San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 31 de enero de 2013

San Juan Bosco y la educación de la castidad en los jóvenes



         Una de las cosas que sobresale en el misticismo de San Juan Bosco, manifestado principalmente en sus sueños, es la continua advertencia que del cielo se dirige a los jóvenes, en relación a la santa pureza. En numerosos sueños, San Juan Bosco es advertido, por el cielo, del enorme peligro bajo el que se encontraban los jóvenes de Turín, lugar en donde el santo pasó gran parte de su vida.
La crítica progresista diría que los sueños eran producto de su imaginación, la cual, a su vez, era consecuencia de su formación sacerdotal excesivamente rigurosa, propia de su tiempo. Para el progresismo católico, los sueños de San Juan Bosco, junto con todo su valiosísimo mensaje moral pero ante todo espiritual –porque las consecuencias del desvío moral conducen a la pérdida de la gracia santificante en esta vida y, de perdurar esta situación, a la eterna condenación-, no pasan de ser expresiones de una religiosidad “antigua”, “pasada de moda”, “represiva”, que no se adapta al paso del tiempo.
Ahora bien, el no proporcionar a los jóvenes el inmenso tesoro –psicológico, moral, espiritual- que suponen los sueños, las enseñanzas, y la vida de Don Bosco, implica no solo dejar caer en el olvido a un gran santo de la Iglesia Católica sino, mucho más grave aún, condenar a miles de jóvenes a una existencia vacía, caracterizada por no poseer ni valores cristianos ni humanos de ningún tipo. Sin embargo, el daño hecho a estos jóvenes, a los que se les oculta la vida y las enseñanzas de Don Bosco, no termina ahí, porque el joven, sin el ideal de Cristo que Don Bosco propone, termina siendo absorbido, inevitablemente, por el mundo contemporáneo, cuyas características, en el inicio del siglo XXI, son el gnosticismo, el relativismo moral, el hedonismo, el materialismo y el neo-paganismo “New Age”.
Los sueños de Don Bosco no son el producto de la frondosa imaginación de un sacerdote del siglo XVIII: son el llamado del cielo a los jóvenes –a todo hombre en general, pero a los jóvenes en particular, porque ese es el carisma de Don Bosco-, a imitar y participar de la pureza del Ser divino, encarnado y manifestado en Cristo, el Hombre-Dios. Ocultar este grandioso ideal, manifestado en imágenes en los sueños de Don Bosco, constituye un gran engaño a cientos de miles de jóvenes que, de conocerlo, no dudarían en imitar a Cristo, en vez de dejarse arrastrar por las pasiones y por el mundo sin Dios.

