San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 31 de mayo de 2017

Las llamas de fuego que envuelven al Sagrado Corazón


         En las apariciones del Sagrado Corazón, Jesús le muestra a Santa Margarita su Corazón, el cual, además de estar rodeado de espinas, tener una cruz en la base y estar traspasado, está envuelto en llamas de fuego.
         ¿Qué significan estas llamas de fuego? Ante todo, es un fuego que arde pero no consume, lo cual hace recordar al episodio de la zarza ardiente (cfr. Éx 3, 2), en donde el fuego también arde, pero no reduce a la zarza a cenizas, sino que está en ella, sin dañarla. Podemos decir entonces que la zarza ardiente es como una prefiguración del Corazón de Jesús, envuelto en llamas. Pero todavía no hemos respondido la pregunta: ¿qué significan estas llamas de fuego? Significan al Espíritu Santo, pero el Espíritu Santo no está en el Corazón de Jesús como algo añadido, sino como algo que le pertenece intrínseca y esencialmente. Es decir, el Espíritu Santo, el Fuego del Divino Amor, no está en el corazón de Jesús como algo agregado, como lo puede estar en los corazones de los santos y de los ángeles: puesto que Jesús es Dios Hijo, Él espira el Espíritu Santo, con el Padre, desde la eternidad, de manera que al encarnarse, el Espíritu Santo es soplado por Él y por el Padre en su Cuerpo –constituido por una célula llamada “cigoto”, cuyos genes paternos han sido creados al momento de la Encarnación y no donados por hombre alguno-, lo cual constituye la unción que Jesús recibe en el momento de la Encarnación en su Cuerpo. Dicho de otro modo, en el momento mismo de encarnarse, el Cuerpo de Jesús es ungido por el Espíritu Santo, porque Él lo infunde con el Padre y por eso se constituye en el Mesías, el Ungido por el Espíritu de Dios. Y ese mismo Espíritu es el que, al formarse ya el Corazón de Jesús en el seno virgen de María, arde en el fuego del Amor de Dios, porque el Amor de Dios, el Espíritu Santo, está en Él, en su Cuerpo humano, desde la Encarnación, porque Él es el Dador del Espíritu junto al Padre desde la eternidad.
         Esto es entonces lo que significan las llamas del Sagrado Corazón: es el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo que el Padre dona al Hijo y el Hijo al Padre, desde toda la eternidad.

Ahora bien, en la Eucaristía está el mismo Corazón ardiente de Jesús, que arde como una brasa incandescente por la acción del Fuego del Amor de Dios, el Espíritu Santo. Así como el fuego penetra el carbón a tal punto de convertirlo en parte de sí mismo, puesto que el carbón y el fuego se convierten en una misma cosa, al ser el carbón, por la acción del fuego, una brasa incandescente, así también el Corazón Eucarístico de Jesús, envuelto en las llamas del Divino Amor, es una sola cosa con este Divino Amor, de manera que el Amor de Dios, el Espíritu Santo, es inseparable del Corazón de Jesús. Por esta razón, quien comulga la Eucaristía, comulga al Corazón de Jesús envuelto en el Fuego del Amor de Dios, el Espíritu Santo, y el deseo de Jesús es que estas llamas que envuelven su Sagrado Corazón, enciendan en el Amor de Dios a los corazones de los que comulgan, según sus palabras: “He venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo quisiera verlo ya ardiendo!” (Lc 12, 49).

martes, 30 de mayo de 2017

Santa Juana de Arco


         Vida de santidad.

         Santa Juana de Arco, virgen,  nació en 1412 en Donremy, Rouen, en la región de la Normandía francesa, en el seno de una familia de campesinos pobres, razón por la cual no recibió instrucción escolar. Sin embargo, esta carencia se vio compensada con creces al transmitirle su madre, una persona de mucha piedad, el conocimiento sobrenatural de la Fe, la confianza y el verdadero “temor de Dios, principio de la Sabiduría”, además de una tierna devoción filial  a la Virgen María. Se la conoció como “la doncella de Orleans”, que después de luchar firmemente por su patria, al final fue entregada al poder de los enemigos, quienes la condenaron en un juicio injusto a ser quemada en la hoguera[1].
         En esa época los ingleses habían invadido Francia, por lo que tanto su Patria natal como el rey, se encontraba en grave peligro. La santa tuvo entonces una revelación divina –San Miguel Arcángel se le apareció en numerosas ocasiones-, por la cual supo que su misión era precisamente, salvar a Francia y al rey de las pretensiones de Inglaterra. Sin embargo, debido a su corta edad, a su escasa instrucción escolar y a la desconfianza frente a lo preternatural, principalmente entre miembros de la Iglesia, Santa Juana de Arco no fue escuchada ni fueron tenidos en cuenta -ni sus familiares, amigos y mucho menos oficiales de la corte francesa- sus continuos pedidos de sostener un encuentro con el rey. Luego de insistir, Juana de Arco pudo finalmente entrevistarse con el rey, el cual quedó admirado por la sabiduría sobrehumana de la santa.
         Para este entonces, la situación de Francia no podía ser más crítica: los ingleses habían invadido y ocupado casi toda Francia, permaneciendo sólo una ciudad libre, Orleans. Santa Juana de Arco, guiada por San Miguel Arcángel, pidió y obtuvo del rey Carlos y de los jefes de lo que quedaba de las fuerzas francesas, el mando total sobre las tropas, concediéndole el grado de capitana. Siempre bajo la guía del Santo Arcángel Miguel, Jefe de la Milicia celestial, y para que fuera evidente que la empresa no se debía al carácter intrépido de una muchacha campesina, sino a una intervención divina que quería salvar a Francia de la invasión inglesa, Santa Juana mandó confeccionar una bandera blanca con los nombres de Jesús y de María, para luego dirigirse al frente de combate en Orleans, donde al mando de diez mil hombres logra un triunfo resonante.
Luego de este triunfo, se dirigió a otras ciudades, logrando también derrotar al enemigo inglés. Sin embargo, a causa de envidias y ambiciones entre los miembros de la corte del Rey Carlos VII, quienes se conjuraron para desacreditarla ante el rey, éste terminó retirando a Juana de sus tropas, cayendo herida y hecha prisionera por los borgoñones en la batalla de París.   La santa fue abandonada por los franceses; pero los ingleses estaban supremamente interesados en tenerla en la cárcel, pagando más de mil monedas de oro a los de Borgoña para que se la entregaran, siendo sentenciada a cadena perpetua.
En la prisión, la santa sufrió las más terribles humillaciones e insultos, pero se mantuvo siempre fiel a Nuestro Señor Jesucristo, uniéndose a su cruz en todo momento y confiándose además a la protección de la Madre del Cielo y de San Miguel Arcángel. Puesto que la santa tenía estas revelaciones sobrenaturales, los enemigos de Juana invirtieron la situación y, con toda clase de mentiras y falsedades, la acusaron de utilizar brujería y conjuros para obtener sus conocidas victorias en Francia. Juana de Arco siempre negó todas las acusaciones y pidió que el Pontífice fuese el que la juzgase, aunque no fue nunca escuchada. Los ingleses cambiaron la condena a cadena perpetua por la sentencia de muerte, siendo condenada a morir en la hoguera. Mientras moría en la hoguera, no dejó de rezar en ningún momento, siendo su único consuelo en el tormento, contemplar el crucifijo que un religioso le presentaba y encomendarse a Nuestro Señor. Murió el 29 de mayo del año 1431, a la edad de diecinueve años[2].
Fue declarada Santa, por el Papa Benedicto XV, en el siglo XX y no en 1454. En 1454, el proceso de nulidad, ordenado por el Papa Calixto III, encontró que Juana fue condenada a muerte injustamente y que sus revelaciones eran verdaderas, así como se recogió el milagro de que su corazón, después de que ella fue reducida a cenizas, quedó sin quemar y lleno de sangre. Esto último, lo testificó Gean Masieu, quien la acompañó los últimos metros hasta la hoguera[3].

