San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 28 de diciembre de 2021

Fiesta de los Santos Inocentes

 



          La Iglesia celebra en este día la fiesta litúrgica llamada “de los Santos Inocentes”. La misma se originó en un hecho histórico, la matanza de niños menores de dos años de edad por orden del rey hebreo Herodes, quien en realidad quería matar al Niño Dios, a Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, nacido milagrosa y virginalmente en Belén. La razón de la orden de asesinato de los niños de parte de Herodes, es que el rey se había enterado del nacimiento de Jesús y sabía que Él era rey y por lo tanto, tenía temor de que el Niño de Belén le arrebatara su reinado y debido a que no sabía exactamente dónde ni quién era, para asegurarse de que iba a matarlo de alguna manera, es que ordena el asesinato, sin piedad, de todos los niños menores de dos años, que estuvieran en su reino.

          Los niños que fueron víctimas de la furia homicida de Herodes no sólo fueron víctimas, sino también mártires, porque fueron muertos por Cristo, porque en realidad, a quien querían matar es a Cristo, el Hijo de Dios. Porque fueron asesinados por el nombre de Cristo, es que estos niños, que aún no habían alcanzado el uso de razón, dieron testimonio de Cristo con sus vidas y por eso merecieron el honroso y glorioso título de “mártires”, con lo cual alcanzaron inmediatamente el Cielo. Es decir, se les privó injustamente de la vida terrena, pero por la Sangre de Cristo merecieron vivir para siempre en la alegría de la vida eterna, cantando alabanzas al Cordero para toda la eternidad. Los Santos Inocentes son mártires porque fueron asesinados por odio satánico contra Cristo Dios; es decir, no fueron asesinados solo por ser niños humanos, sino porque Dios se hizo imagen y semejanza del hombre en la Encarnación y nació como Niño humano, sin dejar de ser Dios. La intención última del asesinato de los niños por parte de Herodes era la de matar a Dios, si eso fuera posible, que había entrado en el mundo y en la historia como niño. Y así como en el Cielo fue el Demonio quien al rebelarse descargó su odio satánico contra la Trinidad, así en la tierra Herodes solo fue un instrumento humano, malvado, pero humano, en manos del Demonio, quien quería descargar su odio infernal contra Dios hecho Niño.

          Ahora bien, no debemos pensar que la matanza de los Santos Inocentes finalizó en la época del rey Herodes, porque el mismo odio satánico que se desencadenó a través de Herodes contra el Niño Dios, se sigue desencadenando en nuestros días, por medio de los nuevos herodes, los promotores del aborto y de la experimentación farmacológica con niños recién nacidos, como muestra del odio satánico contra Dios y su imagen, el ser humano.

jueves, 9 de diciembre de 2021

San Juan de la Cruz

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en Fontiveros, provincia de Ávila (España), hacia el año 1542. Pasados algunos años en la Orden de los carmelitas, fue, a instancias de santa Teresa de Ávila, el primero que, a partir de 1568, se declaró a favor de su reforma, por la que soportó innumerables sufrimientos y trabajos. Murió en Úbeda el año 1591, con gran fama de santidad y sabiduría, de las que dan testimonio precioso sus escritos espirituales.

         Mensaje de santidad.[2]

         San Juan de la Cruz era un santo místico, lo cual significa que, por la gracia de Dios, recibía una luz especial en relación a los misterios de la fe, que no la tenían quienes no poseían esa gracia. En otras palabras, la gracia lo hacía contemplar los misterios de la vida de Cristo tal como los ve Dios, lo cual resulta incomprensible a los hombres. Esta incomprensión se derivó en una persecución al santo, no desde fuera de la Iglesia, sino desde dentro mismo de la Iglesia y esa persecución fue la causa de que el santo fuera encerrado en una celda y que sufriera malos tratos, incluidos el frío, el hambre, la soledad, las amenazas y hasta los golpes físicos. El santo fue encerrado en una celda que tenía unos tres metros de largo por dos de ancho y la única ventana era tan pequeña y estaba tan alta, que el santo, para leer e1 oficio, tenía que ponerse de pie sobre un banquillo. Por orden de Jerónimo Tostado, vicario general de los carmelitas de España y consultor de la Inquisición, se le golpeó tan brutalmente, que conservó las cicatrices hasta la muerte. Lo que sufrió entonces San Juan coincide exactamente con las penas que describe Santa Teresa en la “Sexta Morada”: insultos, calumnias, dolores físicos, angustia espiritual y tentaciones de ceder. Por esta razón, tiempo después, el santo dijo: “No os extrañe que ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor cuando estuve preso en Toledo”. Los primeros poemas de San Juan que son como una voz que clama en el desierto, reflejan su estado de ánimo: “En dónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido. Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido”. En la víspera de la Asunción, el prior Maldonado entró en aquella celda que despedía un olor pestilente bajo el tórrido calor del verano y le dio un puntapié al santo, que se hallaba recostado, para anunciarle su visita. San Juan le pidió perdón, pues la debilidad le había impedido levantarse en cuanto lo vio entrar. “Parecíais absorto. ¿En qué pensabais?”, le dijo Maldonado. “Pensaba yo en que mañana es fiesta de Nuestra Señora y sería una gran felicidad poder celebrar la misa”, replicó Juan. “No lo haréis mientras yo sea superior”, repuso Maldonado. En la noche del día de la Asunción, la Santísima Virgen se apareció a su afligido siervo, y le dijo: 2Sé paciente, hijo mío; pronto terminará esta Prueba”.

Algunos días más tarde se le apareció de nuevo y le mostró, en visión, una ventana que daba sobre el Tajo: “Por ahí saldrás y yo te ayudaré”. En efecto, a los nueve meses de prisión, se concedió al santo la gracia de hacer unos minutos de ejercicio. Juan recorrió el edificio en busca de la ventana que había visto. En cuanto la hubo reconocido, volvió a su celda. Para entonces ya había comenzado a aflojar las bisagras de la puerta. Esa misma noche consiguió abrir la puerta y se descolgó por una cuerda que había fabricado con sábanas y vestidos. Los dos frailes que dormían cerca de la ventana no le vieron. Como la cuerda era demasiado corta, San Juan tuvo que dejarse caer a lo largo de la muralla hasta la orilla del río, aunque felizmente no se hizo daño. Inmediatamente, siguió a un perro que se metió en un patio. En esa forma consiguió escapar. Dadas las circunstancias, su fuga fue un milagro.

