San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 22 de febrero de 2018

Fiesta de la Cátedra de San Pedro



“El poder del Infierno no prevalecerá sobre mi Iglesia” (Mt 16, 13-19). En el mismo momento en el que Nuestro Señor Jesucristo nombra a Simón Pedro como Vicario suyo en la tierra, promete la victoria de su Iglesia –fundada sobre Pedro el cual a su vez se funda en Cristo- sobre “las puertas del Infierno”. La profecía de Jesús no señala un futuro sin problemas para la Iglesia: por el contrario, será atacada de tal manera por sus enemigos más encarnizados, los ángeles caídos y sus aliados, los hombres unidos a la Masonería, que en algún momento se verá en peligro su misma subsistencia, al punto que todos pensarán que está por sucumbir. No en vano el Catecismo de  la Iglesia Católica advierte proféticamente: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”[1].
“El poder del Infierno no prevalecerá sobre mi Iglesia”. Cuando veamos que la Iglesia es atacada por sus enemigos externos e internos y que tratan de destruirla desde dentro, suprimiendo aquello que es su Corazón y la Fuente de su Vida y de su Ser, la Santa Misa y la Eucaristía, sepamos que la aparición del Anticristo está cerca, recordemos las palabras de Jesús a Simón Pedro y, aferrados a la Cruz y al Manto de María y confiados en el triunfo de Jesucristo en la Cruz, “levantemos la cabeza, porque está cerca nuestra liberación” (cfr. Lc 21, 28.


[1] Cfr. n. 675.

miércoles, 14 de febrero de 2018

San Valentín, sacerdote y mártir de Cristo



         Vida de santidad.

San Valentín fue un sacerdote católico, que ejercía su ministerio sacerdotal hacia el siglo III d.C. en Roma. En ese entonces, gobernaba el emperador Claudio II, quien decidió prohibir la celebración de matrimonios para los jóvenes, porque en su opinión los solteros sin familia eran mejores soldados, ya que tenían menos ataduras. Considerando San Valentín que esta disposición era contraria a la Ley de Dios y de la Iglesia, y en pleno derecho de ejercer su ministerio para el cual había sido ordenado, San Valentín comenzó a celebrar matrimonios en secreto, casando a jóvenes enamorados, lo cual hizo que luego se popularizara su figura como “Patrono de los enamorados”, título que sí es verdad, pero que nada tiene que ver con la connotación pagana y superficial con la que se recuerda su día. Enterado el emperador de las actividades secretas de San Valentín, ordenó que fuera llamado a su palacio. Aunque en un principio Claudio II mostró interés, el ejército y el Gobernador de Roma, llamado Calpurnio, le persuadieron para que quitara de en medio a San Valentín. El emperador Claudio dio entonces orden de que encarcelasen a Valentín. Entonces, el oficial Asterius, encargado de encarcelarle, quiso ridiculizar y poner a prueba a Valentín. Le retó a que devolviese la vista a una hija suya, llamada Julia, que nació ciega. Valentín aceptó y en nombre del Señor, le devolvió la vista. Este prodigio no solo devolvió la vista a la hija de Asterius, sino que le concedió la vista espiritual de la fe en Cristo a Asterius, convirtiéndose él y toda su familia al cristianismo. Sin embargo, San Valentín siguió preso y el débil emperador Claudio finalmente ordenó que lo martirizaran y ejecutaran el 14 de Febrero del año 270. La joven Julia, agradecida al santo, plantó un almendro de flores rosadas junto a su tumba. De ahí que  el almendro sea símbolo de amor y amistad duraderos.
La fecha de celebración del 14 de febrero fue establecida por el Papa Gelasio para honrar a San Valentín entre el año 496 y el 498 después de Cristo. Los restos mortales de San Valentín se conservan actualmente en la Basílica de su mismo nombre, que está situada en la ciudad italiana de Terni (Italia). Cada 14 de febrero se celebra en dicho templo, un acto de compromiso por parte de enamorados que desean contraer matrimonio al año siguiente. La costumbre de intercambiar regalos y cartas de amor el 14 de febrero nació en Gran Bretaña y en Francia durante la Edad Media, entre la caída del Imperio Romano y mediados del siglo XV.

Mensaje de santidad.

