San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 26 de mayo de 2016

San Felipe Neri, el santo de la alegría cristiana

         


La alegría y el buen humor eran algo que caracterizaba a San Felipe Neri, además de, por supuesto, su vida de santidad. Incluso el apostolado, todo lo hacía con buen humor y alegría. Por ejemplo, se cuenta que a un joven lo encaminó en la vida, solo con sus famosos “después”: pretendiendo hacerle ver la vanidad de la vida y lo pasajero que es esta, entabla el siguiente diálogo con el joven: -Y ahora muchacho, ¿qué piensas hacer, muchacho? -Pues, estudiar fuerte y sacar mi carrera. -¿Y después?... -Después, buscarme un trabajo que me dé nombre y me dé dinero. -¿Y después? -Después, me buscaré mi novia, naturalmente, y que sea buena y bonita. -¿Y después? -Después, me casaré, y a ser feliz. -¿Y después? -Después..., eso que he dicho, a ser feliz toda mi vida con mi mujer. -¿Y después?... - Pues, como todos los hombres. Después, a morir, y ojalá sea de viejo, ¿no le parece?... -¿Y después? -Después, después... -Ya te lo digo yo. Después a presentarte en el tribunal de Dios, a darle cuenta de toda tu vida y a recibir de Él la sentencia que durará para siempre”[1]. De esta manera, sencilla y simple, además de simpática, orientó la vida de este joven, haciéndole ver el destino de trascendencia eterna que le esperaba.
Una vez ordenado sacerdote, San Felipe se dedica a hacer un enorme apostolado, por medio de las obras de misericordia, sea corporales que espirituales, dedicando especial atención a niños, jóvenes, enfermos y encarcelados. Pero no solo ellos recibían su atención espiritual: por su fama de santidad, acudían a solicitar sus sabios consejos cardenales, obispos, y grandes santos, como San Ignacio de Loyola, de quien era amigo. Pasaba largas horas en el confesionario, además de enseñar a rezar y a vivir cristianamente a los peregrinos. A los niños les decía: “A jugar y a divertirse todo lo que se puedan! Lo único que os pido es que no cometáis nunca un pecado mortal y que además se porten bien… ¡si pueden!”.
Por sus grandes dotes y capacidades de todo tipo, el Papa de su tiempo quiso hacerlo Cardenal, pero San Felipe rechazó el ofrecimiento, tomando su bonete y lanzándolo por el aire haciendo piruetas, al tiempo que exclamaba: “¡Cielo, cielo, que no cardenalatos quiero!”[2].
Incluso hasta el día mismo de su muerte, conservó San Felipe intacto su buen humor, con el que había vivido siempre. El 25 de Mayo de 1595, el día de su muerte, se levantó, celebró la Santa Misa como de costumbre, se confesó, rezó, dio un abrazo a sus discípulos del Oratorio un brazo y se acostó. En medio de la noche, se despertó y preguntó: “-¿Qué hora es? -Las tres. -¿Las tres? Tres y dos son cinco, tres y tres son seis, y a las seis la partida...”. A las seis, efectivamente, partió al Cielo[3]. Pero antes de partir, gastó una última broma santa: su médico lo vio tan extraordinariamente contento que le dijo: “Padre, jamás lo había encontrado tan alegre”, y él le respondió: “Me alegré cuando me dijeron: vayamos a la casa del Señor”. A la media noche le dio un ataque y levantando la mano para bendecir a sus sacerdotes que lo rodeaban, expiró dulcemente, a los 80 años[4].
Ante este ejemplo de santidad y alegría, nos preguntamos: ¿la alegría de San Felipe Neri era sólo consecuencia de un carácter naturalmente bonachón y dado a las bromas? ¿O había algo más? La respuesta es que su alegría no se originaba en él, sino que era la alegría que le transmitía Jesucristo, que en cuanto Dios, es la Alegría Increada en sí misma, como dice Santa Teresa de los Andes: “Dios es Alegría infinita”. Su alegría no provenía entonces de sí mismo, ni de las cosas del mundo, sino del Corazón mismo de Jesucristo, el Dios de la Alegría infinita, Causa de nuestra paz. Al recordarlo en su día, le pedimos a San Felipe que interceda ante Nuestro Señor, para que también nosotros seamos capaces, en medio de las tribulaciones de la vida, reflejar la Alegría de Cristo o, mejor, a Cristo, Alegría Increada.





