San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 17 de marzo de 2016

El Beato Cura Brochero y su celo por la salvación de las almas


         Cuando se lee la biografía del Beato Cura Brochero, no puede uno menos que asombrarse, cuando se considera la enormidad del progreso material que su presencia trajo a las Sierras de Córdoba: su Curato –San Alberto-, poseía una extensión de 4.336 kilómetros cuadrados y sus parroquianos eran un poco más de 10.000 habitantes que vivían en lugares distantes sin caminos y sin escuelas[1]. En efecto, su tarea fue inmensa: con sus feligreses construyó más de 200 kilómetros de caminos y varias iglesias, fundó pueblos y se preocupó por la educación de todos. Solicitó ante las autoridades y obtuvo mensajerías, oficinas de correo y estafetas telegráficas. Proyectó el ramal ferroviario que atravesaría el Valle de Traslasierra uniendo Villa Dolores y Soto para sacar a sus queridos serranos de la pobreza en que se encontraban (“abandonados de todos pero no por Dios”, como solía repetir).
Sin embargo, a pesar de la grandeza de sus obras de infraestructura, estas son solo una anécdota, cuando se considera su labor apostólica, lo cual demuestra que el principal interés de Brochero no era el mero avance material y económico de sus parroquianos, sino su conversión y su eterna salvación. Para procurar llevar el Evangelio a los miembros de su extensa parroquia, comenzó a llevar a hombres y mujeres a Córdoba, para hacer los Ejercicios Espirituales, para lo cual debían recorrer él y los ejercitantes, durante tres días a lomo de mula, los 200 kilómetros del trayecto. Luego decide, en 1875, y con la ayuda de sus feligreses, comenzar la construcción de la Casa de Ejercicios de la entonces Villa del Tránsito (que hoy se llama Cura Brochero). En esa Casa de Ejercicios hicieron retiros espirituales ignacianos, durante el ministerio parroquial del Siervo de Dios, más 40.000 personas. Además, construyó la casa para las religiosas, el Colegio de niñas y la residencia para los sacerdotes[2].
En su afán de predicar la Buena Noticia de Jesucristo, el Cura Brochero realizó una verdadera inculturación del Evangelio, asumiendo el lenguaje de sus feligreses para hacerlo comprensible a sus oyentes. Nunca dejó de celebrar los sacramentos –incluso estando ya ciego, en sus últimos tiempos, celebraba la Misa de la Virgen, a la que sabía de memoria- y su entrega a los enfermos, a los pobres y a los pecadores, fue total, pues a todos buscaba para acercarlos a Dios. Precisamente, fue en este afán apostólico que se contagió de lepra –enfermedad que finalmente lo llevó a la tumba-, al compartir su mate con un leproso, buscando su conversión y su salvación. Así lo afirmaba el diario católico de Córdoba: “Es sabido que el Cura Brochero contrajo la enfermedad que lo ha llevado a la tumba, porque visitaba largo y hasta abrazaba a un leproso abandonado por ahí”. Murió enfermo de lepra y ciego el 26 de enero de 1914.
El inmenso legado del Cura Brochero no es, entonces, el avance económico de la zona –lo cual, por otra parte, es innegable-, sino su obra de apostolado y evangelización, principalmente a través de la realización de los Ejercicios Espirituales según el método de San Ignacio de Loyola, en los que el alma, encontrándose a solas con Dios crucificado, recibe la gracia de la conversión y elige, si así lo desea, imitar a Cristo y seguirlo por el Via Crucis, el camino de la cruz que conduce al Calvario, Puerta abierta al Reino de los cielos. Y puesto que el hombre caído en pecado, es el mismo hoy que ayer, cuando Adán y Eva perdieron el Paraíso por su soberbia y desobediencia, imitando así al Ángel caído, el método de evangelización del Cura Brochero sigue siendo vigente, incluso hoy más que nunca, en el que la situación espiritual de una inmensa mayoría de hombres y mujeres es mucho peor que en la época de Brochero, pues los males espirituales que acechan a la humanidad se han multiplicado de modo exponencial, a lo cual se le suma un gran desconocimiento, por parte de los cristianos, de las verdades esenciales de la Fe Católica (pecado, gracia, salvación, condenación, muerte, juicio, purgatorio, cielo, infierno, sacramentos, etc.). El método ignaciano de los Ejercicios Espirituales, practicado por Brochero para llevar a la conversión a decenas de miles de almas, mediante el cual el alma se da cuenta de su pecado y del Amor de Dios que le ha enviado a su Hijo Unigénito a morir en cruz para la salvación de los hombres, es completamente válido para nuestros oscuros días, caracterizados por la ausencia de Dios y su Mesías, Cristo Dios, de prácticamente todos los órdenes de la vida social.



[1] Cfr. http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20160316&id=16729&fd=0
[2] Cfr. ibidem.

viernes, 11 de marzo de 2016

Los siete dolores y gozos de San José - Séptimo Dolor y Séptimo Gozo



Si bien San José fue un padre y esposo terreno y experimentó, como todo padre y esposo de esta tierra, gozos y dolores en los distintos sucesos de su familia, estos adquirieron una dimensión sobrenatural, desde el momento en que San José era Esposo casto y puro, meramente legal, de la Madre de Dios, y era Padre pero no biológico, sino adoptivo, de su Hijo, Quien era desde la eternidad el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Sus gozos y dolores se comprenden entonces al interno de la historia de la salvación y en ella adquieren su trascendencia sobrenatural. Su recuerdo no es un mero traer a la memoria, sino una participación, por el misterio del Cuerpo Místico de Jesús, a la vida de San José y al misterio salvífico de su Hijo adoptivo, Jesucristo, el Hombre-Dios. Según una tradición, los Siete Dolores y Gozos de San José se realizan en siete Domingos sucesivos. Ofrecemos, en honor de San José y en su Novena, las siguientes meditaciones, con la intención de participar, con fe y con amor, de los misterios de su paternidad, prolongación en la tierra y por un instrumento humano, de la Paternidad divina de Dios Padre.

