San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 28 de enero de 2016

Santo Tomás de Aquino y el Camino para ser perfectos: imitar a Cristo crucificado


En su Comentario sobre el Credo, dice Santo Tomás que Jesús padeció en la cruz para “quitar nuestros pecados” y para “darnos ejemplo de cómo hemos de obrar: “¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar” [1].
Entonces, según Santo Tomás, si queremos saber cómo debemos obrar en el Camino que nos lleva al cielo, encontramos en la cruz de Jesús los ejemplos de todas las virtudes: “(…) la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes”.
Ante todo, es ejemplo de amor, porque Jesús murió en la cruz por nosotros, a quienes consideraba sus amigos: “Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él”. Frente a cualquier mal que podamos sufrir, en vez de quejarnos o rebelarnos, lo que debemos hacer es arrodillarnos ante Jesús crucificado y contemplar sus heridas sufridas por amor a nosotros y corresponder a ese amor, ofreciendo el mal que nos acontezca.
En la cruz, Jesús es modelo insuperable de paciencia, según Santo Tomás: “Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: corramos también nosotros con firmeza y constancia la carrera para nosotros preparada. Llevemos los ojos fijos en Jesús, caudillo y consumador de la fe, quien, para ganar el gozo que se le ofrecía, sufrió con toda constancia la cruz, pasando por encima de su ignominia”. Contrariamente a lo que suele suceder, que es el perder la paciencia ante un acontecimiento que nos mortifica, Jesús nos enseña, con su paciencia, a ser también nosotros pacientes con nuestros hermanos, y esto, para cualquier estado de vida. Si los esposos se tuvieran paciencia entre sí, como la paciencia con la que Cristo sufrió por nosotros, no existirían desavenencias matrimoniales, y lo mismo se diga de las relaciones entre hermanos, entre miembros de la sociedad, entre naciones enteras.
Jesús es ejemplo de humildad: “Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir”. Jesús dijo en el Evangelio: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29); entonces, si queremos saber cuál es la medida de la mansedumbre y de la humildad, lo que tenemos que hacer es contemplar a Cristo crucificado.
Jesús es ejemplo de obediencia, basada en el Amor. “Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: como por la desobediencia de un solo hombre -es decir, de Adán- todos los demás quedaron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos quedarán constituidos justos”. Dios nos pide que obedezcamos su santa voluntad, expresada en los Diez Mandamientos, y es su voluntad también que nos salvemos, para lo cual debemos unirnos a la cruz: para obedecer lo que Dios nos pide, Jesús crucificado es el ejemplo inigualable de obediencia a la Voluntad de Dios, por amor.
Jesús nos enseña que “debemos atesorar tesoros en el cielo” (Mt 6, 20) y no tesoros terrenos, para lo cual debemos ejercitarnos en el desprecio de las riquezas materiales. También aquí Jesús crucificado es ejemplo insuperable, según Santo Tomás: “Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien, finalmente, dieron a beber hiel y vinagre”. En la cruz, Jesús nos enseña la Santa Pobreza de la Cruz, pues allí Jesús no tiene bienes materiales y los únicos que tiene, son los que el Padre le ha prestado para que nos abra las puertas del cielo: el leño de la cruz, tres clavos de hierro, la corona de espinas y el lienzo –el velo de su Madre, María Santísima-, con el cual se cubre su humanidad.  
En la cruz, Jesús es ejemplo también de cómo debemos huir, no solo de las riquezas terrenas, sino de los honores mundanos y de la vanagloria, para buscar sólo la gloria de Dios: “No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se reparten mi ropa; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que, entretejiendo una corona de espinas, la pusieron sobre mi cabeza; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre”. Si no pedimos, en esta vida, los menosprecios y ultrajes que sufrió Jesús, y si no pedimos su corona de espinas, no podremos recibir la corona de gloria que el Padre nos tiene reservada en el Reino de los cielos.
Ahora bien, a esto hay que decir que Jesús en la cruz es ejemplo no solo de estas virtudes, sino de todas las virtudes que existen, y es ejemplo de un modo insuperable e inigualable, porque siendo Dios Hijo encarnado, no podía cometer, no solo ya un pecado venial, sino ni siquiera la más ligera imperfección. Así, Jesús es ejemplo para aquel cristiano que aspire a las más altas cumbres de la perfección cristiana, la vida de la gracia; es decir, Jesús crucificado es ejemplo insuperable para quien desee ser perfecto, como Dios es perfecto: “Sed perfectos, como vuestor Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).
Por último, podemos también decir que Jesús no solo es el ejemplo insuperable, inigualable y perfectísimo de todas las virtudes, sino que, desde la cruz, Jesús nos concede la fuerza misma de Dios para vivir todas las virtudes en su máxima perfección, porque en la cruz Jesús derrama su Sangre, la cual nos concede la gracia santificante que no solo quita los pecados, sino que nos hace partícipes de la vida misma de Dios Uno y Trino.