         Mensaje de santidad.

         Si bien Santa Juana de Arco tuvo apariciones de santos y de San Miguel Arcángel, comprobadas como ciertas en el proceso de canonización, no fueron estas apariciones las que le concedieron la santidad, sino la heroicidad de sus virtudes cristianas y, principalmente, su configuración y participación a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. En efecto, fue Nuestro Señor quien la eligió para que llevara a cabo la empresa, imposible humanamente hablando, de liberar a su Patria del invasor inglés, pero la eligió ante todo para que se configurara a Él y participara de su Pasión en las circunstancias particulares de su vida y su Patria, y eso fue lo que la condujo al cielo. Cuando repasamos su vida, vemos cómo la santa estuvo, en todo momento, unida a Nuestro Señor: en tiempos calmos, siendo asistida por San Miguel Arcángel, quien la guió, por orden divina, a la reconquista de Francia; en tiempos ya más turbulentos, es decir, cuando fue calumniada, traicionada, hecha prisionera y condenada a muerte injustamente, también estuvo unida a Nuestro Señor, participando de las calumnias, la traición, la prisión y la injusta condena a muerte de Jesús. De hecho, al igual que con Nuestro Señor, fueron clérigos quienes la acusaron falsamente, dando como ciertos los testimonios falsos de testigos comprados de antemano y también, al igual que Nuestro Señor, que fue acusado sacrílegamente de estar poseído, también Santa Juana tuvo la gracia de participar de esta misma falsa acusación. Otro gran signo que muestra que Santa Juana estuvo asistida siempre por el Espíritu Santo es el hecho de que, en el momento de morir, lejos de renegar de Jesucristo, murió besando el crucifijo y pronunciando el dulce nombre de Jesús. Por último, su corazón intacto y lleno de sangre en medio de las llamas, es figura del Sagrado Corazón de Jesús, lleno de la Sangre del Cordero, que contiene el Espíritu Santo, el Fuego del Divino Amor.

martes, 23 de mayo de 2017

Santa Rita de Casia


Vida de santidad[1].

Santa Rita nació en 1381 en Casia, Umbría. Se casó con Pablo Fernando, de su aldea natal. Debido al carácter irascible de su esposo, su matrimonio constituyó, desde sus primeros inicios, un verdadero martirio, el cual es aceptado por la santa con heroicidad cristiana. Ante el constante maltrato de su esposo, Santa Rita pone en juego las armas espirituales que la Madre Iglesia le ha enseñado: callar, sufrir en silencio y ofreciendo su dolor, rezando por la conversión de su esposo, conversión que llega finalmente gracias a su bondad y paciencia y la acción de la gracia.
Su matrimonio, del cual nacieron dos gemelos, vivió una verdadera tragedia al ser asesinado su esposo, como consecuencia de los enemigos que se había acarreado por su mala vida pasada, antes de su conversión. Santa Rita perdona a los asesinos de su esposo y les pide a sus hijos que hagan lo mismo, imitando el perdón que Cristo nos dio a cada uno de nosotros, al ser nosotros, con nuestros pecados, los que le quitábamos la vida. Sin embargo, sus hijos no escuchan el pedido de su madre e insisten en la idea de vengarse. Al ver que estaban en peligro de eterna condenación, Santa Rita ora pidiendo a Dios que se lleve a sus hijos, antes de que estos cometan un pecado mortal, lo cual sucede efectivamente.
Al haber enviudado y al haber quedado sin hijos, Santa Rita vislumbra la posibilidad de concretar su deseo de consagrarse, por la vida religiosa, al Señor, por lo que pide la admisión por tres veces en las Agustinas de Casia, siendo rechazada las tres veces.
Es admitida en el monasterio luego de que, milagrosamente, se le aparecieran San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás de Tolentino. Hace la profesión religiosa ese mismo año de 1417, y allí pasa 40 años, vividos sólo para Dios. Como religiosa, fue ejemplar, viviendo en extrema humildad, pobreza, obediencia, y ofreciendo continuos ayunos, vigilias y penitencias con cilicios. Llevada por la gracia, recorrió con alegría y amor las tres vías de la vida espiritual, purgativa, iluminativa y unitiva.
Sus hermanas en religión refieren un episodio que da cuenta de su santidad. La Priora le manda regar un sarmiento seco, lo cual, visto humanamente, no tenía mucho sentido, puesto que era imposible que reverdeciera. Sin embargo, Rita cumple la orden rigurosamente durante varios meses y el sarmiento reverdece.
Santa Rita solía pasar largas horas de rodillas, en un reclinatorio, ante la imagen de Jesús crucificado, meditando en su Pasión y en el dolor que nuestros pecados le provocaban. Fue en una de esas meditaciones que recibió una gracia muy particular: se le produjo una herida en la frente, como si fuera producida por una de las espinas de la corona de Jesús, la cual le procuraba un intenso dolor continuo, además de humillación permanente. Esta herida no cicatrizaba nunca y, aún más, empeoraba y comenzaba a supurar, emitiendo un olor nauseabundo, con lo que Santa Rita, a  pesar de ser religiosa y amar la vida comunitaria propia de la vida consagrada, tuvo que vivir hasta su muerte, apartada del resto de la comunidad. La herida desapareció solo una vez, por unos días, cuando Santa Rita, con sus hermanas en religión, salieron del convento para asistir a una misa en Roma, presidida por el Santo Padre. También desapareció definitivamente cuando Santa Rita murió, y en vez del olor nauseabundo que hasta ese entonces se sentía, el cuerpo de Santa Rita comenzó a exhalar un exquisito perfume de rosas.
En los días anteriores y en el momento de su muerte, sucedieron también hechos prodigiosos, como el florecer de una rosa y el madurar de dos higos en pleno invierno, para satisfacer sus antojos de enferma. También al morir se produjo otro sorprendente milagro, indicios de que su alma en gracia ingresaba en el Reino de los cielos: al momento de expirar, las campanas comenzaron a tañer solas a gloria y su celda se iluminó con una luz resplandeciente y desconocida. Murió en el año 1457 y fue canonizada por el Papa   León XIII en el año 1900.   

