San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 14 de mayo de 2011

La Virgen no estaba contenta en Fátima



Contrariamente a lo que podría esperarse en una aparición celestial a niños, la Virgen en Fátima no estaba contenta, sino muy triste. Es esto lo que afirma, en una entrevista inédita, Sor Lucía, la vidente que fue monja carmelita. Además, Sor Lucía da las razones del porqué de este semblante de la Virgen.

Comienza así el relato de la entrevista por parte del sacerdote: “La encontré (a Sor Lucía, vidente de Fátima) en su convento muy triste, pálida y demacrada; y me dijo: ‘Padre, la Santísima Virgen está triste, porque nadie hace caso a su mensaje, ni los buenos ni los malos. Los buenos porque prosiguen su camino de bondad pero sin hacer caso a este mensaje. Los malos porque no viendo el castigo de Dios actualmente sobre ellos, a causa de sus pecados, prosiguen también su camino de maldad. Pero créame, Padre, Dios va a castigar al mundo, y lo va a castigar de una manera tremenda…’”.

Según las palabras de Sor Lucía, nadie, ni los buenos ni los malos, hacen caso de los mensajes de Fátima: tanto unos como otros, piensan que son cuentos para niños. Piensan que porque la Virgen se apareció a niños, el mensaje, o está reservado para ellos, o tiene el valor que tiene una fábula para niños.

Sin embargo, no es un cuento para niños la siguiente aparición, relatada por Sor Lucía: “La Señora abrió las manos como en los meses pasados. El reflejo parecía penetrar en la tierra, y vimos como un mar de fuego: sumergidos en este fuego a los demonios y a las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban en el incendio, llevadas por las llamas que salían de las mismas juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados, seme­jante al caer de pavesas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor.

A la vista de esto di aquel “ay”, que dicen haberme oído. Los de­monios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como ne­gros carbones en brasa. Asustados y como para pedir socorro, levantamos la vista ha­cia Nuestra Señora que nos dijo entre bondad y tristeza: -Habéis visto el infierno, adonde van las almas de los po­bres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mun­do la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacéis lo que os digo se salvarán muchas almas y habrá paz. La guerra va a terminar. Pero si no dejan de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando viereis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones de la Iglesia y del Santo Padre. Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los prime­ros sábados (…)”.

No hacer caso –como hacen los buenos y los malos, según Sor Lucía- del mensaje de Fátima, produce nocivas consecuencias, una de ellas, el descuidar una fuente de conversión y santidad. como la visión del infierno.

Según Sor Lucía, la primera causa de santificación de Francisco y Jacinta fue ver la tristeza de la Virgen por el destino de los pecadores; la segunda causa, fue la visión del infierno: “Dígales también, Padre, que mis primos esta visión fue una de las causas de la santificación; lo primero Francisco y Jacinta se sacrificaron porque vieron siempre a la Santísima Virgen muy triste en todas sus apariciones. Nunca se sonrió con nosotros, y esa tristeza y angustia que notábamos en la Santísima Virgen, a causa de las ofensas a Dios y de los castigos que amenazaban a los pecadores, nos llegaban al alma. Lo segundo que santificó a los niños fue la visión del infierno”.

¿Por qué esta visión es causa de santificación? La razón por la que la meditación acerca de la realidad del infierno, destino de dolor por toda la eternidad al cual se encamina el impenitente, los santificó, es porque les concedió la contrición del corazón, que es el arrepentimiento perfecto. Se equivocan quienes piensan que Dios, siendo infinitamente misericordioso, no puede castigar con castigos tan dolorosos, y de un modo indefinido, para siempre. Quienes así piensan, no tienen en cuenta que, en Dios, misericordia y justicia están estrechamente relacionados, y que dejaría de ser quien es, Dios Perfectísimo, sino aplicara su justicia en la vida eterna.

La Virgen no estaba contenta en Fátima, ya que demostraba una gran tristeza, al comprobar cómo muchas almas se condenaban para siempre. También está triste la Iglesia, al comprobar cómo cientos de miles de sus hijos, niños, jóvenes, adultos y ancianos, se encaminan hacia la perdición eterna, seducidos por los ídolos de nuestra época: el materialismo, que niega el espíritu y lo sobrenatural; el hedonismo, que exalta la sensualidad corpórea, y el relativismo, que niega la Verdad Absoluta revelada en Cristo.

