San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 29 de julio de 2014

Santa Marta de Betania


         Santa Marta de Betania, hermana de María y Lázaro, grandes amigos de Jesús, es un hermoso ejemplo de fe inquebrantable en Jesús en la adversidad, puesto que cree en Jesús y no se rebela ante Él, aun cuando, humanamente hablando, pareciera que Jesús, siendo amigo de ella y de sus hermanos, pareciera no haberlos escuchado en los momentos en los que más los necesitaba, que es la enfermedad y muerte de Lázaro. ¿Qué es lo que había sucedido? El hermano de Marta y María, Lázaro, enferma gravemente y muere. Pero antes de morir, Marta y María, conocedoras por un lado del poder milagroso de Jesús, puesto que lo habían visto hacer milagros –resucitar muertos, multiplicar panes y peces, expulsar demonios, dar vista a los ciegos, etc.-, y confiando en el amor de amistad que unía a los tres hermanos con Jesús, mandan a avisar a Jesús que su hermano, Lázaro, está gravemente enfermo. Las hermanas saben que Jesús es el Hombre-Dios y que por lo tanto, tiene el poder de curar a su hermano, y por eso es que acuden a su auxilio. Sin embargo, contra toda lógica humana, Jesús no acude al instante; extrañamente, y contra todo parecer humano, en vez de emprender el camino inmediatamente, se queda dos días, el tiempo suficiente para que Lázaro empeore y muera. Alguien podría haber pensado que, siendo Jesús tan amigo de Lázaro, de Marta y de María, debería haberse puesto en camino en el acto; incluso, podría haber pedido prestado un caballo, o un carruaje, para llegar más rápido, pero Jesús hace lo opuesto: se queda dos días, y mientras tanto, su amigo muere y las hermanas Marta y María se sumen en la más profunda de las tristezas.
         Cuando Jesús llega, Marta sale a su encuentro, y en el diálogo que entabla con Jesús, se ve la entereza de su fe y la integridad de su amor para con Jesús, fe y amor que no solo no han disminuido, a pesar de que humanamente la actitud de Jesús no es comprensible, sino que, en el diálogo, se comprende que incluso han aumentado. En un primer momento, Marta no solo no le reprocha el hecho de que Jesús no haya venido, sino que, confiando en su poder divino, acude a Él para pedirle por su hermano: “Señor, si hubieras estado aquí –parece un reproche, pero no lo es-, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”. Marta no solo no le reprocha la ausencia a Jesús, sino que su fe y su amor en Él son tan grandes que, confiando en Él, aun cuando su hermano lleva ya días de muerto, y su cadáver está en descomposición, le pide que lo vuelva a la vida. Jesús, en premio a su fe, le concede la resurrección –temporal- de su hermano Lázaro, pero además, se revela ante Marta como el Hombre-Dios que vence a la muerte con su propio poder, puesto que Él es, con su Ser trinitario, la Fuente inagotable de la Vida Increada, y el Creador de toda vida creatural, participada: “Yo Soy la resurrección y la vida, el que crea en Mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás”. Jesús finaliza el diálogo con Marta, con una pregunta: “¿Crees esto?”. Marta le responde con un firme: “Sí, Señor, creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que debía venir al mundo”.

         Ahora bien, el mismo Jesús que resucitó a Lázaro, y el mismo Jesús que dialogó con Santa Marta, es el mismo Jesús que, resucitado y glorioso, que ha vencido ya a la muerte, porque ha pasado ya por su misterio pascual de muerte y resurrección, nos pregunta también a nosotros lo mismo desde la Eucaristía: “¿Creen que Yo Soy el Hombre-Dios Jesucristo, que está, invisible, glorioso y resucitado en la Eucaristía, y que cada vez que comulgan, voy a sus corazones, para darles mi Vida eterna, mi Amor infinito, y que cuando mueran, los resucitaré para que no mueran nunca más y vivan para siempre en el Reino de los cielos?”. Y nosotros, junto con Santa Marta, con su misma fe, le respondemos a Jesús Eucaristía: “Sí, Jesús, creemos que Tú en la Eucaristía eres el Hombre-Dios, que estás invisible, con tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma, tu Divinidad, tu Amor Eterno, y que te donas cada vez, sin reservas, en la comunión, y que cuando muramos, nos darás la Vida eterna, tu misma Vida, para que vivamos junto a Ti, al Padre, y al Amor que los une, el Espíritu Santo, en el Reino de los cielos, por toda la eternidad”.