         Mensaje de santidad.

         A pesar de todos estos prodigios que verdaderamente sucedieron, lo que la hizo santa no fueron estos, sino una vida de virtudes heroicas cristiana en todos los estados de vida que le tocó vivir: fue un modelo extraordinario de esposa, de madre, de viuda y de monja. Como esposa, sufrió en silencio la brutalidad de su esposo antes de su conversión, además de rezar permanentemente por su conversión, obteniendo del Señor esta gracia. Como madre, amaba tanto a sus hijos, que pidió para ellos la muerte terrena, antes de que cometieran el pecado mortal de la venganza y así sufrieran la segunda muerte, es decir, la eterna condenación en el infierno. Como viuda, guardó luto cristiano y desde el momento mismo en que enviudó, guardó con respeto y caridad cristiana la memoria de su esposo fallecido, tomando la decisión de ingresar en el convento para consagrarse como religiosa. Ya como religiosa, cumplió siempre a la perfección la regla de su Orden, además de recibir la gracia mística de sufrir, de modo permanente y hasta su muerte, una herida producida por una de las espinas de la corona del Señor, participando y uniéndose místicamente a su Pasión, la cual amaba meditar, día y noche. Por todo esto, Santa Rita es modelo ejemplar para toda mujer, en cualquier estado de vida que se encuentre.

viernes, 19 de mayo de 2017

San Expedito nos enseña cómo luchar contra las idolatrías del mundo de hoy


A San Expedito, el Demonio se le apareció en forma de cuervo negro, para tentarlo y así lograr que pospusiera su conversión, alejándolo de Dios; a nosotros, no se nos aparecerá en forma de cuervo, sino que nos tentará con ídolos, para que caigamos en el pecado de idolatría. ¿Qué es la idolatría? ¿Cuáles son esos ídolos? Podemos decir que la idolatría es el pecado que se contrapone directamente al más importante de todos los Mandamientos[1], el que los contiene a todos, y es el primero –“Amarás a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo, como a ti mismo”-, el cual describe cómo ha de hacer la relación del hombre para con Dios: una relación de amor, en primer lugar, a Dios; luego, al prójimo en Dios y, por último, el amor a sí mismo, por Dios y en Dios y para Dios. La idolatría contraría a este mandamiento, porque hace que el hombre, pervirtiendo su fe –el idólatra no es ateo, sino perverso en la fe-, dirija su acto de amor y de adoración a una creatura –objeto, persona humana o angélica, ideología- que, por definición, no es Dios y, por lo tanto, no merece culto de latría, de adoración[2].
En esto constituye entonces el pecado de idolatría, en colocar, en el corazón, a algo que no es Dios Uno y Trino, y rendirle culto de latría. ¿Cuáles son los ídolos, es decir, aquello con lo cual el Demonio pretende que cometamos el pecado de idolatría? Los ídolos, en nuestros tiempos, son variados y diversos; por ejemplo, el deporte –preferir el fútbol antes que la Misa dominical-, las diversiones, el dinero, el poder, el placer, el tener, el esoterismo, el paganismo, representados en el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, etc. Cuando el hombre no adora a Dios, lo reemplaza por ídolos que, por definición, son abominables. Nuestro mundo está prácticamente infectado por ídolos post-modernos que cumplen a la perfección su rol, y es el de hacer que el hombre se postre ante ellos, en vez de postrarse ante el Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús. La idolatría no es solamente un acto externo de adoración a creaturas que no son Dios, sino más bien una disposición interior que concede a las creaturas el lugar –en el corazón- y el amor –que brota del corazón del hombre- debidos solo a Dios.
Ya en la Antigüedad, a los ídolos tradicionales, que figuraban a hombres, mujeres y animales, se los consideraba como a dioses, se les ofrecían dones, se les distinguía con honores y se confiaba en ellos como si tuvieran un poder extraordinario[3]. Esto es un pecado, porque se coloca al ídolo en el lugar de Dios Uno y Trino, el Único Dios verdadero. En nuestros tiempos sucede lo mismo porque, como dijimos, no es el tiempo de los ateos, sino el de los idólatras. En el Antiguo Testamento, el Pueblo Elegido de Dios, Israel, cayó en la adoración del ídolo del dinero representado en el becerro de oro, postrándose ante una estatua muda, ciega y sorda y creada por sus propias manos, al tiempo que dejaban de lado al Dios Viviente, el Único Dios verdadero. Por este acto de idolatría, Dios debió dirigirse a ellos por medio de Moisés y los profetas, para indicarles su extravío, para recordarles que sólo Dios era su Creador, su Defensor, su Liberador de la ominosa esclavitud que padecía en Egipto –símbolo de la esclavitud del pecado- y a que Él sólo le debían adoración. Dios es un Dios celoso, que no admite competencias, y así como al Pueblo Elegido le hizo recordar que sólo a Él y no a los ídolos, le debía la gratitud y la adoración, y para ello fue Él quien determinó el culto que se le había de establecer, así también, en Jesucristo, el Hombre-Dios, Dios mismo se auto-revela a sí mismo como el Único Dios merecedor de poder, alabanza, adoración y gloria, y para ello establece su Iglesia y su culto más preciado, la Santa Misa.
Para nosotros, los católicos, existen los santos, como San Expedito, quienes son los que nos enseñan, con sus ejemplos de vida, a no caer en la tentación de la idolatría y a despreciar a los ídolos. ¿Cuál es el ejemplo de San Expedito? Lo vemos en su imagen: San Expedito levanta en alto la cruz y dice: “Hoy y no mañana, decido seguir a Cristo; hoy y no mañana, convierto mi corazón y abandono para siempre a los ídolos del paganismo”. Que San Expedito interceda por nosotros para que nos postremos, no ante ídolos como el becerro de oro, sino ante el Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.



[1] Cfr. Germán Mazuelo-Leytón; https://adelantelafe.com/formas-actuales-de-idolatria/
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, 2113.
[3] Cfr. Germán Mazuelo-Leytón; https://adelantelafe.com/formas-actuales-de-idolatria/

miércoles, 17 de mayo de 2017

San Pascual Bailón


         Vida de santidad.

