es a Nuestro Señor Jesucristo. Dice así Santa Teresa[1]: “Con tan buen amigo presente -Nuestro Señor Jesucristo-, con tan buen capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Él ayuda y da esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes quiere que sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo Su Majestad se deleita”. Santa Teresa dice que con Jesús “todo se puede sufrir”, porque fue el primero en padecer (en la cruz) y además Él ayuda, da fuerzas, no falta, es decir, está siempre y es amigo verdadero y que si queremos agradar a Dios y que Dios nos haga “grandes mercedes”, es decir, grandes dones y milagros, que acudamos a su “Humanidad sacratísima” y esto no es otra cosa que la Eucaristía, o sea que Santa Teresa nos está diciendo que cuando nos encontremos en alguna situación de tribulación, acudamos a Jesús, el Amigo Fiel, en la Eucaristía y que Él nos ayudará desde la Eucaristía.

         Después dice la Santa: “He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos. Así que no queramos otro camino, aunque estemos en la cumbre de contemplación; por aquí vamos seguros. Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. Él lo enseñará; mirando su vida, es el mejor dechado”. Santa Teresa nos dice que Jesús es la Puerta, tal como Él nos enseña en el Evangelio –“Yo Soy la Puerta” (Jn 10, 9)- para conocer los secretos admirables de Dios y no hay otro camino que Cristo: “Yo Soy el Camino” y que es el Único Camino seguro por el que “nos vienen todos los bienes”. Entonces, desdichado quien busca otro camino que no es Cristo; feliz quien llega a Cristo y a su vez sabemos que el camino más rápido para llegar a Cristo es la Virgen.

         Luego dice Santa Teresa de Ávila que Cristo “no nos abandonará en las tribulaciones y trabajos”, como sí lo hacen los mundanos, y que es feliz aquél que ame verdaderamente a Cristo y que siempre lo tenga consigo, dando después el ejemplo de varios santos, empezando por San Pablo: “¿Qué más queremos que un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe de sí. Miremos al glorioso san Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con cuidado, después que esto he entendido, de algunos santos, grandes contemplativos, y no iban por otro camino: san Francisco, san Antonio de Padua, san Bernardo, santa Catalina de Siena”.

         Por último, dice Santa Teresa que nos acordemos del amor de Cristo, con el cual nos hizo tantos favores -nos rescató de las garras del Demonio, nos lavó la mancha del pecado con su Sangre y nos adoptó como hijos de Dios Padre, haciéndonos herederos del Reino de Dios-, porque el amor con amor se paga y si tenemos en el corazón el amor de Cristo, todo, incluso las tribulaciones y las pruebas más difíciles de esta vida terrena, todo será más fácil: “Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene: que amor saca amor. Procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar, porque, si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha todo fácil, y obraremos muy en breve y muy sin trabajo”.  

 

 

 

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[1] Santa Teresa de Jesús, Libro de su vida, cap. 22, 6-7. 12. 14.

 


martes, 3 de septiembre de 2024

San Gregorio Magno

 


San Gregorio Magno

Vida de santidad[1],.

Nació en Roma alrededor del año 540. A los treinta y cuatro años, el emperador Justino lo nombró, en el año 574, magistrado principal de Roma. San Gregorio Magno es el cuarto y último de los Doctores de la Iglesia Latina. Defendió la supremacía del Papa y trabajó por la reforma del clero y la vida monástica. Además, combatió la herejía nestoriana, que se caracterizaba por colocar en Nuestro Señor Jesucristo una dualidad de personas, divina y humana, lo cual es contraria a la doctrina católica. Ingresó en el monasterio a los treinta y cinco años y fue nombrado legado pontificio en Constantinopla. Fue escogido unánimemente Papa por los sacerdotes y el pueblo el 3 de septiembre del año 590, ejerciendo su cargo como verdadero pastor tanto en su modo de gobernar como en la propagación y consolidación de la fe. Mantenía contacto con todas las iglesias y a pesar de las dificultades que se presentaron, contribuyó con magníficas obras que embellecieron a la Liturgia de la Misa y al Oficio, además de escribir obras sobre teología moral y dogmática. Murió el 12 de Marzo del año 604.

Mensaje de santidad.