Esta experiencia de sufrimiento, incomprensión, calumnias, persecución injusta, que sufrió San Juan de la Cruz, nos enseña que, por un lado, el santo no permitió que todas estas cosas malas lo apartaran del Amor de Cristo, puesto que siempre se mantuvo fiel a la verdadera fe católica; por otro lado, nos enseña que el seguimiento de Cristo implica todo esto -sufrimiento, incomprensión, calumnias, persecución injusta- porque todo esto lo sufrió Cristo y si un discípulo quiere seguir a su maestro, en este caso Cristo, debe estar dispuesto a seguirlo incluso hasta la muerte de cruz, porque Cristo murió en la cruz. San Juan nos enseña que en el seguimiento de Cristo está implícita la muerte de cruz, porque solo por la muerte en la cruz –física y espiritualmente hablando- se puede llegar al Reino de Dios.

viernes, 3 de diciembre de 2021

San Ambrosio

 



         Vida de santidad[1].

         Memoria de san Ambrosio, obispo de Milán, y doctor de la Iglesia, que descansó en el Señor el día cuatro de abril, fecha que en aquel año coincidía con la vigilia pascual, pero que se le venera en el día de hoy, en el cual, siendo aún catecúmeno, fue escogido para gobernar aquella célebre sede, mientras desempeñaba el oficio de Prefecto de la ciudad. Verdadero pastor y doctor de los fieles, ejerció preferentemente la caridad para con todos, defendió valerosamente la libertad de la Iglesia y la recta doctrina de la fe en contra de los arrianos, y catequizó el pueblo con los comentarios y la composición de himnos. († 397).

         Mensaje de santidad.

         Puesto que San Ambrosio se destacó en la lucha contra el arrianismo, es necesario recordar en qué consiste esta doctrina herética, para así valorar la recta doctrina católica, defendida por San Ambrosio. El arrianismo tomó su nombre de Arrio (256-336) sacerdote de Alejandría y después obispo libio, quien desde el 318 propagó la idea de que no hay tres personas en Dios sino una sola persona, el Padre. Según este hereje, Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por éste de la nada como punto de apoyo para su Plan. El Hijo es, por lo tanto, criatura y el ser del Hijo tiene un principio; ha habido, por lo tanto, un tiempo en que él no existía, a diferencia de Dios, que Es desde la eternidad. Al sostener esta teoría, negaba la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad: para Arrio, Cristo no es Dios. A Jesús se le puede llamar Dios, pero solo como una extensión del lenguaje, por su relación íntima con Dios[2], como si fuera una creatura a la cual Dios acompaña de modo especial con sus obras, pero que no es Dios, lo cual es un gravísimo error. Arrio admitía la existencia del Dios Uno, único, eterno e incomunicable; el Verbo, Cristo, no divino sino pura creatura, aunque más excelsa que todas las otras y escogido como intermediario en la creación y la redención del mundo. Aunque Arrio se ocupó principalmente de despojar de la divinidad a Jesucristo, hizo lo mismo con el Espíritu Santo, que igualmente lo percibía como creatura, e incluso inferior al Verbo[3].

Ahora bien, esta doctrina herética de Arrio, que niega la divinidad de Jesucristo, tiene una incidencia directa en la doctrina eucarística: si Cristo es Dios, entonces la Eucaristía es Cristo Dios oculto en apariencia de pan, tal como lo sostiene la fe católica, pero si Cristo no es Dios, como lo sostiene el hereje Arrio, entonces la Eucaristía no es Cristo Dios y por lo tanto no debe ser adorada, sino tratada simplemente como un trozo de pan bendecido en una ceremonia religiosa. Como católicos, debemos siempre afirmar, aun a costa de la vida, que Cristo es Dios y está en Persona en la Eucaristía.

viernes, 26 de noviembre de 2021

San Francisco Javier

 



         Vida de santidad[1].

         Nació en el castillo de Javier (Navarra) el año 1506. Cuando estudiaba en París, se unió al grupo de san Ignacio. Fue ordenado sacerdote en Roma el año 1537, y se dedicó a obras de caridad. El año 1541 marchó al Oriente. Evangelizó incansablemente la India y el Japón durante diez años, y convirtió muchos a la fe. Murió el año 1552 en la isla de Sanchón Sancián, a las puertas de China

         Mensaje de santidad.

         Un pensamiento de San Francisco Javier, originado en la apatía de los malos cristianos, nos deja entrever parte de su mensaje de santidad[2]. Sucedió que estando San Francisco Javier cerca de su lugar de misión, debía trasladarse a una isla, en donde había una gran población a la cual evangelizar, pero no encontraba ningún barco con el cual trasladarse; entonces dijo: “Si no encuentro una barca iré nadando”. No lo desanimaban los obstáculos físicos, pero sí le causaba cierto desaliento el comprobar la indiferencia y la apatía de los cristianos ante la necesidad de evangelizar y por eso dijo: “Si en esas islas hubiera minas de oro, los cristianos se precipitarían allá. Pero no hay sino almas para salvar”. Con esta frase, nos dice mucho acerca de su santidad: por un lado, deseaba con todo su ser anunciar a la mayor cantidad de prójimos posibles, que tenían un alma para salvar, que tenían un Dios que había dado su vida en la cruz para salvarlos; que para salvarse debían adorar a ese Dios, llamado Jesucristo y que ese  Dios estaba en la cruz y además estaba en persona, glorioso, en la Eucaristía; deseaba contar a todos la gran noticia de que había un Dios para adorar y que ese Dios estaba en Persona, oculto, en la Sagrada Eucaristía. Pero también se daba cuenta que los mismos cristianos, que debían arder de amor al Cristo Eucarístico, mostraban más interés por los bienes materiales, que por dar a conocer al Dios de la Eucaristía. Al recordar al santo en su día, le pidamos que interceda para que nuestros corazones se enciendan en el amor a Jesús Eucaristía y que llevados por ese amor, proclamemos al mundo que debe adorar al Dios del sagrario, Jesús de Nazareth.

jueves, 25 de noviembre de 2021

San Andrés, Apóstol

 



         Vida de santidad[1].

         San Andrés era natural de Betsaida, hermano de Pedro y pescador como él. Fue el primero de los discípulos de Juan el Bautista a quien llamó el Señor Jesús junto al Jordán y que le siguió, trayendo consigo a su hermano. La tradición dice que, después de Pentecostés, predicó el Evangelio en la región de Acaya, en Grecia, y que fue crucificado en Patrás.