Hijo de humildes campesinos, Martin Bailón e Isabel Yubero, Pascual nació el 16 de mayo de 1540 en Torre Hermosa, Aragón, España, en el año 1592[1].  Le llamaron Pascual porque nació en la vigilia de Pentecostés. Desde niño, Pascual recibió de Dios un don muy especial: un inmenso amor por Jesús Sacramentado. Este amor y devoción por la Eucaristía se manifestó por lo tanto siendo Pascual muy pequeño: cuando iba al campo a cuidar las ovejas de su amo, alcanzaba a ver la torre del pueblo y cuando las campanas tocaban, se arrodillaba a adorar el Santísimo Sacramento. Lo que sucedía era que en ese entonces se acostumbraba que al elevar la Hostia el sacerdote en la Misa, se diera un toque de campanas; entonces, cuando el pequeño Pascual oía la campana, se arrodillaba allá en su campo, mirando hacia el templo y adoraba a Jesucristo presente en la Santa Comunión. Tal era su amor a la Eucaristía que el dueño del rebaño decía que el mejor regalo que le podía ofrecerle al niño era permitirle asistir algún día entre semana a la Santa Misa. Como es habitual en los niños, estaba siempre estaba alegre, pero nunca se sentía tan contento como cuando ayudaba a Misa o cuando podía estarse un rato orando ante el Sagrario del altar. Incluso siendo niño, hacía duras penitencias, como andar descalzo por caminos pedregosos y cuando alguna oveja pasaba al potrero del vecino, pagaba a este de su escaso salario por el pasto que la oveja se había comido. Un día, mientras el sacerdote consagraba, otros pastores le oyeron gritar: “¡Ahí viene!, ¡allí está!”. Cayó de rodillas. Había visto a Jesús venir en aquel momento.  Se le apareció el Señor en varias ocasiones en forma de viril o de estrella luminosa. Hablaba poco, pero cuando se trataba de la Sagrada Eucaristía, lo inspiraba el Espíritu Santo. Al llegar a un pueblo iba primero a la iglesia y allí se quedaba por un buen tiempo de rodillas adorando a Jesús Sacramentado.
Trabajó como pastor de ovejas desde los 7 hasta los 24 años, edad en la que ingresó en la vida religiosa en el convento de los frailes menores (franciscanos) de Alvatera, aunque al principio no lo aceptaron, debido a su escasa instrucción. Sólo sabía leer y lo único que leía de corrido era el pequeño oficio de la Santísima Virgen María que llevaba siempre mientras pastoreaba y sus oraciones favoritas, a Jesús Sacramentado y a la Santísima Virgen.
Luego, ya como religioso franciscano, aprovechaba cualquier rato que tuviera libre para acudir a la capilla, para adorar a Jesús Eucaristía, de rodillas y con los brazos en cruz. Durante las noches, solía pasar largas horas delante del sagrario, adorando al Santísimo Sacramento y por la madrugada estaba en la capilla antes que los demás. Para configurarse más a Jesús, humillado en la Pasión, eligió siempre, como religioso franciscano, los oficios más humildes: portero, cocinero, mandadero, barrendero.
Pascual compuso varias oraciones muy hermosas al Santísimo Sacramento; al leerlas, el Arzobispo San Luis de Rivera, exclamó admirado: “Estas almas sencillas sí que se ganan los mejores puestos en el cielo. Nuestras sabidurías humanas valen poco si se comparan con la sabiduría divina que Dios concede a los humildes”.
 Sucedió entonces que sus superiores lo enviaron a Francia a entregar una carta al general de la orden; una vez llegado a aquel país -iba descalzo, con su hábito gastado y con una túnica vieja y remendada-, lo rodeó un grupo de protestantes que lo desafió a que les probara que Jesús sí está en la Eucaristía –de modo real, verdadero y substancial, tal como enseña la Iglesia Católica, y no según la fe y no junto a las substancias del pan y del vino, como enseñan erróneamente los protestantes-. En su defensa de la doctrina católica de la Eucaristía, San Pascual habló de una manera tan rotunda y contundente, que sus oponentes –hugonotes- se quedaron sin palabras para poder contrarrestar nada de lo que afirmaba, con lo que acudieron al único recurso que les quedaba para hacerlo callar, el uso de la fuerza, por lo que empezaron a golpear a San Pascual y a apedrearlo casi hasta matarlo. San Pascual no solo no les guardó enojo, sino que se alegró por haber tenido la oportunidad de defender a Jesús Sacramentado y de sufrir por Él.
Aunque Pascual apenas sabía leer y escribir, era capaz de expresarse con gran elocuencia sobre la presencia de Jesús en la Eucaristía. Tenía el don de ciencia infusa. Sus maestros se quedaban asombrados de la precisión con que respondía a las más difíciles preguntas de teología. A causa de este don, por el que sobresalía y se destacaba por encima de sus hermanos en la orden, le dedicaron este verso: “De ciencia infusa dotado, siendo lego sois Doctor, Profeta y Predicador, Teólogo consumado...”.
Se destacó por su humildad y amor a los pobres y afligidos. Era famoso por sus milagros y su don para llevar las almas a Cristo. Martín Crespo relató como el santo le había librado de su determinación de vengarse de los asesinos de su padre. Habiendo escuchado el viernes santo el sermón sobre la pasión, sus amigos le exhortaban a perdonar. Él se mantenía inmovible.  Entonces Pascual lo tomó del brazo, lo llevó a un lado y le dijo: “Mi hijo, ¿No acabas de ver la representación de la pasión de Nuestro Señor?”. “Entonces -escribe Martín- con una mirada que penetró mi alma me dijo: “Por el amor de Jesús Crucificado, mi hijo, perdónalos”. “Sí, Padre”, contesté, bajando mi cabeza y llorando. “Por el amor de Dios yo los perdono con todo mi corazón. Ya no me siento la misma persona de antes, deseosa de venganza, sino que me siento lleno de perdón hacia mis enemigos”.
Cuando estaba moribundo oyó una campana y preguntó: “¿De qué se trata?”. “Están en la elevación en la Santa Misa”. “¡Ah, qué hermoso momento!”, y quedó muerto en aquel preciso momento. Era el 15 de Mayo de 1592, el Domingo de Pentecostés, en Villareal de los Infantes, España.

Pascual nació en la Pascua de Pentecostés[2] de 1540 y murió en la fiesta de Pentecostés de 1592, el 17 de mayo (la Iglesia celebra tres pascuas: Pascua de Navidad, Pascua de Resurrección y Pascua de Pentecostés[3]. Durante su misa tenían el ataúd descubierto y en el momento de la doble elevación, los presentes vieron que abrió y cerró por dos veces sus ojos. Su cuerpo aun después de muerto, manifestó su amor a la Eucaristía[4]. Eran tantos los que querían despedirse de el que lo tuvieron expuesto por tres días. Los milagros que hizo después de su muerte, fueron tantos, que fue beatificado el 29 de Octubre de 1618 por el Papa Pablo V y canonizado el 16 de Octubre de 1690 por el Papa Alejandro VIII. El Sumo Pontífice León XIII nombró a San Pascual Bailón Patrono de los Congresos Eucarísticos, de las Asociaciones Eucarísticas y de la Adoración Eucarística Nocturna por el breve apostólico Providentissimus, de 28 de noviembre de 1897.

