San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 28 de septiembre de 2023

San Miguel Arcángel

 



         Junto a San Gabriel y San Rafael, San Miguel Arcángel es uno de los tres grandes Arcángeles nombrados explícitamente en las Sagradas Escrituras. Lo que se debe tener en cuenta, cuando se reflexiona sobre los ángeles, es que estos son personas, personas angélicas, pues están dotadas de inteligencia y voluntad, que es lo que define a una persona. En cuanto a los tipos de personas que hay, debemos decir que hay tres personas: las personas humanas, compuestas de cuerpo material y espíritu inmaterial; los ángeles, como San Miguel Arcángel, quienes son puro espíritu, sin materia y finalmente, las Tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, Dios Uno y Trino, Creador de las personas angélicas y humanas. En un mundo como el nuestro, volcado hacia el materialismo, que ha quitado del horizonte de su existencia la vida eterna y solo desea gozar y disfrutar sensiblemente del momento presente, los ángeles quedan relegados a una parte de la historia y de la cultura humana, en la que la fantasía de los hombres los retrataba en el arte, pero que en realidad no tienen existencia. Y sin embargo, los ángeles, como San Miguel Arcángel, son seres reales, son personas angélicas, puros espíritus, dotados de inteligencia y voluntad y de ninguna manera son una simple expresión artística surgida de la imaginación humana.

         Los ángeles, creados por Dios, tuvieron un instante, medido en el tiempo angélico, para que con su libertad, que es el otro atributo esencial que caracteriza a la persona, sea humana, angélica o divina, eligiesen amar, adorar y servir a Dios Trinidad, para lo cual habían sido creados, o bien rechazarlo, puesto que Dios los creó con libertad, por amor, para recibir de ellos el amor angélico, pero Dios no fuerza a nadie en su libertad y es así como los ángeles que se eligieron a sí mismos en vez de Dios Trino, fueron expulsados para siempre del Cielo y de la visión beatífica de las Tres Divinas Personas. Los demás ángeles, que eligieron amar, adorar y servir a Dios Trino, bajo las órdenes de San Miguel Arcángel, entablaron una lucha en el Cielo, tal como lo describe la Escritura y luego de esa lucha ya no hubo lugar en el Cielo para ellos, siendo precipitados a la tierra para luego ser sepultados para siempre en el Infierno. El Libro del Apocalipsis[1] dice así: “Hubo un gran combate en los cielos. Miguel y sus ángeles lucharon contra el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya lugar en el Cielo para ellos. Y fue arrojado el Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles con él”.

         San Miguel Arcángel es quien, ante la Primera Mentira proclamada en el Cielo por parte del Ángel blasfemo Satanás, quien dijo de sí mismo: “¡Yo soy como dios!”, dijo, con voz fuerte y potente: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como Dios!” y luego de dicho esto, se dispuso a la batalla en la cual los ángeles rebeldes, con Satanás a la cabeza, fueron expulsados del Cielo para caer en la tierra precipitados como un rayo, tal como lo dice Jesús: “Vi a Satanás caer como un rayo del cielo”. Por esta razón, San Miguel Arcángel es el encargado de frustrar los planes de Satanás o Lucifer, siempre bajo el mando y las órdenes de la Santísima Trinidad. Es también por esta razón que en el arte se lo representa como un ángel con armadura de general romano, amenazando con una lanza o espada a Satanás, quien yace vencido a sus pies. También suele ser representado pesando las almas en la balanza puesto que, según la Tradición, será San Miguel Arcángel quien, bajo las órdenes de Nuestro Señor Jesucristo, pesará las almas en el Día del Juicio Final, para dar a cada una lo que cada una se mereció libremente por sus obras libremente realizadas, o el Cielo o el Infierno.

         En nuestros días sucede un fenómeno nunca antes visto en la historia de la humanidad: si hasta hace poco la jugada maestra del Demonio para con los hombres era convencerlos de que no existía, ahora, en cambio, se muestra abiertamente a través de las numerosas sectas, iglesias y templos satánicos que han surgido a lo largo y ancho de todo el mundo y ha convencido, a los hombres sin Dios, que él es su dios y que él les puede conceder lo que le pidan, a cambio de que los hombres les entreguen sus almas.

