San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 28 de abril de 2017

San Luis María Grignion de Monfort y los Apóstoles de los Últimos Tiempos


Los Últimos Tiempos de la humanidad, antes de la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo, serán días de gran oscuridad espiritual, en la que las fuerzas del Infierno, desencadenadas, parecerán triunfar sobre la Iglesia de Dios. Serán días en los que los hombres estarán dominados por el espíritu del Príncipe de las tinieblas. Serán días tan oscuros espiritualmente, que la Iglesia parecerá estar participando de la Pasión del Señor, en el momento en el que Jesús dice: "Es la hora de las tinieblas". San Pablo describe así a los hombres de los Últimos Tiempos en Tim 3, 1-5: “Esto también debes saber: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, sin dominio propio, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, envanecidos, amadores de los deleites más que de Dios, teniendo apariencia de piedad, pero negando la eficacia de ella; a estos evita”. Pero de Dios nadie se burla y a Dios nadie le gana y es así que Dios opondrá, a este ejército de las tinieblas, un ejército mariano, un ejército que, a las órdenes de la Virgen, combatan con las armas de la Santa Fe para reparar el honor de Dios. ¿Cómo serán estos hombres? En sus escritos, San Luis de Monfort describe cómo serían los Apóstoles de los Últimos Tiempos, aquellos fieles que, bajo el ejército de María y consagrados a su Inmaculado Corazón, habrían de conquistar el mundo para preparar la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo. Decía así el santo: “Pero en la segunda venida de Jesucristo, María tiene que ser conocida y puesta de manifiesto por el Espíritu Santo, a fin de que por Ella Jesucristo sea conocido, amado y servido”. Los Apóstoles de los Últimos Tiempos estarán al servicio de la Virgen, la harán conocer al mundo, para que por medio de Ella el Espíritu Santo haga conocer, amar y servir a Jesucristo, en su Segunda Venida.
Los Apóstoles de los Últimos Tiempos serán desconocidos para el mundo, así como el calcañar es la parte del cuerpo que no se ve, pero al mismo tiempo, serán el blanco preferido del Demonio, por estar consagrados a María y por ser el lugar en donde está profetizado, desde el Génesis, en donde el Enemigo de las almas atacará al Pueblo de Dios; en compensación, la Virgen, Mediadora de todas las gracias, los colmará de dones y gracias de modo tan abundante, que por medio de ellos, aplastará la cabeza del Dragón infernal: “El poder de María sobre todos los demonios resplandecerá, sin embargo, de modo particular en los últimos tiempos, cuando Satanás pondrá asechanzas a su calcañar, o sea, a sus humildes servidores y pobres hijos que Ella suscitará para hacerle la guerra. Serán pequeños y pobres a juicio del mundo; humillados delante de todos; rebajados y oprimidos como el calcañar respecto de los demás miembros del cuerpo. Pero en cambio, serán ricos en gracias y carismas, que María les distribuirá con abundancia; grandes y elevados en santidad delante de Dios, superiores a cualquier otra criatura por su celo ardoroso; y tan fuertemente apoyados en el socorro divino, que, con la humildad de su calcañar y unidos a María, aplastarán la cabeza del demonio y harán triunfar a Jesucristo”.
Luego el santo se pregunta: “Pero, ¿qué serán estos servidores, estos esclavos e hijos de María?”. Y responde de la siguiente manera: “Serán fuego encendido, ministros del Señor que prenderán por todas partes el fuego del amor divino”. En ellos, por intercesión de la Virgen, arderá el Fuego del Amor de Dios que Jesús ha venido a traer y quiere ya ver ardiendo, y será tal el ardor del Amor de Dios en sus corazones, que encenderán en los demás este mismo ardor divino.
“Serán flechas agudas en la mano poderosa de María para atravesar a sus enemigos: como saetas en manos de un guerrero”. En los Últimos Tiempos, abundarán los enemigos internos y externos de la Iglesia, de Jesucristo y de María, pero la Virgen utilizará a sus hijos así como un arquero certero utiliza sus flechas, para acabar uno por con sus enemigos.
“Serán hijos de Leví , bien purificados por el fuego de grandes tribulaciones y muy unidos a Dios . Llevarán en el corazón el oro del amor, el incienso de la oración en el espíritu, y en el cuerpo, la mirra de la mortificación”. Los hijos de María serán probados por grandes tribulaciones, porque el oro se purifica por el fuego, pero la Virgen les concederá la gracia de permanecer unidos a Dios, aun en medio de esas grandes pruebas, necesarias para forjar el espíritu de los que aman al Dios de los consuelos y no a los consuelos de Dios. Tendrán las riquezas espirituales que los Reyes Magos ofrecieron al Niño Dios: el oro del amor a Dios y al prójimo, el incienso de la oración, que se elevará humildemente hasta el trono de Dios, así como el humo del incienso se eleva a las alturas, y serán mortificados en el cuerpo, ofreciendo así la mirra del sacrificio, que es la oración del cuerpo.