Dentro de su vasto mensaje de santidad, se encuentra uno de sus escritos, llamado “Cristo, el buen pastor”[2], en el que reflexiona sobre el párrafo en el que el Señor Jesús se llama a Sí mismo “Buen Pastor”. Dice así San Gregorio Magno, citando a Nuestro Señor Jesucristo: “Yo soy el buen Pastor, que conozco a mis ovejas, es decir, que las amo, y las mías me conocen. Habla, pues, como si quisiera dar a entender a las claras: “los que aman vienen tras de mí”. Pues el que no ama la verdad es que no la ha conocido todavía”. Para San Gregorio Magno, el lenguaje en el que hablan el Buen Pastor Jesucristo y sus ovejas y el lenguaje que demuestra que el Buen Pastor y sus ovejas se entienden, es el Amor: “los que me aman, vienen tras de Mí”.

Por eso después, más adelante, en el mismo escrito, dice San Gregorio Magno: “Acabáis de escuchar, queridos hermanos, el riesgo que corren los pastores; calibrad también, en las palabras del Señor, el que corréis también vosotros. Mirad si sois, en verdad, sus ovejas, si le conocéis, si habéis alcanzado la luz de su verdad. Si le conocéis, digo, no sólo por la fe, sino también por el amor; no sólo por la credulidad, sino también por las obras. Porque el mismo Juan evangelista, que nos dice lo que acabamos de oír, añade también: Quien dice: “Yo le conozco”, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso”. Es decir, aquí San Gregorio Magno advierte a los pastores de almas que no basta conocer al Señor por la fe, sino también por las obras y las obras son obras de misericordia, obras de amor misericordioso, porque quien no obra la misericordia, se engaña a sí mismo y engaña a los demás si dice que conoce al Señor Jesús, pero no obra en el amor de misericordia; quien dice: “Yo le conozco”, pero no es misericordioso, es un mentiroso, dice San Gregorio Magno, basándose en las Sagradas Escrituras y aquí vemos la gran importancia de las obras de misericordia, tanto espirituales como corporales.

Luego continúa San Gregorio Magno: “Por ello dice también el Señor en el texto que comentamos: “Igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Como si dijera claramente: “La prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a mí está en que entrego mi vida por mis ovejas; es decir, en la caridad con que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre. San Gregorio Magno cita al mismo Jesús, quien no solo dice de palabras que ama, sino que da Él mismo el ejemplo de cómo amar al extremo, entregando su propia vida en la cruz, por amor al Padre y también, por lo tanto, por amor a los hombres, en obediencia al Padre por amor, y para la salvación de los hombres, por amor. Es decir, Nuestro Señor Jesucristo da el supremo ejemplo de amor al sacrificar su vida en la cruz, por amor al Padre y por amor a los hombres y es así como los hombres debemos imitar a Nuestro Señor Jesucristo, no quedándonos en meras palabras y no amando con cosas superfluas, sino al extremo de dar la vida, como lo hizo Nuestro Señor Jesucristo, según nos enseña San Gregorio Magno.

Por último, San Gregorio Magno nos recuerda cuál es el premio que el mismo Jesucristo, Sumo Pastor, Pastor Eterno y Buen Pastor, tiene reservado para quien lo imita en el dar la vida por amor, tal como lo hizo Él en la cruz y es la vida eterna, la visión beatífica de la Trinidad en el Reino de los cielos: “Y de nuevo vuelve a referirse a sus ovejas diciendo: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Y un poco antes había dicho: Quien entre por mí se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. O sea, tendrá acceso a la fe, y pasará luego de la fe a la visión, de la credulidad a la contemplación, y encontrara pastos en el eterno descanso. Sus ovejas encuentran pastos, porque quienquiera que siga al Señor con corazón sencillo se nutrirá con un alimento de eterno verdor. ¿Cuáles son, en efecto, los pastos de estas ovejas, sino los gozos eternos de un paraíso inmarchitable? Los pastos de los elegidos son la visión del rostro de Dios, con cuya plena contemplación la mente se sacia eternamente. Busquemos, por tanto, hermanos queridísimos, estos pastos, en los que podremos disfrutar en compañía de tan gran asamblea de santos. El mismo aire festivo de los que ya se alegran allí nos invita. Levantemos, por tanto, nuestros ánimos, hermanos; vuelva a enfervorizarse nuestra fe, ardan nuestros anhelos por las cosas del cielo, porque amar de esta forma ya es ponerse en camino. Que ninguna adversidad pueda alejarnos del júbilo de la solemnidad interior, puesto que cuando alguien desea de verdad ir a un lugar, las asperezas del camino, cualesquiera que sean, no pueden impedírselo. Que tampoco ninguna prosperidad, por sugestiva que sea, nos seduzca, que, ante el espectáculo de una campiña atractiva en medio de su viaje, se olvida de la meta a la que se dirigía”. Nos advierte San Gregorio Magno que ninguna prosperidad material, por brillante, colorida, atractiva y seductora que parezca, nos aparte del camino de la Cruz, el Camino del Calvario, el único Camino que nos conduce a las Praderas Eternas del Reino de los cielos, las Praderas que nos conducen a las Mansiones del Padre de Jesús, al que llegamos si el Espíritu Santo nos sube a la Cruz y por la Cruz, al seno del Padre en el Reino del Cielo.

