San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Santos Mártires Inocentes


         En la Infraoctava de Navidad, la Iglesia conmemora a los Santos Mártires Inocentes, los niños que fueron cruelmente asesinados por el rey Herodes.
Según la Escritura, Herodes llamó a los Sumos Sacerdotes para preguntarles en qué sitio exacto iba a nacer el rey de Israel, al que habían anunciado los profetas[1]. Ellos le contestaron: “Tiene que ser en Belén, porque así lo anunció el profeta Miqueas diciendo: ‘Y tú, Belén, no eres la menor entre las ciudades de Judá, porque de ti saldrá el jefe que será el pastor de mi pueblo de Israel’” (Miq 5, 1). Lejos de pretender honrar al Mesías, lo que deseaba Herodes era asesinarlo, celoso del mismo y temeroso de que el Niño fuera a arrebatarle sus prerrogativas reales. Luego de ser burlado por los Reyes Magos, quienes guiados por la Estrella adoraron al Niño y luego regresaron por otro lugar, Herodes, sin saber dónde había nacido el Niño, el Rey de Israel, ordenó a su ejército que rodeara la ciudad de Belén y alrededores y pasaran por la espada a todo niño menor de dos años.
Según la Liturgia Griega, se afirma que Herodes hizo matar a catorce mil varones, aunque los sirios mencionan a sesenta y cuatro mil, mientras que muchos autores medievales, siguiendo a Apocalipsis 14, 3, cifran el número en ciento cuarenta y cuatro mil. Sin embargo, teniendo en cuenta que Belén era un pueblo muy pequeño, los autores modernos disminuyen considerablemente el número. Por ejemplo, Knabenbauer[2] los rebaja hasta quince o veinte, Bisping a diez o doce[3], Kellner a cerca de seis[4]. Independientemente del número real, el evangelista San Mateo afirma que en ese día se cumplió lo que había avisado el profeta Jeremías: “Un griterío se oye en Ramá (cerca de Belén), es Raquel (la esposa de Israel) que llora a sus hijos, y no se quiere consolar, porque ya no existen” (Jer 31, 15).
¿Por qué se consideran “mártires” y “santos”? Porque murieron por causa de Cristo, en lugar de Cristo, y porque fue Jesucristo, Rey de los mártires, quien los eligió para que fueran partícipes de su Pasión y Muerte en Cruz y fueran, de esa manera, lavados con anticipación con la Sangre de su Cruz, llevados al cielo y coronados con las palmas del martirio en el Reino de Dios. Es decir, son mártires porque murieron por causa del Niño Dios –es a Él a quien deseaban matar- y porque Él los hace participar, de modo anticipado, de su muerte martirial en la Cruz del Calvario. Ocurrida en un pequeño pueblo de Palestina y a veintiún siglos de distancia, la matanza de los Inocentes, lejos de haber finalizado, se perpetúa día a día a manos de los modernos Herodes, aquellos que asesinan a los niños por nacer por medio del aborto, solo que las cuchillas y espadas asesinas de los esbirros de Herodes, son reemplazados por afilados y asépticos instrumentos quirúrgicos y el lugar de la matanza de los nuevos Santos Inocentes Mártires no se limita a un pequeño pueblito de Medio Oriente, sino que se extiende y abarca a todo el planeta. Los soldados de Herodes han sido reemplazados por los abortistas de todos los tiempos, que descargan sus cuchillos asesinos en lo más profundo de los vientres maternos, buscando de eliminar, consciente o inconscientemente, la imagen de Dios que todo hombre representa. Y también, hoy como ayer, el destinatario de las puñaladas asesinas, y el que las sufre en reemplazo de los niños abortados, es Jesucristo, el Rey de los mártires.



[1] http://ec.aciprensa.com/wiki/Santos_Inocentes
[2] Evang. S. Mat., I, 104.
[3] Evang. S. Mat.
[4] Christus and seine Apostel, Friburgo, 1908; cfr. Anzeiger kath. Geistlichk. Deutschl, 1909, 32

martes, 27 de diciembre de 2016

Fiesta de San Juan, Apóstol y Evangelista


         San Juan, Apóstol y Evangelista, tuvo el privilegio concedido a muy pocos santos, y es el de ser testigo, desde su juventud, de los insondables misterios del Redentor, Nuestro Señor Jesucristo.
San Juan es el Apóstol amado que tuvo el privilegio de escuchar, lo más cerca que le es permitido al oído humano, los latidos del Sagrado Corazón de Jesús, cuando en la Última Cena “reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús”. Así, San Juan pudo apreciar, por un lado, el inmenso Amor que ardía en el Corazón de Jesús y que era el que lo llevaba a la Cruz –porque por amor a los hombres es que Jesús se inmoló en la Cruz-, aunque también pudo apreciar la amargura y el dolor infinito que este Corazón probaba, porque Jesús sabía que, para una inmensa cantidad de hombres, sus sacrificios serían vanos, ya que habrían de condenarse irremediablemente al rechazarlo a Él, el Mesías, y estos hombres serían, ante todo, miembros de su Cuerpo Místico como Judas Iscariote, a quien Jesús, a pesar de llamarlo y tratarlo como “amigo” y a pesar de humillarse ante él lavándole los pies como un esclavo, habría de condenarse porque, a diferencia de Juan Evangelista, que eligió escuchar el dulce sonido de los latidos del Corazón de Jesús, Judas eligió escuchar el duro tintineo metálico de treinta monedas de plata.
         San Juan tuvo también el privilegio de encontrarse, junto con la Virgen, al pie de la Cruz de Jesús, recibiendo de Jesús la suprema muestra de Amor, cuando además de entregar Jesús su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la Cruz por nuestra salvación, eligió a Juan –en quien estábamos todos los hombres representados- para dar a su Madre, la Virgen, como Madre Nuestra, y es así que, desde ese momento, la Virgen nos adoptó como hijos suyos muy amados.
         San Juan tuvo también el privilegio de ser el primero en ingresar al sepulcro y comprobar que estaba vacío, siendo así testigo, junto con Pedro y las santas mujeres de Jerusalén, de la Resurrección del Hombre-Dios Jesucristo.
         Por último, y si bien no estuvo en el día del Nacimiento de Nuestro Señor, San Juan tuvo el privilegio de contemplar, como ningún otro, el misterio de la Navidad, y es lo que él escribe en su Evangelio, ya que contempla al Verbo de Dios en su divinidad, en su “estar junto al Padre” y en su “ser Dios” –y por esto es que se lo representa como un águila, puesto que se eleva, como el águila se eleva en dirección al sol para contemplarlo, hasta el misterio mismo de la Trinidad, formada por el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo-, pero también lo contempla ya encarnado, esto es, cuando el Verbo de Dios, Espíritu Purísimo, se encarna en el seno virgen de María, nace como Niño y predica el Evangelio como Hombre-Dios: “Y el Verbo de Dios se hizo carne”. Esta frase de Juan, sencilla, describe como nadie el misterio de la Navidad, porque ese Niño de Belén es “el Verbo de Dios hecho carne”, hecho Niño, que nace para donársenos como Pan de Vida eterna en la Eucaristía. Y es lo que explica que Juan, al contemplar a Jesús, diga: “Nosotros hemos visto su gloria, como de Unigénito”, porque la gloria de Dios está en el Niño de Belén, como en su Fuente Increada, porque el Verbo es la Gloria Increada en sí misma.

