San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 24 de junio de 2020

Santo Tomás, Apóstol


Quién era el Apóstol Tomás? - La Croix en español

          Vida de santidad[1].

          La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio. De este apóstol narra el santo evangelio tres episodios. El primero sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalén, donde según lo anunciado, será atormentado y lo matarán; según San Juan (Jn 11, 16) “Tomás, llamado Dídimo, dijo a los demás: Vayamos también nosotros y muramos con Él”, con lo cual aquí el apóstol demuestra su admirable valor. La segunda intervención de Tomás se produce en la Última Cena, cuando Jesús les dice a los apóstoles: “A donde Yo voy, ya sabéis el camino”. Y Tomás le respondió: “Señor: no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” (Jn 14, 15). Los apóstoles no lograban entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz; con su pregunta, Tomás expresa a Jesús su incapacidad para entender el misterio de la Cruz. El tercer hecho en el que interviene Tomás -y el más recordado- se relaciona con su incredulidad acerca de Jesús resucitado, seguida luego de su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso.

          Mensaje de santidad.

El mensaje de santidad de Santo Tomás Apóstol está relacionado con su fe: antes del encuentro con Jesús resucitado, su fe en Jesús y en su promesa de resurrección es tan débil, que se muestra incrédulo ante el testimonio de los demás discípulos acerca de que han visto a Jesús resucitado y a tal punto, que declara que tiene que tocar sus llagas y poner la mano en su costado traspasado: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré” (cfr. Jn 20, 24-29). Como todos sabemos, por el Evangelio, Jesús se vuelve a aparecer a los ocho días y llama a Tomás, diciéndole que toque las heridas de sus manos y que meta su mano en el Costado traspasado; luego, le dice que “en adelante, no sea un hombre incrédulo, sino un hombre de fe”, porque los dichosos son los que “creen sin ver”: “Felices los que creen sin haber visto”. Podemos decir que la incredulidad de Tomás se repite en nuestros días, por centenares de miles: una inmensa mayoría de católicos, que se dejan arrastrar por el materialismo y el relativismo, se convierten en católicos puramente nominales, puesto que no creen en Jesús resucitado porque, como Tomás, “no lo ven” con los ojos del cuerpo. Así, estos católicos se construyen una religión a su medida, en la que no creen si no ven y, puesto que no vemos a Dios sensiblemente, no  creen en Dios, ni en Jesús resucitado en la Eucaristía, ni en las enseñanzas de la Iglesia, convirtiéndose de hecho en ateos prácticos, que son católicos solo en la teoría, solo nominalmente. Estos olvidan las palabras de Jesús a Tomás: “No seas incrédulo, sino hombre de fe; dichosos los que creen sin ver”. El “hombre de fe” es el que cree en Dios y en Jesús resucitado -y por lo tanto en su Presencia gloriosa en la Eucaristía- no porque vea estos misterios con los ojos corporales, sino porque los ve de otra manera, los ve con los ojos de la fe iluminados por la luz de la gracia. No seamos incrédulos como Tomás el Apóstol y creamos, aunque no lo veamos sensiblemente, en el grandioso misterio de Jesús resucitado y Presente, vivo y glorioso, en la Eucaristía.


[1] Cfr. https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Tom%C3%A1s_ap%C3%B3stol_7_3.htm

viernes, 19 de junio de 2020

Natividad de San Juan Bautista


San Juan Bautista predicando en el desierto - Mola, Pier Francesco ...

         San Juan Bautista es uno de los santos más grandes de la Iglesia Católica y su resplandor de santidad es tan intenso, que es ejemplo de santidad para todos los cristianos de todos los tiempos y sobre todo para los cristianos de los últimos tiempos. Él es el último profeta del Antiguo Testamento y es el primero del Nuevo, y su misión como profeta es la de señalar la Llegada a este mundo y a la historia de la humanidad, del Mesías, a quien Él llama con un nombre nuevo y desconocido hasta ese entonces: “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Él predica un bautismo de conversión, que prepara al alma para recibir el bautismo en “fuego y en Espíritu”, que será el que proporcionará el Mesías, Cristo Jesús. El Bautista sabe quién es el Mesías, no porque el Mesías sea su pariente desde el punto de vista biológico –es su primo-, sino porque es Dios Padre quien le concede ver, con la luz de la gracia, al Espíritu Santo posarse sobre Él, con lo cual así el Bautista afirma que el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que es Jesús de Nazareth, no es un hombre más entre tantos, sino la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo de Dios encarnado, a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo desde el primer instante de su Encarnación en el seno de la Virgen.
         El Bautista es ejemplo de santidad para todos los cristianos de todos los tiempos y por lo tanto es ejemplo de santidad para nosotros, cristianos del siglo XXI: así como el Bautista ve a Jesús de Nazareth y lo señala diciendo: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” y lo hace porque está iluminado por el Espíritu Santo, así nosotros, parafraseando al Bautista, debemos señalar la Eucaristía y, también iluminados por la luz del Espíritu Santo, proclamar al mundo que la Eucaristía es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Y del mismo modo a como el Bautista predicaba un bautismo de conversión, en medio del desierto, necesario para recibir el bautismo del Mesías “en fuego y en Espíritu”, así también nosotros debemos predicar, en el desierto del mundo, la necesidad de la conversión del corazón, para así recibir al Espíritu Santo que el Mesías, desde la Eucaristía, envía a quienes lo reciben con piedad, con fe y con amor.
         Al ver pasar a Jesús de Nazareth, el Bautista exclama: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”; al ver la Eucaristía, los cristianos debemos postrarnos ante Jesús Sacramentado y proclamar ante el mundo: “La Eucaristía es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Y por último, así como el Bautista dio su vida como testimonio de que Jesús es Dios, así los cristianos debemos estar dispuestos a dar la vida como testimonio de que la Eucaristía es Cristo Dios en Persona.