         Mensaje de santidad.

         Parte de su mensaje de santidad está en sus palabras dirigidas a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías”. Es decir, Andrés encuentra a Jesús, llevado por el Bautista y una vez que lo encuentra, va a comunicar la noticia del hallazgo del Mesías a su hermano Simón; San Andrés no se queda egoístamente con la noticia de que lo encontrado para él solo, quiere compartir la alegría de haber encontrado al Redentor, al Hombre-Dios, con todos, empezando con su prójimo. Por eso dice el Evangelio: “Y lo llevó a Jesús”. Esta actitud de Andrés, de seguir a Jesús luego de que el Bautista lo señalara como al “Cordero de Dios” y luego de estar con Jesús, para después comunicar a los demás que ha encontrado al Mesías, es el ejemplo de lo que todo cristiano debe hacer: encontrar a Jesús, estar con Él, recibir el Amor de su Sagrado Corazón y luego llevar a nuestros hermanos al encuentro con Jesús, para que ellos también lo conozcan, lo amen y lo adoren. En nuestro caso, quien nos dice que Jesús es el Cordero de Dios y está en el sagrario es la Iglesia, porque luego de la transubstanciación, el sacerdote eleva la Eucaristía y dice: “Éste es el Cordero de Dios”; luego de saber que la Eucaristía es Jesús, el Cordero de Dios, el cristiano debe acudir a adorar a Jesús en el sagrario, en donde recibirá el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Por último, el cristiano, inflamado en el Amor de Jesús Eucaristía, hará apostolado para que su prójimo inicie el camino de la conversión eucarística, el camino que lo conduce a conocer, amar y adorar al Cordero de Dios, Jesús Eucaristía. Ése es el legado de santidad que nos deja San Andrés Apóstol.

viernes, 19 de noviembre de 2021

San Expedito vence al Demonio con la fuerza de la Santa Cruz

 



         San Expedito, que era un soldado romano pagano, recibió en un momento de su vida una gracia muy especial, la gracia de conocer al Salvador y Redentor de los hombres, el Hombre-Dios Jesucristo. Sin embargo, en el mismo momento en que recibió esta gracia y antes de que San Expedito respondiera libremente al don concedido por Dios, se le apareció el Demonio, bajo la forma de un cuervo negro, para tentarlo y así convencerlo de que no se convirtiera a Jesucristo y continuara en las tinieblas del paganismo, del ocultismo, del pecado y de la ignorancia. Satanás se le aparece a San Expedito para tentarlo con una tentación exactamente opuesta a la gracia que había recibido: si San Expedito había recibido la gracia de conocer a Jesús para abandonar inmediatamente la vida de pagano y de oscuridad en la que vivía, el Demonio lo tentaba con lo opuesto, es decir, dejar de lado a Jesús y continuar en el paganismo, postergando la conversión para “mañana” y es por eso que comienza a revolotear alrededor del santo diciendo “mañana, mañana”. Como toda tentación, es engañosa y se presenta con apariencia de bien: lo que el Demonio quería era que San Expedito dijera: “Bueno, sí voy a seguir a Cristo, pero no hoy, sino mañana; voy a postergar mi conversión para mañana, mientras tanto, voy a seguir siendo pagano, voy a seguir consultando a los brujos, voy a seguir dejándome dominar por las pasiones. Total, mañana me convierto y listo”. Pero esto es engañoso, porque no estamos seguros si hemos de vivir no ya mañana, sino ni siquiera en unos minutos, por lo tanto, si San Expedito cedía a la tentación del Demonio, corría el grave de riesgo de no convertirse nunca. San Expedito se encontraba ante una encrucijada, en la que debía elegir, o la gracia de aceptar a Cristo, o dejarse seducir por la tentación que le ofrecía el Demonio.

         Pero San Expedito no se dejó seducir por el Demonio y levantando la Santa Cruz de Jesús en lo alto, dijo: “¡Hoy! ¡Hoy me convierto a Jesucristo! ¡Hoy dejo la vida de pagano, la vida de hijo de las tinieblas, para convertirme en cristiano y en hijo de Dios por la gracia! ¡Hoy dejo de cumplir los mandamientos del Demonio, para empezar a cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios! ¡Hoy y no mañana comienzo a ser adorar del Hombre-Dios Jesucristo!”. Y diciendo esto y levantando en alto la Santa Cruz de Jesús, aplastó la cabeza del Demonio que seguía bajo la forma de un cuervo e inadvertidamente se había acercado lo suficiente hasta San Expedito, como para ser alcanzado por sus pies. Lo que nos enseña San Expedito es que si nosotros enfrentamos al Demonio por nosotros mismos, seremos vencidos indefectiblemente, pero si lo enfrentamos armados con la Santa Cruz de Jesús, entonces es el Demonio el que sale derrotado completamente, porque Jesús, que es Dios, lo vence con su Sangre Preciosísima.

jueves, 18 de noviembre de 2021

Santa Isabel de Hungría

 



         Vida de santidad[1].

         Hija de Andrés, rey de Hungría, nació el año 1207; siendo muy joven, fue dada en matrimonio a Luis, landgrave de Turingia, del que tuvo tres hijos. Vivía entregada a la meditación de las cosas celestiales y, después de la muerte de su esposo, abrazó la pobreza y erigió un hospital en el que ella misma servía a los enfermos. Murió en Marburgo el año 1231.

         Mensaje de santidad[2].

         El director espiritual de Santa Isabel de Hungría, el padre Conrado de Marburgo, nos deja una semblanza de la vida de la santa en una carta dirigida al Sumo Pontífice, en el año 1232, en la que afirma que Santa Isabel “reconoció y amó a Cristo en la persona de los pobres”. Desde un inicio, esta carta nos señala que el centro y el corazón del Evangelio no son los pobres, sino Cristo, el Hombre-Dios, porque Santa Isabel se santificó obrando la misericordia corporal y espiritual con los pobres, pero no por los pobres en sí mismos, que en cuanto tales no dejan de ser seres humanos, sino porque vio, espiritualmente hablando, a Nuestro Señor Jesucristo en ellos, misteriosa pero realmente presente en ellos. Esto es muy importante considerar, porque existe una tendencia que interpreta erróneamente el sentido de la Revelación de Jesucristo al desplazar el eje y el centro del Evangelio, de Jesucristo, a los pobres, convirtiendo a los pobres materiales en salvadores del mundo y a la pobreza material en una especie de estado de redención, lo cual es un error sumamente peligroso, porque ni los pobres son buenos por ser pobres, ni la pobreza es signo de salvación: el Único Redentor y Salvador de la humanidad es el Hombre-Dios Jesucristo, quien nos concede su gracia, la gracia santificante, a través de la cual nos redime, quitándonos el pecado –la verdadera pobreza espiritual- y concediéndonos la participación en la vida de la Santísima Trinidad –que es la verdadera riqueza espiritual-.

