San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 30 de diciembre de 2011

En la Familia de Nazareth, todo lo humano se diviniza. A ejemplo suyo, que nuestras familias se divinicen por la gracia



      María, Jesús, José. La Sagrada Familia de Nazareth. Una madre, un Hijo, un padre. Al parecer, una familia como tantas otras, pero a la cual la Iglesia propone para la contemplación e incluso para la imitación en sus virtudes, tal como lo dice en el Misal Romano, en la Fiesta de la Sagrada Familia: “Dios, que nos haces contemplar a la Familia de Nazareth, haz que podamos imitar sus virtudes”[1].
Las virtudes a imitar de la Familia de Nazareth son innumerables: María es una madre que cuida con todo amor a su Hijo Jesús, y así es ejemplo para toda madre con respecto a sus  hijos. ¿Cuántas madres no abandonan a sus hijos a su propia suerte, y los dejan vagar por el mundo, a la deriva, sin preocupare por ellos? Está comprobado que un gran porcentaje de la criminalidad se origina por no encontrar los hijos en los padres el cariño, el cuidado, el amor y el respeto que les deben los padres, y en primer lugar las madres, a sus hijos.
En este sentido, María Santísima es ejemplo insuperable de dedicación y amor a su Hijo Jesús: no lo abandona en ningún momento, no duda en abandonar su hogar y huir a tierras lejanas, a Egipto, para salvar la vida de su Hijo, amenazada por Herodes; María cuida de Él con el amor solícito de madre, desde el preparar la merienda, algo sencillo y simple -así como una madre amasa el pan y prepara la merienda para sus hijos, con leche, pan y miel, así hace María con su Hijo Jesús, que en el misterio es Niño y es Dios al mismo tiempo, y necesita de la merienda de María, hecha de panes caseros y de miel, servidos con el amor infinito de la Madre de Dios-, hasta ser capaz del sacrificio más extremo, doloroso y duro, como el ofrecer a su Hijo Jesús en la cruz, para la salvación del mundo. María es ejemplo de amor insuperable de una madre hacia sus hijos, tanto en las cosas sencillas y simples de todos los días, como en los acontecimientos más dolorosos, como es la muerte de un hijo. No hay dolor más grande para una mujer como el dolor de la pérdida de un hijo, y en esto María es ejemplo insuperable. María es ejemplo en el amor y en el dolor: es ejemplo para las madres que aman a sus hijos, y es ejemplo para las madres que han perdido a sus hijos, porque su Hijo murió en la cruz, y el dolor de esta pérdida la sufrió María en su corazón, para consolar a todas las madres del mundo que pierden a sus hijos.
Jesús es ejemplo de amor, de obediencia, de sumisión filial y piadosa hacia los padres, es decir, es ejemplo de una sumisión no provocada por el temor, sino por el respeto y el amor piadoso, que es el amor de hijo y no amor de esclavo o de extraño en su propia casa. ¿Cuántos hijos tienen padres excelentes en todo sentido, y no saben aprovechar ese don que Dios les concede, faltándoles en todo, desde el levantar la voz hasta el abandonarlos en sus necesidades?
José es ejemplo de amor casto y puro hacia María y, si bien amó a María con un amor de hermano, puramente fraternal, pues era esposo suyo pero fue siempre Virgen, es por este amor casto que profesó a María, ejemplo de amor virtuoso –casto, puro, fiel- de todo esposo hacia su esposa. ¿Cuántos esposos, en la dura lucha cotidiana, no saldrían triunfantes de sus luchas, si tuvieran en José, que ama a María con amor casto, el patrón y protector?
La Iglesia nos pide entonces que contemplemos a la Sagrada Familia como modelo de toda virtud, pero podríamos preguntarnos: ¿Cuál es el motivo por el cual la Iglesia nos propone contemplar a esta Familia de Nazareth?
            ¿No podrían haber otras familias, igualmente santas y buenas para contemplar e imitar? ¿Por qué la Familia de Nazaret?
El motivo es que no es una familia más, porque la Familia de Nazaret esconde un misterio insondable, incomprensible, el misterio absoluto de Dios Uno y Trino que se revela en ella y por ella.
El motivo es que en esta familia todo es santo: la Madre Virgen, el Hijo Dios, el padre virgen. La Madre es María Santísima, la Madre de Dios; el Hijo es Dios Hijo, Fuente Increada de la santidad; el padre es un padre adoptivo, casto y santo.
