San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 24 de mayo de 2018

San Pascual Bailón y su amor sobrenatural por la Eucaristía



         Vida de santidad[1].

         Nació en Torre Hermosa, Aragón, España, en la Pascua de Pentecostés de 1540 y murió en la fiesta de Pentecostés de 1592, el 17 de mayo (la Iglesia celebra tres pascuas: Pascua de Navidad, Pascua de Resurrección y Pascua de Pentecostés. Por el hecho de nacer en Pascua –que significa: paso de la esclavitud a la libertad- recibió el nombre “Pascual”. Siendo niño, desde los campos donde cuidaba las ovejas de su amo, alcanzaba a ver la torre del pueblo y de vez en cuando se arrodillaba a adorar el Santísimo Sacramento. Cuando se elevaba la Hostia consagrada en la Misa, luego de que el sacerdote pronunciara las palabras que producen el milagro de la Transubstanciación, se tocaban las campanas del campanario para avisar a todos acerca de aquel sublime momento. Cuando el joven Pascual oía la campana, estando él en el campo cuidando las ovejas, se arrodillaba en dirección a la Iglesia, mirando hacia el templo, se imaginaba el momento de la conversión de las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, y se inclinaba profundamente con la frente en tierra, para adorar a Jesús Sacramentado.
         Una vez que alcanzó la edad necesaria, ingresó como religioso en la Orden Franciscana, ocupando siempre los oficios más humildes: portero, cocinero, mandadero, barrendero.
         Ya como religioso, empleaba su tiempo libre para acudir a la capilla para rezar delante de Jesús Sacramentado en el sagrario, de rodillas y con los brazos en cruz, recordando la Pasión del Señor. Pasaba noches enteras rezando del Santísimo Sacramento. Llevado por su amor a la Eucaristía, compuso oraciones de profunda piedad al Santísimo Sacramento. Sucedió una vez que sus superiores lo enviaron a Francia para que llevara un mensaje. Una vez que llegó allí, lo rodeó un grupo de protestantes quienes, desafiantes, lo retaron a que probara que Jesús sí está en la Eucaristía.
         Inspirado por el Espíritu Santo, San Pascual habló con tanta elocuencia y sabiduría celestial, que sus adversarios nada pudieron contestarle, limitándose entonces al único recurso que les quedaba para hacerlo callar: lo comenzaron a apedrear.
         Su carácter era siempre afable y alegre, pero nunca lo estaba más que cuando ayudaba en Misa o cuando tenía tiempo para pasar horas rezando delante del Sagrario.
         Luego de su muerte, Pascual realizó tantos milagros que el Santo Padre lo declaró santo en 1690, nombrándolo además el Sumo Pontífice a San Pascual Bailón Patrono de los Congresos Eucarísticos y de la Adoración Nocturna.

         Mensaje de santidad.

         Literalmente, toda la vida de San Pascual Bailón gira en torno a la Eucaristía: tanto en su vida laical, como en su vida religiosa, la Eucaristía fue el centro de su vida y lo demostró con sus largas horas de oración ante el Santísimo Sacramento del altar, como así también con su adoración, arrodillado y con la frente en el suelo, ante la Eucaristía. San Pascual Bailón tenía una vivísima conciencia de lo que es la Eucaristía: no es lo que parece, un poco de pan, sino lo que no aparece a los sentidos corporales: es la Presencia viva, gloriosa y resucitado del Señor Jesús, el Hijo de Dios encarnado. Ahora bien, tanto el conocimiento como el amor a la Eucaristía son dones sobrenaturales, porque no dependen de nuestros razonamientos, ni el conocer que Jesús, el Logos del Padre, está en Persona en la Eucaristía, ni mucho menos el amarlo y adorarlo, como lo hizo San Pascual Bailón. Conocer y amar a Jesús en la Eucaristía, el poder “verlo” con los ojos de la fe y el amarlo con el amor de Dios, el Espíritu Santo, es un don de Dios y una gracia que hay que pedir continuamente, para no caer en el error protestante de considerar a la Eucaristía como una presencia meramente simbólica del Hijo de Dios. Es por esto que, al recordarlo en su día, le rogamos a San Pascual Bailón que interceda por nosotros para que obtengamos de Jesús, por manos de María, Medianera de todas las gracias, un conocimiento y un amor sobrenaturales a Jesús Eucaristía, al menos una pequeña parte del conocimiento y amor que él tenía hacia Jesús Sacramentado.

