San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 8 de febrero de 2024

Santa Josefina Bakhita

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en la región de Darfur, en Sudán, y se cree que nació en 1869. Vivió su infancia con sus padres, tres hermanos y dos hermanas, una de ellas su gemela, hasta el momento de ser secuestrada por los esclavistas. Siendo aún niña, fue raptada y vendida en diversos mercados africanos de esclavos, sufriendo dura cautividad. Fue comprada por una familia italiana, quien la liberó y la crió como hija propia. Fue bautizada y luego ingresó en el Instituto de Hijas de la Caridad (Canosianas), y pasó el resto de su vida en Schio, en el territorio italiano de Vicenza, entregándose a Cristo y al servicio del prójimo en cuerpo y alma, pues virgen de cuerpo y alma. Falleció en el año 1947. Fue beatificada el 17 de mayo de 1992 por S.S. Juan Pablo II y canonizada por el mismo Santo Padre el 1 de octubre de 2000.

         Mensaje de santidad.

         El nombre “Bakhita” significa “afortunada”; luego, al recuperar la libertad y ser bautizada, recibió el nombre de Josefina. cuento su propia experiencia al encontrarse con los buscadores de esclavos. Cuando aproximadamente tenía nueve años, paseaba con una amiga por el campo y vimos de pronto aparecer a dos extranjeros, de los cuales uno le dijo a mi amiga: ´Deja a la niña pequeña ir al bosque a buscarme alguna fruta. Mientras, tú puedes continuar tu camino, te alcanzaremos dentro de poco´. El objetivo de ellos era capturarme, por lo que tenían que alejar a mi amiga para que no pudiera dar la alarma. Sin sospechar nada obedecí, como siempre hacía. Cuando estaba en el bosque, me percaté que las dos personas estaban detrás de mí, y fue cuando uno de ellos me agarró fuertemente y el otro sacó un cuchillo con el cual me amenazó diciéndome: “Si gritas, ¡morirás! ¡Síguenos!”. Su cuarto amo fue el peor en sus humillaciones y torturas. Cuando tenía unos 13 años fue tatuada, le realizaron 114 incisiones y para evitar infecciones le colocaron sal durante un mes. Ella cuenta en su biografía: “Sentía que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me colocaban la sal”. Así imitó y participó de la dolorosa flagelación de Nuestro Señor Jesucristo, ofreciendo sus dolores y humillaciones por su propia conversión, la de sus captores, la de sus seres queridos y la de todo el mundo. El comerciante italiano Calixto Leganini compró a Bakhita en 1882. Era el quinto amo. Ella escribe: "Esta vez fui realmente afortunada porque el nuevo patrón era un hombre bueno y me gustaba. No fui maltratada ni humillada, algo que me parecía completamente irreal, pudiendo llegar incluso a sentirme en paz y tranquilidad". Leganini se vio en la obligación de dejar Jartum, tras la llegada de tropas Mahdis. Bakhita quiso seguir con su amo cuando este se fue a Italia con su amigo Augusto Michieli. La esposa de Michieli los esperaba en Italia y quiso quedarse con uno de los esclavos que traían por lo que se le dió a Bakhita. Bakhita y Minnina ingresaron al noviciado del Instituto de las Hermanas de la Caridad en Venecia. Esta congregación, fundada en 1808, es mas conocida como Hermanas de Canossa.

Fue en el Instituto que Bakhita conoció de verdad a Cristo y que “Dios había permanecido en su corazón”, por lo que le había dado fuerzas para poder soportar la esclavitud, “pero recién en ese momento sabía quién era”. Recibió al mismo tiempo el bautismo, la primera comunión y la confirmación, el 9 de enero de 1890, por manos del Cardenal de Venecia. Tomó el nombre cristiano de Josefina Margarita Afortunada.