El altar eucarístico, símbolo del Sagrado Corazón



         El Sagrado Corazón de Jesús es llamado “altar de Dios”, porque allí se ofrece el sacrificio de adoración y de alabanzas a Dios Trino. El Sagrado Corazón, que se le aparece a Santa Margarita envuelto en llamas, arde en el Amor divino, Amor que es puro, perfecto y santo; Amor que es eterno e infinito; Amor que es el mismo Amor de la Trinidad, el Espíritu Santo. Por este motivo, el Sagrado Corazón es altar en el que se rinde el culto perfectísimo de adoración a Dios Uno y Trino, y es impensable que se ame y se adore, en este altar, a nadie que no sea Dios Uno y Trino.
         Las llamas del Amor divino, que envuelven al Sagrado Corazón, son un testimonio de que en este Corazón del Hombre-Dios ningún amor profano, ni creatural, ni sacrílego, tuvieron, tienen, ni podrán jamás nunca tener lugar, porque esas llamas representan al Espíritu Santo, la Persona Amor de la Trinidad, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Amor que une en la eternidad al Padre y al Hijo.
         El Sagrado Corazón, por estar envuelto en las llamas del Espíritu Santo, es el altar sagrado en donde se rinde adoración al Dios verdadero, Dios Uno y Trino; el Sagrado Corazón es la encarnación del Amor eterno que el Verbo de Dios profesa al Padre desde toda la eternidad, Amor que se expresa sensiblemente como llamas de fuego, porque el Amor que lo envuelve es el Fuego de Amor divino, el Espíritu Santo, que arde con amor eterno en el altar del Sagrado Corazón.
El Sagrado Corazón, entonces, envuelto en las llamas del Amor divino, es el altar exclusivo en donde se adora a Dios Uno y Trino; en la tierra, un símbolo del Sagrado Corazón es el altar eucarístico, puesto que en el altar eucarístico se rinde culto exclusivo, puro y perfectísimo a Dios Trino. En el altar eucarístico, al igual que en el Sagrado Corazón, no hay lugar para amores profanos, porque es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, el único que sobrevuela sobre el mismo, en la consagración de las especies, para convertirlas a estas en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Cordero de Dios, Jesús. El altar eucarístico, en la consagración, es envuelto por las llamas del Amor divino, el Espíritu Santo, espirado por el Padre y el Hijo, para convertir la materia inerte de las ofrendas en el Pan Vivo bajado del cielo. Por esto mismo, aunque está en la tierra y está hecho de materia, el altar eucarístico es una parcela del cielo eterno en la tierra, destinado a contener a Aquel a quien los cielos no pueden contener debido a su infinita grandeza, Cristo Jesús en la Eucaristía. Es impensable e inimaginable que el altar eucarístico, símbolo del Sagrado Corazón de Jesús, sobre el cual desciende el fuego del Espíritu Santo en la consagración, sea utilizado para otro fin que no sea el de rendir homenaje de amor, adoración, alabanza y gloria a Dios Uno y Trino, como es impensable e inimaginable que el Sagrado Corazón de Jesús pueda adorar a otro que no sea al único Dios verdadero, Dios Uno y Trino.
Y sin embargo, lo inimaginable, lo impensable, sucede. La realidad supera a la imaginación; la realidad supera a lo que la imaginación no puede concebir, y es así que el altar eucarístico, en un lugar de un país sudamericano, ha sido profanado, al haber sido utilizado para ritos de magia, por una tal "Maga Hania". En la magia se invoca al demonio, el Príncipe de las tinieblas, por lo que es inaceptable que en un altar eucarístico se haga un rito mágico y pagano.

La "Maga Hania" profanando el altar eucarístico
al rezar oraciones de magia y brujería
mediante las cuales se invoca al demonio.

No se trata de una simple transgresión de usos de objetos litúrgicos, sino de algo muchísimo más grave: se trata de la “abominación de la desolación” de la que habla el profeta Daniel (11, 31), porque si el altar eucarístico es una parcela del cielo eterno, parcela en donde se rinde adoración y alabanza a Dios Trino, entonces es un intento, aquí en la tierra, de las fuerzas del infierno, de colocar al Ángel caído en el lugar de Dios. Si en el cielo sólo se adora a Dios, y si en el altar eucarístico sólo se adora a Dios, rezar oraciones de magia, que son invocaciones al demonio, en el altar eucarístico, es hacer lo mismo que hizo el Demonio en los cielos: pretender desplazar a Dios y ocupar su lugar, y es en esto en lo que consiste la “abominación de la desolación”.
Cuando el demonio cometió el pecado que le valió perder el cielo para siempre, el pecado de soberbia, que lo llevó a decir la primera mentira “Yo soy como Dios”, el Arcángel San Miguel replicó, con voz tronante: “¿Quién como Dios? ¡No hay nadie como Dios!”, con lo cual dio inicio a la batalla que en los cielos finalizó con la expulsión de los ángeles rebeldes.
Esos mismos ángeles son los que continúan la lucha que perdieron en los cielos, en la tierra, y con la misma insolencia y soberbia con la que quisieron desplazar a Dios Trino de los cielos, así quieren desplazar al Sagrado Corazón Eucarístico de su altar.
Reparemos con misas, rosarios, oraciones, sacrificios, penitencias y ayunos tan grande sacrilegio, y junto con San Miguel Arcángel, defendamos el altar eucarístico, símbolo del Sagrado Corazón de Jesús, diciendo: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como Dios! ¡Nadie que no sea Cristo Dios habrá de ocupar el altar eucarístico!”.