martes, 22 de mayo de 2018

Santa Rita de Casia y su amor a la Pasión de Cristo



         Tanto en su vida de laica como de religiosa, Santa Rita tuvo siempre, en su mente y en su corazón, a la Pasión de Cristo y a los mandatos de Cristo.
         Como casada, soportó y rezó por su esposo, que era maltratador y golpeador, además de andar en malas compañías. Santa Rita rezaba mucho por su conversión y cuando su esposo se convirtió y luego fue asesinado por estas malas compañías, Santa Rita nunca guardó rencor contra los asesinos de su esposo. Por el contrario, le tocó atenderlos  servirlos y lo hizo recordando el mandato de Jesús de amar a los enemigos y de cómo Jesús nos había dado ejemplo de ese amor, perdonándonos a todos y cada uno de nosotros, que éramos sus enemigos por el pecado, desde la cruz. Más tarde, cuando sus hijos quisieron vengar la muerte de su padre, Santa Rita le pidió a Jesús que, por su muerte en cruz, no permitiera que sus hijos sufrieran la muerte eterna, por lo que pidió que se los llevara antes de que cometieran un pecado mortal, lo cual así sucedió, convirtiéndose sus hijos al cristianismo antes de morir.
         Luego, cuando entró como religiosa y estando meditando sobre la Pasión, arrodillada delante de un crucifijo, recibió la gracia de llevar una de las espinas de la corona de espinas de Jesús, la cual le provocó mucho dolor hasta el día de su muerte, además de volverse purulenta y obligarla a vivir alejada de sus hermanas del convento, debido al desagradable olor que emitía la herida infectada. Santa Rita aceptó esa humillación, recordando cuánto más había sufrido Jesús por ella en la Pasión, recibiendo de esa manera la gracia de participar de la coronación de espinas del Señor.
         Santa Rita nos deja así un gran amor a la Pasión de Jesús y un ejemplo de cómo unirnos a la Pasión, de manera de poder perdonar a nuestros enemigos, como Jesús nos perdonó en la cruz y también nos deja el ejemplo de cómo debemos buscar en esta vida la humillación de la coronación de espinas y el dolor de la Pasión y no los placeres del mundo. El gran ejemplo de Santa Rita es que nos enseña a amar la Cruz de Jesús en esta vida, para luego gozar de su Gloria eterna en el Reino de los cielos.

martes, 15 de mayo de 2018

San Isidro Labrador



         Vida de santidad[1].

         Nació en Madrid a finales del siglo XI. Los padres de San Isidro fueron campesinos que trabajaron duramente toda su vida y que le inculcaron a San Isidro una gran fe, un gran amor y una gran piedad desde muy niño. Así, el niño creció amando a la Iglesia y a su tesoro más grande, la Santa Misa y la Eucaristía. Luego se casó con una mujer como él, muy piadosa, llamada María Toribia, también canonizada y conocido como María de la Cabeza[2]. Desde joven, comenzó a trabajar en aquello mismo que trabajaban sus padres, el labrado de la tierra. A pesar del trabajo, San Isidro se daba tiempo para ir a Misa todos los días, levantándose temprano y caminando varios kilómetros para llegar a la Santa Misa. En algunas ocasiones, se quedaba haciendo largos ratos de oración en acción de gracias por haber recibido sacramentalmente al Rey de los cielos, Cristo Jesús.
         Fue en uno de esos días que los compañeros de San Isidro, envidiosos y celosos porque el santo era un trabajador muy dedicado, fueron a acusar a su patrono de que San Isidro no cumplía con el horario de trabajo, porque por ir a Misa, llegaba tarde al trabajo, cargando a los demás con su propio trabajo. Su empleador no se dejó llevar por las malas lenguas y decidió ir en persona al lugar donde trabajaba la tierra San Isidro y se ocultó para no ser visto, justo a la hora en que el santo debía comenzar a trabajar. Grande fue su sorpresa cuando el dueño del campo vio que, en lugar de San Isidro –que en ese momento estaba dando gracias en la Iglesia por la comunión sacramental-, el que estaba arando el campo y haciendo el trabajo de San Isidro era un ángel, el ángel de la Guarda de San Isidro. Ésta es la razón por la cual al santo se lo representa, en muchas imágenes, con un ángel que está tirando de una yunta de bueyes. Esto nos enseña que Dios no se deja ganar en generosidad y que si alguien se entrega a Él en cuerpo y alma y con todo el amor de su corazón, como San Isidro, Dios dispone todo para que esa persona no falte en nada cuando se trata de los deberes de estado. Y así fue que era el ángel de San Isidro el que hacía su labor hasta que el santo regresara, con lo cual el dueño del campo comprobó que las acusaciones contra San Isidro eran totalmente falsas.

         Mensaje de santidad.