         Una vez aclarado este punto acerca de los pobres y la pobreza, los cuales tienen que ser considerados bajo una perspectiva cristiana, para no caer en el reduccionismo materialista propio del marxismo y del comunismo, consideremos el legado de santidad de Santa Isabel de Hungría, según las palabras de su director espiritual.

         Dice así el padre Conrado de Marburgo, en la carta que le escribe al Papa en el año 1232: “Pronto Isabel comenzó a destacar por sus virtudes, y, así como durante toda su vida había sido consuelo de los pobres, comenzó luego a ser plenamente remedio de los hambrientos. Mandó construir un hospital cerca de uno de sus castillos y acogió en él gran cantidad de enfermos e inválidos; a todos los que allí acudían en demanda de limosna les otorgaba ampliamente el beneficio su caridad, y no sólo allí, sino también en todos los lugares sujetos a la jurisdicción de su marido, llegando a agotar de tal modo todas las rentas provenientes de los cuatro principados de éste, que se vio obligada finalmente a vender en favor de los pobres todas las joyas y vestidos lujosos”. Aquí, su director espiritual testimonia cómo la santa vivió a la perfección el mandato de Jesús de obrar la misericordia –“Lo que habéis hecho con uno de estos pequeños, Conmigo lo habéis hecho”-, no solo construyendo hospitales, con lo cual cuidaba de los enfermos, sino también dando de comer a los hambrientos, cumpliendo así otra obra de misericordia y para ello, no dudó en vender todas sus joyas e incluso hasta sus vestidos más lujosos. Continúa luego Conrado de Marburgo: “Tenía la costumbre de visitar personalmente a todos sus enfermos, dos veces al día, por la mañana y por la tarde, curando también personalmente a los más repugnantes, a los cuales daba de comer, les hacía la cama, los cargaba sobre sí y ejercía con ellos muchos otros deberes de humanidad; y su esposo, de grata memoria, no veía con malos ojos todas estas cosas. Finalmente, al morir su esposo, ella, aspirando a la máxima perfección, me pidió con lágrimas abundantes que le permitiese ir a mendigar de puerta en puerta”. Santa Isabel no se contentaba con mandar a construir albergues y hospitales, sino que ella misma en persona acudía a curar a los enfermos y sanar sus heridas y lo hacía no por filantropía, sino por amor a Cristo, a quien veía misteriosa pero realmente presente en los más necesitados.

         Dice luego así su director espiritual: “En el mismo día del Viernes santo, mientras estaban denudados los altares, puestas las manos sobre el altar de una capilla de su ciudad, en la que había establecido frailes menores, estando presentes algunas personas, renunció a su propia voluntad, a todas las pompas del mundo y a todas las cosas que el Salvador, en el Evangelio, aconsejó abandonar. Después de esto, viendo que podía ser absorbida por la agitación del mundo y por la gloria mundana de aquel territorio en el que, en vida de su marido, había vivido rodeada de boato, me siguió hasta Marburgo, aun en contra de mi voluntad: allí, en la ciudad, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y despreciados”. La santa renuncia voluntariamente a todos los bienes materiales, pero también a todos los honores humanos que podría recibir por sus actividades en favor de los más necesitados, porque en su corazón resonaban las palabras de las Escrituras: “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”. Continúa Conrado: “Afirmo ante Dios que raramente he visto una mujer que a una actividad tan intensa juntara una vida tan contemplativa, ya que algunos religiosos y religiosas vieron más de una vez cómo, al volver de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía de un modo admirable y de sus ojos salían como unos rayos de sol”. La actividad apostólica y evangelizadora de la santa tenía como fundamento una intensa vida espiritual, basada en la oración, en la contemplación y en la meditación de las verdades eternas del Evangelio y eso le concedía una sobrenatural hermosura. Luego, el Padre Conrado revela cuánto desapego tenía la santa a los bienes de esta vida y cómo deseaba desprenderse de todos ellos, para así ganar el verdadero bien, la vida eterna en el Reino de los cielos,: “Antes de su muerte, la oí en confesión, y, al preguntarle cómo había de disponer de sus bienes y de su ajuar, respondió que hacía ya mucho tiempo que pertenecía a los pobres todo lo que figuraba como suyo, y me pidió que se lo repartiera todo, a excepción de la pobre túnica que vestía y con la que quería ser sepultada. Recibió luego el cuerpo del Señor y después estuvo hablando, hasta la tarde, de las cosas buenas que había oído en la predicación: finalmente, habiendo encomendado a Dios con gran devoción a todos los que la asistían, expiró como quien se duerme plácidamente”. Al meditar en su vida, le pidamos a Santa Isabel de Hungría que interceda por nosotros para que seamos capaces no solo de desprendernos de los bienes materiales, sino de desear la vida eterna en el Reino de los cielos, para alegrarnos para siempre en la contemplación de la Trinidad y del Cordero, junto a la Virgen, a los ángeles y a los santos de Dios Trino.

        

 



[2] De una carta escrita al Papa por Conrado de Marburgo, director espiritual de santa Isabel; cfr. https://www.corazones.org/biblia_y_liturgia/oficio_lectura/fechas/noviembre_17.htm

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Santos Mártires Rioplatenses


 


         Los santos Roque González, Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo, sacerdotes jesuitas, alcanzaron el Cielo por haber sido asesinados por el Nombre de Cristo. Ellos habían llegado al actual Paraguay y comenzaron a predicar el Evangelio a los paganos, a los que no conocían a Cristo. Predicar el Evangelio quiere decir, en concreto, que les enseñaron a los habitantes de estas tierras que Cristo era el Verdadero y Único Dios, que está en la Eucaristía y en el Cielo, que murió en la cruz para salvarnos del Infierno y para conducirnos al Reino de Dios y que para eso debían abandonar sus ídolos paganos, porque sus ídolos paganos eran demonios y que debían comenzar a adorar al Hombre-Dios Jesucristo; la Evangelización significa que les dijeron que debían abandonar sus vidas paganas, caracterizadas por el dominio tiránico de las pasiones, lo que explica que el pagano viva según las pasiones descontroladas y no según la razón; es lo que explica que se abandonen a la ira, a la venganza, a la codicia, a la violencia, a la lujuria, a la idolatría de los fetiches paganos, al alcoholismo, a la poligamia y, en definitiva, a todo lo que contraría a la Ley de Dios.

