San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

domingo, 18 de marzo de 2018

San José, Patrono de la vida de la gracia y de la muerte santa y Maestro de adoración eucarística



         
         
      Podemos decir que toda nuestra vida de cristianos está, literalmente, bajo el patrocinio de San José: es decir, desde que nacemos, hasta que morimos e independientemente de cuál sea nuestro santo al cual le tengamos mayor devoción, toda nuestra vida, hasta la muerte, se encuentra bajo el patrocinio de San José. Esto tiene consecuencias prácticas en nuestra vida espiritual cotidiana. Por ejemplo, cuando experimentemos la presencia de algún peligro para la vida de la gracia –una tentación que puede hacernos caer en el pecado- debemos recurrir a San José pero también si, viviendo en gracia, deseamos no solo conservar la gracia, sino aumentarla, también debemos recurrir a San José. Y esto, en cualquier momento –o mejor, en todo momento- de nuestra vida terrena.
Pero dijimos que también en la hora de la muerte estamos bajo el patrocinio de San José por lo que, cuando estemos ya cercanos a partir al otro mundo, es decir, cuando estemos cerca del momento en el que debamos comparecer ante Dios para recibir el Juicio Particular, también debemos acudir a San José. En otras palabras, independientemente de cualquier otro santo al cual le tengamos devoción, toda nuestra vida, desde que nacemos hasta que morimos y hasta en el momento mismo de la muerte, estamos bajo el patrocinio de San José.
¿Cuál es la razón? La razón es que, por un lado, San José fue el Padre adoptivo de Aquel que es la Gracia Increada y el Autor de toda gracia creada, Cristo Jesús y por eso es el Patrono de nuestra vida de la gracia. Durante su vida terrena y desde que se desposó legalmente con María Santísima, San José fue el Custodio y Protector de la Gracia Increada, Cristo Jesús: ejerciendo de padre adoptivo, San José cuidó de Jesús, de quien procede toda gracia, en su niñez y juventud y por eso es el Custodio, no solo de la niñez, sino de aquello que hace que una persona adulta –de veinte, cincuenta o setenta años- sea “como niño” y por lo tanto esté en condiciones de “entrar en el Reino de los cielos” (cfr. Mt 18, 3) y es la gracia santificante. Así como San José cuidó con alma y vida y dejando su propia vida en esta tarea, a su Hijo Jesús, que en cuanto Dios era la Gracia Increada, así custodia también nuestra vida de la gracia, que nos viene de Cristo Jesús y es la que nos hace “como niños” delante de Dios. Por eso debemos recurrir a Él cuando experimentemos algún peligro para la vida de la gracia o cuando, por el contrario, deseemos fortalecer, conservar y acrecentar la gracia ya poseída.
Por otro lado, decimos que estamos bajo el patrocinio de San José en el momento de la muerte por el siguiente motivo: en el momento de su muerte San José estuvo en los brazos de Jesús y María de manera que pasó de esta vida a la otra acompañado por el Redentor y su Madre, María Santísima. Según la Tradición, la muerte de San José fue así: acompañado por Jesús, San José emprendió un viaje a un pueblo vecino para realizar un trabajo de carpintería que le habían encargado pero a mitad de camino se desencadenó un temporal de nieve que le provocó una fuerte neumonía, por lo que debió regresar a su pueblo. Debido al avance de la neumonía, San José entró prontamente en agonía y murió al poco tiempo, siendo acompañado en esta instancia por su Hijo Jesús y por María Virgen. Debido a que esa es la muerte más hermosa que jamás nadie pueda tener -porque el alma se despide de esta vida terrena contemplando los Rostros Sacratísimos de Jesús y María y luego, al entrar en la otra vida, ingresa en la vida eterna contemplando los mismos Rostros amorosísimos de Jesús y María-, no existe muerte más hermosa que la de San José. La muerte de San José es la verdadera muerte cristiana, ya que se trata de solo un paso, el atravesar un umbral, desde el tiempo hasta la eternidad, para ingresar en la vida eterna acompañados por Jesús y María. Ésta es la razón por la cual San José es el Patrono de una muerte buena y santa. Entonces, cuando sintamos que Dios nos está por llamar ante su Presencia –la muerte es el paso a la vida eterna, previa comparecencia ante el tribunal de Dios, Justo Juez-, acudamos a San José para que nuestra muerte sea una muerte como la suya, una muerte santa y buena, una muerte que, estando el alma entre los brazos amorosísimos de Jesús y María, se convierte en el anticipo del ingreso en la vida eterna del Reino de los cielos.
Por estos dos motivos, San José es el Patrono de los dos elementos más valiosos para la vida espiritual: la gracia santificante y el paso, en estado de gracia, de esta vida a la vida eterna.
Pero hay otro aspecto que debemos considerar en San José, además de su doble condición de Protector de la vida de la gracia y Patrono de una muerte santa y es algo muy importante para nuestra vida espiritual. San José es Maestro de adoración eucarística, porque él, siendo padre adoptivo de Jesús lo cuidó en cuanto niño y joven, es decir, lo custodió y protegió en su Humanidad, pero también lo adoró en su Divinidad, porque San José sabía que ese Niño, ese Joven, que era su Hijo adoptivo, era al mismo tiempo, Dios Hijo encarnado. Al mismo tiempo que cuidaba de su Hijo, lo amaba y adoraba en el misterio de ser su Hijo Jesús Dios Hijo encarnado; es decir, San José adoraba en Jesús su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. Cuando estemos frente a la Eucaristía –el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, el Hijo adoptivo de San José-, imploremos el auxilio de San José, Maestro de adoración eucarística incomparable, para aprender a amar y adorar a Jesús Eucaristía con el mismo amor y adoración con el que él amaba y adoraba a su Hijo Jesús.
         Entonces, tanto en la vida como en la muerte, el amoroso padre adoptivo de Jesús, San José, es nuestro santo patrono, en todo momento, por lo que a cada momento debemos invocar su presencia y protección.