domingo, 27 de enero de 2013

Santo Tomás de Aquino y su doctrina sobre Dios



         La especulación filosófica y teológica de Santo Tomás proporciona bases sumamente sólidas para la demostración de la existencia de Dios, primero, y para la fe en la Revelación de Cristo, después.
         Por la razón filosófica, a través de las cinco vías –movimiento, causalidad eficiente, contingencia de los seres, perfección de los seres, gobierno del mundo-, Santo Tomás llega al descubrimiento de la existencia de Dios, de modo tal que con la simple observación del mundo creado, la razón puede afirmar, sin dudar, la existencia de un Ser superior al que se le llama “Dios”. Por esta vía, se llega al conocimiento de Dios como Acto de Ser Puro, perfectísimo, por cuya condición de Acto de Ser Increado, dependen por participación todos los seres creados. Por las cinco vías de Santo Tomás, la razón humana llega al conocimiento firme de la existencia de Dios como Acto de Ser que Es “fuera” y “por encima” del hombre, el cual a su vez no se explica sin la referencia a este Ser Increado llamado “Dios”. El hombre no se entiende en su ser creatural y participado, sino es en relación de dependencia en su ser y existir, a este Ser que es Acto Puro de Ser.
         La especulación filosófica de Santo Tomás permite, además de llegar al conocimiento de la existencia de Dios como Acto de Ser Increado, llegar al conocimiento propio de la especulación teológica, conocimiento que es más elevado y profundo, por cuanto su contenido no es fruto de la elaboración de la razón, sino de las verdades inmutables transmitidas por la Revelación de Cristo: Dios es Uno y Trino, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios, se encarnó en Jesús de Nazareth, al asumir hipostáticamente una naturaleza humana, y dicha encarnación se verificó por obra y gracia de la Tercera Persona, el Espíritu Santo, hecho para el cual la Trinidad creó una mujer concebida en gracia y llena del Espíritu Santo, la Virgen María.
         La solidez del pensamiento filosófico y teológico de Santo Tomás permite por lo tanto llegar a un doble conocimiento de Dios: por la vía natural, y por la vía sobrenatural, y esto sin ningún tipo de error. Paralelamente, impide elaborar conceptos erróneos, heréticos y blasfemos acerca de Dios y de Cristo, Dios encarnado, como los que lamentablemente se vienen sucediendo en estos últimos tiempos: la negación de la virginidad de María y la divinidad de Cristo, por el sacerdote jesuita colombiano Alfonso Llano[1], y la más reciente, la negación de la existencia de Cristo, como lo sostiene tristemente el sacerdote irlandés dominico Tom Brodie, apartado de su cargo de enseñanza del Instituto Bíblico Dominico, en su libro: “Más allá de la pregunta sobre el Jesús Histórico” (“Beyond the Quest for the Hisorical Jesus”)[2].
         La especulación filosófica y teológica de Santo Tomás impide semejantes aberraciones.


[1] http://infocatolica.com/blog/coradcor.php/1211260241-ies-hoy-la-compania-de-jesus
[2] http://www.thesun.ie/irishsol/homepage/news/4754775/Pulpit-Fiction.html

