San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 30 de mayo de 2020

El significado del Sagrado Corazón y sus elementos



          Al aparecerse a Santa Margarita de Alacquoque como el Sagrado Corazón, Jesús le muestra su Corazón, al que lleva en una mano. Según lo describe la santa, el Corazón de Jesús era transparente como el cristal, estaba rodeado por una corona de espinas, en su ápice se veía una cruz y estaba envuelto en llamas de fuego.
          ¿Qué significado tienen cada uno de estos elementos?
          La transparencia del Corazón de Jesús significa la transparencia, en el sentido de ausencia de sombras, del Ser divino trinitario. En efecto, Dios Uno y Trino es la Verdad Absoluta, el Bien Supremo y la Misericordia en sí misma; en Él no hay sombra alguna de falsedad, mentira, engaño o corrupción. Es esto lo que significa la transparencia, entonces: la santidad de la Trinidad, que inhabita en el Corazón de Jesús.
          La corona de espinas que rodea al Corazón de Jesús y que le provoca un intenso dolor -misteriosamente, Jesús está resucitado y glorioso y no experimenta ya dolor, pero este dolor es de tipo moral-, representan los pecados de los hombres, nuestros pecados, que se materializan en las espinas de la corona y le provocan un acerbo dolor en ambas fases del latido del Corazón: en la fase de expansión, porque las espinas se incrustan en él; en la fase de contracción, porque las espinas desgarran el músculo cardíaco, provocando también dolor. Es para significar el dolor moral que experimenta Jesús ante nuestros pecados y que los pecados no pasan desapercibidos para Dios, sino que son causa de un profundo dolor moral (como el de una madre que ve cómo su hijo se dirige por el mal camino).
          La cruz en el ápice del Corazón de Jesús significa que, si queremos alcanzar el fruto exquisito de la salvación, que es el Corazón de Jesús, debemos subir al Árbol de la Vida, la Santa Cruz de Jesús, así como quien desea alcanzar un fruto exquisito de un árbol, debe subirse al árbol para conseguirlo. No hay otra manera de llegar al Corazón de Jesús que no sea por medio de la Santa Cruz.
          Por último, las llamas de fuego que envuelven al Sagrado Corazón, simbolizan al Espíritu Santo, llamado también “Fuego del Amor Divino”. El Espíritu Santo se simboliza con una paloma y también con llamas de fuego -así es como se manifiesta en Pentecostés- y es este Fuego del Divino Amor el que inhabita y envuelve al Corazón de Jesús y es el Amor que el Corazón de Jesús, contenido en la Eucaristía, comunica al alma cuando ésta lo recibe por la comunión sacramental en estado de gracia, con fe, piedad y amor.       

sábado, 2 de mayo de 2020

San Atanasio



San Atanasio (izquierda) y San Cirilo de Alejandría.

          Vida de santidad[1].

          Nació en Egipto, Alejandría, en el año 295. Estudió derecho y teología. Se caracterizó por luchar contra el hereje Arrio, clérigo de Alejandría, quien propagaba la herejía de que Cristo no era Dios por naturaleza. Para enfrentarlo se celebró el primero de los Concilios ecuménicos en Nicea. Atanasio, con doctrina recta y con gran valor sostuvo la verdad católica y refutó a los herejes. El concilió excomulgó a Arrio y condenó su doctrina arriana.
Pocos meses después de terminado el concilio Atanasio fue elegido patriarca de Alejandría, pero los arrianos no dejaron de perseguirlo hasta que lograron desterrarlo de la ciudad. La autoridad civil quiso obligar a San Atanasio a que recibiera a Arrio en la Iglesia, aun cuando éste se mantenía en la herejía, pero Atanasio se negó, por lo que fue desterrado a Tréveris. Permaneció en esa ciudad por dos años, regresando a Alejandría luego de la muerte de Constantino; de inmediato retomó la lucha contra los arrianos, sufriendo un segundo destierro, esta vez a Roma.
Regresó a Alejandría ocho años más tarde, pero sus enemigos enviaron un batallón para detenerlo; povidencialmente, Atanasio logró escapar y refugiarse en el desierto de Egipto, donde le dieron asilo durante seis años los anacoretas, hasta que pudo volver a reintegrarse a su sede episcopal; pero a los cuatros meses tuvo que huir de nuevo. Después de un cuarto retorno, se vio obligado, en el año 362, a huir por quinta vez. Finalmente, pasada esta última persecución, pudo vivir en paz en su sede. A lo largo de su vida, escribió numerosas obras, entre las que se destacan sus escritos sobre la Encarnación del Verbo. Falleció el 2 de mayo del año 373.