Séptimo Dolor: San José experimenta el Séptimo Dolor cuando, habiendo acudido a Jerusalén junto con María y Jesús Niño, de doce años, tanto José como María, emprenden el regreso en puntos distantes de la caravana, pensando cada uno que el Niño está con el otro, cuando en realidad no estaba con ninguno, puesto que se encontraba en el Templo, iluminando con su Divina Sabiduría a los Doctores sedientos de la misma. San José sufre –también sufre María Santísima- porque, sin culpa, ambos pierden de vista al Niño, comenzando una búsqueda angustiosa que durará tres días, hasta que finalmente lo encuentren donde siempre estuvo, en el Templo. Y cuando encuentran a Jesús, el Niño le dice a su Madre amantísima que Él “debía ocuparse de los asuntos de su Padre Dios” (cfr. Lc 20, 40-52), siendo esa la razón por la cual dejó por un breve tiempo su familia terrena. En su búsqueda de tres días a Jesús a quien creía perdido, San José nos enseña, junto a María, que cuando perdamos de vista a Jesús –por culpa nuestra, porque si perdemos a Dios, es porque nos alejamos culpablemente de su Presencia, no como José y María, que lo perdieron sin culpa propia-, debemos buscarlo siempre, siempre, donde Él está, y donde Él estuvo desde la Última Cena, y donde Él estará hasta el fin de los tiempos: en el Templo, en el sagrario, en la Eucaristía, Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Hostia consagrada. Y Jesús está en la Hostia consagrada para darnos su luz, su Amor, su consuelo; para tomar Él la cruz que nos agobia a veces; para transformar nuestras penas y dolores en gozos y alegrías, por la fuerza de su cruz; para recordarnos que la vida eterna se encuentra a sólo un paso y que Él nos espera en la cruz, con los brazos abiertos, para llevarnos al Reino de los cielos.

Séptimo Gozo: San José experimenta el Séptimo Gozo y Alegría cuando encuentra a su Hijo Jesús en el Templo, en medio de los Doctores. Así, San José nos enseña que la verdadera alegría no está en las cosas del mundo, sino en la contemplación de Jesús Eucaristía; San José nos enseña que la verdadera alegría del cristiano no está en los bienes materiales, ni en el reconocimiento mundano, ni en la vanagloria que los hombres se tributan unos a otros; San José nos enseña que el cristiano se goza y se alegra en un único Amor: Jesús Eucaristía, Presente en Persona con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Hostia consagrada, Presente el Templo, Presente en el sagrario; San José nos enseña que, si por culpa nuestra, hemos perdido de vista a Jesús –como por ejemplo, un pecado mortal-, encontraremos a Jesús en el Sacramento de la Penitencia y así Él nos devolverá la Alegría de su Presencia en nosotros, convirtiendo nuestras almas y cuerpos en templos de la Santísima Trinidad y nuestros corazones en otros tantos sagrarios y tabernáculos en donde Él sea adorado, bendecido y exaltado en su gloria divina.

Oh glorioso San José, modelo de toda santidad, que habiendo perdido sin culpa vuestra al Niño Jesús, lo buscaste junto a María Santísima durante tres días con profundo dolor, hasta que, lleno de gozo, le hallasteis en el templo, en medio de los doctores; por este dolor y este gozo, te suplico, desde lo más profundo de mi corazón, que intercedas para que nunca jamás nos suceda el perder a Jesús por algún pecado mortal, pero si por desgracia sucediera, haz que lo busquemos con tal dolor del corazón, que no encontremos descanso hasta encontrarlo nuevamente, en el Sacramento de la Penitencia y en la Eucaristía, para que viviendo en su gracia nuestra vida terrena, vivamos en su Presencia, por la eternidad, en el Reino de los cielos. Amén.
Padrenuestro, Ave María, Gloria.

Los siete dolores y gozos de San José - Sexto Dolor y Sexto Gozo



Si bien San José fue un padre y esposo terreno y experimentó, como todo padre y esposo de esta tierra, gozos y dolores en los distintos sucesos de su familia, estos adquirieron una dimensión sobrenatural, desde el momento en que San José era Esposo casto y puro, meramente legal, de la Madre de Dios, y era Padre pero no biológico, sino adoptivo, de su Hijo, Quien era desde la eternidad el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Sus gozos y dolores se comprenden entonces al interno de la historia de la salvación y en ella adquieren su trascendencia sobrenatural. Su recuerdo no es un mero traer a la memoria, sino una participación, por el misterio del Cuerpo Místico de Jesús, a la vida de San José y al misterio salvífico de su Hijo adoptivo, Jesucristo, el Hombre-Dios. Según una tradición, los Siete Dolores y Gozos de San José se realizan en siete Domingos sucesivos. Ofrecemos, en honor de San José y en su Novena, las siguientes meditaciones, con la intención de participar, con fe y con amor, de los misterios de su paternidad, prolongación en la tierra y por un instrumento humano, de la Paternidad divina de Dios Padre.