jueves, 24 de enero de 2013

La Conversión de San Pablo




         San Pablo es el ejemplo paradigmático de la conmoción que se produce en lo más íntimo del ser cuando alguien encuentra a Cristo: antes de su encuentro con Cristo, San Pablo es religioso, pero de aquella clase de religiosos criticada duramente por el mismo Cristo antes de ser crucificado: hipócrita, cínico, falso. Antes de encontrar a Cristo personalmente, San Pablo tiene una idea muy errónea acerca de qué es la religión y en qué consiste su esencia: piensa que la religión es cumplir preceptos externamente, y que su esencia es la obediencia ciega, material, fría e irracional, a las normas humanas.
         Antes de encontrar a Cristo, San Pablo cree que ser religioso practicante es asistir al culto religioso, recitar de memoria y mecánicamente las oraciones, conocer al pie de la letra los preceptos y aplicarlos rigurosamente, sin importar si con eso se dejan de lado la compasión, la misericordia, la caridad, para con el prójimo, además de la verdadera piedad para con Dios, porque nadie puede ser piadoso  con Dios si desatiende las necesidades de su prójimo.
         Antes de su encuentro con Cristo, guiado por este falso celo, San Pablo ha participado de numerosas persecuciones y cacerías contra cristianos, además de ser testigo presencial y por lo tanto, cómplice directo, del asesinato del proto-mártir San Esteban. Al momento del encuentro con Cristo, San Pablo se caracteriza por una larga serie de “méritos” –si pueden llamarse así-, obtenidos por la equivocada concepción que de la religión y de Dios tenía: violencias, amenazas, persecuciones, participación en un homicidio.
Antes de la conversión, San Pablo es religioso practicante, pero se caracteriza por la dureza de corazón y por la impiedad, es decir, por la disonancia o discordancia entre su obrar exterior –aparece como religioso- y su ser interior –es frío, calculador, sin amor ni a Dios ni al prójimo-, todo lo cual constituye al perfecto fariseo. Aun más, la carrera enloquecida a caballo, en busca de enemigos a los cuales denunciar para que los atrapen, es un símbolo del fariseo-cristiano-católico: corre apresuradamente a denunciar, para que corran de la Iglesia a los que no son fariseos como ellos.
Antes de su conversión, San Pablo encarna al cristiano-católico fariseo, aquel que cree que porque cumple exteriormente con los preceptos, tiene licencia para criticar, defenestrar, ignorar, vilipendiar, a su prójimo.
         Este estado espiritual de San Pablo cambiará radicalmente luego del encuentro con Jesús, quien al infundirle su Espíritu Santo, Espíritu que es Amor divino, le hace comprender, por un lado, que Dios es Amor celestial, infinito, sobrenatural, eterno, y que si alguien se dice servidor de Dios y por lo tanto se dice religioso, ese tal debe sobresalir no solo por su piedad externa, sino ante todo por la caridad, es decir, el Amor sobrenatural, que debe brotar des de lo más profundo de su ser. El Pablo ciego, enceguecido luego del encuentro con Jesús, que camina lento y ayudado por alguien, es símbolo del cristiano que ha descubierto la mansedumbre y la humildad de Cristo, siendo la ceguera un símbolo de quien no ve a Dios en esencia, pero mantiene la esperanza de recuperar la vista algún día, es decir, de ver a Dios cara a cara en el cielo.
         Jesús le hace comprender a San Pablo –y en esto consiste su conversión- que la religión no es mera práctica exterior; es más, que la práctica exterior, sin la auto-humillación y sin la adoración en espíritu y en verdad a Dios, es cáscara seca de un fruto putrefacto; la religión sin caridad es una pantomima de la verdadera religión, una caricatura grotesca, una impostura cínica y radicalmente falsa, que repugna a Dios y a los hombres.
         La reflexión acerca de la experiencia de San Pablo, antes y después del encuentro personal con Cristo, nos debe servir para que meditemos acerca de con cuál de los dos Pablos nos identificamos: con el Pablo religioso externo, perseguidor, denunciador de faltas ajenas, pronto a la ira y a la ausencia de misericordia, cómplice, cuando no autor, de delitos cometidos contra el prójimo, o el Pablo luego de la conversión, el Pablo humilde, adorador del Dios verdadero “en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23), pronto al perdón y al olvido de la ofensa, rápido para tender la mano a quien lo necesita.
                

jueves, 10 de enero de 2013

San Gonzalo


10 de enero


            Vida y milagros de San Gonzalo[1]
Etimológicamente significa “dispuesto, guerrero”. Viene de la lengua alemana.
El joven Gonzalo nació en Taglide, Portugal, de una familia de la alta aristocracia de entonces. Desde niño, los padres encomendaron su educación a un sacerdote amigo, quien le inculcó con sabiduría conocimientos científicos y religiosos. Todos los que lo conocían, lo consideraban como un joven virtuoso y muy atento en socorrer a los pobres. Fue en este período de su vida en el que San Gonzalo, sintiendo el llamado de Dios al sacerdocio ministerial, le dijo “sí” a los planes que Dios tenía para él, y se decidió a hacerse sacerdote, y es así que, en plena juventud, se consagró a Jesús, viviendo heroicamente las virtudes propias de su estado religioso (pobreza, castidad, obediencia). Una vez ordenado sacerdote, debido a que era un gran devoto de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, se fue en peregrinación a Roma para rezar delante de sus reliquias. Terminada esta peregrinación, y esta vez llevado por su gran amor a Jesucristo, y para mejor meditar en su Pasión, inició otra peregrinación -ahora a Jerusalén- para rezar en el Santo Sepulcro. Hay que destacar que al momento de marchar a Tierra Santa, San Conzalo era el abad de un monasterio. Cuando volvió, los monjes ya habían elegido a un sobrino suyo en su lugar. Lejos de protestar, y para no molestar a los hermanos ni a su familiar, él hizo – por inspiración de la Virgen – una vida de ermitaño, al lado mismo del monasterio.
El tiempo demostraría que los planes de santidad de Dios para San Gonzalo pasaban por una vida de oración eremítica, y no como abad de un monasterio. Junto a la ribera del río Tamaca edificó una pequeña ermita en la que vivía, hacía sus oraciones, practicaba la penitencia y trabajaba construyendo pequeños puentes para que la gente pudiera pasar. Desde entonces – y ya son siglos – existe todavía una romería a cada año a este lugar, en el que vivió este santo confesor ermitaño hasta que murió en el año 1260.