En nuestros días, el mensaje de santidad y la figura misma del santo han quedado ocultos y pasan desapercibidos, desde el momento en que su conmemoración se ha visto reducida a una simple costumbre de celebrar no solo el noviazgo –que ya no tiene nada de cristiano ni católico-, sino también la amistad. Sin menospreciar este sentido, el mensaje de santidad de San Valentín es mucho más profundo y se funda en el mismo Jesucristo, por lo que festejar San Valentín y dejar de lado a Cristo, hace que el festejo carezca de sentido.
El mensaje de santidad de San Valentín se funda, como decimos, en Cristo, porque era sacerdote ministerial convencido de la bendición que significa la unión sacramental del varón y la mujer, por medio del sacramento del matrimonio. Para San Valentín, los enamorados debían casarse en el Amor de Cristo, lo cual quiere decir que, por el sacramento del matrimonio y ante la sociedad, el varón debe ser una prolongación y actuación del misterio de Cristo Esposo y la mujer, una prolongación y actuación del misterio de la Iglesia Esposa. De esta inserción de los nuevos esposos en el misterio de la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, es que se derivan todas las características del matrimonio cristiano –fidelidad, unidad, indisolubilidad-, características que santifican al matrimonio y la familia cristianos, como así también a la sociedad. Festejar San Valentín, sin hacer referencia a este “gran misterio”, no tiene mayor sentido.



jueves, 8 de febrero de 2018

Santa Josefina Bakhita



         En el peregrinar por este desierto de la vida hacia la Jerusalén celestial, a causa  del pecado original, los seres humanos somos víctimas de nuestros prójimos, en algunos casos, y victimarios de ellos, en la mayoría. Cuando somos víctimas, no aplicamos, por lo general, los mandatos de Jesús: “Perdona setenta veces siete”; “Ama a tus enemigos”. Sin embargo, los santos, sí los aplican, y eso es lo que nos diferencia a nosotros, de los santos. Un ejemplo, en este último sentido, es Santa Josefina Bakhita, quien de sus esclavistas captores –que la redujeron a la esclavitud y casi la asesinan por la crueldad de las torturas-, decía así: “Si yo me encontrara con los comerciantes de esclavos que me secuestraron y hasta con los que me torturaron, me pondría de rodillas y besaria sus manos, por si eso no hubiera sucedido, yo no sería cristiana hoy, ni religiosa…”. Frente a nuestros enemigos, ¿seríamos capaces de decir lo mismo que Santa Josefina Bakhita? Reflexionemos, porque de la imitación de los santos, depende nuestra eterna felicidad.

martes, 6 de febrero de 2018

Santos Pablo Miki y compañeros, mártires



         En la Oración Colecta de la memoria de los santos Pablo Miki y compañeros, se pide, por la intercesión de los mártires, “confesar hasta la muerte, la fe que profesamos”[1]. Muchos, dentro o fuera de la Iglesia, pueden pensar que una expresión del género es en realidad una fórmula “de compromiso”, como si se trataran de “frases hechas” que se dicen de esa manera para ciertas ocasiones pero que, en realidad, no es tan así, puesto que no se debe ser tan “extremista” como para pensar en perder la vida por una creencia. En otras palabras, muchos pueden pensar que la expresión “confesar hasta la muerte la fe que profesamos” es nada más que eso, una expresión, vacía de contenido, que en realidad no se refiere a ninguna realidad, y si alguien piensa de esa manera, es un “extremista” o un “fanático retrógrado”.
Pues bien, a quienes piensen de esa manera, hay que decirles que la Iglesia no se basa en frases hechas, sino en la Fe católica en Nuestro Señor Jesucristo, Fe que afirma que Jesús de Nazareth no es un hombre más entre tantos, ni siquiera un hombre santo, ni el más santo entre los santos: en la Santa Fe de la Iglesia Católica, Jesús de Nazareth es el Verbo de Dios Encarnado, que por obra del Espíritu Santo asumió una naturaleza humana en el seno virgen de María, padeció y murió en la cruz para salvarnos, resucitó al tercer día, y está vivo, glorioso y resucitado, prolongando su Encarnación, en la Sagrada Eucaristía. Y si alguien, aunque sea un ángel, nos predicara un Evangelio distinto –como el que un divorciado y vuelto a casar civilmente puede comulgar, sin arrepentirse y sin salir de su pecado-, deberíamos declararlo “anatema”, como manda la Escritura[2], y estar dispuestos a perder no solo la honra y los bienes, sino hasta la vida terrena misma, literalmente. Tal como lo hicieron los mártires Pablo Miki y compañeros, sostenidos por la gracia de Jesucristo, el Hombre-Dios.