         San Isidro Labrador no destacó por su ciencia terrena, pues su trabajo de labrador le impidió dedicarse al estudio y a esto se le sumó el hecho de que en esa época la escolarización no estaba al alcance de toda la población, no le permitió destacarse en el conocimiento de la ciencia de los hombres. Sin embargo, San Isidro Labrador poseía otro conocimiento, infinitamente superior al conocimiento terreno, y era la sabiduría celestial, la sabiduría que proporciona la fe. Y puesto que el conocimiento que da la fe proviene directamente de Dios, es un conocimiento que supera infinitamente a los más altos conocimientos que pueda adquirir un hombre con la ciencia humana. Este conocimiento de la fe, infundido en el bautismo pero que debe ser acrecentado con actos de fe, de piedad y de devoción por el bautizado, le permitía saber a San Isidro Labrador lo que otros no sabían: San Isidro sabía que un matrimonio vivido en castidad y pureza eran una participación al matrimonio místico entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa y por eso se destacó en su matrimonio, viviéndolo en santidad; San Isidro sabía que la oración es el alimento del alma, así como el alimento terreno es lo que da fuerzas y vida al cuerpo y por eso dedicaba gran parte del día a la oración; San Isidro sabía que la Santa Misa es el tesoro más grande de la Iglesia Católica, porque posee algo que vale más que el universo y más que los cielos eternos y es la Eucaristía y por eso se esforzaba por asistir a la Santa Misa todos los días de su vida, aún con riesgo de su trabajo; San Isidro sabía que la Eucaristía vale más que los cielos eternos, porque la Eucaristía es el Cuerpo, la Sangre, el Alma  y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y sabía que por la comunión, el Dios Tres veces Santo, Jesús de Nazareth, venía a inhabitar en su alma y por eso trataba de comulgar, con el alma confesada, todas las veces que podía. San Isidro sabía el valor de su Iglesia, la Iglesia Católica y por eso la amaba más que a nada en el mundo y jamás se le habría ocurrida dar ni el más pequeño paso que lo llevara fuera de la Iglesia, como muchos hacen hoy, que despreciando los tesoros de la Iglesia, quieren incluso hasta ser borrados de las actas de bautismo. Por intercesión de San Isidro, pidamos la gracia de poseer la sabiduría y el amor divinos por la Santa Misa y la Eucaristía que poseía San Isidro Labrador.
        

sábado, 5 de mayo de 2018

Fiesta de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago



         Vida de santidad[1].

         Felipe nació en Betsaida; fue primero discípulo del Bautista y más tarde siguió a Cristo. Santiago, primo hermano del Señor, hijo de Alfeo, fue obispo de Jerusalén, escribió una carta canónica. Llevó una vida de gran mortificación y convirtió a muchos judíos. Recibió la corona del martirio el año 62.

         Mensaje de santidad.

         Además de sus vidas personales, el mensaje de santidad que nos dejan los Apóstoles es el legado de la verdadera Fe católica, lo cual nos previene de caer en errores, cismas, herejías.
         Precisamente, uno de los Padres de la Iglesia hace el siguiente comentario acerca de este legado apostólico. Dice así Tertuliano[2]: “Cristo Jesús, nuestro Señor, durante su vida terrena, iba enseñando por sí mismo quién era él, qué había sido desde siempre, cuál era el designio del Padre que él realizaba en el mundo, cuál ha de ser la conducta del hombre para que sea conforme a este mismo designio; y lo enseñaba unas veces abiertamente ante el pueblo, otras aparte a sus discípulos, principalmente a los doce que había elegido para que estuvieran junto a él, y a los que había destinado como maestros de las naciones”. Si bien Cristo Jesús predicó “abiertamente a todo el pueblo”, en otras ocasiones predicó a los Apóstoles, puesto que ellos habían sido elegidos para continuar su prédica “a todas las naciones”, al haber sido elegidos para ese fin específico. Es de esta prédica de donde deriva nuestra fe.
Y así, después de la defección de uno de ellos, cuando estaba para volver al Padre, después de su resurrección, mandó a los otros once que fueran por el mundo a adoctrinar a los hombres y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Aunque uno de ellos defeccionó –Judas Iscariote, el traidor- los demás se mantuvieron firmes en la fe y fueron enviados por todo el mundo para “adoctrinar a los hombres” y bautizarlos en nombre de la Santísima Trinidad.
Los apóstoles -palabra que significa “enviados”-, después de haber elegido a Matías, echándolo a suertes, para sustituir a Judas y completar así el número de doce (apoyados para esto en la autoridad de una profecía contenida en un salmo de David), y después de haber obtenido la fuerza del Espíritu Santo para hablar y realizar milagros, como lo había prometido el Señor, dieron primero en Judea testimonio de la fe en Jesucristo e instituyeron allí Iglesias, después fueron por el mundo para proclamar a las naciones la misma doctrina y la misma fe. Los Apóstoles “obtuvieron la fuerza del mismo Espíritu Santo” y con esta fuerza y sabiduría es que fueron a todo el mundo a predicar la Buena Noticia de Jesucristo Salvador.
“De modo semejante, continuaron fundando Iglesias en cada población, de manera que las demás Iglesias fundadas posteriormente, para ser verdaderas Iglesias, tomaron y siguen tomando de aquellas primeras Iglesias el retoño de su fe y la semilla de su doctrina. Por esto también aquellas Iglesias son consideradas apostólicas, en cuanto que son descendientes de las Iglesias apostólicas”. Las Iglesias que los Apóstoles fundaron se llaman “apostólicas” lo cual significa que la fe que profesan es la fe de los Apóstoles, de aquellos que fueron adoctrinados personalmente por el Logos de Dios encarnado y por el Espíritu Santo. La Iglesia en su conjunto recibe el nombre de “Apostólica” porque su fe fundante no es doctrina de hombres, sino derivada de los Apóstoles, fe la cual, como hemos visto, proviene del mismo Jesucristo y del Santo Espíritu de Dios.
Es norma general que toda cosa debe ser referida a su origen. Y, por esto, toda la multitud de Iglesias son una con aquella primera Iglesia fundada por los apóstoles, de la que proceden todas las otras. En este sentido son todas primeras y todas apostólicas, en cuanto que todas juntas forman una sola. De esta unidad son prueba la comunión y la paz que reinan entre ellas, así como su mutua fraternidad y hospitalidad. Todo lo cual no tiene otra razón de ser que su unidad en una misma tradición apostólica. Todas las iglesias apostólicas forman una misma unidad de fe porque todas han sido fundadas en la tradición apostólica. La unidad en la fe es signo de la Presencia del Espíritu Santo en la Iglesia universal y en las iglesias locales –apostólicas- derivadas de la universal. Quien se aparta de esta fe, se aparta de la verdadera y única Iglesia de Dios.
El único medio seguro de saber qué es lo que predicaron los apóstoles, es decir, qué es lo que Cristo les reveló, es el recurso a las Iglesias fundadas por los mismos apóstoles, las que ellos adoctrinaron de viva voz y, más tarde, por carta. Si alguien quiere permanecer siempre en la Verdad de Jesucristo y no caer nunca en el error del cisma y la herejía, lo que debe hacer es mantenerse siempre firme y fiel a la fe de los Apóstoles, contenida en el Credo.
El Señor había dicho en cierta ocasión: Tendría aún muchas cosas que deciros, pero no estáis ahora en disposición de entenderlas; pero añadió a continuación: Cuando venga el Espíritu de verdad, os conducirá a la verdad completa; con estas palabras demostraba que nada habían de ignorar, ya que les prometía que el Espíritu de verdad les daría el conocimiento de la verdad completa. Y esta promesa la cumplió, ya que sabemos por los Hechos de los apóstoles que el Espíritu Santo bajó efectivamente sobre ellos. La fe que nos transmitieron los Apóstoles es la única fe que proviene de Dios, pues el Espíritu Santo en Persona “bajó sobre ellos” y los adoctrinó con la Sabiduría de Dios. No hay otra fe posible que la Santa Fe Católica, fundada sobre los Apóstoles.




