San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 20 de febrero de 2021

San Policarpo, obispo y mártir

 



         Vida de santidad[1].

         San Policarpo, obispo de Esmirna, mártir, nació en el año 69 y murió en el 155. Es uno de los llamados “Padres Apostólicos”, por su estrecha relación con el Apóstol San Juan y San Ireneo, San Ignacio y otros padres de la Iglesia. Policarpo, discípulo de los apóstoles y obispo de Esmirna, dio hospedaje a Ignacio de Antioquía. Hizo un viaje a Roma para tratar con el papa Aniceto la cuestión de la fiesta de la Pascua y sufrió el martirio hacia el año 155, siendo quemado vivo en el estadio de la ciudad.

         Mensaje de santidad.

         Su mensaje de santidad está estrechamente relacionado con sus reacciones frente a la herejía y con su testimonio de la divinidad de Cristo, entregando la vida por esta verdad. La tradición cuenta que, habiéndose encontrado San Policarpo con Marción en las calles de Roma, el hereje le increpó, al ver que no parecía advertirle: “¿Qué, no me-conoces?”. “Sí -le respondió Policarpo-, sé que eres el primogénito de Satanás”. Para el santo, el contaminar la Verdadera Fe Católica con doctrinas extrañas y contrarias a los dogmas, era equivalente a ser “hijo de Satanás”. Debemos aprender del santo y rechazar por lo tanto todo lo que contamine nuestra fe, como por ejemplo, la superstición –la cinta roja contra la envidia, el rezo a ídolos paganos demoníacos como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, aunque también son ídolos el dinero, el poder y los placeres terrenos.

         Sucedió que estando San Policarpo en Roma, se desató una persecución contra los cristianos; el santo había huido a un pueblo vecino, pero un esclavo, al que habían amenazado para que lo delatara, terminó finalmente entregándolo. Así, el martirio de San Policarpo fue realmente evangélico, porque el santo no se entregó, sino que esperó a que le arrestaran los perseguidores, siguiendo el ejemplo de Cristo. Fue conducido a la ciudad montado en un asno; en el camino se cruzó con el tirano Herodes y el padre de éste, Nicetas, quienes trataron de persuadirle de que no “exagerase” su cristianismo y le decían: “¿Qué mal hay en decir “Señor” al César, o en ofrecer un poco de incienso para escapar a la muerte?”. Hay que notar que la palabra “Señor” implicaba en aquellas circunstancias el reconocimiento de la divinidad del César, lo cual es completamente falso, porque el César es un humano más como todos nosotros: sólo Jesucristo es el Hombre-Dios y sólo a Él hay que llamar “Señor”, es decir, “Dios”. Ahora bien, como no estaba dispuesto a llamar “Dios” a un humano más entre tantos, el obispo respondió: “Estoy decidido a no hacer lo que me aconsejáis”. Al oír esto, Herodes y Nicetas le arrojaron del carruaje con tal violencia, que se fracturó una pierna. El procónsul insistió: “Jura por el César y te dejaré libre; reniega de Cristo”. Pero el santo, haciendo recordar al testimonio de los Macabeos, en el Antiguo Testamento, quienes nos dan ejemplo de cómo es preferible la muerte antes que cometer un acto de apostasía, como sería el de quemar incienso a los ídolos para salvar la vida, se negó nuevamente a jurar por el César y dijo: “Durante ochenta y seis años he servido a Cristo, y nunca me ha hecho ningún mal. ¿Cómo quieres que reniegue de mi Dios y Salvador? Si lo que deseas es que jure por el César, he aquí mi respuesta: Soy cristiano”. Entonces, el procónsul lo amenazó: “Tengo fieras salvajes”. “Hazlas venir -respondió Policarpo-, porque estoy absolutamente resuelto a no convertirme del bien al mal, pues sólo es justo convertirse del mal al bien”. El procónsul replicó: “Puesto desprecias a las fieras te mandaré quemar vivo”. Policarpo le dijo: “Me amenazas con fuego que dura un momento y después se extingue; eso demuestra ignoras el juicio que nos espera y qué clase de fuego inextinguible aguarda a los malvados. ¿Qué esperas? Dicta la sentencia que quieras”. San Policarpo prefería sufrir el fuego material y no el fuego eterno del Infierno. El procónsul ordenó que un heraldo gritara tres veces desde el centro del estadio: “Policarpo se ha confesado cristiano”. Al oír esto, la multitud exclamó: “¡Éste es el maestro de Asia, el padre de los cristianos, el enemigo de nuestros dioses, que enseña al pueblo a no sacrificarles ni adorarles!”. Entonces la multitud, enardecida pidió que Policarpo fuera quemado vivo.