         El cristiano no puede, por lo tanto, vivir la Navidad, sino es por medio del Apóstol Juan y es así que, parafraseando al Apóstol, luego de contemplar al Niño de Belén, el cristiano debe decir: “En el principio, el Niño era Dios, el Dios Niño estaba con Dios, el Dios Niño era la luz que ilumina a todo hombre, el Niño es Dios Hijo hecho carne, y nosotros, que lo contemplamos en el Pesebre de Belén, hemos visto, en la Carne del Niño Dios, la gloria del Unigénito de Dios”.

lunes, 26 de diciembre de 2016

San Esteban, protomártir


         Vida de santidad.
Teniendo en cuenta que las palabras de los mártires son inspiradas por el Espíritu Santo, es conveniente recordar lo dicho por San Esteban, diácono y protomártir, según lo relatan las Sagradas Escrituras en Hechos 7, 51-54, a quienes serían sus verdugos. En su discurso, San Esteban demostró que Abraham había dado testimonio de Dios y había recibido de Él grandes prodigios y favores; que a Moisés se le mandó hacer un tabernáculo, pero que también se le vaticinó una nueva ley y el advenimiento de un Mesías; afirmó que tanto el Templo como las leyes de Moisés eran temporales y transitorias y debían ceder el lugar a otras instituciones mejores, establecidas por Dios mismo al enviar al mundo al Mesías[1].
         Luego San Esteban les reprocha que “resisten al Espíritu Santo” y que ellos, como sus padres, que asesinaron a los profetas, así también ellos “asesinaron al Justo”: “¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como vuestros padres, así vosotros! ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado; vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado”. El “Justo” al que “asesinaron”, no es otro que Cristo Jesús, el Mesías, el Salvador, el Cordero de Dios Inmaculado, que fue acusado injustamente e injustamente condenado a muerte en la Cruz, por lo que se hacen culpables de deicidio, al haber asesinado a Dios Encarnado.
         Estas palabras de Esteban a los fariseos, le vale la condena a muerte, tal como se relata en la Escritura[2], siendo en ese momento en que San Esteban tiene la visión del cielo, adonde irá inmediatamente después de morir: “Al oír esto, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él. Pero él (Esteban), lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios; y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios”. Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre él; le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Y diciendo esto, se durmió”.
Mensaje de santidad.
San Esteban se enfrenta y acusa a quienes fueron los autores intelectuales de la crucifixión de Jesús –y que son quienes le darán muerte a él también-, pero lo que tenemos que considerar es que no son sólo los fariseos, escribas y maestros de la Ley los que “asesinaron al Justo”, condenándolo a muerte infame de Cruz: también nosotros, los cristianos, cada vez que cometemos un pecado, lo crucificamos y le damos muerte, porque elegimos la iniquidad y la malicia del pecado, antes que la justicia y la bondad de la gracia santificante. Otro mensaje de santidad es la asistencia del Espíritu Santo al alma del mártir, que configura al mártir con el Rey de los mártires, Jesucristo: en efecto, San Esteban, al momento de morir –curiosamente, la Escritura dice: “dormir”-, repite dos de las palabras de Jesús en la Cruz: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”, que equivale a las palabras de Jesús: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46), y luego perdona a sus verdugos: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”, equivalente a la expresión de Jesús: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). San Esteban, mártir, imita, porque es hecho partícipe, por el Espíritu Santo, al Rey de los mártires, Jesucristo.
El otro mensaje de santidad que San Esteban nos deja es que el Credo que profesamos, y el que tantas veces repetimos tal vez un poco mecánicamente, comporta la decisión de dar la vida, literalmente hablando, por la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, y en Quien decimos creer. Y esta decisión se prolonga a la fe en la Eucaristía, puesto que la Eucaristía es el mismo Cristo Jesús que, encarnado en el seno de María, prolonga su Encarnación en el seno virgen la Iglesia, el altar eucarístico, por el poder del Espíritu Santo.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