[2] Cfr. del Tratado de Tertuliano, Sobre la prescripción de los herejes; Cap. 20, 1-9; 21, 3; 22, 8-10: CCL 1, 201-204.


viernes, 4 de mayo de 2018

El Sagrado Corazón y las comuniones sacrílegas



         Muchas veces pensamos que nuestras comuniones son algo común, intrascendente, a juzgar por la manera indiferente y la falta de preparación interior -actos de fe, de amor y adoración- con la cual comulgamos. Pensamos que basta con levantarnos del asiento y acercarnos a comulgar, para luego volver a nuestro lugar y esperar el fin de la Santa Misa. Pensamos que no importa lo que pensemos en el momento de la comunión, que casi nunca es, paradójicamente, pensar en la comunión, sino en los asuntos más banales e intrascendentes. Pensamos que no importan nuestros pensamientos, ni lo que hayamos hecho más o menos recientemente, ni el estado en el que está nuestra alma al momento de comulgar. Creemos que la comunión pasa desapercibida, como pasa desapercibido quien en la multitud come un poco de pan a escondidas. Y sin embargo, Jesús en la Eucaristía tiene ante sí nuestros pensamientos más ocultos y nuestros deseos más ocultos, sobre todo en el momento de la comunión. Y se queja de nosotros, los cristianos católicos, que deberíamos comulgar y llorar de alegría en cada comunión, si al menos no exteriormente, por lo menos sí interiormente. Jesús le dice así a Santa Gemma Galgani, refiriéndose a las comuniones –en donde recibimos al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús- de los cristianos: “Nadie se cuida ya de Mi amor; Mi corazón está olvidado, como si nada hubiese hecho por su amor, como si nada hubiera padecido por ellos, como si de todos fuera desconocido. Mi corazón está siempre triste. Solo Me hallo casi siempre en las iglesias, y si muchos se reúnen, lo hacen con motivos bien distintos de los que Yo quisiera; y así tengo que sufrir viendo a mi Iglesia convertida en teatro de diversiones; veo que muchos, con semblante hipócrita, me traicionan con comuniones sacrílegas”[1].
         Si nos parecen duras las palabras del Señor, es porque más duros son nuestros corazones en el momento de comulgar.