En cuanto el procónsul accedió a su petición, todos se precipitaron a traer leña de los hornos, de los baños y de los talleres. Al ver la hoguera prendida, Policarpo se quitó los vestidos y las sandalias, para entregarse como holocausto en honor de Cristo. Los verdugos querían atarle, pero él les dijo: “Permitidme morir así. Aquél que me da su gracia para soportar el fuego me la dará también para soportarlo inmóvil”. Alzando los ojos al cielo, Policarpo hizo la siguiente oración: “¡Señor Dios Todopoderoso, Padre de tu amado y bienaventurado Hijo, Jesucristo, por quien hemos venido en conocimiento de Ti, Dios de los ángeles, de todas las fuerzas de la creación y de toda la familia de los justos que viven en tu presencia! ¡Yo te bendigo porque te has complacido en hacerme vivir estos momentos en que voy a ocupar un sitio entre tus mártires y a participar del cáliz de tu Cristo, antes de resucitar en alma y cuerpo para siempre en la inmortalidad del Espíritu Santo! ¡Concédeme que sea yo recibido hoy entre tus mártires, y que el sacrificio que me has preparado Tú, Dios fiel y verdadero, te sea laudable! ¡Yo te alabo y te bendigo y te glorifico por todo ello, por medio del Sacerdote Eterno, Jesucristo, tu amado Hijo, con quien a Ti y al Espíritu sea dada toda gloria ahora y siempre! ¡Amén!”.

No bien había acabado de decir la última palabra, cuando la hoguera fue encendida. “Pero he aquí que entonces aconteció un milagro ante nosotros, que fuimos preservados para dar testimonio de ello -escriben los autores de esta carta-: las llamas, encorvándose como las velas de un navío empujadas por el viento, rodearon suavemente el cuerpo del mártir, que entre ellas parecía no tanto un cuerpo devorado por el fuego, cuanto un pan o un metal precioso en el horno; y un olor como de incienso perfumó el ambiente”. Los verdugos, recibieron la orden de atravesar a Policarpo con una lanza; al hacerlo, brotó de su cuerpo una paloma y tal cantidad de sangre, que la hoguera se apagó. La muerte martirial de San Policarpo imita y participa de la muerte en Cruz de Nuestro Salvador: Él también murió abrasado, pero por el Fuego del Espíritu Santo y cuando le traspasaron el Corazón con la lanza, brotó Sangre y Agua y con ellos, el Espíritu Santo que se derramó sobre las almas como un océano de Misericordia.

Horror ante la herejía, es decir, a la contaminación de la Verdadera Fe Católica; rechazo de los ídolos paganos; fortaleza y  valentía ante la persecución del poder terreno a quien profese a Cristo; amor sobrenatural a Cristo hasta el punto de dar la vida en testimonio de su divinidad, ése es el legado de santidad de San Policarpo.

viernes, 19 de febrero de 2021

San Expedito y su lucha contra el Demonio


 