martes, 22 de julio de 2014

Santa Brígida de Suecia y las promesas de Jesús y la Virgen para quienes mediten sobre la Pasión


Santa Brígida de Suecia meditaba, con mucha frecuencia, en la Pasión de Jesús y quería saber cuántos eran los latigazos que había recibido en su Pasión. Un día, estando arrodillada en oración, en la Basílica de San Pablo Extramuros, en Roma, en la capilla del Santísimo Sacramento, delante del Crucifijo, Jesús le habló y le dijo lo siguiente: “Recibí en Mi Cuerpo cinco mil cuatrocientos ochenta latigazos. Si queréis honrarlos en verdad, decid 15 veces el Padre Nuestro; también 15 veces el Ave María, con las siguientes oraciones, durante un año completo. Al terminar el año, habréis venerado cada una de Mis Llagas”. Luego, el mismo Jesús en Persona, le dictó las oraciones a Santa Brígida y además le dijo que, quien recitara estas oraciones devotamente cada día por el espacio de un año, se haría merecedor de las siguientes veinte promesas (Jesús las formuló en primera persona)[1]:
1. Cualquiera que recite estas oraciones, obtendrá el grado máximo de perfección.
2. Quince días antes de su muerte, tendrá un conocimiento perfecto de todos sus pecados y una contrición profunda de ellos.
3. Quince días antes de su muerte, le daré mi precioso cuerpo a fin de que escape el hambre eterna; le daré a beber mi preciosa sangre para que no permanezca sediento eternamente.
4. Libraré del purgatorio a 15 almas de su familia.
5. Quince almas de su familia serán confirmadas y preservadas en gracia.
6. Quince pecadores de su familia se convertirán.
7. Haz de saber que cualquiera que haya vivido en estado de pecado mortal por 30 años; pero recita o tiene la intención de recitar estas oraciones devotamente, Yo, el señor, le perdonaré todos sus pecados.
8. Si ha vivido haciendo su propia voluntad durante toda su vida y está para morir al día siguiente, prolongaré su existencia.
9. Obtendrá todo lo que pida a Dios y a la Santísima Virgen.
10. En cualquier parte donde se estén diciendo las oraciones, o donde se digan, Dios estará presenté por su gracia.
11. Todo aquél que enseñe estas oraciones a los demás, ganará incalculables méritos y su gloria será mayor en el cielo.
12. Por cada vez que se recite estas oraciones, se ganarán 100 días de indulgencia.
13. Su alma será liberada de la muerte eterna.
14. Gozará de la promesa de que será contado entre los bienaventurados de cielo.
15. Lo defenderé contra las tentaciones del mal.
16. Preservaré y guardaré sus cinco sentidos.
17. Lo preservaré de una muerte repentina.
18. Yo colocaré mi cruz victoriosa ante él para que venza a los enemigos de su alma.
19. Antes de su muerte vendré con mi amada Madre.
20. Recibiré muy complacido su alma y lo conduciré a los gozos eternos. Y habiéndolo llevado allí, le daré a beber de la fuente de mi divinidad.
         Pero además de estas oraciones y promesas, Santa Brígida recibió otras dos oraciones y promesas, una más proveniente de Jesús, en recuerdo de las veces que derramó su Preciosísima Sangre en su vida terrena, y otra de la Virgen. La de Jesús, debe rezarse durante doce (12) años, y consiste en siete oraciones diarias; la de la Virgen, consiste en la meditación diaria de sus Siete Dolores[2]. Ambas oraciones, también tienen sus respectivas promesas.
         Las promesas de las oraciones a rezar durante doce (12) años son las siguientes[3]:
         1. El alma que las reza no sufrirá ningún Purgatorio.
2. El alma que las reza será aceptada entre los mártires como si hubiera derramado su propia sangre por la fe.
3 El alma que las reza puede (debe) elegir a otros tres a quienes Jesús mantendrá luego en un estado de gracia suficiente para que se santifiquen[4].
4. Ninguna de las cuatro generaciones siguientes al alma que las reza se perderá.
5. El alma que las reza será consciente de su muerte un mes antes de que ocurra.