jueves, 11 de junio de 2020

San Bernabé, Apóstol


         Cristo en la Cruz
         Vida de santidad[1].

La historia de San Bernabé se encuentra escrita en el libro de Los Hechos de los apóstoles, en las Sagradas Escrituras. Nació en la isla de Chipre y era judío, de la tribu de Leví. Vendió las fincas que tenía y luego llevó el dinero que obtuvo y se lo dio a los apóstoles para que lo repartieran a los pobres. Un mérito formidable de San Bernabé es el haber descubierto a Saulo –quien posteriormente se llamaría San Pablo- y cuando después de su conversión Saulo llegó a Jerusalén, lo presentó a los apóstoles y se los recomendó. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se hace de Bernabé unos elogios que es difícil encontrarlos respecto de otros personajes. Dice así: “Bernabé era un hombre bueno, lleno de fe y de Espíritu Santo” (Hech 11, 24).
Sucedió que en Antioquía se produjo la conversión al cristianismo de un gran número de paganos; al enterarse, Bernabé fue enviado allí y se quedó por un buen tiempo instruyéndolos aún más en la fe en Jesucristo. En aquella ciudad fue donde por primera vez se llamó “cristianos” a los seguidores de Cristo. Bernabé y Saulo, desde entonces, hicieron apostolado juntos, predicando en Antioquía, ciudad que se convirtió en un gran centro de evangelización. Un día mientras los cristianos de Antioquía estaban en oración, el Espíritu Santo habló por medio de algunos de ellos que eran profetas y dijo: “Separen a Bernabé y Saulo, que los tengo destinados a una misión especial”. Los cristianos rezaron por ellos, les impusieron las manos, y los dos, acompañados de Marcos, después de orar y ayunar, partieron para Chipre, la isla donde había nacido San Bernabé, en donde encontraron muy buena aceptación a su predicación, y lograron convertir al cristianismo nada menos que al mismo gobernador, que se llamaba Sergio Pablo. En honor a esta notable conversión, Saulo se cambió su nombre por el de Pablo. Y Bernabé tuvo la gran alegría de que su tierra natal aceptara la religión de Jesucristo. Luego emprendieron su primer viaje misionero por las ciudades y naciones del Asia Menor. En la otra ciudad de Antioquía (de Pisidia) al ver que los judíos no querían atender su predicación, Bernabé y Pablo declararon que de ahora en adelante les predicarían a los paganos, a los no israelitas. En Iconio estuvieron a punto de ser apedreados por una revolución tramada por los judíos y tuvieron que salir huyendo, aunque dejaron una buena cantidad de convertidos y confirmaron sus enseñanzas con formidables señales y prodigios que Dios obraba por medio de estos dos santos apóstoles. En la ciudad de Listra, al llegar curaron milagrosamente a un paralítico y entonces la gente creyó que ellos eran dos dioses. A Bernabé por ser alto y majestuoso le decían que era el dios Zeus y a Pablo por la facilidad con la que hablaba lo llamaban el dios Mercurio. Y ya les iban a ofrecer un toro en sacrificio, cuando ellos les declararon que no eran tales dioses, sino unos simples mortales. Luego llegaron unos judíos de Iconio y promovieron un tumulto y apedrearon a Pablo y cuando lo creyeron muerto se fueron, pero él se levantó luego y curado instantáneamente entró otra vez en la ciudad. Después de todo esto Bernabé y Pablo regresaron a las ciudades por donde habían estado evangelizando, recordándoles a los nuevos cristianos que “es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hech 14, 22).
Al llegar a Antioquía se encontraron con que los cristianos estaban divididos en dos partidos: unos (dirigidos por los antiguos judíos) decían que para salvarse había que circuncidarse y cumplir todos los detalles de las leyes de Moisés. Otros decían que no, que basta cumplir las leyes principales. Bernabé y Pablo se pusieron del lado de los que decían que no había que circuncidarse, y como la discusión se ponía acalorada, los de Antioquía enviaron a Jerusalén una embajada para que consultara con los apóstoles. La embajada estaba presidida por Bernabé y Pablo. Los apóstoles reunieron un concilio y le dieron la razón a Bernabé y Pablo. Volvieron a Antioquía y dispusieron organizar un segundo viaje misionero, pero se separaron y Bernabé se fue a terminar de evangelizar en su isla de Chipre y San Pablo se fue a su segundo viaje. Más tarde se encontraron otra vez misionando en Corinto (1 Cor 9, 6).