Sexto Dolor: San José experimenta este dolor en el regreso a Nazareth, el cual,  advertido también por el ángel del Señor, debe hacerlo por otro camino, debido a la presencia de los enemigos de su Hijo Jesús personificados en el rey Arquelao, quien había sucedido a su padre Herodes (Mt 2, 22). Con la preocupación y la angustia de poner nuevamente a salvo a su Hijo, San José condujo a la Sagrada Familia hacia Nazareth, porque el Niño “se había de llamar Nazareno” (Mt 2, 23); cuando llegaron, se establecieron en su antigua y pobre casa, en donde finalmente vivieron en paz. Con este dolor y esta tribulación, San José vive la Bienaventuranza que dice: “Bienaventurados seáis cuando proscriban vuestro nombre a causa del Hijo de Dios” (Lc 6, 22); también, puesto que en el corazón de San José no había lugar no solo para el odio, sino ni siquiera para el más mínimo rencor, y porque estaba inhabitado por el Espíritu Santo, San José amaba, en el Amor de su Hijo, a los enemigos de Dios, y así nos enseña el Santo Patriarca a vivir el Mandamiento de la Caridad de Jesús, que comprende, en primer lugar, a nuestros enemigos: “Amad a vuestros enemigos” (Mt 5, 44).

Sexto Gozo: San José experimenta el Sexto Gozo, en medio de las tribulaciones, y este gozo y alegría le vienen dados del cielo: San José se alegra porque regresa con su Hijo Dios a Nazareth y porque si bien experimenta en carne propia la malicia de los hombres –Herodes y Arquelao- que, aliados con el Príncipe de las tinieblas, buscan borrar el Nombre de Dios de la mente y el corazón de los hombres, la contemplación de su Hijo Dios lo colma de paz y serenidad, a lo que se le agrega el hecho de saber que está siempre acompañado por el Ángel de Dios, que es quien le avisa acerca de los peligros y le señala el camino seguro. Así, San José nos enseña cómo, en la extrema persecución a causa de la fe, Dios no solo no abandona, sino que Dios envía a sus ángeles para que nos protejan, pero sobre todo, está tan cercano a nosotros, que la angustia por la persecución se convierte en alegría. San José, que adoraba a su Hijo Dios hecho carne, nos enseña así a adorar a su Hijo, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, convirtiéndose en Maestro de los Adoradores Eucarísticos, y nos enseña también que -contrariamente a lo que solemos hacer, que es dejar de lado la oración y la adoración eucarística cuando hay una tribulación- la adoración eucarística es la fuente de nuestra fortaleza espiritual, de nuestra paz y de nuestra alegría.

Oh glorioso Patriarca San José, por la tribulación que experimentaste al temer por la vida de tu Hijo Dios a causa del rey Arquelao y por el gozo que inundó tu corazón por la compañía del ángel de Dios y por la adoración que ofrecías a Dios hecho carne, te suplicamos que intercedas por nosotros, oh sublime Maestro de Adoración a Jesús, para que, acompañados por nuestros ángeles de la guarda, seamos capaces de dar a tu Hijo Presente en la Eucaristía, el mismo amor y la misma adoración con que tú lo amabas y adorabas en tu tribulación. Amén.


Padrenuestro, Ave y Gloria.

Los siete dolores y gozos de San José - Quinto Dolor y Quinto Gozo de San José


Si bien San José fue un padre y esposo terreno y experimentó, como todo padre y esposo de esta tierra, gozos y dolores en los distintos sucesos de su familia, estos adquirieron una dimensión sobrenatural, desde el momento en que San José era Esposo casto y puro, meramente legal, de la Madre de Dios, y era Padre pero no biológico, sino adoptivo, de su Hijo, Quien era desde la eternidad el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Sus gozos y dolores se comprenden entonces al interno de la historia de la salvación y en ella adquieren su trascendencia sobrenatural. Su recuerdo no es un mero traer a la memoria, sino una participación, por el misterio del Cuerpo Místico de Jesús, a la vida de San José y al misterio salvífico de su Hijo adoptivo, Jesucristo, el Hombre-Dios. Según una tradición, los Siete Dolores y Gozos de San José se realizan en siete Domingos sucesivos. Ofrecemos, en honor de San José y en su Novena, las siguientes meditaciones, con la intención de participar, con fe y con amor, de los misterios de su paternidad, prolongación en la tierra y por un instrumento humano, de la Paternidad divina de Dios Padre.