Mensaje de santidad.

El mensaje de santidad que nos deja San Pascual Baylón es su gran amor a Jesús Eucaristía y a la Virgen, y era un amor de tal intensidad, que todo en su vida, desde pequeño, estaba orientado a la Eucaristía y a la Virgen. Puede decirse que toda la vida de San Pascual Baylón giró en torno a la Eucaristía y a la Virgen, como una forma de corresponder al amor con el que Jesús lo amó primero.
Una de las muestras de amor de Jesús a San Pascual Baylón, fue su aparición –en una custodia, y como Jesús Sacramentado- mientras él estaba pastoreando, en el momento en el que se elevaba en la Misa la Hostia recién consagrada, y aunque fue una gran muestra del Amor de Jesús por él, sin embargo no se le dio en alimento; a nosotros, que no con toda seguridad no tenemos el mismo amor, la misma piedad y la misma devoción que San Pascual a Jesús Eucaristía, Jesús se nos dona, con todo su Ser divino trinitario, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en la Eucaristía. Al recordar a San Pascual en su día, le pidamos a Nuestra Señora de la Eucaristía su intercesión para que seamos capaces de amar a Jesús Sacramentado, al menos con una mínima porción del amor de San Pascual, para que le demos gracias a Nuestro Señor por donársenos, todo Él, todo entero, con todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, a través de la Eucaristía.      



[1] http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20170517&id=12061&fd=0
[2] Pascua significa: paso de la esclavitud a la libertad.
[3] http://www.corazones.org/santos/pascual_bailon.htm
[4] https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Pascual_Bail%C3%B3n5_17.htm

San Simón Stock


         Vida de santidad[1].

La primera referencia de su vida la proporciona, Gerardo de Fraschetom, un dominico contemporáneo de Simón y fallecido en 1271. Otra reseña pertenece a 1430. Respecto a la fecha de nacimiento, en diversos textos, se fija la de 1165. Pero si fuese así, al asumir el oficio de general de la Orden en 1247 –hecho corroborado– tendría 82 años, algo improbable siendo que algunos aseguran que estuvo al frente de la misma veinte años. Más inverosímil cuando otros advierten que fueron cincuenta. Además, es impensable que a esta edad recorriera apostólicamente diversos países como algunos han asegurado. Por otro lado, no se puede atribuir su apellido Stock a que morase en un tronco, significado del término inglés “stock”, aunque algunos autores sí lo hacen, aludiendo a que de pequeño y de joven, Simón pasaba largas horas en oración como un ermitaño[2]. De sus padres, infancia y demás no consta información. De lo que no se duda es que nació en Kent, y también su relevancia en la orden carmelita. Se acepta la tradición que le atribuye la aparición de María, así como la imposición del santo escapulario del Carmen. Hay quien lo ha situado en Roma como predicador itinerante y de allí partiría a Tierra Santa donde permaneció afincado un tiempo.
Seguramente, al participar en las Cruzadas sería un hombre de cierto vigor, y estaría lleno de los ideales que impulsaron a tantos otros a luchar para defender la fe frente a sus enemigos. Siguiendo los datos cruciales aportados por sus hermanos de religión, se sabe que al encontrarse con los primeros integrantes de la Orden carmelita, que estaba naciendo en el corazón del yermo en los santos lugares, se vinculó a ellos hasta que la invasión de los sarracenos afectó de lleno a las comunidades primigenias que se vieron obligadas a abandonar la zona y a dispersarse por tierras lejanas. Simón formó parte de los que regresaron a Europa y se afincó en Kent. En 1247 en el capítulo general de los carmelitas, celebrado en Aylesford, Inglaterra, fue elegido general de la Orden del Carmelo, el sexto, como sucesor de Alan, desempeñando ese cargo hasta su muerte. Las fuentes, que son de sus contemporáneos, proporcionan con rigor datos de su vida desde este momento en el que lo designaron para regir los caminos de todos. Su gobierno fue pródigo en bendiciones espirituales y apostólicas y de incesante actividad, fijando los pilares de la Orden (aprobada en 1274 por el concilio de Lyon), y velando por su extensión. A él se debe un cambio estructural en la misma que de ser eremítica pasó a convertirse en cenobítica y mendicante. Fue su impulsor en Europa. Además, con la venia de Inocencio IV, modificó la regla de san Alberto, mitigándola.
Partidario de la vida activa, sin dejar la contemplación, Simón tuvo el acierto de abrir casas en puntos neurálgicos culturales: Cambridge, Oxford, París, Bolonia…, favoreciendo la formación universitaria de los miembros más jóvenes y el aumento de vocaciones que llevaba anexa. Pero también propagó la fundación por Chipre, Mesina, Marsella, York, Nápoles, entre otras ciudades. Ahora bien, esta acción que podemos valorar positivamente en estos momentos, no fue bien acogida por una parte de los carmelitas ya que hubo un descontento interno y una resistencia a la expansión de la Orden por parte de algunos, lo cual creó una difícil situación que acarreó a Simón muchos sufrimientos. Y como su devoción por la Virgen María estaba por encima de todo, a Ella acudía diariamente buscando su amparo, siendo su devoción a la Virgen María, el haber sido llamado “el amado de María”. A Ella le componía himnos, que luego recitaba.
Precisamente, se encontraba en una situación de tensión interna en la orden, cuando habiendo acudido a la Virgen pidiendo su auxilio, el 16 de julio de 1251 hallándose en oración en Cambridge, se le apareció la Virgen María acompañada de una multitud de ángeles. Portaba en sus manos el escapulario que le entregó, diciéndole: “Éste será privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él no padecerá el fuego eterno; el que con él muriese se salvará”. Así está consignado en el catálogo de los santos de la Orden. En el siglo XIII Guillermo de Sandwich O.C. se hizo eco en su “Crónica” de esta aparición, momento también en el que la Virgen le prometió la ayuda del papa. Hacia 1430 Johannes Grossi en su “Viridarium” dio cuenta del hecho, posteriormente documentado en 1642 con un escrito dictado por el propio Simón a su confesor. Además, está la innegable fuerza de la tradición que lo ha mantenido vivo, acrecentando la devoción al santo escapulario, que ha sido secundada por diversos pontífices a través de varias indulgencias. Esta piedad recogida en la liturgia carmelita consta de dos hermosas composiciones dedicadas a María, cuya autoría se atribuye a Simón: “Flos Carmeli” y “Ave Stella Matutina”, símbolo de su amor a la Madre de Dios. Murió hacia 1265 en Bordeaux, Francia –algunos establecen la fecha como el 16 de mayo de ese año– mientras se hallaba de visita en la provincia de Vasconia. En 1951 sus restos se trasladaron al convento de Aylesford de Kent. En el siglo XVI la Orden insertó su culto en su calendario litúrgico, incluida en la reforma del mismo emprendida tras el Concilio Vaticano II. En 1983 Juan Pablo II lo denominó “El santo del escapulario”. Aunque es venerado por los Carmelitas desde por lo menos 1564 nunca ha sido oficialmente canonizado, aunque el Vaticano aprueba que los carmelitas celebren esta fiesta.