          Mensaje de santidad[2].

          En su sermón sobre la Encarnación del Verbo, además de defender la verdadera fe católica acerca de Jesús de Nazareth, San Atansio da un golpe mortal a las herejías de Arrio. Afirma así el santo: “El Verbo de Dios, incorpóreo, incorruptible e inmaterial, vino a nuestro mundo, aunque tampoco antes se hallaba lejos, pues nunca parte alguna del universo se hallaba vacía de él, sino que lo llenaba todo en todas partes, ya que está junto a su Padre”. San Atanasio afirma que Jesús de Nazareth es el Verbo de Dios “incorpóreo, incorruptible e inmaterial”, por cuanto es la Segunda Persona de la Trinidad encarnada, y que, aunque vino a este mundo, ya estaba en Él, debido a su omnipresencia, atributo característico de Dios.
          Luego da las razones de su encarnación: su benignidad, puesto que vio nuestra debilidad y corrupción y que por esto estábamos sujetos a la muerte y para que la muerte no arruinara la obra de su Padre, es que tomó un cuerpo y se hizo visible: “Pero él vino por su benignidad hacia nosotros, y en cuanto se nos hizo visible. Tuvo piedad de nuestra raza y de nuestra debilidad y, compadecido de nuestra corrupción, no soportó que la muerte nos dominase, para que no pereciese lo que había sido creado, con lo que hubiera resultado inútil la obra de su Padre al crear al hombre, y por esto tomó para si un cuerpo como el nuestro, ya que no se contentó con habitar en un cuerpo ni tampoco en hacerse simplemente visible. En efecto, si tan sólo hubiese pretendido hacerse visible, hubiera podido ciertamente asumir un cuerpo más excelente; pero él tomó nuestro mismo cuerpo”.
          Continúa San Atanasio describiendo la Encarnación y sus razones, afirmando que construyó su templo en el seno de la Virgen -con lo cual descarta la intervención humana en su concepción-, tomando un cuerpo para ofrecerlo en sacrificio al Padre; al morir el Verbo, puesto que en Él estábamos representados todos los hombres, y al destruir con su muerte a la misma muerte, destruyó también nuestra muerte, haciéndonos incorruptibles como Él, llamándonos de la muerte a la vida de la resurrección: “En el seno de la Virgen, se construyó un templo, es decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento, en el que había de darse a conocer y habitar; de este modo habiendo tomado un cuerpo semejante al de cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos a la corrupción de la muerte, lo entregó a la muerte por todos, ofreciéndolo al Padre con un amor sin límites; con ello, al morir en su persona todos los hombres, quedó sin vigor la ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que agotó toda la eficacia de la muerte en el cuerpo del Señor, y así ya no le quedó fuerza alguna para ensañarse con los demás hombres, semejantes a él; con ello, también hizo de nuevo incorruptibles a los hombres, que habían caído en la corrupción, y los llamó de muerte a vida, consumiendo totalmente en ellos la muerte, con el cuerpo que había asumido y con el poder de su resurrección, del mismo modo que la paja es consumida por el fuego”.
Afirma luego que para esto tomó un cuerpo mortal, para que este cuerpo, unido hipostáticamente -personalmente- al Verbo de Dios, fuera capaz de satisfacer la deuda contraída por la humanidad a causa del pecado; al habitar el Verbo en este cuerpo -el cuerpo de Jesús de Nazareth-, este cuerpo no sufriría la corrupción, porque el Verbo le comunicaría de su vida divina, viéndonos así todos los hombres, que estábamos sujetos a la muerte, libres de la corrupción de ésta, al comunicarnos el Verbo Encarnado de su misma vida divina: “Por esta razón, asumió un cuerpo mortal: para que este cuerpo, unido al Verbo que está por encima de todo, satisficiera por todos la deuda contraída con la muerte; para que, por el hecho de habitar el Verbo en él, no sucumbiera a la corrupción; y, finalmente, para que, en adelante, por el poder de la resurrección, se vieran ya todos libres de la corrupción”.
Afirma San Atanasio que al ofrecerse el Verbo, Encarnado en un cuerpo a la muerte, entregándose como una hostia y víctima perfectísima y purísima, “alejó la muerte de todos los hombres”, desde el momento en que Él se había ofrecido por todos los hombres: “De ahí que el cuerpo que él había tomado, al entregarlo a la muerte como una hostia y víctima limpia de toda mancha, alejó al momento la muerte de todos los hombres, a los que él se había asemejado, ya que se ofreció en lugar de ellos”.
San Atanasio sostiene que el Verbo, al ofrecer su cuerpo, unido a su Persona divina, a la muerte, en sacrificio -esto es, voluntariamente-, pagó de esta manera la deuda de muerte que habíamos contraído -por el pecado de los primeros Padres, Adán y Eva- y así, siendo Él mismo inmune a la corrupción por su condición de Dios Hijo, nos comunicó de su incorrupción y de su resurrección a todos los hombres: “De este modo, el Verbo de Dios, superior a todo lo que existe, ofreciendo en sacrificio su cuerpo, templo e instrumento de su divinidad, pagó con su muerte la deuda que habíamos contraído, y, así, el Hijo de Dios, inmune a la corrupción, por la promesa de la resurrección, hizo partícipes de esta misma inmunidad a todos los hombres, con los que se había hecho una misma cosa por su cuerpo semejante al de ellos”.
Por último, afirma San Atanasio, debido a la divinidad del Verbo Encarnado, la muerte ya no tiene poder alguno sobre los hombres, gracias a que el Verbo de Dios habita entre nosotros por la Encarnación: “Es verdad, pues, que la corrupción de la muerte no tiene ya poder alguno sobre los hombres, gracias al Verbo, que habita entre ellos por su encarnación”.
          Ahora bien, toda esta vida nueva, resucitada y gloriosa que nos obtuvo el Verbo de Dios Encarnado, la obtenemos en la Eucaristía. Nada de esto habría salido a la luz si la herejía de Arrio hubiera triunfado y es aquí en donde resplandece con mayor fulgor la figura de San Atanasio, quien sufrió cinco veces el destierro y dedicó toda su vida a sostener la divinidad de Jesús de Nazareth.