         Los cristianos no podemos, de ninguna manera, dejarnos engañar por la Serpiente Antigua y no seremos engañados si permanecemos arrodillados frente a la Santa Cruz de Jesús, cubiertos con el Manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción y protegidos por la espada de doble filo de San Miguel Arcángel, a quien debemos pedir que, en nombre de la Trinidad Santísima, nos proteja en todo momento de las acechanzas y perversidades del Demonio.



[1] 12, 7-9.

miércoles, 27 de septiembre de 2023

San Vicente de Paúl

 



Vida de santidad.[1]

         Nació San Vicente en el pueblecito de Pouy en Francia, en 1580. Su niñez la pasó en el campo, ayudando a sus padres en el pastoreo de las ovejas. Desde muy pequeño era sumamente generoso en ayudar a los pobres.
Los papás lo enviaron a estudiar con los padres franciscanos y luego en la Universidad de Toulouse, y a los 20 años, en 1600 fue ordenado de sacerdote. Dice el santo que al principio de su sacerdocio lo único que le interesaba era hacer una carrera brillante, pero Dios lo purificó con tres sufrimientos muy fuertes. 1º. El Cautiverio. Viajando por el mar, cayó en manos de unos piratas turcos los cuales lo llevaron como esclavo a Túnez donde estuvo los años 1605, 1606 y 1607 en continuos sufrimientos. 2º. Logró huir del cautiverio y llegar a Francia, y allí se hospedó en casa de un amigo, pero a este se le perdieron 400 monedas de plata y le echó la culpa a Vicente y por meses estuvo acusándolo de ladrón ante todos los que encontraba. El santo se callaba y solamente respondía: “Dios sabe que yo no fui el que robó ese dinero”. A los seis meses apareció el verdadero ladrón y se supo toda la verdad. San Vicente al narrar más tarde este caso a sus discípulos les decía: “Es muy provechoso tener paciencia y saber callar y dejar a Dios que tome nuestra defensa”. 3º. La tercera prueba fue una terrible tentación contra la fe, que aceptó para lograr que Dios librara de esa tentación a un amigo suyo. Esto lo hizo sufrir hasta lo indecible y fue para su alma “la noche oscura”. A los 30 años escribe a su madre contándole que amargado por los desengaños humanos piensa pasar el resto de su vida retirado en una humilde ermita. A los pies de un crucifijo, consagra su vida totalmente mediante voto a la caridad para con los necesitados, y es entonces cuando empieza su verdadera historia gloriosa.

Dice el santo: “Me di cuenta de que yo tenía un temperamento bilioso y amargo y me convencí de que con un modo de ser áspero y duro se hace más mal que bien en el trabajo de las almas. Y entonces me propuse pedir a Dios que me cambiara mi modo agrio de comportarme, en un modo amable y bondadoso y me propuse trabajar día tras día por transformar mi carácter áspero en un modo de ser agradable”. San Vicente contaba a sus discípulos: “Tres veces hablé cuando estaba de mal genio y con ira, y las tres veces dije barbaridades”. Por eso cuando le ofendían permanecía siempre callado, en silencio como Jesús en su santísima Pasión. Se propuso leer los escritos del amable San Francisco de Sales y estos le hicieron mucho bien y lo volvieron manso y humilde de corazón. Con este santo fueron muy buenos amigos.
Vicente se hace amigo del ministro de la marina de Francia, y este lo nombra capellán de los marineros y de los prisioneros que trabajan en los barcos, logrando suavizar un poco la penosa condición a la que estaban reducidos los hombres obligados a remar. Un ministro lo nombró capellán de las grandes regiones donde tenía sus haciendas y allí el santo descubrió con horror que los campesinos ignoraban totalmente la religión, que las pocas confesiones que hacía eran sacrílegas porque callaban casi todo y que no tenían quién les instruyera. Se consiguió un grupo de sacerdotes amigos, y empezó a predicar misiones por esos pueblos, consiguiendo un gran éxito evangelizador, ya que las gentes acudían por centenares y miles a escuchar los sermones y se confesaban y enmendaban su vida.