Quinto Dolor: San José experimentó su Quinto Dolor al ejercer su rol de Padre adoptivo del Hijo de Dios, encomendado por Dios Padre desde la eternidad: San José sufrió, como sufre todo padre terreno, cuando debe salir del hogar para ir en busca de trabajo y aunque la Divina Providencia siempre lo asistió, de modo que por su trabajo como carpintero y por su dedicación paternal la Sagrada Familia nunca pasó ninguna necesidad material, hubo también momentos, como los hay en toda familia, en donde la incertidumbre por la economía y el trabajo se hacían sentir en el ánimo de San José, sufriendo el Santo Patriarca la pena de no tener el sustento necesario para el Rey y Reina de los cielos. Parte importante de este dolor fue el trabajo de San José en disponer a toda la Familia de Nazareth para huir en dirección a Egipto para poner a salvo a su Hijo Jesús, pues según le había advertido el ángel en sueños, el rey Herodes, celoso por la reyecía de Jesús, quería darle muerte, sin importarle que fuera un niño de poco tiempo de nacido: “El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo” (Mt 2, 13-23). Así se cumplió la Escritura que decía: “Desde Egipto llamé a mi Hijo” (Os 11, 1). San José, como jefe de familia, se puso manos a la obra, disponiendo todo para la huida, de manera de hacerles más liviano y llevadero el peligroso viaje que debían emprender, para ponerse a salvo de quienes querían asesinar al Niño. También sufre San José porque en la Sagrada Familia de Nazareth, que huye de sus enemigos debido a que esta Familia Santa lleva en su seno al Hijo de Dios, están representados todos los cristianos de todos los tiempos, que deberán abandonar precipitadamente sus hogares, sus patrias, sus pertenencias, a causa de la persecución que sufrirán por parte de los enemigos de la Santa Fe Católica. Sufre San José su Quinto Dolor, y llora en silencio, ofreciendo con mansedumbre su dolor al buen Dios.San José sufre, no solo por la suerte de su pequeño Hijito que, aun siendo Dios, está inerme y desprotegido, además de estar amenazado de muerte, y no sufre sólo porque la Madre del Niño y Esposa suya legal, debía abandonar su casa en Nazareth para poner a salvo a su Niño: San José sufre porque en el Niño neonato, perseguido y amenazado de muerte, están representados los Santos Mártires Inocentes, que morirán por causa de su Nombre cuando Herodes envíe a sus esbirros, buscando entre ellos al Hijo de Dios, sino que también están representados los cientos de millones de niños que, a lo largo de la historia de la humanidad, sufrirán muerte cruenta por medio del abominable crimen del aborto y por eso San José, mientras hace los preparativos para la fuga, llora en silencio y ofrece a su Hijo Dios su dolor.

Quinto Gozo: San José experimenta el Quinto Gozo porque en medio de las tribulaciones que significaban la huida a Egipto; la amenaza de muerte por parte de Herodes a su Niño Dios; el peligro de la travesía; el dirigirse a una tierra desconocida, como Egipto, en donde abundaban los ídolos, San José, sin embargo, tenía un gran consuelo, en medio de tanta pena, zozobra y dolor, y su consuelo era contemplar a su Niño y en su Niño, el rostro de Dios. San José sabía, por experiencia directa, que si bien Dios era invisible, ahora, por la Encarnación, se había hecho visible y es así como podía ver el Rostro de Dios en el Rostro de su Niño; sabía que Dios era Espíritu Puro, pero ahora, por la Encarnación, Dios Hijo se había encarnado, se había hecho Carne, y es por eso que cada vez que abrazaba y besaba a su Hijo, abrazaba y besaba a su Dios, el Dios que lo había creado, y que ahora, por la Encarnación, lo redimía y lo santificaba. La alegría que experimentaba San José, en la contemplación de Dios Hijo Encarnado, Jesucristo, compensaba todos los dolores, angustias, zozobras y tribulaciones que experimentaba por la Huida y a esta alegría se le añadía el ver cómo los ídolos de Egipto –en quienes está representados los ídolos de todas las naciones-, caían, uno tras otro, ante la Llegada del Único Dios Verdadero, Cristo Jesús. Así, San José nos enseña a confiar en Jesucristo y a acudir a Él, tanto más, cuanto más atribulados estemos, con la seguridad de que hallaremos consuelo en Él, que no nos abandona en ningún momento, aun cuando todo el mundo –incluidos los ángeles caídos- se vuelven en contra nuestra.

Oh santo custodio y vigilante de la Sagrada Familia de Nazareth, glorioso San José, por las tribulaciones que sufriste en tu tarea de procurar el alimento cotidiano al Hijo de Dios y sobre todo, en la Huida a Egipto, y por el gozo y la alegría que experimentaste al contemplar el Rostro de Dios en el rostro de tu Niño, te suplicamos por las familias que sufren dificultades y zozobras económicas, por las que son perseguidas por la fe y, sobre todo, por los niños por nacer, principalmente por los que serán abortados, para que sean llevados ante la Presencia del Dios Altísimo y adoren al Cordero por los siglos sin fin. Amén.


Padrenuestro, Ave y Gloria.

Los siete dolores y gozos de San José - Cuarto Dolor y Cuarto Gozo


Si bien San José fue un padre y esposo terreno y experimentó, como todo padre y esposo de esta tierra, gozos y dolores en los distintos sucesos de su familia, estos adquirieron una dimensión sobrenatural, desde el momento en que San José era Esposo casto y puro, meramente legal, de la Madre de Dios, y era Padre pero no biológico, sino adoptivo, de su Hijo, Quien era desde la eternidad el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Sus gozos y dolores se comprenden entonces al interno de la historia de la salvación y en ella adquieren su trascendencia sobrenatural. Su recuerdo no es un mero traer a la memoria, sino una participación, por el misterio del Cuerpo Místico de Jesús, a la vida de San José y al misterio salvífico de su Hijo adoptivo, Jesucristo, el Hombre-Dios. Según una tradición, los Siete Dolores y Gozos de San José se realizan en siete Domingos sucesivos. Ofrecemos, en honor de San José y en su Novena, las siguientes meditaciones, con la intención de participar, con fe y con amor, de los misterios de su paternidad, prolongación en la tierra y por un instrumento humano, de la Paternidad divina de Dios Padre.