[1] Cfr. Conferencias de santo Tomás de Aquino, Conferencia 6 sobre el Credo.

martes, 26 de enero de 2016

Santos Timoteo y Tito


Timoteo y Tito fueron discípulos y colaboradores del apóstol Pablo y, como tales, fueron los destinatarios de sus consejos espirituales; puesto que son santos, eso significa que siguieron al pie de la letra estos consejos y eso significa también que son útiles para nosotros, los cristianos.
¿Qué consejos les dio San Pablo? En las respectivas “Cartas” a Timoteo y Tito (1Tm 6, 11-12; Tt 2, 1), San Pablo les decía así: “Como hombre de Dios que eres, corre al alcance de la justicia, de la piedad, de la fe, de la caridad, de la paciencia en el sufrimiento, de la dulzura”; “Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna”; “Enseña lo que es conforme a la sana doctrina”.
“Como hombre de Dios que eres”: un cristiano es un “hombre de Dios”, no un hombre mundano; eso quiere decir que lo que guía su vida es Jesucristo y sus mandatos, sobre todo el mandato de la caridad, que lo lleva a perdonar a su prójimo “setenta veces siete” y a “amar a los enemigos”, tal como Jesús lo pide. El cristiano, como “hombre de Dios”, no guía su vida por principios mundanos, sino que “su alimento es hacer la voluntad de Jesucristo” y en eso se diferencia de los hombres mundanos, para quienes Jesucristo “es un fantasma”.
“Corre al alcance de la justicia”: al cristiano le preocupa la injusticia, pero no la mera injusticia social, sino la injusticia que significa que Dios Uno y Trino no sea conocido, amado y adorado por los hombres, como Él se lo merece.
“de la piedad”: un cristiano es piadoso, porque la piedad es una virtud que nace del amor a Dios que anida en lo más profundo del corazón.
“de la fe”: el cristiano tiene fe, pero no una fe construida a su medida, ni tampoco cree en lo que le parece mientras deja de creer en lo que no le parece; el cristiano tiene la fe de la Santa Iglesia Católica, una fe de dos mil años de antigüedad, una fe que cree en Jesús no como un simple hombre, sino como el Hombre-Dios, como el Dios de la Eucaristía y del sagrario, Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía.
“de la caridad”: el cristiano no se mueve según los impulsos de un afecto sentimentalista pasajero, sino por el Amor sobrenatural de Dios, infundido en el alma por Jesucristo.
“de la paciencia en el sufrimiento”: el cristiano no se queja en las tribulaciones, sino que todos sus sufrimientos los ofrece a Jesucristo, que por él sufre en la cruz.
“de la dulzura”: el cristiano ni reprime sus afectos, ni tampoco es dominado por sus pasiones, porque la gracia santificante de Jesucristo purifica y santifica los afectos y los sentimientos, de manera que lo que ama, lo ama en Dios, por Dios y para Dios, y nada ama que no sea para Él.
“Combate el buen combate de la fe y conquista la vida eterna”: el cristiano considera a esta vida como una lucha, un combate continuo contra las propias pasiones, para adquirir, conservar y acrecentar la gracia, de modo tal de conseguir la vida eterna, como un premio dado por Jesucristo, cuando finalice esta vida terrena.
“Enseña lo que es conforme a la sana doctrina”: el cristiano conserva pura su fe, sin contaminarla con doctrinas “llamativas y extrañas”; vive de esa fe y enseña, con su ejemplo de vida, la fe bimilenaria de la Iglesia.