“Serán en todas partes el buen olor de Jesucristo para los pobres y sencillos; pero para los grandes, los ricos y mundanos orgullosos serán olor de muerte”. Puesto que amarán la gracia de Jesucristo más que a su propia vida, vivirán en estado de gracia permanente, que es “el bueno olor de Jesucristo”, lo cual es olor de muerte para los que sirven el Demonio.
“Serán nubes tronantes y volantes, en el espacio, al menor soplo del Espíritu Santo. Sin apegarse, ni asustarse, ni inquietarse por nada, derramarán la lluvia de la palabra de Dios y de la vida eterna, tronarán contra el pecado, lanzarán rayos contra el mundo, descargarán golpes contra el demonio y sus secuaces, y con la espada de dos filos de la palabra de Dios traspasarán a todos aquellos a quienes sean enviados de parte del Altísimo”. Contra el mundo, que en esos tiempos se alzarán contra Dios y su Iglesia, serán como rayos tronantes, que señalarán y odiarán al pecado, pero no al pecador y, armados con la Palabra de Dios, que es como espada de dos filos, traspasarán a los enemigos de Dios de lado a lado.
“Serán los Apóstoles auténticos de los Últimos Tiempos, a quienes el Señor de los ejércitos dará la palabra y la fuerza necesarias para realizar maravillas y ganar gloriosos despojos sobre sus enemigos”. Triunfarán sobre los enemigos de Dios, no por sus propias fuerzas, que no las tienen, sino porque Dios mismo les comunicará de su propia fuerza divina.
“Dormirán sin oro ni plata y lo que más cuenta sin preocupaciones en medio de los demás sacerdotes, eclesiásticos y clérigos . Tendrán sin embargo, las alas plateadas de la paloma, para volar con la pura intención de la gloria de Dios y de la salvación de los hombres adonde los llame el Espíritu Santo. Y solo dejarán en pos de sí, en los lugares en donde prediquen, el oro de la caridad, que es cumplimiento de toda ley”. No tendrán oro ni plata, pero poseerán las alas de plata que les dará el Espíritu Santo, que los hará volar allí donde se necesita que el honor de Dios sea defendido, y poseerán el oro de la caridad, el Amor de Dios, más valioso que todo el oro material del mundo.
“Por último, sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminarán sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica, y enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme el Santo Evangelio y no a los códigos mundanos, sin inquietarse por nada ni hacer acepción de personas; sin perdonar, ni escuchar, ni temer a ningún mortal por poderoso que sea”. Serán pobres, humildes, se despreciarán a sí mismos para esta vida, a fin de ganar sus almas para la vida eterna.
“Llevarán en la boca la espada de dos filos de la palabra de Dios; sobre sus hombros, el estandarte ensangrentado de la cruz; en la mano derecha el crucifijo; el rosario en la izquierda; los sagrados nombres de Jesús y de María en el corazón, y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo”. Imitarán a Jesucristo y María, y serán sus copias vivientes en este mundo de tinieblas, y estarán armados con la espada de la Palabra de Dios y con el Santo Rosario, y su identificativo será la Santa Cruz de Jesús, el estandarte ensangrentado de la Cruz del Cordero.
“Tales serán los grandes hombres que vendrán y a quienes María formará por orden del Altísimo para extender su imperio sobre el de los impíos, idólatras y mahometanos. Pero ¿cuándo y cómo sucederá esto? ¡Solo Dios sabe! A nosotros toca callar, orar, suspirar y esperar: Yo esperaba con ansia al Señor”. Los Apóstoles de los Últimos Tiempos, dice San Luis María, serán formados por la Virgen, por orden de Dios, para combatir a quienes, desde dentro y desde fuera, intentarán destruir la Santa Iglesia Católica. Los Apóstoles de los Últimos Tiempos serán los instrumentos con los cuales Nuestro Señor Jesucristo, junto a su Madre, hará cumplir su palabra: “Las puertas del Infierno no triunfarán sobre mi Iglesia”.
Quien desee formar parte del ejército mariano y militar bajo el estandarte celeste y blanco de la Virgen y bajo el estandarte ensangrentado de la Santa Cruz de Jesús, para combatir contra las huestes del Enemigo de las almas, que se consagre entonces al Inmaculado Corazón de María, según el método de San Luis María Grignon de Montfort.


