San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 21 de febrero de 2012

Beato Álvaro de Córdoba



19 de febrero
         Vida y milagros del Beato Álvaro de Córdoba[1]
El Beato Álvaro de Córdoba nació a mediados del siglo XIV, en Zamora (1360?) y murió en Córdoba el 19 de febrero y fue sepultado en su convento en el año 1430. El Papa Benedicto XIV, aprobó su culto el 22 de septiembre de 1741. Perteneció a la noble familia Cardona. Entró en el convento dominico de San Pedro en Córdoba, en el año 1368. Fue un famoso y ardiente predicador, y con su ejemplo y sus obras, contribuyó a la reforma de la Orden, iniciada por el Beato Raimundo de Capúa y sus discípulos. Vivió en tiempos muy difíciles, tanto para la Iglesia como para la sociedad: la peste negra asoló Europa dejando los conventos vacíos, que luego intentaron llenarse con gente no preparada con lo que decayó la vida religiosa y, consecuentemente, sobrevino también la corrupción de costumbres. Hay, con ínfulas de legitimidad, tres tiaras; unos obedecen como legítimo al papa de Avignón, otros al de Roma y otros al que está en Pisa. A Álvaro le duele el alma; predica, observa, reza y hace penitencia por la unidad tan deseada.
Es nombrado confesor de la reina Catalina de Lancaster y de su hijo Juan II. Pero Álvaro deja pronto la corte porque anhela la reforma dominicana. Después de volver de una peregrinación a Tierra Santa, quedó impactado en el corazón por el doloroso Camino del Calvario, recorrido por nuestro Salvador. Deseoso de vivir una existencia en soledad y perfección, para meditar y unirse, por la oración, el sacrificio y el ayuno, a la Pasión del Salvador, y con el favor del rey D. Juan II de Castilla, del que era su confesor, pudo fundar a tres millas de Córdoba el famoso y observante convento de Santo Domingo Escalaceli (Escalera del Cielo), donde había varios oratorios que reproducían la “vía dolorosa”, por él venerada en Jerusalén. De noche, se retiraba a una gruta distante del convento donde, a imitación de su Santo Padre Domingo, oraba y se flagelaba. Con el tiempo, ésta se convirtió en meta de peregrinaciones para los fieles. Poseía el don de profecía y obró milagros.
Enamorado de la Pasión de Cristo -la que le llevó a Tierra Santa- planta pasos que recuerdan la Pasión de Jesús en la sierra de Córdoba desde Getsemaní hasta la cruz del Gólgota; piadosamente reza, medita y recorre una y otra vez los distintos momentos o pasos o estaciones del itinerario doloroso del Señor. Era para Álvaro y sus religiosos la “Vía dolorosa”.
Esta sagrada representación fue imitada en otros conventos, dando origen a la devoción tan bella del “Vía Crucis”, apreciadísima en la piedad cristiana. Luego, el holandés Adricomio y el P. Daza darán la forma y fijarán en catorce las estaciones al primer Via Crucis que Leonardo de Porto Mauricio popularizará más adelante también en Italia, importándolo de España.
Escalaceli es centro de peregrinaciones de las gentes que, cada vez desde sitios más distantes, pasan noches en vela, rezan, lloran sus pecados, piden perdón, expían y luego cantan. De ella recibió buen influjo y enseñanza la devoción del pueblo andaluz por sus Macarenas, sus Cristos crucificados y sus “pasos” de Semana Santa.

         Mensaje de santidad del Beato Álvaro de Córdoba
         Es el precursor del Via Crucis, al que llamó “Scala Coeli” (Escalera al cielo), porque la Cruz de Jesús es el único camino que conduce al Reino de Dios. Para apreciar mejor el mensaje de santidad del Beato Álvaro de Córdoba, meditemos en el pasaje del Evangelio en donde Jesús les habla a los discípulos acerca del camino al cielo, la Cruz.
         El camino al cielo, beber del cáliz y subir a la cruz (Mt 20, 17-28)
         De camino a Jerusalén, Jesús va con sus discípulos, y durante la marcha, se vuelve y les habla a solas, anunciándoles su misterio pascual de muerte y resurrección[2]. La madre de Santiago y Juan se postra delante de Él para pedirle los primeros puestos en su reino para sus hijos. Jesús corrige con delicadeza y caridad la mirada un poco estrecha y egoísta de sus discípulos y de la madre de estos, haciéndoles ver que que su reino es ante todo espiritual, que no es como los reinos de la tierra, que recompensan a los que triunfan con honores mundanos. Jesús no sólo da una lección de humildad: “el que quiera ser grande, debe ser servidor (...), así como el Hijo del hombre, que no vino a ser servido, sino a servir”. Les está diciendo que para entrar en el reino deberán compartir su destino, y su destino es la cruz: Cristo es nuestro camino, pero como Cristo y la cruz son una misma cosa, la cruz de Cristo es nuestro camino[3], no sólo de salvación, sino de nuestra filiación divina y de nuestra comunión con la Trinidad. Por la Pasión se llega a la Resurrección, por la cruz se entra en el reino de su Padre. Su reino es un reino espiritual, y lo conquistan quienes puedan beber el cáliz amargo de la Pasión, junto a Él, y quienes sean capaces de entregar sus vidas libremente en la cruz, como Él, como sacrificio en honor al Padre y por amor a los hombres. El primer puesto en los cielos se consigue aquí en la tierra, imitándolo a Él y participando de su cruz: quienes estén más dispuestos a seguirlo en la humillación de la cruz y en la amargura de la Pasión, quienes sean capaces de beber el cáliz amargo de la Pasión, de los dolores y de las afrentas, ése, porque lo imita a Él, entrará con Él en el Reino de los cielos. Jesús no tolera la ambición desmedida, al modo de los reinos mundanos; quien quiera tener un puesto en el reino, deberá ser servidor, como Él se llama a sí mismo –el Hijo del hombre es servidor, a venido a servir-; deberá ser esclavo, así como Él, siendo Señor y Dios omnipotente, tomando la forma de esclavo, encarnándose, dió su vida en rescate por muchos, del mismo modo a como un esclavo se vende para adquirir otras cosas[4]. Jesús en la cruz es ejemplo de entrega y de donación libre por amor a Dios y a los hombres; quien quiera entrar en el reino, deberá seguirlo en el camino de la cruz, que es el camino de la humillación y del oprobio. La corona de luz y de gloria está precedida por otra corona, la corona de espinas; sin corona de espinas, no hay corona de luz. “He aquí el que estuvo suspendido en la cruz, reina ahora como Dios sobre todas las cosas”[5].
         También va Jesús con nosotros, que nos dirigimos, en el camino de esta vida, a la Jerusalén celestial. También a nosotros nos corrige nuestra ambición humana, de pretender siempre los primeros puestos. Y al igual que para con los discípulos, a quienes les muestra que el camino a la resurrección pasa por beber del cáliz de la Pasión y por subir a la cruz, también a nosotros nos hace la misma invitación: nos inivita a beber del cáliz de su Sangre, y nos invita a unirnos a su sacrificio en cruz, renovado sacramentalmente en el altar. La oportunidad para beber del cáliz de la Pasión y seguir a Jesús en la cruz se nos presenta en cada misa, ya que en cada misa, en el misterio de la liturgia, asistimos a su sacrificio en cruz, el mismo del Calvario, y bebemos del cáliz, bebemos de su Sangre, que de la cruz cae en el cáliz. Sólo si bebemos del cáliz de su Sangre, que contiene el Espíritu Santo, sólo si nos unimos interiormente a Él que renueva su sacrificio en la cruz delante nuestro, sobre el altar, seremos capaces de ocupar no los primeros puestos, sino los puestos que el Padre tenga designados para nosotros en el cielo.
         “¿Podéis beber del cáliz?” “Podemos, y también queremos subir a la cruz”.