[1] Cfr. Misal Romano, Oración Colecta de la Memoria obligatoria de los Santos Pablo Miki y compañeros, mártires.
[2] Cfr. Gál 1, 8.

Memoria de Santa Águeda, virgen y mártir



         Vida de santidad[1].

Sufrió el martirio en Catania (Sicilia), probablemente en la persecución de Decio. Ya desde la antigüedad se propagó su culto por toda la Iglesia y se introdujo su nombre en el Canon romano.

         Mensaje de santidad.

         Para conocer el mensaje de santidad de Santa Águeda, nada mejor que el pensamiento de otro santo, en este caso, San Metodio.
         Comienza alabando su martirio, afirmando que Santa Águeda “murió mártir en el pasado”, pero su martirio “se hace actual debido a los milagros que obra por su intercesión”: “(Nos reunimos en el) aniversario de una santa mártir; su combate por la fe, tan conocido y venerado, es algo que históricamente pertenece al pasado, pero que, en cierto modo, se nos hace actual a través de los divinos milagros que un día tras otro van formando su corona y su ornato”[2].
         Luego, San Metodio elogia la virginidad de Santa Águeda, afirmando que ella es virgen porque “nació del Verbo de Dios”, que es “Espíritu Purísimo”, recibiendo de Él su filiación divina, puesto que Santa Águeda creyó en Él: “Es virgen porque nació del Verbo inmortal de Dios, Hijo invisible del Padre (este Hijo que también por mí experimentó la muerte en su carne), según aquellas palabras del evangelista Juan: A cuantos lo recibieron dio poder de llegar a ser hijos de Dios”[3].
         Santa Águeda, dice San Metodio, es virgen, y lo es, aun cuando está “desposada con Cristo”, porque se trata de un desposorio místico, celestial, sobrenatural, en el que brilla la virginidad de los esposos, unidos en el Amor Purísimo de Dios: “Esta mujer virgen, la que hoy os ha invitado a nuestro convite sagrado, es la mujer desposada con un solo esposo, Cristo, para decirlo con el mismo simbolismo nupcial que emplea el apóstol Pablo”[4].
         La santa, que por su fe en Cristo era también una de las vírgenes prudentes, bebía del Cáliz de la Nueva Alianza, Cáliz que contiene la Sangre Preciosísima del Cordero, y por esta Sangre recibía al Divino Amor, quien encendía cada vez más su corazón en el amor al Cordero y la llevaba a meditar en su Pasión, día y noche: “Una virgen que, con la lámpara siempre encendida, enrojecía y embellecía sus labios, mejillas y lengua con la púrpura de la sangre del verdadero y divino Cordero, y que no dejaba de recordar y meditar continuamente la muerte de su ardiente enamorado, como si la tuviera presente ante sus ojos”[5].
         Al beber la Sangre del Cordero, su alma quedaba impregnada por la gracia santificante, la cual se convertía en ella en el traje nupcial y la hacía resplandecer en su amor virginal: “De este modo, su mística vestidura es un testimonio que habla por sí mismo a todas las generaciones futuras, ya que lleva en sí la marca indeleble de la sangre de Cristo, de la que está impregnada, como también la blancura resplandeciente de su virginidad”[6].
         San Metodio analiza luego el nombre de la santa, que significa “buena”, y afirma que “hizo honor a su nombre”, pero no porque fuera buena por sí misma, sino porque por la gracia se hizo partícipe de la misma bondad divina: “Águeda hizo honor a su nombre, que significa «buena»; ella fue en verdad buena por su identificación con el mismo Dios; fue buena para su divino Esposo y lo es también para nosotros, ya que su bondad provenía del mismo Dios, fuente de todo bien. En efecto, ¿cuál es la causa suprema de toda bondad, sino aquel que es el sumo bien? Por esto, difícilmente hallaríamos algo que mereciera, como Águeda, nuestros elogios y alabanzas”[7].
         Por último, San Metodio elogia a Águeda en su bondad, que proviene, como hemos visto, por participación a la divina bondad, y espera que, por su intercesión, también nosotros seamos capaces de no solo imitarla en su bondad, sino de alcanzar el Reino de los cielos, como felizmente lo hizo Santa Águeda, por el doble camino virtuoso de la Cruz y de la virginidad: “Águeda, buena de nombre y por sus hechos; Águeda, cuyo nombre indica de antemano la bondad de sus obras maravillosas, y cuyas obras corresponden a la bondad de su nombre; Águeda, cuyo solo nombre es un estímulo para que todos acudan a ella, y que nos enseña también con su ejemplo a que todos pongamos el máximo empeño en llegar sin demora al bien verdadero, que es sólo Dios”.