Mensaje de santidad.

Un primer mensaje de santidad, en la vida de San Bernabé Apóstol, nos lo da la misma Sagrada Escritura, cuando dice de Bernabé que era “un hombre lleno de fe y de Espíritu Santo”. Este elogio que recibe Bernabé es, podemos decir, todo lo que un hombre necesita ser y tener en esta vida terrena, pues la fe, que es un don del Espíritu Santo, prepara para la eternidad, mientras que la posesión del Espíritu Santo –Bernabé estaba “lleno del Espíritu Santo”-, además de concederle grandes dones y gracias, al colmar su alma con la Presencia del Espíritu de Dios en esta vida terrena, hace que el alma viva ya con anticipación lo que será la vida eterna, esto es, la contemplación, en el Amor de Dios, el Espíritu Santo, de la Santísima Trinidad, de las Tres Divinas Personas. Ahora bien, el tener fe y el estar “lleno del Espíritu Santo” no es algo que dependa de nosotros ni está al alcance de nuestras fuerzas, sino que todo se trata de don y gracia de Dios, por lo que, si queremos imitar a San Bernabé, tenemos que postrarnos en adoración al Espíritu Santo y pedirle que purifique nuestras almas con la gracia y que, aunque somos indignos, inhabite en nuestros corazones, como anticipo de la visión bienaventurada en la gloria de la que habremos de gozar, por la Misericordia de Dios, en el Reino de los cielos.

miércoles, 10 de junio de 2020

Los dolores internos del Sagrado Corazón



El Sagrado Corazón le reveló a una religiosa española, la Madre María Encarnación, cuáles eran sus dolores internos; le dijo además que debía hacer una imagen de su Sagrado Corazón con diez dardos en Él clavados, simbolizando estos dolores. Cuenta la Madre que el Señor le inspiró y le dio luz de cómo había de ser la imagen: un corazón de diez dardos, siete alrededor y tres al fondo y en el centro[1].
Los tres dardos del centro representan a los dolores provocados por el escándalo y sacrilegio de los malos sacerdotes, por el violar sus votos las esposas de Cristo y por la persecución a los justos; a su vez, los siete de alrededor de su Corazón son la representación de los dolores por ver a su Eterno Padre gravemente ofendido; por la herejía esparcida por todo el mundo; por la apostasía de los malos cristianos; por el olvido de sus beneficios; por el desprecio de sus gracias y sacramentos; por la frialdad e indiferencia de los suyos y finalmente, por la idolatría.
El escándalo y sacrilegio de los malos sacerdotes: aquí están incluidos tanto Judas Iscariote como toda la serie de consagrados que habrían de traicionar a Jesús y a la Santa Religión Católica a lo largo de los siglos. Este dolor lo provocan quienes, por dinero, por fama mundana, o por poder, traicionan al Magisterio de la Iglesia y a su Credo y se dedican a propagar otro credo, que pertenece a otra Iglesia, pero no a la Iglesia Católica.
El violar sus votos las esposas de Cristo: muchas consagradas, habiendo realizado sus votos perpetuos de castidad, obediencia y pobreza, los abandonan provocando escándalos; en vez de estos votos, estas religiosas, que por lo general abandonan también sus hábitos, se dedican a promover diversas ideologías, que nada tienen que ver con el depósito de fe de la Iglesia Católica, traicionando así a Cristo, a quienes juraron una vez servir.
