San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 31 de julio de 2018

San Ignacio de Loyola y la conquista del mundo para Cristo



Vida de santidad[1].

         San Ignacio nació en 1491 en el castillo de Loyola, en Guipúzcoa, norte de España, cerca de los montes Pirineos, en el límite con Francia. Sus padres, de familias muy distinguidas, eran Bertrán De Loyola y Marina Sáenz. San Ignacio entró a la carrera militar y ascendió a capitán, pero en 1521, a la edad de 30 años, sucedió un acontecimiento que cambiaría su vida para siempre. En una de las batallas contra los franceses, fue gravemente herido mientras defendía el Castillo de Pamplona, por lo que la guarnición capituló. Los vencedores lo enviaron a su Castillo de Loyola a que fuera tratado de su herida. Allí le hicieron tres operaciones en la rodilla, dolorosísimas, y sin anestesia; pero no permitió que lo atasen ni que nadie lo sostuviera. Durante las operaciones no prorrumpió ni una queja, provocando la admiración de los médicos. Para que la pierna operada no le quedara más corta le amarraron unas pesas al pie y así estuvo por semanas con el pie en alto, soportando semejante peso. Sin embargo el tratamiento no resultó y quedó rengo para toda la vida.
En el período de convalecencia se produjo su conversión: mientras hacía el obligado reposo para curar sus heridas pidió que le llevaran libros de su género favorito de literatura, las novelas de caballería, llenas de narraciones inventadas e imaginarias. Pero su hermana le dijo que no tenía más libros que “La vida de Cristo” y el “Año Cristiano”, o sea un santoral, la historia del santo de cada día. Fue a través de esas lecturas que recibió San Ignacio la gracia de la conversión. Antes, mientras leía novelas y narraciones inventadas, en el momento sentía satisfacción pero después quedaba con un sentimiento de tristeza y frustración. En cambio ahora al leer la vida de Cristo y las Vidas de los santos sentía una alegría inmensa que le duraba por días y días. Además de impresionarlo profundamente, San Ignacio se decía a sí mismo, a causa de estas lecturas sobre las vidas de los grandes santos: “¿Y por qué no tratar de imitarlos? Si ellos pudieron llegar a ese grado de santidad, ¿por qué no lo voy a lograr yo? ¿Por qué no tratar de ser como San Francisco, Santo Domingo, etc.? Estos hombres estaban hechos del mismo barro que yo. ¿Por qué no esforzarme por llegar al grado que ellos alcanzaron?”. Y finalmente lo consiguió, porque San Ignacio llegó a ser uno de los más grandes santos de la Iglesia Católica. En él se cumplió el dicho que dice: “Cuidado con lo que deseas, porque lo conseguirás”.
Mientras estaba convaleciente, se le apareció una noche Nuestra Señora con su Hijo Santísimo y esa visión lo consoló inmensamente. Desde entonces se propuso no dedicarse a servir a gobernantes de la tierra sino al Rey del cielo. Apenas terminó su período de curación se fue en peregrinación al famoso Santuario de la Virgen de Monserrat, en donde concretó sus propósitos de cambiar de vida para Cristo: comenzó una vida de penitencia por sus pecados, dejó de lado sus vestidos lujosos y los cambió por unos mucho más sobrios, se consagró a la Virgen e hizo confesión general de toda su vida.
Luego se fue a un pueblecito llamado Manresa, a 15 kilómetros de Monserrat a orar y hacer penitencia y allí estuvo un año. Cerca de Manresa había una cueva y en ella se encerraba a dedicarse a la oración y a la meditación. Allá recibió la inspiración para escribir los Ejercicios Espirituales, que tanto bien habrían de hacer a la Iglesia a lo largo de los siglos.
Poco tiempo después entró en lo que se denomina “la noche oscura del alma”, que consiste en que, en vez de experimentar gozo y consuelo en la oración, experimentaba aburrimiento y cansancio por todo lo que fuera espiritual. Es un estado espiritual necesario para que el alma sepa que los consuelos son una gracia y que se debe buscar “al Dios de los consuelos y no a los consuelos de Dios”. Luego padeció otra enfermedad espiritual, llamada “escrúpulos”, que consisten en creer que todo es pecado.
Ahora bien, San Ignacio iba anotando todo lo que le sucedía y lo que sentía y estos datos le proporcionaron después mucha sabiduría espiritual para poder dirigir espiritualmente a otros convertidos y según sus propias experiencias poderles enseñar el camino de la santidad. Orando en Manresa adquirió lo que se llama “Discernimiento de espíritus”, que consiste en saber determinar qué es lo que le sucede a cada alma y cuáles son los consejos que más necesita, y saber distinguir lo bueno de lo malo. A un amigo suyo le decía después: “En una hora de oración en Manresa aprendí más a dirigir almas, que todo lo que hubiera podido aprender asistiendo a universidades”.
Luego de estudiar en Barcelona y en la Universidad de Alcalá, San Ignacio de Loyola fue acusado injustamente ante la autoridad religiosa y estuvo dos meses en la cárcel. Después lo declararon inocente, aunque lo mismo había gente que estaba en contra suyo y que lo perseguía. Consideraba todos estos sufrimientos como un medio que Dios le proporcionaba para que fuera pagando sus pecados. Y exclamaba: “No hay en la ciudad tantas cárceles ni tantos tormentos como los que yo deseo sufrir por amor a Jesucristo”.
Se fue a París a estudiar en la Universidad de La Sorbona. Allá formó un grupo con seis compañeros doctorandos que se convertirían en el núcleo fundacional de la Compañía de Jesús. Ellos son: Pedro Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salnerón, Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla.
Los siete hicieron votos o juramentos de ser puros, obedientes y pobres, el día 15 de Agosto de 1534, fiesta de la Asunción de María. Se comprometieron a estar siempre, con la Compañía de Jesús, a las órdenes del Sumo Pontífice para que él los emplease en lo que mejor le pareciera para la gloria de Dios. Luego fueron recibidos en Roma por el Papa Pablo III, quien autorizó sus respectivas ordenaciones sacerdotales. En Roma, San Ignacio se dedicó a predicar Ejercicios Espirituales y a catequizar al pueblo. A su vez, sus compañeros se dedicaron a dictar clases en universidades y colegios y a dar conferencias espirituales a toda clase de personas. Se propusieron como principal oficio enseñar la religión a la gente. En 1540 el Papa Pablo III aprobó su comunidad llamada “Compañía de Jesús” o “Jesuitas”. El Superior General de la nueva comunidad fue San Ignacio hasta su muerte. En Roma pasó todo el resto de su vida. Era tanto el deseo que tenía de salvar almas que exclamaba: “Estaría dispuesto a perder todo lo que tengo, y hasta que se acabara mi comunidad, con tal de salvar el alma de un pecador”.
Fundó casas de su congregación en España y Portugal. Envió a San Francisco Javier a evangelizar el Asia. De los jesuitas que envió a Inglaterra, veintidós murieron martirizados por los protestantes. Sus dos grandes amigos Laínez y Salmerón fueron famosos sabios que dirigieron el Concilio de Trento. A San Pedro Canisio lo envió a Alemania y este santo llegó a ser el más célebre catequista de aquél país. Recibió como religioso jesuita a San Francisco de Borja que era un rico político y gobernador en España. San Ignacio escribió más de 6 mil cartas dando consejos espirituales.
El Colegio que San Ignacio fundó en Roma llegó a ser modelo en el cual se inspiraron muchísimos colegios, para luego convertirse en la célebre Universidad Gregoriana. Los jesuitas fundados por San Ignacio llegaron a ser los más sabios y combativos adversarios de los protestantes y supieron combatir y detener en todas partes a la herejía protestante, que en esos tiempos –como en los nuestros- hacía estragos en el campo católico. San Ignacio les recomendaba que tuvieran mansedumbre y gran respeto hacia el adversario pero que al mismo tiempo no descuidaran la formación católica al presentarse al combate contra los protestantes[2].
La obra espiritual más grandiosa de San Ignacio se titula: “Ejercicios Espirituales” y es lo mejor que se ha escrito acerca de cómo hacer bien los santos ejercicios y a su vez los Ejercicios son lo mejor para toda alma: para el que no se convirtió, para que se convierta; para el que ya está convertido, para que se enfervorice en el amor a Nuestro Señor y a la Santa Religión Católica.
Su lema era: “A la mayor gloria de Dios” (Ad Maiorem Dei Gloriam, AMDG). Y a ello dirigía todas sus acciones, palabras y pensamientos: A que Dios fuera más conocido, más amado y mejor obedecido. En los 15 años que San Ignacio dirigió a la Compañía de Jesús, esta pasó de siete socios a más de mil. Murió súbitamente el 31 de julio de 1556 a la edad de 65 años. En 1622 el Papa lo declaró Santo y después Pío XI lo declaró Patrono de los Ejercicios Espirituales en todo el mundo.