         Mensaje de santidad.

Su principal mensaje de santidad es su gran amor filial a María Santísima, a la cual acudía en todo momento y, sobre todo, en situaciones que suscitaban preocupación o angustia. De hecho, como vimos, uno de los dones más preciosos para la Iglesia de todos los tiempos, el Escapulario de Nuestra Señora del Carmen, lo recibió estando en oración a la Madre de Dios. como parte central de su devoción y amor a la Virgen, San Simón Stock rezaba así cada día pidiendo por su Orden, con esta oración compuesta por él: “Flor del Carmelo Viña florida, esplendor del cielo; Virgen fecunda y singular; oh Madre dulce de varón no conocida; a los carmelitas, proteja tu nombre, estrella del mar”.
Como vimos en su hagiografía, a San Simón Stock se le apareció la Virgen el 16 de julio de 1251 y le entregó el escapulario mientras le decía: “Toma este hábito, el que muera con él no padecerá el fuego eterno” (parte de la promesa es también que la Virgen irá a buscar al alma, si está en el Purgatorio, al sábado siguiente después de su muerte, con lo que la estadía en el Purgatorio, para quienes lleven devota y filialmente el Escapulario, no será nunca más de siete días). Además de su vida de santidad, el mensaje de santidad de San Simón Stock está relacionado con la devoción y el uso del Escapulario, debido al don inmenso que este comporta: evitar la eterna condenación en el infierno y la salvación eterna del alma, aunque cabe siempre aclarar que esta promesa del Escapulario lleva implícito el propósito de vivir en gracia y evitar el pecado, ya que no se trata de un “protector mágico” que permita portarlo pero conducirse al mismo tiempo según los principios del mundo y no los mandamientos de Cristo. Llevar el Escapulario implica también imitar a la Santísima Virgen en sus virtudes, algo en lo que también se destacó San Simón Stock.




[1] http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20170516&id=14498&fd=0

martes, 16 de mayo de 2017

San Isidro Labrador


         Vida de santidad[1].

