La Virgen del Carmen entrega el escapulario a San Simón Stock
Muchas almas
del Purgatorio deben su salvación
al
Escapulario de la Virgen
del Carmen
Antes de introducirnos en la
relación entre la Santa Misa
y las almas del Purgatorio, no podemos pasar por alto al Escapulario de la Virgen del Carmen, porque
es gracias a él que muchas almas, que se encuentran en el Purgatorio, se
salvaron de la condenación eterna, según
las promesas de la Virgen
del Carmen a San Simón Stock, sexto superior general de la Orden religiosa Carmelita
durante los años 1245-1265[1].
La historia del Escapulario dice que, ante serias dificultades de la Orden , San Simón suplicaba
diariamente la protección de María. Su oración fue escuchada, y “se le apareció
la Bienaventurada
Virgen , acompañada de una multitud de Ángeles, llevando en
sus benditas manos el escapulario de la Orden y diciendo estas palabras: Éste será
privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él, no padecerá el
fuego eterno, es decir, el que con él muriere se salvará”[2].
Otra redacción también muy antigua dice así: “San
Simón, inglés, hombre de gran santidad y devoción, en su oración suplicaba
continuamente a la Virgen
que favoreciera a su Orden con algún privilegio singular. La Virgen se le apareció
teniendo en su mano el Escapulario diciendo: Este es el privilegio para ti y
para los tuyos; quien muera llevándolo, será salvo”[3]
(). Es decir, evitará el infierno.
Irá al cielotras
un paso por el purgatorio. La fecha y lugar de la aparición no se conocen con
seguridad. Se habla de Londres, el 16 de julio de 1251. Siempre dentro del
generalato de San Simón y antes de 1252, pues
el 13 de enero de este año el papa Inocencio
IV emite la Bula
"Ex parte dilectorum" donde defiende a los carmelitas en este tema.
Sesenta y dos años después (1314), Nuestra Señora se
apareció al Papa Juan XXII, que recogió sus palabras en la Bula "Sacratissimo uti
culmine" también llamada Bula sabatina (3.III.1322): “Si entre los
religiosos o cofrades de esta orden hubiese algunos que al morir tengan que
purgar sus pecados en la cárcel del purgatorio, yo, que soy la Madre de la misericordia,
descenderé al purgatorio el
primer sábado después de sumuerte,
y lo libraré para conducirlo al Monte Santo de la Vida Eterna ”.
Recordemos entonces las condiciones para conseguir los
grandes tesoros que encierra este hermoso regalo del cielo. Para la promesa de
salvación se requiere:
Tener impuesto el escapulario. (Basta hacerlo una sola
vez).
Llevarlo puesto. Puede sustituirse por una medalla.
(Lo comentaremos). Tanto la medalla como el escapulario deben estar bendecidos.
Devoción a María; procurar imitarla; desear ser
buenos hijos suyos.
El escapulario son dos trocitos de tela que simbolizan una vestimenta. Y quien
viste el hábito de María debe vivir como Ella, ejercitando las virtudes
cristianas. De modo que el hábito-vestido vaya unido al hábito-virtud.
Para el privilegio sabatino. Se precisa, además de lo
anterior:
Rezar el oficio parvo de nuestra Señora. Este rezo
puede sustituirse por la abstinencia de carne los miércoles y sábados. También
se mencionan otras posibles sustituciones: el rezo del oficio divino o del
Rosario, o incluso hasta simplemente cinco o tres avemarías.
Pasando propiamente a la
Santa Misa , veamos qué es lo que nos dicen
los santos, entre ellos, San Leonardo de Porto Mauricio, en su obra: “El tesoro
escondido de la Santa Misa ”.
Muchos santos de la Iglesia sostienen que las
almas del Purgatorio, cuando son liberadas a causa de la oración de quien
todavía peregrina en la tierra, al llegar al cielo se muestran muy agradecidos
con aquél que rezó por ella, y demuestran su agradecimiento interviniendo para
la solución favorable de los asuntos terrenos de quien fuera su benefactor.
