La
vida de San Camilo de Lelis se divide en dos partes muy definidas: hasta los
veinticinco años, antes de la conversión a Jesucristo, y después de los veinticinco
años, después de la conversión a Jesucristo. Nació en la localidad de Abruzzos,
Italia, en el año 1550. Quería dedicarse a la carrera militar, como su padre,
pero sucedió que le apareció una enfermedad en el pie y eso le impidió seguir
esa carrera. Acudió a Roma en búsqueda de una cura para su afección, pero no lo
consiguió; además, adquirió un horrible vicio, el vicio del juego, por el cual apostó
y perdió absolutamente todo lo que tenía. Le quedaban dos opciones: salir a
mendigar o a robar, pero como tenia una formación cristiana de sus padres,
decidió mendigar. Tenía veinticinco años. Hasta antes de conocer personalmente
a Jesucristo, San Camilo llevaba una vida disipada, caracterizada por uno de los
más horribles vicios y pecados que puede atormentar a un alma y es el vicio del
juego, en donde la persona arriesga literalmente todo lo que tiene para vivir,
para él y para su familia, quedándose en la más absoluta miseria.
La
segunda parte de su vida comienza también a los veinticinco años cuando, iluminado
por la gracia, luego de escuchar un sermón de Padre Capuchino, no solo se
convierte a Jesucristo, sino que además experimenta el llamado a la vocación
sacerdotal y religiosa. Para concretar su vocación, pidió el ingreso al
noviciado, pero en ese momento le surgió con más fuerza la herida del pie -probablemente
fue una infección crónica, del tejido óseo y de la piel, que además de
incapacidad, provoca mucho dolor- y fue rechazado. Regresó al hospital de
Santiago, en donde se dedicó a atender a los demás enfermos, por lo que fue
nombrado asistente general del hospital. Dirigido espiritualmente por San
Felipe Neri, estudió teología y fue ordenado sacerdote. En 1575 se dio cuenta
que ante la gran cantidad de peregrinos que llegaban a Roma, los hospitales
eran incapaces de atender bien a los enfermos que llegaban. Fue entonces que
decidió fundar una comunidad de religiosos que se dedicaran por completo a los
hospitales. En su tiempo se desatan epidemias diversas, muy contagiosas
(malaria, tifus, peste bubónica), que provocan gran cantidad de enfermos y
muertos[3]. San Camilo y sus
religiosos, lejos de quedarse en sus casas religiosas, salen a las calles, a
los puentes, a las casas en donde familias enteras están enfermas, para
asistirlas. Como consecuencia, mueren muchos religiosos de la congregación de
San Camilo, contabilizándose nueve solamente en el período de dos años que va
desde 1586 al 1588.
Aunque
tuvo que soportar durante 36 años la llaga de su pié, nadie lo veía triste o
malhumorado. Con sus mejores colaboradores fundó la Comunidad Siervos de los
Enfermos el 8 de diciembre de 1591. Ahora se llaman Padres Camilos. Murió el 14
de julio de 1614, a los 64 años.
Mensaje
de santidad.
Un
primer mensaje de santidad que nos deja San Camilo de Lelis es el comprobar
cómo, el encuentro personal con Jesucristo, cambia para bien el sentido de la
vida. En su caso, antes de encontrar a Jesucristo, no era santo, sino un gran
pecador, como todos nosotros, y además de eso, tenía uno de los peores vicios
que puede tener una persona, como el del juego, porque así se arruina a sí
mismo y arruina a toda su familia y en definitiva a toda la sociedad. Sin embargo,
bastó un solo encuentro con Él, para no solo dejar para siempre el vicio del
juego y cualquier pecado, sino para comenzar una vida de santidad que ahora
continúa con alegría y felicidad por toda la eternidad.
Otro
aspecto del mensaje de santidad de San Camilo, es el comportamiento que tanto él
como sus religiosos tuvieron en momentos de graves pestes en Europa. Aquí hay que
hacer una comparación obligatoria con esta actitud verdaderamente cristiana,
samaritana, fundada en el mandamiento de la caridad de Nuestro Señor
Jesucristo, con la actitud egoísta, cínica, mundana, e incluso anti-cristiana,
que mostraron numerosos integrantes de la Iglesia Católica, tanto religiosos,
empezando desde los más altos niveles, como laicos, quienes obedeciendo al
mandato de una sociedad comunista, atea y anticristiana y también
anti-científica como la Organización Mundial de la Salud, permanecieron en sus
casas y, para colmo de males, cerraron las iglesias, para impedir el “contagio”
de los fieles. Sin embargo, permanecían abiertas instituciones públicas y
multitudinarias como los bancos y los supermercados, al mismo tiempo que las
puertas de la Iglesia de Cristo eran cerradas, como si alimentar el cuerpo y
conseguir dinero para los alimentos, fuera más importante o lo único
importante, antes que el auxilio espiritual que nos viene del Médico Divino,
Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía.
Otro
mensaje de santidad es que San Camilo, guiado por las palabras de Nuestro Señor
Jesucristo que serán pronunciadas en el Día del Juicio Final –“Lo que hicisteis
a uno de estos pequeños, a Mí me lo hicisteis”-, ordena a sus religiosos tratar
a cada enfermo como trataría a Nuestro Señor Jesucristo en persona. Esto no
quiere decir que nuestro prójimo sea Nuestro Señor Jesucristo, sino que Él está
presente, misteriosamente, en cada prójimo; por esta razón, todo lo que hagamos
a nuestro prójimo, sea en el bien o en el mal, lo estamos haciendo a Jesús y
eso queda contabilizado para el Día del Juicio Final, para la balanza de
nuestras obras, sean buenas o malas; de ahí la necesidad de ser siempre
misericordiosos para con nuestro prójimo, para así recibir misericordia de
parte de Dios.
Un
último mensaje de santidad, en este caso en el orden personal, es la
configuración de San Camilo a Cristo, no solo por el hecho de ser sacerdote
-Cristo es el Sumo y Eterno Sacerdote-, sino ante todo por unir su enfermedad
crónica, muy dolorosa y prolongada, ya que lo acompañó hasta el final de sus
días, a la Pasión de Jesús, que es lo que hay que hacer en realidad con cada
enfermedad que tengamos, sea leve o grave. En vez de quejarse y decir, como
dicen muchos, “¿Por qué me tiene que pasar esto a mí, que soy bueno, que vengo
a misa, que me confieso, que ayudo a los demás y encima de todo, tengo que
sufrir esta enfermedad o pasar por esta situación?”, San Camilo, no solo jamás
se quejó, nunca, de ninguna manera, sino que aceptó como un don del Cielo la
afección en el pie que tenía desde su juventud y la unió a los dolores de Jesús
crucificado, más concretamente, a los dolores de sus pies atravesados por un
grueso clavo de hierro y si esa afección le producía dificultad al caminar, él
se acordaba de Jesús en la cruz y cómo, por los clavos, ni siquiera podía
caminar. Así como obró San Camilo con su propia enfermedad personal, una enfermedad
crónica, dolorosa, incapacitante, así es como tenemos que actuar nosotros si
nos sucede algo similar: no solo no quejarnos, sino dar gracias a Dios y
unirnos a Cristo crucificado para participar, con nuestra enfermedad, de la
Pasión de Jesús.
El
último ejemplo es cómo debemos tratar a nuestro prójimo, sobre todo al enfermo:
como si tratáramos al mismo Cristo en Persona.