[1] Esta devoción ha sido declarada buena y recomendada tanto por el Sacro Collegio de Propaganda Fidei, como por el Papa Clemente XII. El Papa Inocencio X confirmó esta revelación como “venida del Señor”. Para quien desee rezarlas, éste es el enlace: http://deangelesysantos.blogspot.com.ar/p/las-quince-oraciones-de-santa-brigida.html
[2] Para quien desee rezar esta devoción, éste es el enlace: http://deangelesysantos.blogspot.com.ar/p/devocion-de-los-siete-dolores-de-maria.html
[3] Estas oraciones, como le han sido dadas por el Señor a Santa Brígida, deben rezarse durante 12 años. En caso que la persona que las rece muera antes que pasen los doce años, el Señor aceptará estas oraciones como si se hubieran rezado en su totalidad. Si se saltase un día o un par de días con justa causa, podrán ser compensadas al final de los 12 años. El enlace, para quien desee rezar estas oraciones, es el siguiente: http://deangelesysantos.blogspot.com.ar/p/las-oraciones-de-santa-brigida-para.html
[4] Escribir los tres nombres (personas vivas) en un papel y guardarlo. Los nombres no se pueden cambiar.

lunes, 21 de julio de 2014

María Magdalena y la alegría de la Resurrección


         María Magdalena es el ejemplo de cómo el encuentro personal con Jesús cambia radicalmente la vida de una persona, pero no en el mero sentido existencial; María Magdalena es un ejemplo de cómo su encuentro personal con Jesús da un giro decisivo a su vida, tanto en el tiempo, como en la eternidad. En el tiempo, porque el encontrarse con Jesús, le significa a ella no solo el salvar doblemente la vida –puesto que Jesús la salva de ser lapidada y además le perdona los pecados, es decir, le salva la vida temporal, terrena, y le devuelve la vida del alma, al sacarla del estado de pecado mortal, expulsándole los demonios- y el ser liberada de sus enemigos, naturales y preternaturales –los fariseos, que querían lapidarla, y los demonios, que habían poseído su cuerpo-, sino que le significa también el inicio de una nueva vida, una vida absolutamente distinta, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, la vida concedida solo por Jesucristo, la vida que comienza precisamente a partir del encuentro personal con Él, y es una vida que comienza en el tiempo y que continúa por toda la eternidad, si el alma es fiel a la gracia.
Los últimos atisbos de la vida terrena y pasada de María Magdalena, anteriores al encuentro con Jesucristo, caracterizados por la tristeza y el llanto que producen la perspectiva de la muerte sin la resurrección, se dan momentos antes de su encuentro con Jesús resucitado (cfr. Jn 20, 11ss): allí, María Magdalena llora porque si bien su vida ha experimentado el encuentro con Jesús, todavía no conoce la alegría de la Resurrección; todavía le falta experimentar el triunfo de Jesús sobre la muerte y la alegría que brota de Jesús resucitado, y es por eso que llora desconsoladamente, ante la posibilidad de no volver a ver más -según su pensamiento-, a Jesús. Pero este pensamiento oscuro, causa de su tristeza y de su llanto, desaparecerán para siempre cuando Jesús resucitado se le manifieste con todo su esplendor, no solo a sus ojos corporales, sino ante todo a su alma, haciéndole ver la majestuosidad de su humanidad glorificada por la divinidad y transfigurada por la gloria divina, comunicándole la alegría de la Resurrección, una alegría que no pertenece a este mundo, y que hace que el alma no quepa en sí de gozo y de admiración. Ahora bien, lo más importante es que esta alegría que experimenta María Magdalena, al contemplar a Cristo resucitado en el jardín, es solo el inicio de una alegría que no habría de finalizar nunca jamás, puesto que no se trata de una alegría pasajera, ocasional, sino que se trata de la alegría de la resurrección, y por lo tanto, es la alegría que se vive en los cielos, en la eternidad, porque es la alegría que se deriva del Ser trinitario de Jesucristo, Ser que es eterno y por lo mismo, no finaliza jamás.
El encuentro personal de María Magdalena con Jesucristo, cambia entonces radicalmente la vida de María Magdalena, no solo porque en su vida terrena la libra de sus enemigos –los fariseos y los demonios-, y no solo porque le concede la vida de la gracia, sino porque, por la gracia, la conduce a la vida eterna, y el episodio de la alegría de la resurrección, es solo el preludio de la alegría eterna, sin fin, que María Magdalena habría de experimentar por toda la eternidad.