San Juan de la Cruz


Un día sucedió un hecho místico en la vida de San Juan de la Cruz, el cual fue relatado por el mismo santo en una conversación mantenida con un religioso de su comunidad, fray Francisco. Decía así el santo: “Quiero contaros una cosa que me sucedió con Nuestro Señor. Teníamos un crucifijo en el convento, y estando yo un día delante de él, parecióme estaría más decentemente en la iglesia, y con deseo de que no sólo los religiosos le reverenciasen, sino también los de fuera, hícelo como me había parecido. Después de tenerle en la Iglesia puesto lo más decentemente que yo pude, estando un día en oración delante de él, me dijo: ‘Fray Juan, pídeme lo que quisieres, que yo te lo concederé por este servicio que me has hecho’. ‘Yo le dije: “Señor, lo que quiero que me deis trabajos que padecer por vos, y que sea yo menospreciado y tenido en poco”. “Esto pedí a Nuestro Señor, y Su Majestad lo ha trocado, de suerte que antes tengo pena de la mucha honra que me hacen tan sin merecerla”.
El episodio de San Juan de la Cruz con el Crucifijo es asombroso desde todo punto de vista, comenzando desde el hecho de que se trata de una intervención extraordinaria de nuestro Señor, hasta la gratitud demostrada por Nuestro Señor para con San Juan, por el solo hecho de haber colocado un crucifijo a la vista de todos. Pero lo que sorprende también es la respuesta del mismo San Juan de la Cruz: ante el ofrecimiento de Jesús de darle “lo que quisiera”, el santo no pide –como alguien mundanamente podría pensar- ser tenido en cuenta, considerado, o alabado por los demás. Por el contrario, el santo pide “trabajos para padecer” por Cristo y “ser menospreciado y tenido en poco”.
¿A qué se debe esta petición? A que San Juan de la Cruz estaba unido profunda y espiritualmente a Jesucristo por el Espíritu Santo y por lo tanto, participaba de su Pasión, de su dolor, de su humillación, de su angustia, y pedir y recibir honores mundanos, habría significado el ser apartado del lado de Jesús crucificado, humillado por todos nosotros, por nuestra salvación. Con su petición, San Juan de la Cruz no solo nos enseña que no basta con huir de la vanidad, sino que debemos buscar ser humillados con Cristo, humillado por nosotros en la Pasión.


martes, 13 de diciembre de 2016

Santa Lucía, virgen y mártir


         Durante su vida terrena, Santa Lucía alcanzó dos méritos sobrenaturales, que le valieron ganar el cielo: el ser virgen y el ser mártir y con ambos anuncia que existe una vida eterna. Por esto mismo, y también por su juventud, Santa Lucía es un luminoso y valiosísimo ejemplo para los niños y jóvenes de nuestro tiempo, en donde se niega la trascendencia y la vida eterna –se vive el hoy, el aquí y ahora, en la inmanencia más absoluta-, al tiempo que se exalta la impureza –en todas sus formas, incluida la contra-natura- al punto de exigirla, reclamarla y declararla como “derecho humano”, es decir, se pretende convencer a niños y jóvenes no solo que la pureza corporal no tiene sentido, sino que la impureza corporal es legítima, natural y un “derecho del hombre”. Por su doble condición de virgen y mártir, entonces, Santa Lucía es un ejemplo inigualable para los cristianos, pero sobre todo, para niños y jóvenes.
         Con su virginidad –se consagró secretamente a Dios siendo niña muy pequeña y una de las causas de su muerte fue precisamente por resguardar esta consagración-, Santa Lucía anuncia ya la vida futura en el Reino de los cielos. Quien en esta vida elige la virginidad consagrada, es decir, renuncia al amor esponsal terreno, no lo hace porque no sabe amar a su prójimo, sino porque ama a un Amor Eterno, celestial, sobrenatural, encarnado y manifestado en Cristo Jesús. Es decir, la virginidad consagrada es un testimonio viviente de que hay un Amor esponsal que no es terreno, sino celestial y sobrenatural, que es el Amor de Jesucristo, que ama a cada alma así como un esposo ama a su esposa. Consagrar la virginidad y renunciar al amor esponsal terreno no es entonces no saber amar, sino amar con un amor esponsal a un Amor infinitamente más grande que cualquier amor humano, y es el Amor de Cristo. Santa Lucía, al consagrar su virginidad, anticipa entonces la vida eterna en los cielos, porque renuncia a los desposorios terrenos –y por lo tanto, a tener cónyuge y a formar una familia- para amar, ya desde la tierra, al Amor divino, Cristo Jesús. Así anticipa la vida celestial en la eternidad, porque nos indica que hay un Amor que está más allá de esta vida, reservado esponsalmente para quienes renuncian a los desposorios terrenos. El consagrado, con su virginidad, nos está diciendo: “No me caso en la tierra, porque espero desposarme con el Amor de Dios, Cristo Jesús, en el cielo”.
         El otro mérito de Santa Lucía, el martirio, es decir, derramar la sangre y entregar la vida por Jesucristo, es también un testimonio de que existe una vida eterna, porque al entregar la vida terrena despreciando todo lo que el mundo ofrece y que, con su mundanidad, ofende a Dios –el hedonismo, la satisfacción ilícita de las pasiones, el materialismo, el consumismo, y los ídolos de todo tipo que el paganismo y el neo-paganismo ofrecen-, elige libremente la vida eterna, con sus bienes celestiales, esto es, la contemplación de la esencia divina de Dios Trino y del Cordero, contemplación que provoca en el alma un gozo celestial imposible de imaginar, que brota del Ser trinitario de Dios como de una fuente inextinguible. Quien da la vida por Jesucristo, es decir, quien prefiere morir antes que renegar de la fe en Él, que es el Cordero de Dios, nos está diciendo: “Comparada con los gozos que nos esperan en la vida celestial, que se derivan de contemplar al Cordero, todo lo que ofrece este mundo es igual a nada, y por eso prefiero entregar la vida terrena, antes que resignar la vida eterna con sus gozos, dichas y alegrías infinitas”.