jueves, 27 de abril de 2017

Los siete dolores y gozos de San José: Séptimo Dolor y Séptimo Gozo



Séptimo Dolor: lo experimenta San José cuando Jesús tenía la edad de doce años: la Sagrada Familia había subido a Jerusalén y, al regresar, tanto San José como María, pensaban cada uno que el Niño estaba con el otro, de manera que emprendieron la marcha hacia Nazareth. El Niño Jesús se encontraba, en realidad, en el Templo, pero sus padres advirtieron su ausencia recién luego de tres días de marcha. Una gran angustia invade a San José y también a maría Santísima, al comprobar que el Niño no está con ellos, por lo que regresan, a toda prisa, hacia Jerusalén. Allí lo encuentran en el Templo, respondiendo con su sabiduría divina todas las preguntas que los doctores de la ley le hacían. San José nos enseña que, cuando agobiados por las tribulaciones pensemos que nada se puede hacer, no solo no perdamos la calma, sino que, así como él volvió, con calma, sobre el camino que ya había recorrido, así debemos volver a nuestras raíces espirituales, el bautismo, para recordar que somos hijos adoptivos de Dios y tomar así, de esta verdad, el consuelo que necesitamos para seguir por el camino de la cruz, en pos de Jesús.

Séptimo Gozo: lo experimenta San José cuando, junto con la Virgen, encuentran al Niño Jesús en el Templo, en medio de los doctores, respondiendo a sus preguntas y enseñándoles con su Sabiduría Divina. San José nos enseña, también junto con María, que la verdadera alegría está, no en las cosas materiales y terrenas, sino en el encuentro personal con Jesús, quien a su vez está, en Persona, en el Templo, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía. Así, San José nos da ejemplo –y con él, la Virgen- y nos enseña adónde debemos buscar cuando, por nuestra propia decisión, perdemos a Jesús y no lo encontramos: debemos buscar en el Templo, en el sagrario, en donde está Jesús Eucaristía. Y allí Jesús nos responderá todos los interrogantes de nuestra vida, y nos explicará el sentido de esta vida terrena, que es salvar el alma de la eterna condenación y ganar el cielo.

         Oh glorioso San José, que sufriste al perder por tres días a tu Hijo, pero te alegraste con celestial gozo al encontrarlo en el Templo, ayúdanos a encontrarlo en la Eucaristía, en donde Jesús está Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad!
Padrenuestro, Ave María, Gloria.


Santo Toribio de Mogrovejo


         Vida de santidad.

Toribio nació en España en el año 1538 de una noble familia; estudió en Valladolid, Salamanca y Santiago de Compostela, en donde obtuvo la licencia en derecho[1]. Fue nombrado inquisidor en Granada y luego arzobispo de Lima, con jurisdicción sobre las diócesis de Cuzco, Cartagena, Popayán, Asunción, Caracas, Bogotá, Santiago, Concepción, Córdoba, Trujillo y Arequipa: de norte a sur eran más de 5.000 kilómetros, y el territorio tenía más de 6 millones de kilómetros cuadrados. Después de haber sido consagrado obispo en agosto de 1580, partió inmediatamente para América, a donde llegó en la primavera de 1581.
Ejerció su actividad episcopal sin cansancio durante 25 años, organizando, entre otras cosas, diez sínodos diocesanos y tres provinciales, además de fundar el primer seminario de América y casi duplicar el número de parroquias, que pasaron de 150 a más de 250. En 1594, durante su tercera “visita” diocesana, el santo le escribió al rey de España Felipe II, haciéndole un pequeño balance de su vida: 15.000 kilómetros recorridos y 60.000 confirmaciones administradas. Entre los confirmandos por Santo Toribio, había tres grandes santos: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de Porres. Fue llamado “apóstol del Perú y nuevo Ambrosio” y Benedicto XIV lo comparó con San Carlos Borromeo[2].
Al final de su vida, Toribio recibió el viático en una capillita india, el 23 de marzo de 1606, un Jueves santo, y en ese momento expiró.

Mensaje de santidad.