Fue entonces cuando tuvo la inspiración de fundar su Comunidad de Padres Vicentinos, que se dedican a instruir y ayudar a las gentes más necesitadas. El santo fundaba en todas partes a donde llegaba, unos grupos de caridad para ayudar e instruir a las gentes más pobres. Pero se dio cuenta de que para dirigir estas obras necesitaba unas religiosas que le ayudaran. Y habiendo encontrado una mujer especialmente bien dotada de cualidades para estas obras de caridad, Santa Luisa de Marillac, con ella fundó a las hermanas Vicentinas, quienes se dedican a socorrer e instruir a las gentes más pobres y abandonadas, según el espíritu de su fundador.

San Vicente poseía una gran cualidad para lograr que la gente rica le diera limosnas para los pobres. Reunía a las señoras más adineradas de París y les hablaba con tanta convicción acerca de la necesidad de ayudar a quienes estaban en la miseria, que ellas daban cuanto dinero encontraban a la mano. La reina (que se confesaba con él) le dijo un día: “No me queda más dinero para darle”, y el santo le respondió: “¿Y esas joyas que lleva en los dedos y en el cuello y en las orejas?”, y ella le regaló también sus joyas, para los pobres.

Parece casi imposible que un solo hombre haya podido repartir tantas, y tan grandes limosnas, en tantos sitios, y a tan diversas clases de gentes necesitadas, como lo logró San Vicente de Paúl. Había hecho juramento de dedicar toda su vida a los más miserables y lo fue cumpliendo día por día con generosidad heroica. Fundó varios hospitales y asilos para huérfanos, recogía grandes cantidades de dinero y lo llevaba a los que habían quedado en la miseria a causa de la guerra.

También se dio cuenta de que la causa principal del decaimiento de la religión en Francia era que los sacerdotes no estaban bien formados. Él decía que el mayor regalo que Dios puede hacer a un pueblo es dale un sacerdote santo. Por eso empezó a reunir a quienes se preparaban al sacerdocio, para hacerles cursos especiales, y a los que ya eran sacerdotes, los reunía cada martes para darles conferencias acerca de los deberes del sacerdocio. Luego con los religiosos fundados por él, fue organizando seminarios para preparar cuidadosamente a los seminaristas de manera que llegaran a ser sacerdotes santos y fervorosos. Aún ahora los Padres Vicentinos se dedican en muchos países del mundo a preparar en los seminarios a los que se preparan para el sacerdocio.

San Vicente caminaba muy agachadito y un día por la calle no vio a un hombre que venía en dirección contraria y le dio un cabezazo. El otro le dio un terrible bofetón. El santo se arrodilló y le pidió perdón por aquella su falta involuntaria. El agresor averiguó quien era ese sacerdote y al día siguiente por la mañana estuvo en la capilla donde le santo celebraba misa y le pidió perdón llorando, y en adelante fue siempre su gran amigo. Se ganó esta amistad con su humildad y paciencia. Siempre vestía muy pobremente, y cuando le querían tributar honores, exclamaba: “Yo soy un pobre pastorcito de ovejas, que dejé el campo para venirme a la ciudad, pero sigo siendo siempre un campesino simplón y ordinario”.

En sus últimos años su salud estaba muy deteriorada, pero no por eso dejaba de inventar y dirigir nuevas y numerosas obras de caridad. Lo que más le conmovía era que la gente no amaba a Dios. Exclamaba: “No es suficiente que yo ame a Dios. Es necesario hacer que mis prójimos lo amen también”. El 27 de septiembre de 1660 pasó a la eternidad a recibir el premio prometido por Dios a quienes se dedican a amar y hacer el bien a los demás. Tenía 80 años. El Santo Padre León XIII proclamó a este sencillo campesino como Patrono de todas las asociaciones católicas de caridad.

Mensaje de santidad.