         San Expedito era un soldado romano pagano, es decir, que no conocía a Jesucristo y por lo tanto adoraba a ídolos falsos. Un día, recibió la gracia de conocer a Jesucristo como Hombre-Dios, como el Salvador de la humanidad. Pero antes de que pudiera contestar a la gracia, se le apareció el Demonio bajo la forma de un cuervo negro, quien lo tentaba diciéndole que se convirtiera, sí, pero que lo dejara para “mañana”, es decir, que aceptara a Jesucristo, pero no hoy, sino mañana; hoy podía seguir en su vida de paganismo, de atracción por las cosas vanas de la tierra y mañana sí podría aceptar a Jesucristo. Es sabido, porque así nos lo reveló Nuestro Señor Jesucristo, que el Demonio es el “Padre de la mentira”, por lo que lo que le proponía el Demonio era falso, porque nadie puede saber si amanecerá vivo al día siguiente: el Demonio lo que le proponía en realidad era que continuara en la vida de pecado, en la vida de pagano, en la vida de adoración de ídolos falsos, en la vida de la seducción por los placeres terrenos.

         En este momento, San Expedito se enfrentaba a una encrucijada en su vida: por un lado, había recibido la gracia de conocer a Jesucristo como a su Salvador; por otro lado, el Demonio lo tentaba para que pospusiera su conversión, dejándola para otro día, para que continuara con su vida de pagano. San Expedito debía luchar contra la tentación, detrás de la cual se encontraba el Tentador de la raza humana, el Ángel caído. Entonces, San Expedito, que tenía la Santa Cruz en su mano, recibió la fuerza de Jesucristo desde lo alto, desde la Cruz y, con esa fuerza divina, levantó la Cruz en alto y dijo: “Hodie”, que significa “Hoy”, al mismo tiempo que aplastaba la cabeza del cuervo-demonio que, inadvertidamente, se había acercado hasta los pies de San Expedito. Al decir “Hoy”, San Expedito quería decir: “No mañana, sino hoy me convierto a Jesucristo; no mañana, sino hoy, ahora, en este momento, digo “no” a la tentación, digo “no” a las obras del Demonio, digo “no” a la oscuridad del paganismo, para abrazarme a la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesús”. Por su celeridad en responder a la gracia, es que San Expedito triunfó sobre el Demonio y se convirtió en el santo de las causas urgentes.

         Hoy el Demonio no se nos aparece como un cuervo negro, sino disfrazado de los colores del arco iris: se nos presenta bajo la ideología de género, bajo la cultura de la muerte, haciendo creer que el aborto y la eutanasia son derechos humanos; se nos presenta bajo ideologías anti-cristianas como el comunismo, que aplastan los derechos de Dios y persiguen a los cristianos; se nos presenta bajo falsas ideas de hacer de esta tierra un paraíso terreno por medio del ateísmo, del materialismo, del hedonismo; se nos presenta bajo la religión del Anticristo, que es la Nueva Era, en donde se practica el ocultismo, el satanismo, la brujería y toda clase de ritos demoníacos. Al recordar a San Expedito en su día, le pidamos que interceda por nosotros para que tengamos la misma fortaleza ante la tentación y la misma celeridad en decir “no” al Tentador y decir “sí” al Salvador de nuestras almas, el Hombre-Dios Jesucristo.

sábado, 6 de febrero de 2021

Santa Escolástica

 



         Vida de santidad.