Cuarto Dolor: San José experimenta el Cuarto Dolor al ingresar al Templo, acompañando a María Santísima, que lleva a su Niño Dios en brazos, para ofrendarlo al Señor, tal como prescribía la Ley para los primogénitos. Llevado por el Espíritu Santo al Templo, el anciano Simeón, al ver entrar a la Sagrada Familia, es iluminado por el Espíritu de Dios que lo inhabita y así reconoce en ese niño a Dios hecho Niño, que ha venido a este mundo para salvarlo, redimirlo y conducirlo a la Casa del Padre. Pero Simeón también recibe la gracia de saber que el Mesías habrá de padecer mucho y morir en cruz para la salvación de los hombres, y que Él será la causa de la exaltación de quienes se unan a su sacrificio en cruz, o de la caída para quienes lo rechacen. Simeón ve también, por inspiración divina, cuánto habrá de sufrir María Santísima, la Madre de Dios Niño, porque Ella será hecha partícipe en su espíritu de los dolores acerbos de su Hijo en la Pasión, y es esto lo que Simeón profetiza cuando, sosteniendo al Niño en brazos y contemplando a María, le dice: “Y a ti, una espada de dolor te atravesará el corazón”. Puesto que San José está unido a María Santísima en desposorios castos, porque el Amor que los une es el Amor de Dios, y en virtud de esta unión mística y sobrenatural que con su Esposa legal tiene, San José experimenta también como si su corazón fuera atravesado por una espada de dolor, porque comparte los dolores de María Santísima. Así, San José experimenta el dolor de saber que su Hijo habrá de padecer cruel muerte de cruz a manos de los hombres, para conseguir, con su Sangre derramada, la eterna salvación para las almas que lo acepten como su Salvador.

Cuarto Gozo: San José experimenta el Cuarto Gozo cuando escucha de Simeón la predicción de la salvación y resurrección gloriosa de innumerables almas, que serán salvadas por el sacrificio de su Hijo adoptivo, y este gozo compensa el dolor anterior, causado por la profecía de su muerte redentora. San José se alegra porque puede ver, a la luz del Espíritu de Dios, cómo el dolor –aún el más grande para un padre, como la muerte de un hijo-, ofrecido en mansedumbre de corazón y en unión de fe y de amor con el Hijo de Dios, se convierte en fuente de santificación personal y de salvación para muchas almas, y esto hace aumentar aún más el Cuarto Gozo de San José. San José se alegra porque con su Hijo Jesús, ni la muerte, ni el dolor, ni el infierno, tienen ya más la última palabra sobre la humanidad, porque su Hijo derrotará a estos grandes enemigos de los hombres, para abrir a toda la humanidad las puertas del Reino de los cielos, al extender sus brazos en la cruz. San José se alegra en su Cuarto Gozo, al vislumbrar la multitud incontable de almas que se salvarán gracias al sacrificio redentor de su Hijo adoptivo, Cristo Jesús.

Oh glorioso patriarca San José, por el dolor mortal que experimentaste en tu corazón al conocer la profecía de Simeón acerca de los dolores de Jesús y por la alegría sin fin que inundó tu preciosísima alma, llena del Espíritu Santo, al saber que por el dolor de tu Hijo serían salvadas incontables almas, te pedimos que intercedas para que, por los méritos de Jesús y la intercesión de la bienaventurada Virgen María, luego de llevar una vida santa, seamos incorporados al coro de los bienaventurados en la Jerusalén celestial. Amén. 
Padrenuestro, Ave María, Gloria.

Los siete dolores y gozos de San José - Tercer Dolor y Tercer Gozo


Si bien San José fue un padre y esposo terreno y experimentó, como todo padre y esposo de esta tierra, gozos y dolores en los distintos sucesos de su familia, estos adquirieron una dimensión sobrenatural, desde el momento en que San José era Esposo casto y puro, meramente legal, de la Madre de Dios, y era Padre pero no biológico, sino adoptivo, de su Hijo, Quien era desde la eternidad el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Sus gozos y dolores se comprenden entonces al interno de la historia de la salvación y en ella adquieren su trascendencia sobrenatural. Su recuerdo no es un mero traer a la memoria, sino una participación, por el misterio del Cuerpo Místico de Jesús, a la vida de San José y al misterio salvífico de su Hijo adoptivo, Jesucristo, el Hombre-Dios. Según una tradición, los Siete Dolores y Gozos de San José se realizan en siete Domingos sucesivos. Ofrecemos, en honor de San José y en su Novena, las siguientes meditaciones, con la intención de participar, con fe y con amor, de los misterios de su paternidad, prolongación en la tierra y por un instrumento humano, de la Paternidad divina de Dios Padre.