Al ser bautizada expresó: “¡Aquí llegué a convertirme en una de las hijas de Dios!”. Se dice que no sabía cómo expresar su gozo y en su biografía cuenta que en el Instituto conoció cada día más a Dios, “que me ha traído hasta aquí de esta extraña forma”. El 7 de diciembre de 1893, a los 38 años de edad profesó en la vida religiosa. Bakhita fue trasladada a Venecia en 1902, donde trabajó limpiando, cocinando y cuidando a los más pobres. Nunca realizó milagros ni fenómenos sobrenaturales, pero tenía fama de santidad. Siempre fue modesta y humilde, mantuvo una fe firme en su interior y cumplió siempre sus obligaciones diarias. Luego de la publicación de sus memorias, se hizo muy conocida y viajaba por toda Italia dando conferencias y recogiendo fondos para su congregación.

Aunque la salud de Bakhita se fue debilitando hacia sus últimos años y quedó con mucho dolor en silla de ruedas, no dejó de viajar. Falleció el 8 de febrero de 1947 en Schio, siendo sus últimas palabras: “Madonna! Madonna!”, que en italiano significa “Virgen, Virgen”. Eso significa que, en el momento de morir, antes de pasar de esta vida a la otra, vio a la Virgen María en Persona, como anticipo de lo que habría de continuar viéndola, venerándola y amándola por toda la eternidad, por haber sido fiel a Nuestro Señor Jesucristo y por haber demostrado virtudes como el perdón cristiano, la humildad y la misericordia.

Miles de personas fueron a darle el último adiós, expresando así el respeto y admiración que sentían hacia ella. Fue velada por tres días, durante los cuales, según cuenta la gente, sus articulaciones aún permanecían calientes y las madres cogían su mano para colocarla sobre la cabeza de sus hijos. Josefina se recuerda con veneración en Schio como “Nostra Madre Moretta”, es decir, “Nuestra Madre Morena.

El Papa reconoció que ella transmitió el mensaje de reconciliación y misericordia. Ella sufrió graves males en manos de algunos cristianos, pero su corazón no se cerró. Supo perdonar a los que la ultrajaron y descubrir que aquellos agravios, aunque cometidos por cristianos, son contrarios al camino de Jesús. Gracias a las religiosas encontró el verdadero rostro de Cristo y entró en Su Iglesia. Nada, ni los malos ejemplos, nos puede apartar del amor de Dios cuando le permitimos reinar en nuestro corazón. Bakhita nos deja este maravilloso testamento de perdón por amor a Cristo: “Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos porque, si no hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa”. Muchas veces nuestros prójimos nos ofenden y nosotros no somos capaces de perdonar mínimamente; peor aún, guardamos enojo y rencor durante años; en este sentido, Bakhita es ejemplo de cómo perdonar al prójimo -los secuestradores que la hicieron sufrir terriblemente en cuerpo y alma- con el mismo perdón de Jesucristo. Otro ejemplo que nos deja Bakhita es su comprensión y agradecimiento de lo que significan tanto la Providencia de Dios, que del mal saca un bien infinito -de su captura obtuvo su filiación divina por el Bautismo- y del valor inestimable de la gracia bautismal, que de simples creaturas, nos convierte en hijos adoptivos de Dios. Al recordarla en su día, le pidamos a Santa Bakhita que interceda para que también nosotros sepamos perdonar con el perdón y el amor de Cristo a quienes nos ofenden y para que sepamos agradecer, postrados en tierra, todos los días, el don inestimable de la gracia, que por el bautismo nos ha convertido en hijos adoptivos de Dios. 

martes, 6 de febrero de 2024

San Pablo Miki y compañeros mártires

 



         Vida de santidad[1].

         Pablo Miki nació en Japón el año 1566 de una familia pudiente; fue educado por los jesuitas en Azuchi y Takatsuki. Entró en la Compañía de Jesús y predicó el evangelio entre sus conciudadanos con gran fruto. Al recrudecer la persecución contra los católicos, decidió continuar su ministerio y fue apresado junto con otros. En su camino al martirio, él y sus compañeros cristianos fueron forzados a caminar 300 kilómetros para servir de escarmiento a la población. Ellos iban cantando el Te Deum. Les hicieron sufrir mucho. Finalmente llegaron a Nagasaki y, mientras perdonaba a sus verdugos, fue crucificado el día 5 de febrero de 1597. Desde la cruz predicó su último sermón. Junto a él sufrieron glorioso martirio el escolar Juan Soan (de Gotó) y el hermano Santiago Kisai, de la Compañía de Jesús, y otros 23 religiosos y seglares. Entre los franciscanos martirizados está el beato Felipe de Jesús, mexicano. Todos ellos fueron canonizados por Pío IX en 1862.