Santo Toribio solía decir con frecuencia: “¡El tiempo es nuestro único bien y tendremos que dar estricta cuenta de él!”, y verdaderamente vivió su episcopado según esta frase, pues recorrió tres veces su enorme diócesis, además de dedicarse a aprender el idioma nativo, con el único objetivo de transmitir a los indios el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo[3]. Considerando la gran extensión de su diócesis y el enorme trabajo apostólico que realizó, podemos preguntarnos de dónde obtuvo Santo Toribio no solo las fuerzas físicas, sino también la enorme eficacia apostólica, ya que en gran medida la entera evangelización, no sólo de su diócesis, sino incluso del Perú y de América Latina, se derivaron de su apostolado, pues como vimos en su biografía, entre sus confirmandos había tres jóvenes que luego se destacaron por su gran santidad: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de Porres. La respuesta a esta pregunta es una sola: Santo Toribio obtenía la fuerza y la eficacia sobrenatural de un solo lugar: la Santa Misa. Según testigos presenciales, el santo celebraba la misa con gran fervor, piedad y devoción y en distintas oportunidades pudieron ver cómo, mientras celebraba la Misa, su rostro resplandecía. Es de su unión con la Víctima Inmolada, Jesús, el Cordero de Dios, Presente en Persona en la Eucaristía, de donde Santo Toribio obtenía la fuerza sobrenatural necesaria para evangelizar extensas regiones, llevando la Buena Noticia de Jesucristo a hombres de toda raza, nativos y mestizos, a los que el santo llegaba con el mensaje de salvación, aun cuando estos habitaban en lugares completamente inhóspitos y jamás transitados por el hombre blanco. Incluso cuando realizaba estos extenuantes viajes, celebraba cotidianamente la Santa Misa, con el mismo fervor, devoción y piedad con que lo hacía en su palacio episcopal o en alguna de sus parroquias. Además de la Santa Misa, Santo Toribio profesaba gran devoción a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, por lo que pasaba gran parte del tiempo rezando de rodillas, devota y píamente ante el Santo Crucifijo. Gracias a la Santa Misa y a la Pasión del Señor, Santo Toribio hizo realidad una de sus frases más conocidas: “¡El tiempo es nuestro único bien y tendremos que dar estricta cuenta de él!”, ya que aprovechó de modo excelente el tiempo que el Señor le concedió vivir en la tierra, llevando el Evangelio de la salvación y logrando la conversión de miles de almas a la verdadera fe de Nuestro Señor Jesucristo.


martes, 25 de abril de 2017

San Marcos, Evangelista


         Vida de santidad[1].

         Según tradición eclesiástica, Marcos es el autor de un evangelio y el intérprete que traducía a Pedro en sus predicaciones frente a auditorios de habla griega. Primo de Bernabé, la tradición afirma que Marcos nunca habría oído personalmente la predicación del Señor, y que tal vez haya conocido al grupo de seguidores sin llegar a ser propiamente discípulo. Marcos acompañó a Pablo y Bernabé desde Jerusalén hacia Antioquía y luego a Chipre y Perges, de donde regresó por causas desconocidas. Luego, Marcos siguió a Bernabé una vez más hasta Chipre y aunque luego reaparece junto a Pablo en Roma, se cree que fue más bien discípulo de Pedro, quien confirma esta suposición al llamarlo “hijo” suyo en su primera carta. Por otra parte, en su evangelio sigue muy de cerca el esquema de los discursos de Pedro del libro de los Hechos de los Apóstoles. Poco y nada se sabe de su existencia posterior. Según el historiador Eusebio de Cesarea (a comienzos del siglo IV), sería el fundador de la Iglesia de Alejandría. Se desconocen también sus últimos años y el lugar de su muerte. Se lo representa como un león alado en relación a uno de los cuatro seres vivientes del Apocalipsis. Hay quienes consideran que esto se debe a que el Evangelio de San Marcos inicia con Juan Bautista clamando en el desierto, a modo de un león que ruge[2].

         Mensaje de santidad.

Su Evangelio se caracteriza por presentar a Jesucristo como el Mesías anunciado por los profetas y en esta presentación, resalta la condición divina de Jesús de Nazareth, condición aceptada y reconocida por los discípulos por boca de Pedro[3]. En el Evangelio de Marcos, si los discípulos reconocen a Jesús en su condición divina, no sucede así con las masas, quienes en un primer momento lo reciben con agrado pero luego, al comprobar que no  es el mesías terreno de sus expectativas, se decepcionan y lo abandonan. Luego de narrar el reconocimiento de la divinidad de Jesús por parte de los discípulos, el Evangelio de Marco se orienta hacia el misterio pascual de Jesús, su muerte y resurrección, concentrándose el relato en Jerusalén, la ciudad santa, en donde esta oposición del populacho será alimentada por la perfidia e iniquidad de los sacerdotes del templo, quienes lo harán arrestar, lo juzgarán en juicio inicuo condenándolo a muerte y lo crucificarán. El Evangelio de Marcos finaliza con la resurrección de Jesús, cumplimiento de su misma profecía, en la que había anunciado que habría de resucitar al tercer día. En la narración de Marcos se destaca y contrapone, así, la figura del Mesías-Dios-Siervo: mientras es humillado, crucificado y muerto por la malicia e ignorancia de los hombres, de los mismos hombres a los cuales Él había venido a redimir y por quienes entregaba su vida, por otro lado, es exaltado y ensalzado por Dios, al resucitarlo triunfante del sepulcro el Domingo de Resurrección. De San Marcos nos queda, entonces, esta imagen del Mesías: es Dios, es humilde, se humilló por nosotros hasta la muerte de cruz y resucitó al tercer día. Lo que la Iglesia nos enseña, interpretando el Evangelio, es que ese mismo Mesías descripto por San Marcos, es el que se encuentra, vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía.






