Vida de santidad.
Don
José Eugenio Serra Meliá nació en Llaurí el 20 de
Marzo de 1898, el día siguiente de la fiesta de San José, de quien tomó el
nombre. Su padre Avelino Serra, era agricultor y su madre,
Salomé Meliá, ama de casa. En 1911 ingresó en el Colegio de Vocaciones
Eclesiásticas de San José, en Valencia, para cursar Latín y
Humanidades, continuando la Filosofía y la Teología en el Seminario Conciliar
de Valencia. Fue ordenado presbítero en 1923. Regentó las parroquias de
Millares (1923-1924), Sempere (1924-1926) y Benimodo (1926-1934).
Su último nombramiento fue como párroco de Carpesa: allí estuvo desde el 1
de diciembre de 1934 hasta el verano de 1936.
En Carpesa fundó
la rama de hombres y jóvenes de Acción Católica, se dedicó con gran empeño a la
catequesis de niños, visitaba frecuentemente a los enfermos. También destacó
por su gran dedicación a la música, como modo de dignificar la liturgia. Tocaba
el armonio, compuso diversas piezas musicales y fundó un coro parroquial.
Muchas de las canciones que Don José enseñó todavía siguen cantándose en las
celebraciones eucarísticas de su Parroquia. Fue Don José quien inició el rito
de la “Descoberta” con motivo de la fiesta de la Virgen de los Desamparados. Él
enseñó las poesías que en ese día proclamaron los niños de Carpesa, como
aquella que en mayo de 1935 fue recitada ante la imagen de la Virgen de los
Desamparados y que concluía diciendo:
“Viva la Virgen María,
Madre de los pecadores.
Viva Carpesa que te envía
De tu fiesta y las flores”.
Aún
se conservan el Sagrario y las estampas del Vía Crucis que adquirió
para el Templo Parroquial. Alguien le indicó que ese nuevo Vía Crucis quizá
fuera pronto destruido, a lo que respondió relatando la historia de un Obispo
que se vistió sus ornamentos solemnes para esperar a la muerte.
Así
recuerda su figura el sacerdote hijo de Carpesa Don Jesús Martí Ballester:
“Su apostolado más intenso lo enfocó en dignificar el culto por medio del
canto, para lo que formó un grupo de jóvenes cantoras que, con sus frecuentes
ensayos, muy costosos y meritorios porque ninguna sabía solfeo, lograron
grandes y admirables progresos, llegando a interpretar piezas a varias voces,
incluso las Misas de Haller a dos voces, la del maestro
Lorenzo Perossi y el “Exultate justi in Domino” salmo a
varias voces de Ludovico Grossi. También Trisagios, Villancicos y un extenso
repertorio. Me encargó comprar los dulces para el refrigerio con que agasajó al
Coro Parroquial el día final de las Cuarenta Horas, después de
haber celebrado con gran solemnidad y éxito los Trisagios de los tres días y la
procesión por la calle. Era pues generoso con quienes colaboraban con él. Era
muy querido. Su conversación era muy amena, por su gran sentido del humor.
Dignificó en gran manera las celebraciones e incluso encargaba a otros
sacerdotes que le sustituyeran en el altar para poder él dirigir el coro y
acompañarlo al armonio. Lo recuerdo en la sacristía iniciándonos a los
seminaristas en la predicación, hallazgo de los textos bíblicos y
comentarios, por ejemplo, sobre la antífona: “El justo florecerá como la
palmera”, enseñándonos a hacer nuestras propias interpretaciones y
reflexiones”.
Iniciada
la Guerra Civil, fue acogido durante una temporada en casa de
Antonio Estellés y Vicenta Martí, en Carpesa, tiempo que aprovechó
para salvar diversos objetos de culto. Las imágenes, los ornamentos y el
archivo parroquial fueron casi totalmente destruidos. Los altares fueron
derribados, mientras que el Templo Parroquial fue convertido en almacén y
garaje. Con todo, pudieron salvarse algunas imágenes, como la de San Pedro o la
Virgen del Rosario. También se pusieron a salvo otros objetos de
culto, la Cruz Parroquial, el Lignum Crucis, la Custodia
Eucarística, el Sagrario, las estampas del Vía Crucis o las coronas
de la Virgen de los Desamparados y de la Virgen de Agosto.