[1] http://santopedia.com
[2] Cfr. B. Orchard et al., Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1954, 432.
[3] Cfr. Odo Casel, Misterio de la cruz, Los libros del monograma, Madrid2 1964, 175.
[4] Cfr. Orchard, ibidem, 433.
[5] Himno pascual de San Venancio Fortunato, en A. S. Walpole, Early Latin Hymns, 1992, 185.

lunes, 13 de febrero de 2012

San Abraham, Patriarca


12 de marzo

        
         Vida y milagros de San Abraham[1]
         ¿Abraham nos dice cómo vivir la Santa Misa? ¿Cómo puede ser? Veamos su vida y su mensaje de santidad para averiguarlo.
La historia de su vida está contenida en el Libro del Génesis, capítulos 11, 26 a 25, 18. Vivía en la ciudad de Ur, cerca de los ríos Tigres y Éufrates, cuando Dios le pidió el sacrificio de alejarse de su tierra, que era muy fértil, y de su hermosa ciudad e irse a un país desconocido y desértico, lejos de familiares y amigos (la tierra de Canaán, y luego Egipto). Abraham aceptó el pedido, y Dios en pago le prometió que sus descendientes poseerían por siempre aquel país.
         Dios se le aparece en forma de viajero peregrino (acompañado de dos ángeles disfrazados también) y Abraham los atiende maravillosamente bien. Dios le promete que dentro de un año tendrá un hijo. Sara la esposa, que está oyendo detrás de una cortina, se ríe de esta promesa, porque le parece imposible ya que ellos dos son muy viejos. Dios manda que al niño le pongan por nombre “Isaac”, que significa “el hijo de la sonrisa”. Concibió a su hijo Isaac creyendo contra toda su esperanza: su esposa era estéril y anciana, y él mismo también era anciano, y aún así, nació su hijo Isaac. Dios le prometió que su descendencia sería tan numerosa como las arenas del mar y Abraham creyó a esta promesa, y esta fe le fue apreciada y recompensada: Isaac fue padre de Jacob, y los hijos de Jacob se llaman los doce Patriarcas, de los cuales se formó el pueblo de Israel.
         Cuando Isaac cumple los quince años, Dios le pide a Abraham que vaya a un monte y le ofrezca el hijo en sacrificio. Abraham acepta esto aunque le cuesta muchísimo, pero lo hace porque tiene fe en la bondad de Dios, y que Dios no le pedirá nada malo. Ante la pregunta de su hijo de dónde está el animal del sacrificio, Abraham responde: “Dios proveerá”. Cuando está a punto de sacrificar a Isaac, un ángel le detiene la mano y oye una voz del cielo que le dice: “He visto cuán grande es tu generosidad. Ahora te prometo que tu descendencia nunca se acabará en el mundo”. Y luego ve un venado enredado entre unas matas de espinas –es la respuesta a la pregunta de Isaac- y lo ofrece en sacrificio a Dios.
         En otro episodio de su vida, Abraham libera a su sobrino Lot, atacando con sus obreros, por sorpresa, a sus enemigos, y libera a todos los cautivos. En su camino a casa, se encuentra con Melquisedec, rey de Salem y sacerdote de Jerusalén, quien presenta pan y vino, y lo bendice, y Abram le da diezmos de todo lo que tiene; pero para sí mismo no se reserva nada[2]. Desde entonces quedó la costumbre de dar para Dios y para los pobres el diezmo, o sea la décima parte de lo que cada uno gana.
         Tiempo más tarde, Dios le comunica a Abraham que iba a destruir a Sodoma porque en esa ciudad se cometían pecados contra-natura. Abraham ruega a Dios para que no la destruya, pero como en la ciudad no hay ni siquiera una sola persona buena, cae una lluvia del cielo que consume a la ciudad pecadora. Sólo se salvó Lot, por ser sobrino de Abraham, y su mujer, pero esta última, al desobedecer la orden de los ángeles y mirar hacia atrás, quedó convertida en estatua de sal.
Su esposa Sara muere a la edad de 127 años, y Abraham, habiendo comprado a Efrón el Hitita la cueva en Macpela cerca de Mambré, la sepulta allí. Su propia carrera no está aún enteramente terminada, pues primero que todo toma una esposa para su hijo Isaac, Rebeca de la ciudad de Nacor en Mesopotamia. Luego él se casa con Cetura, anciana como él, y de ella tiene seis hijos. Finalmente, dejando todas sus posesiones a Isaac, muere a la edad de 170 años, y es sepultado por Isaac e Ismael en la cueva de Macpela.