[1] http://www.catequesisenfamilia.org/postcomunion/vida-de-los-santos/1136-felipe-neri-el-santo-del-buen-humor-recursos-audiovisuales.html
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Felipe_Neri_5_28.htm

jueves, 19 de mayo de 2016

San Expedito y la fuerza de la cruz



         San Expedito, que era pagano, recibió un día la gracia de la conversión, mediante la cual Jesús se manifestaba a su alma como su Dios y su Redentor. En el mismo momento en el que San Expedito recibía esta gracia, se le apareció el Demonio, en forma de cuervo, para tentarlo e impedir así su conversión. Es decir, en un mismo momento, el santo tenía ante sí dos opciones, frente a las cuales debía elegir: Jesús, Dios y Salvador, que le ofrecía una vida nueva, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, los hijos de la luz, y el Demonio, que le ofrecía continuar con su vida antigua, la vida de las tinieblas, la vida de la oscuridad, la vida del pecado. Puesto que somos personas y por lo tanto, seres libres y no autómatas sin capacidad de elección, se le presentaba a San Expedito la posibilidad de elegir, ya sea a Dios Encarnado, o al Demonio: o la vida de la gracia, o la vida del pecado. El santo, sin dudarlo ni un instante, eligió a Jesucristo, al tiempo que aplastaba al Demonio que, bajo la forma todavía de cuervo, se le había acercado demasiado cerca y se encontraba al alcance de sus pies. La elección de San Expedito requería de una  luz y de una fuerza sobre-humanas, sobre-naturales. ¿De dónde las obtuvo? Las obtuvo de la cruz de Jesús; de Jesús en la cruz. Ante la opción de elegir entre Jesucristo y el Demonio, San Expedito, aferrando la Santa Cruz del Salvador y elevándola a lo alto, recibió de Jesús la sabiduría divina, la fuerza y el amor sobrenaturales necesarios para convertir su corazón al Salvador, al tiempo que para rechazar al Tentador. Elevando la cruz a lo alto, dijo: “Hodie”, es decir “Hoy”. Al igual que San Expedito, también nosotros, abrazados a la Santa Cruz de Jesús, decimos: “¡Hoy! ¡Hoy elijo a Jesús como a mi Redentor! ¡Hoy dejo mi vida de paganismo, de superstición, de pasiones sin el control de la razón y la gracia! ¡Hoy dejo de consultar el horóscopo, los brujos, y de confiar en los fetiches! ¡Hoy elijo vivir la vida de la gracia, el perdón cristiano, el amor a los enemigos, la misericordia, la oración, el Santo Rosario, la Eucaristía cotidiana! ¡Hoy y no mañana!”.