Sabiendo esto, deberíamos aprovechar la
Santa Misa para no solo pedir por lo que
pedimos habitualmente, sino también por las almas del Purgatorio, con lo cual
se obtiene un doble beneficio: las almas del Purgatorio son aliviadas y/o
liberadas por la Misa
que nosotros ofrecimos, y al mismo tiempo, nosotros nos vemos aliviados y/o
liberados de los problemas que nos aquejan, por la intercesión de quien pasó
del Purgatorio al cielo por nuestra Misa encargada. ¡Negocio redondo, en donde
todos salimos ganando!
San Leonardo de Porto Mauricio nos da
ejemplos[4] que atestiguan lo que estamos
diciendo: “Añade a esto que la caridad
que tengas con los difuntos redundará enteramente en favor tuyo. Pudiérase
confirmar esta verdad con innumerables ejemplos; pero bastará citar uno,
perfectamente auténtico, que sucedió a San Pedro Damiano.
Habiendo perdido este Santo a sus padres en la niñez,
quedó en poder de uno de sus hermanos, que lo trató de la manera más cruel, no
avergonzándose de que anduviese descalzo y cubierto de harapos. Un día encontró
el pobre niño una moneda de plata. ¡Cuál sería su alegría creyendo tener un
tesoro! ¿A qué lo destinaría? La miseria en que se hallaba le sugería muchos
proyectos; pero después de haber reflexionado bien, se decidió a llevar la
moneda a un sacerdote para que ofreciese el sacrificio de la Misa para las almas del
purgatorio. ¡Cosa admirable! Desde este momento la fortuna cambió completamente
en su favor. Otro de sus hermanos, de mejor corazón, lo recogió, tratándolo con
toda la ternura de un padre. Lo vistió decentemente y lo dedicó al estudio, de
suerte que llegó a ser un personaje célebre y un gran Santo. Elevado a la
púrpura, fue el ornamento y una de las más firmes columnas de la Iglesia. Ve , pues,
cómo una sola Misa que hizo celebrar a costa de una ligera privación, fue para
él principio de utilidades inmensas.
¡Oh, bendita Misa, que tan útil eres a la vez a los
vivos y a los muertos en el tiempo y en la eternidad! En efecto, estas almas
santas son tan agradecidas a sus bienhechores, que, estando en el cielo, se
constituyen allí sus abogadas, y no cesan de interceder por ellos hasta verlos
en posesión de la gloria. En prueba de esto voy a referirte lo que le sucedió a
una mujer perversa que vivía en Roma. Esta desgraciada, habiendo olvidado
enteramente el importantísimo negocio de su salvación, no trataba más que de
satisfacer sus pasiones, sirviendo de auxiliar al demonio para corromper la
juventud. En medio de sus desórdenes todavía practicaba una buena obra, y era
mandar celebrar en ciertos días la Santa Misa por el eterno descanso de las almas
benditas del purgatorio. Efecto de las oraciones de estas almas santas, como se
cree piadosamente, sintióse un día aquella infeliz mujer sorprendida por un
dolor de sus pecados tan amargo, que de repente, y abandonando el infame lugar
donde se encontraba, fue a postrarse a los pies de un celoso sacerdote para
hacer su confesión general. Al poco tiempo murió con las mejores disposiciones
y dando señales las más ciertas de su predestinación. ¿Y a qué podremos
atribuir esta gracia prodigiosa, sino al mérito de las Misas que ella hacía
celebrar en alivio de las almas del purgatorio? Despertemos, pues, del letargo
de nuestra indevoción, y no permitamos que los publicanos y mujeres perdidas se
nos adelanten en conseguir el reino de Dios (Mt 21, 31)”.
Bastaría una Misa, continúa San
Leonardo[5],
para liberar a todas las almas del Purgatorio. ¿Por qué? Porque en la Misa , quien pide y satisface
por las almas del Purgatorio, es Jesucristo con su sacrificio en cruz, que se
renueva sacramentalmente en el altar, y por este motivo, tiene un valor
infinito. La Misa , en cuanto sacrificio de Cristo, Hombre-Dios,
realizado por toda la humanidad, no solo ofrece a Dios satisfacción, cumpliendo
así lo que ellas deberían satisfacer por sus tormentos, sino que además pide su
liberación, la cual es efectiva, porque quien impetra por ellas es Jesucristo: “Una
sola Misa, considerado el acto en sí mismo, y en cuanto a su valor intrínseco,
bastaría para sacar todas las almas del purgatorio y abrirles las puertas del
cielo. En efecto, la Misa
es útil a las almas de los fieles difuntos, no solamente como Sacrificio
satisfactorio, ofreciendo a Dios la satisfacción que ellas deben cumplir por
medio de sus tormentos, sino también como impetratorio, alcanzándoles la
remisión de sus penas. Tal es la práctica de la Santa Iglesia , que
no se limita a ofrecer el sacrificio por los difuntos, sino que además ruega
por su libertad”[6].
En el Purgatorio, las almas son purificadas de su
falta de amor perfecto a Dios, puesto que en el cielo nadie puede estar ante la Presencia del Dios Tres
veces Santo, si no lo ama con un amor purísimo y perfectísimo, y es para
conseguir este amor, que las almas se purifican, según nos lo enseña el
Catecismo de la Iglesia Católica :
“Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente
purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de la
muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en
la alegría del cielo” [7].
Ahora bien, esta “estadía” en el Purgatorio, no es
indolora; todo lo contrario, es doctrina de la Iglesia Católica
que las almas son purificadas en un fuego que les provoca el mismo dolor que en
el infierno sufren los condenados, pero con una diferencia importantísima:
mientras en el infierno no tiene fin, y se sabe que jamás se podrá ver a Dios,
en el Purgatorio, en cambio, el alma es consciente de que finalizará en algún
momento, y de que luego ingresará en la eternidad feliz, en donde no solo no
habrá nunca más dolor y llanto, sino alegría sin fin, para siempre, en la
gozosa contemplación de Dios Uno y Trino[8].
Así nos dice San Leonardo, animándonos a que obremos
la caridad para con estas benditas almas: “A fin, pues, de excitar tu compasión
en favor de estas almas santas, ten entendido que el fuego en que están
sumergidas es tan abrasador, que, según pensamiento de San Gregorio, no cede en
actividad al fuego del infierno, y que, como instrumento de la divina Justicia,
es tan vivo, que causa tormentos insufribles y más violentos que todos los que
han sufrido los Mártires y cuanto el humano entendimiento puede concebir. Pero
lo que más las aflige todavía, es la pena de daño; porque, como enseña el
Doctor Angélico, privadas de ver a Dios, no pueden contener la ardiente
impaciencia que experimentan de unirse a su soberano Bien, del que se ven
constantemente rechazadas”[9].
¿Quién, nos preguntamos nosotros, viendo a alguien
sufrir de sed angustiosa, y teniendo a la mano dar un vaso de agua refrescante,
no lo haría? Aunque sea por lo fácil de la empresa, y no movido por amor
verdadero al prójimo, nadie dejaría de hacerlo. Si esto es así en la vida real,
¿cómo no hacerlo con las almas del Purgatorio, tanto más que lo único que
tenemos que hacer, de nuestra parte, es rezar por ellas y ofrecer el Santo
Sacrificio del altar, puesto que todo lo demás lo realiza Jesucristo?
Algo parecido nos dice San Leonardo,
animándonos a rezar por estas benditas almas: “Entra ahora dentro de ti mismo,
y hazte la siguiente reflexión. Si vieses a tus padres en peligro de ahogarse
en un lago, y que con alargarles la mano los librabas de la muerte, ¿no te
creerías obligado a hacerlo por caridad y por justicia? ¿Cómo es posible, pues
que veas a la luz de la fe tantas pobres almas, quizás las de tus parientes más
cercanos, abrasarse vivas en un estanque de fuego, y rehúses imponerte la
pequeña molestia de oír con devoción una Misa para su alivio? ¿Qué corazón es
el tuyo? ¿Quién podrá dudar que la Santa Misa alivia a estos pobres cautivos? Para
convencerte, basta que prestes fe a la autoridad de San Jerónimo quien te
enseñará claramente que, “cuando se celebra la Misa por un alma del purgatorio, aquel fuego tan
abrasador suspende su acción, y el alma cesa de sufrir todo el tiempo que dura
la celebración del Sacrificio”. (S.
Hier., c. cum Mart. de celebr. Miss.). El mismo Santo Doctor afirma también
que por cada Misa que se dice, muchas almas salen del purgatorio y vuelan al
cielo”[10].
Para reforzar lo que nos dice San
Jerónimo, hagamos esta composición de lugar en la
Santa Misa : imaginemos a Cristo
crucificado, contemplemos sus heridas y la sangre que cae de ellas, y llevemos,
junto a la Virgen ,
a muchas almas del Purgatorio, y las coloquemos debajo de sus heridas, para que
la sangre caiga sobre ellas; con cada gota que cae, se refrescan miles y miles
de almas. O también podemos pedir, en el momento en el que el sacerdote
ministerial eleva el cáliz con la
Sangre de Cristo, que esa sangre apague las llamas del
Purgatorio, al menos por el tiempo en el que está el cáliz en lo alto. O
también podemos recordar la oración de un sacerdote cuando elevaba la Hostia consagrada, según el
relato que el mismo Santo Cura de Ars narraba a sus parroquianos: “Hijos míos, un buen sacerdote había tenido la
desgracia de perder un amigo muy querido. Por eso rezó mucho por la paz de su
alma. Un día Dios le hizo saber que su amigo estaba en el Purgatorio y sufría
terriblemente. Este santo sacerdote pensó que no podía hacer algo mejor que
ofrecer el Santo Sacrificio de la
Misa por su querido difunto. En el momento de la Consagración , tomó la Hostia entre sus manos y
dijo: “Padre Santo y Eterno, en tus manos divinas está el alma de mi amigo en
el Purgatorio y en mis pobres manos de ministro tuyo está el Cuerpo de Tu Hijo
Jesús. Pues bien, Padre Bueno y Misericordioso, libra a mi amigo y yo te
ofrezco a Tu Hijo junto con todos los méritos de Su Gloriosa Pasión y Muerte”.
Este pedido fue escuchado. De hecho, en el momento de la elevación, él vio que
el alma de su amigo subía al Cielo resplandeciente de gloria. Dios había
aceptado la ofrenda”. “Por eso hijos míos –continuaba el santo Cura de Ars-,
cuando queramos liberar a nuestros seres queridos que están en el Purgatorio,
hagamos lo mismo. Ofrezcamos al Padre, por medio del Santo Sacrificio, a Su
Hijo Dilecto, junto con todos los méritos de Su Pasión y Muerte, así no podrá rechazarnos
nada” [11].
Según el Santo Cura de Ars, debemos ofrecer la Hostia , elevada por el
sacerdote, a Dios Padre, por las almas del Purgatorio, porque le ofrecemos lo
que a Él más le agrada: el Cuerpo, la
Sangre , el Alma y la Divinidad de nuestro Señor Jesucristo.
Pero además de la Eucaristía , para ayudar
a las almas del Purgatorio, podemos ofrecer nuestros sufrimientos, nuestras mortificaciones y el
sufrimiento voluntario, como por ejemplo el ayuno, las privaciones, etc., y
también los sufrimientos involuntarios como las enfermedades, los lutos, los
abandonos, etc.[12].
Los santos nos dicen que no ocuparse de los difuntos,
por el motivo que sea –avaricia, al no querer gastar en sufragios, o gastando
el dinero recibido para esas almas en otras cosas, en el caso de los sacerdotes-,
hace a estas almas “peores que un demonio”, porque mientras éste atormenta a
los réprobos, el alma que no se ocupa de los difuntos, atormenta a los
“elegidos y amigos de Dios”: “Si fueses del número de aquellos avaros, que no
solamente quebrantan las leyes de la caridad descuidando la oración por sus
difuntos y no oyendo, al menos de tiempo en tiempo, una Misa por estas pobres
almas, sino que, hollando los sagrados fueros de la justicia, rehúsan
satisfacer los legados piadosos y hacer celebrar las Misas fundadas por sus
antepasados o que, siendo sacerdotes, acumulan un considerable número de
limosnas, sin pensar en la obligación de cumplirlas a tiempo, ¡ah! avivado
entonces por el fuego de un santo celo, te diré cara a cara: Retírate, porque
eres peor que un demonio; porque los demonios al fin sólo atormentan a los
réprobos, pero tú atormentas a los predestinados; los demonios emplean su furor
con los condenados, pero tú descargas el tuyo sobre los elegidos y amigos de
Dios. No, ciertamente: no hay para ti confesión que valga, ni confesor que
pueda absolverte, mientras no hagas penitencia de tal iniquidad y no llenes
cumplidamente tus obligaciones con los muertos. Pero, Padre mío, dirá alguno,
yo no tengo medios para ello… no me es posible… ¿Conque no puedes? ¿Conque no
tienes medios? ¿Y te faltan por ventura para brillar en las fiestas y
espectáculos del mundo? ¿Te faltan recursos para un lujo excesivo y otras
superfluidades? ¡Ah! ¿Tienes medios para ser pródigo en tu comida, en tus
diversiones y placeres y… quizás en tus desórdenes escandalosos? En una
palabra, ¿tienes recursos para satisfacer tus pasiones, y cuando se trata de
pagar tus deudas a los vivos, y lo que aún es más justo, a los difuntos, no
tienes con qué satisfacerlas? ¿No puedes disponer de nada en su favor?”[13].
A estos tales, que no se ocupan de los difuntos, les
están profetizados grandes males, según las Escrituras, citadas por San
Leonardo: “¡Ah! te comprendo: es que no hay en el mundo quien examine esas
cuentas, y te olvidas en este asunto de que te las ha de tomar Dios. Continúa,
pues, consumiendo la hacienda de los muertos, los legados piadosos, las rentas
destinadas al Santo Sacrificio; pero ten presente que hay en las Santas
Escrituras una amenaza profética registrada contra ti; amenaza de terribles
desgracias, de enfermedades, de reveses de fortuna, de males irreparables en tu
persona y bienes, y en tu reputación. Es palabra de Dios, y antes que ella deje
de cumplirse faltarán los cielos y la tierra. La ruina, la desgracia y males
irremediables des-cargarán sobre las casas de aquéllos que no satisfacen sus
obligaciones para con los muertos. Recorre el mundo, y sobre todo los pueblos
cristianos, y verás muchas familias dispersas, muchos establecimientos
arruinados, muchos almacenes cerrados, muchas empresas y compañías en
suspensión de pagos, muchos negocios frustrados, quiebras sin número, inmensos
trastornos y desgracias sin cuento. Ante este cuadro tristísimo exclamarás sin
duda: ¡Pobre mundo, infeliz sociedad!”[14].
La causa de todos estos males, no es
no tener misericordia para con el prójimo más necesitado, en este caso, los
difuntos, y no se tiene misericordia, porque no se tiene amor a Dios, y esto se
manifiesta en el abandono de la
Santa Misa : “Ahora bien, si buscas el origen de todos estos
desastres, hallarás que una de las causas principales es la crueldad con que se
trata a los difuntos, descuidando el socorrerlos como es debido, y no
cumpliendo los legados piadosos: además, se cometen una infinidad de
sacrilegios, es profanado el Santo Sacrificio, y la casa de Dios, según la
enérgica expresión del Salvador, es convertida en cueva de ladrones. Y después
de esto, ¿quién se admirará de que el cielo envíe sus azotes, el rayo, la
guerra, la peste, el hambre, los temblores de tierra y todo género de castigos?
¿Y por qué así? ¡Ah! Devoraron los bienes de los difuntos, y el Señor descargó
sobre ellos su pesado brazo: “Lingua eorum et adinventiones eorum contra
Dominum. (…) Vae animae eorum, quoniam reddita sunt eis mala”. Con razón, pues,
el cuarto Concilio de Cartago declaró excomulgados a estos ingratos, como
verdaderos homicidas de sus prójimos; y el Concilio de Valencia ordenó que se
los echase de la Iglesia
como a infieles”.
No en vano la Iglesia establece, como
obra de misericordia espiritual, es decir, como manifestación del cumplimiento
del Primer mandamiento –“Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”-, el rezar
por los difuntos, y particularmente la
Misa , el sacrificio eucarístico[15].
Para estas
obras de misericordias, son válidas también las palabras de Jesús: “Quien es
misericordioso, recibe misericordia” (cfr. Mt
5, 7-10), pero también es válido lo opuesto: “Quien no tiene misericordia, no
recibirá misericordia”, sobre todo en la otra vida.