         Mensaje de santidad de Abraham
         Un primer mensaje de santidad de Abraham es su fe inquebrantable en la Palabra de Dios: cree contra toda esperanza, jamás duda de lo que Dios le pide, y hace lo que Dios le pide, porque es Dios quien se lo pide. Aún cuando Dios le pida sacrificar a su hijo, Abraham no duda, porque sabe que si Él se lo ha pedido, sabe que Dios no puede nunca pedir algo malo. Abraham es ejemplo de fe en Dios, no de una fe irracional, que en el fondo es una fe falsificada; es ejemplo de fe verdadera, firme, cierta, porque se basa en el conocimiento de Dios: Abraham sabe que Dios es infinitamente bueno, que de Él no puede salir nada malo, ni siquiera el más mínimo mal, y que si Él le pide el sacrificio de su hijo, aún cuando él no lo entienda, es algo bueno por el solo hecho de venir de Dios. La fe de Abraham es por lo tanto una fe pura, límpida, cristalina, no contaminada con la duda, la ignorancia, el error, y mucho menos, con la malicia tan propia del hombre, de desconfiar de Dios porque se duda de su bondad.
         Otro mensaje de santidad es el encuentro de Abraham con Melquisedec, figura del Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo: así como Abraham da el diezmo en agradecimiento a sus oraciones y la oblación de pan y vino de Melquisedec, así el católico debe dar el diezmo y ayudar a la Iglesia y al clero, por las obras de misericordia que realiza la Iglesia en nombre de Cristo, la principal de todas, la Santa Misa, en donde el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús.
         El otro mensaje de santidad que nos deja Abraham lo vemos en el sacrificio de su hijo Isaac, aunque aquí el mensaje es ante todo de Isaac, que aparece como figura de Cristo, como un anticipo en sombras de lo que será el sacrificio del Redentor. Isaac es hijo primogénito, al igual que Jesús: Hijo de Dios Padre, Hijo de la Madre de Dios, el Hombre-Dios, primer miembro de la Nueva Raza Humana regenerada por la gracia divina; Isaac carga la leña para el holocausto, que es su propio holocausto: Jesús carga la Cruz de madera, en la cual se llevará a cabo el holocausto de su Cuerpo; Isaac se dirige a un altar, preparado por su padre, Abraham: Jesús se dirige al altar de la Cruz, preparado por su Padre Dios; Isaac no opone resistencia al pedido de su padre de ser sacrificado en honor de Dios, y mansamente permite que su padre Abraham disponga todo para el sacrificio, incluso que eleve su mano con un puñal dirigido a su corazón: Jesús, desde la eternidad, no solo no opone resistencia al pedido de su Padre, sino que voluntariamente, como Dios Hijo que es, se ofrece a encarnarse para tener un cuerpo para ofrecer en holocausto a Dios en el altar de la Cruz, y deja voluntariamente que lo golpeen, lo flagelen, lo coronen de espinas, lo crucifiquen y, una vez ya muerto, permite que su Sagrado Corazón sea traspasado por el hierro hiriente de la lanza que le atraviesa su costado.
         ¡Admirable misterio del patriarca Abraham, que con su fe inquebrantable, con su diezmo de agradecimiento, y con su disposición a sacrificar a su hijo Isaac, nos anticipó cómo debemos comportarnos en relación a la Santa Misa: tener fe inquebrantable en la Palabra de Dios, que convierte el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Jesús, agradecer espiritual y materialmente a la Iglesia por el don de la Eucaristía, y adorar a Cristo que se inmola incruentamente en el altar!



domingo, 12 de febrero de 2012

Santas Felicidad y Perpetua


7 de Marzo


Vida y milagros de Santas Felicidad y Perpetua[1]
Perpetua nacida en la nobleza, conversa. Esposa y madre. Fue martirizada con su servidora y amiga y otros mártires.
En el año 202, el emperador Septimio Severo ordenó que los que siguieran siendo cristianos y no quisieran adorar a los dioses falsos, tenían que morir. Fue así que las detuvieron en Cartago junto con otros adolescentes catecúmenos. Murieron martirizadas en Túnez, Cartago, el 7 de marzo del año 203.
Perpetua era una joven madre, de 22 años, que tenía un niñito de pocos meses. Pertenecía a una familia rica y muy estimada por toda la población. Perpetua estaba celebrando una reunión religiosa en su casa de Cartago cuando llegó la policía del emperador y la llevó prisionera, junto con su esclava Felicidad y los esclavos Revocato, Saturnino y Segundo.
Mientras estaba en prisión, por petición de sus compañeros mártires, fue escribiendo el diario de todo lo que le iba sucediendo[2], y gracias a eso, conocemos cómo fue su martirio.
Felicidad, a su vez, era una esclava de Perpetua. Era también muy joven y en la prisión dio a luz una niña, que después los cristianos se encargaron de criar muy bien. Las acompañaron en su martirio unos esclavos que fueron apresados junto a ellas, y su catequista, el diácono Sáturo, que las había instruido en la religión y las había preparado para el bautismo. A Sáturo no lo habían apresado, pero él se presentó voluntariamente.
Los antiguos documentos que narran el martirio de estas dos santas, eran inmensamente estimados en la antigüedad, y San Agustín dice que se leían en las iglesias con gran provecho para los oyentes. Esos documentos, escritos por Perpetua, narran lo siguiente: “Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada porque nunca había estado en un sitio tan oscuro. El calor era insoportable y estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho. Me parecía morir de calor y de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión”.
El gobernador de Cartago llamó a juicio a Perpetua y a sus servidores. La noche anterior Perpetua tuvo una visión en la cual le fue dicho que tendrían que subir por una escalera muy llena de sufrimientos, pero que al final de tan dolorosa pendiente, estaba un Paraíso Eterno que les esperaba. Ella narró a sus compañeros la visión que había tenido y todos se entusiasmaron y se propusieron permanecer fieles en la fe hasta el fin.
Primero pasaron los esclavos y el diácono. Todos proclamaron ante las autoridades que ellos eran cristianos y que preferían morir antes que adorar a los falsos dioses.
Luego llamaron a Perpetua. El juez le rogaba que dejara la religión de Cristo y que se pasara a la religión pagana y que así salvaría su vida. Y le recordaba que ella era una mujer muy joven y de familia rica. Pero Perpetua proclamó que estaba resuelta a ser fiel hasta la muerte, a la religión de Cristo Jesús. Entonces llegó su padre (el único de la familia que no era cristiano) y de rodillas le rogaba y le suplicaba que no persistiera en llamarse cristiana. Que aceptara la religión del emperador. Que lo hiciera por amor a su padre y a su hijito. Ella se conmovía intensamente pero terminó diciéndole: “¿Padre, cómo se llama esa vasija que hay ahí en frente?” “Una bandeja”, respondió él. Pues bien: “A esa vasija hay que llamarla bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque es una bandeja. Y yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de ninguna otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser para siempre”.
Y añade el diario escrito por Perpetua: “Mi padre era el único de mi familia que no se alegraba porque nosotros íbamos a ser mártires por Cristo”.
Según las actas: “El día del martirio los prisioneros salieron de la cárcel como si fuesen al cielo... La multitud, furiosa al ver la valentía de los mártires, pidió a gritos que les azotaran; así pues, cada uno de ellos recibió un latigazo al pasar frente a los gladiadores”[3].
El juez decretó que los tres hombres serían llevados al circo y allí delante de la muchedumbre serían destrozados por las fieras el día de la fiesta del emperador, y que las dos mujeres serían echadas amarradas ante una vaca furiosa para que las destrozara.
Pero había un inconveniente: que Felicidad iba a ser madre, y la ley prohibía matar a la que ya iba a dar a luz. Y ella sí deseaba ser martirizada por amor a Cristo. Entonces los cristianos oraron con fe, y Felicidad dio a luz una linda niña, la cual le fue confiada a cristianas fervorosas, y así ella pudo sufrir el martirio. Un carcelero se burlaba diciéndole: “Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuando le lleguen los dolores del martirio qué hará? Ella le respondió: “Ahora soy débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el martirio me acompañará la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza”.
A los condenados a muerte se les permitía hacer una Cena de Despedida. Perpetua y sus compañeros convirtieron su cena final en una Cena Eucarística. Dos santos diáconos les llevaron la comunión, y después de orar y de animarse unos a otros se abrazaron y se despidieron con el beso de la paz. Todos estaban a cual de animosos, alegremente dispuestos a entregar la vida por proclamar su fe en Jesucristo.
A los esclavos los echaron a las fieras que los destrozaron y ellos derramaron así valientemente su sangre por Jesucristo.
Antes de llevarlos a la plaza los soldados querían que los hombres entraran vestidos de sacerdotes de los falsos dioses y las mujeres vestidas de sacerdotisas de las diosas de los paganos. Pero Perpetua se opuso fuertemente y ninguno quiso colocarse vestidos de religiones falsas.
A Perpetua y Felicidad las envolvieron dentro de una malla y las colocaron en la mitad de la plaza, y soltaron una vaca bravísima, la cual las corneó sin misericordia. Perpetua únicamente se preocupaba por irse arreglando los vestidos de manera que no diera escándalo a nadie por parecer poco cubierta. Y se arreglaba también los cabellos para no aparecer despeinada como una llorona pagana. La gente emocionada al ver la valentía de estas dos jóvenes madres, pidió que las sacaran por la puerta por donde llevaban a los gladiadores victoriosos. Perpetua, como volviendo de un éxtasis, preguntó: “¿Y dónde está esa tal vaca que nos iba a cornear?”.
Pero luego ese pueblo cruel pidió que las volvieran a traer y que les cortaran la cabeza allí delante de todos. Al saber esta noticia, las dos jóvenes valientes se abrazaron emocionadas, y volvieron a la plaza. A Felicidad le cortaron la cabeza de un machetazo, pero el verdugo que tenía que matar a Perpetua estaba muy nervioso y equivocó el golpe. Ella dio un grito de dolor, pero extendió bien su cabeza sobre el cepo y le indicó al verdugo con la mano, el sitio preciso de su cuello donde debía darle el machetazo. Así esta mujer valerosa hasta el último momento demostró que si moría mártir era por su propia voluntad y con toda generosidad.