[1] http://www.liturgiadelashoras.com.ar/
[2] De la Disertación de San Metodio de Sicilia, sobre santa Águeda, Analecta Bollandiana 68, 76-78.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
[7] Cfr. ibidem.

viernes, 2 de febrero de 2018

El Sagrado Corazón busca víctimas de amor


        Muchas veces se piensa que la devoción al Sagrado Corazón es algo que “ha pasado de moda”, o que está reservada para personas mayores, generalmente mujeres, cuyo pasatiempo piadoso es acudir a la Iglesia y formar parte de una cofradía, además de hacer unas cuantas oraciones. Esta forma de pensar corresponde a una mentalidad y a una espiritualidad infantiles, con el perdón de los infantes. No se corresponde, en absoluto, con la realidad. Una de las claves para poder apreciar la inmensidad de la riqueza de la devoción al Sagrado Corazón, está en una de las frases dichas por Jesús a Santa Margarita: “Busco una víctima para Mi Corazón, que quiera sacrificarse como hostia de inmolación en el cumplimiento de Mis Designios”[1]. Jesús busca “víctimas” que quieran “sacrificarse como hostias de inmolación”, para “cumplir sus Designios”.
¿Qué significan estas palabras de Jesús? ¿Qué quiere decir “víctimas”? ¿Qué quiere decir “sacrificarse alguien como víctima de inmolación”? ¿Cuáles son sus designios?
Podremos responder a estas preguntas, si contemplamos a Jesucristo crucificado, ya que Él es la Víctima Inmolada por excelencia, que cumple el designio divino de la salvación de los hombres, por medio del sacrificio de la cruz. Jesús es Víctima Inocente, puesto que siendo Dios Hijo encarnado, no solo no hay en Él ni la más mínima sombra de malicia y ni siquiera de imperfección, sino que en Él resplandece la santidad divina, puesto que Él es la Santidad Increada en sí misma. Jesús es “Víctima de inmolación”, porque siendo Inocente, se ofrece a sí mismo, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, para aplacar la Ira divina, ofreciendo al Padre el don Preciosísimo de su Sangre derramada en el Calvario, como también se inmola para, una vez perdonados los pecados de los hombres a causa de esta Sangre Preciosísima, donarles a ellos la gracia de la filiación divina. Por último, los designios de Jesús son los designios de Dios Padre, y los designios de Dios Padre se resumen en uno solo: que toda la humanidad se salve de la eterna condenación y alcance la feliz bienaventuranza en el Reino de los cielos. Lo que desea Jesús es que los cristianos, en vez de afanarse inútilmente por las riquezas del mundo terreno, que “pasa como un soplo”, se unan a Él en la cruz y se conviertan, por participación, en víctimas en la Víctima, para la salvación de sus hermanos.  
“Busco una víctima para Mi Corazón, que quiera sacrificarse como hostia de inmolación en el cumplimiento de Mis Designios”. Si a alguien le falta el Amor Divino necesario para cumplir el deseo de Jesús, de conseguir víctimas de amor que se unan a Él para la salvación de la humanidad, lo único que debe hacer es, primero, contemplar al Sagrado Corazón, tal como se le apareció a Santa Margarita, con el Corazón en la mano, y luego, con el alma en gracia después de recibir el Sacramento de la Confesión, recibir sacramentalmente a ese mismo Corazón que late, vivo, glorioso, resucitado, envuelto en las llamas del Divino Amor, en la Sagrada Eucaristía. Si algún alma hace esto, estará colmando el deseo más profundo del Sagrado Corazón de Jesús, y así sí, no solo habrá comprendido la esencia de la devoción, sino que se convertirá, más que en un devoto, en una imitación viviente del Sagrado Corazón de Jesús.

Fiesta de San Blas


         Vida de santidad[1].