Mensaje de santidad.

La cosmovisión de San Ignacio de Loyola está plasmada en una de las meditaciones de los Ejercicios Espirituales –llamada “Dos Banderas”-, en la que dos ejércitos se enfrentan: el ejército de Cristo el Señor, comandados por el Gran Capitán Jesucristo, cuya bandera es el estandarte ensangrentado de la Santa Cruz, siendo secundado Nuestro Señor por la Virgen Santísima, cuya bandera es el manto celeste y blanco que indica que Ella es la Inmaculada Concepción. Pertenecen a este ejército de Jesús y María todos los hombres y mujeres que luchan por el Reino de Dios en la tierra. El otro ejército es el ejército de Satanás, a quien San Ignacio describe como un monstruo o dragón que está sentado en un gran trono de fuego, humo y azufre y a cuyas órdenes están los demonios, pero también los hombres malos que, influenciados por el Demonio, luchan contra Jesucristo, la Virgen y los hombres que desean el Reino de Dios. En la cosmovisión de San Ignacio, estos dos ejércitos se enfrentan entre sí y el tesoro por el cual ambos pelean son las almas de los hombres; el campo de batalla es el mundo y las armas con las que se combate son espirituales: la oración, la penitencia, el ayuno, la misericordia, haciendo el Demonio todo lo posible para que el hombre caiga en la soberbia, el orgullo, la pereza y todo tipo de pecados, para perder su alma para siempre. Podemos decir que la cosmovisión de San Ignacio no está limitada a su tiempo, sino que se extiende a todo tiempo, desde Adán y Eva hasta el fin del mundo, porque hasta el fin del mundo durará la lucha entre los que son de Cristo y los que pertenecen al Anticristo.
El mayor legado de San Ignacio, en el que está plasmada esta cosmovisión, son los apreciados Ejercicios Ignacianos o Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, que ha sido el que ha convertido a cientos de miles de almas desde que comenzaron a predicarse, además de ser el promotor de grandes santos para la Iglesia.
Los Ejercicios Ignacianos –predicados en su íntegra pureza espiritual, tal como los predicaba San Ignacio- son el remedio para los males que afligen a la Iglesia y al mundo de hoy: las sectas, el secularismo, el materialismo, el ateísmo, el gnosticismo, el ocultismo y toda clase de perversión espiritual que aleja a las almas de Cristo y su eterna salvación.


[2] Él deseaba que el apóstol católico fuera muy instruido y así es como debe ser, porque la ignorancia conduce al protestantismo, tal como dice el dicho: “Católico ignorante, futuro protestante”.

viernes, 27 de julio de 2018

San Pantaleón



         Vida de San Pantaleón[1].