Tercer Dolor: San José experimenta el Tercer Dolor cuando, cumpliendo con los preceptos, lleva con María a su Niño para ser circuncidado. San José se estremece de dolor, pensando que esta primera sangre es sólo el anticipo de la Sangre que derramará su Hijo en la Pasión, cuando sea flagelado, coronado de espinas y finalmente crucificado. Pronto advierte San José que ser el Padre Adoptivo de Dios Hijo le dará amarguras y dolores desde temprano, porque ese Hijo suyo al que ama tanto, está destinado a derramar su Sangre para salvar a los hombres, siendo la Sangre de su Hijo la fuente divina de gracia y amor de Dios que lavará los pecados de la humanidad, los pecados de todo tipo: ira, soberbia, envidia, gula, pereza, lujuria, avaricia. Será la Sangre del Cordero, inmolado en el altar de la cruz, la que limpiará los corazones de los hombres, el lugar de “donde nacen toda clase de cosas malas” y la sangre derramada en la circuncisión y el dolor experimentado por el Niño, son sólo un anticipo del manantial de Sangre que brotará del Cordero de Dios, de la Cabeza coronada de espinas, del Cuerpo flagelado, de las manos y pies crucificados y de su Costado traspasado. Al igual que la Virgen, San José experimenta cómo “una espada de dolor” atraviesa su alma, y calla y ofrece este dolor al Padre Eterno, por nuestra salvación, y junto a María ofrece el dolor y la Sangre de su Hijo, como nuestra protección contra el primer pecado mortal de los más pequeños.

Tercer gozo: El Tercer Gozo lo experimenta San José cuando dan a su Niño el Nombre elegido por Dios mismo: Jesús. San José se alegra, porque es el Nombre sobre todo nombre, el Nombre cuyo otro no hay bajo la tierra para la salvación de los hombres; el Nombre de su Hijo es nombre de salvación eterna para las almas y todo el que lo invoque no quedará defraudado; es el Nombre que Dios Padre sugiere al alma, por medio del Espíritu Santo, para que se convierta de sus pecados y comience a vivir la vida de la gracia en esta tierra, que es la vida de la gloria en el Reino de los cielos. Que alguien pronuncie el Santo Nombre de Jesús, es ya una señal de que Dios Padre en persona obra sobre esa alma al enviarle el Espíritu Santo, porque nadie pronuncia el Nombre Sagrado de Jesús sino es movido por el Espíritu Santo y el Espíritu Santo no actúa en un alma si Dios Padre no lo desea. Porque el Nombre de Jesús, su Hijo Adoptivo, es signo de redención y salvación, San José experimenta un gozo inefable, porque bastará que un pobre pecador pronuncie con fe y con amor su Santo Nombre, para que Jesús acuda inmediatamente a su alma, para concederle los tesoros inagotables de su Sagrado Corazón, su Divina Misericordia.

Oh glorioso San José, por el dolor que experimentaste en la circuncisión de Jesús y por la alegría que inundó tu corazón al dar a tu Hijo el Dulce Nombre de Jesús, te suplicamos que intercedas ante el trono de la Divina Majestad para que viviendo alejados de todo pecado pronunciemos, durante toda nuestra vida terrena, pero sobre todo en la hora de nuestra muerte, desde lo más profundo del corazón y con todo el amor del que seamos capaces, el Nombre Santo de Jesús, para seguir luego pronunciándolo, en compañía de María Santísima y de los ángeles y santos, por toda la eternidad, en el Reino de los cielos. Amén. 
Padrenuestro, Ave María, Gloria.

Los siete dolores y gozos de San José - Segundo Dolor y Segundo Gozo


Si bien San José fue un padre y esposo terreno y experimentó, como todo padre y esposo de esta tierra, gozos y dolores en los distintos sucesos de su familia, estos adquirieron una dimensión sobrenatural, desde el momento en que San José era Esposo casto y puro, meramente legal, de la Madre de Dios, y era Padre pero no biológico, sino adoptivo, de su Hijo, Quien era desde la eternidad el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Sus gozos y dolores se comprenden entonces al interno de la historia de la salvación y en ella adquieren su trascendencia sobrenatural. Su recuerdo no es un mero traer a la memoria, sino una participación, por el misterio del Cuerpo Místico de Jesús, a la vida de San José y al misterio salvífico de su Hijo adoptivo, Jesucristo, el Hombre-Dios. Según una tradición, los Siete Dolores y Gozos de San José se realizan en siete Domingos sucesivos. Ofrecemos, en honor de San José y en su Novena, las siguientes meditaciones, con la intención de participar, con fe y con amor, de los misterios de su paternidad, prolongación en la tierra y por un instrumento humano, de la Paternidad divina de Dios Padre.

Segundo Dolor: el Segundo Dolor lo experimentó cuando, llegada ya la Hora de su Nacimiento, estando la Sagrada Familia en Belén, San José se dio cuenta que su Hijo, Dios, no tenía lugar en las ricas posadas de Belén y que por lo tanto, deberían buscar un lugar pobre, oscuro, frío, el Portal de Belén. San José experimentó un agudo dolor al comprobar, en carne propia, el egoísmo del corazón humano sin Dios, representado en las ricas posadas de Belén, llenas de gente, de cantos, de risas, de bailes, abrigadas con el fuego de las chimeneas, comiendo y bebiendo despreocupadamente. Estas posadas representan los corazones humanos sin Dios: aunque por fuera parecen alegres y despreocupadas, la alegría es sólo aparente, porque han dejado fuera de las puertas de sus corazones al Dios de la Alegría infinita, Jesús de Nazareth, para volcarse en las falsas alegrías mundanas. San José experimenta dolor por la condición de estas almas, porque nada bueno puede suceder a un alma, cuando cierra la puerta de su corazón a Dios Hijo Encarnado, como lo hicieron las ricas posadas de Belén. A su vez, el pobre Pesebre en donde finalmente nació el Redentor, un lugar oscuro y frío, un refugio de animales, carente de todo atractivo y belleza, representa al corazón del hombre pecador, que en cuanto tal, es oscuro y frío, pero que, en su pobreza, en su oscuridad, en su frialdad, no duda en albergar a Dios que viene a Él a través de María y José, como un Niño humano. Y así, el corazón del pecador que acepta la gracia, cuya Medianera es María Santísima, y abre su corazón para que en él nazca el Hijo de Dios, el Salvador, ve cómo su corazón se transforma: de oscuro y frío y carente de todo atractivo, al nacer en Él el Hijo de Dios por la gracia, se ve inundado de la luz de su gloria divina y ve incendiado su corazón en el Fuego del Divino Amor, a la par que su alma se cubre de la belleza y hermosura que le otorga la divina gracia.