La persecución a los justos: en nuestros días, en numerosos países, se persiguen a las personas y se las encarcela sin juicio previo y a muchos se los asesina, por el solo hecho de ser católicos. Esto sucede en países en donde predomina el comunismo como forma de gobierno tiránico.
Ver a su Eterno Padre gravemente ofendido: se ofende a Dios Padre cuando no se respetan, ni se observan, ni se tienen en cuenta sus Mandamientos, promulgados en las Tablas de la Ley, Mandamientos a los que hay que agregar los Mandamientos de Jesús: “Amen a sus enemigos y carguen la Cruz de cada día”. La falta de la observancia de los Mandamientos es causa de todo tipo de violencias, de crímenes, de atrocidades, que los hombres cometen unos contra otros, ofendiendo así gravemente a Dios Padre, Autor de la Ley divina.
La herejía esparcida por todo el mundo: cuando se niegan las verdades fundamentales de nuestra Fe Católica y se pretende suplantarlas por ideologías extrañas al Evangelio, se produce un grave escándalo, pues en el seno mismo de la Iglesia surge la herejía, que se caracteriza por ser contraria a la Verdadera y Única Iglesia Católica, la Esposa de Cristo. Las sectas -y sobre todo, la Madre de todas las sectas, la Nueva Era o New Age- contribuyen, en gran medida, a la propagación de las herejías, aumentando así los dolores del Sagrado Corazón.
La apostasía de los malos cristianos: los malos cristianos se caracterizan por abjurar de las promesas que una vez hicieron en su Bautismo sacramental y es así que estos cristianos, en vez de creer en los Mandamientos y observarlos y en vez de practicar los Sacramentos y realizar obras de Misericordia, se lanzan a perseguir cuanta ideología o religión extraña o anti-cristiana se ponga de moda. Así, abundan los malos cristianos que practican yoga, ocultismo, brujería, reiki, y demás prácticas no católicas, lo cual provoca un gran dolor al Sagrado Corazón de Jesús.
El olvido de sus beneficios: el Sagrado Corazón está permanentemente concediendo dones, beneficios y gracias, además de milagros de toda clase, pero muchos de los que reciben estos dones de parte del Sagrado Corazón, no tienen en cuenta su origen y así a las cosas buenas que reciben de Dios, las atribuyen a ídolos demoníacos, como por ejemplo la Santa Muerte o el Gauchito Gil.
La frialdad e indiferencia de los suyos: el Sagrado Corazón demuestra un amor de preferencia para con los bautizados en la Iglesia Católica, porque es a ellos y no a otro a quienes ha elegido para ser hijos adoptivos de Dios y hermanos de Él, para que participen de su Pasión y así alivien los dolores de su Sagrado Corazón. Sin embargo, muchos bautizados, olvidando su Bautismo sacramental y lo que esto significa, viven y se comportan como paganos, como si nunca hubieran recibido nada de Jesús, tratándolo con gran frialdad e indiferencia y provocando uno de los dolores del Corazón de Jesús.
La idolatría: los grandes ídolos de nuestros tiempos son el dinero, la fama mundana, el poder y el relativismo, doctrina según la cual ninguna Iglesia tiene la Verdad Absoluta sobre Dios, relegando así a la Iglesia de Cristo a un segundo plano, a una iglesia más entre tantas religiones. Cuando el hombre se dedica a idolatrar a los ídolos que él mismo se fabrica, entonces provoca un gran dolor al Sagrado Corazón de Jesús.
Tengamos en cuenta cuáles son los dolores del Sagrado Corazón de Jesús, para no ser nosotros los causantes de ellos.