Pero hay otra advertencia que nos hace la Virgen María en Fátima, siempre según las palabras de Sor Lucía: estamos en el fin de los tiempos.

Continúa Sor Lucía, refiriéndose a las apariciones, advirtiéndonos que nos encontramos en peligro inminente de condenación, de continuar haciendo caso omiso de los mensajes dados por la Virgen en Fátima, mensajes que llaman a la oración, a la penitencia, al sacrificio: “Padre, no esperemos que venga de Roma una llamada a la penitencia, de parte del Santo Padre, para todo el mundo: ni esperemos tampoco que venga de parte de los señores Obispos para cada una de sus diócesis: ni siquiera tampoco de parte de las Congregaciones Religiosas. No: ya nuestro Señor usó muchas veces de estos medios y el mundo no le ha hecho caso. Por eso, ahora, ahora que cada uno de nosotros comience por sí mismo su reforma espiritual: que tiene que salvar no sólo su alma, sino salvar a todas las almas que Dios ha puesto en su camino. Por esto mismo Padre, no es mi misión indicarle al mundo los castigos materiales que ciertamente vendrán sobre al tierra si el mundo antes no hace oración y penitencia. No, mi misión es indicarle a todos lo inminente del peligro en que estamos de perder para siempre nuestra alma si seguimos aferrados al pecado. (…) Padre, la Santísima Virgen no me dijo que nos encontramos en los últimos tiempos del mundo, pero me lo dio a demostrar por tres motivos:

- el primero porque me dijo que el demonio está librando una batalla decisiva con la Virgen, y una batalla decisiva es una batalla final, en donde se va a saber de qué partido es la victoria, de qué partido es la derrota. Así que ahora o somos de Dios o somos del demonio.

- Lo segundo porque me dijo que dos eran los últimos remedios que Dios daba al mundo: el santo Rosario y la devoción al Inmaculado Corazón de María.

- Y tercero, porque siempre en los planos de la Divina Providencia, cuando Dios va a castigar al mundo, agota antes todos los demás medios, y cuando ha visto que el mundo no le ha hecho caso a ninguno de ellos, entonces, como si dijéramos a nuestro modo imperfecto de hablar, nos presenta con cierto temor el último medio de salvación, su Santísima Madre. Porque si despreciamos y rechazamos este último medio, ya no tendremos perdón del cielo, porque hemos cometido un pecado que, en el Evangelio suele llamarse pecado contra el Espíritu Santo: que consiste en rechazar abiertamente, con todo conocimiento y voluntad, la salvación que se presenta en las manos; y también porque nuestro Señor es muy buen hijo; y no permite que ofendamos y despreciemos a su Santísima Madre, teniendo como testimonio patente la historia de varios siglos de la Iglesia que con ejemplos terribles nos indica como Nuestro Señor siempre ha salido en defensa del honor de su Santísima Madre.”

viernes, 6 de mayo de 2011

El Sagrado Corazón y sus sufrimientos

En el signo de los tiempos,
el Sagrado Corazón
continúa sufriendo.


Cuando Jesús se le aparece a Santa Margarita María, le muestra su Corazón, que está rodeado de espinas, las cuales simbolizan el dolor que experimenta el Sagrado Corazón. Dice Jesús a Santa Margarita: “Todas las noches del jueves al viernes te haré participar de la mortal tristeza que quise padecer en el Huerto de los Olivos; tristeza que te reducirá a una especie de agonía más difícil de soportar que la muerte. Y para acompañarme en aquella humilde plegaria, que entonces presenté a mi Padre, te postrarás con la faz en tierra, deseosa de aplacar la cólera divina y en demanda de perdón por los pecadores”.

Las espinas simbolizan el dolor que la maldad del corazón humano le produce a Dios encarnado. Muchos, aún dentro de la Iglesia, afirman que Dios, por ser quien es, precisamente, Dios, es inmutable, y por lo tanto, no puede sufrir.

Sostienen además que Dios no siente ninguna ofensa, y que tampoco puede ser consolado en su sufrimiento, pues no sufre, y si no sufre, no hay nada para consolar.