Un primer mensaje de santidad que nos deja San Vicente de Paúl es darnos cuenta de que en la Iglesia no debemos buscar el aplauso de los hombres, sino la imitación de Cristo y es por eso que trabajó espiritualmente consigo mismo para conseguir, con ayuda de la gracia, como él mismo lo dice, que su corazón duro y agrio se convirtiera en un corazón manso y humilde como el de Jesús; otro mensaje de santidad es su trabajo para con los pobres, ya que Él recordaba el pasaje de Jesús en el Día del Juicio Final, en donde dirá a los que se salven, porque hicieron obras de misericordia: “Venid, benditos de mi Padre, al cielo, porque tuve hambre y me disteis de comer, sed y me disteis de beber (…) Todo lo que hicisteis con esos pobres prójimos, Conmigo lo hicisteis”, así el santo nos anima a auxiliar a los más necesitados, con las obras de misericordia corporales y espirituales, para auxiliar a Cristo que está misteriosamente presente en los más pobres y necesitados, para así ganar el Cielo.

Otro mensaje de santidad es que el santo no se contentaba con el auxilio material a los pobres, sino que los instruía en la verdadera religión, la religión católica, y para eso forma sacerdotes y religiosas, para que los asistan material y espiritualmente. De esta manera el santo nos enseña cómo debemos despojarnos no solo de los bienes materiales, en auxilio de los pobres, sino de nosotros mismos, para así imitar a los Sagrados Corazones de Jesús y María.

Al recordar a San Vicente de Paúl en su día, le pidamos que interceda por nosotros, para que, siguiendo sus enseñanzas, logremos imitar la mansedumbre del Sagrado Corazón de Jesús y, haciendo obras de misericordia corporales y espirituales, logremos alcanzar el Reino de los cielos.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Las llagas del Padre Pío y el Amor de Dios

 



         Dentro de la inmensidad de dones, virtudes y prodigios que caracterizan la vida del Padre Pío, hay algo que sobresale a primera vista y es la presencia de las Llagas o estigmas, es decir, las heridas en sus manos, en sus pies y en su costado. Podemos preguntarnos qué significado tienen y cuál es la relación de esas llagas con cada uno de nosotros.

         Con relación a su significado, las Llagas del Padre Pío, si bien las llevaba él en su cuerpo, hay que decir que son las mismas Llagas de Cristo. Es decir, esas heridas abiertas y sangrantes que sufrió Nuestro Señor Jesucristo en la cruz, en el Monte Calvario, son las mismas Llagas que llevó el Padre Pío en su vida terrena y aunque él las cubría con un mitón o paño de lana, las heridas, cuando aparecían y por el tiempo que aparecían, ya que había momentos en que desaparecían, no dejaban de sangrar. Algo que hay que tener en cuenta es lo siguiente: si bien nosotros vemos fotos e incluso algunas filmaciones del Padre Pío en donde se lo ve sonriente con sus mitones en las manos, no es que las heridas no le doliesen: le dolían tal y como le dolían a Nuestro Señor Jesucristo en la cruz, pero el Padre Pío, sobreponiéndose al dolor, no dejaba de tener una sonrisa paternal y afectuosa en su rostro, para todo aquel que se le acercaba y de tal manera era así, que podemos decir que la inmensa mayoría no se daba cuenta del dolor que sufría el Padre Pío por llevar consigo las Llagas de Cristo. Otro detalle a tener en cuenta es que las Llagas nunca se infectaban, siempre permanecían abiertas y sangrantes, con sangre fresca y con los bordes de las heridas frescos y abiertos, lo cual indica dos cosas: una, que la ausencia de infección es signo de la pureza, no solo del Padre Pío, sino ante todo de Nuestro Señor Jesucristo, que en cuanto Dios, es la Pureza Increada, es el Cordero Inmaculado, sin mancha alguna de pecado y la Santidad Increada en Sí misma. El hecho de que siempre estuvieran sangrantes, es señal de que Cristo derramó, literalmente, hasta la última gota de su Sangre Preciosísima, para salvarnos de la eterna condenación, para perdonarnos nuestros pecados, para convertirnos en hijos adoptivos de Dios y para sí llevarnos al Cielo, al final de nuestra vida terrena.