[1] Cfr. https://un-paso-aldia.com/2020/06/01/los-madre-sor-maria-encarnacion-rosal/?fbclid=IwAR00417-y8x7O7Tz2HHUWcx6LtkdKuozcBU7Ut8EwXKaK1LXbFJFw4jBBZY . Sor María Encarnación relata así un diálogo que tuvo con el Sagrado Corazón y que explica la razón por la cual la eligió a ella: “Pasando unos días, acabando de comulgar, teniéndole aún, oí la misma voz interior que me decía: No celebran los dolores de mi corazón. Pero Señor le dije: porque no te fijas en otra monja y escuchó la misma voz en su interior: ‘Porque no hay otra más baja que tú’”.

sábado, 6 de junio de 2020

Las Promesas del Sagrado Corazón de Jesús



         Al aparecerse como el Sagrado Corazón, Jesús le dijo a Santa Margarita que concedería Doce Promesas a todo aquel que honrara su imagen. Estas Promesas son:
         “Les daré todas las gracias necesarias para su vida”: necesitamos de la gracia para vivir la vida de santidad de los hijos de Dios, más que el cuerpo necesita del aire para respirar. Nadie está exento de la necesidad de la gracia, pues el mismo Jesús nos lo dice: “Sin Mí, nada podéis hacer”. Esto es literal: sin Jesús, nada bueno y mucho menos, nada santo, podemos hacer, por lo que necesitamos de su gracia para vivir en santidad. Ahora bien, cada uno tiene necesidades particulares de gracia, puesto que no todos somos iguales; el Sagrado Corazón promete que dará las gracias que cada uno necesita, según su deber de estado, para vivir la vida de santidad.
         “Les daré paz a sus familias”: la paz que promete el Sagrado Corazón no es la paz del mundo, la cual es una paz superficial, extrínseca y que se basa en una mera ausencia de conflictos: la paz que promete el Sagrado Corazón es la Paz de Dios, la paz que desciende desde el Corazón de Jesús al alma, cuando ésta se reconcilia con Dios por medio del Sacramento de la Penitencia y es una paz que desciende hasta la raíz del ser, y es el estado en el que queda el alma como consecuencia de haberle sido quitado su pecado por la Confesión Sacramental.
         “Los consolaré en todas sus penas”: cuando sobrevenga algún momento de pena, de desolación, de tribulación, los adoradores del Sagrado Corazón tendrán una gracia particular y es el de ser consolados por el mismo Jesús en Persona. Serán como Juan el Evangelista, que fue consolado, en la tribulación de la Pasión de Jesús que Él les había anunciado, al recostar su pecho sobre el Sagrado Corazón.
         “Seré su refugio durante la vida y sobre todo a la hora de la muerte”: el adorador del Sagrado Corazón tendrá en Él un seguro refugio, tanto en las tribulaciones y dolores que sobrevengan en la vida terrena, como en el momento de la muerte, en donde el alma es acechada por toda clase de tentaciones, puesto que el Tentador en persona busca que el alma se desespere y se condene. El Sagrado Corazón no permitirá que nada de esto le suceda a quien lo honre, lo adore y lo ame.
         “Derramaré abundantes bendiciones en todas sus empresas”: quien adore al Sagrado Corazón y sea su fiel devoto, recibirá la gracia particular de ser bendecido por el mismo Jesús en todas las tareas que emprenda.
         “Los pecadores encontrarán en mi Corazón un océano de Misericordia”: quien adore al Sagrado Corazón, aun siendo el más grande pecador, encontrará en Él no solo la gracia para salir del pecado, sino infinitas gracias más, que lo harán pasar del estado de pecador al estado de justo.
         “Las almas tibias se volverán fervorosas”: Dios no tiene contemplaciones con los tibios, puesto que Él dice de estas almas en el Apocalipsis: “A los tibios los vomitaré de mi boca”. Quien adore al Sagrado Corazón, pasará de la tibieza al fervor, será como una madera seca que, al contacto con el fuego, arde al instante; de la misma manera, el alma tibia, al contacto con las llamas de Amor que envuelven al Sagrado Corazón, se verá a sí misma encendida en el Fuego del Divino Amor.
         “Las almas fervorosas harán rápidos progresos en la perfección”: si un alma ya no sólo no es ni mala ni tibia, sino que ha ingresado en el camino de la santidad, al adorar al Sagrado Corazón de Jesús verá incrementar de modo admirable su grado de santidad.
         “Bendeciré las casas donde mi imagen sea expuesta y venerada”: las familias y hogares en los que la imagen del Sagrado Corazón de Jesús sea venerada y honrada de modo particular –por ejemplo, colocando la imagen en el lugar más visible de la casa-, recibirán particulares atenciones del Amor de Dios, de manera que las tribulaciones y dolores serán más ligeros y los gozos y alegrías más profundos y duraderos.
         “Otorgaré a aquellos que se ocupan de la salvación de las almas el don de mover los corazones más endurecidos”: esta Promesa parece dirigirse, de modo particular, a los sacerdotes y consagrados; aquellos que particularmente amen y adoren al Sagrado Corazón, recibirán la gracia especial de conmover y llevar a la conversión a los corazones más endurecidos.
         “Grabaré para siempre en mi Corazón los nombres de los que propaguen esta devoción”: Así como se graba en el mármol el nombre de quien hizo algo heroico y noble, del mismo modo quedará grabado, en el Sagrado Corazón, el nombre del alma que se dedique a promover la devoción, porque no hay nada más heroico y noble que conducir al Amor de Jesús a las almas de nuestros prójimos.
         “A todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el amor omnipotente de mi Corazón les concederá la gracia de la perseverancia final”: una de las gracias más importantes, porque asegura la salvación eterna del alma, es la gracia de la perseverancia, hasta el fin de la vida terrena, en la fe verdadera y en las obras de misericordia. Esta gracia está asegurada para el que, adorando al Sagrado Corazón, reciba al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús por nueve primeros viernes de mes.
          
        
        

viernes, 5 de junio de 2020

San Bonifacio, obispo y mártir


Congregación Obispo Alois Hudal: San Bonifacio, Obispo y mártir ...

          Vida de santidad[1].

          Nació en Inglaterra hacia el año 673; después de haber vivido como monje en el monasterio de Exeter, el año 719 partió para Alemania, dónde predicó la Buena Noticia del Evangelio de Cristo, obteniendo muchas conversiones a la fe católica. Más tarde, fue ordenado obispo y gobernó la Iglesia de Maguncia y con la ayuda de varios colaboradores, fundó o restauró diversas Iglesias en Baviera, Turingia y Franconia. También convocó concilios y promulgó leyes eclesiásticas. En el año 754, mientras evangelizaba a los frisones, fue asesinado por unos paganos. Su cuerpo recibió sepultura en el monasterio de Fulda.

          Mensaje de santidad[2].