Nos lo recuerda
también San Leonardo con algunos ejemplos: “Todavía
no es éste el mayor de los castigos que Dios tiene reservado a los hombres sin
piedad para con sus difuntos: los males más terribles les esperan en la otra
vida. El Apóstol Santiago nos asegura que el Señor juzgará sin misericordia, y
con todo el rigor de su justicia, a los que no han sido misericordiosos con sus
prójimos vivos y muertos: “Iudicium enim sine misericordia illi qui non fecit
misericordiam” . El permitirá que sus herederos les paguen en la misma moneda,
es decir, que no se cumplan sus últimas disposiciones, que no se celebren por
sus almas las Misas que hubiesen fundado, y, en el caso de que se celebren,
Dios Nuestro Señor, en lugar de tomarlas en cuenta, aplicará su fruto a otras
almas necesitadas que durante su vida hubiesen tenido compasión de los fieles
difuntos. Escucha el siguiente admirable suceso que se lee en nuestras
crónicas, y que tiene una íntima conexión con el punto de doctrina que venimos
explicando. Aparecióse un religioso después de muerto a uno de sus compañeros,
y le manifestó los agudísimos dolores que sufría en el purgatorio por haber
descuidado la oración en favor de los otros religiosos difuntos, y añadió que
hasta entonces ningún socorro había recibido, ni de las buenas obras
practicadas, ni de las Misas que se le habían celebrado para su alivio; porque
Dios, en justo castigo de su negligencia, había aplicado su mérito a otras
almas que durante su vida habían sido muy devotas de las del purgatorio. Antes
de concluir la presente instrucción, permíteme que arrodillado y con las manos
juntas te suplique encarecidamente, que no cierres este pequeño libro sin haber
tomado antes la firme resolución de hacer en lo sucesivo todas las diligencias
posibles para oír y mandar celebrar la Santa Misa , con tanta frecuencia como tu estado y
ocupaciones lo permitan. Te lo suplico, no solamente por el interés de las
almas de los difuntos, sino también por el tuyo, y esto por dos razones:
primera, a fin de que alcances la gracia de una buena y santa muerte, pues
opinan constantemente los teólogos que no hay medio tan eficaz como la Santa Misa para
conseguir este dichoso término. Nuestro Señor Jesucristo reveló a Santa
Matilde, que aquél que tuviese la piadosa costumbre de asistir devotamente a la Santa Misa , sería
consolado en el instante de la muerte con la presencia de los Angeles y Santos,
sus abogados, que le protegerían contra las asechanzas del infierno. ¡Ah! ¡Qué
dulce será tu muerte si durante la vida has oído Misa con devoción y con la
mayor frecuencia posible!”[16].
Sólo el sacrificio de Cristo en la cruz,
renovado sacramentalmente en la
Santa Misa ,
nos salva de precipitarnos en el
infierno.
Además, debemos asistir a Misa para que nuestro propio
paso por el Purgatorio sea lo más breve posible: “La segunda razón que debe
moverte a asistir al Santo Sacrificio es la seguridad de salir más pronto del
purgatorio y volar a la patria celestial. Nada hay en el mundo como las
indulgencias y la Santa Misa
para alcanzar el precioso favor, la gracia especial de ir derechamente al cielo
sin pasar por el purgatorio, o al menos sin estar mucho tiempo en medio de sus
abrasadoras llamas. En cuanto a las indulgencias, los Sumos Pontífices las
concedieron pródigamente a los que asisten con devoción a la Santa Misa. En cuanto
a la eficacia de este Divino Sacrificio para apresurar la libertad de las almas
del purgatorio, creemos haberla demostrado suficientemente en las páginas
anteriores. En todo caso, y para convencernos de ello, debiera bastar el
ejemplo y autoridad del Venerable Juan de Ávila. Hallábase en los últimos
instantes de su vida este gran Siervo de Dios, que fue en su tiempo el oráculo
de España, y preguntado qué era lo que más ocupaba su corazón, y qué clase de
bien sobre todo deseaba se le proporcionase después de su muerte. “Misas,
respondió el Venerable moribundo, Misas, Misas”[17].