         Ahora bien, dijimos que Santa Lucía es un ejemplo para niños y jóvenes –y también para todo cristiano-, y todos la podemos imitar, de alguna manera y en nuestro estado de vida en su pureza de cuerpo y alma. ¿De qué manera? Podemos imitarla, ya sea con la virginidad consagrada o con la castidad –aquí la imitamos en la pureza de cuerpo-, y también con el propósito de morir antes de pecar –aquí la imitamos en la pureza de alma- y, con esto, la imitamos también en su testimonio sobre la vida eterna, porque si queremos ser puros de cuerpo y alma como Santa Lucía, es para obtener, en anticipo, ya desde la tierra, el doble gozo del Amor esponsal con Jesús y la contemplación de la Trinidad, y esto lo tenemos por la comunión eucarística: cuando comulgamos, entronizamos a Jesús en nuestros corazones, para que allí el Cordero de Dios sea amado, bendecido y adorado; por la comunión en gracia, con pureza de cuerpo y alma, nos unimos a Jesús, Esposo celestial, ya desde la tierra, anticipando el gozo y la alegría que experimentaremos, en la eternidad, al adorar al Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.

viernes, 9 de diciembre de 2016

San Juan Diego Cuauhtlatoatzain


         Puede decirse que San Juan Diego fue, en su vida terrena, uno de los hombres más afortunados de la tierra, puesto que tuvo el privilegio de ser el destinatario de las apariciones de la Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe.
         Esto nos lleva a preguntarnos lo siguiente: ¿cómo era San Juan Diego antes de que la Virgen se le apareciese? ¿Qué características tenía su personalidad? ¿Era una persona letrada? ¿Era una persona importante, desde el punto de vista humano? Podemos decir que San Juan Diego era ya un hombre de mediana edad, de unos cincuenta años. De raza indígena, había sido catequizado y bautizado por los misioneros españoles y había adoptado el nombre de Juan Diego. Al momento de aparecérsele la Virgen, Juan Diego tenía por lo tanto estas características: había recibido la instrucción en la fe en Jesucristo, el Hombre-Dios, y vivía esta fe y la practicaba con mucho amor, y la prueba está en que, en el tiempo en el que la Virgen se le apareció, se encontraba practicando una de las obras de misericordia de la Iglesia, que es el asistir a los enfermos, ya que se encontraba de camino hacia el poblado para buscar al sacerdote que le diera la unción de los enfermos a su tío, gravemente enfermo. Otra característica de Juan Diego era su gran amor por la Misa y la Eucaristía, a la que asistía con asiduidad, a pesar de que para llegar al templo parroquial debía caminar por varios kilómetros, cada vez que había Misa. Otra característica es su gran humildad: a pesar de que es la Virgen misma la que lo elige, él se considera que es “nada” y que “la Señora” podría elegir otros que son “mejores que él”; también se consideraba indigno de presentarse ante el Obispo, a quien consideraba como lo que era, es decir, un sucesor de los Apóstoles. A pesar de tener cincuenta años, su corazón y su alma tenían la pureza y la inocencia de un niño, y esto lo da la gracia santificante, y hacía que su alma fuera sumamente agradable a Dios, porque el mismo Jesús nos dice que, para entrar en el Reino de los cielos, hay que ser como niños, es decir, puros e inocentes como niños, y esto solo lo da la gracia santificante; esto se prueba por las mismas palabras de la Virgen, quien se dirige a Juan Diego diciéndole “mi niño más pequeño”. No era letrado, porque no tenía estudios, pero sí tenía la sabiduría divina que le hacía apreciar y valorar la Eucaristía y la Unción de los enfermos como más valiosos que el oro, porque le permitían salvar su alma y la de su tío, y es por eso que su preocupación era encontrar un sacerdote para que le diera la unción a su tío agonizante. No era un personaje “importante” según el modo de ver de los humanos, porque no tenía estudios académicos, ni origen noble, ni ocupaba puestos sociales de importancia; sin embargo, poseía en su alma aquello que lo hacía noble a los ojos de Dios, y era la gracia santificante, a la cual cuidaba con todo celo y buscaba de acrecentarla con obras de caridad, como el asistir a los enfermos. Una vez que conoce a la Virgen, le obedece en todo lo que le dice, aun cuando lo que la Virgen le pide supera su capacidad de comprensión –por su sola razón, no podía creer que hubieran rosas de Castilla en la cima del monte Tepeyac, por la época invernal y por el lugar, y sin embargo, sube a buscar las rosas, porque la Virgen se lo pide-; también vence sus respetos humanos –como vimos, se consideraba indigno de presentarse ante el Obispo, pero lo hace porque la Virgen se lo pide- y le lleva al Obispo las rosas de Castilla que recoge del monte Tepeyac, tal como la Virgen se lo había pedido, y su obediencia y amor a la Virgen le valen el haber sido instrumento de uno de los más grandiosos milagros de la Virgen, que es la impresión en su tilma de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
         Estas son entonces las características de San Juan Diego: fe en Jesucristo y en la vida eterna que Él concede; amor a la Iglesia y amor a sus sacramentos, como la Eucaristía y la Unción de los enfermos; humildad de corazón; sabiduría divina; obediencia a las órdenes de la Virgen;  misericordia en su corazón, porque buscaba que su tío agonizante salvara su alma; amor a la Virgen y obediencia a lo que la Virgen le pedía, aun cuando no comprendiera con su razón natural; vivía en gracia santificante y eso le concedía el ser “como niño”, es decir, heredero y merecedor del cielo.