          Parte de su mensaje de santidad lo podemos encontrar en una de sus cartas, en las que vela como un “pastor solícito sobre su rebaño”. En esta carta compara a la Iglesia como una “nave que surca los mares del mundo y es azotada por una tormenta” y como toda nave, no debe ser abandonada, sino gobernada: “La Iglesia, que como una gran nave surca los mares de este mundo, y que es azotada por las olas de las diversas pruebas de esta vida, no ha de ser abandonada a sí misma, sino gobernada”.
          Pone como ejemplo de gobierno de la Iglesia a grandes pastores que lo precedieron, quienes gobernaron la Iglesia de Cristo bajo el gobierno civil de emperadores paganos, es decir, en tiempos de mucha dificultad para la difusión de la fe, y cómo estos pastores dieron sus vidas por la Iglesia: “De ello nos dan ejemplo nuestros primeros padres Clemente y Cornelio y muchos otros en la ciudad de Roma, Cipriano en Cartago, Atanasio en Alejandría, los cuales, bajo el reinado de los emperadores paganos, gobernaban la nave de Cristo, su amada esposa, que es la Iglesia, con sus enseñanzas, con su protección, con sus trabajos y sufrimientos hasta derramar su sangre”.
          Luego San Bonifacio confiesa su debilidad para gobernar la Iglesia, pero al mismo tiempo se muestra confiado en las Sagradas Escrituras: “Al pensar en éstos y otros semejantes, me estremezco y me asalta el temor y el terror, me cubre el espanto por mis pecados, y de buena gana abandonaría el gobierno de la Iglesia que me ha sido confiado, si para ello encontrara apoyo en el ejemplo de los Padres o en la sagrada Escritura. Mas, puesto que las cosas son así y la verdad puede ser impugnada, pero no vencida ni engañada, nuestra mente fatigada se refugia en aquellas palabras de Salomón: Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia; en todos tus caminos piensa en él, y él allanará tus sendas. Y en otro lugar: Torre fortísima es el nombre del Señor, en él espera el justo y es socorrido. Mantengámonos en la justicia y preparemos nuestras almas para la prueba; sepamos aguantar hasta el tiempo que Dios quiera y digámosle: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación”.
          San Bonifacio continúa diciendo que es Dios quien nos ha impuesto la carga y que, si la sobrellevamos, no es por fuerzas propias, sino con la fuerza misma de Dios y que si nos mantenemos fieles en esta tarea, conseguiremos la vida eterna: “Tengamos confianza en él, que es quien nos ha impuesto esta carga. Lo que no podamos llevar por nosotros mismos, llevémoslo con la fuerza de aquel que es todopoderoso y que ha dicho: Mi yugo es suave y mi carga ligera. Mantengámonos firmes en la lucha en el día del Señor, ya que han venido sobre nosotros días de angustia y aflicción. Muramos, si así lo quiere Dios, por las santas leyes de nuestros padres, para que merezcamos como ellos conseguir la herencia eterna”.       
          Por último, San Bonifacio alienta a “no ser perros mudos” ni “mercenarios que huyen ante el lobo”; por el contrario, anima a ser “pastores fieles que vigilan el rebaño de Cristo, anunciando la Buena Noticia de Cristo a todos los hombres, sin distinción de ninguna clase: “No seamos perros mudos, no seamos centinelas silenciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo, sino pastores solícitos que vigilan sobre el rebaño de Cristo, anunciando el designio de Dios a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, a los hombres de toda condición y de toda edad, en la medida en que Dios nos dé fuerzas, a tiempo y a destiempo, tal como lo escribió san Gregorio en su libro a los pastores de la Iglesia”.
Al recordar a San Bonifacio, le pidamos que interceda ante Dios Nuestro Señor, para que seamos firmes y fieles en la realización de obras de misericordia, que testimonian así nuestra fe en el Hombre-Dios, Cristo Jesús. Y esto, hasta dar la vida, si fuera necesario.


[2] Cfr. De las Cartas de san Bonifacio, obispo y mártir, Carta 78; MGH, Epistolae 3, 352. 354.

miércoles, 3 de junio de 2020

San Carlos Lwanga y compañeros mártires

San Carlos Luanga y los mártires de Uganda,3 de Junio,Vidas ...


          Vida de santidad[1].