[1] https://www.ewtn.com/spanish/saints/Marcos_evangelista.htm
[2] https://www.aciprensa.com/noticias/hoy-es-la-fiesta-de-san-marcos-evangelista-el-leon-alado-77308/
[3] Cfr. ibidem.

San Jorge


Vida de santidad.

Nacido en Lydda, Palestina, la tierra de Jesús, era hijo de un agricultor –aunque algunos afirman que su padre, que se llamaba Geroncio, era oficial del ejército romano—muy estimado[1]; su madre, de nombre Policromía, lo educó en la fe cristiana[2]. Poco después de cumplir la mayoría de edad se enroló en el ejército y debido a su carisma, Jorge no tardó en ascender y, antes de cumplir los 30 años fue nombrado capitán, siendo entonces destinado a Nicomedia como guardia personal del emperador Diocleciano (284-305) [3]. Falleció a principios del IV, probablemente en la ciudad de Lydda, la actual Lod de Israel. Está atestiguado que murió mártir: San Jorge fue decapitado por profesar el cristianismo hacia el año 303. El martirio fue ordenado por el propio Diocleciano, después de que San Jorge le recriminara la cruenta persecución de los cristianos que el emperador había iniciado ese mismo año[4].

Mensaje de santidad.

La iconografía de San Jorge lo representa, casi exclusivamente, en su lucha contra un dragón, y esto en detrimento de su condición de mártir, puesto que las representaciones en cuanto tal son muy escasas. ¿Qué significado tiene la imagen de San Jorge con el dragón? ¿Se trata de un hecho real, o de una alegoría que remite a una realidad sobrenatural? La respuesta más probable es la segunda, es decir, que sea una alegoría, lo cual no significa que sea un relato imaginario, sino una representación sensible de una realidad invisible, sobrenatural.
Si se tratara de un suceso real, lo cual es poco probable, podría decirse que el dragón sería, en realidad, un caimán de grandes proporciones, pero siempre un caimán, es decir, una creatura animal; otros afirman que se trataría de un tiburón, también de gran tamaño. En todo caso, este animal gigantesco tenía aterrorizada a una población de Libia, exigiendo dos corderos diarios para alimentarse, lo cual debía ser satisfecho por la población, puesto que el animal emanaba un hedor insoportable, al tiempo que, por la escasa higiene de su cuerpo, contaminaba el terreno a su paso. Luego de que los habitantes del poblado se quedaran sin animales para calmar a la bestia, decidieron que se entregaría una persona viva, la cual sería elegida por sorteo, tocándole en suerte a la hija del rey[5]. Es aquí en donde interviene San Jorge quien, arremetiendo a la carrera con su lanza, atravesó al animal de lado a lado, dándole muerte. Al enterarse del hecho, los vecinos, llenos de admiración, agradecieron a San Jorge quien, aprovechando la ocasión –como dice la Escritura: “Predica a tiempo y a destiempo”-, les predicó acerca de Jesucristo, haciendo que muchos de ellos se hicieran cristianos.
La otra posibilidad es que la iconografía se refiera a un hecho real pero sobrenatural, representado por símbolos e imágenes, es decir, que se trate de una alegoría. En este caso, los distintos elementos de la imagen, darían lugar a distintas realidades sobrenaturales y preternaturales (relativas al mundo de los ángeles). Así, el caballo blanco sería representación de la Iglesia que, en cuanto Esposa de Cristo, es inmaculada y pura, por la gracia del Espíritu Santo que inhabita en sus miembros y que brota de su Cabeza, Jesucristo; el dragón, sería el Demonio, el Ángel caído, que es nombrado como “dragón” en las Escrituras; también representaría aquello detrás de lo cual se oculta el Demonio, esto es, el paganismo y la idolatría[6] –en nuestros días, el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, y tantos otros ídolos demoníacos-, lo cual implica la brujería, la magia, la superstición –cinta roja, cruzar los dedos, etc.