jueves, 3 de mayo de 2018

San Martín de Porres y su ejemplo de santidad



         Hermano religioso, fue peluquero y enfermero antes y durante su profesión religiosa[1]. Fundó un Asilo para huérfanos e indigentes. Rezaba todos los días y por largas horas frente a un gran crucifijo y a Él le contaba todo lo que le pasaba, sus penas, sus alegrías, sus trabajos y a Él y a la Virgen le pedía por todos los que acudían a él para pedirle algún favor.
         Tenía el don de la bilocación, por lo que se lo veía fuera del convento, visitando enfermos, o en países tan lejanos como China y Japón, consolando a misioneros desanimados, todo sin salir de su convento.
         Un día sucedió que llegaron enemigos a hacerle daño, pero San Martín rogó a Dios que lo hiciera invisible, de modo que estos no lo vieron y se retiraron sin hacerle nada.
         Amaba a los animales en cuanto creaturas de Dios; les hablaba y ellos entendían. Lograba que diferentes especies animales –gatos, perros, ratones- comieran de un mismo plato, sin pelearse entre ellos. Una vez terminó con una plaga de ratones, hablándoles y diciéndoles que fueran a la huerta y no a la sacristía.
         Por su fama de santidad y por los milagros, lo consultaban desde el Virrey hasta los más indigentes y atendía a todos, sin hacer distinción por nadie. Toda la limosna que conseguía, la repartía entre los indigentes.
         Pero el ejemplo de santidad que nos deja San Martín no son sus milagros, sino su oración frente al crucifijo y a la imagen de la Virgen y su caridad para con todos sus hermanos, sobre todo, los más necesitados. Así, San Martín demostraba que vivía cabalmente el primer Mandamiento: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

miércoles, 2 de mayo de 2018

San Atanasio



San Atanasio de Alejandría y San Cirilo.

         Vida de santidad[1].

          Nació en Alejandría, Egipto, hacia el año 297. Es considerado el principal opositor a la herejía arriana -arrianismo- y Padre de la ortodoxia. Fue proclamado doctor por Pío V en el año 1568.

         Mensaje de santidad.