Los consejos de San Pablo a Timoteo y Tito, hicieron de ellos grandes santos y también pueden hacer lo mismo con nosotros, cristianos del siglo XXI.

lunes, 25 de enero de 2016

La conversión de San Pablo


         Con su conversión, San Pablo testimonia el cambio radical que ocurre en una persona cuando se produce el encuentro personal con Jesús. En el camino a Damasco, mientras se encontraba en su tarea de perseguir cristianos para encarcelarlos y, eventualmente, darles muerte -como en el caso del diácono San Esteban-, Jesucristo se manifiesta a San Pablo, entonces todavía Saulo. ¿Cómo se produce la conversión? Jesús lo ilumina interiormente con su propia luz, con lo cual Saulo es capaz de ver no  sólo a la Fuente de Luz divina, que es Jesucristo –“Dios de Dios, Luz de Luz”-, sino que puede ver, en su alma, aquello que estaba oculto por su propia oscuridad: así como se pueden percibir los objetos en una habitación totalmente a oscuras cuando se enciende una candela o cuando se abre una ventana para que entre el sol, así San Pablo, al ser iluminado por la luz de la gloria de Jesús, se vuelve capaz de ver la tenebrosa condición de su alma, que hasta ese momento se encontraba inmersa en las tinieblas del pecado, sin otra luz que la débil luz de su razón humana. Una de las manifestaciones de la oscuridad en la que vivía San Pablo, antes de la conversión, es el odio hacia los cristianos y el convencimiento de que la persecución, el hostigamiento y hasta la muerte de quienes no profesen la religión que él profesa, están justificados por la Ley de Dios.
         Jesús ilumina sus tinieblas interiores, y así San Pablo se vuelve capaz de ver la miseria de su alma con todos los pecados cometidos hasta ese entonces; sin embargo, la iluminación que concede Jesús no se limita a simplemente hacer ver la tenebrosa realidad del pecado: cuando Jesús ilumina a un alma con su luz -es decir, con Él, que es “la luz del mundo” (Jn 8, 12)-, concede al mismo tiempo una nueva vida, porque la luz que emite el Ser divino trinitario de Jesús, es una luz viva, que hace vivir al alma que ilumina con la vida nueva de la gracia y es en esto en lo que consiste la conversión. En otras palabras, al ser iluminado por Jesús, con una luz viva, San Pablo no solo toma conciencia de su condición de pecador y de los pecados cometidos hasta ese entonces –incluida la participación en el asesinato por lapidación de San Esteban-, sino que, a partir de entonces, comienza a vivir una nueva vida, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios. Deja de vivir con una ley muerta, la ley del Antiguo Testamento, para vivir con la Ley Nueva, la ley de la gracia, de la fe y del amor sobrenatural a Dios y al prójimo. En consecuencia, San Pablo pasa, de perseguidor de cristianos, a dar la vida por Jesús y sus hermanos; de no ver en absoluto sus propios pecados –aún más, de considerarlos como virtud de religión-, a detestar el pecado y a vivir en gracia.

En el camino a Damasco, a San Pablo se le concede el don más grandioso que una persona puede recibir en esta vida y es el encuentro personal con Jesús, el cual adviene de modo extraordinario para San Pablo, en tanto que, para el común de los bautizados, el encuentro con Jesús se produce por la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la adoración eucarística, la ascesis cristiana y las obras de misericordia -todo esto constituye, para nosotros, cristianos comunes, nuestro "camino a Damasco", es decir, nuestro camino hacia el encuentro personal con Jesús-. Quien no se encuentra personalmente con Jesús, no puede decir que está “convertido”.