         Por un tiempo, los santos mártires tuvieron éxito en su prédica y así lograron convertir a Jesucristo a muchos paganos que así dejaron de adorar a sus ídolos.

         Sin embargo, si a los santos los envía y acompaña Nuestro Señor Jesucristo y también la Madre de Dios, María Santísima, a los paganos y hombres malos los dominan Satanás y los ángeles caídos y es así que, guiados por estos ángeles caídos y enceguecidos por su perversidad y su odio a Dios y sus elegidos, muchos de los que no se habían querido convertir, rechazaron la Cruz y la salvación de Jesucristo porque deseaban continuar con sus vidas de paganos y con sus ídolos; fue así que estos paganos, resistiéndose a la iluminación de la Luz Eterna Jesucristo y prefiriendo las tinieblas del Príncipe de las tinieblas, Satanás, dieron muerte cruenta a los santos mártires rioplatenses.

         Aprendamos de los santos mártires, que dieron sus vidas para cumplir las palabras de Jesús: “Id y predicado el Evangelio a todas las naciones y bautizadlos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” y según nuestro estado de vida, procuremos llevar una vida santa en el seguimiento de Cristo y sus Mandamientos, que es la mejor forma de evangelizar en un mundo mucho peor que el que encontraron los santos mártires rioplatenses, porque es un mundo dominado en su casi totalidad por el Príncipe de las tinieblas, Satanás.

jueves, 4 de noviembre de 2021

San Carlos Borromeo

 



         Mensaje de santidad[1].

         San Carlos Borromeo fue obispo de Milán y luego nombrado cardenal por el papa Pío IV, se caracterizó por ser un verdadero pastor fiel, preocupado por las necesidades de la Iglesia de su tiempo, que son las necesidades de la Iglesia de todos los tiempos, la conversión de los pecadores y la salvación de las almas y para la formación del clero erigió numerosos seminarios, a fin de dar pastores según el Corazón de Cristo para las almas; además, visitó muchas veces toda su diócesis con el fin de mantener siempre vivas las tradiciones, las virtudes y la fe católica.

         Vida de santidad.

San Carlos Borromeo se caracterizó, como obispo, por visitar a toda su diócesis, a todas sus parroquias, para estar en contacto con sus sacerdotes y con los fieles laicos. Su diócesis comprendía una vasta porción de territorio, pero eso no fue un inconveniente para que el santo obispo la visitara y recorriera en toda su extensión, lo cual daba fe de celo por preservar intacta la verdadera fe católica, para que no sufriera contaminación con ideas extrañas, además de su gran amor por las almas, por su conversión y su salvación. En su escudo episcopal llevaba un lema de una sola palabra: “Humilitas”, humildad; no se trataba de un simple detalle heráldico, sino una elección precisa: atento al Evangelio, el santo obispo era consciente que la humildad era la virtud, junto a la caridad, que más distinguía la Hombre-Dios Jesucristo, al punto de ser la virtud expresamente pedida por Él en el Evangelio: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón” y como deseaba imitar a Cristo, deseaba imitarlo en aquello que más lo caracterizaba, la humildad, que nace de la caridad, del amor sobrenatural a Dios y al prójimo. Así, él, que era de cuna noble y que por herencia familiar poseía una gran riqueza, no dudaba en privarse de todos los lujos para emprender largos y fatigosos viajes, con tal de estar en contacto con los fieles laicos y así asistirlos en sus tribulaciones y confortarlos con los auxilios de la Santa Religión. Fue llamado “padre de los pobres”, y lo fue en el pleno sentido de la palabra, porque se preocupaba tanto de los pobres materiales, como de los pobres espirituales, aquellos que lo tienen todo materialmente hablando, pero que son pobres espirituales porque necesitan de la riqueza inagotable de la Palabra de Dios. Utilizó todos sus bienes en la construcción de hospitales y hospicios, para ocuparse de los pobres materiales y también para construir casas de formación para el clero, para así ocuparse de los pobres espirituales, que no tenían la riqueza de la gracia que conceden los Santos Sacramentos, sobre todo la Sagrada Eucaristía. Además, en una época caracterizada por el surgimiento de doctrinas extrañas que contradecían y negaban las verdades fundamentales de la Santa Fe Católica, San Carlos Borromeo se comprometió en llevar adelante las reformas sugeridas por el gran Concilio de Trento, Concilio que no solo fue un dique de contención para las grandes herejías modernistas que pretendían destruir la esencia de la Fe Católica, sino del que además fue uno de los principales interventores y redactores. Este Concilio serviría, hasta el día de hoy, para no solo frenar las numerosas herejías de todos los tiempos, sino para reavivar la verdadera Fe Católica en el pueblo fiel. El santo obispo se preocupaba por la formación humana, académica y espiritual del clero y de los religiosos, porque sabía que si los sacerdotes eran santos, el pueblo también sería santo, devoto, fiel y amante de Jesús Eucaristía y de la Virgen, Madre de Dios, y por eso llevó adelante numerosas reformas dirigidas en este sentido, aunque esto le acarreó numerosos enemigos, incluso dentro del clero, llegando a ser blanco de un atentado contra su vida mientras rezaba en la capilla, saliendo ileso del mismo y perdonando cristianamente a quienes lo habían agredido. En el año 1756 se desencadenó una gran epidemia en su diócesis, pero esto no detuvo su ánimo misional, por lo que a pesar de la pandemia, siguió visitando su diócesis como lo hacía desde que había asumido el cargo de obispo. Murió el 3 de noviembre de 1584 y fue canonizado en 1610 por el Papa Pablo V.

martes, 2 de noviembre de 2021

El ejemplo que nos brinda San Expedito

 