         Lejos, muy lejos de ser como San Juan Diego, sin embargo nosotros podemos imitarlo en algo y es darle a la Virgen, no una tilma, sino nuestros corazones, para que Ella se digne imprimir en nuestros corazones su imagen, la hermosísima y maravillosa imagen de la Virgen de Guadalupe. Y también podemos ofrecerle a la Virgen nuestras tribulaciones y preocupaciones, para así escuchar de labios de la Virgen lo mismo que le dijera a San Juan Diego en el momento de mayor angustia en su vida, que era cuando su tío estaba agonizante: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo?”.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

San Ambrosio


         Vida de santidad.

         Nació el año 340 en Tréveris, de una familia romana, hizo sus estudios en Roma, y fue elegido obispo de la ciudad Milán en el año 374. Se distinguió por su caridad hacia todos, como verdadero pastor y doctor de los fieles. Defendió valientemente los derechos de la Iglesia y, con sus escritos y su actividad, ilustró la doctrina verdadera, combatida por los arrianos. Murió un Sábado Santo, el 4 de abril del año 397[1].

         Mensaje de santidad.

         Puesto que San Ambrosio fue uno de los más lúcidos opositores contra una de las herejías más peligrosas de la Iglesia de todos los tiempos, el Arrianismo, es conveniente recordar en qué consiste esta herejía, ya que afecta directamente al fundamento mismo de la Iglesia, la Persona de Nuestro Señor Jesucristo y, en consecuencia, afecta también a la doctrina eucarística.
         ¿En qué consiste la herejía arriana? Hacia el año 320, Arrio, sacerdote de Alejandría, sostuvo que Jesús no era propiamente Dios, tal como lo afirma la fe católica, sino la “primera criatura creada por el Padre”, con la misión de colaborar con Él en la obra de la creación y al que, por sus méritos, elevó al rango de Hijo suyo; según esta falsa posición, con respecto a los hombres, Cristo puede ser considerado como Dios –en realidad, un demiurgo, o un semi-dios-, pero no con respecto al Padre, desde el momento en que su naturaleza no es ni igual ni consusbtancial con la naturaleza del Padre, lo cual es una falsedad y una herejía. Esta herejía es sumamente peligrosa porque, como decíamos, afecta la Piedra Basal de la Iglesia, que es la Persona de Nuestro Señor Jesucristo, por lo cual no da lo mismo combatirla o no combatirla. El emperador Constantino, preocupado por la difusión de la herejía y por las luchas internas que, a causa de ella, dividían a los católicos, convocó en Nicea el I Concilio Ecuménico, en el año 325, y como resultado de sus deliberaciones, se condenó a Arrio y a sus secuaces, afirmando en el  Símbolo llamado Niceno: “Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas, visibles e invisibles. Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, engendrado sólo por el Padre, o sea, de la misma substancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho en el cielo y en la tierra, que por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre”. El anatema contra Arrio estaba redactado en los siguientes términos: “En cuanto a aquellos que dicen: hubo un tiempo en que el Hijo no existía, o bien que no existía cuando aún no había sido engendrado, o bien que fue creado de la nada, o aquellos que dicen que el Hijo de Dios es de otra hipóstasis o sustancia, o que es una criatura, o cambiante y mutable, la Iglesia católica lo anatematiza”[2].
         La negación de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, tal como la sostiene Arrio, tiene consecuencias directas y catastróficas para la verdadera y única fe: si Cristo no es Dios, es decir, si no es consubstancial al Padre y de su misma naturaleza, y si es creado y no engendrado, entonces no puede concedernos la gracia, porque la gracia proviene de Dios, que es Gracia Increada, y si esto es así, los sacramentos, instituidos por Cristo, no tienen ninguna eficacia. Pero el daño principal hecho a la fe, es en relación a la Presencia real, verdadera y substancial de Jesús en la Eucaristía: en otras palabras, si Cristo no es Dios, como falsamente lo afirmaba Arrio, entonces la Eucaristía no es más que un pan bendecido en una ceremonia religiosa, y de ninguna manera, Jesús, el Hijo Unigénito del Padre, oculto en apariencia de pan, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Pero no solo en la Eucaristía, sino que también en todos los demás sacramentos se resiente la doctrina de la gracia, porque entonces los sacramentos, instituidos por Cristo, no tienen capacidad de santificación en las almas de los hombres, desde el momento en que Él no es Dios. Así, por ejemplo, en el sacramento del matrimonio, los esposos contarían con sus solas fuerzas humanas, las cuales son inexistentes para lograr la santidad de los cónyuges. O, si se diera el caso de una segunda unión, sin haber declarado nula la primera, no habría gracia alguna que pudiera, a quienes están en adulterio, vivir en castidad, “como hermanos”, porque las solas fuerzas de la naturaleza humana no alcanzan para esto.
         El Concilio de Nicea, sostenido por San Ambrosio, rechaza de plano el grave error cristológico de Arrio: se reafirma que Cristo no es un segundo Dios o un semi-Dios, sino que es Dios como el Padre lo es, y sólo Dios es el único mediador a través del Logos (o Verbo), el Hijo de Dios que es Dios, como el Padre es Dios. En consecuencia, sólo Dios puede realizar la divinización a través de la Encarnación y de la Redención[3]. Y puesto que este Logos, que tiene poder de divinización por la concesión de la gracia al ser consubstancial al Padre y de su misma naturaleza, que se ha encarnado, prolonga su Encarnación en la Eucaristía, por lo que la Eucaristía es el mismo Logos, el Verbo de Dios Encarnado, que procede del Padre no por creación, sino por haber sido engendrado en su seno desde la eternidad. Es decir, Cristo es Dios, y la Eucaristía es Cristo Dios.



[1] http://www.corazones.org/santos/ambrosio.htm
[2] http://www.mercaba.org/Herejia/arrianismo.htm
[3] Cfr. ibidem.

martes, 6 de diciembre de 2016

San Nicolás de Bari



               Vida de santidad[1].