jueves, 15 de marzo de 2018

San José enseñó a su Hijo Dios a trabajar el madero con el que fabricaría la Santa Cruz



         Cuando Jesús era niño, San José le fabricaba juguetes de madera como regalos con los que le demostraba su amor a su Hijo Jesús. Luego, siendo ya joven, San José, ejerciendo su rol de padre adoptivo encomendado por Dios Padre, le enseñó el oficio que él sabía hacer, el oficio de carpintero. Si bien Jesús era Dios y en cuanto tal era omnisciente, en cuanto hombre era perfecto pero también debía adquirir las destrezas necesarias para la vida de todo hombre, entre ellas, la de un oficio que, en este caso, era el de carpintero. Con su padre adoptivo como maestro, Jesús aprendió a trabajar el leño, el mismo leño con el que luego habría de ser fabricado el instrumento de salvación de los hombres, la Santa Cruz del Calvario.
         Junto a su padre adoptivo, Jesús trabajó aprendiendo el oficio de carpintero hasta la edad de treinta años, edad establecida por Dios Padre para que comenzara su predicación pública y la parte final del misterio pascual de muerte y resurrección con el cual habría de salvarnos. Sin embargo, aun antes de comenzar su prédica pública, durante toda su niñez y juventud, mientras trabajaba la madera, Jesús no estaba ajeno a nuestra salvación. Como Él es Dios, Él nos tenía, a todos y a cada uno de nosotros, presentes en su Mente y en su Corazón, y nos tenía de tal modo presentes, que a cada instante nos nombraba y amaba a cada uno, como si cada uno de nosotros fuéramos los únicos habitantes de la tierra. Mientras aprendía el oficio de carpintero, mientras su padre adoptivo le enseñaba a trabajar la madera, Jesús pensaba en cada uno de nosotros, a cada instante, y a cada enseñanza de San José sobre cómo trabajar la madera, Jesús suspiraba por el día en el que no ya San José, su padre adoptivo, sino Dios Padre, fuera quien le confeccionara con el madero una Cruz, la Santa Cruz, sobre la cual Él habría de extender su Cuerpo Purísimo para ofrendarlo en sacrificio y salvación de toda la humanidad, incluidos todos y cada uno de nosotros.

Cuando era niño, San José, como padre adoptivo de Jesús, le regalaba juguetes de madera; cuando era joven, San José le enseñó a amar el madero y el oficio de carpintero y todo esto que hacía San José era para preparar a Jesús para que recibiera, en la edad adulta, el regalo que Dios Padre le tenía preparado desde la eternidad: una hermosísima cruz de madera para que sobre ella ofreciera su Cuerpo y derramara su Sangre por nuestra salvación. Entonces, cuando Dios Padre nos regala una cruz, eso significa que nos está tratando con el mismo Amor con el que trataba a su Hijo Jesús.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Dios Padre participa a San José su paternidad en la tierra