         Nació en el año 480, en Nursia, Italia. Su madre murió de parto. Es hermana gemela de San Benito. Ambos se entregaron a Dios desde muy jóvenes y alcanzaron la santidad en la vida religiosa. Después que su hermano se fuera a Montecasino a establecer el famoso monasterio, ella se estableció a unas cinco millas de distancia, en Plombariola, donde fundó un monasterio y la orden de las monjas benedictinas la cual gobernó siguiendo la regla de su hermano. San Benito y Santa Escolástica regularmente se reunían para orar juntos y compartir sobre la vida espiritual[1]. En una ocasión pasaron el día entero entonando las alabanzas de Dios y entretenidos en santas conversaciones; finalmente se hizo tarde y luego de cenar, San Benito quería regresar a su convento. Entonces, Santa Escolástica le pidió que se quedara hasta el día siguiente, para continuar hablando de las maravillas que les esperaban en la vida eterna: “Te ruego que no me dejes esta noche y que sigamos hablando de las delicias del cielo hasta mañana”. San Gregorio Magno relata lo que sucedió a continuación: al pedido de su hermana, San Benito respondió: “¿Qué es lo que dices, hermana? No me está permitido permanecer fuera del convento”. Pero aquella santa, al oír la negativa de su hermano, cruzando sus manos, las puso sobre la mesa y, apoyando en ellas la cabeza, oró al Dios todopoderoso. Al levantar la cabeza, comenzó a relampaguear, tronar y diluviar de tal modo, que ni Benito ni los hermanos que le acompañaban pudieron salir de aquel lugar. Comenzó entonces el varón de Dios a lamentarse y entristecerse, diciendo: “Que Dios te perdone, hermana. ¿Qué es lo que acabas hacer?”. Respondió ella: “Te lo pedí, y no quisiste escucharme; rogué a mi Dios, escuchó. Ahora sal, si puedes, despídeme y vuelve al monasterio”. Benito, que no había querido quedarse voluntariamente, no tuvo, al fin, más remedio que quedarse allí. Así pudieron pasar toda la noche en vela, en santas conversaciones sobre la vida espiritual, quedando cada uno gozoso de las palabras que escuchaba a su hermano. No es de extrañar que al fin la mujer fuera más poderosa que el varón, ya que, como dice Juan: Dios es amor, y, por esto, pudo más porque amó más. (Luego de este episodio) A los tres días, Benito, mirando al cielo, vio cómo el alma de su hermana salía de su cuerpo en figura de paloma y penetraba en el cielo. Él, congratulándose de su gran gloria, dio gracias al Dios todopoderoso con himnos y cánticos, y envió a unos hermanos a que trajeran su cuerpo al monasterio y lo depositaran en el sepulcro que había preparado para sí. Así ocurrió que estas dos almas, siempre unidas en Dios, no vieron tampoco sus cuerpos separados ni siquiera en la sepultura” [2]. Murió hacia el año 547. San Benito murió poco después.

         Mensaje de santidad.

         Santa Escolástica nos deja varios mensajes de santidad, como por ejemplo, su consagración a Cristo por medio de la vida religiosa, lo cual demuestra un gran amor a Cristo, puesto que le consagra su vida y todo su ser; su amor fraternal, en Cristo, hacia su hermano San Benito, amor que trasciende y supera el mero amor humano entre hermanos: Santa Escolástica nos enseña que, por encima de la fraternidad humana -la que se da por ejemplo entre hermanos de sangre-, hay una fraternidad sobrenatural, concedida por la gracia, que nos hace a todos hermanos en Cristo e hijos de Dios en Cristo Dios, lo que significa que no puede haber nunca una verdadera fraternidad entre los hombres de distinta raza, si no existe de por medio la gracia santificante, que nos convierte en hijos adoptivos de Dios Padre y en hermanos de Cristo; otro mensaje de santidad es su amor por la vida eterna y su deseo de morir a esta vida terrena para conquistar el Cielo y el Reino de Dios, para amar y adorar eternamente a la Trinidad y al Cordero, Cristo Jesús: este amor por vivir en el Cielo y abandonar esta vida terrena lo demuestra en su consagración, como en la última conversación sostenida con su hermano San Benito, conversación que giraba en torno a la felicidad de la vida eterna en el Reino de los cielos. Al recordar a Santa Escolástica en su día, le pidamos que interceda ante Nuestro Señor para que también nosotros deseemos vivir, cuanto antes, en el Reino de Dios, en la alegría sin fin de la vida eterna.



[2] San Gregorio Magno, papa Diálogos, Libro 2,33: PL 66, 194-196.

lunes, 1 de febrero de 2021

Santa Águeda, virgen y mártir

 



         Vida de santidad[1].