         En cuanto a la relación que tienen las Llagas de Cristo, portadas por el Padre Pío en su vida terrena, son una señal visible, tangible, perceptible, del Amor de Dios por todos y cada uno de nosotros. Es decir, si alguno se pusiera a pensar y dijera: “¿Es verdad que me ama Dios, como si yo fuera el único ser humano en la tierra? Y si me ama, ¿cuál es la medida de su Amor por mí?”. Si alguien se hiciera esas preguntas, solo con contemplar las Llagas del Padre Pío, tendría de inmediato las respuestas: Dios nos ama a cada uno de nosotros como si cada uno de nosotros fuera el único habitante de la tierra, de manera que el Amor de Dios por nosotros no tiene límite ni medida, es infinito y eterno, así como es Dios, infinito y eterno; además, la medida del Amor de Dios por cada uno de nosotros, se puede comprobar también en las Llagas del Padre Pío, las Llagas de Cristo, porque lo que lo hace sufrir a Cristo su Calvario y su Pasión, como dice la Sierva de Dios Luisa Piccarretta, es el Amor, su Amor infinito y eterno por nosotros. Uno podría pensar que los flagelos, las trompadas, los golpes de todo tipo son los que hacen sufrir al Señor Jesús y no es así: el verdadero verdugo de Nuestro Señor Jesús es el Amor, porque es el Amor el que lo lleva a sufrir todo tipo de dolores y de amarguras, de penas y de tristezas, con el solo fin de salvarnos.

         Al recordar al Padre Pío en su día, le pidamos que interceda por nosotros, para que no solo nunca nos quejemos de la Cruz, sino que seamos capaces de llevarla con amor, caminando detrás de Jesús por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, el Único Camino que conduce al Cielo.

martes, 19 de septiembre de 2023

San Expedito y su victoria sobre el demonio por medio de la Santa Cruz

 



         San Expedito era, antes de su conversión a Cristo Jesús, un soldado romano -esa es la razón de la vestimenta con la que se lo representa- y, desde el punto de vista espiritual, era pagano, lo cual significa que no solo no conocía al Verdadero y Único Dios, Cristo Jesús, sino que al mismo tiempo, adoraba a ídolos, a falsos dioses, los cuales son, en el fondo, demonios, tal como lo dice la Sagrada Escritura: “Los ídolos de los paganos son demonios”.

         Ahora bien, llegó un momento en su vida, el momento previsto por Dios desde toda la eternidad, en que San Expedito recibió la gracia santificante, que es la participación en la luz divina que nos hace conocer a la Santísima Trinidad y al Hijo de Dios encarnado para nuestra salvación, Cristo Jesús. Para ello, le concedió un rayo de luz divina dirigido tanto a su intelecto como a su corazón, para que así pudiera responder libremente al llamado a la conversión al Mesías Jesucristo. Pero al mismo tiempo, Dios permitió que el Demonio se le apareciera en forma de cuervo negro, el cual, revoloteando alrededor del santo, le decía: “Cras, cras”, que significa en latín: “Mañana, mañana”. Con esto, el Demonio tentaba a San Expedito sutilmente: no le decía que no se convirtiera, sino que postergara la conversión para “mañana”, que ya habría tiempo de convertirse y mientras tanto, lo tentaba con continuar con su vida de pagano. El Santo, que estaba meditando sobre la Pasión de Jesús y por eso llevaba una Cruz con él, recibiendo la fuerza de lo alto, levantó la Cruz, aplastó la cabeza del cuervo-demonio y dijo: “Hodie!”, que significa: “¡Hoy!”, es decir, “¡Hoy, ahora, ya, en este instante, elijo a Jesucristo como a mi Rey y Señor y desprecio, con la fuerza de la Santa Cruz, las obras del Demonio”. Por esto San Expedito es el “santo de las causas urgentes”, porque no hay nada más urgente que la propia conversión y la de todo prójimo a Nuestro Salvador, Jesús Eucaristía, es decir, la conversión eucarística es la verdadera causa urgente, mientras que cualquier otra cosa puede esperar.