         Pantaleón fue un médico nacido en Nikomedia, Turquía. Durante la persecución del emperador romano Diocleciano, fue decapitado dando testimonio de Cristo el 27 de julio del año 305. Sabemos de él debido a que su vida y martirio están narrados en un manuscrito del siglo VI. Su padre era un pagano llamado Eubula y su madre era cristiana, siendo ella quien le inculcó la fe en Jesucristo. Era médico, una de las máximas ciencias de la Antigüedad y tuvo como maestro a uno de los médicos más notables del imperio, llamado Euphrosino. Ejercía la medicina con tal maestría, que llegó a ser médico personal del emperador Galerio Maximiano en Nicomedia.
         Como dijimos, fue su madre cristiana quien le transmitió la fe en Jesucristo, pero San Pantaleón, luego de haber conocido el catecismo -tal como sucede con la gran mayoría de niños y jóvenes de hoy, que luego del catecismo de Primera Comunión y la Confirmación abandonan la Iglesia-, se dejó llevar por el paganismo del mundo en el que vivía y, rechazando la gracia, se dejó arrastrar por las tentaciones, cayendo en el mundo del pecado y en la apostasía. En ese momento de su vida conoció a un cristiano piadoso y devoto, practicante de la fe, llamado Hermolao, quien lo despertó a la vida de la fe, instándolo a que, ya que él era médico, conociera “la curación que proviene de lo Alto”. Es decir, Hermolao le proponía a San Pantaleón, que era médico y curaba el cuerpo, que se interesara por un Médico del cielo, que era Jesucristo, que era quien curaba aquello que los médicos terrenos no pueden curar y son las heridas del alma. San Pantaleón fue dócil al consejo de su amigo y fue así cómo, interesándose por el Médico de las almas que es Jesucristo, regresó al seno de la Iglesia, abandonando su vida de pagano, es decir, la vida abandonada a la tiranía de las pasiones sin el control ni de la razón, ni de la gracia. Desde entonces entregó toda su vida a Jesús, empezando por su profesión, puesto que se dedicó a curar a sus pacientes gratuitamente y en nombre de Cristo y no en nombre propio, como lo hacía antes.
         Fue en ese entonces, en el año 303, que comenzó una gran persecución a la Iglesia, dirigida por el emperador Diocleciano en Nikomedia. Pantaleón, que había entregado todo lo que tenía a los pobres, fue denunciado ante el emperador debido a la envidia de algunos de sus colegas, por lo que fue arrestado, ya que estaba prohibido profesar públicamente la fe en Jesucristo. Debido a que era su médico personal, el emperador trató en vano de lograr que San Pantaleón renegara de su fe en Jesucristo, prometiéndole salvarle la vida si declaraba que no creía en Jesús, ni en el Credo, ni en la Eucaristía, ni tampoco en las virtudes cristianas que todo cristiano debía seguir. San Pantaleón se negó rotundamente a apostatar, es decir, a renegar de su fe en Jesucristo, porque sabía que si daba su vida por Jesús, ganaría el cielo inmediatamente. Para demostrar la verdad de la condición de Cristo como Dios y por lo tanto, la verdad de la fe de la religión católica que así lo proclama, curó milagrosamente, con el poder de Cristo, a un paralítico.
         El emperador, viendo que no podía hacer abandonar a San Pantaleón su fe en Cristo, condenó a San Pantaleón, a su amigo Hermolao y a otros dos cristianos, a la muerte por decapitación. Fue así como San Pantaleón, a la edad de 29 años, murió mártir el 27 de julio del año 304, un año después de haber empezado la persecución a la Iglesia. Si en algún momento de su vida había negado a Jesús, ahora con su muerte martirial, con la que daba testimonio de que Cristo es Dios, reparó la falta que había cometido al apostatar antes de la fe, manifestándole al Señor la máxima muestra de amor que alguien puede dar, y es la de “dar la vida por los amigos”, como lo dice Jesús. San Pantaleón era amigo de Jesús y dio su vida por Él y por eso mereció el cielo.
         En las Actas de su martirio se refieren una gran cantidad de hechos milagrosos que sucedieron antes de su muerte, todos destinados a confirmar la veracidad de la fe en Cristo por la cual San Pantaleón estaba ofrendando su vida. Así, por ejemplo, sus verdugos intentaron matarlo de seis maneras diferentes: trataron de quemarlo vivo con fuego; le arrojaron luego plomo fundido; luego trataron de ahogarlo; lo arrojaron a los leones; lo torturaron en un aparato con forma de rueda, estirándole las articulaciones para desmembrarlo vivo y finalmente, trataron de matarlo arrojándole flechas y también atravesándolo con la espada. Puesto que el Espíritu Santo es el que inhabita en el mártir, fue el Espíritu Santo el que no permitió que San Pantaleón muriera, hasta que, llegado el momento en que ya había dado testimonio de Cristo, el Espíritu Santo permitió que San Pantaleón muriera decapitado. Si el Espíritu Santo no lo hubiera permitido, tampoco esta forma de muerte podría haberle dado muerte al santo. Según se narra en las mismas Actas del martirio, el olivo en el que fue decapitado, que estaba seco, floreció al instante, al contacto con la sangre del mártir. Así, San Pantaleón derramó su Sangre por Cristo, proclamando la verdad de su divinidad y la falsedad del paganismo.

         Mensaje de santidad.

         El testimonio martirial de San Pantaleón es más actual y vivo que nunca. En nuestros días, se produce un abandono masivo de la Iglesia y un rechazo práctico de la fe católica, sobre todo por parte de niños y jóvenes que, apenas terminada la etapa de la instrucción catequética, abandonan la fe y se internan en el mundo, viviendo como paganos y no como cristianos. En nuestros días, cientos y miles de niños y jóvenes abandonan la Iglesia y dejan de dar testimonio de Cristo y de vida cristiana ante los hombres, viviendo en la práctica como si nunca hubiesen oído hablar de Cristo. Hoy no hace falta que desde los gobiernos se ordene la persecución a la Iglesia para disminuir el número de cristianos, ya que la gran mayoría abandona la Iglesia voluntariamente. La gran mayoría de los cristianos comete el mismo pecado de San Pantaleón antes de su definitiva conversión y es el de renegar de Jesucristo y adorar a los ídolos paganos, que en nuestros días son el dinero, los bienes materiales, la sensualidad y los ídolos paganos y demoníacos llamados Gauchito Gil, Difunta Correa y San La Muerte, además de muchos otros. Muchísimos católicos abandonan la Iglesia Católica, dejan de practicar los sacramentos y se vuelcan a las sectas, como la magia wicca, la secta umbanda, el ocultismo, la hechicería y muchas otras sectas más. Es por este motivo que el ejemplo de San Pantaleón, que prefirió la muerte antes que renegar de Cristo, es más válido que nunca en nuestros días, sobre todo para niños y jóvenes.

jueves, 26 de julio de 2018

Santos Joaquín y Ana, padres de la Virgen María y abuelos de Jesús



         Vida de santidad[1].

         Según una antigua tradición que data del siglo II, a los padres de la Virgen María se les atribuyen los nombres de Joaquín y Ana. Desde los primeros tiempos de la Iglesia ambos fueron honrados en Oriente; después se les rindió culto en toda la cristiandad, donde se levantaron templos bajo su advocación.
         Ana, la madre de la Virgen, nació en Belén. De la santa no sabemos nada por la Escritura, ya que nada se dice de ella; lo que se sabe, es por la Tradición y se encuentra  más bien en el Evangelio apócrifo de Santiago. Según este escrito –no reconocido canónicamente por la Iglesia- Ana se casó a los veinticuatro años de edad con un propietario rural llamado Joaquín, que era galileo, de la ciudad de Nazareth. Según este escrito, descendía de la familia real de David. Ana y Joaquín habitaban en Nazareth y según la Tradición, repartían sus bienes entre gastos de familia, el templo y los más necesitados. Luego de veinte años de matrimonio y espera, no tenían aún hijos, considerándose por lo tanto un matrimonio estéril. En ese entonces, para los hebreos, la esterilidad era un oprobio y un signo del castigo del cielo. A los que entraban en esta categoría, incluso se les negaba el saludo y se los menospreciaba públicamente. Siendo ellos muy piadosos, acudían siempre al templo a orar, pero incluso allí no podían dejar de sentir dolor por la falta de hijos en su matrimonio, ya que hasta en el templo oía Joaquín rumores acerca de la indignidad de él y de Ana en cuanto a entrar a la Casa de Dios se refería.
         Al escuchar estos rumores, Joaquín se retiró al desierto, muy compungido, para hacer penitencia y orar y al mismo tiempo Ana, que era muy  piadosa y devota, intensificó sus ruegos, a fin de que la ansiada paternidad llegara y no se hiciera esperar más. Ana rezaba y en sus ruegos imploraba la gracia de un hijo, recordando en sus oraciones a la otra Ana de las Escrituras, cuya historia se refiere en el libro de los Reyes: habiendo orado tanto al Señor, fue escuchada, y así llegó su hijo Samuel, quien más tarde sería un gran profeta.
         Y sucedió que, de la misma manera a como Ana, luego de su oración, recibió el consuelo de su hijo Samuel, que llegó a ser un gran profeta, así también Joaquín y Ana, luego de sus oraciones, penitencias y ayunos, recibieron el consuelo de la paternidad tan ansiada, aunque la Hija que tuvieron fue mucho más que un profeta: fue la Virgen y Madre de Dios. La Hija que Joaquín y Ana recibieron como regalo del cielo fue la Inmaculada Concepción, la concebida sin la mancha del pecado original y la inhabitada por el Espíritu Santo, por lo que era también llamada “Llena de gracia”. La razón de tantos privilegios es que la Hija de Joaquín y Ana estaba destinada a ser la Madre del Hijo de Dios encarnado, Jesucristo el Señor.

