San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 8 de agosto de 2022

Santo Domingo de Guzmán y el Santo Rosario

 



El Santo Rosario, la oración compuesta por cinco decenas de Avemarías, cinco Padrenuestros y cinco Glorias y por medio de la cual se meditan los misterios de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, le fue enseñado a Santo Domingo de Guzmán por la Madre de  Dios en Persona, en el año 1208. Además de enseñarle a rezarlo, la Santísima Virgen le dijo a Santo Domingo de Guzmán que utilizara esta oración como una poderosa arma espiritual contra los enemigos de la Santa Fe Católica[1].

Santo Domingo de Guzmán era un santo sacerdote español que fue al sur de Francia para convertir a los que se habían apartado de la Iglesia por la herejía albigense, un sistema de creencias en directa contradicción con los dogmas católicos. En efecto, según esta herejía, existen dos dioses, uno del bien y otro del mal; el bueno creó todo lo espiritual, mientras que el malo, todo lo material. Como consecuencia, para los albigenses, todo lo material es malo y así el cuerpo humano, por ejemplo, al ser material, es malo y esto contradice directamente a la Fe Católica, que enseña que el Creador de la materia y del espíritu –del espíritu humano y del espíritu angélico- es Dios y, en cuanto tales, en cuanto creaturas de Dios, son buenos, puesto que Dios, siendo infinita bondad, no puede crear nada malo. Otra consecuencia que se sigue de esta herejía albigense es en relación a Nuestro Señor Jesucristo: puesto que tuvo un cuerpo, según esta herejía, Jesús no es Dios.

Los sectarios albigenses también negaban los sacramentos y la verdad de que María Santísima es Virgen y es la Madre de Dios; también se rehusaban a reconocer al Papa y establecieron sus propias normas y creencias. Durante años diversos Papas enviaron sacerdotes celosos de la fe, que trataron de convertirlos, pero sin mucho éxito. El último en ser enviado con esta misión fue Santo Domingo de Guzmán, quien trabajó por años en medio de estos herejes, aunque muy pocos de estos se convirtieron, a pesar de su predicación, sus oraciones y sacrificios. Como parte de su misión evangelizadora, Santo Domingo fundó una orden religiosa para las mujeres jóvenes convertidas y su convento se encontraba en Prouille, junto a una capilla dedicada a la Santísima Virgen. Precisamente, fue en esta capilla en donde Santo Domingo le suplicó a Nuestra Señora que lo ayudara, pues sentía que no estaba logrando casi nada. En respuesta a su pedido, la Santísima Virgen se le apareció en la capilla; en su mano sostenía un Rosario y le enseñó a Domingo a recitarlo. Luego le dijo que lo predicara por todo el mundo, prometiéndole que muchos pecadores se convertirían y se obtendrían abundantes gracias. A partir de esta aparición de la Madre de Dios, Santo Domingo comenzó la difusión del rezo del Santo Rosario, obteniendo enormes frutos apostólicos, puesto que numerosos albigenses se convirtieron, renegaron de su herejía y volvieron a la Fe Católica.

Poco después, con la aprobación del Santo Padre, Domingo formó la Orden de Predicadores (más conocidos como Dominicos), los cuales, con gran celo predicaban y evangelizaban. A medida que la orden crecía, se extendieron a diferentes países como misioneros para la gloria de Dios y de la Virgen. Desde entonces, el rosario se mantuvo como la oración predilecta durante casi dos siglos y cuando la devoción empezó a disminuir, la Virgen se apareció al Beato Alano de la Rupe y le dijo que reviviera dicha devoción; también le dijo la Virgen que se necesitarían volúmenes inmensos para registrar todos los milagros logrados por medio del rosario, además de reiterarle las promesas dadas a Santo Domingo referentes al rosario. El Santo Rosario es la oración predilecta de la Santísima Virgen porque cada Avemaría es una rosa espiritual que le regalamos como hijos suyos; además, meditamos en los misterios salvíficos de la vida de su Hijo Jesús y, como si fuera poco, obtenemos todas las gracias que necesitamos para la salvación eterna de nuestras almas y las de nuestros seres queridos.