         Mensaje de santidad.

         El mensaje de santidad lo podemos obtener del relato del momento de su crucifixión y posterior ejecución. El relato dice así: “Una vez crucificados, era admirable ver la constancia de todos, a la que los exhortaban, ora el padre Pasio, ora el padre Rodríguez. El padre comisario estaba como inmóvil, con los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín cantaba salmos en acción de gracias a la bondad divina, intercalando el versículo: En tus manos, Señor. También el hermano Francisco Blanco daba gracias a Dios con voz inteligible. El hermano Gonzalo rezaba en voz alta el Padrenuestro y el Avemaría”. En esta primera parte, se destaca cómo todos los mártires, estando ya crucificados, estando clavados a la cruz y en teoría sufriendo horribles dolores por la transfixión de los clavos en las manos y en los pies, ninguno de ellos mostraba signos de dolor, ni de angustia, ni del más mínimo quejido; por el contrario, en todos había una serena calma, pero además de la calma, alegría y acción de gracias, como anticipando la alegría eterna que les esperaba apenas finalizara el tormento de la cruz y dando gracias por hacerlos participar de la Cruz de Jesús. En vez de reproches contra Dios, de los mártires se alzaban cánticos y salmos, además de Padrenuestros y Avemarías, quedando muchos de ellos en estados de éxtasis, al contemplar sobrenaturalmente a Nuestro Señora Jesucristo.

         Continúa luego el relato: “Pablo Miki, nuestro hermano, viéndose colocado en el púlpito más honorable de los que hasta entonces había ocupado, empezó por manifestar francamente a los presentes que él era japonés, que pertenecía a la Compañía de Jesús, que moría por haber predicado el Evangelio y que daba gracias a Dios por un beneficio tan insigne; a continuación, añadió estas palabras: “Llegado a este momento crucial de mi existencia, no creo que haya nadie entre vosotros que piense que pretendo disimular la verdad. Os declaro, pues, que el único camino que lleva a la salvación es el que siguen los cristianos. Y, como este camino me enseña a perdonar a los enemigos y a todos los que me han ofendido, perdono de buen grado al rey y a todos los que han contribuido a mi muerte, y les pido que quieran recibir la iniciación cristiana del bautismo”. Luego, vueltos los ojos a sus compañeros, comenzó a darles ánimo en aquella lucha decisiva”. Pablo Miki, desde la Cruz, proclama con su cuerpo y con su alma que ésa, la Santa Cruz, es el Único Camino que conduce al Cielo e imitando al Señor Jesús, que perdonó a sus verdugos que le quitaban la vida, él también perdona al emperador y a todos los que los hicieron sufrir y no solo los perdona, sino que los anima a que ellos dejen de lado sus vidas paganas y que también abracen la Santa Cruz como Camino Real que conduce al Reino de Dios.

         Sigue así el relato: “En el rostro de todos se veía una alegría especial, sobre todo en el de (el Padre) Luis; éste, al gritarle otro cristiano que pronto estaría en el paraíso, atrajo hacia sí las miradas de todos por el gesto lleno de gozo que hizo con los dedos y con todo su cuerpo. Antonio, que estaba al lado de Luis, con los ojos fijos en el cielo, después de haber invocado el santísimo nombre de Jesús y de María, se puso a cantar el salmo: “Alabad, siervos del Señor”, que había aprendido en la catequesis de Nagasaki, ya que en ella se enseña a los niños algunos salmos. Otros, finalmente, iban repitiendo con rostro sereno: “¡Jesús, María!”. Algunos también exhortaban a los presentes a una vida digna de cristianos; con estas y otras semejantes acciones demostraban su pronta disposición ante la muerte”. En el resto de los mártires se observa la misma disposición de ánimo y el mismo estado espiritual, el de una inmensa fortaleza, porque la tortura que les habían infligido sus verdugos no les significaba nada para ellos, pero sobre todo demostraban una gran alegría, porque todos entreveían ya la alegría eterna del Reino de los cielos que les esperaba y de la cual los separaba solo unos cuantos minutos, hasta que se consumara el sacrificio.