         Ahora bien, a nosotros el Diablo no se nos va a presentar como cuervo, ni tampoco con su apariencia infernal, puesto que moriríamos de terror si llegáramos a verlo, pero sí se nos presenta a través de distintos disfraces, caracterizados todos por su espíritu anticristiano, como por ejemplo, el aborto, la eutanasia, la ideología de género. Esta última es particularmente insidiosa y de ella, de su carácter perverso y pervertidor, nos advierten dos Papas, Benedicto XVI y Francisco. El Papa Benedicto XVI dice así, con respecto a la ideología de género: “La ideología de género es la última rebelión de la creatura contra su condición de creatura. Con el ateísmo, el hombre moderno pretendió negar la existencia de una instancia exterior que le dice algo sobre la verdad de sí mismo, sobre lo bueno y sobre lo malo. Con el materialismo, el hombre moderno intentó negar sus propias exigencias y su propia libertad, que nacen de su condición espiritual. Ahora, con la ideología de género el hombre moderno pretende librarse incluso de las exigencias de su propio cuerpo: se considera un ser autónomo que se construye a sí mismo; una pura voluntad que se autocrea y se convierte en un dios para sí mismo” [1].

El Papa Francisco, a su vez, no da una definición de la ideología de género, pero sí advierte contra esta, al tiempo que destaca la riqueza de la diferencia entre el hombre y la mujer y su significado en el plan divino de salvación. En su Catequesis del 15 de Abril de 2015, el Papa Francisco sostuvo que “la ideología de género contradice el plan de Dios”[2] y que “las diferencias entre hombre y mujer sirven para la comunión”: “La complementariedad del hombre y la mujer, vértice de la creación divina, está siendo cuestionada por la llamada ideología de género, en nombre de una sociedad más libre y más justa (…) Las diferencias entre hombre y mujer no son para la contraposición o subordinación, sino para la comunión y la generación, siempre a “imagen y semejanza” de Dios (…) el sacramento del matrimonio es signo del amor de Dios por la humanidad y de la entrega de Cristo por su Esposa, la Iglesia”.

Al recordar a San Expedito en su día, le pidamos que interceda para que Nuestro Señor Jesucristo nos conceda la gracia de la conversión eucarística y al mismo tiempo, ilumine nuestros intelectos para que sepamos reconocer y rechazar a las ideologías anticristianas como el aborto, la eutanasia, la ideología de género.



[1] http://www.conelpapa.com/ideologia/ideologia.htm

[2] El texto completo se encuentra en https://www.aciprensa.com/noticias/texto-completo-catequesis-del-papa-sobre-ideologia-de-genero-en-la-audiencia-general-19416/

lunes, 18 de septiembre de 2023

San Andrés Kim Taegon y compañeros mártires

 



          Vida de santidad.

Memoria de los santos Andrés Kim Taegön, presbítero, Pablo Chöng Hasang y compañeros, mártires en Corea. En este día se veneran en una común celebración todos los ciento tres mártires que en Corea dieron un heroico testimonio de la fe católica en Cristo Jesús, fe la cual fue  introducida con piedad y fervor por algunos laicos y luego fue alimentada y reafirmada por la predicación y celebración de los sacramentos por medio de los misioneros. Todos estos gloriosos mártires de Cristo —tres obispos, ocho presbíteros, y los restantes laicos, casados o no, ancianos, jóvenes y niños—, unidos en el suplicio, consagraron con su sangre preciosa las primicias de la Iglesia Católica en Corea (1839-1867)[1]. Por esta razón, se puede afirmar con certeza que fueron los laicos quienes llevaron la fe católica a Corea al final del siglo XVI. En esse entonces, la evangelización era muy difícil porque Corea se mantenía aislada del mundo, con la excepción de los viajes a Pekín para pagar impuestos[2]. Fue precisamente, en uno de esos viajes, hacia el año 1777, en el que algunos coreanos cultos fueron catequizados por los padres jesuitas que estaban misionando en China. De esta manera, dieron comienzo a una igleisa doméstica en Corea. Doce años después, un sacerdote chino fue el primer consagrado que logró entrar secretamente en Corea, encontrando allí una piadosa congregación de unos cuatro mil católicos, los cuales nunca habían visto un sacerdote. Siete años mas tarde el número de católicos era alrededor de diez mil y esto en médio de grandes persecuciones.