martes, 27 de agosto de 2024

Santa Mónica

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en Tagaste (África) el año 331, de familia cristiana. Muy joven, fue dada en matrimonio a un hombre llamado Patricio, un pagano de temperamento violento y de vida disipada. A pesar del carácter violento de su esposo, Santa Mónica obró con sabiduría cristiana para lograr la paz del hogar y con sus oraciones y sacrificios, obtuvo la gracia de la conversión de su esposo al cristianismo y fue así que Patricio murió cristianamente en el año 371, un año después de ser bautizado. Tuvo con Patricio tres hijos, Agustín, Navigio y una hija mujer cuyo nombre se desconoce. De los tres hijos, el que más trabajo le dio para su educación fue Agustín, ya que antes de su conversión, era de carácter caprichoso, egoísta e indolente, aunque lo peor de todo para Mónica, que era profundamente cristiana, era ver cómo su hijo se dejaba arrastrar por la herejía maniquea, la cual niega la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, al considerarlo solo una creatura más y no Dios Hijo encarnado.

Durante todo el tiempo en el que Agustín estuvo en la secta, Santa Mónica no dejaba de rezar continuamente por su conversión, además de hacer ayunos y sacrificios y de derramar abundantes lágrimas al ver que su hijo permanecía en la oscuridad de la secta maniquea. Santa Mónica acudió a un obispo para pedirle consejo y éste le dijo una frase que le daría un gran consuelo y que, al fin de cuentas, sería profética: “Estad tranquila, es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas”. A la edad de veintinueve años, Agustín decidió ir a Roma a enseñar retórica y como Santa Mónica quería acompañarlo para estar cerca de su hijo y seguir rezando por él, Agustín, que no quería que la acompañara, acudió a la mentira -todavía no estaba convertido y por eso, acudir al Padre de la mentira, el Demonio, era habitual en él- para lograr que su madre no lo siguiera, simulando que simplemente iba a despedir a un amigo y fue así que dejó a su madre orando en la iglesia de San Cipriano y se embarcó hacia Roma sin ella. Más tarde, escribió en las “Confesiones”: “Me atreví a engañarla, precisamente cuando ella lloraba y oraba por mí”. A pesar de todo, Santa Mónica se embarcó y llegó a Roma, pero Agustín había partido ya para Milán, la ciudad en donde el futuro Doctor de la Iglesia conoció a San Ambrosio y en donde también recibió la gracia de la conversión al catolicismo, abandonando definitivamente la secta maniquea, lo cual tuvo lugar en agosto del año 387.

Una vez convertido al catolicismo y ya en compañía de Santa Mónica, madre e hijo decidieron regresar a África, pero al llegar al puerto de Ostia, Santa Mónica enfermó gravemente, dándose cuenta la santa que sus días en la tierra estaban llegando a su fin, aunque eso era algo que solo ella sabía. San Agustín describe así en su libro “Confesiones”, uno de los últimos momentos de la vida terrena de Mónica: “Sucedió que ella y yo nos encontramos solos, apoyados en la ventana, que daba hacia el jardín interno de la casa en donde nos hospedábamos, en Ostia. Hablábamos entre nosotros, con infinita dulzura, olvidando el pasado y lanzándonos hacia el futuro, y buscábamos juntos, en presencia de la verdad, cuál sería la eterna vida de los santos, vida que ni ojo vio ni oído oyó, y que nunca penetró en el corazón del hombre”. Sabiendo que estaba ya por morir, Santa Mónica le dijo a San Agustín: “Hijo, ya nada de este mundo me deleita. Ya no sé cuál es mi misión en la tierra ni por qué me deja Dios vivir, pues todas mis esperanzas han sido colmadas. Mi único deseo era vivir hasta verte católico e hijo de Dios. Dios me ha concedido más de lo que yo le había pedido, ahora que has renunciado a la felicidad terrena y te has consagrado a su servicio”. Según lo que le manifiesta a San Agustín, lo único que quiso Santa Mónica, en sus últimos treinta años de vida, era la conversión de su hijo Agustín y una vez que el Señor se la concedió, la santa solo deseaba la vida eterna, en el Reino de los cielos, ya que aquí en la tierra no encontraba ninguna razón de seguir viviendo. El último para sus dos hijos fue que no se olvidaran de rezar por el descanso de su alma. San Agustín recuerda que su madre quería ser sepultada junto a su esposo, pero cuando alguien le dijo que podría ser sepultada lejos de él, respondió: “No hay sitio que esté lejos de Dios, de suerte que no tengo por qué temer que Dios no encuentre mi cuerpo para resucitarlo”. Cinco días más tarde, cayó gravemente enferma. Al cabo de nueve días de sufrimientos, fue a recibir el premio celestial, a los cincuenta y cinco años de edad. Era el año 387.  