         Finalmente, el relato concluye con la ejecución de los mártires: “Entonces los cuatro verdugos empezaron a sacar lanzas de las fundas que acostumbraban usar los japoneses; ante aquel horrendo espectáculo todos los fieles se pusieron a gritar: “¡Jesús, María!”. Y, lo que es más, prorrumpieron en unos lamentos capaces de llegar hasta el mismo cielo. Los verdugos asestaron a cada uno de los crucificados una o dos lanzadas con lo que, en un momento, pusieron fin a sus vidas”[2].

Del relato se concluye que tanto la fortaleza sobrenatural de los mártires, como la alegría sobrenatural, es un indicio de que los mártires tienen sus almas colmadas de la Presencia del Espíritu Santo, quien es el que les concede dicha fortaleza y alegría, sin la cual ni habrían soportado los tormentos, ni tampoco habrían podido mantener la fe, la esperanza y la caridad hasta el final. Al recordar a San Pablo Miki y compañeros mártires, les pidamos que intercedan para que no decaigamos en la fe, en la esperanza y en la caridad y para que nos consigan las gracias necesarias para conservarnos en el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, todos los días de nuestra vida terrena, hasta el último día, para así poder ingresar, al igual que ellos, a la Vida Eterna en el Reino de los cielos y con ellos adorar al Rey de los mártires, Nuestro Señor Jesucristo.



[2] De la Historia del martirio de los santos Pablo Miki y compañeros, escrita por un autor contemporáneo, Cap. 14, 109-110: Acta Sanctorum Februarii 1, 769.

viernes, 2 de febrero de 2024

San Blas, obispo y mártir

 



         San Blas fue obispo de Sebaste a comienzos del siglo IV, y sufrió la persecución de Licinio, el colega del emperador Constantino. Puede, pues, considerarse como uno de los últimos mártires cristianos de esa época. Era el año 316. Parece que San Blas, siguiendo la advertencia del Evangelio, huyó de la persecución y se refugió en una gruta. La Tradición nos presenta al anciano obispo rodeado de animales salvajes que lo visitan y le llevan alimento; pero como los cazadores van detrás de estos animales, el santo fue descubierto y llevado amarrado como un malhechor a la cárcel de la ciudad. A pesar de los prodigios que el santo hacía en la cárcel, lo llevaron a juicio y como no quiso renegar de Cristo y sacrificar a los ídolos, fue condenado al martirio: primero lo torturaron y después le cortaron la cabeza con una espada. Se conoce en su Pasión que mientras llevaban al santo al martirio, una mujer se abrió paso entre la muchedumbre y colocó a los pies del santo obispo a su hijo que estaba muriendo sofocado por una espina de pescado que se le había atravesado en la garganta. San Blas puso sus manos sobre la cabeza del niño y permaneció en oración. Un instante después el niño estaba completamente sano. Este episodio lo hizo famoso como taumaturgo en el transcurso de los siglos, y sobre todo para la curación de las enfermedades de la garganta.

         Al recordarlo en su día, le pidamos a San Blas que nos proteja de las enfermedades de la garganta, pero sobre todo que nos proteja de las afecciones espirituales de la garganta, las afecciones que nos hacen hablar a espaldas de nuestros prójimos, o descubrir sus defectos, o faltar a la caridad de diversas formas, hablando mal de nuestro prójimo. Le pidamos a San Blas que bendiga nuestras gargantas para que de ellas solo salgan palabras de bendición, de misericordia, de paz, de reconciliación, de perdón, para con nuestro prójimo y de amor y de piedad para con Dios.