San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

domingo, 29 de junio de 2014

Primeros Santos Mártires de la Iglesia de Roma


         Los protomártires de la Iglesia de Roma fueron víctimas de la persecución del emperador Nerón después del incendio de Roma, que tuvo lugar el 19 de julio del año 64[1]. Fue el emperador quien culpó, injustamente, de este incendio y de otras calamidades, a los cristianos, todo lo cual era un burdo pretexto para simplemente tener una excusa para encarcelarlos, condenarlos y ejecutarlos.
La comunidad cristiana era pacífica y sin embargo -dice Tertuliano- tanto el emperador Nerón como los paganos, los culpaban supersticiosamente de todas las calamidades que acontecían. Dice así Tertuliano: “Los paganos atribuyen a los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!”.
Lo que llama la atención, además de las acusaciones injustas, es la forma de morir de los cristianos, extremadamente cruel, impuesta e ideada por Nerón, puesto que para su muerte no era necesaria la barbarie demostrada en la ejecución de los prisioneros. Gracias al historiador Cornelio Tácito, que dejó escrito en el Libro XV de los Annales, podemos saber hasta dónde llegaba la brutalidad del emperador, a la hora de hacer morir a los cristianos, sin respetar ni a las mujeres ni a los niños: por ejemplo, los rociaba con alquitrán y los hacía arder como antorchas humanas en los jardines de la colina Oppio, o los vestía con pieles de animales y los dejaba a merced de las bestias feroces en el circo[2].
El historiador pagano Tácito escribe que hasta el mismo pueblo romano, pagano también como él, sentía compasión y horror ante tales muestras de crueldad, que no se justificaban ni siquiera por el supremo interés del imperio; todos se daban cuenta de que, en realidad, se trataba, en última instancia, de satisfacer la sed de sangre del emperador Nerón. Dice así el escritor Tácito: “Entonces —sigue diciendo Tácito—se manifestó un sentimiento de piedad, aun tratándose de gente merecedora de los más ejemplares castigos, porque se veía que eran eliminados no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad de un individuo” (Nerón).
Sin embargo, la razón última de la persecución de los cristianos y de la extrema ferocidad y crueldad con la cual eran ajusticiados, no se justifican, ni por los intereses supremos de un imperio terreno, ni por la patología mental paranoica, psicopática, sádica y delirante de un emperador humano, sediento de sangre y de sufrimiento humano, aun cuando de hecho la hubiera habido (todo indica que la había en el sujeto humano llamado “Nerón”).
La razón última de la persecución de los cristianos y la extrema ferocidad y crueldad con la que fueron ajusticiados los Primeros Santos Mártires de la Iglesia de Roma –y, por extensión, todos los mártires de la Iglesia universal, a lo largo de la historia, y los que serán ajusticiados hasta el Último Día-, hay que buscarla en las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: “Si el mundo los odia, sepan que Me ha odiado a Mí antes que a ustedes” (Jn 15, 18). Aquí, por “mundo”, se entiende al mundo creado por Dios, el cual es bueno, en cuanto creado por Él, sino el mundo de las tinieblas, el mundo regido por el Príncipe de las tinieblas, Satanás. Es el mismo mundo tenebroso que logra, con calumnias, infamias, mentiras, perseguir y arrestar a Jesús, y llevarlo a un juicio inicuo, para condenarlo a muerte de cruz. Es el mundo regido por el demonio, que se vale del poder mundano, del dinero, de la violencia, de la mentira, de la calumnia, de la infamia, de la crueldad, para lograr su objetivo, que es el de borrar de la faz de la tierra y del corazón del hombre el nombre de Dios Uno y Trino y el de Jesucristo, el Hombre-Dios, el Cordero de Dios, que se dona a sí mismo en la Eucaristía, como el Pan Vivo bajado del cielo. Es el mundo que busca destruir a la Iglesia y a su Corazón, la Eucaristía.
Pero así como la razón de la persecución y de la crueldad inhumana se encuentran en el Infierno, así también la razón de no solo la resistencia sobrehumana frente a tanta crueldad, sino de la alegría demostrada por los cristianos en circunstancias tan dramáticas, no se deben buscar en la naturaleza humana, sino en el cielo, en la Santísima Trinidad, en el Espíritu Santo, el Paráclito, el Consolador, que el Padre y el Hijo envían a los mártires en los momentos de máximo dolor y de mayor persecución, para confortarlos con la dulzura de su Amor. Es el Espíritu Santo el que, inundando a los mártires con su Amor, los conforta y les quita todo dolor, en medio de las torturas de sus verdugos, de modo que no solo no sienten nada de dolor, sino que experimentan, ya por anticipado, en los últimos momentos de su vida terrena, vividos en el martirio por Cristo Jesús, la eternidad de alegría infinita, de gozos interminables, de dulzuras celestiales, y sobre todo de Amor Divino, Eterno, de los que gozarán por los siglos sin fin, en el Reino de los cielos.
