Es verdad que Dios, en cuanto Dios, en cuanto Ser perfectísimo, es inmutable, y no puede sufrir; pero es verdad también que ese Dios, sin dejar de ser Dios, se encarnó, asumió una naturaleza humana, un alma y un cuerpo humanos, y los hizo suyos, y por un milagro de su omnipotencia divina, impidió que su gloria se comunicase, de modo inmediato y visible, a su cuerpo, para poder sufrir la Pasión. Si Dios no hubiera hecho este milagro, es decir, si se hubiera encarnado e inmediatamente hubiera dejado entrever su gloria a través de su humanidad, entonces, desde el instante mismo de la concepción, ya en el estadio de cigoto unicelular, en el vientre purísimo de María, debería haber resplandecido de gloria y de luz, tal como resplandeció en el Monte Tabor (cfr. Mt 17, 1-6), y tal como resplandeció en la Resurrección. Si hubiera sucedido esto, su cuerpo habría adquirido, inmediatamente, todas las propiedades de un cuerpo glorioso, entre las primeras, la impasibilidad, es decir, la imposibilidad de sufrir[1].

Pero Dios, precisamente para poder sufrir la Pasión es que, por un milagro de su omnipotencia, no permite que su gloria inunde su cuerpo, dejando a su cuerpo con la capacidad de sufrir. De esta manera, asume todo el dolor y todo el sufrimiento humano, y lo santifica, al contacto con su humanidad santísima y con su Persona divina.

De esta manera, el Sagrado Corazón de Jesús experimentó un verdadero sufrimiento, tan verdadero, como verdadero es el sufrimiento de cualquier ser humano. Sufrió desde el primer instante de su concepción, pues en cuanto Dios sabía, desde ese instante, que debía sufrir la Pasión. El Sagrado Corazón sufrió ya desde antes de empezar a latir, cuando recién se estaba gestando en el vientre de María, por todos los niños que son eliminados antes de nacer. El Sagrado Corazón sufrió de Niño cuando, estando dulcemente reposando en los brazos de su Madre, se le aparecieron los ángeles de Dios, con los instrumentos de la Pasión en sus manos, y se los mostraron al Niño, provocando que éste diera un gemido de temor y girara en busca de su Madre, la cual lo estrechó aún más fuertemente entre sus brazos. El Sagrado Corazón de Jesús sufrió cuando adolescente, al ver cuántos jóvenes se habrían de perder para siempre, atrapados en los falsos placeres del mundo. El Sagrado Corazón sufrió de adulto, ya en la cruz, cuando veía que, a pesar de su sacrificio, muchas almas lo rechazan, internándose voluntariamente en las tinieblas que no tienen fin.

Pero el Sagrado Corazón continúa sufriendo, en el signo de los tiempos, pues su Pasión está en Acto Presente, y lo estará hasta el fin de los tiempos. El Sagrado Corazón continúa sufriendo, con cada pensamiento malo, con cada deseo malo, con cada sentimiento malo consentido, con cada obra mala realizada. El Corazón de Jesús sufre con cada aborto, con cada violencia, con cada robo, con cada mentira, con cada despojo, con cada insulto, con cada sacrilegio, con cada comunión realizada en pecado mortal. El Sagrado Corazón sufre con cada alma que se condena.

Pero el Sagrado Corazón también es consolado en sus penas, cuando en la soledad de su Prisión de amor, el Sagrario, es visitado por las almas piadosas, que con sus sacrificios, mortificaciones, renuncias, y adoraciones, se ofrecen a Él y en Él como víctimas expiatorias por la maldad del hombre.

De nosotros depende, de nuestra libertad personal, ceñir cada vez más las espinas que rodean al Sagrado Corazón, o bien tratar de aliviar su dolor con oración, sacrificios, reparación, y misericordia para con el prójimo.

[1] Cfr. Scheeben, M. J., Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964.

lunes, 2 de mayo de 2011

San Luis María Grignon de Montfort y la consagración a la Virgen



A Jesucristo por María.
La consagración a la Virgen
es el camino más seguro
para reproducir en el alma
la imagen de Cristo crucificado.