Mensaje de santidad.

Joaquín y Ana, que eran devotos, piadosos y buenas personas, al no obtener el favor de Dios por más de cuarenta años de matrimonio, no hicieron lo que muchos, dirigirse a Dios para quejarse de Él, sino que, por el contrario, intensificaron su oración, su penitencia, su ayuno, sus obras de misericordia, obteniendo de Dios una bendición que ni siquiera podían imaginar, ya que no solo dieron a luz al hijo que tanto esperaban, sino que dieron a luz a Aquella que habría de contener en sí misma a Aquel a quien los cielos no pueden contener. Al recordarlos en su día a los padres de la Virgen, no solo los alabamos por su vida de santidad –acudieron a Dios en momentos de gran angustia y aflicción y jamás se quejaron de Él-, sino también por lo que la Iglesia dice de ellos; en la antífona de la misa de los santos Joaquín y Ana, la Iglesia dice: “Alabemos a Joaquín y Ana por su hija; en Ella les dio el Señor la bendición de todos los pueblos”. Es decir, alabemos a Joaquín y Ana por ser, ante todo, los padres de la Madre de Dios, a través de la cual recibimos la más grande bendición de Dios, Jesucristo.

miércoles, 25 de julio de 2018

Solemnidad de Santiago Apóstol, Patrono de España



Santiago matamoros.

         Vida de santidad[1].

         En realidad, el nombre de “Santiago” es un nombre compuesto por dos palabras: “Sant-Iacob”, ya que su nombre en hebreo era Jacob. Debido a que los españoles lo invocaban en sus batallas diciendo: “Sant Iacob, ayúdanos”, fue que, de tanto repetir y unir estas dos palabras, quedaron unidas de tal manera que formaron una sola: Santiago.
Tuvo el privilegio de ser uno de los Doce Apóstoles del Señor Jesús y en el Evangelio se narra que fue el testigo privilegiado, de entre los Apóstoles, de muchos de los episodios más significativos de la vida del Señor.
Hermano de San Juan evangelista, se le llamaba “el Mayor”, para distinguirlo del otro apóstol, Santiago el Menor, que era más joven que él. Vivía con sus padres Zebedeo y Salomé en la ciudad de Betsaida, junto al Mar de Galilea, y allí tenían una pequeña empresa de pesca. Justamente, se encontraba trabajando en su emprendimiento pesquero cuando decidió dejar las redes y a su padre para ser discípulo de Jesús, después de presenciar la pesca milagrosa y al oír que Jesús les decía: “Desde ahora seréis pescadores de hombres”.
Como decíamos, si bien Jesús eligió a Doce Apóstoles, hubo un pequeño grupo –junto con Pedro y su hermano Juan-, en el que estaba Santiago, que gozó de una preferencia mayor que el resto, según se puede comprobar en el Evangelio. Por ejemplo, Santiago presenció todos los grandes milagros de Cristo, y con Pedro y Juan fueron los únicos que estuvieron presentes en el Monte Tabor, durante la Transfiguración del Señor y también estuvieron con Él en su Oración en el Huerto de Getsemaní. Fue también el primero en derramar su sangre por Cristo.
Una intervención suya en el Evangelio es corregida por Jesús, porque aparentemente el Apóstol Santiago no había entendido todavía muy bien el alcance de la misión y las palabras de Jesús. Sucedió que cuando pasaban por el pueblo de Samaría, la gente no quiso auxiliarlos con alimentos, puesto que eran hebreos y por lo tanto enemigos; Santiago, que sabía del poder de Jesús y del poder de la oración, le preguntó a Jesús si no quería que rezaran para que cayera “fuego del cielo” a aquellos samaritanos que les habían negado los alimentos, para que así recibieran su castigo. Pero Jesús les reprochó a Santiago y a Juan –que se había sumado al pedido de Santiago- esta actitud porque, por un lado, el cristiano debe amar a sus enemigos y, por otro lado, si debe caer “fuego del cielo”, el único fuego que debe caer es el Fuego del Espíritu Santo, que enciende a las almas en el Amor de Dios.
En otro episodio, Santiago y Juan le encargaron a su madre Salomé para que fuera a pedirle a Jesús los primeros puestos en el Reino, uno a la derecha y otro a la izquierda. La respuesta de Jesús los hizo reflexionar acerca de lo que pedían, además de ayudarles a ver que el cristiano no debe procurar los primeros puestos de poder al estilo de los hombres ambiciosos de la tierra, sino que los primeros en el Reino de Dios son los que más participan de la Pasión y Muerte en cruz de Jesús aquí en la tierra. Por eso es que Jesús les pregunta si son capaces de beber del cáliz que Él ha de beber, porque es un cáliz de amargura y dolor: “¿Serán capaces de beber el cáliz de amargura que yo voy a beber?”. Los hermanos estaban dispuestos a participar de la Pasión de Jesús no por los puestos de poder, sino porque amaban verdaderamente a Jesús y por eso es que responden: “Sí, somos capaces”. Entonces Jesús les dice que beberán del cáliz de la amargura, es decir, participarán de su Pasión, pero el ocupar los primeros puestos depende de Dios Padre: “El cáliz de amargura sí lo beberán, pero el ocupar los primeros puestos no me corresponde a Mí el concederlo, sino que esos puestos son para aquellos para quienes los tiene reservado mi Padre Celestial”. Al escuchar la petición, los otros apóstoles se disgustaron, porque pensaban terrenalmente, es decir, querían ocupar los primeros puestos, así como en la tierra los hombres, por ambición, desean los primeros puestos en todo. Pero Jesús les da una lección y les hace ver que en el Reino de Dios las cosas son distintas: el que quiera ser primero de todos, debe ser el servidor de todos, como el Hijo del hombre: “El que quiera ser el primero, que se haga el servidor de todos, a imitación del Hijo del hombre que no ha venido a ser servido sino a servir”.
La prueba más patente de la verdad de las palabras de Jesús –“el que quiera ser el primero que sea el servidor de todos”- es la misma muerte del Apóstol, quien tuvo el honor de dar su vida al morir decapitado por orden del rey Herodes Agripa. Así se cumplieron en el Apóstol las palabras de Jesús, de que para entrar en el Reino de los cielos, era necesario beber del cáliz amargo de la Pasión, ya que el Apóstol dio su vida por Jesús y su Evangelio. Santiago el Apóstol tuvo el privilegio de ser el primero de los apóstoles que derramó su sangre por proclamar la Buena Noticia del Hombre-Dios Jesucristo.
Santiago es el Patrono de España pues según antiguas tradiciones (del siglo VI), el Apóstol llegó hasta España en su afán evangelizador. De hecho, fue en esa misión evangelizadora, en la que se le apareció la Virgen del Pilar, dando así origen a la más antigua iglesia dedicada a la Virgen, en la que se resguarda el milagroso pilar –símbolo de la fe inquebrantable en Jesucristo-, la Basílica del Pilar, en Zaragoza. Desde el siglo IX se cree que su cuerpo se encuentra en la catedral de Compostela (ubicada en el norte de España), santuario al que han acudido durante siglos y siguen haciéndolo miles y miles de peregrinos.

