San Expedito
era un soldado romano pagano, es decir, adoraba a muchos dioses falsos los
cuales, en realidad, son demonios, según las Escrituras: “Los dioses de los
paganos son demonios”. En un momento determinado de su vida, Dios le concedió
la gracia de conocer a Jesucristo, dándole la oportunidad de reconocer a Jesucristo
como a su Dios y Salvador.
En el
mismo momento en el que San Expedito recibía la gracia de conocer a Cristo, se
le aparece el Demonio en forma de cuervo negro, el cual comienza a girar
alrededor del santo repitiendo con insistencia: “Cras, cras”, que significa: “Mañana,
mañana”. Es decir, el Demonio, con mucha sutileza, no le decía que rechazara
directamente a Cristo, sino que lo hiciera, pero que pospusiera su conversión
para “mañana”; mientras tanto, él podía seguir con su vida de pagano, esclavizado
por las pasiones y además adorando a los falsos dioses. Mientras el Demonio
repetía esto, dejó de volar alrededor de San Expedito, acercándose a corta
distancia del santo.
Ante la
tentación del Demonio, de posponer la conversión para “mañana”, San Expedito,
aferrando la Santa Cruz con decisión y firmeza, exclamó fuertemente: “Hodie”,
que significa: “Hoy”. Es decir, San Expedito tomó la decisión de no posponer la
conversión, sino de aceptar, urgentemente, la gracia que le hacía reconocer a
Cristo como Dios y como Salvador.
Con la
luz del Espíritu Santo, San Expedito pudo darse cuenta de la trampa del
Demonio: si él decidía hacer caso al Demonio y posponía su conversión,
dejándola para el día siguiente, continuaba siendo pagano, adorando a falsos
dioses, pero además arriesgaba su vida eterna, poniéndose en peligro de
condenación, porque ningún ser humano tiene asegurada la vida terrena y solo
Dios Nuestro Señor conoce el día de nuestra muerte. San Expedito se dio cuenta
de que lo más importante en esta vida es la unión con Cristo por la fe, la
gracia y el amor y que si no estamos unidos a Cristo, corremos el riesgo de la
eterna condenación. Por esta razón, no dudó ni un instante en elegir a Cristo,
elevando la Santa Cruz y aplastando la cabeza del Demonio, con la fuerza
recibida precisamente de la Santa Cruz.
Al recordarlo
en su día, le pidamos a San Expedito que interceda por nosotros, para que no
posterguemos nuestra conversión a Cristo, decidiéndonos desde ahora, no caer en
la tentación de vivir como hijos de las tinieblas y comenzar en cambio a vivir
como hijos de Dios, como herederos del Reino de los cielos, cumpliendo los
Mandamientos de Dios y recibiendo los Sacramentos, sobre todo la Confesión sacramental
y la Sagrada Eucaristía.
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