Pero no hay que esperar al momento de la muerte para
hacer celebrar misas por las necesidades espirituales de nuestras almas y las
de nuestros seres queridos: “Sin embargo, si me lo permites, te daré con este
motivo y de muy buena gana, un consejo que creo importantísimo, y es: que
durante tu vida, y sin confiar en tus herederos, tengas cuidado de hacer que se
celebren aquellas Misas que desearías se celebrasen después de tu muerte, y
tanto más, cuanto que San Anselmo nos enseña que una sola Misa oída o celebrada
por las necesidades de nuestra alma mientras vivimos, nos será más provechosa
que mil celebradas después de nuestra muerte. Así lo había comprendido un rico
comerciante de Génova que, hallándose en el artículo de la muerte, no tomó
disposición alguna para el alivio de su alma. Todos se admiraban de que un
hombre tan opulento, tan piadoso y caritativo con todo el mundo, fuese tan
cruel consigo mismo. Pero al proceder, después de su muerte, al examen de sus
papeles, se encontró un libro en donde había anotado todas las obras de caridad
que había practicado por la salvación de su alma. “Para Misas que hice celebrar
por mi alma 2,000 liras. “Para dotes de doncellas pobres 10,000. “Para el Santo
Hospital 200, etc.” Al fin de este libro
leíase la máxima siguiente: “Aquél que desee el bien, hágaselo a sí mismo
mientras vive, y no confíe en los que le sobrevivan”. En Italia es muy popular
este proverbio: “Más alumbra una vela delante de los ojos, que una gran
antorcha a la espalda”. Aprovéchate, pues, de este saludable aviso, y después
de haber meditado prudentemente sobre la excelencia y utilidades de la Santa Misa , avergüénzate
de la ignorancia en que has vivido hasta aquí, sin haber hecho el aprecio
debido de un tesoro tan grande, que fue para ti ¡ay! un tesoro escondido. Ahora
que conoces su valor, destierra de tu espíritu, y más todavía de tus discursos,
estas proposiciones escandalosas, y que saben a ateísmo:
—Una
Misa más o menos poco importa.
—No
es poca cosa oír Misa los días de obligación.
—La Misa de tal sacerdote es una
Misa de Semana Santa, y cuando lo veo acercarse al altar, me escapo de la
iglesia.
Renueva,
además, el saludable propósito de oír la Santa Misa con la mayor frecuencia y devoción
posibles”[18].
Muchos otros santos, como Don Bosco,
nos aconsejan lo mismo que San Leonardo. Don Bosco, al morir uno de sus
alumnos, les hacía ver a los demás que quien había muerto, era “hermano” y que
si queríamos recibir misericordia, debíamos dar misericordia, rezando y
ofreciendo la Santa Misa
por él. Decía así: “Ha dicho el Señor que, con la misma medida con que hayamos
medido a los demás, seremos tratados nosotros, y que, si hemos tenido
misericordia con los demás, el Señor la tendrá también con nosotros. Y san
Agustín escribió que, rezando por las benditas almas del purgatorio, mientras
las sacamos de aquellas penas, preparamos a la par uno más breve para nosotros.
Si oramos por los difuntos, cuando muramos también nosotros, habrá quienes,
inspirados por el Señor, rezarán por nuestras almas. Que, si nosotros estamos
obligados a pedir por todos los difuntos en general, mucho más lo estamos por
quien paseaba con nosotros en el mismo Oratorio, rezaba con nosotros en la
misma iglesia, comía con nosotros el mismo pan; en fin, era nuestro hermano. Mañana
por la mañana se celebrará el funeral, se cantará la misa y se recitará el
rosario de difuntos. Todo el bien que mañana se hará en casa, servirá de
sufragio para el alma de Lagorio. Todas las comuniones se reciban con este fin;
el que no pueda comulgar sacramentalmente, hágalo espiritualmente, pues el
Señor la aceptará también en satisfacción de las penas de las almas del
purgatorio”[19].