         Mensaje de santidad.

         El mensaje de santidad de Santa Mónica lo obtenemos por San Agustín, ya que él es la principal fuente sobre la vida de Santa Mónica, al escribir sobre la santa de manera especial en sus Confesiones, libro IX, en donde escribe así de su madre: “Ella me engendró sea con su carne para que viniera a la luz del tiempo, sea con su corazón, para que naciera a la luz de la eternidad”. Esa frase de San Agustín describe el corazón en gracia de Santa Mónica: no deseaba para sus hijos éxitos terrenos, títulos, honores mundanos, reconocimientos de los hombres; solo deseaba aquello que es más importante y es la conversión del corazón a Nuestro Señor Jesucristo, porque esto asegura la vida eterna. Santa Mónica es ejemplo de esposa y de madre, porque con sus oraciones, ayunos y sacrificios, ofrecidos sin cesar durante treinta años, obtuvo la conversión de su esposo y la de sus hijos, entre ellos, San Agustín. Entonces, al recordarla en su día, le pidamos a Santa Mónica que interceda por nosotros para que, al igual que ella, solo deseemos llegar a la vida eterna en el Reino de los cielos, para adorar por toda la eternidad al Cordero de Dios, Jesucristo y que también sepamos rezar, ayunar y ofrecer sacrificios por la conversión de nuestros seres queridos y la de todo prójimo, para que todos adoremos por siempre al Hombre-Dios Jesucristo en el Reino celestial.

 



[1] Cfr. https://www.corazones.org/santos/monica.htm ; Butler, Vidas de los Santos; Sálesman, Eliecer, Vidas de Santos. 


viernes, 19 de julio de 2024

San Expedito nos enseña a vencer las tentaciones del Demonio

 




         Como todos sabemos, a San Expedito se le apareció el Demonio bajo la forma de un cuervo negro y lo comenzó a tentar, diciéndole que postergara la conversión para “mañana”, pero San Expedito, alzando la Santa Cruz en alto, dijo en voz alta: “¡Hoy!”, es decir, “¡Hoy me convertiré y no mañana!”.

         En nuestros días, el Demonio también se manifiesta, pero no como cuervo negro, sino bajo la Nueva Era, que tiene a su vez muchas maneras de manifestarse. Algunas de estas son: la numerología, los viajes astrales, las hadas, los duendes, el coaching, la piramidología, las devociones neo-paganas como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, que es el Demonio en persona; los ángeles de la Nueva Era, llamados Azrael, Uzbel, etc.; las sectas como los umbandas, los espiritistas; el ocultismo, el satanismo, la brujería, la Wicca o brujería moderna; amuletos como la cinta roja para la envidia, el ojo turco, la mano de Fátima, el árbol de la vida; la adivinación; el tarot, los mal llamados “juegos”, porque no son juegos, sino invocaciones de espíritus de muertos o de demonios del infierno, como el Charlie-Charlie, el juego de la copa, el juego del espejo, el tablero ouija, Mary blood o María sangrienta; la antroposofía, la metafísica, la gnosis; las ideologías anticristianas como el comunismo, el socialismo, el marxismo ateo, el ateísmo, el liberalismo; las guerrillas subversivas armadas; el narcotráfico, los atrapasueños, los libros de auto-ayuda o auto-control, que prescinden de los sacramentos, de la gracia, de la Iglesia y de Jesucristo; la masonería; el yoga, el biomagnetismo, la biodecodificación, la bioneuroemoción; las misas negras, el budismo, la magia oriental y asiática; el esoterismo, la cábala judía, sectas falsamente católicas como el Centro Mariano Aurora, muy presentes en internet, vestidos como católicos, pero con lenguaje y mensaje de la Nueva Era, anticristiano; los ovnis, los chamanes, las ciencias ocultas y muchas otras manifestaciones anticristianas y satánicas.

         Frente a todas estas manifestaciones demoníacas, hagamos como San Expedito: levantemos en alto la Santa Cruz de Jesús y pidamos a Nuestro Señor Jesucristo ser iluminados por su gracia y su Verdad, para no caer en las tinieblas del error, de la herejía y de las sectas.