Mensaje de santidad de las santas Perpetua y Felicidad

         Vemos en estas santas la asistencia del Espíritu Santo en el momento del martirio: cuando la vaca furiosa las estaba corneando, al tiempo que su cuerpo estaba siendo despedazado, Perpetua estaba en éxtasis, y su alma arrobada en el amor de Dios, de modo que no siente el dolor de las cornadas, tal como lo demuestran sus palabras: “¿Dónde está la vaca que debía cornearnos?”. Esto se confirma con las palabras de Felicidad: “Ahora soy débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el martirio me acompañará la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza”.
También la asistencia del Espíritu Santo se ve antes del martirio, en el sueño profético de Perpetua, en el que ve la escalera llena de sufrimientos que lleva al cielo, y luego la eternidad. Esto nos dice que los mártires son bien conscientes de que dan sus cuerpos a las fieras, para acceder al cielo, a la felicidad eterna en la visión y contemplación de Dios Uno y Trino. Los mártires desprecian esta vida porque aprecian la vida de la gracia, que nos conduce a la eternidad; los mártires desprecian a los ídolos mundanos, que son demonios, porque adoran al único Dios verdadero, Jesucristo. Se separan también de sus parientes más cercanos y de sus seres queridos, porque saben que ofrecen sus cortas vidas para ganarse una eternidad, y porque confían en el amor misericordioso de Dios, que les permitirá volver a verlos en el cielo, en donde no se separarán nunca jamás.
Las santas Felicidad y Perpetua, como así también sus compañeros, y todos los mártires de todos los tiempos, nos enseñan que la vida terrena vale en la medida en que es donada en holocausto a Jesucristo, y que por un poco tiempo de sufrimiento, se ganan siglos sin fin de alegría celestial.

