San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 19 de marzo de 2014

Del amor de San José a Jesús y María



         Al ser elegido por Dios como Padre adoptivo de Jesús y como Esposo legal de María Virgen, San José fue, podemos afirmarlo con toda seguridad, el hombre más dichoso de toda la tierra, no solo porque recibió el dote de gracias necesarias para llevar adelante esta doble tarea encomendada por la Trinidad, sino porque además compartió los días de su vida terrena con el Hombre-Dios Jesucristo y con la Madre de Dios, María Santísima, los seres sin los cuales nada de lo que existe tiene sentido ni belleza ni vida ni excelencia.
         Como parte esencial de la tarea encomendada por la Trinidad, San José tuvo a su cargo la Sagrada Familia, y es así que, como Padre de familia, cuida de Jesús y de María en Belén, buscando provisiones y procurando hacer una fogata para resguardarlos del frío de la Noche de Navidad; cuida de ellos en la Huida a Egipto, arriesgándose para que nada les pase en el peligroso viaje; cuida de ellos en la infancia de Jesús, enseñando al Niño Dios lo que todo buen padre enseña a su pequeño hijo, aun cuando este hijo adoptivo sea su mismo Creador; cuida de Jesús y de María a lo largo de la vida oculta de Jesús, procurando el sustento diario por medio del duro trabajo de carpintero. San José es inmensamente feliz en su vida cotidiana, porque trata todos los días con los más hermosos seres que jamás hayan conocido los cielos y la tierra, Jesús y María.
Y luego, cuando sus fuerzas lo abandonan y los días en la tierra, fijados por la Trinidad, llegan a su término, no por esto finaliza la dicha de San José; por el contrario, lo que hace es continuar y continuar para siempre, porque si San José cuidó de ellos durante toda su vida, ahora Jesús y María cuidan de San José en el momento de su partida a la Casa del Padre, porque San José muere en brazos de Jesús y de María. El amor con amor se paga, y el amor dado por San José a Jesús y a María es devuelto no cientos de miles de veces, sino infinitos de infinitos de infinitos de veces, porque es un Amor que es Eterno, porque el Amor de Jesús y de María es el Amor del Espíritu Santo, el Amor mismo de Dios; el Amor con el que aman Jesús y María a San José, es el Amor del Espíritu de Dios; el Amor que late en el Sagrado Corazón de Jesús y en el Inmaculado Corazón de María, es el Divino Amor, y es con este Amor con el que aman a San José. Que San José nos enseñe, entonces, a amar siempre y en todo momento, a Jesús y a María, y solo a Jesús y a María, y a nada más y nadie más que a Jesús y a María, porque Jesús y María nos aman como a San José, con el Amor que late en los Sagrados Corazones, el Divino Amor, el Espíritu Santo.

jueves, 6 de marzo de 2014

La Sangre, el Agua y el Espíritu que brotan del Sagrado Corazón


         En el Evangelio se describe que cuando el soldado romano traspasó el costado de Jesús de Nazareth, estando éste ya muerto y suspendido en la cruz, de inmediato brotó Sangre y Agua, que al derramarse sobre el soldado, lo hicieron exclamar: “¡Verdaderamente, este era el Hijo de Dios!” (Mc 15, 39). ¿Cómo puede ser que el exudado sanguíneo y la sangre fresca de un hombre que acaba de morir en la cruz, que caen sobre el rostro de un soldado romano pagano, despierten en el soldado un sentimiento religioso que se encuentra en las antípodas de su paganismo, esto es, el cristianismo, puesto que reconoce en ese hombre muerto crucificado al Hijo de Dios, Jesucristo?
         Lo que explica lo sucedido es que el exudado y la sangre fresca que brotan del corazón traspasado por la lanza son el Agua y la Sangre que brotan del Sagrado Corazón del Hombre-Dios Jesucristo y por lo tanto, contienen y transportan, en sí mismos, al Espíritu Santo, porque Jesús, en cuanto Hombre y en cuanto Dios, espira, junto al Padre, al Espíritu Santo, y así como en la eternidad, Él espira, junto al Padre, al Espíritu Santo, así también la efusión de Sangre de su Sagrado Corazón, en el tiempo, es la prolongación, continuación y actualización ad extra de esa espiración ad intra del Espíritu en la Trinidad. En otras palabras, el Padre y el Hijo espiran mutuamente el Espíritu Santo y esa espiración se continúa y prolonga en la efusión de Sangre y Agua del Corazón traspasado de Jesús por la lanza en el Calvario, y es lo que explica que todo aquel sobre el cual caiga la Sangre y sea bañado por esta, su alma se vea purificada por la gracia santificante y su corazón sea colmado por el Amor de Dios, como le sucedió Longinos, el soldado romano que traspasó con su lanza al Sagrado Corazón.

         “¡Verdaderamente, este era el Hijo de Dios!”. En todo aquel que bebe del cáliz de la Santa Misa, se derrama sobre su alma la Sangre y el Agua del Sagrado Corazón de Jesús, que contiene el Espíritu Santo, el cual obra la obra de santificación que obró en San Longinos, llevándolo a reconocer en Jesús al Hijo de Dios: convirtió su cuerpo en templo de Dios, purificó su alma con la gracia santificante y colmó su corazón con el Amor del Espíritu Santo, haciéndolo exclamar, en un éxtasis de amor a Cristo crucificado: “¡Verdaderamente, éste es el Hijo de Dios!”.