San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 26 de diciembre de 2016

San Esteban, protomártir


         Vida de santidad.
Teniendo en cuenta que las palabras de los mártires son inspiradas por el Espíritu Santo, es conveniente recordar lo dicho por San Esteban, diácono y protomártir, según lo relatan las Sagradas Escrituras en Hechos 7, 51-54, a quienes serían sus verdugos. En su discurso, San Esteban demostró que Abraham había dado testimonio de Dios y había recibido de Él grandes prodigios y favores; que a Moisés se le mandó hacer un tabernáculo, pero que también se le vaticinó una nueva ley y el advenimiento de un Mesías; afirmó que tanto el Templo como las leyes de Moisés eran temporales y transitorias y debían ceder el lugar a otras instituciones mejores, establecidas por Dios mismo al enviar al mundo al Mesías[1].
         Luego San Esteban les reprocha que “resisten al Espíritu Santo” y que ellos, como sus padres, que asesinaron a los profetas, así también ellos “asesinaron al Justo”: “¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como vuestros padres, así vosotros! ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado; vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado”. El “Justo” al que “asesinaron”, no es otro que Cristo Jesús, el Mesías, el Salvador, el Cordero de Dios Inmaculado, que fue acusado injustamente e injustamente condenado a muerte en la Cruz, por lo que se hacen culpables de deicidio, al haber asesinado a Dios Encarnado.
         Estas palabras de Esteban a los fariseos, le vale la condena a muerte, tal como se relata en la Escritura[2], siendo en ese momento en que San Esteban tiene la visión del cielo, adonde irá inmediatamente después de morir: “Al oír esto, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él. Pero él (Esteban), lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios; y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios”. Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre él; le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Y diciendo esto, se durmió”.
Mensaje de santidad.
San Esteban se enfrenta y acusa a quienes fueron los autores intelectuales de la crucifixión de Jesús –y que son quienes le darán muerte a él también-, pero lo que tenemos que considerar es que no son sólo los fariseos, escribas y maestros de la Ley los que “asesinaron al Justo”, condenándolo a muerte infame de Cruz: también nosotros, los cristianos, cada vez que cometemos un pecado, lo crucificamos y le damos muerte, porque elegimos la iniquidad y la malicia del pecado, antes que la justicia y la bondad de la gracia santificante. Otro mensaje de santidad es la asistencia del Espíritu Santo al alma del mártir, que configura al mártir con el Rey de los mártires, Jesucristo: en efecto, San Esteban, al momento de morir –curiosamente, la Escritura dice: “dormir”-, repite dos de las palabras de Jesús en la Cruz: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”, que equivale a las palabras de Jesús: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46), y luego perdona a sus verdugos: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”, equivalente a la expresión de Jesús: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). San Esteban, mártir, imita, porque es hecho partícipe, por el Espíritu Santo, al Rey de los mártires, Jesucristo.
El otro mensaje de santidad que San Esteban nos deja es que el Credo que profesamos, y el que tantas veces repetimos tal vez un poco mecánicamente, comporta la decisión de dar la vida, literalmente hablando, por la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, y en Quien decimos creer. Y esta decisión se prolonga a la fe en la Eucaristía, puesto que la Eucaristía es el mismo Cristo Jesús que, encarnado en el seno de María, prolonga su Encarnación en el seno virgen la Iglesia, el altar eucarístico, por el poder del Espíritu Santo.

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