La Santa
Iglesia Católica, la Esposa Mística del Cordero de Dios, celebra en un solo día
a todos los habitantes del Cielo, más específicamente, a todos los habitantes
humanos del Cielo, a todos los humanos que, por haber lavado sus almas en la
Sangre del Cordero, por haberlo amado hasta el fin de sus días terrenos, por
haber seguido al Cordero por el Via Crucis, por el Camino Real de la Cruz, hasta
el fin de sus días, fueron considerados dignos de ingresar en el Reino de Dios
y de permanecer, en postración de amor y adoración ante el Cordero y la
Trinidad, por toda la eternidad.
Estos habitantes
humanos que así ganaron el ingreso en el Reino de Dios y que por toda la
eternidad viven en la contemplación de la gloria de la Santísima Trinidad,
siendo iluminados por la Luz Eterna de la Jerusalén celestial, el Cordero de
Dios, siendo acompañados en esta eterna adoración, dicha y júbilo, por la Madre
de Dios y por los Ángeles de Dios que se mantuvieron fieles a la Trinidad al
mando de San Miguel Arcángel, son llamados “santos” por la Iglesia Católica,
porque participan de la vida, de la luz, de la gloria y de la Santidad Increada
del Ser divino trinitario, por toda la eternidad, por los siglos sin fin.
Por este
motivo, los Santos son los seres más alegres, dichosos y afortunados que
existen desde la Creación del mundo y lo serán así por la eternidad sin fin.
Algo que
debemos tener en cuenta es que todo bautizado en la Iglesia Católica está
llamado a participar de la alegría de los Santos, por este motivo, en este día,
la Iglesia no solo los recuerda, los conmemora, sino que los presenta como modelos
de santidad, como modelos de vida virtuosa y santa, como modelos de seguimiento
a Jesús por el Camino de la Cruz, el Único Camino que conduce al Cielo. Si bien
cada santo tuvo su vida particular y personal en el tiempo en el que vivió en
su vida terrena, hay sin embargo algo que los unifica, algo que todos tuvieron
en común en esta vida terrena y que fue lo que los condujo al Cielo: todos los
Santos se santificaron -y por eso están en el Cielo- por haber amado al
Hombre-Dios Jesucristo por encima de todas las cosas y de todos los seres, sean
hombres o ángeles, al punto de dar la vida por Jesucristo; todos los Santos se
caracterizaron por amar a Jesucristo en su Presencia Real, Verdadera y Substancial,
en la Sagrada Eucaristía, de manera que es inconcebible un Santo sin amor
incondicional a la Sagrada Eucaristía; todos los Santos amaron, como a una
verdadera Madre celestial, a la Virgen y Madre de Dios, María Santísima, de
manera que es también inconcebible un Santo que no haya tenido por Madre a la
Virgen y no la haya amado más que a su propia vida; todos los Santos tuvieron
clara conciencia del valor inestimable de la gracia santificante, que se
comunica por los Sacramentos y que hace partícipe al alma de la Vida de la Santísima
Trinidad, de manera que es inconcebible un Santo que no haya dado su vida por
la gracia; todos los Santos eran conscientes de la gravedad siniestra del pecado
y sobre todo del pecado mortal, que aniquila la vida de la gracia en el alma y
la separa de la Trinidad, sea temporalmente, si el alma puede confesar el
pecado mortal, sea por toda la eternidad, si el alma no confiesa sus pecados
mortales y por eso es inconcebible un Santo que no haya considerado al pecado
como la verdadera peste mortal, la peste que quitando la vida de la gracia en
el alma, la hace merecedora de un lugar en el Infierno.
Todos estamos
llamados a la santidad, todos estamos llamados a ser Santos, por eso los Santos
son nuestros modelos de santidad, nuestros modelos de cómo amar la gracia y detestar
el pecado, para así ingresar al Reino de los Cielos y adorar, junto con la
Virgen y los Ángeles, al Cordero de Dios por toda la eternidad.
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