Vida de
santidad[1].
San
Juan María Vianney fue un presbítero que durante más de cuarenta años se
entregó de una manera admirable al servicio de la parroquia de san Juan
Bautista que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de Belley, en Francia.
El Santo Cura de Ars llamaba a la conversión por medio de una incansable
prédica desde el púlpito, en las Misas, prédicas que iban precedidas por la
oración y por la penitencia que el mismo santo realizaba diariamente. Es decir,
el Cura de Ars predicaba y llamaba a la conversión no solo de palabra, sino
también con el ejemplo, puesto que él mismo hacía grandes penitencias. En su
biografía se narra que el Cura de Ars pasaba horas ininterrumpidas en el
confesionario, alimentándose solamente con papas apenas cocidas y sin condimentar,
que colgaban en la puerta del confesionario. Podríamos decir que el Cura de Ars
suplía, con sus penitencias, las penitencias que los que se iban a confesar no
hacían o lo hacían de manera imperfecta. Todos los días catequizaba a niños y
adultos, reconciliaba a los arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada
en la fuente de la Eucaristía, difundió sus consejos a lo largo y a lo ancho de
toda Europa y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas, hasta el día
mismo de su fallecimiento en el año1859. La fecha de canonización del Santo
Cura de Ars es el 31 de mayo de 1925 y fue canonizado por el Papa Pío XI.
Mensaje de santidad[2].
Uno de los principales mensajes de santidad del Santo Cura de
Ars está relacionado con los ataques del demonio que continuamente sufría el
santo -son conocidas las tentaciones y persecuciones que sufría el santo por
parte del Demonio, además de que lo golpeaba, le quemaba su cama o los objetos
de su dormitorio parroquial; otra táctica que empleaba el Demonio era no
dejarlo dormir para que no pudiera descansar bien, con el fin de desalentarlo
de su actividad parroquial- y estos ataques del demonio no se debían a que el
Cura de Ars hiciera grandes prodigios, milagros, curaciones milagrosas -las
que, por otra parte, sí sucedían-, sino a que el Cura de Ars pasaba horas y
horas, todos los días, confesando a los penitentes, obteniendo la conversión
eucarística de los fieles, quienes salían del confesionario dispuestos a vivir
la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia. Si se tiene en cuenta
que la confesión sacramental es más poderosa y ejerce mayor bien al alma que un
exorcismo, entonces nos podemos dar cuenta de por qué el demonio mostraba un
particular odio al Santo Cura de Ars: porque por el Sacramento de la Penitencia
o Confesión, el Cura de Ars le arrebataba las almas que el demonio tenía entre
sus garras, para entregárselas al Sagrado Corazón de Jesús, por medio del
Inmaculado Corazón de María. Los acosos tomaban diferentes formas: a veces, el
maligno lo asediaba como una bandada de murciélagos que infestaban la
habitación, otras como ratas que recorrían su cuerpo; en otras ocasiones, lo
arrastraba desde la cama hacia el suelo; también lo molestaba con todo tipo de
ruidos molestos.
Como dijimos, la principal razón por la que el demonio
atacaba al santo Cura de Ars era que, como santo confesor, salvaba cientos de
almas para Cristo. San Juan María Vianney ejerció este sacramento de modo
eminente -pues ocupaba la mayor parte de su actividad pastoral- y ejemplar –
por el extraordinario don que Dios le concedió para la confesión. Al
canonizarlo, la Iglesia reconoció que el Espíritu Santo obró grandes cosas a
través de este humilde párroco de pueblo. Se dice que varios testigos veían luces
sobrenaturales alrededor de su persona, que levitaba y que realizó varios
milagros, además de recibir un don especial para expulsar demonios de los
posesos.
El Santo Cura de Ars poseía un don especial, llamado “discernimiento
de espíritus”; por este don, el Cura de Ars podía conocer los secretos de los
corazones y por esto no había pecado que no conociera de quienes acudían a la
confesión. Este don del Espíritu Santo hacía que los pecadores más tenaces se
reconciliaran con Cristo luego de confesarse con el Cura de Ars. Parte de este
don, por ejemplo, consistía en que Dios le permitía conocer quiénes eran los
que más necesitaban el sacramento y él los llamaba a confesarse sin hacer fila.
Hacia el final de su vida, por lo menos los últimos diez años, los peregrinos
que buscaban la reconciliación a través del Cura de Ars debían esperar ¡hasta
sesenta horas!, tal era la cantidad de almas que acudían a la confesión. Esto molestaba
mucho al demonio, quien le dijo a través de un poseso: “Tú me haces sufrir. Si
hubiera tres como tú en la tierra, mi reino sería destruido. Tú me has quitado
más de 80.000 almas”. Por esta labor de confesor incansable y las gracias que
Dios dispensaba a través de este gran santo, San Juan María Vianney era asediado
constantemente por el maligno. El santo reconocía cómo los ataques estaban
vinculados a su trabajo pastoral y menciona qué hacía para combatirlos: “Me
vuelvo a Dios, hago la señal de la cruz y digo algunas palabras de desprecio al
demonio. Por lo demás, he advertido que el estruendo es mucho mayor y los
asaltos se multiplican, cuando al día siguiente ha de venir algún gran
pecador”. Con cierto humor el santo Cura de Ars decía: “El Garras es muy torpe,
él mismo me anuncia la llegada de grandes pecadores”. Entre otras muchas
enseñanzas, el Santo Cura de Ars nos revela cuán importante es el Sacramento de
la Confesión, por medio del cual el alma se ve libre de sus pecados y colmada
con la gracia santificante, que lo hace partícipe de la vida de la Santísima
Trinidad.
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