Vida de santidad[1].
Nació como hijo de una familia muy adinerada, con lo cual
era ya desde pequeño el heredero de una gran fortuna. Sin embargo, llegada a la
mayoría de edad, decidió libre y voluntariamente renunciar a su fortuna
material, para seguir a Cristo pobre por el Camino de la Cruz, el Via Crucis.
En
1224 se retiró al Monte Alvernia y se construyó ahí una pequeña celda. Es aquí
donde sucedió el milagro de los estigmas en el cual quedaron impresas las
señales de la pasión de Cristo en el cuerpo de Francisco. El suceso
sobrenatural sucedió así: un día se apareció un ángel a Francisco y le dijo: “Vengo
a confortarte y avisarte para que te prepares con humildad y paciencia a
recibir lo que Dios quiere hacer de ti”. “Estoy preparado para lo que Él quiera”,
fue su respuesta[2].
La madrugada del 14 de septiembre, fiesta de la Santa Cruz, antes del amanecer,
estaba orando delante de la celda, de cara a Oriente, y pedía al Señor “experimentar
el dolor que sentiste a la hora de tu Pasión y, en la medida de los posible,
aquel amor sin medida que ardía en tu pecho, cuando te ofreciste para sufrir
tanto por nosotros, pecadores”; y también, “que la fuerza dulce y ardiente de
tu amor arranque de mi mente todas las cosas, para yo muera por amor a ti,
puesto que tú te has dignado morir por amor a mí”. Apenas dicho esto, vio bajar
del cielo un serafín con seis alas. Tenía la figura de hombre crucificado; en ese
momento, se le formaron en las manos y pies los signos de los clavos, tal como
los había sufrido Nuestro Señor en la crucifixión; también en el costado se
abrió una llaga sangrante, idéntica a la herida que sufrió Nuestro Señor en el
Calvario.
Cuando
fray León acudió aquella mañana a prepararle la comida, Francisco no pudo
ocultarle lo sucedido. Desde aquel instante, él será su enfermero, encargado de
lavarle cada día las heridas y cambiarle las vendas, para amortiguarle el dolor
y las hemorragias; excepto el viernes, ya que el Santo no quería que nadie
mitigara sus sufrimientos ese día.
Mensaje de santidad.
San Francisco de Asís nos deja un mensaje de humildad,
pobreza, mansedumbre y seguimiento y configuración con Cristo crucificado. En cuanto
a la humildad, San Francisco decidió renunciar a los honores mundanos que le
ofrecían los hombres, para vivir una vida oculta a la mundanidad y abierta sólo
a los ojos de Dios Padre.
Nos deja también un mensaje de pobreza, pero no de cualquier
pobreza, sino de pobreza evangélica, que es distinta, porque no se trata de
solamente renunciar a los bienes terrenos, como efectivamente lo hace San
Francisco, sino de participar de la pobreza de la Santa Cruz, allí en donde
Cristo Jesús no posee bien material alguno, puesto que los clavos de hierro, la
corona de espinas, el madero de la Cruz, todo le ha sido prestado por el Padre
para que cumpla su misión de redención de los hombres. Es esta pobreza a la que
San Francisco nos conduce con su ejemplo y es la única pobreza que nos conduce
al Cielo, porque es la pobreza de la Cruz.
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