 

viernes, 5 de agosto de 2022

El Sagrado Corazón y la Devoción del Primer Viernes

 



         En la Tercera Revelación, ocurrida en el mes de julio de 1674[1], el Sagrado Corazón se le apareció a Santa Margarita María de Alacquoque y la santa lo relata así: “Un día, arrodillada ante el Santísimo sacramento expuesto en el altar… Jesucristo, mi dulce Maestro, se me presentó, todo resplandeciente de gloria, con sus cinco llagas resplandeciendo como tantos soles. De todas partes de Su Sagrada Humanidad brotaban llamas pero especialmente de Su adorable pecho, que era como un horno. Abriéndolo, me mostró Su corazón amoroso y adorable como la fuente viva de esas llamas. Luego me reveló todas las maravillas indecibles de su amor puro y el exceso de amor que había concebido para los hombres de quienes no había recibido más que ingratitud y desprecio. Entonces Jesús le dijo: “Esto es más penoso para Mí, que todo lo que soporté en mi Pasión. Si tan solo me devolvieran algo de amor, no consideraría todo lo que he hecho por ellos, y haría aún más si fuera posible. Pero sólo tienen frialdad y desprecio por todos Mis esfuerzos por hacerles el bien. Tú, al menos, puedes darme la felicidad de compensar su ingratitud, tanto como puedas”. Jesús se queja ante Santa Margarita por la frialdad y la indiferencia que recibe de parte de los bautizados, por quienes Él entregó su Vida en la Cruz y donó su Amor en Pentecostés. En vez de adorarlo en el Santísimo Sacramento del altar, la Sagrada Eucaristía, los católicos prefieren sus propios intereses y diversiones, dejándolo a Jesús solo en el sagrario y en el altar, porque casi nadie viene a Misa los Domingos y mucho menos a adorarlo en la Sagrada Eucaristía. Luego Jesús le dijo qué es lo que debía hacer Santa Margarita para apaciguar su dolor y es el adorarlo a Él todas las veces que pueda y recibirlo en la Sagrada Comunión el primer viernes de cada mes: Primero, debes recibirme en el Santísimo Sacramento tan a menudo como la obediencia lo permita, sin importar qué mortificación o humillación pueda implicar. Además, recibiréis la Sagrada Comunión el primer viernes de cada mes y todas las noches entre el jueves y el viernes os haré partícipes de ese dolor de muerte que tuve la voluntad de sufrir en el Huerto de los Olivos. Este dolor te reducirá, sin que sepas cómo, a una especie de agonía más amarga que la muerte. Para unirte a Mí en la humilde oración que entonces ofrecí a Mi Padre celestial en agonía, debes levantarte entre las once y las doce y permanecer conmigo de rodillas durante una hora, con el rostro en tierra, para apaciguar la ira de mi Padre Eterno, y pedirle perdón por los pecadores. Así compartirás conmigo, y de alguna manera aliviarás el amargo dolor que sufrí cuando mis discípulos me abandonaron y me vi obligado a reprocharles que no podían velar conmigo ni siquiera por una hora. Durante esa hora debes hacer lo que yo te enseñaré”. Notemos que Jesús la llama a una intensa unión de amor en la Eucaristía, pero no le promete que su vida será un colchón de rosas, sino que la hará partícipe del dolor y de la amargura que Él padeció por amor a todos y cada uno de nosotros. Todos los católicos debemos, en consecuencia, pedir la gracia de unirnos a la Pasión de Amor del Sagrado Corazón, para así aliviar sus dolores, amarguras y sufrimientos.

 

jueves, 4 de agosto de 2022

El Santo Cura de Ars y el Camino al Cielo

 



         Una vez que se ordenó sacerdote, enviaron a San Juan María Vianney al pueblo de Ars. Antes de llegar, estaba un poco desorientado, porque no conocía el lugar. Entonces encontró a un niño y el Cura de Ars le dijo: “Enséñame el camino al pueblo y yo te enseñaré el camino al Cielo”. Guiado por el niño, el Cura de Ars llegó al pueblo y allí comenzó su fecunda labor sacerdotal, que santificó centenares de miles de almas.

         El encuentro con el niño y la respuesta que le dio el Cura de Ars, que puede tomarse como una simple anécdota en su vida, resume la misión del sacerdote y del párroco: enseñar el camino al Cielo a las almas a las que Dios, por medio de la Iglesia, le ha encomendado. Ahora bien, el “camino al Cielo” no es una mera frase; es un camino real, es el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis. Este camino, el único que conduce al Cielo, es un camino áspero, difícil, estrecho; es en subida y además, quien lo recorra debe tomar su cruz de cada día y seguir a Jesús, que va delante del Camino, señalando la dirección correcta. Así como alguien puede llegar a destino si lee las indicaciones de los carteles del camino, así se puede saber si se está en el Camino de la Cruz si se siguen las señales particulares de este camino, que son las huellas ensangrentadas de Cristo.

         El Camino de la Cruz, que el sacerdote debe señalar a los fieles, no es fácil y puede granjearle muchos enemigos, porque para comenzar a transitarlo, el sacerdote debe indicarle al fiel muchas cosas: primero, cuál es el Verdadero Cristo y cuál es el falso cristo –el cristo de la Nueva Era-; el Verdadero Cristo es el Cristo Eucarístico, el que se encuentra en Persona, verdadera, real y substancialmente en la Eucaristía; el sacerdote debe indicarle al fiel que para seguir por el Camino de la Cruz debe negarse a sí mismo, en sus pasiones, en sus pecados y que debe adquirir virtudes, las virtudes del Sagrado Corazón y del Inmaculado Corazón de María; el sacerdote debe indicar a los fieles que deben fortalecer sus almas con la gracia santificante que proporcionan los Sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía; debe advertirles de los peligros externos, el mundo y Satanás, que están al acecho para hacer desviar a los hijos de Dios del Camino de la Cruz; el sacerdote debe prevenir al fiel acerca de las trampas de Satanás, que en estos días se han multiplicado, como por ejemplo las falsas devociones, las devociones demoníacas, al Gauchito Gil, a la Difunta Correa, a San La Muerte, a la Pachamama; debe advertirles que deben usar los sacramentales de la Iglesia, medallas bendecidas de la Virgen y los santos y no los amuletos o talismanes de la brujería, como el árbol de la vida, la mano de Fátima, el ojo turco, la cinta roja y tantos otros más. Y es por eso que el sacerdote, en su tarea, no sea comprendido, o sea criticado por quienes son enemigos de Dios, pero la tarea del sacerdote es señalar, aun al precio de su vida y de su sangre, el Camino al Cielo, el Camino Real de la Cruz, tal como lo hizo el Santo Cura de Ars y tal como lo continúa haciendo desde el Cielo. Por último, el Santo Cura de Ars decía que la obligación del hombre era solo una: “orar y amar”[1]: orar al Dios del sagrario, Jesús Eucaristía y amarlo y adorarlo en su Presencia Eucarística y, por Jesús Eucaristía, amar al prójimo, incluido en primer lugar el enemigo. Al Santo Cura de Ars nos encomendamos para que todos, sacerdotes y fieles, cargando la cruz de cada día, sigamos por el Camino Real de la Cruz, el Camino del Calvario, el Via Crucis, todos los días de nuestra vida terrena, hasta llegar el Reino de los cielos en la vida eterna.



[1] De una Catequesis, A. Morin, Espirit du Cura d’Ars, París 1899, 87-89.