viernes, 10 de febrero de 2012

San Gabriel de la Dolorosa


27 de Febrero

         Vida y milagros de San Gabriel de la Dolorosa[1]
Nació en Asís (Italia) en 1838 y murió en el año 1862. Su nombre en el mundo era Francisco Possenti. Era el décimo entre 13 hermanos. A los 4 años quedó huérfano de madre. El papá, que era un ferviente católico, se preocupó por darle una educación esmerada, mediante la cual logró ir dominando su carácter fuerte que era muy propenso a estallar en arranques de ira y de mal genio. Durante su adolescencia y juventud, San Gabriel se sintió atraído por la moda y las diversiones mundanas. Esto, sumado a sus facciones elegantes y a sus dotes naturales para el baile, convirtió a San Gabriel en el preferido de las muchachas en las fiestas, al punto que sus amigos lo llamaban “el enamoradizo”. Sin embargo, su vida cambia radicalmente cuando entra en religión. En una de sus cartas, ya como Gabriel de la Dolorosa, escribe así a un amigo: “Mi buen colega; si quieres mantener tu alma libre de pecado y sin la esclavitud de las pasiones y de las malas costumbres tienes que huir siempre de la lectura de novelas y del asistir a teatros donde se dan representaciones mundanas. Mucho cuidado con las reuniones donde hay licor y con las fiestas donde hay sensualidad y huye siempre de toda lectura que pueda hacer daño a tu alma. Yo creo que si yo hubiera permanecido en el mundo no habría conseguido la salvación de mi alma. ¿Dirás que me divertí bastante? Pues de todo ello no me queda sino amargura, remordimiento y temor y hastío. Perdóname si te di algún mal ejemplo y pídele a Dios que me perdone también a mí”.
Pero hasta que ingresó al seminario, hubo de pasar por varios intentos fallidos, en los cuales no se atrevía a dejar el mundo y sus atractivos. Al terminar su bachillerato, y cuando ya iba a empezar sus estudios universitarios, enfermó gravemente. Hizo una promesa a Dios que si se curaba, ingresaría como religioso. Pero apenas estuvo bien de salud, olvidó su promesa y siguió gozando del mundo.
A este primer llamado a la conversión, sin respuestas, le sigue un segundo, un año después, cuando vuelve a enfermar, más gravemente: una laringitis que casi lo lleva al sepulcro. Lleno de fe invoca la intercesión de un santo jesuita martirizado en las misiones y promete irse de religioso, y al colocarse una reliquia de aquel mártir sobre su pecho, se queda dormido y cuando despierta está curado milagrosamente. Pero apenas se repone de su enfermedad empieza otras vez el atractivo del mundo, de las fiestas y de los enamoramientos, y olvida su promesa. Incluso llega a pedir la admisión en los jesuitas y es aceptado, pero él cree que para su vida de hombre tan mundano lo que está necesitando es una comunidad rigurosa, y deja para más tarde el entrar a una congregación de religiosos.
En ese entonces, estalla la peste del cólera en Italia, que deja un tendal de miles de personas muertas, incluida una hermana suya, la que él más quiere. Sucede entonces un hecho milagroso que daría la orientación definitiva a su vida, y es la intervención de la Virgen María. El 22 de agosto de 1856 estaba asistiendo a la procesión de la “Santa Icone” (Sagrada Imagen), una imagen mariana venerada en Spoleto, cuando la Virgen María le habló al corazón para invitarle con apremio: “Tú no estás llamado a seguir en el mundo. ¿Qué haces, pues, en él? Entra en la vida religiosa”[2].
Esta vez, toma conciencia del llamado de Dios a la vida consagrada y luego de consultar con su padre y con su director espiritual, completamente decidido a abandonar el tren de vida mundano y las fiestas y diversiones a las que era afecto, entra en los Padres Pasionistas.
El 10 de septiembre de 1856, a los 18 años, entró en el noviciado pasionista de Morrovalle (Macerata) y tomó el nombre religioso de “Gabriel de la Dolorosa”; “Gabriel”, que significa: el que lleva mensajes de Dios; y “de la Dolorosa”, porque su devoción mariana más querida consiste en recordar los siete dolores o penas que sufrió la Virgen María.
Desde entonces será un hombre totalmente transformado por la gracia. Su entrega fue con todo su corazón y a pesar de su pasado acostumbrado a las comodidades, en la austeridad de la vida religiosa encontró su felicidad, viviendo con toda fidelidad los Reglamentos de la Comunidad: “La alegría y el gozo que disfruto dentro de estas paredes son indecibles”[3]. Sus mayores amores eran Jesús Crucificado, la Eucaristía y la Virgen María. 
Estando ya muy próximo a la ordenación sacerdotal, San Gabriel enferma gravemente de tuberculosis, mortal en esa época. Se recluye en la enfermería, y acepta con toda alegría y gran paciencia los dolores, los sufrimientos y las tribulaciones que por permisión de Dios sufría, ofreciéndolo todo por la conversión de los pecadores, repitiendo la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos: “Padre, si no es posible que pase de mí este cáliz de amargura, que se cumpla en mí tu santa voluntad”, y cumpliendo al mismo tiempo el carisma de los pasionistas, que es la meditación y la configuración con Cristo sufriente en la Pasión.
A un religioso le aconsejaba: “No hay que fijar la mirada en rostros hermosos, porque esto enciende mucho las pasiones”. A otro le decía: “Lo que más me ayuda a vivir con el alma en paz es pensar en la presencia de Dios, el recordar que los ojos de Dios siempre me están mirando y sus oídos me están oyendo a toda hora y que el Señor pagará todo lo que se hace por él, aunque sea regalar a otro un vaso de agua”.
Y el 27 de febrero de 1862, antes de cumplir los 25 años, después de recibir los santos sacramentos y de haber pedido perdón a todos por cualquier mal ejemplo que les hubiera podido dar, cruzó sus manos sobre el pecho y quedó como si estuviera plácidamente dormido. Su alma había volado a la eternidad a recibir de Dios el premio de sus buenas obras y de sus sacrificios.
Treinta años más tarde, el 17 de octubre de 1892, se iniciaron los trámites para inscribirlo entre los santos ya que la devoción de los fieles y los milagros que realizaba eran muchos. Fue canonizado por Benedicto XV en 1920 y fue declarado copatrón de la juventud católica Italiana en 1926. Santa Gemma al leer la vida de San Gabriel de la Dolorosa quedó profundamente vinculada espiritualmente con él y este se le apareció en muchas ocasiones para guiarla y consolarla[4]
Mensaje de santidad de San Gabriel de la Dolorosa
La vida de San Gabriel de la Dolorosa nos muestra lo que es el hombre antes y después de la gracia, antes y después de conocer y amar a Jesucristo: antes de Cristo y su gracia, el hombre se pierde en los vanos atractivos del mundo, que pasan como un soplo, como dice el salmo, porque la belleza humana se marchita; después de Cristo, el alma se enciende en el fuego del Amor divino, no para rechazar o despreciar lo humano, sino para elevar todo lo bueno y noble que hay en lo humano, y sublimarlo en el Amor de Dios.
Que el hombre en general, y el joven en particular, no deban asistir a lugares mundanos, no significa que el cristianismo es algo “triste” o que se opone a la felicidad del ser humano. Todo lo contrario, el cristianismo desea la máxima felicidad para el hombre, pero es máxima felicidad está solo en Cristo y no en el mundo. Los atractivos del mundo, con su sensualidad y su falso brillo, son equiparables a lo que es el anzuelo con la carnada para el pez: vistos desde afuera, los placeres de la carne parecen apetitosos y saludables, pero una vez que se los atrapa, le sucede al alma lo que al pez que muerde el anzuelo: siente dolor y es causa de muerte, porque al igual que el pez, que muere al ser sacado del agua por medio del anzuelo, el alma igualmente muere a la vida gracia, al cometer el pecado mortal.
Pero al alma le sucede algo peor que al pez, porque mientras este pierde solo su vida animal, el alma pierde la vida de la gracia, y si muere así, se condena irremediablemente, al caer en la trampa del demonio, que obra de esta manera, según una revelación de Jesús a Santa Brígida: “El demonio, pues, enciende el fuego en los corazones de sus amigos que viven en los placeres, y aunque la conciencia de estos les dice ser contra Dios, no obstante, desean tanto satisfacer sus deleites, que sin hacer caso pecan contra Dios; y por esto, es derecho del demonio encenderles y aumentarles el fuego de los suplicios en el infierno tantas veces, cuantas con su perverso deleite los llenó de él en el mundo”[5].
San Gabriel de la Dolorosa nos muestra entonces la trampa que consiste el mundo con sus atractivos, al mismo tiempo que nos muestra que la verdadera felicidad, la que hace felices en esta vida y en la otra, está en la unión con Cristo en su Pasión y con María en su Dolor: esto es causa de felicidad porque en la participación a la Pasión de Cristo el alma se une al Hombre-Dios y a su Madre, y de ellos recibe en esta vida la luz, la gracia, el amor, la paz y la felicidad de Dios, y en la otra vida, recibe la felicidad eterna, la contemplación cara a cara de Dios Uno y Trino.
El mensaje que deja San Gabriel de la Dolorosa, a los jóvenes y a los no tan jóvenes, es que el mundo con sus seducciones pasa pronto y solo deja un sabor amargo en el alma, mientras que la vida vivida en la gracia de Cristo, en la austeridad y en la oración, en los sacramentos y en la caridad para con el más necesitado, nos conceden en anticipo, ya en esta tierra, los goces eternos del cielo.


