San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 25 de abril de 2023

San Isidoro de Sevilla


 


         Vida de santidad[1].

         Obispo y doctor de la Iglesia, que, discípulo de su hermano Leandro y sucesor suyo en la sede de Sevilla, en la Hispania Bética, escribió con erudición, convocó y presidió varios concilios, y trabajó con celo y sabiduría por la fe católica y por la observancia de la disciplina eclesiástica († 636). San Isidoro de Sevilla (560-636) es el último de los Padres Latinos, y resume en sí todo el patrimonio de adquisiciones doctrinales y culturales que la época de los padres de la Iglesia transmitió a los siglos futuros.

         Mensaje de santidad.

Su mensaje de santidad lo podemos obtener de uno de sus numerosos escritos, como, por ejemplo, del “Tratado de San Isidoro, obispo, sobre los oficios eclesiásticos”[2].

Decía así: “Es preciso que el obispo sobresalga en el conocimiento de las Sagradas Escrituras, porque, si solamente puede presentar una vida santa, para sí exclusivamente aprovecha; pero, si es eminente en ciencia y pedagogía, podrá enseñar a los demás y refutar a los contestatarios, quienes, si no se les va a la mano y se les desenmascara, fácilmente seducen a los incautos”. San Isidoro nos enseña la importancia de conocer las Escrituras, para no solo el provecho propio, sino además también para enseñar a los que no saben y para refutar con ciencia y caridad, a los que falsifican a la Palabra de Dios para provecho propio. Pero aquí debemos recordar que para nosotros los católicos, la Palabra de Dios no es solo la Sagrada Escritura, que sería la Palabra de Dios “escrita”, sino que también para nosotros es Palabra de Dios la Sagrada Eucaristía, puesto que es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. La Eucaristía sería la Palabra de Dios “encarnada” y sabremos tanto más de este augusto misterio, cuanto más recibamos la Sagrada Comunión en gracia, con fe, piedad y amor.

Decía también San Isidoro: “El lenguaje del obispo debe ser limpio, sencillo, abierto, lleno de gravedad y corrección, dulce y suave. Su principal deber es estudiar la santa Biblia, repasar los cánones, seguir el ejemplo de los santos, moderarse en el sueño, comer poco y orar mucho, mantener la paz con los hermanos, a nadie tener en menos, no condenar a ninguno si no estuviere convicto, no excomulgar sino a los incorregibles”. Nos dice que el obispo -y por extensión, todo cristiano- debe poseer o mejor ejercitarse en múltiples virtudes, como la sobriedad y la dedicación diligente y el estudio de la Sagrada Escritura. También el santo nos advierte que, para aquellos que se obstinan en el error, el obispo debe excomulgarlos y aunque nosotros no seamos obispos, debemos saber que la excomunión existe y que es el peor daño que puede recibir un alma en esta vida, aunque se trata de un castigo auto-infligido, porque el que comete pecado de excomunión lo hace libre y voluntariamente. Debemos estar precavidos contra este pecado mortal de la excomunión, para no caer nosotros en estado de desgracia.

Para San Isidoro, el obispo debe sobresalir en virtudes, sobre todo la humildad y la caridad: “Sobresalga tanto en la humildad como en la autoridad; que, ni por apocamiento queden por corregir los desmanes, ni por exceso de autoridad atemorice a los súbditos. Esfuércese en abundar en la caridad, sin la cual toda virtud es nada. Ocúpese con particular diligencia del cuidado de los pobres, alimente a los hambrientos, vista al desnudo, acoja al peregrino, redima al cautivo, sea amparo de viudas y huérfanos”. El obispo no debe exagerar en el rigor cuando deba corregir en justicia, pero tampoco, por respetos humanos o por cobardía, debe dejar pasar por alto lo que sea un grave atentado contra la fe y la moral.

Por último, debe obrar la misericordia, tanto espiritual como corporal: “Debe dar tales pruebas de hospitalidad que a todo el mundo abra sus puertas con caridad y benignidad. Si todo fiel cristiano debe procurar que Cristo le diga: Fui forastero y me hospedasteis, cuánto más el obispo, cuya residencia es la casa de todos. Un seglar cumple con el deber de hospitalidad abriendo su casa a algún que otro peregrino. El obispo, si no tiene su puerta abierta a todo el que llegue, es un hombre sin corazón”. Es decir, el obispo y todo cristiano, deben esforzarse por ver a Cristo en los más necesitados y auxiliar a ese cristo, abriendo de par en par las puertas de la Iglesia, para poder dar al prójimo necesitado el alimento material, pero sobre todo, el alimento espiritual, el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía.

 

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