            No es una familia más, porque toda la Familia contiene y refleja la santidad, la pureza y la perfección del Ser divino; es como si Dios Uno y Trino quisiera manifestarse visiblemente a través de esta Familia de Nazareth. Es lo que se deduce de las palabras de Juan Pablo II al referirse a la Sagrada Familia: “María, Jesús, José; he aquí la Trinidad terrena entre nosotros”. Juan Pablo II llama a la Sagrada Familia “Trinidad terrena”, pero no en un sentido figurado, sino porque realmente Dios Uno y Trino se manifiesta en y a través de esta Familia de Nazareth, de diversos modos: en María, inhabita la Persona del Espíritu Santo; el Niño Jesús es la Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo; José es hecho partícipe por Dios Padre de su paternidad, concediéndole la gracia de una paternidad, casta, pura y santa, una paternidad adoptiva y espiritual de su Hijo eterno encarnado.
            Es decir, la Familia de Nazareth es santa porque Dios Uno y Trino, Fuente de la santidad y la santidad en sí misma, vive y se refleja en y a través de la Familia de Nazareth.
            Esta familia está compuesta por seres humanos como María y José, y por el Niño Dios, Jesús, y por esto la Sagrada Familia de Nazareth parece una más entre otras: una Madre, un padre, un Hijo; pero no es una familia más, porque en esta Familia todo lo humano se diviniza y al mismo tiempo se convierte en irradiación de lo divino: María es la Madre de Dios; su humanidad casta y pura se diviniza por la inhabitación del Espíritu Santo, que la convierte en la Madre de Dios, y la Presencia de su Hijo en Ella hace de María el primer cáliz de la Redención; Jesús es el Niño Dios, Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios; su Humanidad santísima se vuelve Tabernáculo de Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, que asume la Humanidad de Jesús en el seno virgen de María; José es el padre virgen , casto y puro, que ama con amor santo, puro y fraternal, a María, y con amor santo y puro a su Hijo adoptivo, que es Dios Hijo; José es el padre santo y adoptivo del Hijo eterno de Dios Padre.
            Todo lo humano en la Familia de Nazareth se diviniza, porque se une a lo divino: el Espíritu Santo inhabita en María; la Segunda Persona de la Trinidad asume la Naturaleza humana del Niño de Belén, Jesús; la gracia, que proviene del Padre Eterno, llena el alma del padre adoptivo José, comunicándole la gracia de la paternidad.
            En la Familia de Nazareth todo se vuelve santo al contacto con lo divino, pero también irradia lo divino y santo: del seno purísimo de María surge, como el rayo de sol atraviesa el cristal límpido, el Hijo eterno del Padre; Jesús, Niño Dios, Segunda Persona de la Trinidad, es la Fuente Increada de la Ggacia divina; José, padre virgen y adoptivo, es el modelo a imitar para todo padre que desee ser santo.
            Porque todo lo humano se diviniza y se vuelve irradiación de la gracia divina, la Familia de Nazareth es la primera Iglesia, la Iglesia doméstica: María es figura de la Iglesia y primer Tabernáculo y primer cáliz de Dios Hijo encarnado; Jesús es el Pan de Vida eterna, que surge del seno de María así como surge del seno virgen de la Iglesia el Pan de Vida eterna, Jesús Eucaristía; José, que es el padre virgen, que ama con amor fraterno, con amor de hermano, a María, y con amor de padre a su Hijo adoptivo Jesús, es el modelo de todo sacerdote y de todo amor sacerdotal para todo sacerdote de la Iglesia que desee ser santo.
            La Sagrada Familia es la Primera Iglesia, la Iglesia doméstica, y germen y embrión de la Iglesia Universal: María y José donan a su Hijo Jesús como Pan bajado del cielo y como Cordero del sacrificio, que se inmola en la cruz para la salvación del mundo; la Iglesia, como María, y el sacerdocio ministerial, como José, donan a Jesús Eucaristía como Pan bajado del cielo y como Cordero del sacrificio que se inmola sacramentalmente en el altar eucarístico.
            Porque dona a su Hijo, Fuente Increada de la Gracia Increada, la Sagrada Familia es la Fuente de la santidad para toda familia humana y para toda la Iglesia, Familia de las familias de Dios.
            Porque la Sagrada Familia es fuente de santidad para toda familia, es que la Iglesia nos la presenta no solo para que la contemplemos y para que imitemos sus virtudes, sino para que la santidad de Dios Uno y Trino que brota de esta Familia de Nazareth inunde todas y cada una de las familias humanas.