Por lo tanto, María Magdalena es ejemplo para todo cristiano, porque todo cristiano debe experimentar el encuentro personal con Jesús, el encuentro que cambiará su vida, tanto en el tiempo, como en la eternidad. Ahora bien, María Magdalena lo encontró en el jardín; el cristiano lo encuentra, al mismo y único Jesucristo, igualmente resucitado y glorioso, en la Eucaristía, desde donde también comunica la alegría de la Resurrección.

domingo, 20 de julio de 2014

San Lorenzo de Brindis y la fuente de su fuerza espiritual


Vida y obra de San Lorenzo de Brindis
César de Rossi nació en Brindis, ciudad del reino de Nápoles, en el año 1559; a los seis años se destacaba por una memoria prodigiosa, que le permitía memorizar páginas enteras, que recitaba en público. A los dieciséis años, pidió ingresar en la Orden de Capuchinos, donde debido a su gran capacidad intelectual y a su profunda vida espiritual, enseñó teología a sus hermanos de religión y ocupó varios cargos de responsabilidad, siendo posteriormente delegado del Papa en muchos asuntos importantes, pero manteniendo sin embargo en todo momento una profunda humildad. Con el hábito religioso, César de Rossi recibió el nombre de Lorenzo. Predicó con asiduidad y eficacia en varios países de Europa y también escribió muchas obras de carácter doctrinal. Murió en Lisboa el año 1619.
         Mensaje de santidad
Una anécdota ocurrida al inicio de su profesión religiosa, da cuenta de dónde obtenía San Lorenzo su fuente de su energía vital, la luz de su gran inteligencia, y la profundidad de su vida espiritual.  Cuando San Lorenzo, a los dieciséis años de edad pidió ser admitido en la orden religiosa, el superior le advirtió que la vida religiosa no iba a ser fácil, sino que, por el contrario, iba a ser muy difícil, porque se trataba de una vida muy diferente a la vida del mundo, en la que todo es comodidad y deleite; la vida del claustro, por el contrario, es todo austeridad y sobriedad. Entonces San Lorenzo le preguntó al superior: “Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?” “Sí, lo habrá”, respondió el superior.  Entonces San Lorenzo le contestó: “Entonces eso me basta.  Al mirar a Cristo Crucificado tendré fuerzas para sufrir por amor a Él, cualquier padecimiento”. La meditación favorita de San Lorenzo era la Pasión y Muerte de Jesucristo, y esta es la razón por la cual el santo encontraba, en el crucifijo, la fuente de la fortaleza para la vida religiosa.