San Isidro nació en Madrid en el año 1082, en una humilde casa cercana a la iglesia de San Andrés, de padres cristianos mozárabes[2]. Sus padres eran unos campesinos sumamente pobres que ni siquiera pudieron enviar a su hijo a la escuela y por esa razón San Isidro no era muy instruido. Sin embargo, esta carencia en su formación humana fue compensada con creces, ya que sus padres le enseñaron la más grande enseñanza que los padres puedan dar a sus hijos: le enseñaron a tener temor de ofender a Dios, un gran amor de caridad hacia el prójimo y un enorme aprecio por la oración, por la Santa Misa y la Comunión y un gran amor filial por la Virgen.
Quedó huérfano a la edad de diez años, empezando desde esa temprana edad a trabajar como peón de campo, ayudando en la agricultura a Don Juan de Vargas, un dueño de una finca, cerca de Madrid. Se unió en matrimonio con María Toribia, una sencilla campesina que también llegó a ser santa y ahora se llama Santa María de la Cabeza (no porque ese fuera su apellido, sino porque su cabeza es sacada en procesión en rogativas, cuando pasan muchos meses sin llover). Precisamente, en casa de Vargas nacería Illán, hijo de Isidro y de María, y fue en esa casa en donde tuvo lugar uno de los numerosos milagros –más de cuatrocientos, constatados en su proceso de canonización- que se atribuyen al santo: siendo muy pequeño el hijo de Isidro, en un momento de descuido, se cayó a un pozo, provocando una gran angustia a su madre. Al enterarse de lo sucedido, San Isidro suplicó a la Virgen de la Almudena su mediación y apenas terminada la oración, el agua comenzó a subir inexplicablemente, llegando casi a rebasar el borde del pozo lo cual le permitió extraer a Illán sin rasguño alguno[3].
Isidro se levantaba muy de madrugada y nunca empezaba su día de trabajo sin haber asistido antes a la Santa Misa, dato que es corroborado por el Papa Gregorio XV, quien dijo de él: “Nunca salió para su trabajo sin antes oír, muy de madrugada, la Santa Misa y encomendarse a Dios y a su Madre Santísima”. Esto significa que la fuente de su santidad era la Eucaristía y que el portal bendito por el que le llegaban las gracias necesarias para su vida de santidad, era la Madre del cielo, la Virgen María, a la cual se encomendaba todos los días.
Aunque no era muy instruido en las ciencias humanas, San Isidro poseía sin embargo una gran sabiduría celestial, que le hacía despreciar los bienes terrenos y desear los bienes celestiales, los primeros entre todos, la Eucaristía y la Virgen[4]. Se distinguía además por su gran dedicación a su trabajo de agricultor, tarea que cumplía con gran destreza: uncir los bueyes, cuidar de los animales, podar los rastrojos, trabajar en la vendimia, la siembra, la cosecha, etc., aunque lo que hacía grande y santo a su trabajo, no era solo la dedicación, el sacrificio y el esfuerzo que ponía en cada tarea, sino que lo ofrecía siempre a Jesús y a la Virgen, al igual que también hacía lo propio su esposa, María.
San Isidro amaba tanto a la Virgen y a Jesús Eucaristía, que anteponía la Santa Misa –y la unión en el Amor con Jesús Eucaristía-, a su trabajo, aunque nunca dejaba de cumplir con su trabajo, aun cuando asistía a Misa todos los días. Precisamente, un clamoroso hecho sobrenatural, narrado en el proceso de canonización, se produjo en ocasión de su trabajo, hecho que a la vez comprueba la afirmación de que “Dios no se deja ganar en generosidad”: su ángel de la guarda araba por él, mientras San Isidro estaba en Misa.
Sucedió que sus compañeros de trabajo lo demandaron a su patrón, acusándolo de que llegaba tarde a sus labores, lo cual era verdad; es decir, San Isidro efectivamente llegaba tarde porque asistía a la Santa Misa. Sin embargo, su patrón se sorprendió de que, a pesar de que llegara tarde, su trabajo estaba siempre bien hecho, y completo. Intrigado por esta aparente contradicción –el santo llegaba tarde porque iba a Misa, pero su trabajo estaba siempre bien hecho-, Juan de Vargas decidió investigar por su propia cuenta, y es así como acudió al lugar de trabajo de San Isidro, ocultándose para pasar desapercibido. Desde ese lugar, Juan de Vargas pudo comprobar, con sus propios ojos, la razón por la cual, a pesar de que San Isidro llegaba tarde al trabajo a causa de la Misa, su labor estaba siempre realizada a la perfección: un ángel –probablemente su ángel custodio- lo reemplazaba en su tarea, arando las tierras para que pudiera asistir tranquilo a Misa sin faltar a su trabajo. Este es uno de los milagros más conocidos del santo y es la razón por la cual en la iconografía se lo representa con unos bueyes y con un ángel tirando de ellos.
Lo que ganaba como jornalero, Isidro lo distribuía en tres partes: una para el templo, otra para los pobres y otra para su familia (constituida por él, su esposa y su hijito). Amaba a Dios por sobre todas las cosas, y a las cosas en Dios, reconociendo en la naturaleza la Sabiduría y el Amor divinos, y este amor a Dios en la naturaleza lo demostraba cuidando hasta de las pequeñas aves, a las cuales alimentaba en pleno invierno, esparciendo granos de trigo por el camino para que las avecillas tuvieran con que alimentarse. Un día lo invitaron a un gran almuerzo y el santo se llevó con él a varios mendigos a que almorzaran también. El invitador le dijo disgustado que solamente le podía dar almuerzo a él y no para los otros. Isidro repartió su almuerzo entre los mendigos y alcanzó para todos y sobró.
En el año 1130 sintiendo que se iba a morir hizo humilde confesión de sus pecados y recomendando a sus familiares y amigos que tuvieran mucho amor a Dios y mucha caridad con el prójimo, murió santamente. A los 43 años de haber sido sepultado en 1163 sacaron del sepulcro su cadáver y estaba incorrupto, como si estuviera recién muerto. Las gentes consideraron esto como un milagro. Poco después el rey Felipe III se hallaba gravísimamente enfermo y los médicos dijeron que se moriría de aquella enfermedad. Entonces sacaron los restos de San Isidro del templo a donde los habían llevado cuando los trasladaron del cementerio. Y tan pronto como los restos salieron del templo, al rey se le fue la fiebre y al llegar junto a él los restos del santo se le fue por completo la enfermedad. A causa de esto el rey intecedió ante el Sumo Pontífice para que declarara santo al humilde labrador, y por este y otros muchos milagros, el Papa lo canonizó en el año 1622 junto con Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier y San Felipe Neri.
Murió en Madrid el 15 de mayo de 1130. Fue sepultado en el cementerio de San Andrés, de cuya parroquia era diácono Juan, redactor de su vida. A través de una revelación divina en 1212 se descubrieron sus restos, constatándose que su cuerpo estaba incorrupto. Desde entonces se le considera patrón de Madrid. Pablo V lo beatificó el 14 de junio de 1619. Y Gregorio XV lo canonizó el 12 de marzo de 1622, pero al fallecer éste, hubo que esperar al 4 de junio de 1724 fecha en la que Benedicto XIII expidió la bula de canonización. Aquél gran día de 1622 en la gloria de Bernini se encumbraba a los altares a un humilde campesino junto a estas grandes figuras de la Iglesia: Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Jesús y Felipe Neri. El 16 de diciembre de 1960 Juan XXIII declaró a Isidro patrón de los agricultores y campesinos españoles.
         Mensaje de santidad.
A pesar de que se le contabilizan unos cuatrocientos milagros, aun en vida, no fueron estos milagros los que lo llevaron al cielo, sino el cumplimiento honrado y sacrificado de su trabajo, el cual le servía además como fuente de santificación, al ofrecerlo a Jesús crucificado. Pero lo que santificó a San Isidro, mucho más que el trabajo ofrecido a Dios, fue su gran amor a la Eucaristía y a la Virgen, amor demostrado en su deseo de asistir a la Santa Misa y comulgar con amor y fervor, cuantas veces fuera posible. Para San Isidro, la Santa Misa era la fuente de su vida, literalmente hablando.
Por último, en estos tiempos en los que los cristianos vacían las iglesias para abarrotar estadios, parques y paseos de compras el Domingo, San Isidro es ejemplo perfectísimo de cómo vivir el Domingo como lo que es, el “Día del Señor”: la actividad principal del Domingo era la Santa Misa, pues amaba recibir a Jesús Eucaristía por la comunión sacramental, cumpliendo así la primera parte del Primer Mandamiento: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas”; luego visitaba pobres y enfermos, cumpliendo así la segunda parte del Primer Mandamiento: “Amarás a tu prójimo” y por último, dedicaba el resto del día para su esposa y su hijo, fuentes de su felicidad, y así cumplía la tercera parte del Primer Mandamiento: “(Amarás a tu prójimo) como a ti mismo”.




viernes, 12 de mayo de 2017

Sor María Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado


Sor Lucía y cuadro de las Apariciones de Pontevedra.

Vida de santidad[1].

Lucía Dos Santos nació el 22 de marzo de 1907 en Aljustrel, caserío junto a Fátima, Portugal. A la edad de nueve años ayudaba a la economía familiar con sus primos, los beatos Francisco y Jacinta Matos, pastoreando ovejas, como de costumbre en su pueblo. Fue entonces que recibieron la visita de la Virgen en la Cova de Iría. Más tarde, en 1921, Lucía ingresó como religiosa en la Orden de las Hermanas Doroteas. Estuvo con ellas en Tui y Pontevedra, España. En ambas ciudades tuvo importantes visitas de Jesús y de la Virgen. Recibió la Promesa de los Primeros Sábados, la Visión de la Trinidad, la petición de la consagración de Rusia, 1929 En 1946 regresó a Portugal y, dos años después, entró en el Carmelo de Santa Teresa en Coimbra, donde profesó sus votos como carmelita en 1949. Murió en el año 2005.

         Mensaje de santidad.