miércoles, 8 de febrero de 2012

Santos Cirilo, monje y Metodio, Obispo; Patronos de Europa, hermanos


14 de Febrero

        
Vida y milagros de los Santos Cirilo y Metodio[1]
Los dos hermanos, Miguel y Constantino, nacieron en Tesalónica, Grecia, y como monjes tomaron los nombres de Metodio y Cirilo respectivamente. Realizaron su obra misionera en el siglo IX en Europa central, en el territorio del entonces llamado imperio de la Gran Moravia, que abarcaba la actual parte oriental de la República Checa, además Bulgaria, Serbia, Croacia, y territorios eslovacos hasta Bohemia.
Los hermanos fueron a misionar, con la autorización del Santo Padre y por encargo del emperador de Bizancio, a la Gran Moravia a pedido del príncipe Rotislav, quien deseaba obtener una organización eclesiástica independiente de Baviera y plena independencia con respecto al imperio franco-oriental, posteriormente Alemania. A pesar de enfrentarse a la oposición de parte del clero de Baviera, lograron desarrollar una extraordinaria labor religiosa y cultural, puesto que crearon un nuevo alfabeto, llamado “cirílico”, precisamente por San Cirilo, por medio del cual dieron al mundo eslavo, con la traducción de la Biblia, del Misal y del Ritual litúrgico, unidad lingüística y cultural. Este gran regalo que los hermanos Cirilo y Metodio hicieron a los pueblos eslavos fue recompensado con el amor y la devoción populares.
Una vez elaborada la escritura eslava, Cirilo se enfrascó de inmediato en la traducción de libros religiosos al eslavo antiguo, constituyéndose en el fundador de la literatura eslava. El primer libro traducido por Cirilo fue el evangeliario, elemento indispensable para celebrar las misas y para la catequesis. Con ayuda de sus discípulos vertió al eslavo antiguo también el misal, el apostolario y otros libros litúrgicos.
Al concluir en Moravia la traducción de los cuatro evangelios, Cirilo escribió el prólogo de esta obra, llamado Proglas. Se trata de una composición poética, escrita en versos, según los cánones griegos, considerada una obra fundamental de la literatura eslava. Con la publicación de los textos litúrgicos en lengua eslava, escritos en caracteres “cirílicos” -designados así en honor a San Cirilo-, promovieron grandemente la cultura y la fe.
Terminados sus cuatro años misioneros en la Gran Moravia, Cirilo viajó a Roma e ingresó en un convento de monjes griegos. Falleció a los 50 días de su estancia en la Ciudad Eterna, el 14 de febrero del 869 y fue enterrado en la basílica de San Clemente, el mártir cuyas reliquias él mismo había llevado a Roma. Al morir, el primer educador y maestro de los eslavos tenía tan sólo 42 años.
Él y su hermano fueron nombrados co-patronos de Europa por el Santo Padre Juan Pablo II que así ofreció a los fieles del mundo el ejemplo de dos grandes santos.

Vida y milagros de Metodio
Metodio, hermano de Cirilo y colaborador en la misión en la Gran Moravia, nació alrededor del año 815, también en Salónica. Consagrado obispo, marchó a Panonia, donde desarrolló una infatigable labor de evangelización.
Tuvo que sufrir mucho a causa de los envidiosos, pero contó siempre con el apoyo de los papas.  Evangelizó en Moravia, Bohemia, Panonia y Polonia. Bautizó a San Ludmila y al duke Boriwoi. Fue arzobispo de Vellehrad, Eslovaquia, donde fue apresado en el 870 por la oposición del clero alemán. Algunos le acusaron de hereje, pero siempre fue liberado de cargos. Tradujo la Biblia a la lengua eslava.
Ingresó en un convento ubicado al pie del Olimpo. Metodio se desempeñó cómo archidiácono del templo de Hagia Sofia, de Constantinopla, y como profesor de filosofía; luego, fue nombrado arzobispo metropolitano de los granmoravos.
Bajo la dirección de Metodio se desarrolló la escuela literaria morava de la cual salieron las traducciones al eslavo antiguo de todos los libros del Viejo y del Nuevo Testamento. La traducción de las Sagradas Escrituras fue realizada en la Gran Moravia en ocho meses. Metodio la dictó a los escribanos que utilizaban una especie de taquigrafía.
Luego de ser falsamente acusado de hereje, muere entre sus fieles el 6 de abril de 884 y fue enterrado en su templo metropolitano en Moravia.
Se le hicieron grandiosos funerales con oficios en latín, griego y eslavo: “Reunido el pueblo en masa con cirios y lágrimas, acompañó a su buen pastor. Allí estaban todos, hombres, mujeres, niños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, viudas y huérfanos, extranjeros e indígenas, enfermos y sanos, porque Metodio se había hecho todo para todos, para salvarlos a todos”[2].
Su cuerpo fue llevado posteriormente a Roma y colocado en San Clemente, junto al de su hermano Cirilo. Un cuadro sintetiza su santidad: el alma de Cirilo es presentada al supremo juez por sus dos santos protectores, Miguel y Gabriel, príncipes de las milicias celestiales; San Andrés y San Clemente asisten al trono divino y el hermano Metodio levanta suplicante el cáliz eucarístico en sufragio del difunto. Ambos juntos suelen ser pintados por los iconógrafos bizantinos leyendo y bautizando en Moravia, con un hombre arrodillado a sus pies, que les ofrece pan y sal, según el rito de los eslavos, en signo de amistad.