Esto es acorde a lo que dice Santo Tomás, cuando da la clave para la felicidad: dice Santo Tomás de Aquino, que si alguien quiere ser feliz, tanto en esta vida, como en la otra, no tiene más que hacer, que “desear lo que Cristo deseó en la cruz, y despreciar lo que Cristo despreció en la Cruz”, y eso es lo que San Lorenzo hizo durante toda su vida, y fue lo que le dio luz a su intelecto, profundidad en su vida espiritual y fortaleza en las tribulaciones. Puesto que la Iglesia nos da a este gran santo para que lo contemplemos y lo imitemos, también nosotros debemos imitar a San Lorenzo de Brindis, y decir como él, frente a las tribulaciones de la vida: “¿Hay un crucifijo?¿Tengo la Misa, en donde está Cristo en Persona, renovando para mí su sacrificio en la cruz? ¿Hay una Eucaristía, en donde está Cristo en Persona? Entonces, eso me basta. Contemplar a Cristo en la cruz, contemplarlo en la Santa Misa, invisible, renovando para mí su sacrificio incruento, y donándose todo entero, con su Cuerpo, Sangre, Alma, Divinidad, y con su Sagrado Corazón Eucarístico, que contiene todo el Amor de Dios, en cada Eucaristía, es lo que me basta para superar, con creces, cualquier tribulación que se me pueda presentar en esta vida terrena, en este valle de lágrimas, hasta que llegue el día feliz del encuentro con Él, cara a cara, en la feliz eternidad”. 