         Segundo Gozo: San José experimenta el segundo gozo o alegría cuando, al nacer el Niño de María, ve al pobre Portal de Belén iluminarse con la luz de la gloria divina del Ser trinitario del Niño Jesús, al tiempo que escucha el grandioso coro angélico que canta en la tierra las maravillas de la gloria de Dios, anunciando la paz del corazón para los hombres de buena voluntad que aman al Señor. San José se llena de gozo porque el Portal de Belén -representación del corazón humano-, que antes del Nacimiento era sólo un refugio de animales –figura de las pasiones sin el control de la razón y de la gracia-; oscuro –por la ausencia de la Luz de Dios, Jesucristo-; y frío –porque no tenía el Fuego del Divino Amor en él-, ahora, al nacer milagrosamente el Hijo adoptivo de José, Cristo Jesús, este mismo corazón del hombre se llena de la luz de la gracia, del Fuego del Espíritu Santo y todo en él es armonía, quedando sus pasiones en paz al ser convertidos, su alma y su cuerpo, en templos del Espíritu Santo.

Oh glorioso y bienaventurado patriarca San José, elegido por Dios Padre para ser Padre adoptivo de Dios Hijo Encarnado; te pedimos que por el dolor que experimentaste al ver a tu Hijo rechazado por muchos, y por el gozo de verlo ensalzado por los coros de los ángeles y recibido por los pobres y humildes de corazón, que intercedas para que nuestros corazones, pobres y oscuros como el Portal de Belén reciban, a través de María, Medianera de todas las gracias, a la Fuente de toda gracia y la Gracia Increada en sí misma, Cristo Jesús en la Eucaristía. Amén.


Padrenuestro, Ave y Gloria.

Los siete dolores y gozos de San José - Primer Dolor y Primer Gozo


Si bien San José fue un padre y esposo terreno y experimentó, como todo padre y esposo de esta tierra, gozos y dolores en los distintos sucesos de su familia, estos adquirieron una dimensión sobrenatural, desde el momento en que San José era Esposo casto y puro, meramente legal, de la Madre de Dios, y era Padre pero no biológico, sino adoptivo, de su Hijo, Quien era desde la eternidad el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Sus gozos y dolores se comprenden entonces al interno de la historia de la salvación y en ella adquieren su trascendencia sobrenatural. Su recuerdo no es un mero traer a la memoria, sino una participación, por el misterio del Cuerpo Místico de Jesús, a la vida de San José y al misterio salvífico de su Hijo adoptivo, Jesucristo, el Hombre-Dios. Según una tradición, los Siete Dolores y Gozos de San José se realizan en siete Domingos sucesivos. Ofrecemos, en honor de San José y en su Novena, las siguientes meditaciones, con la intención de participar, con fe y con amor, de los misterios de su paternidad, prolongación en la tierra y por un instrumento humano, de la Paternidad divina de Dios Padre.

         Primer Dolor: el Primer Dolor sufrido por San José, se produce antes de comenzar a vivir con María, su esposa legal: al llevarse a cabo la Encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, María Santísima quedó encinta aún antes de convivir con quien ya era su esposo legal, por lo que el Santo experimentó angustia y aflicción, porque si bien nada malo pensaba de María, se encontraba perplejo ante la disyuntiva de abandonar o no a María Virgen. María estaba encinta, pero el Niño que se alojaba en su vientre no tenía un padre biológico, porque su padre no era un hombre, sino Dios Padre, al ser el Niño la Palabra Eterna del Padre que se encarnaba, por obra del Espíritu Santo, el Amor de Dios, en el seno purísimo de María para cumplir su misterio pascual de muerte y resurrección. A su vez, María Santísima, por la Encarnación, se convirtió en la Madre de Dios, que alojaba en su seno virginal y en su útero corporal a Dios Hijo, la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, y esto sin perder su virginidad, porque la Concepción de su Hijo fue Inmaculada, desde el momento en que Quien la realizó fue el Espíritu Santo, el Divino Amor. Pero esto no lo sabía San José, por lo que, al enterarse de que su Esposa legal estaba embarazada, sintió un vivo dolor al enfrentarse a la decisión de si abandonar o no a su Esposa, lo cual la haría víctima del repudio público, como se acostumbraba en la época.