Mensaje de santidad de San Gonzalo
            San Gonzalo nos deja el mensaje de grandes y hermosas virtudes que configuran el alma a Cristo: la oración, la pobreza, la humildad, la caridad para con los más pobres. También nos deja el ejemplo del amor a Nuestro Señor, pues fue por amor a él que emprendió las peregrinaciones, primero a la tumba de los Apóstoles Pedro y Pablo, y después a Jerusalén, al Santo Sepulcro, en una época en la que viajar a tanta distancia y por tan largo tiempo implicaba, con toda seguridad, dejar la vida en el intento.
Pero el amor a Jesús era en el corazón de San Gonzalo más grande que el temor a perder la vida, y es así como pudo meditar en el Santo Sepulcro la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, meditación que le anticipó en el tiempo la gloria eterna en la cual San Gonzalo vive ahora para siempre, en los cielos.
Que San Gonzalo bendiga e ilumine a todos los que llevan su nombre –aunque no sean monjes ni sacerdotes-, para que meditando en la Pasión del Señor, y en su gloriosa Resurrección, lleguen un día a los cielos, en donde adorarán por los siglos sin fin al Hombre-Dios Jesucristo.

[1] Adaptado de: http://www.autorescatolicos.org/felipesantossangonzalo.htm; Autor: Padre Felipe Santos Campaña, SD.
[2] Cfr. Baur, Benedikt, O. S. B., Sed Luz. Meditaciones litúrgicas. Fiestas de los santos del Misal Romano, Tomo IV, Editorial Herder, Barcelona 1963, 27.
[3] Cfr. Baur, ibidem.