viernes, 11 de julio de 2014

San Benito Abad y la Cruz de Jesús


         El abad San Benito creó una medalla con una cruz y una inscripción en latín, la cual luego fue reconocida por la Iglesia como sacramental, instituido en su memoria[1]. Con respecto a su significado, incorporado al Ritual Romano por Benedicto XIV en el año 1742[2], es de un neto contenido exorcístico, es decir, las inscripciones son en realidad las primeras letras de una oración de exorcismo contra el Demonio[3].
         ¿Cuál es su significado?
“Crux Sancta”: “La cruz santa”: la Cruz es santa porque en ella está Jesucristo, el Hombre-Dios, que es el Dios Tres veces Santo, y como tal, es quien santifica todo a su contacto, y por lo tanto, es quien hace a la cruz, santa; la cruz es santa porque es Jesús, el Dios Tres veces Santo, quien la santifica con su Ser divino trinitario; pero a su vez, la Cruz santa, santifica a quien se acerca a ella, porque la Cruz está empapada con la Sangre del Cordero, Sangre que es santa, porque brota de las heridas del Cordero “como degollado”, Cristo Jesús, que se inmola en el ara de la Cruz para salvar al hombre al precio de su vida, ofrecida en el sacrificio del Calvario, renovado de modo incruento, cada vez, en la Santa Misa.
“Sit Mihi Lux”: “sea mi luz (la Santa Cruz)”: la Cruz está empapada en Sangre, pero puesto que es la Sangre del Cordero, la Cruz es luz, porque la Sangre del Cordero es la Sangre de Dios y Dios es Luz (1 Jn 1, 5), Luz eterna, indefectible, trinitaria, celestial, sobrenatural, que da de esa vida eterna a aquel a quien ilumina, y por eso quien se acerca a la Cruz de Jesús, es iluminado por la luz eterna que brota del Costado abierto del Sagrado Corazón de Jesús.
“Non Draco Sit Mihi Dux”: “que el Dragón no sea mi guía”: quien se acerca a la Cruz de Jesús, es bañado por la Sangre del Cordero y es iluminado por la luz eterna que brota del Costado abierto del Hombre-Dios; quien se acerca a la Cruz de Jesús, recibe la vida eterna del Hijo de Dios encarnado, crucificado, muerto y resucitado y por lo mismo, es convertido en hijo adoptivo de Dios y como hijo adoptivo de Dios, es hijo de la luz y nada tiene que ver con las tinieblas, con los hijos del Dragón, la Serpiente Antigua, el Ángel caído, Satanás. Quien se acerca a la Cruz de Jesús, es bañado por la Sangre del Cordero de todas sus iniquidades y es iluminado por su luz eterna y así es conducido hacia la morada santa, el seno del Padre Eterno, y no es engañado por la Serpiente. Por el contrario, quien se aleja de la Cruz de Jesús, es arrastrado por el Dragón Rojo hacia el abismo en donde no hay redención; quien se aleja de la Cruz de Jesús, tiene por guía a la Estrella Roja, al Dragón del Infierno, que lo conduce con sus mentiras y engaños hacia la eterna perdición, hacia las tinieblas eternas.
“Vade retro Satana”: “Atrás Satanás”: solo la Cruz de Jesús hace retroceder al Dragón del Infierno; solo la Cruz de Jesús lo vence, de una vez y para siempre, porque la Cruz está empapada con la Sangre del Cordero de Dios; ante la vista de la Cruz de Jesús, la Serpiente Antigua huye como una fiera enloquecida de terror; ante la vista de la Cruz de Jesús, el Ángel caído, y el Infierno todo, se estremecen de pavor, se conmueven de terror, aúllan de desesperación, porque de la Cruz de Jesús emana la omnipotencia de Dios Uno y Trino que hace sentir todo el peso de la ira y de la justicia divina hasta en el último rincón del Infierno. Es por este motivo que Santa Teresa de Ávila decía: “Antes tenía temor del demonio; pero con la Cruz de Jesús, ahora es el demonio quien me tiene miedo a mí”.
“Nunquam Suadeas Mihi Vana”: “No me aconsejes cosas vanas”: la Cruz de Jesús protege de las cosas vanas que aconseja el demonio, las vanidades y superficialidades del mundo, que hoy están y a la tarde ya han desaparecido. Todo lo que no sea la Cruz de Jesús, es “vanidad de vanidades y pura vanidad y correr tras el viento” (Ecle 1, 2; 4, 4). Por eso San Ignacio de Loyola decía que el alma debía desear solo lo que Cristo deseaba en la Cruz, y debía desechar lo que Cristo desechaba en la Cruz: “Dolor con Cristo doloroso; quebranto con Cristo quebrantado; lágrimas, pena interna, de tanta pena que pasó por mis pecados”.
“Sunt Mala Quae Libas”: “Es malo lo que me ofreces”: el Demonio solo ofrece “cosas malas”, dice San Benito, y estas “cosas malas”, son las ideologías ofrecidas al hombre para que este se postre en su adoración: materialismo, relativismo, ateísmo, agnosticismo, panteísmo, neo-paganismo nueva era, comunismo, liberalismo, consumismo, existencialismo, sectas, falsas religiones, etc. Solo la Cruz de Jesús ofrece al hombre el verdadero Camino, la única Verdad y la Vida eterna, porque solo en la Cruz de Jesús encuentra el hombre a Cristo, el Hijo Eterno del Padre. Quien se abraza a la Cruz de Jesús, recibe el Espíritu Santo, que lo conduce al seno del Padre; por la Cruz de Jesús, recibimos el Amor Divino que nos perdona y nos conduce a la comunión plena en el Amor con el Padre y el Hijo.
“Ipse Venena Bibas”: “Bebe tú mismo tus venenos”: quien se abraza a la Cruz de Jesús, se abraza a la Carne y la Sangre del Cordero, Carne y Sangre que contienen el Fuego del Espíritu de Dios, y así su alma se alimenta con el Amor de Dios, y quien se alimenta del Amor de Dios, nada sabe de los venenos del Dragón, el cual debe así “beberse sus propios venenos”, el odio a Dios y a los hombres, la discordia, la maledicencia, la lujuria, la pereza, la ira, la gula, la avaricia, la soberbia. Quien se abraza a la Cruz de Jesús, se abraza al Amor de Dios, encarnado en el Cordero crucificado, y así se alimenta del Amor de Dios, el Amor que se dona a sí mismo en la Eucaristía, y nada sabe ni le interesa, de los venenos del Dragón.
“Pax”: “Paz”: la Cruz de Jesús da la Paz de Dios, la única y verdadera paz posible para el hombre, porque es la paz profunda, espiritual, que sobreviene al alma luego de ser bañada y purificada de sus pecados por la Sangre del Cordero y ser así convertida en templo santo de Dios, en donde mora la Santísima Trinidad. Solo la Cruz de Jesús, que limpia al alma de sus pecados con la Sangre de Jesús, la convierte en templo del Espíritu Santo, y la vuelve morada de Dios Uno y Trino, concede al alma la verdadera y única paz posible, la Paz de Jesucristo, la Paz de Dios.



