Vida de santidad[1].
Llamada “el Apóstol de la Divina
Misericordia”, Sor Faustina nació en el año 1905 en la aldea de Glogowiec,
cerca de Lodz, como la tercera de diez hermanos en la familia de Kowalski.
Desde pequeña se destacó por el amor a la oración, laboriosidad, obediencia y
sensibilidad ante la pobreza humana. Su educación escolar duró apenas tres
años. Al cumplir 16 años abandonó la casa familiar para trabajar de empleada
doméstica en casas de familias acomodadas. A los 20 años entró en la
Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, donde
como Sor María Faustina vivió 13 años cumpliendo los deberes de cocinera,
jardinera y portera. Su vida, aparentemente ordinaria, monótona y gris, se
caracterizó por la extraordinaria profundidad de su unión con Dios. Desde niña
había deseado ser una gran santa y, en consecuencia, caminó hacia este fin
colaborando con Jesús en la obra de salvar a las almas perdidas, hasta
ofrecerse como sacrificio por los pecadores. Los años de su vida conventual
estuvieron marcados, pues, por el estigma del sufrimiento y las extraordinarias
gracias místicas. Sor María Faustina manifestó su misión en el Diario que
escribió por mandato del Señor Jesús y de los confesores. Registró en él con
fidelidad todo lo que Jesús le pidió y describió todos los encuentros de su
alma con Él. “Secretaria de mi más profundo misterio” -dijo el Señor Jesús a
sor María Faustina- “tu misión es la de escribir todo lo que te hago conocer
sobre mi misericordia para el provecho de aquellos que, leyendo estos escritos,
encontrarán en sus almas consuelo y adquirirán valor para acercarse a Mí”[2]. Fue beatificada por San
Juan Pablo II el 18 de abril de 1993 y fue canonizada el 30 de abril de 2000
también por San Juan Pablo II.
Mensaje
de santidad.
Podemos
decir que el mensaje de santidad de Santa Faustina comprende varias tareas: una
tarea es la de proclamar al mundo la verdad revelada en la Sagrada Escritura
sobre el Amor Misericordioso de Dios a cada persona, manifestada en el
Sacramento de la Penitencia, ya que allí Dios perdona cualquier pecado, por
grande que sea, con tal de que éste sea confesado con verdadero arrepentimiento.
Fue
llevada al Infierno, para que diera testimonio de su existencia y para avisar
al mundo que no está vacío, sino ocupado por demonios y por almas de
condenadas, de seres humanos que en la vida terrena no creyeron en la
existencia del Infierno y al mismo tiempo despreciaron a la Divina Misericordia,
que los alentaba a convertirse de sus malas vidas y a encaminarse por la vía de
la gracia, el Camino de la Cruz.
Otra
tarea es alcanzar la misericordia de Dios para el mundo entero, según un modo
específico deseado por el mismo Jesús en Persona, como la imagen de la Divina
Misericordia con la inscripción: “Jesús, en ti confío”; además de la imagen, propagar
la fiesta de la Divina Misericordia para toda la Iglesia Universal, el primer
domingo después de la Pascua de Resurrección; el rezo de la coronilla a la
Divina Misericordia y la oración a la hora de la Misericordia (a las tres de la
tarde), como forma de implorar la Divina Misericordia para el mundo entero y en
especial para los más pecadores, para los más necesitados de la Misericordia de
Dios. A estas formas de la devoción y a la propagación del culto a la Divina
Misericordia el Señor Jesús vinculó grandes promesas bajo la condición de
confiar en Dios y practicar el amor activo hacia el prójimo.
Una
de las tareas más importante de Santa Faustina es la de “preparar al mundo para
la Segunda Venida” de Nuestro Señor Jesucristo, tal como Él mismo se lo dice: “Prepararás
al mundo para mi Segunda Venida”. También es su deber anunciar que la
humanidad, que se aleja cada vez más de Dios, no encontrará la paz, hasta que
no se vuelva con confianza a la Divina Misericordia. De nada valdrán los
acuerdos realizados entre los hombres, para detener las guerras que precederán
a su Segunda Venida, si estos esfuerzos no están centrados en la Divina Misericordia
y es esto lo que Jesús le dice: “La humanidad no encontrará la paz hasta que no
se vuelva con confianza a mi Divina Misericordia”.
Por
último, al recordarla en su día, si no podemos alcanzar su grado de heroicidad
en las virtudes, como lo hizo Santa Faustina, al menos nos empeñemos en vivir
como ella vivió además de anunciar con nuestras vidas, que ningún hombre
encontrará la paz si no la recibe de parte de Jesús Misericordioso y que la
Segunda Venida de Cristo está cerca.
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