Mensaje de santidad.

Por la Santa Fe católica llevada por el Apóstol Santiago a España, fue que España realizó las más grandes gestas jamás llevadas a cabo por ninguna nación de la tierra: conquistó para Cristo continentes, pueblos y naciones enteras, además de derrotar al Islam –las tropas españolas expulsaron al Islam bajo la guía y conducción del Apóstol, al grito de: “¡Santiago y cierra, España!”[2], a Napoleón y al Comunismo. La razón es que solo con la fuerza de la Santa Cruz de Jesús es que se puede salir victoriosos frente a enemigos de la fe cristiana tan poderosos como estos, que representan a las fuerzas del Anticristo: el Islam, porque niega la divinidad de Jesucristo y a la Santísima Trinidad; Napoleón, porque es el representante de la revolución masónica que pretende implantar en el mundo el ideal laico y laicista de la igualdad, fraternidad y libertad sin Dios; el Comunismo, porque es el enemigo más despiadado y encarnizado, tanto de Dios, como de los hombres. Tal como la Santa Iglesia pide en las preces de hoy, Fiesta de Santiago Apóstol, nosotros también pedimos que en España se conserve la fe transmitida por el Apóstol tanto en España como en sus provincias de ultramar, las naciones hispanoamericanas, hasta el fin de los tiempos, fe con la cual venceremos, con toda facilidad, a los más grandes enemigos de nuestra eterna salvación.



[2] El significado de la frase es, por una parte, invocar al apóstol Santiago, patrón de España y también llamado Santiago Matamoros, y por otro, la orden militar cierra, que en términos militares significa trabar combate, embestir o acometer; “cerrar” la distancia entre uno y el enemigo. Cfr. https://es.wikipedia.org/wiki/%C2%A1Santiago_y_cierra,_Espa%C3%B1a!

lunes, 23 de julio de 2018

Santa Brígida de Suecia


         Vida de santidad[1].

         Santa Brígida nació en Upsala (Suecia), en 1303, en el seno de una familia sumamente religiosa y muy acaudalada, perteneciente a la nobleza de su tiempo. Tanto sus abuelos como sus bisabuelos, llevados por el amor a Jesús, fueron en peregrinación hasta Jerusalén; sus padres se confesaban y comulgaban todos los viernes, y como eran de la familia de los gobernantes de Suecia y tenían muchas posesiones, empleaban sus riquezas en construir iglesias y conventos y en ayudar a cuanto pobre encontraban. Su padre era gobernador de la principal provincia de Suecia. Su madre le leía, las vidas de los santos, vidas que Santa Brígida escuchaba con mucho gusto.
         Se caracterizó, entre otras cosas, por sus visiones místicas. A los seis años se le aparece la Virgen por primera vez, invitándola a llevar una vida de santidad. A partir de entonces, las visiones y apariciones celestiales serán frecuentes; tanto, que llegó a pensar que podían tratarse de alucinaciones o imaginaciones suyas. Pero una consulta con uno de los sacerdotes más santos de la época en Suecia le despejó las dudas y le dijo que podía seguir creyendo en esto, pues se trataba de verdaderos dones del cielo.
         A los trece años, un episodio sobrenatural orientó su vida hacia la Pasión del Señor: escuchó con mucha avidez un sermón sobre la Pasión del Señor predicada por un misionero; desde entonces, su meditación preferida era acerca de Jesús crucificado.
         Fue estando en oración frente a Jesús crucificado que tuvo también una significativa experiencia mística. Rezando frente a un crucifijo caracterizado por la sangre que podía verse brotando con abundancia de sus llagas, Santa Brígida le preguntó a Jesús: “¿Quién te puso así?” y oyó que Cristo le decía: “Los que desprecian mi amor. Los que no le dan importancia al amor que Yo les he tenido”. Desde ese momento se propuso hacer que todos los que trataran con ella amaran más a Jesucristo y su Pasión.
         Por decisión de su padre, se casó con el hijo de otro gobernante, llamado Ulf, con el cual tuvo un feliz matrimonio que duró unos veintiocho años. Tuvieron ocho hijos, cuatro varones y cuatro mujeres, todos santos, menos uno, que con su vida disipada le provocó un gran dolor en su corazón. Sin embargo, en premio a las lágrimas y dolores y oraciones de Santa Brígida por su hijo rebelde, Dios le concedió la gracia de que su hijo, antes de morir en una batalla, se arrepintiera de su mala vida pasada, se confesara y así consiguiera el perdón de sus pecados. La Santa tuvo una experiencia mística que le confirmó que su hijo había muerto arrepentido de sus pecados.
         Santa Brígida peregrinó con su esposo Ulf a Santiago de Compostela; en el camino, su esposo enfermó gravemente. Brígida oró por él y se le apareció San Dionisio en sueños quien le dijo que su esposo sanaría, con tal de que se dedicara a una vida santa. Así lo hizo Ulf, quien luego de curado, entró como religioso cisterciense, muriendo años después santamente en el convento.
         Al pertenecer a la nobleza, Santa Brígida era una de las principales damas que colaboraban con el rey y la reina de Suecia. Allí la santa pudo observar cómo se derrochaba gran cantidad de dinero en gustos lujosos y comidas exóticas, mientras los súbditos pasaban hambre. Sus llamados de atención a los reyes no tuvieron éxito. Fue entonces cuando tuvo una visión en la que oyó que Jesús crucificado le decía: “Yo en la vida sufrí pobreza, y tú tienes demasiados lujos y comodidades”. Fue desde ese entonces que Santa Brígida dejó de lado los elegantes vestidos que usaba en la corte, para empezar a vestir pobremente. También desde entonces, dejó de dormir en cómodas camas, para hacer penitencia durmiendo sobre duras tablas. Además, repartió sus bienes entre los pobres, quedando ella misma en la pobreza.
         Partió hacia Roma con su hija Santa Catalina de Suecia y allí permaneció durante catorce años, dedicándose a la oración y hacer obras de misericordia, sobre todo la visita y ayuda de enfermos. Además, se dedicó a peregrinar a los santuarios. También escribió sus visiones, las cuales están contenidas en ocho tomos, incluidas las revelaciones recibidas en Tierra Santa, adonde había ido en peregrinación, acerca de la Pasión del Señor. Desde Roma escribió a muchas autoridades civiles y eclesiásticas y al mismo Sumo Pontífice (que en ese tiempo vivía en Avignon, Francia) corrigiendo muchos errores y repartiendo consejos sumamente provechosos.
         Cuando regresó de su última peregrinación, la de Tierra Santa, comenzó a sentirse enferma y débil, muriendo en Roma el 23 de julio de 1373, a la edad de 70 años con fama de santidad.