[1] Cfr. http://www.corazones.org/biblia_y_liturgia/oficio_lectura/fechas/junio_30.htm
[2] Entre los mártires más ilustres se encuentran San Pedro, crucificado en el circo neroniano, y San Pablo, decapitado en las “Acque Galvie”. 

jueves, 26 de junio de 2014

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús


         “El Divino Corazón se me presentó en un trono de llamas, más brillante que el sol, y  transparente como el cristal, con la llaga adorable, rodeado de una corona de espinas y significando las punzadas producidas por nuestros pecados, y una cruz en la parte superior... (…) la cual significaba que, desde los primeros instantes de su Encarnación, es decir, desde que se formó el Sagrado Corazón, quedó plantado en él la cruz, quedando lleno, desde el primer momento, de todas las amarguras que debían producirle las humillaciones, la pobreza, el dolor, y el menosprecio que su Sagrada Humanidad iba a sufrir durante todo el curso de su vida y en Su Santa Pasión”[1].
El Sagrado Corazón se le apareció a Santa Margarita María de Alacquoque para que le manifestara al mundo tanto la magnitud de su Amor, que lo llevó a padecer de modo infinito en la Pasión para salvar a la Humanidad, como la ingratitud de los cristianos, que indiferentes al Amor de predilección demostrado hacia ellos de manera especial, porque fueron elegidos de entre muchos para recibir los sacramentos y la gracia santificante, lo dejan abandonado en el sagrario, viviendo en el mundo de un modo que escandaliza aun a los paganos.
         Hoy, en el siglo XXI, el Sagrado Corazón no se aparece visiblemente a los ojos y a los sentidos corporales, pero sí se hace Presente, sobre el Altar Eucarístico, por medio de las palabras de la consagración, en la Santa Misa, de modo real y substancial, con su Cuerpo glorioso y resucitado, con su Corazón palpitante, envuelto en las Llamas del Amor Divino, para donarse a sí mismo, sin reservas, a todo aquel que lo quiera recibir con fe y con amor. Pero al igual que sucedió en tiempos de Santa Margarita María de Alacquoque, también hoy el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús tiene amargos reproches para hacer a los cristianos, porque los cristianos de hoy, se comportan peores que los paganos: los cristianos de hoy conocen más de los ídolos que el mundo le presenta a través de los medios de comunicación, que de Él mismo, que murió en la cruz y que perpetúa el Santo Sacrificio de la Cruz en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, y que se queda en el sagrario, en la Eucaristía, para donar su Amor, eterno, infinito, insondable, inabarcable, sin límites, a todo aquel que quiera acercarse a Él. Sin embargo, los cristianos, en vez de postrarse en adoración ante Él, el Sagrado Corazón Eucarístico, que está vivo y glorioso, y lleno del Amor Divino, en el sagrario, prefieren postrarse, como neo-paganos, ante los ídolos mundanos, inertes, carentes de vida, pero atractivos en la superficie, porque son multicolores y en vez del silencio del sagrario, vociferan y aúllan a través de los televisores de plasma, las pantallas de cristal líquido, los celulares inteligentes de última generación, las tabletas, y cuanto dispositivo tecnológico exista. El Anticristo se vale de la ciencia y la tecnología para atraer a ingentes masas de cristianos que, convertidos en neo-paganos, corren detrás de los modernos ídolos -del fútbol, de la política, del dinero, de la violencia, del sexo, del materialismo, de la ciencia-, los cuales los conducen hacia el abismo de la eterna condenación, y con su actitud, dejan de ser “la sal y la luz de la tierra”, para convertirse en tinieblas, atrayendo a su vez a los paganos, a los que no han conocido a Jesús, porque tenían la misión de hacer conocer al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y no de postrarse ante los ídolos del mundo.
         La cruz del Sagrado Corazón, dice Santa Margarita, significa el menosprecio que su Humanidad iba a sufrir en su Pasión, y significa también el menosprecio que continúa sufriendo en la Eucaristía, porque los cristianos de hoy, los neo-paganos del siglo XXI, conocen y aman más a los ídolos del mundo que al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Está en cada uno de nosotros reparar, con actos de amor y de adoración eucarística, por todos aquellos que no creen, ni esperan, ni adoran, ni aman, al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, “horriblemente ultrajado por los hombres ingratos” -como les dice el Ángel de Portugal a los Pastorcitos-, en la Eucaristía.