viernes, 6 de mayo de 2016

El Sagrado Corazón de Jesús y la necesidad de nuestra adoración y reparación


         En las apariciones del Sagrado Corazón, Jesús le revela a Santa Margarita los secretos de su Corazón: el infinito y eterno Amor que en él inhabita y que concede a los hombres de modo gratuito e inagotable. Sin embargo, Jesús revela también cómo, de parte de los hombres, sólo encuentra desprecio, ingratitud e indiferencia, frente al Amor de un Dios que se dona sin medida en el don de su Sagrado Corazón. Dice así Santa Margarita en la Tercera Revelación: “Una vez, estando expuesto el Santísimo Sacramento, se presentó Jesucristo resplandeciente de gloria, con sus cinco llagas que se presentaban como otro tanto soles, saliendo llamaradas de todas partes de Su Sagrada Humanidad, pero sobre todo de su adorable pecho que, parecía un horno encendido. Habiéndose abierto, me descubrió su amabilísimo y amante Corazón, que era el vivo manantial de las llamas. Entonces fue cuando me descubrió las inexplicables maravillas de su puro amor con que había amado hasta el exceso a los hombres, recibiendo solamente de ellos ingratitudes y desconocimiento. “Eso”, le dice Jesús a Margarita, “fue lo que más me dolió de todo cuanto sufrí en mi Pasión, mientras que si me correspondiesen con algo de amor, tendría por poco todo lo que hice por ellos y, de poder ser, aún habría querido hacer más. Mas sólo frialdades y desaires tienen para todo mi afán en procurarles el bien. Al menos dame tú el gusto de suplir su ingratitud de todo cuanto te sea dado conforme a tus posibilidades”.
Esta indiferencia, ingratitud y desprecio de los hombres es tanto más incomprensible, cuanto que son los hombres los que tienen necesidad del Amor de Dios, y no Dios del amor de los hombres. Si Jesús dona su Amor misericordioso a través de su Sagrado Corazón, es para que los hombres se salven de la eterna condenación en el infierno, tal como lo dice Jesús en la Primera Revelación: “Es menester que las derrame valiéndose de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición”. En la Segunda Revelación, dice así Santa Margarita: “(…) El ardiente deseo que tenía de ser amado por los hombres y apartarlos del camino de la perdición, en el que los precipita Satanás en gran número, le había hecho formar el designio de manifestar su Corazón a los hombres”. Es decir, si Jesús se nos manifiesta como el Sagrado Corazón –y continúa su manifestación de manera oculta e invisibles, en la Eucaristía, como Sagrado Corazón Eucarístico-, es para apartarnos del peligro de la eterna condenación, hacia la cual quiere arrastrarnos Satanás, y no porque Él tenga necesidad de nuestro pobre y mísero amor; al menos por esto, deberíamos responder a su llamado de adoración y reparación. Si alguien nos avisara acerca de la inminencia de un terremoto devastador, el más grande que jamás haya tenido lugar, ¿seguiríamos con nuestras ocupaciones cotidianas, sin más preocupaciones? ¿No correríamos a ponernos al amparo más seguro que podamos encontrar, hasta que pase la calamidad? Y si esto, como es obvio, no hacemos con los peligros de la naturaleza, ¿por qué entonces no corremos a adorar al Sagrado Corazón de Jesús, que late en la Eucaristía, para así salvar nuestras almas?
La respuesta a estos interrogantes es que los hombres se comportan como si Dios fuera deudor de ellos y no ellos deudores de Dios; los hombres se comportan en relación a Dios de un modo distante, hostil, frío, indiferente, con una indiferencia que raya en el sacrilegio y en la blasfemia. Y, peor aún, los pocos cristianos que responden a su llamada, lo hacen de un modo tan débil y tenue, que provoca en Jesús más bien dolor que gozo, suscitando sus palabras en el Apocalipsis: “¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque no eres ni frío ni caliente, sino tibio, te vomitaré de mi boca” (3, 15-16). La actitud de los cristianos de hoy, con relación al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, es similar a la de los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan en el Huerto de los Olivos: llamados por Dios Encarnado para que sean testigos privilegiados del misterio de su dolorosa y pavorosa agonía, los Apóstoles, llevados por el desamor, la indiferencia, el desgano por las cosas de Dios, la apatía y la tibieza espiritual, en vez de rezar junto al Hombre-Dios, para confortarlo en su dura lucha contra las potencias del infierno desencadenadas contra Él, duermen profundamente, al punto de merecer el reproche de Jesús: “¿No habéis podido velar conmigo ni siquiera una hora?” (Mt 26, 40). Y mientras los Apóstoles duermen, dejando solo a Jesús, los enemigos de Jesús, por el contrario, se muestran bien despiertos y activos, maquinando frenéticamente, amparados por las tinieblas, la muerte de Nuestro Señor. También en nuestros días, mientras los agentes de las tinieblas se mueven de manera frenética para destruir a la Iglesia, los cristianos, adormecidos por su tibieza espiritual, no son capaces de hacer adoración eucarística o, si la hacen, la hacen como por la fuerza, de mala gana y como por obligación, pocas veces movidos por un auténtico y sobrenatural amor al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