         Mensaje de santidad.

         A pesar de sus visiones y éxtasis místicos, que como hemos visto los tuvo desde muy corta edad, la santidad de Santa Brígida se basó en la meditación de la Pasión del Señor y en el deseo de participar vivamente de la misma, principalmente mediante obras de misericordia. Además, conformó su vida a la vida del Señor, abandonando la vida de lujos que se vivía en la corte, viviendo pobremente y repartiendo todos sus bienes entre los pobres. Santa Brígida de Suecia nos deja este mensaje de santidad: lo más importante de esta vida terrena, o más bien, lo único importante, es meditar en la Pasión del Señor y luego configurar la propia vida a su misterio pascual de muerte y resurrección, participando de este misterio con todo el ser y con todos los actos de la vida.
        



[1] https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Br%C3%ADgida_7_23.htm

jueves, 19 de julio de 2018

San Expedito nos enseña a vencer en las tentaciones



         ¿Por qué en las imágenes de San Expedito aparece un cuervo aplastado bajo los pies del santo? Porque ese cuervo en realidad no es un cuervo, sino el Demonio en forma de cuervo y aparece bajo los pies de San Expedito porque el santo, con la ayuda de Jesús, lo venció con la cruz. El Demonio se le había aparecido a San Expedito como un cuervo, para intentar tentarlo e impedir así su conversión, instándolo a que dejara la conversión para “mañana”. El Demonio tentó a San Expedito porque ésa es su tarea, ése es su cometido, el tentar a las almas para alejarlas de Dios y por eso uno de sus nombres es “El Tentador”.
         A nosotros el Demonio no se nos va  a aparecer como un cuervo o como un animal, o en cualquier forma sensible, pero no por eso va a dejar de obrar en nosotros su obra perversa de tentarnos para alejarnos de Dios y su gracia. El Demonio actuará sobre nosotros, de forma insensible e invisible, pero no por eso menos real, y lo hará para que tomemos decisiones equivocadas que nos alejen de Dios.
         Pero también es cierto que no todas nuestras decisiones erróneas deben ser atribuidas al Demonio, porque si es verdad que es el Tentador, es verdad también que nosotros seguimos siendo libres para cometer o no un pecado, para ceder o no a la tentación. Por ejemplo, cuando se trata del pecado de la pereza –sea corporal o espiritual-, si yo hago pereza, si cometo el pecado de pereza, soy yo el perezoso y no es el Demonio el que “me obliga” a ser perezoso; soy yo el que cometo, personalmente, el pecado de pereza. Lo que sí puede hacer el Demonio y es lo que hace, es presentar al pecado –en este caso, la pereza-, como algo bueno y apetitoso, porque como es el Engañador, presenta a lo bueno como malo y a lo malo como bueno. Es decir, el Demonio me presentará a la pereza como algo bueno y atractivo y me ayudará a caer en el pecado de pereza, pero el responsable último del pecado sigo siendo yo. Y como con la pereza, así actúa con todos los demás pecados y vicios: los presenta como algo agradable y atractivo, pero siempre permanece mi libertad, que es la que me lleva a resistir, con la ayuda de la gracia, a la tentación, o si rechazo la gracia, a caer. En esta vida terrena, dicen los santos, los pecados aparecen como algo atractivo, pero en la otra vida, y sobre todo en el Infierno, es en donde aparecen en toda su horrorosa fealdad. Si los pudiéramos ver en su fealdad en esta vida, no pecaríamos nunca.
         A San Expedito el Demonio se le apareció en forma de cuervo y lo tentó, no para que no se convirtiera, sino para que se convirtiera “al otro día”, es decir, “mañana”, cuando eso es un error, porque no sabemos si habremos de amanecer el día de mañana, por lo que no hay que desperdiciar las gracias que Dios nos da y hay que aprovecharlas en el mismo momento, como hizo San Expedito.
         San Expedito venció con la fuerza de la cruz de Cristo, porque es Cristo el que con su luz nos hace ver la realidad de cómo son las cosas: nos hace ver la belleza de la virtud y la fealdad del pecado; nos hace ver lo verdadero como verdadero y lo falso como falso, para que no nos equivoquemos. Cristo nos muestra  a la virtud como algo bueno y al vicio y al pecado como algo malo, que es contrario a la voluntad tres veces santa de Dios. Cristo nos muestra la virtud y la gracia desde la cruz y nos hace desearla, porque fuimos creados para el bien y para la verdad, fuimos creados para la virtud y no para el vicio y Él nos ayuda también para que no solo deseemos la gracia, sino que nos ayuda para que seamos capaces de elegir siempre el bien y no el mal. Cristo nos hace desear la gracia que nos viene por los sacramentos y nos ayuda para que la conservemos y la aumentemos cada vez más.
         Frente a la tentación, Cristo nos da la luz, la sabiduría y la fuerza de Dios para que eligiendo la gracia, lo elijamos a Él y lo imitemos a Él y vivamos con su misma vida divina. San Expedito nos da ejemplo de cómo vencer en las tentaciones: unidos a la Santa Cruz de Jesús.

lunes, 9 de julio de 2018

San Pelayo, mártir de la castidad del cuerpo y la pureza de la fe


Martirio de San Pelayo
(Juan Soreda)
         Vida de santidad[1].