San Atanasio escribió un texto llamado “Credo Atanasiano”[2], en el que condensaba, sintéticamente, la esencia de la Fe católica. En estos tiempos de oscuridad y confusión aun dentro de la Iglesia Católica, el Credo Atanasiano es más actual que nunca, por lo que lo analizaremos para su meditación. El Credo Atanasiano dice así (el texto en cursiva es nuestro):
“Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe Católica; el que no la guarde íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre”. Ante todo, San Atanasio habla de la necesidad de una salvación, la cual es, para el cristiano, del abismo del Infierno. En efecto, no es una salvación moral, ni existencial, ni de orden afectivo, ni material, sino espiritual y en la otra vida: es la salvación que significa no caer en el lago de fuego del Infierno: “Todo el que quiera salvarse”. Luego dice que “es menester mantener la Fe católica”, pues si no se la mantiene, “íntegra e inviolada”, el alma “perecerá para siempre” en el lago de fuego. San Atanasio habla de una “Fe católica”, esto es, no la fe de los protestantes, ni de los cismáticos, ni de los herejes, ni de los sectarios, sino la Fe católica, la fe contenida en el Credo, llamado también “Símbolo de los Apóstoles”.
“Ahora bien, la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre y el Hijo y otra (también) la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad. Cual el Padre, tal el Hijo, increado (también) el Espíritu Santo; increado el Padre, increado el Hijo, increado (también) el Espíritu Santo; inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso (también) el Espíritu Santo; eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno (también) el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno, como no son tres increados ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo inmenso. Igualmente, omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente. Así Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios; Así, Señor es el Padre, Señor es el Hijo, Señor (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres Señores, sino un solo Señor; porque así como por la cristiana verdad somos compelidos a confesar como Dios y Señor a cada persona en particular; así la religión católica nos prohíbe decir tres dioses y señores. El Padre, por nadie fue hecho ni creado ni engendrado. El Hijo fue por solo el Padre, no hecho ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no fue hecho ni creado, sino que procede”. En este largo párrafo, San Atanasio explica cuál es la gloria de la fe católica y es el creer que Dios es Uno y Trino, que en Él hay un solo Ser divino trinitario y una sola naturaleza divina y que hay Tres Personas Divinas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, siendo cada Persona Dios en sí mismo y no por eso hay tres dioses, sino un solo Dios en Tres Personas distintas. De aquí que el Dios de los católicos no es el Dios de las otras religiones, puesto que los judíos creen en Dios Uno pero no Trino; los musulmanes, creen en Dios Uno pero no reconocen la divinidad del Hijo ni del Espíritu Santo y así, con muchos otros errores, las demás iglesias construidas por el hombre y mucho más todavía, las sectas, cloacas de todas las herejías. La gloria del católico es creer en la Santísima Trinidad, en Dios, que es Uno y Trino.
“Hay, consiguientemente, un solo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos; y en esta Trinidad, nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad de la Trinidad que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha sentir de la Trinidad”. San Atanasio vuelve a refrendar la verdadera fe católica: creer en Dios Uno y Trino; creer en las Tres Divinas Personas, que son coeternas, coiguales, cosubstanciales, y no hay tres dioses, sino uno solo, de manera tal que el católico debe venerar y adorar tanto la unidad en la Trinidad como la Trinidad en la unidad, lo que podríamos decir, la Triunidad. No hay otra fe que salve al hombre que esta fe católica, la fe en la Santísima Trinidad.
“Pero es necesario para la eterna salvación creer también fielmente en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo”. Pero además de la unidad en la Trinidad y en la Trinidad de la unidad, el católico debe creer firmemente que la Segunda Persona de la Trinidad, el Logos Eterno del Padre, se encarnó en la humanidad de Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios, ante el cual nos postramos y lo adoramos en su humanidad santísima y en su santísima divinidad.
“Es, pues, la fe recta que creemos y confesamos que nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios, es Dios y hombre”. Los católicos confesamos que Jesús de Nazareth, Nuestro Señor Jesucristo, no es ni solo hombre, ni solo Dios, sino el Hombre-Dios, verdadero hombre y verdadero Dios; Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, para que los hombres, por su gracia, seamos hechos copartícipes de su divinidad.
“Es Dios engendrado de la sustancia del Padre antes de los siglos, y es hombre nacido de la madre en el siglo: perfecto Dios, perfecto hombre, subsistente de alma racional y de carne humana; igual al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad”. Es Dios Eterno engendrado en el seno eterno del Padre; es hombre perfectísimo, engendrado en el tiempo, por Dios Espíritu Santo, en el seno virginal de María Santísima; su alma es racional y su cuerpo es de carne, huesos y músculos, como los de cualquier hombre, pero unidos a la hipóstasis o Persona divina del Verbo Eterno del Padre. Por eso, es inferior al Padre solo en esta naturaleza humana, porque el Padre no se encarnó, pero es igual al Padre en cuanto su naturaleza y su Acto de ser divino trinitario, el mismo Acto de ser divino trinitario del Padre y del Espíritu Santo, y por eso el Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, merece la misma adoración y gloria que se le tributan al Padre y al Espíritu Santo.
“Mas aun cuando sea Dios y hombre, no son dos, sino un solo Cristo, y uno solo no por la conversión de la divinidad en la carne, sino por la asunción de la humanidad en Dios”. Cristo Jesús es uno solo, no un hombre y un Dios, sino un solo Hombre-Dios, y no porque la divinidad haya sido asumida en la divinidad, sino al contrario, porque la humanidad fue asumida en la divinidad.
“Uno absolutamente, no por confusión de la sustancia, sino por la unidad de la persona. Porque a la manera que el alma racional y la carne es un solo hombre; así Dios y el hombre son un solo Cristo”. Cristo es uno no porque en Él se confundan las naturalezas humana y divina, sino porque ambas naturalezas, sin confusión, están unidas en la unidad de la Persona divina, la Persona del Hijo Eterno del Padre.
“El cual padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre omnipotente, desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y a su venida todos los hombres han de resucitar con sus cuerpos y dar cuenta de sus propios actos, y los que obraron bien, irán a la vida eterna; los que mal, al fuego eterno”. Y este Hombre-Dios adquirió un Cuerpo en el seno de la Virgen y a ese Cuerpo lo ofreció en holocausto santísimo por nuestra salvación; murió en la cruz, resucitó, subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos en el Día del Juicio Final, para dar a los buenos el cielo y a los malos el infierno, según sean sus obras libremente realizadas.
“Esta es la fe católica y el que no la creyere fiel y firmemente no podrá salvarse”. Sin la fe católica, la enunciada en el Credo de los Apóstoles y desmenuzada en el Credo Atanasiano, nadie podrá salvarse. A esto podemos agregar que todo lo que decimos de Cristo Jesús, lo decimos de la Eucaristía, puesto que la Eucaristía es Él, el Cordero de Dios, Presente en Persona, oculto en apariencia de pan que viene a nuestros corazones por la comunión eucarística para darnos el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico y esto es así de tal manera que, si no se cree en la Eucaristía, no se tiene fe católica y no hay salvación posible.