[1] Como todo sacramental, su eficacia no radica en la medalla en sí misma, sino en Cristo, quien lo otorga a la Iglesia; además, es necesaria la fe en Cristo de quien usa la medalla.
[2] Cfr. http://es.wikipedia.org/wiki/Medalla_de_San_Benito
[3] En la cara Frontal o Anverso de la medalla de San Benito, aparece la figura de San Benito sosteniendo dos elementos: en su mano derecha, una cruz y en su mano izquierda, el libro de las Reglas, con la oración rodeando la figura del santo: Eius in obitu nostro praesentia muniamur! (A la hora de nuestra muerte seamos protegidos por su presencia; por este motivo, San Benito es el Patrono de la buena muerte). En el fondo de la imagen aparece, hacia un lado, una copa envenenada, porque, según la tradición, cuando el santo hizo sobre ella la señal de la cruz, salió una serpiente. Hacia el otro lado del santo, aparece un cuervo que se lleva un pan, porque también según la tradición, un enemigo celoso intentó envenenar a San Benito, dándole un trozo de pan envenenado, pero antes de que el santo lo pudiera comer, apareció un cuervo y se lo llevó, y esto es lo que aparece representado en la medalla. Arriba de la cruz aparecen las palabras Crux sanctis patris Benedicti, es decir: “Cruz del santo Padre Benito”. En el reverso de la medalla, se muestra la cruz de San Benito con las letras: Crux Sancti Patris Benedicti (C.S.P.B.): que en castellano es: Cruz del Santo Padre Benito/Crux Sancta Sit Mihi Lux (C.S.S.M.L.): “La santa Cruz sea mi luz” (crucero vertical de la cruz)/Non Draco Sit Mihi Dux (N.D.S.M.D.): “No sea el demonio mi señor/guía (dux = duque = Señor (en un sentido feudal), en clara analogía a Dios mismo)” (crucero horizontal)/En círculo, comenzando por arriba hacia la derecha:/Vade Retro Satana! (V.R.S.): “¡Retrocede, Satanás!” (Vade =Ir ; Retro= Atrás)/Nunquam (algunos dicen que es “Non2) Suade Mihi Vana! (N.S.M.V.): “No me persuadas con cosas vanas”/Sunt Mala Quae Libas (S.M.Q.L.): “Malo es lo que me ofreces”/Ipse Venena bibas (I.V.B.): “Bebe tú mismo tus venenos”/PAX: “Paz”.