         Por alguna de esas “misteriosas casualidades” la celebración de las fiestas del “orgullo gay” suele coincidir con el santo que celebramos hoy, San Pelayo de Córdoba. En el martirio de San Pelayo confluyen, ya hace más de 1.000 años, la resistencia ante el invasor musulmán, que ofrece el reino a cambio de renunciar a Cristo, y la locura de la atracción homosexual de un varón adulto hacia un niño.
¿Quién fue San Pelayo?
San Pelayo de Córdoba nació en Galicia en el siglo X y era sobrino del obispo Hermogio de Tuy, que fue hecho prisionero en la batalla de Val de Junquera entre los reyes cristianos y Abderramán III en el año 920. Pelayo acabó siendo prisionero del rey musulmán al cambiarse por su tío, que quedó en libertad. Durante tres años y medio, Pelayo permaneció como prisionero de Abderramán III. Sus compañeros de cautiverio cuentan que su comportamiento era “casto, sobrio, apacible, prudente, atento a orar, asiduo a su lectura”. Solía discutir también con los musulmanes sobre temas religiosos y pudo vivir en paz en prisión hasta que Abderramán III se encaprichó de él. Durante un banquete, Abderramán III prometió concederle todos los honores si apostataba y se convertía en uno de sus mancebos. Las crónicas narran la conversación que tuvo lugar en ese momento de esta manera:
“Abderramán le dijo sin titubeos:  -“Niño, te elevaré a los honores de un alto cargo, si quieres negar a Cristo y afirmar que nuestro profeta es auténtico. ¿No ves cuántos reinos tengo? Además te daré una gran cantidad de oro y plata, los mejores vestidos y adornos que precises. Recibirás, si aceptas, el que tú eligieres entre estos jovencitos, a fin de que te sirva a tu gusto, según tus principios. Y encima te ofreceré pandillas para habitar con ellas, caballos para montar, placeres para disfrutar. Por otra parte, sacaré también de la cárcel a cuantos desees, e incluso otorgaré honores inconmensurables a tus padres si tú quieres que estén en este país”.
Pelayo respondió decidido: –“Lo que prometes, emir, nada vale, y no negaré a Cristo; soy cristiano, lo he sido y lo seré, pues todo eso tiene fin y pasa a su tiempo; en cambio, Cristo, al que adoro, no puede tener fin, ya que tampoco tiene principio alguno, dado que Él personalmente es el que con el Padre y el Espíritu Santo permanece como único Dios, quien nos hizo de la nada y con su poder omnipotente nos conserva”.
Abderramán III no obstante, más enardecido, pretendió cierto acercamiento físico, tocándole el borde de la túnica, a lo que Pelayo reaccionó airado:–“Retírate, perro, dice Pelayo. ¿Es que piensas que soy como los tuyos, un afeminado?, y al punto desgarró las ropas que llevaba vestidas y se hizo fuerte en la palestra, prefiriendo morir honrosamente por Cristo a vivir de modo vergonzoso con el diablo y mancillarse con los vicios”.
Abderramán III no perdió por ello las esperanzas de seducir al niño y ordenó a los jovencitos de su corte que lo adularan, a ver, si, apostatando se rendía a tantas grandezas prometidas. Pero él se mantuvo firme y permaneció sin temor proclamando que sólo existe Cristo y afirmando que por siempre obedecería sus mandatos.
Abderramán ordenó entonces que lo torturaran y despedazaran, y echaran los pedazos al río.
Era el 26 de junio del 963.

         Mensaje de santidad.

San Pelayo tiene el gran privilegio de haber dado su vida defendiendo su fe en Cristo, además de la pureza del cuerpo precisamente por la fe en Cristo. No se concibe la pureza de la fe, que es el amor casto a la Verdad Pura de Dios que es Jesucristo, sin la pureza del cuerpo, que es el amor casto corporal que se abstiene de amores y placeres carnales por amor a Jesucristo, la Verdad Encarnada. San Pelayo murió dando testimonio por ambas purezas y es por eso que hoy está no solo en los altares, sino en el cielo, al resistir la tentación de abandonara la fe para corromper su alma sirviendo a un falso dios, Alá, y por no ceder a las propuestas inmorales y lascivas de un hombre abandonado a sus pasiones, el jeque musulmán. San Pelayo es ejemplo actualísimo no solo para los jóvenes de hoy, sino para los católicos de todos los tiempos, sobre todo los que, desde hace tiempo, han abandonado el ideal de santidad de la pureza y castidad sobrenaturales del cuerpo y del alma.



[1] Para la Vida de santidad, el párrafo está tomado en su totalidad de Gabriel Ariza Rossy, cit. http://religionlavozlibre.blogspot.com/2018/07/el-orgullo-gay-san-pelayo-y-el-emir.html

miércoles, 4 de julio de 2018

El distintivo de San Martín de Porres



         Algo que caracterizaba a San Martín de Porres era su capacidad para hacer milagros de todo tipo, como por ejemplo, curaciones, y también hablar con los animales. Pero no fue eso lo que le hizo ganar el cielo, porque esas cosas son dadas por Dios: lo que lo hizo ganar el cielo fue su bondad de corazón, su caridad y también su humildad: a él lo iban a visitar desde el gobernador y el arzobispo hasta el último indigente, y él trataba a todos por igual, sin hacer distinciones, y a ninguno le negaba su palabra de aliento o su caridad. Esto que hacía San Martín de Porres se llaman obras de misericordia y son necesarias para entrar en el cielo, de manera tal que si no las hacemos, no entraremos en el cielo. Aprendamos de él a ser caritativos y humildes, a no ensoberbecernos por el bien que hagamos, y a no hacer distinción de personas. Además, tenemos que saber que todos podemos hacer obras de misericordia, por lo menos una de las catorce que pide la Iglesia. Le pidamos a San Martín de Porres que interceda para que podamos ser misericordiosos y humildes como él, para así poder ganar el Reino de los cielos.

martes, 3 de julio de 2018

San Cayetano


         Vida de santidad[1].

         Nació en Vicenza, Italia, en el año 1480. Estudió derecho en Padua y, después de recibida la ordenación sacerdotal, instituyó en Roma la sociedad de Clérigos regulares o Teatinos, con el fin de promover el apostolado y la renovación espiritual del clero. Esta sociedad se propagó luego por el territorio de Venecia y el reino de Nápoles. San Cayetano se distinguió por su asiduidad en la oración y por la práctica de la caridad para con el prójimo. Murió en Nápoles el año 1547.

         Mensaje de santidad[2].