“He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y sólo recibe de ellos desprecio, ingratitud e indiferencia”. Lo mismo que Jesús le dijo a Santa Margarita, nos lo dice a nosotros desde la Eucaristía, y si Santa Margarita, siendo “un abismo de indignidad e ignorancia” pudo reparar, nosotros, que superamos indeciblemente a Santa Margarita en ignorancia e indignidad, hacemos el propósito de aliviar el la soledad, la amargura y el dolor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, adorando en la Eucaristía a su Sagrado Corazón de carne, oculto a los ojos del cuerpo, visible a los ojos de la fe, y para llevar a cabo este propósito, le pedimos a María Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía, que nos dé de su Amor, el Amor que inhabita en su Inmaculado Corazón, para que amemos al Corazón de Jesús con el mismo Amor con el que Ella lo ama.

martes, 3 de mayo de 2016

Fiesta de San Felipe y Santiago, Apóstoles



         “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1, 45). El Evangelio de Juan nos cuenta que Felipe fue uno de los primeros a los que Jesús llamó a su lado, precisamente al día siguiente que a Andrés y a Pedro, y que era del mismo pueblo que ellos: “Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: Sígueme. Felipe era de Betsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro” (Jn 1, 43-44). Ahora bien, de este encuentro con Jesús, Felipe no queda indiferente; de este encuentro con Jesús, Felipe no vuelve a ser el mismo, nunca más; de este encuentro con Jesús, Felipe inicia un camino de conversión que lo conduce, de la tierra, al cielo, de la vida del pecado, a la vida de la gracia, de no conocer a Dios, a conocer y amar a Dios encarnado y a dar la vida por Él. Jesús llama a Felipe y Felipe convierte su corazón al Hombre-Dios y esa es la razón por la cual ya no es más el mismo: iluminado por el Espíritu Santo, ve en Jesús al Hombre-Dios, al Redentor, a Aquel que ha venido desde el cielo para buscarlo, para llevarlo a la Casa del Padre, luego de lavarle sus pecados con su Sangre derramada en la cruz y de concederle la vida eterna; ve en Jesús al Mesías anunciado por la Ley y los Profetas, ve al Siervo de Dios sufriente, anunciado por Isaías, el Siervo de Dios “molido por nuestros pecados”, ve en Jesús al “Varón de dolores” que carga sobre sí nuestras iniquidades. Felipe, iluminado por el Espíritu Santo, ve en Jesús a Dios hecho Hombre, al Salvador de los hombres y, movido por el Amor del Espíritu Santo, que arde en su corazón, va en busca de su prójimo, para compartir la alegría de haber encontrado al Mesías. Por esto, Felipe Apóstol es el paradigma del adorador eucarístico, porque de la misma manera, el adorador eucarístico es llamado por Jesús Eucaristía para estar a solas con Él, para recibir de Él su Espíritu de Amor, para recibir de Él la Buena Noticia de la vida eterna en el Reino de los cielos, y es por eso que el adorador eucarístico, al igual que Felipe, luego de ser llamado por Jesús Eucaristía, debe decir a sus hermanos: “He encontrado al Mesías: es Jesús Eucaristía”. El adorador eucarístico es quien encuentra a Jesús y, una vez que lo encuentra, no se queda de modo egoísta con eso que ha encontrado, sino que, como Felipe, corre al encuentro de sus hermanos, para darlo a conocer, para que todos sepan que en la Eucaristía está el Mesías, Jesús, el Cordero de Dios, el Redentor, el Hombre-Dios, que ha venido no para solucionarnos los problemas de esta vida, sino para lavar nuestros pecados con su Sangre derramada en la Cruz y para llevarnos a la Casa del Padre.