[1] http://www.corazones.org/santos/margarita_maria_alacoque.htm

lunes, 23 de junio de 2014

El Nacimiento de San Juan Bautista


         El nacimiento de Juan el Bautista está precedido por numerosos signos y prodigios: su madre, Santa Isabel, siendo una mujer entrada en años, lo concibe de su esposo Zacarías a pesar de su edad; su concepción es anunciada por un ángel; su padre pierde el habla por no creer en los signos del cielo, y la recupera cuando los cree; una vez concebido, “salta de alegría” (cfr. Lc 1, 39-45) en la Visitación de la Virgen y el Evangelista Lucas confirma que “la mano de Dios estaba sobre Juan el Bautista”. Luego, durante toda su vida, hasta que llega el momento de “manifestarse a Israel”, lleva una vida austera, de penitencia y oración, “en el desierto”, como lo dice el Evangelio.
Pero no solo su nacimiento, sino también su muerte está marcada por un sello del cielo, desde el momento en que no se trata de una muerte cualquiera, sino que se trata de una muerte martirial, ya que es decapitado, no por defender una regla moral –la indisolubilidad matrimonial, en este caso, de Herodes-, sino que es decapitado por dar testimonio de Jesucristo, el Hombre-Dios. Y como si no fueran suficientes estos signos celestiales, es el mismo Jesucristo quien elogia a Juan el Bautista, llamándolo: “el más grande entre los nacidos de mujer” (cfr. Lc 7, 28).
         ¿Por qué tantos signos de parte del cielo, tanto en su nacimiento como en su muerte? ¿Por qué una vida de tanta austeridad en el desierto? ¿Por qué el elogio de parte de Jesús? Por la función más trascendental y única para la cual fue concebido Juan el Bautista: el anuncio de la Llegada del Salvador, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.  

Ahora bien, todo bautizado está llamado a ser otro Juan Bautista, porque todo bautizado participa del don de profecía, don por el cual anuncia al mundo que Jesucristo es el Cordero de Dios, el Kyrios, el Señor, Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, que ha muerto en cruz y ha resucitado, y prolonga su sacrificio en cruz en la Santa Misa y entrega su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la Eucaristía, para que quien crea en Jesús Eucaristía y se alimente del Verdadero Maná bajado del cielo, la Eucaristía, tenga Vida eterna y viva para siempre. Todo cristiano está llamado a dar la vida por Jesús, como lo hizo Juan el Bautista.         

jueves, 12 de junio de 2014

San Antonio de Padua y la mula que se arrodilló ante la Eucaristía


         Es conocido por todos uno de los más notorios milagros eucarísticos que tuvieron lugar en la historia de la Iglesia y que tuvo por protagonista a San Antonio de Padua: un hereje, que no creía en la Presencia real y substancial de Jesús en la Eucaristía, desafió a San Antonio en público a que tuviera a una mula sin comer durante tres días, al cabo de los cuales, la soltarían en la plaza delante de fardos de alfalfa, mientras que al mismo tiempo, San Antonio debía sostener la Eucaristía. El incrédulo sostenía que, como la Eucaristía era solo un poco de pan bendecido, la mula se dirigiría directamente a la alfalfa, ignorando la Hostia, puesto que no era más que pan. San Antonio aceptó el reto y, llegado el momento, al soltar a la mula, San Antonio se dirigió al animal ordenándole que se arrodillara delante de su Creador. Ante la sorpresa de todos y a pesar de que la mula había pasado efectivamente tres días sin comer absolutamente nada, en vez de dirigirse al alimento, como se lo indicaba su instinto animal, se dirigió resueltamente hacia San Antonio, que sostenía en lo alto una custodia con la Eucaristía y, doblando sus patas delanteras, se postró en signo de adoración ante Jesús Eucaristía, reconociendo a su Creador.

         Hoy podemos ver, con asombro y estupor, que los seres humanos, que se diferencian por su capacidad de raciocinio, doblan sus rodillas ante ídolos mudos e inertes, como el fútbol, el dinero, la política, la violencia, la sensualidad, el materialismo, mientras que son incapaces de doblar sus rodillas frente al Santísimo Sacramento del altar, tal como lo hizo la mula ante la orden de San Antonio de Padua.