[1] Cfr. Misal Romano, Fiesta de la Sagrada Familia, Oración colecta.

martes, 20 de diciembre de 2011

¿Cómo prepararnos para la Navidad?




Como lo hacían los santos, por ejemplo, Antonieta Meo, una niña que murió a los siete años luego de sufrir la amputación de una pierna a causa de un tumor maligno.



Antonieta recibió la Primera Comunión el 24 de diciembre de 1936, el año antes de su muerte, y en los días previos a la Navidad, su pensamiento fijo y su deseo único era recibir a Jesús en la Eucaristía.




En sus cartas a Jesús, escritas por su madre, Antonieta no pedía regalos materiales -hoy a los niños se los adiestra con la idea de que Navidad es abrir regalos-, ni ser curada de su grave enfermedad -a diferencia de muchos que reniegan de su Cruz-; tampoco se encuentran, en todas sus cartas, ni una sola queja o reproche por la difícil situación por la que está pasando.



Antonieta sólo deseaba recibir a Jesús Eucaristía para Navidad, y para ello disponía su corazón y lo preparaba con la Confesión sacramental y con frecuentes sacrificios, ofreciendo en silencio los intensos dolores provocados por su enfermedad.



Además, como parte de su preparación para Nochebuena, Antonieta agradece en numerosas oportunidades a la Santísima Trinidad por el don de la Navidad.



Son los santos, como Antonieta Meo, fallecida a los siete años de edad, los que nos enseñan a prepararnos y a vivir una Navidad cristiana.



Debemos seguir sus ejemplos pues de lo contrario, podemos caer, con mucha facilidad, en los engaños del mundo, que nos quiere hacer creer en una Navidad sin Jesús, sin la Virgen, sin el Amor de Dios; una Navidad pagana, materialista, consumista, hedonista, radicalmente falsa, en la que el personaje central es Papá Noel, un invento de la fantasía humana, y en la que lo único que importa es la diversión mundana.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Isaías y el Adviento



El clima espiritual del Adviento está contenido en la expresión del profeta Isaías: “Si rasgaras los cielos y descendieras” (63, 19). En esta frase, el profeta suspira por la llegada del Mesías, el cual pondrá fin a la rebelión de Israel, que a pesar de haber sido elegida por Yahveh, se ha desviado de sus caminos y se ha rebelado, y ya no escucha ni obedece más a su voz: “Somos desde antiguo gente a la que no gobiernas” (63, 19 a).

Isaías ve con claridad que sin Dios, no solo Israel, sino también toda la tierra yace en oscuridad: “Mira cómo la oscuridad cubre la tierra”, oscuridad que es ante todo espiritual, porque es la oscuridad del pecado que ensombrece al hombre y le quita la vida divina. Es la oscuridad de la que habla Zacarías en su cántico: el Mesías ha de venir para “iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte”.

Cuando llegue el Mesías, puesto que Él es luz, que habita en la luz inaccesible, derrotará para siempre a las tinieblas que oscurecen el corazón del hombre, y hará resplandecer su rostro sobre ellos, concediéndoles el perdón de sus pecados, olvidándose para siempre de sus iniquidades.

Cuando llegue el Mesías, los hombres serán iluminados no con la luz del sol, sino con la luz eterna de Dios: “No será para ti ya nunca más el sol luz del día, ni el resplandor de la luna te alumbrará de noche, sino que tendrás a Yahveh por luz eterna, y a tu Dios por tu hermosura. No se pondrá jamás tu sol, ni tu luna menguará, pues Yahveh será para ti luz eterna, y se habrán acabado los días de tu luto” (Is 60, 19-20).

Cuando llegue el Mesías, los que están aprisionados por las pasiones, los que lloran por no poder librarse del pecado, se alegrarán con un gozo y una alegría que no terminará jamás: “El Espíritu del Señor me ha enviado a anunciar la liberación a los cautivos, para consolar a todos los que lloran, para darles gozo en vez de luto. (…) Con gozo me gozaré en Yahveh, exulta mi alma en mi Dios” (cfr. Is 61, 1-10).

La liberación de los cautivos, el consuelo a los que lloran, el gozo en vez de luto, inicia ya aquí en la tierra, cuando el Mesías, a través del sacerdote ministerial, perdona los pecados del corazón del hombre, diciéndole: “Tus pecados te son perdonados”.

Así el alma inicia, ya desde la tierra, la vida de la gracia, el anticipo de la feliz eternidad en los cielos.

Para esto viene el Mesías, al cual esperamos en Adviento.