Tal vez el aporte más importante de San Luis María Grignon de Montfort para la espiritualidad del cristiano, sea la de la consagración a la Virgen, para reproducir en el alma la imagen de Cristo crucificado. San Luis María sostiene que, para ser escuchados por Jesucristo, es necesaria la consagración a la Virgen, porque si acudimos directamente a Jesús, corremos el riesgo de no ser escuchado.
En otras palabras, no debemos ir por nosotros mismos directamente a Jesucristo, sino a Jesucristo por intermedio de María.
San Luis María sostiene que si el alma acude directamente a Jesucristo, corre el serio peligro de verse rechazada por Jesucristo, ya que es indigna de presentarse ante Él, pero que si lo hace por medio de María, las posibilidades de ser escuchados aumentan proporcionalmente a como aumentaban proporcionalmente las posibilidades de ser rechazado si acudía solo.

El santo se basa en la misma idea que tuvo Dios Padre al concebir la concepción de su Hijo en el seno virgen de María por el Espíritu Santo: si se presentaba ante los hombres en toda su majestad, su visión provocaría tanto temor, que los hombres nunca se atreverían de acercarse a Dios. Pero al encarnarse y al esconder su divinidad en la figura de un niño humano, los hombres no tendrían temor de acercarse a Dios; de la misma manera, los hombres no tendrían temor de acercarse a Dios a través de la figura de una Madre Virgen, como lo es la Virgen María. Así como nadie puede tener temor de acercarse a un Niño recién nacido, así tampoco nadie puede tener temor o desconfianza en acercarse a la Madre de ese Niño recién nacido. Por otra parte, todo lo que esa Madre le pida a su Hijo, le será aceptado por el Hijo, no tanto por el que pide, sino por el amor que el Hijo tiene a la Madre y por el amor que la Madre tiene al Hijo.
El amor que une a la Madre y al Hijo hace que la Madre presente al hijo las peticiones de quien se le acerca como si fueran suyas, y el amor que el Hijo tiene a la Madre, hace que el Hijo acepte esas peticiones como si fueran de su Madre y por eso se las concede.
Estos son los motivos por los cuales San Luis María recomienda acudir a Jesucristo por intermedio de María: porque María nos presenta ante su Hijo como si fuéramos niños pequeños y como si fuéramos niños suyos, y presenta nuestras peticiones como si fueran suyas y debido a esto, Jesús no puede rechazar lo que su Madre le pide. El Sagrado Corazón de Jesús nada le niega al Corazón Inmaculado de su Madre. En cambio, si fuéramos por nuestra propia cuenta, por nosotros mismos, nada obtendríamos del Sagrado Corazón.
Pero además, Jesús no se contenta con dar a su Madre solo lo que le pide por cuenta del que acude a Ella: Jesús le da lo que Ella le pide, pero le da algo mucho más grande: le da su propia Persona, de ahí que, quien acuda a María, reciba, más que lo que pide, al mismo Jesús en Persona, y eso es el regalo más grande que María nos puede hacer, por eso San Alfonso dice que si uno le da a María un huevo, ella devuelve un buey.
Sin embargo, hay otras razones por las cuales debemos acudir a María para ir a Jesús.
El acudir a María tiene connotaciones eclesiológicas, ya que María es una figura de la Iglesia y del Papado: María es una figura de la Iglesia Católica y de su Pastor, el Santo Padre, y así como quien acude a María recibe a Jesús en Persona, así quien acude a la Iglesia, recibe a Jesús en Persona, y por el contrario, así como si no se acude a María, no se recibe a Jesucristo, así quien queda fuera de la Iglesia, de sus sacramentos y de su Pastor, el Santo Padre, no llegará jamás a Jesucristo. Esto es lo que le sucede a aquellos que dicen confesarse consigo mismos, o que reciben el Espíritu o el perdón de los pecados, o la gracia, sin los sacramentos.
Quien acude a María recibe, más que lo que pide, al fruto de las entrañas virginales de María, el mismo Jesucristo; de la misma manera, quien acude a la Iglesia recibe, más que lo que pide, al fruto de las entrañas virginales de la Iglesia, la Eucaristía, el cuerpo resucitado de Jesús, el Pan del altar.