En
este punto es importante recordar cómo Don José consiguió proteger
la reliquia de los Santos de la Piedra que se venera en nuestra
comunidad parroquial. Don Vicente Gil Martí, sacerdote hijo de Carpesa, en
una carta que se conserva en el Archivo Parroquial, recuerda cómo Don
José Serra se sirvió de un hijo de Carpesa y cofrade de los
Santos, Germán Cuñat Badía (Germán el ric) que vivía en
Valencia junto a su esposa, propietaria del Teatro Ruzafa. En Valencia fueron
puestas a salvo, y allí pasaron el enfrentamiento bélico. Y una vez finalizada
la contienda, regresaron a la Parroquia. De esta forma, el Padre Serra se
convirtió en el mártir que salvó la reliquia de los mártires.
En
estas difíciles circunstancias, Don José Serra fue protegido por toda
la población. Incluso en Carpesa se guardaron algunos de sus
objetos personales. En la “Alquería de Chusa” se escondieron los
cuatro tomos del breviario de Don José, un copón pequeño y el cáliz de su
primera misa, que fueron devueltos después a su familia.
Don
José regresó a Llaurí, su pueblo natal y allí fue obligado a trabajar en
un campo de secano lleno de plantas espinosas, teniendo que arrancarlas con sus
propias manos. Muchas noches era despertado por los milicianos, que le
recordaban que su fin estaba cerca. Días antes de su muerte, enseñó a su
hermana la fotografía de unos milicianos disparando contra sus víctimas, y
le indicó: “¿Ves hermana? Así moriré yo”. A los suyos les dijo: “Me persiguen. La furia antirreligiosa podrá quitarme la
vida, pero jamás la fe. El martirio llevará mi alma a Dios”. Ante
la persecución a sacerdotes, respondió: “Así me
salvaré: siendo mártir”.
Era
consciente de cuál podía ser su final. De hecho, en una carta que remite
desde Llaurí a Roque Cortina Bellver sin firma ni
dato identificatorio alguno (debía cuidar la seguridad del receptor
de la misiva) se hace evidente el peligro que corre. Así, jugando de una forma
sutil con las palabras, Don José escribió: “Si la censura lo permite, voy a
escribir una noticia alarmante; y es que, por estos parajes, apenas ya si
quedan ratas. No porque no haya grano que roer, sino porque abundan muchos
gatillos”.
El 10 de Septiembre de 1936 fue
llevado esposado a El Saler (Valencia) y, perdonando a sus enemigos,
fue asesinado mientras exclamaba: “¡Viva Cristo Rey!”. Tenía
38 años de edad. Murió junto con otros tres sacerdotes de Llaurí: el
beato José Toledo Pellicer, Tomás Peris Rubio y su primo Baldomero
Rubio Meliá.
La
comunidad parroquial de Carpesa sigue conservando en la memoria las
cualidades que le caracterizaban: buen humor, gran piedad dulzura de carácter,
bondadoso, amable, humilde, sincero, trabajador incansable, siempre contento.
Fue un hombre enamorado de su vocación sacerdotal, que vivió entregado
totalmente a sus feligreses.
El
3 de junio de 2004, el Sr. Arzobispo de Valencia inició su proceso de canonización.
Ya había escrito Tertuliano a inicios del siglo III, cuando las persecuciones del
Imperio de Roma, que la sangre de los mártires es semilla de cristianos:
“Sanguis martyrum, semen christianorum”.
Si
la Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires la misma
sangre de los mártires sigue siendo una llamada a la coherencia y a la
fidelidad para la Iglesia del tercer milenio. El martirio de los Santos
Abdón y Senén, el martirio del Siervo de Dios Don José Eugenio Serra, son
llamadas a vivir el Evangelio con toda su grandeza. Y para ello contamos con la
ayuda inigualable de nuestros mártires.
ORACIÓN
Oh Dios, gloria y corona de los mártires,
Que escogiste para el sacerdocio ministerial
a tu Siervo JOSÉ EUGENIO SERRA MELIÁ
y le concediste asemejarse a tu Hijo
en una muerte como la suya,
te pedimos alcanzar por su intercesión
las gracias que ahora te suplicamos
y verle glorificado para bien de tu Iglesia.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
María, Reina de los Mártires, acoge nuestra oración.
Mensaje de santidad.
Dentro de las grandes virtudes naturales y sobrenaturales
del Padre Serra podemos destacar, por un lado, el amor a Jesucristo, Rey de los
mártires, puesto que el Beato Padre Serra, que ya había entregado su vida a
Cristo, a través del sacerdocio, ahora lo hacía nuevamente, esta vez por el
martirio. En la historia de la Iglesia, hay ejemplos de quienes recibieron la
gracia del martirio, pero la rechazaron: el Padre Serra es un gran ejemplo de
cómo aceptar esa gracia, que implica un don grandísimo, porque a cambio de dar
la vida terrena por Cristo, Nuestro Señor nos purifica completamente con su
Sangre y así el alma ingresa triunfante en el Reino de Dios.