         La espiritualidad y el mensaje de santidad de San Cayetano se reflejan muy bien en una carta[3] escrita por el santo, en el que se destacan, entre otras cosas, por un lado, la gratuidad del amor de Cristo pero, por otro lado, la libertad y la necesidad de que nosotros respondamos a esa gratuidad con nuestra libertad para que        Cristo habite por la fe en nuestros corazones.
         Dice así San Cayetano: “Yo soy pecador y me tengo en muy poca cosa, pero me acojo a los que han servido al Señor con perfección, para que rueguen por ti a Cristo bendito y a su Madre; pero no olvides una cosa: todo lo que los santos hagan por ti de poco serviría sin tu cooperación; antes que nada es asunto tuyo, y, si quieres que Cristo te ame y te ayude, ámalo tú a Él y procura someter siempre tu voluntad a la suya, y no tengas la menor duda de que, aunque todos los santos y criaturas te abandonasen, Él siempre estará atento a tus necesidades”[4]. Es muy importante lo que el santo dice, porque muchos cristianos creen que en el haber sido bautizados y en el haber hecho el Catecismo y recibido la Primera Comunión y la Confirmación, ya en eso consiste el ser cristianos. Muchos cristianos, luego de la catequesis, se comportan como paganos porque en realidad se convierten en verdaderos apóstatas, al abandonar la fe en Cristo. No se dan cuenta que el recibir los sacramentos es el inicio de una nueva vida, la vida de la gracia, vida que se recibe en los sacramentos y que significa recibir la vida divina y entrar en comunión de vida y amor con las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad. Muchos cristianos son cristianos solo de nombre porque, precisamente, no creen que la relación con Jesucristo, el Hombre-Dios, sea una relación personal, en la que cada uno tiene el deber de profundizar, hasta llegar a la perfecta amistad con Cristo. Por eso dice San Cayetano: “todo lo que los santos hagan por ti de poco serviría sin tu cooperación”: es decir, los santos interceden para que nosotros nos acerquemos a Cristo, para que entremos en intimidad de vida y amor con Él, pero por mucho que los santos del cielo se esfuercen por llevar esto a cabo, si nosotros no pensamos en Cristo y no nos esforzamos por conocerlo y amarlo y por ser verdaderamente sus amigos, de nada servirá el esfuerzo que los santos hagan por nosotros. La relación con Jesucristo es personal, íntima, individual, y si nosotros no respondemos a su invitación de ser sus amigos, de nada nos valen los sacramentos, ni las oraciones, ni las devociones a los santos. Muchos cristianos se cofunden y creen que la vida en la Iglesia consiste en asistir mecánicamente a Misa, recibir mecánicamente los sacramentos, recitar mecánicamente las oraciones, y no es así, porque el catolicismo, como decía San Juan Pablo II, consiste en una Persona, Jesús de Nazareth. Dios me hizo hijo adoptivo suyo y me dio la Comunión y la Confirmación para que yo sea amigo de Jesús, pero si yo no respondo al ofrecimiento de amistad de parte de Cristo, entonces no he entendido en qué significa el ser católicos. Que Jesús sea nuestro amigo, nuestro hermano, nuestro padre, que está siempre pensando en todos y cada uno de nosotros en forma personal, queda de manifiesto en esta expresión de San Cayetano: “no tengas la menor duda de que, aunque todos los santos y criaturas te abandonasen, Él siempre estará atento a tus necesidades”. Jesús está atento a nuestras necesidades personales, particulares, individuales, y no lo hace sino es por el inmenso amor que nos tiene y porque desea establecer con nosotros una relación interpersonal de amistad, una comunión de vida y amor por medio de la gracia santificante.
         Luego San Cayetano nos advierte acerca de la caducidad de este mundo temporal, de esta vida terrena, por lo cual no debemos hacer morada permanente en esta vida, sino estar en ella como quien está permanentemente por viajar. Dice así el santo: “Ten por cierto que nosotros somos peregrinos y viajeros en este mundo: nuestra patria es el cielo; el que se engríe se desvía del camino y corre hacia la muerte”. No estamos en esta vida para siempre; esta vida es como el peregrinar del Pueblo Elegido en el desierto cuando se dirigían a Jerusalén: somos el Nuevo Pueblo Elegido y no peregrinamos para quedarnos en el desierto, que es esta vida, sino para llegar a la vida eterna. Pretender quedarnos para siempre en esta vida es como si algún integrante del Pueblo Elegido, de entre los hebreos, en vez de seguir caminando hacia Jerusalén, pretendiera quedarse a vivir en el desierto. Nuestra Patria definitiva es el cielo, y todas las patrias del mundo terreno no son sino figuras de la Patria celestial y es por eso que, aunque tengamos los pies en la tierra, nuestra vista espiritual debe estar siempre fija en la Jerusalén celestial.
         Otro aspecto que destaca San Cayetano es el no quedarnos en esta vida cruzados de brazos, porque así como está escrito en la Biblia que el pan de cada hay que ganarlo con el sudor de la frente –“Ganarás el pan con el sudor de la frente”- y es por lo tanto un pecado vivir de la pereza y de la vagancia, sin hacer nada, así también, nadie se gana el cielo gratuitamente, si no es trabajando para ello y quien nos ayuda en esta tarea de ganar el cielo es el mismo Jesucristo. Dice así San Cayetano: “Mientras vivimos en este mundo, debemos ganarnos la vida eterna, cosa que no podemos hacer por nosotros solos, ya que la perdimos por el pecado, pero Jesucristo nos la recuperó. Por esto, debemos siempre darle gracias, amarlo, obedecerlo y hacer todo cuanto nos sea posible por estar siempre unidos a él”.
         Luego, San Cayetano insta a alimentarnos del Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, porque así como los israelitas se alimentaron del maná bajado del cielo, así nosotros debemos alimentarnos del verdadero maná, la Eucaristía: “Él se nos ha dado en alimento: desdichado el que ignora un don tan grande; se nos ha concedido el poseer a Cristo, Hijo de la Virgen María, y a veces no nos cuidamos de ello; ¡ay de aquel que no se preocupa por recibirlo!”. Desdichado el que, teniendo la oportunidad de recibir a Jesucristo, el Hijo de la Virgen María, sacramentalmente, no lo hace, por pereza o por ignorancia culpable, porque no hay tesoro más grande ni don más grande que alguien pueda recibir en esta vida, que la Eucaristía. Por eso el santo instaba a comulgar con frecuencia, por supuesto que con fervor, piedad, amor y en estado de gracia.
En esta tarea de recibir al Hijo de Dios en la Eucaristía nos ayuda la Virgen, porque es Ella quien nos conduce a su Hijo y si nos presentamos ante Él conducidos por la Virgen, no seremos rechazados: “Hija mía, el bien que deseo para mí lo pido también para tí; mas para conseguirlo no hay otro camino que rogar con frecuencia a la Virgen María, para que te visite con su excelso Hijo”. La Virgen es Nuestra Señora de la Eucaristía y nada más quiere la Virgen que recibamos a su Hijo en la Hostia consagrada: “Más aún, que te atrevas a pedirle que te dé a su Hijo, que es el verdadero alimento del alma en el santísimo sacramento del altar. Ella te lo dará de buena gana, y él vendrá a ti, de más buena gana aún, para fortalecerte, a fin de que puedas caminar segura por esta oscura selva, en la que hay muchos enemigos que nos acechan, pero que se mantienen a distancia si nos ven protegidos con semejante ayuda”.
No recibamos a Cristo solo para pedirle favores, protección o cualquier otro don que necesitemos, porque así estaríamos demostrando una gran mezquindad de corazón; debemos recibirlo por lo que Es, Dios de majestad infinita y lo demás vendrá por añadidura: “Hija mía, no recibas a Jesucristo con el fin de utilizarlo según tus criterios, sino que quiero que tú te entregues a él, y que él te reciba, y así él, tu Dios salvador, haga de ti y en ti lo que a él le plazca. Éste es mi deseo, y a esto te exhorto y, en cuanto me es dado, a ello te presiono”.
Por último, San Cayetano es el Patrono del pan y del trabajo, los cuales son necesarios para esta vida terrena, pero más importante que el pan y el trabajo terrenos, es trabajar por el Reino de los cielos, trabajar para ganar el Pan de Vida eterna, la Eucaristía: “Trabajad no por la comida que perece, sino por el Pan de Vida eterna” (cfr. Jn 6, 27).



[3] Carta a Elisabet Porto: Studi e Testi 177, Ciudad del Vaticanto 1954, 50-51.
[4] Cfr. ibidem.