San Blas fue médico y obispo de Sebaste, Armenia. Se trasladó al Monte Argeus, a una cueva, en donde llevó una vida eremítica, de intensa oración y penitencia.
Debido a que el Señor le había concedido el don de realizar curaciones milagrosas, acudían a su cueva innumerables fieras salvajes, que esperaban su turno para ser curadas de sus dolencias, aunque no lo interrumpían en sus tiempos de oración. Al comenzar la persecución del tirano emperador romano Agrícola, gobernador de Capadocia, sus esbirros salieron al monte a cazar animales para llevarlos luego al circo. Fue en esa circunstancia en la que encontraron a San Blas, pues el santo estaba rodeado de numerosos animales salvajes, que esperaban, con toda mansedumbre, ser atendidos y curados por el santo. Así fue como San Blas fue arrestado y llevado ante la presencia de Agrícola, quien intentó vanamente que apostatara de la fe en Jesucristo. Incluso en prisión, y en el intervalo en el que sufría torturas, el santo no dejaba de proclamar la Buena Nueva de Jesucristo, obteniendo grandes conversiones entre los prisioneros. Finalmente fue echado a un lago, con la intención de ahogar al santo, pero San Blas, parado en la superficie –imitando a Nuestro Señor Jesucristo cuando caminaba sobre las aguas-, invitaba a sus perseguidores a caminar sobre las aguas y así demostrar el poder de sus falsos dioses, lo cual, obviamente, estos no hicieron, porque sus dioses son demonios y no tienen el poder divino de Jesús. Cuando San Blas regresó a tierra, los verdugos del emperador romano lo torturaron, para intentar nuevamente hacerlo apostatar, y al no conseguir su objetivo, terminaron por matarlo, por decapitación. Corría el Año del Señor 316.
En la fiesta de San Blas se bendicen las gargantas, en recuerdo de uno de sus más famosos milagros: antes de ser ejecutado, y cuando era llevado ante la presencia del emperador Agrícola, volvió a la vida a un niño que acababa de fallecer a causa de una espina de pescado que se le había atravesado en la garganta, quitándole la respiración. La madre del niño, enterándose que pasaba San Blas, salió a su encuentro con su hijo en brazos y, con lágrimas en los ojos y dolor en el corazón, le imploró por su hijo: en ese momento San Blas, luego de encomendarse a Nuestro Señor Jesucristo, impuso sus manos en la garganta del niño, y este, por el poder de Jesucristo que pasó a través del santo, regresó a la vida. Éste es el origen de la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta.

         Mensaje de santidad.

         Como vimos en su biografía, San Blas tenía un poder sanador, tanto para seres humanos, como para animales. Sin embargo, aunque se lo recuerda por uno de sus milagros más famosos, el de la vuelta a la vida del niño ahogado con una espina de pescado, no fueron los milagros, ni su don de curación, lo que hicieron a San Blas ganarse el cielo: fue su amor a Jesucristo, a sus mandamientos, a su cruz, a su Iglesia, a sus sacramentos, y a su Madre, que es la Virgen, la Madre de Dios y Madre Nuestra, la que le valió vivir ahora en el Reino de los cielos, para siempre. Fue el amor a Jesucristo el que le hizo, primero, retirarse a una vida aislada, para poder rezar mejor y hacer más penitencia por sus pecados, y fue el amor a Jesucristo y la presencia del Espíritu Santo en su alma, lo que lo llevó a no solo no tener miedo de sus captores y verdugos, sino a animarlos a que abandonen sus ídolos, que son demonios, y a que se conviertan al Dios verdadero, el Dios de la Eucaristía.
         Al recordarlo en su día, le pedimos a San Blas, que vive en la alegría y en la gloria del cielo para siempre, que interceda por nosotros, para que tengamos salud y sobre todo, salud en nuestras gargantas, pero sobre todo, para que tengamos una fe viva y un amor ardiente al Dios del sagrario, Jesús Eucaristía, y a nuestros prójimos, por amor a Dios, para que no solo no salgan nunca, jamás. de nuestras gargantas, por las que entra Nuestro Señor Jesucristo por la Eucaristía, palabras desedificantes, vulgares, groseras, y mucho menos injurias, calumnias, mentiras hacia nuestro prójimo, ni tampoco quejas contra Dios, sino que siempre y únicamente salgan palabras de perdón y misericordia para con nuestro prójimo, y de amor y piedad para con Nuestro Dios y Señor, Jesús Eucaristía.