-, los adivinos, el ocultismo, y muchos otros trucos del Demonio; la hija del rey a punto de ser sacrificada al Dragón, puede significar, con su inocencia, juventud y hermosura, el alma en gracia, que es hija adoptiva de Dios y que por la gracia participa de la eterna juventud de Dios, de su inocencia y de su hermosura; el sacrificio de la hija del rey, significa la entrega de la juventud, por parte de la sociedad sin Dios, al Demonio, mediante la ofrenda de los jóvenes a los ídolos demoníacos de la sociedad materialista y atea: la droga, el dinero, la sensualidad, la fama, el poder; San Jorge, que atraviesa con su lanza la garganta del Dragón dándole muerte, representa al mismo santo que, con su prédica y participando de la fuerza celestial de Jesucristo, da muerte al Dragón y salva a la princesa, es decir, impide que el Demonio se apodere de las almas de los jóvenes, cuyas almas, por el bautismo, pertenecen a Jesucristo, y si no son bautizadas, pertenecen a Dios, por ser creaturas suyas creadas a su imagen y semejanza; también representaría la victoria del cristianismo sobre el paganismo, es decir, sobre la brujería, la wicca, la hechicería, el satanismo, propios de la Nueva Era; por último, la lanza de San Jorge, representaría las armas espirituales con las que el santo arrebata las almas al Demonio: el Santo Rosario, la Misa, la gracia santificante de los sacramentos.
En cuanto a su muerte, sucedió de la siguiente manera: en el año 303, el emperador Diocleciano emitió un edicto mediante el cual todos tenían que adorar ídolos o dioses falsos; además, se prohibía adorar a Jesucristo y se autorizaba la persecución de los cristianos por todo el imperio, persecución que continuó luego con Galerio (305-311). Jorge, que recibió órdenes de participar, confesó que él también era cristiano, que nunca dejaría de adorar a Cristo y que jamás adoraría a los ídolos paganos del imperio. Una vez conocida la decisión de San Jorge, Diocleciano ordenó que lo torturaran a fin de lograr su apostasía, pero debido a que no pudieron hacerlo renegar de la fe en Jesús, el emperador lo mandó matar por decapitación. Al enterarse de su condena a muerte, San Jorge se alegró enormemente, pues aquello que había deseado desde el momento de su conversión, el encuentro cara a cara con Jesucristo en el Reino de los cielos, estaba al fin por cumplirse éxito. De paso para el sitio del martirio lo llevaron al templo de los ídolos para ver si los adoraba, pero en su presencia varias de esas estatuas cayeron derribadas por el suelo y se despedazaron. Por ello se ordenó su ejecución y fue decapitado frente a las murallas de Nicomedia el 23 de abril de 303.
Mientras lo azotaban, meditaba en los azotes recibidos por Jesús en su lugar y, en acción de gracias, no se quejaba ni siquiera mínimamente. Al verlo sufrir por Cristo, muchos exclamaban: “ss valiente. En verdad que vale la pena ser seguidor de Cristo”. En el camino a la ejecución, recitaba las palabras de Jesús antes de morir: “Señor, en tus manos encomiendo mi alma”, lo cual nos da una idea del alto grado de mística participación de San Jorge en la Pasión del Señor.
La vida de santidad y su muerte martirial, constituyen un modelo invalorable para nuestros días, en los que el Demonio, escondido en las sectas multicolores de la Nueva Era, tiende trampas de todo tipo a la juventud. Al recordarlo en su día, debemos implorar su intercesión ante el Rey de los mártires, Jesucristo, para que envíe a su Iglesia grandes santos que, como San Jorge, enfrenten al Ángel caído con las armas espirituales de la Iglesia y así pongan a salvo a los hijos adoptivos de Dios, los bautizados en la Iglesia Católica.