         Santa Águeda provenía de una familia noble de Catania, Sicilia; además, poseía una gracia y belleza naturales. Sin embargo, nada de esto le importaba a Santa Águeda: para la santa, su tesoro más valioso y el objeto de todo su amor no estaba en la tierra, porque la santa sólo amaba a Jesucristo y deseaba con ansias que se acercara el momento en que podría encontrarse con Él, en la vida eterna. esta oportunidad se presentaría con ocasión de la perversión de un senador romano llamado Quintianus quien, con el pretexto de la persecución del emperador Decio (250-253) contra los cristianos, la tomó prisionera, pretendiendo poseerla para él, con la intención de satisfacer sus bajos instintos. Pero todos los esfuerzos del senador por seducir a Santa Águeda fueron inútiles, puesto que la santa ya había consagrado su amor y su virginidad al Hombre-Dios Jesucristo, al unirse esponsal, mística y sobrenaturalmente a Jesús y su decisión era tan firme, que estaba dispuesta a dar su vida terrena antes que renegar de Jesucristo, algo que efectivamente se cumplió poco tiempo después. Al verse rechazado en su intento de seducir a la santa, el senador Quintianus no se dio por vencido y la entregó en manos de Afrodisia, una mujer malvada, con la idea de que esta la hiciera caer en el pecado carnal y en la apostasía a Jesucristo, por medio de las tentaciones del mundo, aunque esto también fracasó, debido a la firme decisión de permanecer fiel a Jesucristo que demostraba Santa Águeda. Entonces el senador, dejándose llevar por la ira, cambió de estrategia y en vez de intentar seducirla, ordenó que la santa fuera cruelmente torturada, llegando a ordenar que le amputaran los senos. Es famosa respuesta de Santa Águeda: “Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?”. La santa fue consolada con una visión de San Pedro quien, milagrosamente, la curó. Pero las torturas continuaron y al fin la santa murió, al ser arrojada sobre una gran cantidad de carbones encendidos[2].

         Mensaje de santidad.

         Por su amor y su fidelidad a Jesucristo, Santa Águeda obtuvo una doble corona: la corona del martirio y la corona de la virginidad y esto es un gran ejemplo para los jóvenes de nuestros días, quienes son sometidos, por todos los medios de comunicación, tanto al abandono de la fe en Jesucristo –apostasía-, como al desprecio de la virtud de la virginidad y de la castidad, a través de la ideología de género y la Educación Sexual Integral. En efecto, el abandono de la fe católica en el Hombre-Dios Jesucristo se promueve a través de la secta luciferina de la Nueva Era, en donde Jesucristo es presentado como un profeta, o como un hombre santo, o incluso hasta como un extra-terrestre al mando de una flota intergaláctica, pero jamás es presentado como quien Es verdaderamente, el Hijo de Dios encarnado, la Segunda Persona de la Trinidad inhabitando la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth. Por otra parte, el desprecio de las virtudes de la castidad y de la virginidad –virtudes que deben ser vividas en la imitación de Cristo, quien es casto y puro al ser la Pureza Increada en sí misma-, se introduce en las mentes y corazones de jóvenes y no tan jóvenes, por medio de la promoción de la ideología de género y de la Educación Sexual Integral, para las cuales no existe pecado alguno en el uso de la sexualidad fuera del matrimonio, cuando es esto lo que enseña la Fe católica.

         En síntesis, en un mundo en el que la secta Nueva Era y la ideología de género parecen apropiarse de un número cada vez mayor de almas, los santos como Santa Águeda resplandecen como estrellas luminosas en medio de densas tinieblas espirituales.