         Nació en Turquía, en una familia adinerada y ya desde muy pequeño, se caracterizó por una bondad fuera de lo común, porque todo lo que tenía, lo daba a los pobres. Y cuando le preguntaban por qué lo hacía, contestaba así: “Sería un pecado no repartir mucho, siendo que Dios nos ha dado tanto”.
Ya siendo sacerdote y luego de fallecer sus padres - atendiendo a los enfermos en una epidemia-, donó su cuantiosa herencia y entró en un monasterio como un monje más. pasado un tiempo, tuvo el deseo de peregrinar a los lugares de Tierra Santa, donde vivió y murió Jesús; cuando regresó, llegó a la ciudad de Mira (en Turquía) donde los obispos y sacerdotes estaban en el templo discutiendo a quién deberían elegir como nuevo obispo de la ciudad, porque el anterior se había muerto. Al fin dijeron: “Elegiremos al próximo sacerdote que entre al templo”. En ese momento, y sin saber nada, San Nicolás entró en el templo, y fue así como lo eligieron obispo, y por ese motivo es que se le llama San Nicolás de Mira.
Fue un santo muy popular en la Antigüedad y se lo invocaba en los peligros, en los naufragios, en los incendios y cuando la situación económica se ponía difícil, obteniendo sus devotos admirables favores por su intercesión. Se lo retrataba con niños, porque según la tradición, el santo rezó por la curación de unos niños a los cuales un delincuente había herido con un cuchillo, obteniendo su curación instantánea. También se lo retrata junto a una señorita, porque en su ciudad había un anciano muy pobre con tres hijas y no lograba que se casaran por ser muy pobres. Entonces el santo por tres días seguidos, cada noche le echó por la ventana una bolsa con monedas de oro, y así el anciano, con esas dotes, logró que sus hijas pudieran casarse.
Por un milagro asombroso que realizó a unos marineros, es Patrono de los marineros: estando en medio de una gran tormenta en alta mar, empezaron a decir: “Oh Dios, por las oraciones de nuestro buen Obispo Nicolás, sálvanos”. Y en ese momento vieron aparecer sobre el barco a San Nicolás, el cual bendijo al mar, que se calmó, y en seguida desapareció.
Otro milagro fue el salvar de una injusta muerte a tres amigos suyos: ellos rezaron pidiendo a Dios que por la intercesión de Nicolás su obispo los protegiera; esa noche el santo se le apareció en sueños al juez y le dijo que no podía condenar a esos tres inocentes, siendo absueltos inmediatamente. San Nicolás fue encarcelado por el emperador Licino, quien decretó una persecución contra los cristianos, pero aunque San Nicolás fue azotado, no solo no renegó de la fe en Jesucristo, sino que aprovechó toda ocasión para dar testimonio de Él. Luego fue liberado por el emperador Constantino. Más tarde, surgió un hereje, llamado Arrio, quien propagaba la herejía arriana, que negaba la Trinidad en Dios y negaba también la Encarnación del Hijo de Dios, lo cual lleva, en consecuencia, a no creer en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía; San Nicolás se opuso, participando del Concilio de Nicea, a esta doctrina falsa de Jesús, y no permitió que los arrianos entraran a su ciudad de Mira. Según la tradición, el santo murió el 6 de diciembre del año 345.
Por último, ¿qué relación hay entre San Nicolás de Bari y el actual “Santa Claus” o “Papá Noel”? La pregunta es importante, tanto más, cuanto que Santa Claus ha desplazado, del centro de la Navidad, a Aquel que es el Dueño de la Navidad, el Niño Dios. La otra pregunta es: ¿cómo fue que Santa Claus desplazó al Niño Dios de la Navidad, hasta el punto de ponerse al centro de los festejos navideños, haciendo olvidar casi por completo a Dios Niño? Para responder las preguntas, tenemos que considerar que, por un lado, a San Nicolás se lo representaba, ya sea con niños, por el hecho de haber intercedido y salvado milagrosamente a tres los niños; otra costumbre que se tenía para su fecha era la de repartir golosinas y regalos a los niños; a esto se le agrega el hecho de que con su festividad, prácticamente comienzan los preparativos para los festejos de diciembre –Navidad, Año Nuevo-; a esto se suma el hecho de que, como en alemán se pronuncia “San Nikolaus”, lo empezaron a llamar “Santa Claus”; finalmente, se comenzó a representarlo como un anciano vestido de rojo, con una barba muy blanca, que pasaba de casa en casa repartiendo regalos y dulces a los niños, para la época de Navidad. El otro elemento a considerar es que, basándose en esta figura “cristiana” de San Nicolás –llamado Santa Claus y representado como un anciano de barba blanca vestido de rojo y que reparte golosinas en época de Navidad-, ciertos propagandistas comerciales “tomaron” la imagen, la vaciaron de su contenido cristiano, la paganizaron, la asociaron a una marca de bebidas gaseosas y, ayudados por la severa descristianización y neo-paganización que vivimos en estos inicios del siglo XXI, este neo-Santa Claus, pagano, mercantil y anti-cristiano, desplazó de las mentes y corazones de los mismos cristianos, a Aquel que es el Dueño de la Navidad, el Niño Dios, Cristo Jesús, Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, para que los hombres, haciéndonos como niños, lleguemos a ser Dios por participación. Es decir, la figura de San Nicolás de Bari, el “Santa Claus” o “San Nikolaus” alemán, no tiene nada que ver con el “Santa Claus” o “Papá Noel” paganizado, cuya figura no-cristiana se difundió por todo el mundo, con meros fines comerciales (vender una marca de gaseosa).

Mensaje de santidad.

