Vida
de santidad[1].
San
Lorenzo (mártir), uno de los diáconos de la iglesia romana, fue una de las
víctimas de la persecución de Valeriano en el año 258, al igual que lo fueron
el Papa Sixto II y muchos otros clérigos romanos. A comienzos del mes de agosto
del año 258, el emperador emitió un edicto ordenando matar inmediatamente a
todos los obispos, curas y diáconos (“episcopi et presbyteriet diacones
incontinenti animadvertantur” -- Cipriano, Epist. lxxx, 1). Esta orden imperial
se ejecutó inmediatamente en Roma. El 6 de agosto, el Papa Sixto II fue
capturado en una catacumba y ejecutado de inmediato (“Xistum in cimiterio
animadversum sciatis VIII id. Augusti et cum eo diacones quattuor”. Cipriano,
ep. lxxx, 1). Otros dos diáconos, Felicísimo y Agapito, fueron ejecutados el mismo
día.
Mensaje
de santidad.
Dos
contemporáneos de este Papa, San Ambrosio de Milán y el poeta Prudencio, dieron
detalles concretos sobre la muerte de San Lorenzo. Ambrosio relata (De officiis
min. Xxviii) cuando se le preguntó a San Lorenzo por los tesoros de la Iglesia,
este, hizo comparecer a los pobres entre los que, en lugar de darles limosna,
había repartido el tesoro, o aunque también se puede interpretar que el pobre
es el tesoro de la Iglesia, en cuanto que en él se hace misteriosamente
presente Nuestro Señor Jesucristo, dándonos la oportunidad de auxiliarlo,
obrando obras de misericordia corporales y espirituales, las cuales nos abren
las puertas del Reino de los cielos. Ambrosio también relata que cuando se
llevaban al Papa Sixto II para ejecutarlo, éste reconfortó a San Lorenzo que
deseaba compartir su martirio, diciéndole que le seguiría en tres días. El
santo Obispo de Milán también explica que San Lorenzo fue quemado hasta la
muerte en una parrilla de hierro (De offic., xli). San Lorenzo, al negarse
rotundamente a renegar de su fe en Cristo, fue por esta misma fe en Cristo que,
tres días más tarde, sufrió el tormento del fuego, pues fue colocado sobre una
parrilla, debajo de la cual sus verdugos encendieron una gran fogata, pero por
la acción del Espíritu Santo, el instrumento de su tortura se convirtió en el distintivo
de su triunfo, ya que, aun padeciendo horribles quemaduras, no experimentó
dolor en ningún momento, ni tampoco el menor signo de desesperación o de
abandono. Luego fue enterrado su cuerpo en el cementerio de Campo Verano, que
desde entonces fue llamado con su nombre (258). Podemos decir, con toda razón,
que San Lorenzo, al permanecer fiel a Jesucristo, confesándolo como Dios y
Redentor, recibió el don de soportar sin dolor alguno el fuego material,
terreno, que abrasó su cuerpo y lo carbonizó; pero en recompensa a su fidelidad
a Cristo, San Lorenzo fue asistido por el Espíritu Santo, el Divino Amor, quien
envolvió su alma en el Fuego Santo del Amor de la Trinidad, Fuego que no solo
no provoca dolor, sino alegría, paz, gozo y dulzura del alma, al hacerla
partícipe de la visión y de la vida de la Santísima Trinidad. Al recordar al
santo diácono en su día, le pidamos la gracia de su intercesión, para también
nosotros seamos envueltos en el mismo Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo,
que arde por la eternidad en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
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