[1] https://www.aciprensa.com/recursos/san-jorge-4548/
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Jorge_de_Capadocia
[3] http://www.santopedia.com/santos/san-jorge
[4] http://www.biografiasyvidas.com/biografia/j/jorge_san.htm
[5] https://www.aciprensa.com/recursos/san-jorge-4548/
[6] https://es.wikipedia.org/wiki/Jorge_de_Capadocia

miércoles, 19 de abril de 2017

San Expedito elige a Jesús crucificado y Jesús lo lleva al cielo


         En la vida de San Expedito hay un hecho central, que es lo que cambiará su vida para siempre, y es el momento en que debe elegir, entre aceptar la gracia de seguir a Jesucristo hasta el fin, o rechazarlo y elegir en cambio al Demonio. Como todos sabemos, San Expedito era un soldado pagano, lo cual quiere decir que no conocía a Jesús, el Dios verdadero, y en cambio, adoraba ídolos. Los ídolos no son inocentes, sino demonios, ángeles caídos, espíritus malignos que, escondiéndose detrás de una figura, buscan perder al alma para siempre. Que los ídolos sean demonios, lo dice la Escritura: “Los ídolos de los gentiles son demonios” (1 Cor 10, 20). Antes de conocer a Jesucristo, San Expedito –al menos inconscientemente, pero lo estaba- estaba bajo el poder y la influencia del demonio, lo cual es igual a decir “tinieblas espirituales”, que son el pecado, el error, la ignorancia. Para darnos una idea, San Expedito vivía en una noche permanente, muy oscura, sin luz de luna ni luz artificial. Pero un día recibe una gracia, que es una luz que, viniendo de lo alto, le ilumina su inteligencia y también su corazón, y le da a conocer a Jesús, como así también la posibilidad de amarlo. Esta gracia enviada por Dios era la gracia de la conversión, pero como somos seres libres y no cosas, Dios necesita de nuestra libre elección, y es así como San Expedito debía elegir: o Jesucristo crucificado, muerto y resucitado, con la consiguiente vida nueva de la gracia, o seguir con los ídolos de los demonios, viviendo esclavizado bajo el pecado. Como Jesús es llamado “Sol de justicia” y el Demonio es el “Príncipe de las tinieblas”, es como si nosotros dijéramos que San Expedito debía elegir para él, o vivir en un espléndido día de sol, o vivir en una noche oscura, muy oscura, en un bosque, solo y rodeado de lobos. Sabemos que San Expedito, sin dudarlo un instante, eligió a Jesús crucificado, y esa es la razón por la cual se lo llama “el Patrono de las causas urgentes”, porque la primera causa urgente que le tenemos que pedir, es la de la propia conversión. Es decir, San Expedito eligió vivir libre, bajo el Sol de justicia, Jesucristo, y no en las tinieblas, esclavo del pecado y del Demonio.
         Ahora bien, también a nosotros se nos presenta esta misma disyuntiva, o Jesús crucificado o el Demonio, o la vida de la gracia, o la vida del pecado, y es en esto en lo que San Expedito es nuestro modelo: en que él responde, velozmente, eligiendo la vida de la gracia, la vida de la luz, la vida de los hijos de Dios, y no la vida de los hijos de las tinieblas. También a nosotros, como a San Expedito, se nos presenta esta libertad de elegir, y nosotros, como San Expedito, elegimos a Jesucristo, pero esta elección debe ser ratificada todos los días, todo el día: debemos elegir, o la gracia o el pecado, o Jesús o los ídolos. Todos los días debemos elegir a Jesús, meditando las palabras de la Escritura: “Considerad vosotros que estáis muertos al pecado, pero que vivís para Dios en unión con Cristo Jesús” (Rm 6, 8-11).

         En nuestros tiempos, los ídolos asumen muchas formas: el dinero, el poder, la fama, el deporte sin Dios, la sensualidad –Carnaval, murgas, bailes inmorales, música indecente, como la cumbia, el rock satánico, el reggaeton-, el materialismo, la satisfacción ilícita de las pasiones –alcohol, substancias tóxicas-, la avaricia, la pereza –espiritual, que nos impide cumplir nuestros deberes de amor para con Dios y corporal, que nos impide cumplir con nuestro deber de estado-, la gula, la soberbia, etc. Es por esto que, todos los días, a imitación de San Expedito, que eligió a Jesús crucificado, debemos elevar la Santa Cruz de Jesús y decir: “Hoy, aquí y ahora, te elijo a Ti, Jesús, Cordero de Dios, como mi Dios, mi Rey, mi Dueño y mi Señor”. Y así Jesús, al igual que a San Expedito, nos llevará junto con Él, al Reino de los cielos.