lunes, 2 de mayo de 2016

San Atanasio


Nació en Alejandría el año 295; en el Concilio de Nicea acompañó al obispo Alejandro, del que fue luego sucesor. Luchó incansablemente contra la herejía de los arrianos, lo cual le acarreó muchos sufrimientos y ser desterrado varias veces. Escribió importantes obras en defensa y explicación de la fe ortodoxa. Murió el año 373.
El arrianismo tomó su nombre de Arrio (256-336) sacerdote de Alejandría y después obispo libio, quien desde el 318 propagó la idea de que no hay tres personas en Dios sino una sola persona, el Padre. Según Arrio, Jesucristo no era Dios, sino que había sido creado por Dios de la nada como punto de apoyo para su Plan[1]. Para Arrio el Hijo es, por lo tanto, criatura y el ser del Hijo tiene un principio; ha habido, por lo tanto, un tiempo en que él no existía; con esta esta teoría, negaba la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad; así, a Jesús se le puede llamar Dios, pero solo como una extensión del lenguaje, por su relación íntima con Dios[2].
San Atanasio no deja dudas acerca de la divinidad de Jesús y de su pre-existencia en cuanto Verbo de Dios, pero al mismo tiempo, de su Encarnación en el seno de María Virgen por medio de la creación y asunción de una naturaleza humana, con la cual lleva a cabo su Pasión Redentora, por la oblación de su Cuerpo mortal: “El Verbo de Dios, incorpóreo e inmune de la corrupción y de la materia, vino al lugar donde habitamos, aunque nunca antes estuvo ausente, ya que nunca hubo parte alguna del mundo privada de su presencia, pues, por su unión con el Padre, lo llenaba todo en todas partes (…) En el seno de la Virgen, se construyó un templo, es decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento (…) lo entregó a la muerte por todos (…) con ello, al morir en su persona todos los hombres, quedó sin vigor la ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que agotó toda la eficacia de la muerte en el cuerpo del Señor, y así ya no le quedó fuerza alguna para ensañarse con los demás hombres, semejantes a él; con ello también, hizo de nuevo incorruptibles a los hombres, que habían caído en la corrupción, y los llamó de muerte a vida, consumiendo totalmente en ellos la muerte, con el cuerpo que había asumido y con el poder de su resurrección, del mismo modo que la paja es consumida por el fuego (…) Por esta razón asumió un cuerpo mortal: para que este cuerpo, unido al Verbo que está por encima de todo, satisficiera por todos la deuda contraída con la muerte; para que, por el hecho de habitar el Verbo en él, no sucumbiera a la corrupción; y, finalmente, para que, en adelante, por el poder de la resurrección, se vieran ya todos libres de la corrupción”[3].
San Atanasio dice que el Verbo asume un cuerpo mortal para que este cuerpo, unido al Verbo, al morir (en la cruz), diera satisfacción por la deuda de los pecados de toda la humanidad, lo cual fue posible debido a que el que habitaba en este cuerpo era el Verbo, que era Dios, y por eso fue que resucitó y venció a la muerte, librando a todos los hombres de la corrupción.
Es importante la noción de Jesús como Verbo Eterno, porque tiene una implicancia directa en la doctrina eucarística, puesto que, si Jesús no es Dios, la Eucaristía es solo un poco de pan bendecido, mientras que, si es Dios, la Eucaristía es Dios.
En nuestros días, el neo-arrianismo consiste, más que en negar la divinidad de Jesucristo, en negar la divinidad de Jesús Eucaristía. En la práctica, se niega la divinidad de Jesús Eucaristía cuando se le niegan la adoración y el amor debidos.



[1] http://www.corazones.org/diccionario/arrianismo.htm
[2] Cfr. ibidem.
[3] http://www.corazones.org/diccionario/arrianismo.htm