         En su proyecto de salvación del género humano, caído por la desgracia del pecado original bajo el dominio del Demonio, la muerte y el pecado y habiendo ya creado a Aquella que sería la Madre de Dios Hijo encarnado, Dios Padre necesitaba, en la tierra, a alguien que, participando de su divina paternidad, ejerciera la paternidad en la tierra. Dios Padre necesitaba un varón íntegro, santo, casto, puro, que amara a su Hijo Dios como si fuera su propio hijo y que lo adorara al mismo tiempo como a su Dios que era. Un varón que amara con amor casto y puro a su Esposa meramente legal en la tierra, porque la Madre de Dios no habría de concebir por obra humana, sino por obra del Espíritu Santo. Un varón que, amando a la Sagrada Familia, se desviviera por trabajar para ella y la custodiara de los peligros que la acechaban. Un varón que amara con amor casto a su Esposa legal, que adorara a Dios Hijo encarnado, a Quien habría de adoptar y amar como Hijo propio; un varón que hiciera frente a los peligros a los que la Sagrada Familia habría de enfrentarse, como la persecución de Herodes en su intento por asesinar al Rey de reyes y Señor de señores, su Hijo adoptivo, Cristo Jesús; un varón que enseñara a su Hijo adoptivo que era Dios Hijo encarnado, el oficio de carpintero, como para que el Niño se familiarizara con el leño de la cruz, en la que un día habría de ofrendar su vida divina por la salvación de los hombres.
Dios Padre necesitaba un varón ejemplar, como nunca antes había conocido el mundo, para hacerlo partícipe de su divina paternidad en la tierra; un varón que, siendo hombre, se hiciera partícipe y ejerciera, en la historia y en el tiempo, de su paternidad celestial. En otras palabras, Dios Padre necesitaba un varón que en la tierra hiciera las veces de Dios Padre para que Dios Hijo encontrara en este padre adoptivo todo el amor paterno que del Padre había recibido desde la eternidad.
Y Dios Padre encontró este varón, tal como lo necesitaba, en San José: puro, casto, humilde, trabajador, sacrificado, adorador de su propio Hijo Dios, a la vez que dulce padre adoptivo terreno. Por su santidad, por su humildad, por su castidad y por su amor a Dios, San José fue el elegido por Dios Padre para ser partícipe de la divina paternidad. Y así como Jesús, Dios Hijo encarnado, encontró en María Santísima el mismo Amor con el que Dios Padre lo amaba desde la eternidad, porque la Virgen estaba inhabitada por el Espíritu Santo, así también Dios Hijo encontró a ese mismo Amor, el Espíritu Santo, en San José, el mismo Amor con el que el Padre lo amaba desde la eternidad.
Cumpliendo la voluntad de Dios, San José fue hijo excelente, porque cumplió a la perfección la obra encomendada por Dios Padre; fue padre excelente, porque cumplió a la perfección su rol de padre adoptivo de Dios Hijo encarnado; fue esposo excelente, porque cumplió a la perfección su rol de esposo meramente legal, casto y puro, para con María Santísima, Virgen y Madre de Dios.
Por estos motivos, San José es ejemplo inigualable para todo hijo, padre y esposo cristiano que quiera santificarse cumpliendo la voluntad de Dios en la tierra.

viernes, 9 de marzo de 2018

San Juan de Dios



         Vida de santidad[1].

         Nació en Portugal el 8 de marzo de 1495 y murió en Granada, España, en 1550 a los 55 años de edad. De familia pobre pero muy piadosa. Su madre murió cuando él era todavía joven. Su padre murió como religioso en un convento. Luego de rechazar una ventajosa propuesta de matrimonio –si se casaba con la hija del patrón quedaría como heredero de sus posesiones- ingresó en la milicia a las órdenes de Carlos V. Abandonó el ejército luego de que la Virgen lo salvara de morir ahorcado por sus propios compañeros, debido a que, por un descuido suyo, los enemigos saquearon un depósito que estaba a su cuidado. Comenzó a vender de forma ambulante estampas y libros religiosos. Estando en Granada, Nuestro Señor se le apareció como un niño pobre y desamparado, al cual San Juan de Dios se ofreció bondadosamente a ayudarlo. Nuestro Señor le dijo: “Granada será tu cruz” y luego desapareció. Estando Juan en Granada de vendedor ambulante de libros religiosos, de pronto llegó a predicar una misión el famoso Padre San Luis de Ávila. La conversión de Juan tuvo lugar cuando, en medio de uno de los sermones, cuando el predicador hablaba contra la vida de pecado, San Juan de Dios se arrodilló y empezó a gritar: “Misericordia Señor, que soy un pecador. Repartió entre los pobres todo lo que tenía en su pequeña librería, empezó a deambular por las calles de la ciudad pidiendo misericordia a Dios por todos sus pecados. La gente creyó que había perdido la razón por lo que lo internaron en un manicomio. Durante su estadía pudo comprobar el lamentable estado de los hospitales y cómo se trataba a los enfermos casi sin caridad cristiana. Luego de su estadía en el manicomio recibió la gracia para atender a los más enfermos y necesitados por medio de la fundación de una orden, conocida hasta el día de hoy como “Orden Hospitalaria San Juan de Dios”. Dedicó toda su vida a atender a los más necesitados en su hospital, tarea que alternaba con grandes penitencias, oraciones y ayunos. Su salud se fue deteriorando paulatinamente –padecía, entre otras cosas, artritis reumatoidea- hasta que falleció el 8 de marzo de 1550. Presintiendo que su muerte estaba cercana, se arrodilló en el suelo y exclamó: "”Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo”, quedando muerto apenas terminó de pronunciar estas palabras.

Mensaje de santidad.

San Juan de Dios nos enseña, con su vida de santidad, la manera en la que podemos –y debemos- ganar el cielo y es por medio de las obras de misericordia corporales y espirituales, que él practicó sin descanso, desde su conversión hasta el momento mismo de su muerte. Con la fundación de su Orden y sus hospitales, San Juan de Dios buscó cumplir –y lo hizo a la perfección- el mandato de Jesús: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”, además de tener siempre presente las palabras que Jesús dirá a los que se salven: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve sed, hambre, enfermedad, y me atendisteis”. Todo lo que hizo San Juan de Dios en favor del prójimo lo hizo no por el dinero ni por bien alguno terreno, sino por la gloria de Dios. Hasta en su muerte imitó al Señor, ya que al morir, pronunció las mismas palabras de Jesús en la cruz: “Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu”.