         

viernes, 7 de abril de 2017

El amor al Sagrado Corazón y a Jesús Eucaristía es un único y solo amor


         El amor al Sagrado Corazón y a Jesús Eucaristía es un único y solo amor
         Puede suceder que muchos católicos, con buena intención y de buena fe, piadosos y devotos, consideren que una cosa es la devoción y el amor al Sagrado Corazón de Jesús, y otra distinta, la devoción y el amor a Jesús Eucaristía. Son en realidad dos devociones distintas, sí, pero para nosotros, por nuestro modo limitado de conocer y porque necesitamos “dividir” la realidad para poder entender el conjunto o totalidad, aunque la realidad que en sí misma, en cuanto totalidad, es una sola cosa.
         Esto que decimos lo podemos constatar en la vida de Santa Margarita María de Alacquoque, en su período de vida previo a las Apariciones del Sagrado Corazón. En el itinerario de su crecimiento en el amor a Dios, podemos decir que en Santa Margarita se identifican tres etapas sucesivas, que comprenden: el amor a Dios, el amor al Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, y el amor al Sagrado Corazón, que es el mismo Jesús Eucaristía. Es decir, Santa Margarita despierta en el amor a Dios desde muy pequeña; luego ese amor se hace más explícito en Jesús Eucaristía; por último, ese Dios, que es Jesús Eucaristía, se le manifiesta sensiblemente como el Sagrado Corazón, con el objetivo no tanto de que se inicie una nueva devoción en la Iglesia, sino de que todo el mundo pueda gozar de las delicias del Corazón de Dios.
         En su autobiografía, Santa Margarita afirma que desde pequeña recibió la gracia de amar a Dios y además le concedió la gracia de la aversión al pecado, de manera que aun la más pequeña falta le resultaba insoportable[1]. Es decir, desde niña ya comenzaba a desarrollarse en su corazón la gracia del amor a Dios, aunque era a un Dios invisible. Poco tiempo más adelante, este amor a Dios se afianza todavía más, al consagrar su virginidad durante la Misa, en la elevación de la Eucaristía (una parte muy importante de este crecimiento en el amor de Dios, fue el rezo del Santo Rosario, pues la Virgen, por el Rosario, nos hace crecer en el amor a Jesús). A los nueve años, cuando recibe la Primera Comunión, rechaza cada vez más los placeres mundanos, a la par que el amor a Dios se hace concreto en el amor a la Eucaristía. Dice así: “Desde ese día (el día de la Primera Comunión) el buen Dios me concedió tanta amargura en los placeres mundanos, que aunque como jovencita inexperta que era a veces los buscaba, me resultaban muy amargos y desagradables. En cambio encontraba un gusto especial en la oración”, realizada sobre todo ante el sagrario. A medida que crecía, experimentaba místicamente la Presencia de ese Dios de su niñez, que ahora estaba en el sagrario, oculto bajo los velos sacramentales. Amaba hacer oración delante del Sagrario, donde sabía que se encontraba Jesús Sacramentado en la Sagrada Hostia. El intenso amor que experimentaba por Jesús Eucaristía la llevaba a querer ocupar los primeros asientos, para así estar lo más cercana posible al altar, en la Santa Misa.
Más adelante, sucedió que un día, después de comulgar, sintió que Jesús le decía: “Soy lo mejor que en esta vida puedes elegir. Si te decides a dedicarte a mi servicio tendrás paz y alegría. Si te quedas en el mundo tendrás tristeza y amargura”. Es decir, llega un momento en que Santa Margarita ya no tenía dudas de que el Dios que había conocido desde pequeña, era el mismo Dios que, desde la Eucaristía, la llamaba a desposarse con Él por medio de la vida consagrada. Luego vendrán las apariciones, en donde ese Dios de su niñez, que era el Dios de la Eucaristía, se le manifestará visiblemente como el Sagrado Corazón. El itinerario espiritual de Santa Margarita, desde la niñez hasta las apariciones, será: Dios, Dios de la Eucaristía, Sagrado Corazón.
         Ahora bien, este itinerario espiritual de Santa Margarita también lo es para nosotros, que también tenemos que crecer desde un amor inicial a Dios, a quien no vemos, para pasar luego por el amor a ese Dios que está en la Eucaristía, hasta concretar en nosotros la imagen sensible del Corazón de Dios, que late en la Eucaristía y que, si lo pudiéramos ver, lo veríamos como al Sagrado Corazón. Entonces, la vida de Santa Margarita de Alacquoque es ejemplar para nosotros, católicos del siglo XXI, en este hecho: en que el amor a Dios crece, desde la concepción de un Dios invisible, a un Dios que está en la Eucaristía y que tiene un Corazón, que es el Sagrado Corazón de Jesús. Y puesto que el Sagrado Corazón de Jesús late en la Eucaristía por amor a nosotros -y en cada latido pronuncia nuestro nombre -personal, particular, individual-, la única manera de corresponder al amor de Dios, es uniendo nuestros corazones al Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, por medio de la comunión eucarística.