         Un ejemplo de santidad que nos da San Expedito es en su enfrentamiento y lucha contra el mal, mal que no es una entidad difusa y abstracta, sino una persona angélica, que en cuanto persona tiene inteligencia y voluntad, el Demonio, el Ángel caído.  El ejemplo de San Expedito consiste en lo siguiente: el momento de su vida en el que recibe la gracia de la conversión, es el momento en el que también debe enfrentarse al mal que, como decíamos, no es un concepto abstracto sino que, según la fe católica, es una persona, un ser angélico, el Príncipe de las tinieblas, Satanás. Es decir, es un ser real, un ángel de la oscuridad, que habita en el Infierno y también en el corazón de los que obran el mal y se consagran a él –así como hay cristianos que se consagran a los Sagrados Corazones de Jesús y María, así hay blasfemos que se “consagran” al Demonio-. En el caso de San Expedito, el  Demonio se le presenta como un cuervo negro y trata de tentarlo con un pecado opuesto a la gracia que el santo había recibido: a la gracia de la conversión inmediata, el Demonio lo tienta con el pecado de la pereza espiritual o acedia, por medio del cual habría de posponer la conversión para otro día, para “mañana”.   San Expedito enfrenta al mal y lo vence, pero no con sus propias fuerzas, sino con la fuerza divina que emana de la Santa Cruz de Jesús, a la cual el santo poseía entre sus manos: ante la tentación, el santo eleva la Santa Cruz de Jesús y aceptando de corazón a Jesús como Rey, proclama en voz alta que elige a Jesús y su gracia hoy y no “mañana”, como le proponía el Demonio. Es este entonces el ejemplo de santidad que nos deja San Expedito.

         Hoy el mal –el mal personificado, el Demonio- nos acecha bajo diversas formas: a través de ideologías anticristianas –como la ideología de género o la ideología LGBT-; a través del materialismo y también a través de religiones falsas y de sectas ocultistas y satanistas. Muchas veces el cristiano se deja tentar por el Demonio y ante el surgimiento de una prueba o de una tribulación, acude a pedir ayuda a quien no debe, a los servidores, esclavos y adoradores de Satanás, esto es, los brujos, los curanderos, los chamanes, con lo cual, además de ofender gravemente a Dios, agravan el problema ya existente. Sigamos el ejemplo de santidad que nos brinda San Expedito y, con la ayuda de la Virgen, alcemos en alto la Santa Cruz de Jesús y proclamemos a Jesús como al Rey de nuestros corazones y así podremos estar en paz y superar, con la gracia de Dios, cualquier prueba y tribulación.

jueves, 28 de octubre de 2021

San Judas contra los herejes e impíos

 



         La Carta de San Judas, en el Nuevo Testamento, es una de las más cortas; sin embargo, es también una de las más severas en lo que respecta al desvío intencional en las verdades y dogmas de la Santa Fe Católica, al advertir con firmeza acerca de herejes e impíos surgidos en el seno de la misma Iglesia. En efecto, San Judas advierte acerca de “los impíos que hacen de la gracia de nuestro Dios un pretexto para su libertinaje y niegan a nuestro único Dueño y Señor, Cristo Jesús”. Los impíos son los faltos de piedad, de amor y de adoración hacia Dios Nuestro Señor Jesucristo; son los que usan el nombre de católicos para llevar a cabo sus vilezas y abominaciones y esto sucede en el seno mismo de la Iglesia, porque así lo dice San Judas: “Se han deslizado entre ustedes ciertos hombres a los que Dios, de antemano reserva su condenación” (1, 4). Claro ejemplo de quienes usan el nombre de católicos, pero solo para cometer sus vilezas, son el Presidente de EE.UU., Biden y el Presidente de Argentina, Alberto Fernández, impulsores demoníacos del genocidio del aborto. Sin embargo, pueden promover todo el aborto que quieran, pero del Eterno Juez no se salvarán: de Dios nadie se burla. El destino de los impíos, de los faltos de piedad y de amor hacia Dios, es la eterna condenación. Luego hace un repaso de cómo Dios dio muerte a aquellos que, perteneciendo al Pueblo Elegido, sin embargo se mostraron incrédulos ante el verdadero Dios y decidieron postrarse ante los ídolos paganos: “Quiero recordarles que el Señor salvó a su pueblo del país de Egipto; y después dio muerte a los de entre ellos fueron incrédulos”. Después nombra a los ángeles caídos, los demonios, quienes fueron expulsados del Cielo por su rebelión contra Dios: “Hizo lo mismo (Dios) con los ángeles que no conservaron su domicilio, sino que abandonaron el lugar que les correspondía: Dios los encerró en cárceles eternas, en el fondo de las tinieblas, hasta que llegue el gran día del Juicio” (1, 5). Dios no perdona la impiedad, ni a los hombres, ni a los ángeles, nos advierte San Judas Tadeo.         Luego nombra a los habitantes de Sodoma y Gomorra, quienes también sufrieron la Ira de Dios, por atentar contra la naturaleza, creada por el mismo Dios: “Lo mismo que Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas que también se prostituyeron dejándose atraer por uniones contra la naturaleza, se ponen como ejemplo al padecer el castigo del fuego eterno” (1, 7).

         También da un consejo a los cristianos que desean vivir según la Ley de Dios, que se aparten de los hombres que sólo buscan su propio deseo carnal e impuro: “Ustedes, amadísimos, recuerden lo que anunciaron los apóstoles de Cristo Jesús nuestro Señor. Ellos les decían: Al fin de los tiempos habrá hombres que se burlarán de las cosas sagradas y vivirán según sus deseos impuros”. Esta clase de hombres, dice San Judas Tadeo, “no tienen al Espíritu Santo”: “Aquí tienen a hombres que causan divisiones, hombres terrenales que no tienen el Espíritu Santo”. El cristiano debe vivir orando en el Amor de Dios, el Espíritu Santo y así debe permanecer, esperando que Jesús lo lleve a la vida eterna: “En cambio ustedes, muy amados, construyan su vida sobre las bases de su santísima fe, orando en el Espíritu Santo. Manténganse en el amor de Dios, esperando la misericordia de Cristo Jesús nuestro Señor, que los llevará a la vida eterna”. El cristiano no debe permanecer callado, sino que debe “tratar de convencer a los que dudan”, para que así se salven de la eterna condenación, pero deben tener mucho cuidado de no participar de su pecado: “sálvenlos, arrancándolos de la condenación; a los demás trátenlos con compasión, pero con prudencia, aborreciendo hasta las ropas contaminadas por su cuerpo”.