San Andrés Kim Taegon era hijo de nobles coreanos conversos. Su padre, Ignacio Kim, fue martirizado en la persecución del año 1839, siendo beatificado en el año 1925 con su hijo. Andrés fue bautizado a los 15 años de edad; luego recorrió unos mil quilômetros para poder estudiar en el seminario más cercano, ubicado en Macao, China. Seis años después regresó a su país a través de Manchuria, cruzó el Mar Amarillo y más tarde fue ordenado sacerdote en Shangai, convirtiéndose así en el primer sacerdote católico nacido en Corea. Ya ordenado, regresó a Corea y se le confió la tarea de preparar el camino para el ingreso de misioneros por el mar, para así evitar los guardias de la frontera. En el año 1846, cuando tenía veinticinco años, fue arrestado, torturado y decapitado junto al río Han, cerca de Seúl, Corea. En esa época hubieron varios miles de mártires coreanos, hasta que en 1883 llegó la libertad religiosa, finalizando así la persecución sangrienta a la Iglesia Católica en Corea.

San Andrés Kim Taegon fue canonizado el 6 de Mayo de 1984 por Juan Pablo II en su visita a Corea, junto con 102 otros mártires, incluyendo el seminarista Pablo Chong Hasang. La mayoría de los mártires canonizados eran laicos. San Pablo Chong Hasang era un seminarista coreano de 45 años de edad.  Murió mártir en la misma persecución en que murió San Andrés Kim Taegon. Entre los mártires del 1839 está Columba Kim, soltera de 26 años, y su hermana Agnes. Las arrestaron y las tiraron desnudas a una celda con criminales condenados. Aunque las tuvieron allí dos días, aquellos hombres no las molestaron. Después que Columba protestó por esa indignidad, ya no sometieron a otras mujeres a esa ignominia. A Columba la quemaron con herramientas calientes y carbones. Ambas fueron finalmente decapitadas. A un niño de 13 años, Pedro Ryou, le destrozaron la piel de tal manera que podía tomar pedazos de ella y tirarla a los jueces. Lo estrangularon. Protase Chong, un noble de 41 años de edad, apostató bajo tortura y lo liberaron, aunque más tarde volvió y confesó su fe y lo torturaron hasta la muerte, obteniendo así la gloriosa palma del martirio.

La multitud en la misa de canonización fue una de las más grandes que jamás se hayan reunido en la faz de la tierra, lo cual confirma el dicho de los Padres de la Iglesia: “La sangre de los mártires es semilla para nuevos cristianos”.

          Mensaje de santidad.

El mensaje de santidad de estos heroicos mártires está bien sintetizado por San Juan Pablo II, quien dijo lo siguiente en la ceremonia de canonización: “La Iglesia coreana es única porque fue fundada completamente por laicos. Esta Iglesia incipiente, tan joven y sin embargo tan fuerte en la fe, soportó hola tras hola de feroz persecución. De manera que en menos de un siglo podía gloriarse de tener 10.000 mártires. La muerte de estos mártires fue la levadura de la Iglesia y llevó al espléndido florecimiento actual de la Iglesia coreana. Todavía hoy, el espíritu inmortal de los mártires sostiene a los cristianos de la Iglesia del silencio en el norte de esta tierra trágicamente dividida”. El martirio de Kim Taegon y compañeros, nos demuestra que el poder y el Amor de Dios son infinitame más grandes que el odio diabólico y humano, manifestados en la persecución de la Iglesia, tanto de forma cruenta como incruenta y que, aunque el Demonio y los hombres impíos piensen que con la muerte física de los mártires de Cristo se da fin a la Iglesia Católica, la Iglesia, por medio de la sangre de sus hijos derramadas por amor a Cristo, crece sin cesar, estableciendo ya en la tierra, por la sangre de los mártires, una semilla, un germen, del Reino de los cielos, que no tiene fin.