          Uganda, país de África, fue misionado por los Padres Blancos del Cardenal Lavigerie, por lo que pronto comenzaron a convertirse al catolicismo muchos nativos. En ese entonces, el jefe de la nación, llamado Muanga, tenía el vicio de la homosexualidad y cuando el jefe del personal de mensajeros del palacio José Makasa, se convirtió al catolicismo, le hizo saber al jefe que en la Biblia se condena y prohíbe totalmente la homosexualidad y que la llama una “aberración”, o sea algo abominable, porque va contra la Ley Divina y por lo tanto es algo totalmente impropio de la persona humana. Le citó varios pasajes de la Biblia para confirmar sus dichos, como por ejemplo: “la homosexualidad es un pecado merecedor de la muerte” (Lev 18) y “algo que va contra la naturaleza” (Rom 1,26) y que los que lo cometen “no poseerán el Reino de Dios” (1 Cor 6,10). Esto enfureció tanto al rey, que ordenó asesinar a José Makasa el 15 de noviembre de 1885, y así este llegó a ser el primero de los 26 mártires de Uganda. Al saber esta terrible noticia, los demás católicos que trabajaban en el palacio real como mensajeros o empleados, en vez de acobardarse, se animaron más fuertemente a preferir morir antes que ofender a Dios.
La segunda víctima fue un pequeño mensajero llamado Denis. El jefe Muanga quiso irrespetar a un jovencito llamado Muafa, pero este le dijo, citando la Biblia, que su cuerpo era un “templo del Espíritu Santo”, y que él se haría respetar costara lo que costara. El rey averiguó quién le había enseñado al niño estas doctrinas y le dijeron que era otro de los mensajeros, Denis, por lo que también le dio muerte. Así este jovencito llegó a ser el segundo mártir San Denis. Antes de darle muerte, el rey le preguntó: “¿Eres cristiano?” y el niño respondió: “Sí, soy cristiano y lo seré hasta la muerte”.
Mientras tanto, el nuevo jefe de los mensajeros, Carlos Luanga (que había reemplazado a San José Makasa) reunía a todos los jóvenes y los catequizaba recordándoles lo que enseña San Pablo en la Biblia, acerca de que “los que cometen el pecado de homosexualidad tendrán un castigo inevitable por su extravío” (Rom 1, 18) y les recordaba que la “homosexualidad es la tendencia a cometer acciones impuras con personas del propio sexo”, y que eso no es amor de caridad que busca el bien de la otra persona, sino que es un “amor de concupiscencia” por el afecto que se siente hacia personas del propio sexo. Y les narraba cómo las ciudades de Sodoma y Gomorra fueron destruidas por una lluvia de fuego por cometer ese pecado, y cómo la Biblia anuncia tremendos castigos para los que lo cometen. Carlos terminaba sus charlas recordando aquellas palabras de Jesús: “Al que me confiese delante de los hombres, Yo declararé a su favor en el cielo”.
Con estas instrucciones de Carlos Luanga, ya todos los jovencitos mensajeros y empleados del palacio real de Uganda quedaron resueltos a perder su vida antes que renunciar a las creencias católicas o perder la pureza de su alma con un pecado de homosexualidad. Y ahora estaba por llegar el desenlace fatal y sangriento. El rey tenía como primer ministro a un brujo llamado Katikiro, el cual estaba disgustadísimo porque los que se volvían cristianos católicos, ya no se dejaban engañar por sus brujerías; entonces se propuso convencer al rey de que debía hacer morir a todos los que se habían declarado cristianos.
El cruel Muanga reunió a todos sus mensajeros y empleados y les dijo: “De hoy en adelante queda totalmente prohibido ser cristiano, aquí en mi reino. Los que dejen de rezar al Dios se los cristianos, y dejen de practicar esa religión, quedarán libres. Los que quieran seguir siendo cristianos irán a la cárcel y a la muerte”. Y luego les dio una orden mortal: “Los que quieran seguir siendo cristianos darán un paso hacia adelante”. Inmediatamente Carlos Luanga, jefe de todos los empleados y mensajeros del palacio, dio el paso hacia adelante. Lo siguió el más pequeño de los mensajeros, que se llamaba Kisito y enseguida veintidós jóvenes más dieron el paso decisivo. Inmediatamente entre golpes y humillaciones fueron llevados todos a prisión. El Padre misionero no había alcanzado a bautizar a algunos de ellos, por lo que estos jóvenes valientes viendo que su muerte estaba ya muy próxima pidieron a Carlos que los bautizara. Y allí en la oscuridad de la prisión Carlos Luanga bautizó a los que aún no estaban bautizados, y se prepararon todos para su paso a la eternidad feliz, que ya estaba muy cerca.
El rey los volvió a reunir y les preguntó: “¿Siguen decididos a seguir siendo cristianos?”. Y ellos respondieron a coro: “Cristianos hasta la muerte”. Entonces por orden del brujo Katikiro fueron llevados prisioneros a 60 kilómetros de distancia por el camino, y allí mismo fueron asesinados por los guardias. Después de haberlos tenido siete días en prisión en esas lejanías, en medio de los más atroces sufrimientos, mientras reunían la leña para el holocaustos el 3 de junio del año 1886, día de la Ascensión, los envolvieron en esteras de juntos muy secos, y haciendo un inmenso montón de leña seca los colocaron allí y les prendieron fuego. Entre las llamas salían sus voces aclamando a Cristo y cantando a Dios, además de recitar el Credo y esto lo hicieronhasta el último aliento de su vida. Por el camino se llevaron los verdugos a dos mártires más, ya mayores de edad. El uno por haber convertido y bautizado a unos niños (San Matías Kurumba) y el otro por haber logrado que su esposa se hiciera cristiana (San Andrés Kawa). Ellos se unieron a los otros mártires (de los cuales 17 eran jóvenes mensajeros) y en total murieron en aquel año veintiséis mártires católicos por defender su fe y su castidad. Los mártires de Uganda, con Carlos Luanga a la cabeza, fueron declarados santos por el Papa Pablo VI y ahora en Uganda hay un millón de católicos, cumpliéndose así el adagio: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.