martes, 1 de mayo de 2018

San José, obrero de Dios, por Dios y para Dios


Esta fiesta fue instituida por Pío XII el 1 de mayo de 1955. Por la misma, se honra a San José en su profesión de carpintero y en su condición de sostenedor económico de la Sagrada Familia.
Ese mismo día, el Santo Padre Pío XII dijo a los trabajadores reunidos en la Plaza de San Pedro: “El humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias”. San José experimentó la dureza de la pobreza y de una vida de sacrificios, pero no por esto se rebeló de forma violenta contra los que más tenían. Su mayor riqueza era su Familia, la Sagrada Familia de Nazareth, en la que resplandecía su Hijo Dios, que al mismo tiempo que era su Hijo adoptivo, era el Dios que lo había creado, y ahora se encarnaba para redimirlo y santificarlo por el Don del Espíritu Santo. Su otra mayor riqueza era su Esposa meramente legal, la Santísima Virgen María. San José se santificó con su trabajo, no lo usó como herramienta para atacar “a las clases superiores”. Era consciente de que el trabajo debía ser dedicado a Dios, para santificarse él por medio del trabajo. San José fue elegido por Dios, con lo que él era y él era carpintero, un oficio humilde pero digno. Fue Dios quien quiso que el hombre en quien más confiaba en esta tierra para darle el cuidado de Dios Hijo y de la Esposa del Espíritu Santo fuera un obrero, por lo tanto fue Dios quien quiso que San José fuera obrero de Dios, para Dios, con Dios. Éste es el verdadero y único significado del Día del Trabajador y el modelo para todo trabajador cristiano es San José y sólo San José. Como San José, todo trabajador cristiano debe ser trabajador de Dios, para Dios y con Dios y así santificarse en su trabajo.
Ahora bien, otra cosa muy distinta es el establecimiento del 1º de Mayo como Día del Trabajador, el cual no se debe a la Iglesia, sino al Comunismo, derivado a su vez de la Revolución Francesa, la cabeza de hidra o la caja de Pandora de donde salieron todo tipo de males para la humanidad.
La II Internacional comunista proclamó en el año 1889 al 1º de Mayo como “fiesta revolucionaria del trabajo”, en oposición radical a la consideración del trabajo como medio de santificación del trabajador. Para contrarrestar esta nefasta influencia del trabajo como “fiesta revolucionaria” contra Dios, el Papa León León XIII publicó, también en 1889, la Quamquam pluries. Tiempo después, el marxismo internacional fundó la III Internacional que consagró la hegemonía del Partido Comunista, que tantos males traería al mundo, puesto que llevaría a cabo la concreción de la idea del trabajo como acción humana que desafía al reinado social de Jesucristo. El comunismo y el socialismo -expresión falsamente democrática del comunismo- fueron ideologías surgidas del satanista confeso Carlos Marx y desde un inicio se mostraron como mortales enemigos de la Iglesia y del obrero cristiano. Para preservar a los obreros cristianos de la influencia atea y materialista de estas ideologías, es que los Papas consideraron oportuno advertir a los fieles y confiarlos al cuidado de San José.
Por esto mismo, el socialismo fue condenado por Su Santidad León XIII en la encíclica Quod Apostolici Muneris, ya que sus principios -negación de Dios y de la Iglesia, supresión de toda autoridad, igualdad absoluta de todos los hombres en la esfera jurídica y en el plano político, disolubilidad del vínculo matrimonial y por consiguiente disolución de la familia, abolición del derecho a la propiedad privada, acción política demagógica sostenida por una propaganda revolucionaria y dirigida de modo violento contra otras clases sociales- constituían una clara amenaza contra el orden social cristiano que reconoce a Cristo como Rey de las personas, de las familias y de las naciones.
En el Motu Proprio Bonum sane et salutare, el Papa Benedicto XV, el 25 de julio de 1920, advirtió a los fieles respecto del socialismo y el gobierno mundial, al tiempo que los confiaba al cuidado de San José:
“Por lo tanto, hemos de deplorar mucho más que antes que las costumbres sean más libres y depravadas y que, por la misma razón, se agrave cada día más la que llaman causa social, de modo que debemos temer males de gravedad extrema… Pues, en los deseos y la expectativa de cualquier desvergonzado se presenta como inminente la aparición de cierta República Universal… y en la cual no habría diferencia alguna de nacionalidades ni se acataría la autoridad de los padres sobre los hijos, ni la del poder público sobre los ciudadanos, ni la de Dios sobre los hombres unidos en sociedad… Si esto se llevara a cabo no podría menos de haber una secuela de horrores espantosos; hoy día ya existe esto en una no exigua parte de Europa que los experimenta y siente. Ya vemos que se pretende producir esa misma situación en los demás pueblos; y que, por eso, ya existen aquí y allá grandes turbas revolucionarias porque las excitan el furor y la audacia de unos pocos… Por la misma razón, para retener en su deber a todos los hombres que se ganan el sustento por sus fuerzas y su trabajo donde quiera vivan y conservarlos inmunes del contagio del socialismo que es el enemigo más acérrimo de la sabiduría cristiana, ante todo les proponemos fervorosamente a San José para que lo elijan como guía particular de su vida y lo veneren como patrono”.  San José, entonces, es el verdadero y único patrono de los trabajadores, de aquellos trabajadores que quieren santificarse por su trabajo y no utilizarlo como mero pretexto de ideologías anti-cristianas para subvertir el orden natural y cristiano.