Su mensaje de santidad está estrecha e íntimamente vinculado a las apariciones de la Virgen en Fátima. Ella fue una de las videntes, junto a sus primos Jacinta y Francisco. En estas apariciones, la Virgen le reveló aquello que habría de ser su principal misión de su vida terrena: “Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar. Quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”.
En las Apariciones, la Virgen dijo a Francisco y Jacinta que pronto irían al cielo pero que Lucia debía quedar en la tierra para propagar sus mensajes, lo cual sucedió así efectivamente, ya que Sor Lucía falleció en el año 2005, a los 98 años. Sor Lucía escribió dos volúmenes: “Memorias” y “Llamamientos del Mensaje de Fátima”.
En una entrevista concedida por Sor Lucía 8 Marzo, 1998[2], Sor Lucía hizo referencia a Rusia, su consagración a Dios y su conversión. Con respecto a Rusia, Sor Lucía dijo que cuando la Santísima Virgen les pidió a los tres pastorcitos rezar por esta intención –la conversión de Rusia-, ni ella sabía lo que era Rusia: “Nosotros pensábamos que era una mujer muy mala”. Con el paso del tiempo, Sor Lucía llegaría a conocer en toda su crudeza la dramática historia de este pueblo y los estragos y genocidios que el Comunismo habría de realizar a lo largo de la historia. La Virgen pedía la consagración a Rusia, porque “esparcería sus errores por el mundo”, como de hecho lo hizo, produciendo matanzas de más cien millones de personas desde que se implementó por la violencia en Rusia. El Comunismo ha sido condenado por la Iglesia, que lo ha calificado como “intrínsecamente perverso”, y no puede ser de otro modo, pues es un sistema ideológico materialista y ateo y, en el fondo, luciferino.
Con respecto al infierno, Sor Lucía dijo: “El infierno es una realidad. Es un fuego sobrenatural y no físico, y no puede ser comparado al fuego que arde, de madera o de carbón”. Dio un consejo a los sacerdotes acerca de este tema: “Continúen predicando sobre el infierno porque Nuestro Señor mismo habló del infierno y está en las Sagradas Escrituras. Dios no condena a nadie al infierno. Dios dio a los hombres la libertad de escoger, y Dios respeta esa libertad humana”. Al infierno nadie va obligado, o forzado, o condenado injustamente: Sor Lucía nos dice que somos libres y que, si nos condenamos, es porque hemos elegido libremente ese camino.
Con respecto al ateísmo y el materialismo, Sor Lucía afirma que “el ateísmo es el mayor instrumento utilizado por el demonio en nuestros días, porque es un grave pecado contra Dios, que niega su propia existencia dando paso a la práctica de toda una variedad de actos diabólicos como el aborto”. “Como terminó el comunismo, ahora sigue el materialismo. Antes las personas no podían comprar nada. El materialismo es muy malo...Las personas deberían desear más las cosas de Dios y no querer antes las cosas materiales”.
En sus primeros años de vida religiosa en España, Sor Lucía, vidente de Fátima, fue testigo de nuevas apariciones de la Virgen María y el Niño Jesús
Tras las apariciones de Fátima en Portugal, Sor Lucía ingresó al noviciado de la Congregación de las Hermanas Doroteas en Pontevedra, España. Estas apariciones fueron relatadas por Sor Lucía en una segunda entrevista, a un Monseñor de apellido Rodríguez. Estando en Pontevedra, presenció varias apariciones de la Virgen y el Niño, la primera ocurrió el 10 de diciembre de 1925 en su habitación. En estas nuevas apariciones, le pidieron extender la devoción de los cinco primeros sábados de mes en reparación al Inmaculado Corazón de María. Esta devoción consiste en que, el primer sábado de cada mes durante cinco meses, la persona se confiese, reciba la comunión, rece el rosario y dedique 15 minutos a la oración para desagraviar el Corazón Inmaculado de María. La Virgen prometió “asistir a quien realice la devoción de los cinco primeros sábados de mes, en la hora de su muerte, con todas las gracias necesarias para que se salve su alma”.
La vida de novicia de la vidente de Fátima siguió con normalidad. Sin embargo, desde hacía algunos meses Sor Lucía se encontraba con frecuencia con un niño en los alrededores del convento. Ella intentaba enseñar al pequeño a rezar el Avemaría y le animaba a que fuera a una iglesia cercana para rezar la jaculatoria: “Oh Madre mía del Cielo, dadme a vuestro Niño Jesús”. El 15 de febrero de 1926 volvió a encontrarse con el pequeño y le preguntó si había rezado lo que ella le enseñó, a lo que el niño le contestó: “¿Y tú has propagado por el mundo aquello que la Madre del Cielo te pedía?”. En ese momento la religiosa supo que se trataba del Niño Jesús. El Niño Dios le pidió a Sor Lucía hacer lo que su Madre le había pedido en su aparición: extender la devoción de los cinco primeros sábados de mes porque “muchas personas comenzaban esta devoción, pero pocas la terminaban”.
Sor Lucía habló con su confesor sobre estas apariciones y el sacerdote le hizo algunas preguntas, entre ellas, por qué debían ser cinco sábados. La religiosa pidió una respuesta al Señor que le contestó en una hora de oración ante el Santísimo Sacramento. Rodríguez dijo a ACI Prensa que el Señor le explicó a Sor Lucía que “la devoción de los cinco sábados se debe a que hay cinco tipos de ofensas y blasfemias contra el Inmaculado Corazón de María”.
Estas blasfemias son:
-contra su Inmaculada Concepción;
-contra su Virginidad perpetua;
-contra su Divina Maternidad al rechazar reconocerla como Madre de todos los hombres;
-las ofensas de aquellos que tratan de sembrar públicamente en los corazones de los niños indiferencia o incluso odio a la Virgen y
-las ofensas de quienes la ultrajan en sus santas imágenes.
En 1929 Sor Lucía se trasladó a la ciudad española de Tuy para seguir su formación en la Congregación de las Hermanas Doroteas. Allí también vio la Virgen, pero esta vez con su Corazón Inmaculado entre las manos y rodeado de espinas, significando nuestros pecados. En esa oportunidad, la Virgen recordó de nuevo a la religiosa la importancia de reparar su Inmaculado Corazón a través de los cinco primeros sábados de mes.
En 1948 Sor Lucía volvió a Portugal e ingresó en el Carmelo de Santa Teresa de Coimbra, como religiosa carmelita, donde murió en el año 2005 a los 97 años.  En el año 2008, el Cardenal José Saraiva Martins inició su causa de beatificación.
Aprobación eclesial de las Apariciones de Pontevedra y Tuy
Emilio Rodríguez, delegado diocesano del Apostolado Mundial de Fátima, explicó a ACI Prensa que “el Vaticano ha reconocido estas apariciones –Pontevedra y Tuy- como parte del mensaje de Fátima, por ser de la misma vidente”.
Uno de los momentos más importantes en el reconocimiento de estas apariciones fue la visita que el entonces Nuncio Apostólico en España, Cardenal Manuel Monteiro de Castro, hizo al convento de las Doroteas en el 75 aniversario de las apariciones en el año 2000. Según explicó Emilio Rodríguez, el Nuncio “dejó por escrito su aprobación. Nos dijo que Fátima y Pontevedra se complementaban perfectamente porque seguía el mismo mensaje de la Virgen de 1917 en Portugal”. En una placa en el convento se guarda esta bendición papal: “Su Santidad el Papa Juan Pablo II saluda con particular afecto al Apostolado Mundial de Fátima en España y a los participantes de la Semana mariana, organizada con motivo del 75 aniversario de la aparición de la Santísima Virgen a la hermana Lucía en el hoy Santuario del Corazón Inmaculado de María, en Pontevedra”.





[2] Agencia Zenit, Coimbra, 8 de marzo de 1998. A la revista mensual católica portuguesa “Christus” editada en Lisboa por el grupo editorial “Semanario”, publicó en el número correspondiente al 3 de marzo 98, la primera entrevista que ha concedido en su vida la hermana Lucía.