Una de las cosas que más caracterizó a San Nicolás de Bari fue la caridad, que es bondad, pero una bondad sobrenatural, es decir, una bondad que no es la simple bondad humana, sino que es la misma bondad de Dios. La caridad es tener la bondad de Dios en el corazón, y es por esta bondad, que se pueden amar a todos los hombres, sin las limitaciones y las imperfecciones de la bondad humana. Sólo así se explica que repartiera todo lo que tenía entre los pobres; sólo así se explica que no solo no deseara los bienes terrenos –por eso es que los repartía-, sino que lo único que deseaba era el bien celestial, que es el Reino de Dios.
San Nicolás se caracterizó entonces por amar a su prójimo y por ese motivo dio todo lo que tenía, pero también se caracterizó por amar a Dios y este amor a Dios lo demostró de un modo muy concreto, y fue defendiendo la Verdad acerca de Dios, porque cuando apareció el hereje Arrio, que afirmaba falsedades acerca de Dios –que no era Trino y que Jesucristo no era Dios Hijo-, San Nicolás se opuso firmemente, defendiendo la Verdad de Dios Trino y de la Encarnación de Dios Hijo, Jesús de Nazareth. Muchos católicos, frente a las mentiras y falsedades que las sectas dicen acerca de Jesucristo, se callan, pero no por no saber qué contestar, sino porque, en el fondo, no aman a Dios con amor de caridad, como San Nicolás. Así, San Nicolás de Bari nos enseña cómo es y en qué consiste el verdadero amor cristiano: amar al prójimo, dando incluso de lo necesario –no es amor dar lo que sobra, porque eso es apenas justicia-, y amar a Dios, defendiendo la Verdad de Dios, que es Uno y Trino y que la Segunda Persona, el Hijo, se encarnó para nuestra salvación. Aprendamos entonces de San Nicolás de Bari a amar a nuestros hermanos, dando incluso de lo que necesitamos y no de lo que nos sobra, y aprendamos a amar a Dios, en la Verdad de la Eucaristía, porque ese Dios Hijo, que se encarnó, es el mismo que continúa su Encarnación en la Eucaristía. Para nosotros, defender la Verdad de Dios es defender la Verdad de la Eucaristía, de la Presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Hostia consagrada.



[1] https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Nicol%C3%A1s.htm

sábado, 3 de diciembre de 2016

Santos Cosme y Damián



Santos Cosme y Damián[1]
Según la tradición, son hermanos gemelos, nacidos en Arabia; estudiaron las ciencias en Siria y llegaron a distinguirse como médicos. Ejercían su profesión con mucha habilidad y como eran católicos auténticos, practicantes y temerosos de Dios, no aceptaban nunca pagos por sus servicios. Esto llevó a que fueran conocidos en oriente como “los sin dinero” o también como los "anárgiros" o enemigos del dinero[2].
Vivían en Aegeae, sobre la costa de la bahía de Alejandreta, en Cilicia, donde ambos eran reconocidos y honorados con el cariño y el respeto de todo el pueblo a causa de los muchos beneficios que prodigaban entre las gentes con su caridad y por el celo con que practicaban la fe cristiana, ya que aprovechaban todas las oportunidades que les brindaba su profesión para difundirla y propagarla. Este reconocimiento del pueblo hizo que, cuando comenzó la persecución como cristianos, fuera imposible que los hermanos médicos pasasen desapercibidos y es así como fueron unos de los primeros en ser arrestados por orden de Lisias, el gobernador de Cilicia y, luego de haber sido sometidos a diversos tormentos, murieron decapitados por la fe. sus restos fueron conducidos a Siria, siendo sepultados en Cirrhus, ciudad que llegó a ser el centro principal de su culto y donde las referencias más antiguas sitúan el escenario de su martirio.
Se cuentan muchos prodigios milagrosos sobre sus vidas pero poco se sabe con seguridad. Uno de sus milagros más conocidos fue el trasplante de una pierna a un enfermo, la pierna de un criado negro muerto poco antes, y esta es la razón por la cual se los representa así en la iconografía. Se dice también que, antes de ser decapitados, salieron con vida de varios tipos de ejecuciones, como ser arrojados al agua atados a pesadas piedras, ser quemados en hogueras y ser crucificados. Cuando se hallaban clavados en las cruces, la multitud los apedreó, pero los proyectiles, sin tocar el cuerpo de los santos, rebotaron para golpear a los mismos que los arrojaban. Lo mismo sucedió con las flechas disparadas por los arqueros que torcieron su trayectoria e hicieron huir a los tiradores (se cuenta que el mismo caso ocurrió con San Cristóbal y otros mártires). Finalmente, sus verdugos decidieron decapitarlos por la espada. Con respecto a este instrumento, causa de su muerte, conocida por la tradición como espada de San Cosme y San Damián o espada de Essen, que se asegura que fue la que intervino en la decapitación de los mártires, se encuentra expuesta, dentro de su funda recamada de oro, en la cámara del tesoro de la catedral de Essen en Alemania. A finales del siglo XV aparecen en la ciudad las primeras manifestaciones documentadas del fervor religioso que el objeto despertaba, atribuido a la inscripción que rezaba en ella: Gladius cum quo decollati fuerunt nostri patroni (la espada con la que nuestros patronos fueron decapitados), así como a los ornamentos y figuras del gótico tardío que mostraba la banda que ciñe la vaina. La Relación de Reliquias de Essen, del 12 de julio de 1626, registra la espada con el número 55 como Gladius sanctorum Cosmae et Damiani. Como reliquia, fue llevada ceremonialmente en numerosas procesiones de aquella época.
La religiosidad que despierta la reliquia en la ciudad de Essen ha sido tal que, pese a la Reforma y los cambios políticos, la espada figura en el escudo de la ciudad desde 1473, año de la primera constancia documental de su presencia.
Asimismo dice la leyenda que los tres hermanos de Cosme y Damián, llamados Antimo, Leoncio y Euprepio, sufrieron el martirio al mismo tiempo que los gemelos y sus nombres se mencionan en el Martiriologio Romano. Se habla de innumerables milagros, sobre todo curaciones maravillosas, obrados por los mártires después de su muerte y, a veces, los propios santos se aparecieron, en sueños, a los que les imploraban en sus sufrimientos, a fin de curarles inmediatamente.
Entre las personas distinguidas que atribuyeron su curación de males gravísimos a los santos Cosme y Damián, figuró el emperador Justiniano I, quien visitó la ciudad de Cirrhus especialmente para venerar las reliquias de sus benefactores.
A principios del siglo V, se levantaron en Constantinopla dos grandes iglesias en honor de los mártires. La basílica que el Papa Félix  (526-530) erigió en honor de Cosme y Damián en el Foro Romano, con hermosísimos mosaicos, fue dedicada posiblemente el 27 de septiembre. Ese día se celebró la fiesta de Cosme y Damián hasta su traslado al 26 de septiembre en el nuevo calendario. Los santos Cosme y Damián son nombrados en el canon de la misa y, junto con San Lucas, son los patronos de médicos y cirujanos.
Mensaje de santidad.
Ejercieron su profesión, la de médicos, con gran sentido cristiano, primero, por dedicarse a su profesión, estudiando a conciencia, y luego, por no cobrar, principalmente a los desposeídos. Nos dan varios ejemplos: la perfección con la cual el cristiano debe realizar su tarea, de cara a Dios, y también la caridad cristiana, que lleva a ver en el más necesitado, al mismo Cristo. Por ambas cosas, y por la misma profesión, se configuraron a Jesucristo, uno de cuyos títulos es el de ser “Médico de las almas”, puesto que Él nos vino a traer la medicina para nuestros pecados, que es la gracia santificante, obtenida al precio de la Sangre de su Cruz. Pero además nos dan el testimonio del martirio, que es ser testigos de Cristo como Hombre-Dios, hasta derramar la Sangre. Perfección cristiana en la tarea cotidiana, caridad cristiana, sobre todo con los más necesitados, configuración perfecta con Jesucristo, Médico Divino, y con Jesucristo, Rey de los mártires, ése es el mensaje de los Santos Cosme y Damián, Patronos de médicos y cirujanos. Cumplir a conciencia nuestro trabajo, ser caritativos, configurarnos a Cristo, dar testimonio de Él, si no cruento, al menos en la disposición interior de preferir morir antes que cometer un pecado venial deliberado o un pecado mortal.