[1] https://www.corazones.org/santos/agueda.htm ; Fuentes antiguas: su oficio en el Breviario Romano se toma, en parte de las Actas de latinas de su martirio. (Acta SS., I, Feb., 595 sqq.). De la carta del Papa Gelasius (492-496) a un tal Obispo Victor (Thiel. Epist. Roman. Pont., 495) conocemos de una Basílica de Santa Águeda. Gregorio I (590-604) menciona que está en Roma (Epp., IV, 19; P.L., LXXVII, 688) y parece que fue este Papa quien  incluyó su nombre en el Canon de la Misa. Aparece en el Martyrologium Hieronymianum (ed. De Rossi y Duchesne, en el Acta SS., Nov. II, 17) y en el Martyrologium Carthaginiense que data del quinto o sexto siglo (Ruinart, Acta Sincera, Ratisbon, 1859, 634). En el siglo VI, Venantius Fortunatus la menciona en su poema sobre la virginidad como una de las celebradas vírgenes y mártires cristianas (Carm., VIII, 4, De Virginitate: Illic Euphemia pariter quoque plaudit Agathe Et Justina simul consociante Thecla. etc.).

[2] Según la tradición, en una erupción del volcán Etna, ocurrida un año después del martirio de Santa Águeda  (c.250), la lava se detuvo milagrosamente al pedir los pobladores del área la intercesión de la santa mártir. Por eso la ciudad de Catania la tiene como patrona y las regiones aledañas al Etna la invocan como patrona y protectora contra fuego, rayos y volcanes. Además de estos elementos, la iconografía de Santa Águeda suele presentar la palma (victoria del martirio), y algún símbolo o gesto que recuerde las torturas que padeció.

 

San Blas, obispo y mártir


 

         Vida de santidad[1].

         San Blas, obispo de Sebaste de Armenia y mártir, que, por ser cristiano, padeció en tiempo del emperador Licinio en la ciudad de Sebaste de Armenia (Sivas de la actual Turquía) (c. 320). Era el año 316. Parece que San Blas, siguiendo la advertencia del Cielo, huyó de la persecución y se refugió en una gruta. La Tradición nos presenta al anciano obispo rodeado de animales salvajes que lo visitan y le llevan alimento; pero como los cazadores van detrás de estos animales, el santo fue descubierto y llevado amarrado como un malhechor a la cárcel de la ciudad. A pesar de los prodigios que el santo hacía en la cárcel, lo llevaron a juicio y como no quiso renegar de Cristo y sacrificar a los ídolos, fue condenado al martirio: primero lo torturaron y después le cortaron la cabeza con una espada. A San Blas se le atribuye un milagro y que ha perpetuado la conocida bendición contra el mal de la garganta. En efecto, se conoce que mientras llevaban al santo al martirio, una mujer se abrió paso entre la muchedumbre y colocó a los pies del santo obispo a su hijo que estaba muriendo sofocado por una espina de pescado que se le había atravesado en la garganta. San Blas puso sus manos sobre la cabeza del niño y permaneció en oración. Un instante después el niño estaba completamente sano. Este episodio lo hizo famoso como obrador de milagros en el transcurso de los siglos, y sobre todo para la curación de las enfermedades de la garganta.

         Mensaje de santidad.

         Debido a esta curación milagrosa, es que se origina la Tradición de bendecir las gargantas y es por esto que San Blas es el Patrono de los que padecen alguna afección de la garganta. Le pidamos a San Blas que nos proteja de todo mal de garganta, en el sentido de que, si es la voluntad de Dios, no nos enfermemos, ni de la garganta ni de ningún mal corporal, pero le pidamos al santo una gracia todavía más importante: le pidamos la gracia de que por nuestras gargantas no solo no salga mala palabra alguna, ni maledicencia alguna, ni mentira alguna, sino que solo salgan palabras de bendición y misericordia para nuestro prójimo –incluido el que es nuestro enemigo- y que solo salgan palabras de acción de gracias, de amor y de adoración hacia Dios Uno y Trino. De nada nos valdría tener la garganta sana físicamente, sin ninguna afección corporal, si no bendijéramos a nuestro prójimo y si no alabáramos, ensalzáramos y adoráramos a nuestro Dios. Es esta gracia la que vamos a pedir a San Blas.