Mensaje de santidad de los santos Cirilo y Metodio
De entre todos los maravillosos frutos de santidad que dejaron estos santos, tal vez el más formidable sea el de la promoción de la unidad de los pueblos en Cristo, por medio de la unificación lingüística, cultural y religiosa, que realizaron entre los eslavos. De esta manera, cumplieron fielmente el pedido del Señor: “Que todos sean uno como Tú y Yo, Padre, somos uno” (Jn 17, 21). 
Si la confusión es consecuencia de la división, la unidad lleva a la plenitud de la verdad, y al proporcionar a los eslavos un alfabeto, con el cual podían hablar una lengua común, y al mismo tiempo misionar entre ellos, haciéndoles conocer el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, la Verdad encarnada, los hermanos Cirilo y Metodio proporcionaron a estos pueblos no sólo un gran avance cultural, sino ante todo, les mostraron el camino de la salvación eterna. Ellos nos dan un ejemplo insuperable de inculturación del evangelio, es decir, de adaptación del evangelio a la cultura, al pensamiento del hombre. Al realizar la tarea de la inculturación, es decir, de la comunicación y adaptación del Evangelio a las distintas culturas, no cambiaron ni un ápice, ni una coma, ni una tilde, las verdades eternas reveladas por Jesús y transmitidas por el Magisterio de la Iglesia.
Con esto nos muestran que son falsas y alejadas del Evangelio las tentativas de “inculturación” del Evangelio, en las que se tergiversa su verdad, como se hace, por ejemplo, con la Teología de la liberación, con las teologías feministas, con las teologías progresistas. No se puede evangelizar y ser fieles a la Verdad de Jesucristo, como lo hicieron los Santos Cirilo y Metodio, mezclando las palabras de Jesús con el marxismo, con el feminismo, con el ecologismo, y con tantos “ismos” más, pues si así se hace, lo único que resulta es un Evangelio deformado, contrario a Cristo y a su Iglesia.
El otro mensaje de santidad que nos dan los santos Cirilo y Metodio es el de la unidad por medio del verdadero ecumenismo, el ecumenismo que se centra y se subordinado a Pedro, el Vicario de Cristo.
Frente a la separación sin fundamento de quienes deberían estar unidos por la caridad de Cristo, los ejemplos de vida y de santidad de Cirilo y Metodio en Roma son lazo de unión, profesión de ecumenicidad, garantía de esperanza en una no muy lejana recuperación del Oriente cristiano a la obediencia del Papa.
Con sus cuerpos en sus sepulcros en Roma, pero con sus almas en el cielo, Cirilo y Metodio esperan la hermosa hora del encuentro y del abrazo entre Oriente y Occidente, porque son como el Oriente hincado en el corazón de Roma, como los testigos de una caridad unitiva que traspasa siglos y hermana pueblos.

San Valentín de Roma


14 de febrero

Vida y milagros de San Valentín[1]
            Fue un sacerdote que vivió en el siglo III, en Roma. Junto a San Mario y su familia, asistía espiritualmente a los presos que iban a ser martirizados en la persecución del Emperador Claudio II el Godo. Precisamente este emperador, pagano, había prohibido la celebración de matrimonios para los jóvenes, con la excusa de que los jóvenes solteros, al no tener esposas y familias que los soliciten sentimentalmente, podían ser mejores soldados para el imperio romano.
San Valentín, que consideraba esto como una injusticia, tanto para los jóvenes como para la Iglesia de Cristo, y en cumplimiento de su mandato sacerdotal, comenzó a celebrar en secreto matrimonios para jóvenes enamorados, y esta es la razón por la que San Valentín es el patrono de los enamorados. El emperador Claudio se enteró y como San Valentín gozaba de un gran prestigio en Roma, el emperador lo llamó al Palacio, en donde San Valentín aprovechó para predicar acerca de Cristo y del cristianismo. Aunque en un principio Claudio II mostró interés, el ejército y el Gobernador de Roma, llamado Calpurnio, lo convencieron para que eliminara a San Valentín. El emperador Claudio dio entonces orden de que encarcelasen a Valentín.
Pero fue allí, en la cárcel, en donde sucedió un prodigio: el oficial Asterius, encargado de encarcelarle, lo desafió a que devolviese la vista a una hija suya, llamada Julia, que nació ciega. Valentín aceptó y en nombre del Señor, le devolvió la vista. 
Por este hecho Asterius y su familia se convirtieron al cristianismo, aunque San Valentín continuó encarcelado de todas formas. El emperador Claudio, al ver que no podía hacerlo renunciar a la fe en Cristo, finalmente ordenó que lo martirizaran, golpeándolo con mazas y luego decapitándolo –por eso aparece en su imagen con un hacha- el 14 de Febrero del año 269. La joven Julia, agradecida al santo, plantó un almendro de flores rosadas junto a su tumba; de ahí que  el almendro sea símbolo de amor y amistad duraderos.
La fecha de celebración del 14 de febrero fue establecida por el Papa Gelasio para honrar a San Valentín entre el año 496 y el 498 después de Cristo. Los restos mortales de San Valentín se conservan actualmente en la Basílica de su mismo nombre, que está situada en la ciudad italiana de Terni (Italia). Cada 14 de febrero se celebra en dicho templo, un acto de compromiso por parte de diferentes parejas que quieren contraer matrimonio al año siguiente. 
Aunque sean los enamorados los que principalmente celebran este día, sin embargo se festeja también a todos aquellos que comparten la amistad, ya sea maestros, parientes, compañeros de trabajo, etc.