[1] http://www.corazones.org/santos/cosme_damian.htm; Butler, Alan, Vidas de los Santos; Sálesman, Eliécer- Vidas de Santos # 3; Sgarbossa, Mario; Luigi Giovannini - Un Santo Para Cada Día.
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Cosme_y_Dami%C3%A1n

viernes, 2 de diciembre de 2016

Por qué es necesario amar al Sagrado Corazón de Jesús


         Muchos cristianos piensan que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús se reduce a un mero recuerdo piadoso mensual, reservado, por lo general, para señoras ya un poco grandes que, como no tienen otra cosa que hacer, asisten a la Iglesia para rezar un poco. Muchos cristianos piensan que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús es algo ya “pasado de moda”, porque se trata de una devoción sensiblera, que estaba bien para los siglos pasados, pero que ha quedado “anticuada” para el hombre del siglo XXI, un hombre racionalista, frío, calculador, que confía en el poder de su mente, en la ciencia y en la tecnología, que se siente maduro y superado y evolucionado en su humanidad y que, por lo tanto, no le hace falta una devoción que, en cuanto religiosa y sensiblera, se muestra inferior a la razón, fría, científica y tecnológica. Esto es lo que explica la ausencia de innumerables bautizados, que han dejado vacías las iglesias, las cofradías, las procesiones y los homenajes al Sagrado Corazón de Jesús.
         Sin embargo, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús es necesaria y de tal manera, que sin la devoción, el hombre no puede vivir, sino que perece literalmente, tanto en esta vida, como en la otra. En otras palabras, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús es vital, porque del Corazón de Jesús el hombre recibe la vida divina, que mantiene su alma en estado de santidad en esta vida, y la colma de gloria celestial en la vida eterna.
         El mismo Jesús, en sus apariciones a Santa Margarita, lo dice así, en la Primera Revelación, el 27 de diciembre de 1673, según el relato de la misma santa: “Estando yo delante del Santísimo Sacramento me encontré toda penetrada por Su divina presencia. El Señor me hizo reposar por muy largo tiempo sobre su pecho divino, en el cual me descubrió todas las maravillas de su amor y los secretos inexplicables de su Corazón Sagrado. Él me dijo: “Mi Divino Corazón, está tan apasionado de Amor a los hombres (…) que, no pudiendo contener en él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo, los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición”[1]. Es decir, Jesús le dice que su Corazón, movido por su amor hacia nosotros, contiene dones y gracias santificantes necesarias para que los hombres no caigan en el “abismo de perdición”, y el abismo de perdición es el Infierno. Y que el Infierno existe, y es real y eterno, y en él se sufren tormentos tanto en el cuerpo como en el alma, es dogma de fe de la Santa Madre Iglesia, y quien lo niegue, se aparta de la verdadera fe. Quien no ama al Sagrado Corazón, no recibe las gracias necesarias para no caer en el “abismo de perdición”, el Infierno. Y puesto que este Sagrado Corazón de Jesús está vivo, glorioso, resucitado, lleno del Amor Divino, en la Sagrada Eucaristía, podemos decir, por extensión, que quien no ama la Eucaristía, no ama al Sagrado Corazón de Jesús y no recibe las gracias para su eterna salvación.
         Lejos entonces de ser una devoción sensiblera y pasada de moda, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús es vital, literalmente hablando, tanto para vivir con el alma en gracia en esta vida, como para vivir en la gloria en la vida eterna.



[1] Cfr. http://www.corazones.org/santos/margarita_maria_alacoque.htm