Por otro lado, el mensaje de santidad del Padre Serra
podemos encontrarlo en algunas de sus frases, las cuales nos dejan maravillosas
enseñanzas. Por ejemplo, cuando días antes de morir le muestra a su hermana una
foto de milicianos comunistas disparando contra fieles laicos: el Padre, lejos
de atemorizarse, le dice a su hermana, con serena alegría: “¿Ves hermana? Así
moriré yo”. Podríamos decir que el Padre Serra nos enseña una gran entereza ante
la muerte, pero todavía mucho más importante que entereza ante la muerte, lo
que nos enseña el Padre Serra es que el martirio es una gracia que el Señor
Jesucristo concede a quienes ama con predilección, porque con esa muerte, la
muerte por Cristo, el alma ingresa en la vida eterna del Reino de los cielos
directamente, sin pasar un segundo por el Purgatorio. La gracia martirial es un
don tan grande que, si nos diéramos cuenta de lo que vale, besaríamos las manos
de nuestros verdugos -en el caso de recibir esa gracia- porque son el
instrumento divino que la Providencia nos envía para entrar en el Cielo bañados
en la Sangre del Rey de los mártires, Jesucristo.
Otra
de sus frases es la siguiente: “Me persiguen. La furia antirreligiosa podrá
quitarme la vida, pero jamás la fe. El martirio llevará mi alma a Dios”. Al
ser perseguido, el Padre Serra se configura plenamente con Cristo, quien fue
perseguido por el Ángel caído (cfr. Ap 12, 6ss) desde el momento mismo
de la Encarnación, en persona y también a través de hombres malvados como
Herodes y como los escribas y fariseos, quienes finalmente lo condujeron al
patíbulo de la Cruz: al igual que Cristo, el Padre Serra fue perseguido por
hombres malvados al servicio de Satanás, los integrantes del Partido Comunista,
y finalmente fue ejecutado. Y del mismo modo a como el Rey de los mártires,
Cristo, pasó de este mundo al seno del Padre a través del martirio de la Cruz,
así el Padre Serra, imitando a Cristo y unido a Él por la gracia y la fe, pasó
de este mundo hacia la vida eterna, por medio de la muerte martirial.
Otra
frase suya es muy significativa, esta vez acerca de la certeza de la salvación
eterna por medio del martirio: “Así me salvaré: siendo mártir”. El Padre Serra
sabía que si moría mártir, dando testimonio de fe en el Hombre-Dios Jesucristo,
salvaría su alma y es así, porque es doctrina de fe de la Iglesia Católica que
el mártir, es decir, el bautizado que da su vida por Jesucristo, es llevado
inmediatamente luego de su muerte al Cielo; en otras palabras, no solo no está en
mínimo riesgo de condenación, sino que no pasa por el Purgatorio ni un segundo,
porque la participación en la muerte martirial de Cristo en la Cruz le borra
toda culpa y pena que pudiera tener al momento del martirio y así ingresa
directamente al Reino de Dios. El Padre Serra era consciente de esta gracia y por
eso la acepta con toda alegría en su corazón.
La
última y más significativa frase es la que pronuncia el día de su ajusticiamiento,
el 10 de Septiembre de 1936: es llevado esposado a El Saler (Valencia)
y perdonando a sus enemigos, es asesinado mientras exclamaba: “¡Viva Cristo
Rey!”. De esta manera, el Padre Serra se configura a la perfección con
Jesucristo, puesto que, por un lado, muere imitando a Cristo, perdonando a sus
verdugos -antes de morir, Jesús perdona a quienes le quitan la vida: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”- y por otro lado, al mismo tiempo, muere
aclamando a Cristo, el Hombre-Dios, como Rey –“¡Viva Cristo Rey!”- y esto
se corresponde con la realidad de Nuestro Señor Jesucristo, Quien es “Rey de
reyes y Señor de señores” (cfr. Ap 19, 16). Y ahora, por la eternidad,
lo aclama junto a los ángeles y santos del Cielo.
Al
recordar al Padre Serra, le pidamos que interceda para que perseveremos en la
Santa Fe Católica y en las obras de misericordia todos los días que nos queden
en esta vida terrena; además, le pidamos que interceda para que, en estos
tiempos en los que el Dragón -el comunismo-, la Bestia semejante a una Pantera
-la masonería intra y extraeclesial- y el cordero que habla como dragón[1] -el Falso Profeta- parecen
coordinar sus esfuerzos para “la última persecución a la Iglesia Católica”
(cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, num. 675). Padre Serra, intercede por
nosotros, para que, por la Misericordia Divina, lleguemos un día al Reino de
los cielos, para adorar al Cordero de Dios por toda la eternidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario