Vida de santidad[1].
Nacido
en una familia pobre, humilde y numerosa, Giuseppe Melchiorre Sarto vino al
mundo el 2 de junio de 1835 en Riese, Italia.
Mensaje de santidad.
Es conocido como “el Papa de la Eucaristía” debido a su
gran devoción eucarística. Siendo el Vicario de Cristo, creía firmemente en la
Presencia real, substancial de la Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo,
encarnado en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth y que prolonga su
Encarnación en la Eucaristía. Precisamente, para que todos los católicos tuvieran
acceso al verdadero tesoro de la Iglesia, que es la Eucaristía, fue él quien decidió
que, a partir de ese momento, fuera posible la Comunión diaria -con las debidas
disposiciones- y que los niños hicieran la Primera Comunión a partir del uso de
razón, es decir, a los siete años de edad.
En su primera encíclica, da un certero diagnóstico de la
sociedad moderna y reflexiona acerca del motivo de la oscuridad espiritual que
la caracteriza y es su alejamiento de Dios. El Papa dice así: “Nuestro mundo
sufre un mal: la lejanía de Dios. Los hombres se han alejado de Dios, han
prescindido de Él en el ordenamiento político y social. Todo lo demás son
claras consecuencias de esa postura”[2]. Ahora bien, nosotros podríamos
parafrasear al Papa San Pío X y decir que no solo los hombres en general se han
alejado de Dios, sino que los católicos en particular, se han alejado de Cristo
Dios Presente en Persona en la Eucaristía y que ése es el origen, el fundamento
y la raíz de los males de la sociedad actual.
Luego San Pío X afirma que su misión, como Vicario de Cristo,
es acercar a los hombres a Cristo, ya que sólo en Él encuentran los hombres el
principio válido tanto para la convivencia social entre los hombres, como
sociedad, como así también es Cristo “el único principio de vida y
reconciliación para el mismo ser humano”.
Llamaba a la santidad a toda la Iglesia, pero especialmente
a los sacerdotes, ya que, si los sacerdotes no participan de la vida trinitaria
por la gracia, difícilmente podrán hacer que los laicos lleven una vida de
santidad: el Papa se preguntaba cómo podrían ellos -los sacerdotes
ministeriales- los especialmente elegidos para esa misión, instaurarlo todo en
Cristo si no era el suyo un corazón como el corazón sacerdotal del Señor Jesús,
ardiente en el amor y en la caridad para con los hermanos. Sólo con una vida
santa podrían sus sacerdotes ser portadores de la Buena Nueva del Señor Jesús
para todo su Pueblo santo. Pero el Papa San Pío X llamaba también a los laicos,
a los seglares, a llevar una vida de santidad, tal como lo exige su condición
de hijos adoptivos de Dios.
Como sacerdote, como obispo y luego como Papa, hizo todo lo
posible por impulsar la enseñanza del Catecismo y por mantener la pureza de la
doctrina; de hecho, se considera que el Catecismo de san Pío X es una perfecta
síntesis de la doctrina católica que realizó el Papa Sarto cuando
reelaboró un texto que él había escrito siendo obispo de Mantua. Bien sabía el
Santo Padre que apartar la ignorancia religiosa era el inicio del camino para
recuperar la fe que en muchos se iba debilitando y perdiendo incluso. Por esta
misma razón, decidió actuar con firmeza contra el modernismo, condenando sus
errores por medio de los decretos “Lamentabili” (julio de 1907) y la encíclica “Pascendi”,
una encíclica que enumera y condena las doctrinas de los modernistas (8 de
setiembre de 1907); aquí es donde el Papa afirma que “el modernismo es la
cloaca de todas las herejías”. herejías que se originan en un racionalismo
relativista que niega el carácter sobrenatural de la Palabra de Dios, del
Magisterio y de la Sagrada Eucaristía, entre otras cosas, reduciendo lo
sobrenatural al limitado campo de la razón humana.
Por
último, el Papa se destacó por su gran amor filial a la Virgen, la Madre de
Dios: rezaba continuamente el Rosario y le gustaba llevarlo siempre entre sus manos.
Visitaba todos los días la gruta de Lourdes, en los jardines Vaticanos y rezaba
todos los días el Angelus. Como preparación inmediata para el 50 aniversario de
la proclamación de la Inmaculada Concepción publicó su encíclica “Ad diem illum”.
El Papa Pío X nos deja entonces como legado un gran amor a
la Eucaristía, un gran amor a la Santa Virgen, al rezo del Rosario y una
advertencia, tanto a sacerdotes como a laicos, para no caer en los errores del
modernismo, para profesar la fe católica en toda su pureza, sin rasgo de error
alguno.
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