jueves, 3 de julio de 2014

El consuelo del Sagrado Corazón de Jesús


         En la Tercera Revelación, el Sagrado Corazón de Jesús le pide a Santa Margarita María de Alacquoque que se levante “entre las once y las doce de la noche” para “postrase con Él durante una hora, con la cara en el suelo, tanto para apaciguar la cólera divina, pidiendo por los pecadores, como para endulzar de algún modo la amargura” que Él sentía “por el abandono” de sus apóstoles, lo cual lo había llevado a “reprocharles que no habían podido velar una hora” con Él[1].
         Este pedido de Jesús, realizado a Santa Margarita, si bien fue realizado en el siglo XVII, conserva toda su actualidad y, por lo tanto, debemos considerarlo como realizado a todo el Cuerpo Místico, es decir, a toda la Iglesia, a todos los bautizados. El Sagrado Corazón, desde el sagrario, nos pide a todos que reparemos por las tremendas ingratitudes, por los sacrilegios, por las indiferencias, que Él recibe de continuo, día a día, en el sagrario. Eso es lo que les dice el Ángel de Portugal, cuando en la Tercera Aparición, antes de darles a comulgar la Eucaristía y de beber el Cáliz, se postra con la frente en el suelo ante la Hostia suspendida en el aire que mana Sangre sobre el Cáliz y pronuncia la oración de adoración a la Santísima Trinidad y de reparación al Santísimo Sacramento del Altar: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”. Al darles de comulgar la Hostia a Lucía y de beber del Cáliz a Jacinta y Francisco, el Ángel les dijo al mismo tiempo: “Tomad el Cuerpo y bebed la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”[2].
         Tanto el pedido de Nuestro Señor Jesucristo a Santa Margarita, como el del Ángel a los Pastorcitos, hablan de una misma cosa: la necesidad de reparación, la cual se puede hacer con actos de amor y de adoración, en el momento de la comunión eucarística, por la ingente cantidad de sacrilegios, ultrajes, crímenes, desprecios, ingratitudes, que no solo recibió el Sagrado Corazón en su Pasión, por parte de los Apóstoles, que no pudieron velar con Él ni siquiera una hora, sino también por los que continúa recibiendo, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo, por la inmensa mayoría de los cristianos de hoy, dormidos por el indiferentismo, el relativismo, el materialismo y el neo-paganismo. La reparación de consuelo que quiere Jesús es la reparación del amor y de la adoración a su Presencia Eucarística y el Amor necesario para hacer esta reparación se lo obtiene de las Llamas de Amor que envuelven a su Sagrado Corazón Eucarístico.




[1] Cfr. http://www.corazones.org/santos/margarita_maria_alacoque.htm
[2] http://es.catholic.net/mariologiatodoacercademaria/572/1428/articulo.php?id=13435

miércoles, 2 de julio de 2014

Fiesta de Santo Tomás Apóstol


         “Bienaventurados los que creen sin haber visto” (Jn 20, 24-29). Cuando Jesús resucitado se aparece a sus discípulos, Tomás Apóstol no está con ellos, y cuando ellos le relatan la experiencia de haber visto a Jesús resucitado, no les cree: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Tomás se niega a creer sobre la base de la fe de los demás; él necesita experimentar con sus sentidos; necesita “ver para creer”; Tomás, además de ser escéptico, impone sus propias condiciones a Dios; es él quien impone sus propias condiciones a Dios, para hacer el acto de fe, y no Dios, quien da las condiciones para creer: o Dios se amolda a Tomás, o Tomás no cree. Finalmente, ocho días después, estando presente Tomás, Dios parece escuchar a Tomás y someterse a su pedido, puesto que se aparece visiblemente, permitiendo que Tomás vea la marca de los clavos en sus manos, ponga el dedo en el lugar de los clavos y toque su costado con la mano, tal como lo había pedido. Tomás lo hace, y cree, haciendo el acto de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”. Al aparecerse visiblemente y permitirle tocar sus heridas, Jesús le concede a Tomás su pretensión de “ver para creer”, con lo cual Tomás ve satisfecho su escepticismo, pero al mismo tiempo, Jesús le advierte que no es ese el camino de la felicidad, porque dice que los felices son los que creen sin ver, no los que creen luego de ver: “¡Bienaventurados los que creen sin haber visto!”.

         La felicidad que proporciona la fe no radica, por lo tanto, en lo sensible –aunque si se da una aparición, y es del cielo, puede dar felicidad, si Dios lo permite-, sino en lo invisible, y en esto, la Santa Misa y la Eucaristía proporcionan la máxima felicidad, porque Jesús está Presente realmente, con la marca de sus clavos en las manos y con su Costado abierto, de donde mana no Sangre, sino Luz, porque está vivo y resucitado en la Eucaristía, y no necesitamos verlo sensiblemente, sino simplemente basta con tener la fe de la Iglesia para creerlo y recibirlo con el corazón lleno de fe y de amor. Sin verlo con los ojos del cuerpo, pero viéndolo con los ojos de la fe, con los ojos de la Iglesia, lo recibimos en la Eucaristía, diciendo como Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”, y así Jesús nos dice al comulgar: “¡Bienaventurado tú, porque sin ver, crees en mi Presencia Eucarística!”. Y ésta es la máxima felicidad que puede el hombre obtener en esta vida.