El Papa Pío XI, sucesor de Benedicto XV y viendo la creciente amenaza en contra de la Iglesia de la pestilente secta comunista, profundizó en la idea de San José como patrono de los trabajadores, idea que habría de contrarrestar la pestilente influencia del comunismo en las clases trabajadoras: “Para acelerar la paz de Cristo en el reino de Cristo, por todos tan deseada, ponemos la actividad de la Iglesia católica contra el comunismo ateo bajo la égida del poderoso Patrono de la Iglesia, San José”. Mientras el comunismo pretende que el trabajo sea un instrumento para esclavizar a las masas y controlarlas para instaurar una sociedad atea y regida por el comunismo, el Patrocinio de San José, por el contrario, defiende a los trabajadores de estas ideas perversas y los tutela para que, por el trabajo, se santifiquen y así conquisten el Reino de los cielos.
San José es un genuino representante de los trabajadores; siendo Padre adoptivo de Dios Hijo y por ello, perteneciendo a la nobleza celestial y poseyendo una fortuna incalculable desde el punto de vista espiritual, sin embargo perteneció a la clase obrera y experimentó personalmente el peso de la pobreza en sí mismo y para mantener económicamente a la Sagrada Familia, de la que era padre solícito y abnegado, tuvo que trabajar arduamente, a pesar de la riqueza espiritual mencionada -de hecho, murió de neumonía por causa de su trabajo, al enfermarse gravemente en medio de una tormenta, cuando se dirigía a cumplir un encargo-. Cumpliendo con toda fidelidad los deberes diarios de su profesión y todavía más, porque fue él quien protegió al Divino Niño cuando Herodes envió a sus sicarios para matarlo, San José es un ejemplo insuperable de vida para todos los que tienen que ganarse el pan con el trabajo de sus manos. Después de merecer el calificativo de justo (2 Pe 3, 13; cfr. Is 65,17; Ap 2,1), ha quedado como ejemplo viviente de la justicia cristiana, que debe regular la vida social de los hombres, además de ser ejemplo de santidad y de cómo un trabajador puede y debe santificarse por el trabajo, convirtiendo su lugar de trabajo en altar que se ofrece a Dios para su mayor honra y gloria.
Finalmente, fue el Papa Pío XII quien estableció que la fiesta de San José Obrero se celebre anualmente en la Iglesia Universal el 1 de mayo, fecha elegida específicamente para contrarrestar el feriado predominantemente socialista y comunista, conocido como “Día internacional de los trabajadores” o “Primero de Mayo”. En su discurso a los trabajadores italianos el Papa Pío XII, el 1° de mayo de 1955 dijo a los trabajadores: “Si quieres estar cerca de Cristo, te repito “Ite ad Ioseph”: ¡Ve a José!”. El Santo Padre no dice a los trabajadores: “Ve a Marx”, sino “Ve a José”. Marx es instaurador de la religión del odio, el comunismo, porque esta secta lo que hace es instaurar artificialmente el odio entre las clases sociales, además de exacerbarlo exprofeso. Dice así el Santo Padre: “El Cristianismo se funda en el amor, el marxismo parte del odio, de la lucha de clases, cree en el inmisericorde aniquilamiento de los adversarios. El Cristianismo es un llamado a todos los hombres, el marxismo convoca sólo a los proletarios, a los explotados. Uno cree en la Redención, el otro en la revolución”. Y una revolución no del hombre contra el hombre, sino del hombre contra Dios, porque es la revolución del ángel caído trasladada a los hombres.
El comunismo encierra un falso ideal de aparente redención y es falso porque es materialista y ateo por esencia y por lo tanto, “intrínsecamente perverso”. Su método para lograr el poder es enfrentar a las clases sociales por el odio y azuzar la lucha entre ellas. La difusión del comunismo se explica por las deslumbradoras promesas que hacen a los incautos -son los “espejitos de colores” con los que engañan a los hombres- y a los ignorantes, apoyándose en las injusticias del régimen económico liberal y es así como vemos hoy en tantas partes del mundo la difusión de los errores del comunismo, por medio del marxismo cultural. Las palabras de la Virgen en Fátima son de una actualidad estremecedora: “Si no se consagra a mi Inmaculado Corazón, Rusia esparcirá sus errores [esto es, el comunismo, N. del R.] por todo el mundo”. Y esta difusión de los errores del comunismo -con su secuela de violencia, destrucción, miseria y muerte por donde se asienta- es lo que estamos viviendo hoy, incluso dentro de la Iglesia Católica, con la Teología de la Liberación”. Por todo esto, no cabe duda de que el patrocinio de San José Obrero, es de inusitada urgencia.

Los trabajadores católicos no deben dejarse manipular por la secta comunista, que pretende utilizar el Día del Trabajador como una herramienta de control social dirigida a la destrucción del orden natural cristiano y deben acudir a San José, para amar a Dios en el trabajo y así santificarse, como dice el Papa Pío XII: “Ve a José”, Ite ad Joseph.