miércoles, 9 de enero de 2013

San Simeón el estilita


5 de enero


Vida y milagros de San Simeón[1]
San Simeón es el fundador del movimiento de los estilitas, hombres que vivían en lo alto de una columna (estilita significa: el que vive en una columna), en oración ininterrumpida[2].
Nace cerca del año 400 en el pueblo de Sisan, en Cilicia, cerca de Tarso, donde nació San Pablo. Un día, al entrar en una iglesia, oyó al sacerdote leer en el sermón de la Montaña las bienaventuranzas, y se sintió atraído por dos en particular: “Dichosos los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los puros de corazón porque ellos verán a Dios”.
Preguntó a un anciano monje por su significado, y le rogó que le dijera cómo podía alcanzar la felicidad prometida. El anciano le respondió que el texto sagrado proponía como camino a la felicidad, la oración, la vigilia, el ayuno, la humillación y la paciencia en las persecuciones, y que la vida de soledad era la mejor manera de practicar la virtud. Decidido a ir en busca de las bienaventuranzas, Simeón se retiró a orar largamente, luego de lo cual, se quedó dormido y tuvo un sueño, relatado por él. Se vio a sí mismo cavando los cimientos de una casa. Las cuatro veces que interrumpió su trabajo para tomar aliento, oyó una voz que le ordenaba seguir excavando. Finalmente, recibió la orden de cesar, porque el foso era ya tan profundo, que podía abrigar los cimientos de un edificio de la forma y el tamaño que él escogiera. Como comenta Teodoreto, “los hechos verificaron la predicción, ya que los actos de ese hombre estaban tan por encima de la naturaleza, que los cimientos debían ser muy profundos para soportar peso tan enorme”.
Al despertar, Simeón se dirigió a un monasterio de las proximidades, cuyo abad se llamaba Timoteo y se detuvo a las puertas durante varios días sin comer ni beber, suplicando que le admitieran como el último de los sirvientes. Su petición fue bien acogida y por fin se le recibió por un plazo de cuatro meses. Ese tiempo le bastó para aprender de memoria el salterio.
Este contacto con el texto sagrado iba a alimentar su alma durante el resto de su vida.
Una vez en el monasterio, provocaba asombro por su austeridad: se pasaba semanas sin probar bocado, dormía sobre piedras, y se había enlazado a la cintura un cilicio[3] de mirto salvaje y espinoso, al que no se lo quitaba ni de día ni de noche. Un día el superior del monasterio se dio cuenta de que derramaba gotas de sangre y al examinarlo los monjes, se dieron cuenta de que la cuerda o cilicio se le había incrustado en la piel, logrando quitársela con mucha dificultad. El abad o superior le pidió que se fuera a otro sitio, porque allí su ejemplo de tan extrema penitencia podía llevar a los hermanos a exagerar en las mortificaciones.
Se fue entonces a vivir en una cisterna seca, abandonada, y después de estar allí cinco días en oración  decidió imitar a Nuestro Señor y pasar los 40 días de cuaresma sin comer ni beber. Le consultó a un anciano y éste le dijo: “Para morirse de hambre hay que pasar 55 días sin comer. Puedes hacer el ensayo, pero para no poner en demasiado peligro la vida, dejaré allí cerca tuyo diez panes y una jarra de agua, y si ves que vas desfallecer, come y bebe”. Así lo hizo. Los primeros 14 días de cuaresma rezó de pie. Los siguientes 14 rezó sentado. En los últimos días de la cuaresma era tanta su debilidad que tenía que rezar acostado en el suelo. El domingo de Resurrección llegó el anciano y lo encontró desmayado y el agua y los panes sin probar. Le mojó los labios con un algodón empañado en agua, le dio un poquito de pan, y recobró las fuerzas. Y así paso todas las demás cuaresmas de su larga vida, como penitencia de sus pecados y para obtener la conversión de los pecadores.
Lueo se retiró a una cueva del desierto para no dejarse dominar por la tentación de volverse a la ciudad y se hizo atar con una cadena de hierro a una roca y mandó soldar la cadena para no podérsela quitar. Pero varias semanas después pasó por allí el Obispo de Antioquía y le dijo: “A las fieras sí hay que atarlas con cadenas, pero al ser humano le basta su razón y la gracia de Dios para no excederse ni irse a donde no debe”. Entonces Simeón, que era humilde y obediente, se mandó quita la cadena.
Pronto se extendió la fama de gran santidad, y fue así que acudían de regiones vecinas y también lejanas para consultarle, pedirle consejos y tocar su cuerpo con objetos para llevarlos en señal de bendición, llegando hasta quitarle pedacitos de su manto para llevarlos como reliquias.
Entonces para evitar que tanta gente viniera a distraerlo en su vida de oración, se ideó un modo de vivir totalmente nuevo: se hizo construir una columna de tres metros para vivir allí al sol, al agua, y al viento. Después mandó hacer una columna de 7 metros, y más tarde, como la gente todavía trataba de subirse hasta allá, hizo levantar una columna de 20 metros, y allí pasó sus últimos 37 años de su vida.
Es precisamente de aquí de donde viene el nombre con el que es conocido, “Simeón el estilita”, pues columna se dice “Stilos” en griego. Lejos de atenuarse, las penitencias en la columna se volvieron extremas -como así también la gracia recibida y alcanzada por San Simeón-: no comía sino una vez por semana;  la mayor parte del día y la noche la pasaba rezando, unos ratos de pie, otros arrodillado y otros tocando el piso de su columna con la frente.
Cuando oraba de pie, hacía reverencias continuamente con la cabeza, en señal de respeto hacia Dios. En un día le contaron más de mil inclinaciones de cabeza. Un sacerdote le llevaba la Sagrada Comunión. Su columna no pasaba de tener unos dos metros de superficie, lo cual le permitía apenas acostarse. Por lo demás, carecía de todo asiento. Sólo se recostaba para tomar un poco de descanso; el resto del tiempo lo pasaba encorvado en oración. Se vestía de pieles de animales, y jamás permitió que una mujer penetrara en el espacio cerrado en el que se levantaba su columna.
Las gentes acudían por multitudes a pedir consejos. Él les predicaba dos veces por día desde su columna y los corregía de sus malas costumbres. Y entre sermón y sermón oía sus súplicas, oraba por ellos y resolvía pleitos entre los que estaban peleados, para amistarlos otra vez. A muchos ricos los convencía para que perdonaran las deudas a los pobres que no les podían pagar. Convirtió a miles de paganos. Un famoso asesino, al oírlo predicar, empezó a pedir perdón a Dios a gritos y llorando. Algunos lo insultaban para probar su paciencia y nunca respondió a los insultos ni demostró disgusto por ellos. Hasta Obispos venían a consultarlo, y el Emperador Marciano de Constantinopla se disfrazó de peregrino y se fue a escucharlo y se quedó admirado del modo tan santo como vivía y hablaba.
Para saber si la vida que llevaba en la columna era santidad y virtud y no sólo un capricho, los monjes vecinos vinieron y le dieron la orden de que se bajara de la columna y se fuera a vivir con los demás. Simeón, que sabía que sin humildad y obediencia no hay santidad, se dispuso inmediatamente a bajarse de allí, pero los monjes al ver su docilidad le gritaron que se quedara otra vez allá arriba porque esa era la voluntad de Dios. Su discípulo Antonio nos cuenta que el santo oró muy especialmente por su madre, a la muerte de ésta.
Para que nadie piense que se trata de una leyenda, recordamos que la vida de San Simeón Estilita la escribió Teodoreto, Padre de la Iglesia y discípulo del Santo; Teodoreto era monje en aquel tiempo y fue luego Obispo de Ciro, ciudad cercana al sitio de los hechos.  Un siglo más tarde, un famoso abogado llamado Evagrio escribió también la historia de San Simeón y dice que las personas que fueron testigos de la vida de este santo afirmaban que todo lo que cuenta Teodoreto es cierto.
Murió el 5 de enero del año 459. Estaba arrodillado rezando, con la cabeza inclinada, y así se quedó muerto, como si estuviera dormido. El emperador tuvo que mandar una gran cantidad de soldados porque las gentes querían llevarse el cadáver, cada uno para su ciudad. En su sepulcro se obraron muchos milagros y junto al sitio donde estaba su columna se construyó un gran monasterio para monjes que deseaban hacer penitencia.