Mensaje de santidad.

Los mártires de Uganda no sólo dieron la vida por la pureza corporal, sino también por la pureza de la fe, puesto que ambas van unidas: quien es casto y puro, lo es no por la virtud en sí misma, sino por amor a Cristo, que es la Castidad, la Pureza y la Inocencia Increadas en sí mismas. Por eso, en su sacrificio, no sólo debemos ver un homenaje a la virtud de la pureza de cuerpo y alma -que lo es-, sino también una participación en la Pasión de Cristo, puesto que su muerte martirial fue un modo de participar de la muerte martirial del Rey de los mártires, Cristo Jesús. Por último, los mártires de Uganda murieron entonando cánticos de alabanza a Dios y también rezando el Credo: cuando asistamos a la Santa Misa y recemos el Credo, recordemos que por las verdades del Credo debemos estar dispuestos a dar la vida, tal como lo hicieron los santos mártires de Uganda.

martes, 2 de junio de 2020

San Justino, mártir


San Justino
          Vida de santidad[1].

Nació a principios del siglo II en FIavia Neápolis—Nablus—, la antigua Siquem, en Samaria, de familia pagana; como ardiente buscador de la Verdad Absoluta, el itinerario de su conversión a Cristo pasa a través de la experiencia estoica, pitagórica, aristotélica y neoplatónica, desde donde llegó a la plenitud de la Verdad en el cristianismo.
Según sus mismas palabras, el santo se encontraba insatisfecho de las respuestas que le daban las diversas filosofías, por lo que se retiró a un lugar desierto, a orillas del mar, a meditar. Estando allí, un anciano al que le había confiado su desilusión le contestó que ninguna filosofía podía satisfacer al espíritu humano, porque la razón es incapaz por sí sola de garantizar la plena posesión de la verdad sin una ayuda divina.
Así fue como Justino descubrió el cristianismo a los treinta años; se convirtió en convencido predicador y, para proclamar al mundo su descubrimiento, escribió dos Apologías. La primera se la dedicó en el año 150 al emperador Antonino Pío y al hijo Marco Aurelio, y también al Senado y al pueblo romano. Escribió otras obras, entre ellas la más importante es la titulada Diálogo con Trifón, y se la recuerda porque abre el camino a la polémica antijudaica en la literatura cristiana. Gracias a sus escritos sabemos cómo se explicaba el cristianismo en ese tiempo y cómo se celebraban los ritos litúrgicos, sobre todo la administración del bautismo y la celebración de la Eucaristía.
San Justino fue a Roma y allí fue denunciado por Crescencio, un filósofo con quien Justino había disputado mucho tiempo. El magistrado que lo juzgó, Rústico, también era un filósofo estoico, amigo y confidente de Marco Aurelio. Pero para el magistrado, Justino no era más que un cristiano, igual a sus compañeros, todos condenados a la decapitación por su fe en Cristo. Todavía hoy se conservan actas auténticas del martirio de Justino.

Mensaje de santidad.

San Justino, como filósofo que era, buscó primero y encontró después la auténtica sabiduría, que no es una filosofía abstracta, sino Cristo, la Persona Segunda de la Trinidad encarnada en la humanidad de Jesús de Nazareth. Una vez conocida la Verdad Absoluta revelada en Cristo Jesús, confirmó esta Verdad cambiando sus costumbres paganas por las cristianas, enseñando lo que afirmaba y defendiéndola con sus escritos. Tan convencido estaba de que Cristo Jesús era la Verdad Absoluta y plena de Dios, revelada por Dios Hijo en Persona, que por confesarse cristiano y por no renegar de la fe en Cristo, fue condenado a muerte en el año 165. Podemos decir que San Justino, entre otras cosas, nos deja dos enseñanzas fundamentales: por un lado, que todo ser humano tiene sed de la Verdad Absoluta de Dios y que esta sed sólo se puede saciar en la Fuente de la Sabiduría Divina que es Cristo Dios, el Hijo de Dios encarnado; por otro lado, nos enseña que hay una prueba de fuego para quien alcanza esta Verdad Suprema y es el don de la vida propia en testimonio de esta Verdad –que comprende la Verdad sobre la Eucaristía, porque si Cristo es Dios, entonces la Eucaristía es Cristo Dios-. Al conmemorar a San Justino, le pidamos la gracia de, llegado el caso, si así lo dispusiera Dios en sus planes para nosotros, mantengamos firme la fe en Cristo Dios, hasta dar la vida si fuera necesario.