jueves, 21 de enero de 2016

Santa Inés, virgen y mártir


         Inés, cuyo nombre proviene de “Agnus” y significa “Pura”[1], fue mártir de la pureza del cuerpo –la virginidad- y mártir de la pureza del alma –el alma que está en gracia y cree solo en Jesucristo por la fe-. Fue mártir de la pureza corporal porque rehusó el adulterio corporal, debido a que ya estaba desposada con Cristo Esposo, mediante su voto de castidad; fue mártir de la pureza del alma, es decir, del alma que se encuentra en gracia y vive de la fe en Cristo Jesús, porque rehusó el adulterio espiritual, al negarse a adorar a los ídolos, manteniendo firme su fe en que sólo Cristo es Dios, el Único y Verdadero Dios, que debe ser adorado. Santa Inés muere mártir por la doble pureza, del cuerpo y del alma y quien nos da noticias acerca de su doble martirio, es San Ambrosio[2]. Afirma el santo que Santa Inés, que tenía trece años, había consagrado su virginidad a Jesús, considerándolo como su Esposo; la causa de su martirio fue, precisamente, el negarse a desposarse con el hijo del alcalde de Roma. Cuando éste, enamorado de la belleza de Santa Inés, “le promete grandes regalos a cambio de la promesa de matrimonio, la santa le responde: “He sido solicitada por otro Amante. Yo amo a Cristo. Seré la esposa de Aquel cuya Madre es Virgen; lo amaré y seguiré siendo casta”[3]. Santa Inés consideraba, con razón, que si cedía a este amor terreno, cometería adulterio contra su Esposo, Cristo y es por eso que rechaza la propuesta de matrimonio. Su respuesta enfurece al hijo del alcalde, quien recurre a su padre; éste último la hace apresar para amenazarla luego con las llamas si no renegaba de su religión; al mostrarse firme en su relación de morir por Cristo, la condenan a morir decapitada[4].
Así relata San Ambrosio el doble martirio de Santa Inés: “(…) muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo: “Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe? Perezca el cuerpo que puede ser amado con unos ojos a los que yo no quiero”[5]. En cuanto al martirio por la pureza del alma, es decir, el alma en gracia y que cree en Jesucristo como el Hombre-Dios, el Único Dios Viviente que merece ser adorado, dice así San Ambrosio: “Llevada contra su voluntad ante el altar de los ídolos, levantó sus manos puras hacia Jesucristo orando, y desde el fondo de la hoguera hizo el signo de la cruz, señal de la victoria de Jesucristo”[6].
En nuestros días, en los que se exalta la impureza corporal en todas sus formas, presentándola incluso como “derecho humano” y pretendiendo que aún los niños adquieran, desde su más tierna infancia, todas las faltas contra la pureza imaginables –se enseña en las escuelas a niños de pequeña edad que las faltas contra la castidad no son tales, sino parte de la “evolución” del sujeto-, el ejemplo de Santa Inés, que a la edad de trece años había consagrado su virginidad a Cristo Esposo y muere por no cometer adulterio contra Él, es más válido y más actual que nunca, y es por eso que Santa Inés resplandece en el firmamento como un ejemplo a seguir por los jóvenes que quieren conservar la pureza corporal y vivir la castidad, en la imitación de Cristo, Casto y Puro.
Pero Santa Inés es ejemplo también de la pureza espiritual, porque su fe, firme y límpida en Jesucristo como Hombre-Dios, no se ve contaminada, en ningún momento, por la adoración a los ídolos. En nuestros días, en los que la secta luciferina de la Nueva Era, New Age o Conspiración de Acuario, propicia la idolatría, el neo-paganismo y la adoración de Lucifer, el doble martirio de Santa Inés, con su negativa a rendir culto idolátrico a los ídolos paganos, es un don que el cielo nos ofrece para no solo no caer en las tinieblas de la idolatría, sino para adorar al Único Dios Verdadero, Jesucristo, el Dios del sagrario, el Dios de la Eucaristía.




[1] https://www.ewtn.com/spanish/Saints/In%C3%A9s.htm
[2] Del tratado de san Ambrosio, obispo, sobre las vírgenes, Libro 1, cap. 2. 5. 7-9: PL 16 [edición 1845], 189-191.
[3] https://www.ewtn.com/spanish/Saints/In%C3%A9s.htm
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.