San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 7 de agosto de 2023

Santo Domingo de Guzmán

 



          Vida de santidad[1].

          Nació en Caleruega (España), alrededor del año 1170. Estudió teología en Palencia y fue nombrado canónigo de la Iglesia de Osma. Con su predicación y con su vida ejemplar, combatió con éxito la herejía albigense, una doctrina errónea según la cual “afirmaban la coexistencia de dos principios opuestos entre sí, uno bueno, y el otro malo: el primero es el creador del mundo espiritual, el segundo del material; también se les llamó cátaros (katharos, puro)”[2]. Ambos movimientos heréticos forman parte de un sistema filosófico-espiritual llamado “gnosticismo”, caracterizado por el error y la confusión doctrinal, contrarios a la Verdad de Cristo. Luego, Santo Domingo, con los compañeros que se le adhirieron en esta empresa, fundó la Orden de Predicadores. Combatió con la verdad del Evangelio a las sectas albigenses y cátaras, y en ese combate espiritual, se le apareció la Santísima Virgen María, quien le enseñó a rezar el Santo Rosario, el arma espiritual con la cual derrotó definitivamente a los herejes. Murió en Bolonia el día 6 de agosto del año 1221.

          Mensaje de santidad.

          Podemos decir que el principal mensaje o legado de santidad que nos deja Santo Domingo de Guzmán, además de la Orden religiosa, obviamente, es la oración más poderosa que posee la Iglesia Católica, después de la Santa Misa y la Adoración Eucarística y es el Santo Rosario, aunque, a decir verdad, el Rosario en sí mismo, tal como está estructurado, es un don del Cielo, concedido a la Iglesia a través de la Santísima Virgen María.

          Por medio del Rosario, cuyo significado espiritual es el de un ramo de rosas espirituales dedicados a la Virgen, ya que cada Ave María es una rosa espiritual que nosotros los hijos de la Virgen le damos a nuestra Madre del Cielo, el alma recibe, de parte de la Virgen, la gracia de no solo contemplar los misterios de la vida de Jesús y también de la Virgen, sino al mismo tiempo, recibe la gracia de participar de estos misterios, lo cual es todavía más significativo y fructífero para el alma, que el solo contemplar. La razón es que, por medio de la participación a los misterios que se recitan en el Rosario, el alma se va configurando, de a poco, a los Sagrados Corazones de Jesús y María, de manera que, cuanto más se recite el Santo Rosario, tanto más el alma se configurará a los Corazones de Jesús y María, es decir, cuanto más rece el Rosario, tanto más el alma terminará por no solo imitar a las virtudes de los Sagrados Corazones, sino que finalizará por convertirse en una imagen viviente de dichos Corazones. Además de esta configuración con los Sagrados Corazones, quien reza el Rosario con piedad, devoción y amor, colaborará con la tarea de la Santa Iglesia que combate al error, como por ejemplo los albigenses y cátaros, o cualquier tipo de error, erradicando la falsedad y el oscurantismo del gnosticismo y haciendo resplandecer la verdad de Nuestro Señor Jesucristo y su Evangelio.

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