Mensaje de santidad de San Simeón el estilita
La vida y la conducta de San Simeón llamaron la atención, no sólo de todo el Imperio Romano, sino también de los pueblos bárbaros, que le tenían en gran admiración. Los emperadores romanos se encomendaban a sus oraciones y le consultaban sobre asuntos de importancia. Sin embargo, debe reconocerse que se trata de un santo más admirable que ejemplar[4]. Su vida es profundamente edificante, en el sentido de que no podemos menos de sentirnos confundidos, al comparar su fervor con nuestra indolencia en el servicio divino. Sin embargo, hay que hacer notar que la santidad de almas como la de San Simeón no consiste, ni en sus acciones extraordinarias, ni en sus milagros, sino en la perfección de su caridad, de su paciencia y de su humildad; y estas virtudes brillaron esplendorosamente en la vida de San Simeón. Exhortaba ardientemente al pueblo a corregirse de su inveterada costumbre de blasfemar, a practicar la justicia, a desterrar la usura, a la seriedad en la piedad, y a orar por la salvación de las almas.
En su mensaje de santidad, San Simeón nos enseña además el valor de la oración, de la obediencia, de la humildad y de la penitencia corporal, para llegar a la santidad. La oración, porque la oración es el alimento del alma, alimento por el cual el hombre recibe la substancia misma de Dios; la obediencia, porque así se imita mejor a Jesucristo, Hombre-Dios, que “se hizo obediente hasta la muerte”, por amor, para salvar a la humanidad; la humildad, que es la virtud, junto con la obediencia, que más nos asemeja al Hombre-Dios, infinitamente humilde y bueno y obediente a Dios, su Padre; la penitencia corporal, que es una forma de rezar con el cuerpo, al tiempo que se expían los pecados propios y los de los demás, siendo necesaria para entrar en el cielo según las palabras de Jesús: “Si no hacéis penitencia, todos pereceréis”. La celebración de la memoria de Simeón el Estilita nos debe llevar a recordar las palabras de Jesucristo y a dedicarnos a ofrecer penitencias por nuestros pecados y por los pecados del mundo entero.



[1] Cfr. Butler, Alan, Vidas de los Santos de Butler, Tomo I, México2 1968, 37ss.
[3] Cilicio: cuerda hiriente que algunos penitentes se amarran en la cintura para hacer penitencia corporal, como método que dispone al cuerpo para recibir la gracia que permita dominar las tentaciones. Se considera a San Simeón inventor del cilicio.
[4] Cfr. Butler, o. c., 38.