         Por último, revela a quién debe ser dado todo el honor, el poder y la gloria: al Dios Uno y Trino, que nos salva por medio de Nuestro Señor Jesucristo: “Al Dios único que los puede preservar de todo pecado y presentarlos alegres y sin mancha ante su propia gloria, al único Dios que nos salva por medio de Cristo Jesús nuestro Señor, a él Gloria, Honor, Fuerza y Poder desde antes de todos los tempos, ahora y por todos los siglos de los siglos. Amén (1, 17-25)”.

viernes, 8 de octubre de 2021

Santa Teresa de Jesús

 



         Puede suceder, entre los cristianos, que se tenga un miedo irracional hacia el Demonio, cuando esto no debería suceder así, como nos enseña Santa Teresa. Es verdad que el Demonio provoca terror, horror, espanto, si el alma se encuentra con él cara a cara, pero esto sucede cuando el alma no está con Dios y la Santa Cruz, porque cuando el cristiano se aferra a la Cruz, en donde está el Hijo de Dios crucificado, es el Demonio el que experimenta el terror y el espanto, como cuando una fiera salvaje es acorralada por el cazador contra el fondo de su cueva. Precisamente, contra los miedos injustificados al demonio, reflexionaremos acerca de una página de Santa Teresa de Ávila, tomada de su Vida (capítulo 25, 20-22)[1], en la que nos hace ver cómo es el Demonio el que teme a la Cruz y porqué el cristiano debe aferrarse a la Cruz, para dejar de temer al Demonio y, con la fuerza de la Cruz, vencerlo.

Dice así la santa: “Pues si este Señor es Poderoso, como veo que lo es, y sé que lo es, y que con sus esclavos los demonios – y de ello no hay que dudar, pues es fe -, siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué mal me pueden ellos hacer a mí? ¿Por qué no he de tener yo fortaleza para combatirme con todo el infierno?”. Santa Teresa se refiere a Jesús como “Señor Poderoso”, que tiene a los demonios como “esclavos”; por lo tanto, si alguien es siervo de este “Señor y Rey”, como lo debe ser todo cristiano, entonces esa alma tendrá toda la fortaleza divina que proviene de la Santa Cruz para combatir no sólo al Demonio, sino a todo el Infierno.

Luego continúa: “Tomaba una cruz en la mano y parecía verdaderamente darme Dios ánimo, que yo vi otra en breve tiempo, que no temiera tomarme con ellos a brazos, que me parecía fácilmente con aquella cruz los venciera a todos; y así dije: – Ahora venid todos, que siendo sierva del Señor, yo quiero ver qué me podéis hacer”. Afirma Santa Teresa que antes, cuando no tenía la Santa Cruz, le tenía miedo a los demonios pero que ahora, teniendo ella la Santa Cruz en la mano, Dios le daba ánimo, le daba fuerzas y ahora le parecía que con la Santa Cruz no sólo no les temía, sino que le parecía que podía vencerlos a todos.

Al recordarla en su día, le pidamos a esta gran santa de la Iglesia Católica, una de las más grandes que ha tenido la Iglesia en su historia, que interceda por nosotros, para que aferrados a la Santa Cruz, salgamos victoriosos en la lucha espiritual contra las “potestades de los aires”.

martes, 5 de octubre de 2021

Santa Faustina Kowalska y su experiencia mística del Infierno

 



Si se considera superficialmente la devoción de Jesús Misericordioso, podemos formarnos una idea equivocada acerca de la Misericordia Divina; podemos pensar que, sin importar qué vida llevemos aquí, si una vida de santidad y gracia o una vida de pecado, iremos todos al Cielo; podemos pensar que Dios es tan misericordioso, que ha cerrado las puertas del Infierno y que el Infierno está vacío; incluso muchos llegan a pensar que hasta el mismo Diablo será perdonado al fin de los tiempos y que por eso el Infierno está vacío. Nada más lejos de la realidad: Dios es infinita Misericordia, es verdad, pero también es infinita Justicia y si alguien, por libre voluntad, decide morir en estado de pecado mortal, se condena irremediablemente en los lagos de fuego del Infierno.

A causa de esta mala comprensión acerca de la Misericordia y de la Justicia Divinas, hay muchos, entre los católicos, que creen que el Infierno no existe. Otros creen que sí existe, pero que sólo están los ángeles caídos, que ya las personas no van allí, sosteniendo que Dios es bueno, puro y lleno de amor; pero como dijimos, esas personas se olvidan de que Dios también es infinitamente justo. También se olvidan que el mismo Jesús nos habló en varias ocasiones sobre la posibilidad que tenemos de condenarnos y que de hecho, en el Juicio Final, muchos serán condenados para siempre, siendo apartados de la Presencia de Dios, para ser arrojados al Infierno: “Apártense de mi malditos de mi padre... vayan al fuego eterno” (Mt 25,41). Que el Infierno existe, es real y dura para siempre, es de creencia obligatoria para los católicos, y es de los dogmas de nuestra fe que presenta mayor número de textos de la Sagrada Escritura que lo sustentan. Además, es llamativo el número de veces que Jesús nombra al Infierno y al Príncipe de las tinieblas, Satanás; podríamos decir que nombra al Infierno tanto o más que al Reino de Dios.

Santa Faustina Kowalska, la monja polaca beatificada y canonizada por el mismo San Juan Pablo II, tuvo una visión del Infierno en 1936, concedida por el mismo Jesús, para que la hiciera del conocimiento de todos. Ahora bien, más que visión del Infierno, podemos decir que, si nos ajustamos a sus palabras, Santa Faustina, más que “ver” el Infierno, “fue llevada” al mismo y es esto lo que ella revela, en persona, de su estadía en el Infierno, en su Diario:

