San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 18 de marzo de 2021

San José, modelo de contemplación y adoración eucarística

 



         San José tuvo la gracia inigualable de ser el padre adoptivo y terreno del Hijo de Dios encarnado. Esto significa que, sin ser el padre por naturaleza de Nuestro Señor, fue hecho partícipe de la paternidad divina de Dios, Padre Eterno.

         El ser padre adoptivo de Jesús le fue concedido porque San José era varón pleno de dones, virtudes y gracias. Entre otras virtudes y gracias, caracterizaron a San José la castidad, la pureza de cuerpo y alma, la fe, la devoción, la piedad, la humildad, la fortaleza, etc. Pero sobre todo, había una gracia en particular que sobresalía en San José: como ya dijimos, el ser hecho partícipe de la paternidad divina de Dios Padre.

         Esto quiere decir que San José debía cumplir, en la tierra y en el tiempo, el papel de Padre que Dios cumplía en el cielo y en la eternidad. ¿En qué consistía el papel de Dios Padre? Ante todo, contemplaba a su Hijo, en quien “tenía puesta toda su predilección”, puesto que su Hijo era su misma Sabiduría, era su Verbo y era su Palabra y al contemplarlo, lo amaba, con un Amor Eterno, el Amor Divino, el Espíritu Santo.

         Dios Padre, desde la eternidad, contemplaba a su Hijo, que había sido engendrado en su seno paterna también desde la eternidad y junto con la contemplación, lo amaba con su Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

         De la misma manera San José, en relación a su Hijo adoptivo, si bien no había surgido de él –porque San José no era su padre biológico-, sin embargo imitaba a Dios Padre y participaba de su contemplación y de su amor por Jesús. San José contemplaba a Jesús, siendo Jesús Niño y Joven y se maravillaba –al ser iluminado por el Espíritu Santo- por el hecho de que su Hijo Jesús no era un niño más entre tantos, sino que era Dios Hijo encarnado, hecho Niño, su Niño, para que él, San José, cuidara de Jesús con todo su amor paterno. San José contemplaba a Jesús y no podía salir de su asombro, al comprobar, con la luz del Espíritu Santo que lo iluminaba, que su Hijo Jesús era la Segunda Persona de la Trinidad y que se había encarnado, que había descendido del seno del Padre al seno virgen de María Santísima y que, oculto en una naturaleza humana, hablaba, caminaba, reía, lo ayudaba en sus labores y, sobre todo, lo amaba como su Padre adoptivo. Si San José amaba a Jesús con su amor paterno, Jesús le devolvía ese amor, amándolo con el Amor de su Sagrado Corazón, el Espíritu Santo.

         San José, entonces, miraba la humanidad de su Hijo y en ella y a través de ella contemplaba la divinidad de la Segunda Persona y por esta razón lo amaba y lo adoraba y es por esto que San José es modelo de contemplación y de adoración eucarística, porque nosotros, de alguna manera, podemos imitar a San José, mirando con los ojos corporales a la apariencia de pan y contemplando, con la luz de la fe, a Dios Hijo encarnado, Presente, glorioso y resucitado, en la Eucaristía y amando, como amaba San José a su Hijo, Dios encarnado, a Jesús en el Santísimo Sacramento del altar. Por este motivo, San José es nuestro modelo de contemplación y adoración eucarística.