Por último, el P. Pío nos trae este
ejemplo propio, que nos hace ver qué gran falta de caridad es dejar que las
almas del Purgatorio permanezcan allí, sin hacer nada por ellas. Dice así esta
historia, contada por él mismo al P. Anastasio: “Una tarde, mientras yo estaba
solo en el coro para orar, oí el susurro de un traje y vì a un monje joven que
revolvió al lado del altar principal. Parecía que el joven monje estaba
desempolvando los candelabros y arreglando los jarrones de las flores. Yo pensé
que él era el Padre Leone que estaba reestructurando el altar; y como ya era la
hora de la cena, me acerqué a él y le dije: “Padre Leone, vaya a cenar, no es
tiempo para desempolvar y reparar el altar”. Pero una voz que no era la voz del
padre Leone me contestó: “yo no soy el Padre Leone”,“¿y quién es usted? “, le
pregunté. “Yo soy un hermano suyo que hice el noviciado aquí, mi misión era
limpiar el altar durante el año del noviciado. Desgraciadamente en todo ese
tiempo yo no reverencié a Jesús Sacramentado, Dios Todopoderoso, como debía
haberlo hecho, mientras pasaba delante del altar. Causando gran aflicción al
Sacramento Santo por mi irreverencia; puesto Que El Señor se encontraba en el
tabernáculo para ser honrado, albado y adorado. Por este serio descuido, yo
estoy todavía en el Purgatorio. Ahora, Dios, por su misericordia infinita, me
envió aquí para que usted decida el tiempo desde cuando que yo podré disfrutar
del Paraíso. Y para que UD cuide de mí”. Yo creí haber sido generoso con esa
alma en sufrimiento, por lo que yo exclamé: “Usted estará mañana por la mañana
en el Paraíso, cuando yo celebre la Santa Misa.”. Esa alma lloró: “Cruel de mí, que
malvado fui”. Entonces él lloró y desapareció. Esa queja me produjo una herida
tan profunda en el corazón, la cual yo he sentido y sentiré durante toda mi
vida. De hecho yo habría podido enviar esa alma inmediatamente al Cielo pero yo
lo condené a permanecer una noche más en las llamas del Purgatorio”[20].
[2] Catálogo
de Santos de la Orden.
[3] Santoral de Bruselas.
[4] Cfr. El tesoro escondido de la Santa Misa.
[5] Cfr. San
Leonardo, o. c.
[6] Cfr. San
Leonardo de Porto Mauricio, o. c.
[7] Cfr. n.
1030.
[8] Es la doctrina de la Iglesia , enseñada en el
Catecismo, n. 1031 La
Iglesia llama purgatorio a esta purificación final
de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la
doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los concilios de
Florencia [1439] y de Trento [1563]. La tradición de la Iglesia , haciendo
referencia a ciertos textos de la
Escritura -por ejemplo, 1
Corintios 3,15; 1 Pedro 1,7-,
habla de un fuego purificador: “Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario
creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma
Aquél que es la Verdad ,
al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo,
esto no le será perdonado en este siglo, ni en el futuro (Mt 12,31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden
ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro” (San Gregorio
Magno [+604]).
[9] Cfr. San
Leonardo, ibidem.
[10] Cfr. ibidem.
[11] Cfr. http://www.benditasalmas.org/interna_contenido.php?id=8;
cfr. Simma, M., El maravilloso secreto de las almas del
Purgatorio – Sor Emmanuel y María Simma.
[12] Cfr.
Simma, ibidem.
[13] Cfr. ibidem.
[14] Cfr.
San Leonardo, ibidem.
[15] Cfr.
Catecismo, n. 1032: Esta enseñanza se
apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya
habla la Escritura :
“Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los
muertos, para que quedaran liberados del pecado” (2Mac 12,46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la
memoria de los difuntos, y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular
el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a
la visión beatífica de Dios. La
Iglesia recomienda las limosnas, las indulgencias y las
obras de penitencia en favor de los difuntos: “Llevémosles socorros y hagamos
su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de
su padre (cf. Job 1,5), ¿por qué
habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un
cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido, y en
ofrecer nuestras plegarias por ellos” (San Juan Crisóstomo [+407]).
[16] Cfr.
San Leonardo, ibidem.
[17] Cfr. ibidem.
[18] Cfr.
San Leonardo, ibidem.
[19] Cfr. Memorias Biográficas de Don Bosco, Volumen 7,
Capítulo 80.
Me siento triste por mi vida anterior y feliz porque las oraciones que estoy rezando por mi mamá, la ayudarán a llegar a los pies del señor nuestro Dios todo poderoso.
ResponderBorrarGracias por estos hechos que han expresado en estas páginas y que no sabía, perdón pero gracias. Muchas gracias y estoy segura que han de cambiar mi vida