“En Cracovia el 20 de octubre de 1936: Hoy, un Ángel me llevó a los precipicios del Infierno. Es un lugar de grandes torturas. ¡Es impresionante el tamaño y la extensión del sitio! He aquí los tipos de torturas que vi: La primera tortura en que consiste el Infierno es la pérdida de Dios; la segunda es el remordimiento de conciencia perpetuo; la tercera es saber que esa condición nunca va a cambiar; la cuarta es el fuego que penetrará el alma sin destruirla, un sufrimiento terrible, ya que es un fuego puramente espiritual, encendido por la ira de Dios; la quinta tortura es la permanente oscuridad y un terrible hedor que sofoca, y que, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los condenados se ven y ven toda la malignidad, tanto propia como de los demás; la sexta tortura es la compañía constante de satanás; la séptima tortura es la horrible desesperación, el odio a Dios, las palabras horrendas, las maldiciones y las blasfemias”. Luego describe Santa Faustina cuáles son los “tormentos para cada tipo de pecado: Estas son las torturas que sufren en general todos los condenados, pero éste no es el fin del sufrimiento. Hay torturas especiales destinadas a las almas en particular. Son los tormentos de sus sentidos. Cada alma pasa por sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con la manera en que han pecado. Hay cavernas y fosos de tortura en la que cada tipo de agonía es diferente. Yo hubiera muerto con la simple visión de esas torturas, si no hubiera sido porque la omnipotencia de Dios me sostenía. Que sepa el pecador que será torturado por toda la eternidad en aquellos sentidos que utilizó para pecar. Estoy escribiendo esto por mandato de Dios, para que ninguna alma pueda excusarse diciendo que no existe el Infierno, o que nadie ha estado allí, y que por tanto no puede saberse cómo es. Yo, la Hermana Faustina, por orden de Dios, he visitado los abismos del Infierno, para poder hablar a las almas sobre esto y para poder dar testimonio de su existencia. He recibido el mandato de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios están llenos de odio hacia mí, por esto. Lo que he escrito es una sombra pálida de las cosas que vi. Pero noté una cosa: que la mayoría de las almas que están allí son de aquéllos que se han negado en creer que existe un infierno. Cuando regresé, apenas podía recuperarme del miedo. ¡Cuán terriblemente sufren las almas allí! Por consiguiente, oro aún más fervorosamente por la conversión de los pecadores. Suplico continuamente por la misericordia de Dios sobre ellos. Oh mi Jesús, preferiría estar en agonía hasta el fin del mundo, entre los mayores sufrimientos, antes que ofenderte con el menor de los pecados”.

No nos formemos una idea equivocada de Dios; no abusemos de su Misericordia; aprovechemos nuestro paso por la vida terrena, viviendo bajo los rayos de Jesús Misericordioso, para que en la otra vida no vayamos al Infierno, sino al Reino de los cielos, por toda la eternidad.

 

sábado, 25 de septiembre de 2021

Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz

 



Vida de santidad[1].

Nació en Alençón el día 2 de enero de 1873 y fue la menor de los hijos que tuvieron sus padres Luis Estanislao Martín y Celia Guerín. Desde su más tierna infancia deseó ardientemente consagrarse a Dios en la vida religiosa, y por una serie de acontecimientos providenciales entró a la edad de 15 años en el convento de Carmelitas descalzas de Lisieux en donde pasó nueve años y seis meses en la práctica constante de todas las virtudes. Se distinguió siempre por su ardiente amor a Dios y admirable confianza en Él, y el tierno amor que desde sus primeros años tuvo a la Santísima Virgen María. El 9 de junio de 1895, fiesta de la Santísima Trinidad, hizo su ofrenda de Holocausto al Amor Misericordioso de Dios, que consta en un hermoso manuscrito que fue hallado después de su muerte en el libro de los Evangelios que la Beata llevaba día y noche sobre su corazón. Murió el 30 de septiembre de 1897 a la edad de 24 años y sus últimas palabras fueron mientras contemplaba el crucifijo que tenía en sus manos y estrechaba frecuentemente contra su corazón: “Le amo... ¡Oh Dios mío!... Os amo...”.

Mensaje de santidad[2].

Una frase de Santa Teresita, que refleja su mensaje de santidad es la siguiente y es en relación a la oración: “No poseo el valor para buscar plegarias hermosas en los libros; al no saber cuáles escoger, reacciono como los niños, le digo sencillamente al buen Dios lo que necesito y Él siempre me comprende”. Lo que quiere decir Santa Teresita es que para ella le resultaba más fácil, en algunas ocasiones, dirigirse a Dios con la oración llamada “del corazón”, es decir, la oración que nace de lo más profundo del ser y está originada en el Amor de Dios, mientras que en otras ocasiones, se dirigía a Dios con las oraciones ya pre-establecidas, como el Padrenuestro, el Avemaría, etc. También nosotros podemos y debemos hacer estos dos tipos de oraciones, las pre-establecidas y las del corazón e independientemente de cuál hagamos, la oración debe siempre ser hecha como lo hacía Santa Teresita, con mucho amor, devoción y piedad.

Otra frase de Santa Teresita es: “Lo que me impulsa a ir al Cielo es el pensamiento de poder encender en amor de Dios una multitud de almas que le alabarán eternamente”. Santa Teresita ama tanto a Dios, que no se contenta con amarlo ella sola, sino que quiere que sean cada vez más y más almas que lo amen, para que esas almas sean felices por la eternidad amando a Dios y para que Dios reciba la adoración, el amor y la alabanzas eternas que Él se merece por ser quien Es, Dios de Eterna Bondad y Misericordia.

Una frase de Santa Teresita nos indica el camino para llegar al Cielo: “Mi caminito es el camino de una infancia espiritual, el camino de la confianza y de la entrega absoluta”. Así como un niño pequeño se entrega con total confianza y amor a sus padres, porque sabe que de ellos sólo recibe amor, así debemos entregar nuestro ser, nuestra alma y nuestra vida en las manos crucificadas y ensangrentadas de Dios Nuestro Señor, Cristo Jesús.

Otra frase hace referencia a su vida en el Cielo: “Después de mi muerte dejaré caer una lluvia de rosas”. Después de la muerte terrena, Santa Teresita sabe que irá al Cielo y desde allí hará descender rosas espirituales, es decir, intercederá ante la Trinidad, para que sus devotos reciban numerosas gracias celestiales.

Una última frase también hace referencia a su vida en el Cielo: “Pasaré mi Cielo haciendo bien sobre la tierra”. Quiere decir que, estando en el Cielo, en la vida eterna, seguirá haciendo el bien en la tierra, a los que vivimos en el tiempo, para que sigamos su caminito de infancia espiritual y así seamos capaces de llegar, como ella, a la vida eterna.

Que Santa Teresita del Niño Jesús interceda por nosotros para que seamos dignos de alcanzar, un día, la vida eterna en el Reino de Dios.