[2] https://www.corazones.org/biblia_y_liturgia/oficio_lectura/fechas/mayo_2.htm; cfr. De los sermones de san Atanasio, obispo, Sermón sobre la encarnación del Verbo, 8-9.

viernes, 1 de mayo de 2020

San José, modelo de santidad para todo esposo, padre e hijo


Catholic.net - La Sagrada Familia

          Desde su más pequeña infancia, durante su juventud y en su edad adulta, San José se caracterizó por la diversidad de dones, virtudes y gracias que poseía: humilde, viril, puro, piadoso, devoto, ferviente y casto. La razón es que había sido elegido, desde su nacimiento, para ser el Padre Adoptivo de Dios Hijo en la tierra, además de ser el Esposo meramente legal de la Madre de Dios. Ambas funciones no las podía desempeñar cualquier hombre, ni siquiera un hombre sabio o prudente, sino que debía ser un hombre santo y el más santo entre todos y éste, por la gracia de Dios, era San José. Desde muy pequeño, la gracia de Dios asistió a San José para que no solo no cayera en el pecado, sino para que fuera uno de los santos más grandes entre todos los santos. A Él le confió Dios Padre los dos tesoros que más amaba: a su Hijo Jesús y a la Virgen María, su Madre. Dios Padre no podía ni quería encargar a nadie que no tuviera las cualidades, dones y virtudes que tenía San José, para que lo reemplazara en el papel de Padre en la tierra: Él era el Padre de Jesús en la eternidad, puesto que Jesús es Dios e inhabita en el seno del Padre desde la eternidad, pero al encarnarse, necesitaba de un padre terreno, adoptivo, y ése no podía ser otro que San José. A su vez, Dios Espíritu Santo, Esposo celestial de María Santísima, no podía encargar a otro que no fuera San José, el desempeñar el rol de esposo meramente legal de su virginal esposa, la Madre de Dios.
          Por estas razones, San José es modelo inigualable de hijo, de padre y de esposo: de hijo, porque cumplió a la perfección el rol que le asignó Dios Padre; de padre, porque cumplió ejemplarmente el papel de Padre adoptivo de Jesús, también encomendado por Dios Padre; por último, desempeñó a la perfección el rol de Esposo meramente legal de María Santísima, pues siempre la amó con amor de hermano, a la Virgen María. Por todo esto, San José es modelo inigualable de santidad para todo hijo, esposo y padre terrenos, que deseen alcanzar el Reino de los cielos.