         Primer Gozo: el Primer Gozo de San José lo experimentó cuando, por medio de sueños, el Arcángel le reveló el sublime misterio encerrado en el seno virginal de María: “(…) mientras pensaba en esto, se le apareció en sueños un ángel del Señor, diciendo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque el Niño que se ha engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1, 20). El Ángel le revela el origen celestial y divino del fruto de la concepción de María, quitando de raíz cualquier concepción terrena y por lo tanto derribando cualquier duda acerca de la fidelidad de María Santísima. San José experimenta no solo alivio –“no temas”, le dice el ángel-, sino un gran gozo, tanto por ver confirmada su presunción acerca de la inocencia de su Esposa, de la cual nunca dudó –aunque no sabía cómo explicar el hecho-, sino porque al mismo tiempo, si María era la Madre de Dios porque el Hijo engendrado en Ella había sido concebido por el Espíritu Santo, entonces él era el Padre Adoptivo del Hijo de Dios, a quien Dios Padre le había confiado nada menos que representarlo en la tierra en aquella tarea que Él ejercía desde toda la eternidad, esto es, la paternidad. No podía experimentar un gozo más grande San José, que el saber que Dios Padre le había confiado la tarea de ser el Padre Adoptivo de Dios Hijo, continuando su tarea desarrollada por la eternidad, la de ser Padre, aunque San José tenía un agregado: debía ser el Padre Adoptivo de Dios Hijo Encarnado, es decir, de Dios Hijo que había asumido una condición que no tenía en la eternidad, y que era el poseer una naturaleza humana, que debía crecer y desarrollarse desde su estadio de embrión, y él, San José, era el encargado de cuidarlo y educarlo en el proceso de crecimiento propio de la naturaleza humana. El primer gozo de San José fue el saber que María era la Madre de Dios y que su Hijo era el Hijo de Dios y que él había sido elegido por Dios Padre para reemplazarlo en la tierra en su tarea paterna.

         Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, por el dolor y la aflicción que experimentaste frente a la posibilidad de abandonar a vuestra Amada Esposa Inmaculada y por la alegría que llenó tu castísimo corazón al revelarte el ángel el sublime misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, te suplicamos que consueles nuestros corazones en las tribulaciones de la vida presente, para que vislumbrando la vida eterna que nos concedió tu Hijo adoptivo, vivamos serenos y alegres hasta el día en que, por la Misericordia de Jesús, merezcamos ser llevados al Reino de los cielos. Amén.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

viernes, 4 de marzo de 2016

El Sagrado Corazón de Jesús y la Santa Misa


         Cuando nos detenemos a reflexionar acerca de las apariciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacquoque, algo que nos sorprende –más allá del contenido de las apariciones y sus mensajes, obviamente- es el hecho de la aparición en sí misma. Una aparición es un evento sobrenatural, un suceso extraordinario que viene del cielo; es una manifestación que Dios ha deseado y aprobado, por lo que el alma destinataria puede considerarse sumamente afortunada, en el sentido de haber sido elegida por la Trinidad, de entre cientos de miles e incluso hasta millones de almas. Se puede considerar como elegida por el amor de Dios el alma a la que se le aparece un santo, un ángel, o la Madre de Dios, María Santísima. Y también se puede considerar afortunada el alma a la que se le aparece el mismo Dios Encarnado en Persona, Nuestro Señor Jesucristo, tal como le sucedió a Santa Margarita María de Alacquoque, a quien Nuestro Señor eligió, podríamos decir, con amor de predilección, de entre todas las almas que forman parte de su Cuerpo Místico, la Iglesia. Pero la predilección divina no se basa en criterios humanos, por cuanto Jesús no elige a Santa Margarita a causa de sus dones, inteligencia, sabiduría, virtudes, sino precisamente por la falta de estos dones, tal como Él mismo se lo dice, al decirle explícitamente que la elige a ella por ser “abismo de indignidad e ignorancia”[1].
         Ser el destinatario de una aparición como la del Sagrado Corazón es, por lo tanto, un signo de predilección de parte de Dios y al alma esa se la puede llamar "afortunada". Sin embargo, quienes asistimos a la Santa Misa, y no hemos recibido estas manifestaciones divinas y sensibles personalmente, no podemos por eso dejar de considerarnos afortunados, e incluso muchísimo más afortunados que santos como Santa Margarita. ¿Por qué? La razón es que nosotros recibimos, en la Eucaristía, una muestra de amor, por parte de Dios, infinitamente más grande que la que recibió Santa Margarita. En efecto, en las apariciones, Jesús le muestra su Sagrado Corazón, pero no se lo da a Santa Margarita para que comulgue con él; en la Santa Misa en cambio, nos dona, a cada uno de nosotros, su Sagrado Corazón Eucarístico, vivo, palpitante, glorioso, resucitado, latiendo con el ritmo del Divino Amor, para que uniéndonos a Él por la Comunión eucarística, pueda el Sagrado Corazón derramar en nuestras almas el Espíritu Santo, el Fuego del Amor Divino que lo inhabita y envuelve. En las apariciones, Jesús toma el corazón de Santa Margarita, lo introduce en el suyo y se lo devuelve en forma de fuego[2]; en la Comunión eucarística, Jesús no toma nuestro corazón, sino que nos da el suyo, envuelto en las llamas del Fuego del Espíritu Santo, para incendiar nuestros corazones al contacto con las llamas del Amor de Dios. 
       Como podemos ver, este don de su Corazón Eucarístico y de su Divino Amor es algo infinitamente más grandioso que si se nos apareciera el Sagrado Corazón visiblemente, sensiblemente. Y así como Santa Margarita no fue elegida por sus dones, sino por la falta de ellos –a pesar de ser Margarita una santa-, mucho más nos elige Jesús a nosotros, para donarnos su Sagrado Corazón Eucarístico, desde el momento en que somos muchos más indignos e ignorantes que Santa Margarita.




[1] Primera Aparición, cfr. https://www.aciprensa.com/santos/margarita5.htm
[2] Cfr. ibidem.