Mensaje de santidad de San Valentín de Roma
Según la tradición, San Valentín arriesgaba su vida para casar cristianamente a las parejas durante el tiempo de persecución, y esto lo hacía porque tenía un gran amor a Jesucristo y porque estaba convencido de que el sacramento del matrimonio no es un mero trámite más, sino la prolongación, en el tiempo y en el espacio, por parte de los cónyuges católicos, del amor esponsal de Cristo Esposo y de la Iglesia Esposa. De esta manera, San Valentín se enfrentaba y combatía al paganismo de su época el cual, mediante el pretexto de incrementar y fortalecer al ejército del emperador, obraba en contra de Jesucristo, volviéndose enemigo de las almas y de su salvación.
En San Valentín destacan entonces el amor sacerdotal a Jesucristo y a sus sacramentos, particularmente el Sacramento del Matrimonio, por medio del cual la gracia divina se derrama a raudales para santificar a los esposos, haciéndolos dignos de la vida eterna.
Y al igual que todo mártir, el amor de San Valentín por Jesucristo –y también por las almas, principalmente de los jóvenes novios y esposos, por cuya salvación arriesgó su vida-, no se queda en meras declaraciones, ya que entregó su vida como mártir, y como el martirio es la máxima manifestación del amor del alma a Cristo Dios, San Valentín selló con su sangre y con su vida su declaración de amor por Jesús.
Como cristianos, no podemos dejar pasar por alto estas consideraciones, para no reducir la fiesta de San Valentín a un mero intercambio de saludos que, aunque sean de buena fe, por lo general nada dicen de la inmensidad del amor que encendía el alma de San Valentino, y que lo llevó a dar su vida. La fiesta de San Valentín nos debe hacer meditar, no solo a quienes estén de novios, sino a todo cristiano que desee vivir en el amor de Dios, en el amor santificador de Cristo, manifestado en el sacramento del matrimonio y en la entrega martirial de la vida propia, como San Valentín.


[1] Adaptado de: www.catholic.net; autor: P. Felipe Santos.

lunes, 6 de febrero de 2012

Santa Escolástica


10 de febrero



Vida y milagros de Santa Escolástica[1]
Religiosa, era hermana gemela de San Benito de Nursia, el santo que fundó la primera comunidad religiosa de occidente. Nació en el año 480, en Nursia, Italia. Al igual que su hermano, entró en religión muy joven, y mientras él dirigía un convento para hombres en el Monte Casino, Escolástica fundó un convento para mujeres a los pies de ese mismo monte.
La acción evangelizadora de ambos santos hermanos supuso no solo un avance cultural para Occidente, en una época caracterizada por el dominio de pueblos bárbaros e incultos, sino ante todo, sus monasterios y conventos constituyeron grandiosos faros de luz divina que iluminaron, y continúan iluminando aún hoy, las tinieblas espirituales de los hombres caídos en el pecado.
Tanto San Benito como Santa Escolástica hermosearon, a la par que santificaron, Europa y el mundo entero, no solo en la Baja Edad Media, sino en toda época. De la rama benedictina, del gran árbol de la Santa Iglesia Católica, maduraron maravillosos frutos de santidad: Santa Hildegarda, Santa Matilde, Santa Gertrudis, y muchísimos otros santos más.
Aunque eran hermanos y se amaban mucho, San Benito, en cumplimiento de las estrictas normas conventuales, iba a visitar a Escolástica solo una vez al año, y el día de la visita lo pasaban los dos hablando de temas espirituales.
Sucedió que pocos días antes de la muerte de la santa fue su hermano a visitarla y después de haber pasado el día entero en charlas religiosas, y al llegar el atardecer, San Benito se despidió de su hermana con la intención de regresar al monasterio. Era el primer jueves de Cuaresma del año 547. El Papa San Gregorio Magno es quien nos refiere siguiente diálogo mantenido entre San Benito y su hermana Santa Escolástica[2].
Sin embargo, y a pesar de saber que era contrario a las reglas conventuales, Escolástica le pidió a San Benito que se quedara aquella noche charlando con ella acerca del cielo y de Dios. El santo le respondió: “¿Cómo se te ocurre hermana semejante petición? ¿No sabes que nuestros reglamentos nos prohíben pasar la noche fuera del convento?”. Entonces ella juntó sus manos y se quedó con la cabeza inclinada, orando a Dios. Y en seguida se desató una tormenta tan fuerte y un aguacero tan violento, que San Benito y los dos monjes que lo acompañaban no pudieron ni siquiera intentar volver aquella noche a su convento. Entonces le dijo Escolástica a su hermano: “¿Ves hermano? Te rogué a ti y no quisiste hacerme caso. Le rogué a Dios, y El sí atendió mi petición”.
Y pasaron toda aquella noche rezando y hablando de Dios y de la Vida Eterna, quedando cada uno gozoso de las palabras que escuchaba a su hermano.
Al día siguiente, San Benito volvió a su convento de Monte Casino y a los tres días, al asomarse a la ventana de su celda vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo. Entonces por inspiración divina supo que era el alma de su hermana que viajaba hacia la feliz eternidad. Envió a unos de sus monjes a que trajeran su cadáver, y lo hizo enterrar en la tumba que se había preparado para él mismo. Pocos días después murió también el santo. Así estos dos hermanos que vivieron toda la vida tan unidos espiritualmente, quedaron juntos en la tumba, mientras sus almas cantan eternamente las alabanzas a Dios en el cielo.

Mensaje de santidad de Santa Escolástica
Santa Escolástica, al igual que su hermano San Benito, eligió la vida monástica, lo cual quiere decir ocultamiento a los ojos del mundo. Para el mundo, un monje es alguien que prácticamente no existe, que ha desaparecido de toda actividad, y por lo tanto es ignorado y no cuenta. Sin embargo, si el monje desaparece para el mundo, es en cambio conocido por Dios y amado por Él, y es tan amado por Dios, que Él le devuelve con creces todo lo que el contemplativo le ofrendó a Él. Santa Escolástica le dio a Dios su vida y también a su hermano, a quien tanto quería, y Dios le dio a cambio la vida eterna, y el tener a su hermano para siempre en la feliz eternidad.
Desde hace catorce siglos, las reliquias de Santa Escolástica y de San Benito, germinan incesantemente en frutos de santidad. A pesar del paso del tiempo, San Benito continúa presente en los santos de la orden y en sus conventos y religiosos, porque “todo lo que nace de Dios vence al mundo”. Y también se perpetúa y continúa viva Santa Escolástica, cuya vida oculta encarna el poder de la oración contemplativa, razón de ser de los claustros conventuales[3].
Santa Escolástica, estando oculta al mundo, no era escuchada ni por su propio hermano, que quería regresar a toda costa al monasterio, pero sí era escuchada por Dios, quien le concedió su petición de una tormenta para que su hermano se quedase, para así poder hablar de la eternidad a la que pronto habrían de ingresar.
Unidos por el amor fraternal, y por el amor que concede la gracia divina, ambos hermanos, sepultados en la misma tumba, viven ahora para siempre, en la alegría eterna de los cielos, en la contemplación gozosa de Dios Uno y Trino. Ambos se entregaron a Él en esta vida, para amarlo en la oración contemplativa, en la oscuridad luminosa de la fe, y ambos lo aman ahora, por la eternidad, en la alegre contemplación cara a cara.