 

 

jueves, 14 de septiembre de 2023

San Juan Crisóstomo

 



         Vida de santidad[1].

Juan Crisóstomo o Juan de Antioquía (Antioquía347-Comana Pontica14 de septiembre de 407) fue un clérigo cristiano eminente, patriarca de Constantinopla, considerado por la Iglesia católica uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia del Oriente. La Iglesia ortodoxa griega lo valora como uno de los más grandes teólogos y uno de los tres pilares de esa Iglesia, juntamente con Basilio el Grande y Gregorio Nacianceno. Por su formación intelectual y su origen, es el único de los grandes Padres orientales que procede de la Escuela de Antioquía.

Este Padre de la Iglesia fue famoso por sus discursos públicos y por su denuncia de los excesos de las autoridades imperiales y de la vida licenciosa del clero bizantino. Su enfrentamiento con la corte del emperador Arcadio y de su esposa Elia Eudoxia resultó en su destierro. Reinstalado en su sede episcopal temporalmente, fue por último depuesto y exiliado hasta su muerte. Un siglo después, Juan de Constantinopla recibió el título por el que le conoce la posteridad: Juan Crisóstomo. Ese término proviene del griego, chrysóstomos (χρυσόστομος), y significa ‘boca de oro’ (χρυσός: chrysós 'oro' y στόμα: stoma 'boca') en razón de su extraordinaria elocuencia que lo consagró como el máximo orador entre los Padres griegos.

         Mensaje de santidad[2].

         El mensaje de santidad que nos dejan San Juan Crisóstomo, entre otras cosas, es el siguiente, en el que en uno de sus escritos, nos insta a la penitencia. Podríamos preguntarnos: ¿por qué la penitencia? Y la respuesta es que, entre tantas cosas verdaderamente diabólicas que hace el hombre en nuestros días, está el genocidio silencioso de los niños por nacer. En nuestro país, Argentina, desde que el actual gobierno implantó la infame ley del aborto, se han asesinado unos 290.000 niños por nacer (doscientos noventa mil), lo cual es un verdadero genocidio, mientras que la totalidad de niños asesinados en el vientre de la madre, en el mundo entero, oscila entre cincuenta-cincuenta y cinco millones. ¿Cómo puede Dios Nuestro Señor, no estar iracundo frente a la destrucción de las obras de sus manos, como son los niños por nacer? Dios Uno y Trino está sumamente enojado con la humanidad perversa, pervertida y prevaricadora y la única que detiene la mano de Dios Hijo es la Virgen Santísima, por eso la Virgen nos advierte, en numerosas apariciones, muchas de ellas aprobadas por la Iglesia, como Fátima, Lourdes, La Salette, Akhita, que los hombres debemos hacer “Penitencia, penitencia, penitencia”. Éste es el sentido del mismo pedido que nos hace San Juan Crisóstomo, válido para sus días y mucho más para los nuestros.

         Así dice el santo: ¿Queréis que os recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.

El primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: Confiesa primero tus pecados, y serás justificado. Por eso dice el salmista: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues, quien condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre despierta y sea como tu acusador doméstico, y así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios.

Éste es un primer y óptimo camino de penitencia; hay también otro, no inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas. Porque si perdonáis a los demás sus culpas –dice el Señor–, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros.

¿Quieres conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.

Si deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la limosna: ella posee una grande y extraordinaria virtualidad.

También, si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado: De ello tienes un ejemplo en aquel publicano, que, si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus muchos pecados.

Te he recordado, pues, cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.

No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar aduciendo tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías deponer tu ira y mostrarte humilde, podrías orar asiduamente y confesar tus pecados; la pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero, ¿qué estoy diciendo? La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia que consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes —hablo de la limosna—, pues esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeñas monedas.

Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a usar de estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo”.

“Penitencia, penitencia, penitencia, oración, ayuno, limosna, humildad, vivir según la Ley de Dios, evitar el pecado”. Solo esto detendrá la Santa Ira de Dios sobre la humanidad.